Puertas adentro

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Puertas adentro


Lilia Lardone

Puertas adentro


a mis hijos


Primera Parte

Ottavia


¿qué pájaros inventas para ti mismo? Joseph Brodsky


1 La mamá tiene razón, al puchero hay que espumarlo con cuidado para que la grasa no flote. La Tina dice que el vapor le hace mal, que le quema la cara y que yo no protesto porque estoy acostumbrada, claro, porque no me paso todo el día dale que dale a las rodajas de pepino en los cachetes, como ella y la Milena. La mamá tiene razón, se van a tener que conseguir un marido rico para que la sirvienta haga todo y puedan mirar durante horas cada hoja de los catálogos de Gath y Chaves, fijate en las alforzas, qué lindo este cuello, y se quedan calentando sillas el santo día. Hasta el agua me piden, no sé cómo harían si yo no estuviera para ir a la bomba, mover la porca palanca cada vez más dura, alcanzarles a las señoritas los baldes y además lavarles la cabeza, ahí sí Ottavia de acá, Ottavia de allá, no me hagas entrar jabón, cuidado que quema, el enjuague con romero tiene


que estar frío para que brille, no me hagas doler con los bigudíes, en lugar de peinarse bien tirante con el rodete anudado, así no se cae ni un pelo en la comida. Encima me sacan el cuero, se creen que no me doy cuenta cuando se ríen de mí, en mi propia nariz se ríen. El otro día la mamá las pescó y se encerró con ellas en la pieza, cuando salieron parecían unas santas y la Tina hasta me ayudó a colgar la ropa. Pero enseguida se olvidaron y ahí estaban de nuevo, controlándose los dientes en el espejito del patio y ofreciéndomelo a mí, que los tengo marrones. Inútiles, eso son, ni siquiera saben calentar bien la plancha. Dicen, siempre dicen a la tarde, a la hora de cambiarse, que cómo hago para no quemarme con las brasas al levantarlas. Es tan fácil sacarlas del brasero con la pinza, una por una, y ponerlas adentro de la plancha, no hay más que elegirlas parejas y acomodarlas en el fondo con cuidado, como si fueran esas bombitas de luz rojas que una vez pusieron en


la kermés. Después la cierro bien, la venteo, pruebo con el dedo mojado hasta que hace fzzzz y la paso sobre las puntillas, las tablas, los pespuntes. Me gusta cuando van desapareciendo las arrugas, los pliegues, y se me arma entre las manos la blusa que cosí para la Tina, idéntica a la que sale en la Chabela y que me dio tanto trabajo. Primero la espalda, después las mangas, y al llegar a las delanteras apenas si las acaricio con la plancha tibia para no romper los lazos, ni el entredós que le compraron al turco. Una espuma queda la blusa, la Tina se la pone y sale con la excusa de devolverle un figurín a doña Concepción. Sin embargo yo sé, porque las escuché el otro día, que la Tina le hace las pasadas al empleado nuevo del banco, se cree que lo va a pescar con tantas chicas lindas que hay en el pueblo. Vuelve casi de noche y la mamá dice que no son horas de llegar, que los vecinos comentan. A la hora de la cena el Ñato tira la bronca, ¿qué andabas haciendo hoy por la


plaza?, no te hagás la viva que a mí me cuentan todo. Y salta la Tina, no haga caso mamá, esos vagos están verdes porque no les llevo el apunte. Yo sirvo y escucho, sentarme no me siento porque para qué, si a cada rato les tengo que alcanzar algo. Sólo los miro, mi cuerpo cuchara listo para llenar, repartir, raspar, para atender a mis hermanos porque soy la mayor y ya me quedé para vestir santos como dice doña Concepción, já, vestir santos yo, si ni siquiera tengo tiempo de ir a la iglesia. Ni sé cuánto hace que no salgo de la casa, el Ñato era chico, tendría unos cinco años… ¿tanto hace? Me acuerdo que el zonzo se cayó del techo y como la mamá no estaba lo llevé en brazos hasta lo del doctor. Feo el golpe que tenía, que se quede en cama un mes sin moverse, ¿vos sola lo trajiste?, y el médico me miraba la espalda. Yo me apoyé en la pared pero ya me había visto la joroba, ¿todavía no te hicieron atender?, les dije que te tenían que llevar a la ciudad para las


radiografías. Joroba, jorobita, jorobeta, jorobate, por qué no me atendieron, qué sé yo por qué. Jorobate, ¿no ves que estoy pintando?, me dice la Milena si le pido que me ayude a cargar el fuentón para lavar. Al que da y quita le sale la jorobita, gritaban los chicos cuando les prometía caramelo para que se callaran a la siesta, y al final no podía sacar azúcar de la despensa porque la mamá se había levantado con la chinche. Tan trabajadora esta muchacha, dice doña Concepción y me toca la espalda, tres veces me la toca, seguro que para llamar a la suerte. Joroba, jorobate, me jorobo, da y quita. ¿Te duele?, dijo el médico. Qué sé yo si me duele. Mi cuerpo cuchara que espuma, raspa, llena, reparte. Mi cuerpo.

