Huir de Jean Philippe Toussaint

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Toussaint, Jean-Philippe Huir - 1a ed. - Rosario : Beatriz Viterbo Editora, 2007. 176 p. ; 21x15 cm. Traducido por: Diego Vecchio ISBN 978-950-845-200-9 1. Narrativa Francesa-Novela. I. Vecchio, Diego, trad. II. Título CDD 843

Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d’Aide à la Publication Victoria Ocampo bénéficie du soutien du Ministère des Affaires Etragères et du Servide de Coopération et d’Action Culturelle de l’Ambassade de France en Argentine. Esta obra ha sido publicada en el marco del Programa de Ayuda a la Publicación Victoria Ocampo, auspiciado por el Ministerio de Asuntos Extranjeros y el Servicio de Cooperación y de Acción Cultural de la Embajada de Francia en Argentina. Biblioteca: Ficciones Ilustración de tapa: Daniel García Título original: Fuir © 2005 by Les Editions de Minuit Primera edición: 2007 © 2007 Beatriz Viterbo Editora www.beatrizviterbo.com.ar info@beatrizviterbo.com.ar

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático. IMPRESO EN ARGENTINA / PRINTED IN ARGENTINA Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

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Verano

I

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¿Se terminaría algún día con Marie? El verano que precedió a nuestra separación, pasé algunas semanas en Shangai, no era realmente un desplazamiento profesional, sino más bien un viaje de ocio, a pesar de que Marie me había confiado una especie de misión (pero no tengo ganas de entrar en detalles). El día de mi llegada a Shangai, Zhang Xiangzhi, socio de Marie, fue a buscarme al aeropuerto. Lo reconocí de inmediato, a pesar de que lo había visto solo una vez en París, en las oficinas de Marie. Estaba conversando con un policía uniformado, justo detrás del puesto de control de pasaportes. Tendría unos cuarenta años, las mejillas rellenas, los rasgos abotagados, la piel tersa y cobriza. Llevaba unos anteojos de sol muy negros que le tapaban la parte superior

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de la cara. Estábamos esperando mi valija junto a la cinta transportadora y apenas habíamos intercambiado algunas palabras en un inglés rudimentario, cuando me regaló un teléfono celular. Present for you, me dijo, lo que me sumió en una gran perplejidad. No comprendía muy bien qué apuro tenía en regalarme un celular, un celular usado, bastante feo, gris mortecino, sin embalaje ni instrucciones. ¿Para ubicarme todo el tiempo, vigilar mis movimientos y tenerme bajo la mira? No lo sé. Lo seguía en silencio por los pasillos del aeropuerto y sentía una angustia difusa, acrecentada por el cansancio del viaje y la tensión de llegar a una ciudad desconocida. Una vez que franqueamos las puertas de vidrio corredizas del aeropuerto, Zhang Xiangzhi hizo un breve llamado mudo con la mano y un Mercedes flamante, color gris, estacionó frente a nosotros, en marcha lenta. Después de guardar mi valija en el baúl, se instaló en el lugar del conductor, dejando que subiera atrás el chofer, un muchacho con una presencia incierta, por no decir inexistente. Sentado al volante, Zhang Xiangzhi me invitó a que subiera. Me ubiqué a su lado, en un confortable asiento con brazos de cuero color crema, que olía a nuevo, mientras él

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tocaba un botón digital para regular el aire acondicionado, que se puso a vibrar en el tablero suavemente. Le entregué el sobre de papel madera que Marie me había encomendado para él (que contenía veinticinco mil dólares en efectivo). Lo abrió, deslizó el pulgar por el filo de los billetes para contarlos rápidamente, volvió a cerrar el sobre y se lo guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Se abrochó el cinturón de seguridad y dejamos lentamente el aeropuerto para tomar la autopista en dirección a Shangai. No decíamos nada. Él hablaba mal el inglés y nada de francés. Llevaba puesta una camiseta grisácea de mangas cortas, con una cadena de oro alrededor del cuello y un colgante en forma de zarpa o garra de dragón estilizado. Yo seguía con el celular sobre las rodillas, no sabía qué hacer con él y me preguntaba por qué motivo me lo había dado (¿mero regalo de bienvenida a China?). No ignoraba que desde hacía algunos años Zhang Xiangzhi realizaba operaciones inmobiliarias en China para Marie, tal vez dudosas e ilícitas, alquiler y venta de locales comerciales, compra y venta de terrenos baldíos en zonas abandonadas, todo esto tal vez manchado de sobornos y corrupción. Desde sus primeros éxitos en Asia, Corea y Japón, Marie se había establecido en Hong Kong y Pekín y que-

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ría comprar nuevos locales en Shangai y en el sur del país, tenía proyectos, ya bien avanzados, de abrir sucursales en Shenzhen y Cantón. Pero, hasta ahora, yo nunca había oído decir que este Zhang Xiangzhi estuviera implicado con el crimen organizado. Al llegar al hotel Hansen, donde me habían reservado una habitación, Zhang Xiangzhi estacionó el Mercedes en un patio privado interior y sacó mi valija del baúl. Entramos al hotel. A pesar de que no era él quien se había ocupado de la reserva, que había sido hecha desde París por una agencia de viajes (un paquete tipo “Escapada” de una semana, vuelo y hotel incluidos, al que yo había agregado una semana suplementaria para mi propio esparcimiento), se hacía cargo de todo y no me dejaba tomar ninguna iniciativa. Me hizo sentar en un sillón y se presentó solo ante la recepción para registrar mi llegada. Yo me puse a esperarlo cerca de la puerta, al lado de una lúgubre hilera de plantas verdes, cubiertas de polvo, que se pudrían en maceteros con agua estancada y lo veía llenar mi ficha de informes con una mirada llena de hastío. En determinado momento, vino hacia mí, rápido, preocupado, esbozando un gesto nervioso con la mano y me pidió el

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