La Celina no se duerme. Me asomo y mira asustada, le expliqué veinte veces que el papá y


la mamá se fueron al baile, pero no entiende, lloriquea, mejor prendo el velador y me siento al lado de la cama. Madonna Santa, sigue quejándose y no me animo a darle una sacudida porque si se entera el Francisco me mata, parece que esta fuera la única nena del mundo por la forma en que la malcrían, cómo no le da sueño si son casi las doce, debe ser por el calor, los bichos y la tormenta que se viene, ojalá llueva y se les arruine el baile. Bailar. Las veo a las chicas que a escondidas de la mamá practican el tango y algo se me mueve adentro. El Francisco y la Rosa ganaron el mes pasado una medalla de oro en el club y la Milena y la Tina se quedaron chuzas porque ellas son pesadas y casi nadie las saca. Claro, si están siempre apoltronadas, mientras yo voy y vengo con la escoba, voy y vengo con los baldes, ¿se te perdió algo, Ottavia? y se ríen, siempre se ríen. No se rieron tanto el otro día, cuando la mamá se había ido al cementerio y llegaron las Conti con el herma-


no que estudia en Córdoba. La Milena anda loca por él, y no ve la hora de que lleguen las vacaciones. Ni a ella ni a la Tina les gusta que me vean, así que me aparecí en la sala con el batón viejo y el delantal a ofrecerles algo para tomar, y se quedaron como estatuas. Al servir el anís pasé bien cerca de la mayor de las Conti que es la más estirada, y la empujé un poco. Esta mocosa que llora y la tormenta que no llega, ¿por qué no se duerme? Y encima los bichos bailan alrededor del velador como si tuvieran su propia fiesta, saltan, se juntan, vuelven a saltar y se quedan quietos un momento sobre el vidrio de la mesa de luz, la nena los mira, me mira, los bichos en picada rebotan sobre la pantalla, la pared, el respaldar de la cama, algunos se achicharran cuando tocan la lámpara, bichos estúpidos. Ma sí, ahora traigo un cuchillo y los aplasto, no, mejor los corto y así la entretengo. Uno, digo y aprieto bien la hoja del cuchillo, no, tía, no, pero yo sigo. Dos,


y la nena se sienta en la cama, tres, cuatro, este me da trabajo, se resbala, se escapa, la nena empieza a llorar. Ocho, nueve, mirá, mirá. Chac hace un bicho sobre la fotografía. Toda la familia me mira bajo el vidrio de la mesa de luz. Chac hace otro bicho, el número quince, sobre la cara del Ñato chiquito que tengo en brazos y empieza a cubrir la figura del Caruso, que en paz descanse, con la Tina haciendo pucheros porque no quería salir, chac chac chac, desaparecen todos y me quedo agachada sobre los pedazos de caras y de bichos mezclados. Un ojo del papá, en la última foto del pobre papá, parece moverse. La nena se cansa de chillar, tiene hipo, yo me canso de oírla y nos dormimos, ella en la cama y yo en la silla, hasta que dale Ottavia, despertate que te llevo, dice el Francisco, me levanto, subo al Ford. En casa las chicas se secretean en la pieza, ¿bailaron mucho?, no me contestan, ¿estaba el bancario? Insisto, aunque sé que no me van a


contar nada. Me acuesto rápido, trato de estirarme pero el dolor en la espalda sigue, me corta por la mitad, quedo dividida en cabeza y cuerpo, cabeza que cabe ¿dónde cabe mi cabeza? ¿y mi cuerpo que no baila? Un baile de bichos me marea adentro, se me mueve en las tripas, en el pecho, cada vez me da más trabajo respirar, los bichos cerrando todos mis agujeros, circulando sin parar para que el aire no entre, para que los sonidos no salgan, para que nadie sepa que me voy quedando dormida toda cerrada.

El padre avanza con dificultad sobre el guadal. El polvo que sube va cubriendo sus ropas oscuras, borrando los contornos. Trepada en el paraíso, Ottavia oye la voz de la madre que los llama entre la polvareda. De pronto, es de noche, y los relámpagos iluminan la figura del hombre. Un caballo relin-


cha, lejos. Ottavia grita: Papá, vuelva, papá... y el rayo cae sobre el árbol. Despierta con la boca seca. Falta poco para el amanecer.

Toco la muñeca y le paso los dedos por la cara de porcelana, por esos ojos iguales a los de la Celina. Algo se me empluma en la garganta cuando me acuerdo que el papá me la trajo y la mamá dijo que era un derroche, un verdadero desperdicio regalar juguetes, la acostó sobre mi cama y me hizo jurar que no la iba tocar porque se podía romper. Si yo sólo la miraba, igual que la miro ahora, sobre la cama de la Tina. Decían que ya era grande y se la tuve que dar a la Tina cuando cumplió los cinco, sin una mancha en el traje de organdí rosado lleno de puntillas, yo le cantaba tengo una muñeca vestida de, el tiempo que se pierde jugando es del diablo, ecco. La toco de nuevo y el roce es frío, a lo mejor si la pongo


sobre mi panza se entibia. Me acuesto y la sostengo sobre mí, con la muñeca sí puedo y con la Celina no porque los chicos no se toquetean, aunque yo los he visto a la Rosa y hasta al Francisco que es hombre, jugar con la nena. El otro día la Rosa me preguntó por qué no iba a misa y el Francisco le dijo que me dejara tranquila, já, tomá para vos, meterte en cosas de la familia. Conmigo se hace la simpática para tirarme la lengua, se cree que porque se casó es más que las chicas y que yo, muerta de hambre, si no hubiera sido por el Francisco, pobre como era no sé quién la hubiera elegido. Doña Concepción no se cansa de ponderarla, que no hay otra más linda en el pueblo, dice delante de mis hermanas para hacerlas estrilar y algo de razón tiene, porque la Milena y la Tina heredaron la nariz ganchuda del papá. Yo no, por suerte, qué cutis más suave, me dice doña Concepción cuando quiere pedirme algo, suave como esta muñecona que tengo en la panza, tan tibia que


me dan ganas de abrazarla mucho. ¿Dónde te metiste, Ottavia? Arreglo las arrugas de la cama, dejo la muñeca, alcanzo a caminar hacia la sala justo en el momento en que la Tina que vuelve de misa me ve. ¿Qué hacés en la pieza? Acabo de plumerear los muebles del comedor, le contesto y sigo hasta la cocina. Todos se sientan a la mesa y empiezo a servir el pollo de los domingos.

Lo ví detrás de los visillos, buen mozo, alto, pálido, se le nota en la ropa que no es del pueblo, en la forma de hablar. Quién hubiera dicho, la Tina lo pescó. Al principio la mamá estaba sola con él, sentada como si se hubiera tragado un palo y no le daba mucha entrada pero después, cuando le aseguró que tenía intenciones serias, que no le gustaban los noviazgos largos, que iba a respetar la casa y la


familia y lo dijo todo de un tirón, aflojó un poco. Tina, llamó, ¿por qué no sirve unas copitas de ese guindado tan rico que hizo? A ese guindado tan rico lo hice yo, una tarde de invierno. La mamá no quería que probara la receta de El Hogar porque se gastaba mucho azúcar. Ma sí, por medio quilo roñoso. El almíbar quedó transparente con el limón sin semillas, le agregué el clarete y la vainilla y empezó a salir un olor suave, yo revolvía y revolvía y no me daba cuenta de que se espesaba de más, estaba muy cerca de la olla y me iba subiendo el calor, me derretía junto con el azúcar, el vino, la vainilla, y una espiral oscura me levantaba, me enderezaba, poco a poco me enderezaba. Ahora la Tina sirve el guindado espeso y se lo toman, mientras la mamá le cuenta al bancario cómo somos nosotros, los Ferraro. A pesar de ser viuda, he criado a mis hijos como se debe y están acostumbrados a todas las comodidades, dice y se interrumpe


para indicarle a la Tina que se siente. Miro por los visillos, me estiro las mangas, acomodo la peineta para que el rodete sea perfecto. Como le decía, dice la mamá, mi finado esposo murió joven, apenas había nacido el menor y Tina tenía dos años. Gracias a Dios nos dejó un pasar decente, tenemos la quinta arrendada, porque mi hijo Francisco prefiere vivir en el pueblo. La quinta arrendada, gran cosa la quinta, unos pocos pesos que don Farina nos paga dos veces por año. Un pasar decente, já, cuando el Francisco se digna a mandarnos algo con la Rosa, las sobras del Francisco y de la Rosa, las monedas que le deja darnos esa. Ahora le muestra los cuadros que pintó la Tina, le cuenta cosas del Ñato, de la Milena. Espero atrás de la puerta, Ottavia, ahora va a decir Ottavia. Las copas están vacías, la mamá se ha callado, el bancario se despide y la Tina lo acompaña hasta el zaguán. De la feje a goarme al luv 1. 1

Da las ovejas a que las guarde el lobo, en piamontés.


El viento sur hace ovillos con las morenitas. El padre llega por el camino. Ottavia quiere mirar y la tierra se le mete en los ojos, un ardor insoportable la obliga a cerrarlos. Al abrirlos, un sulky sin conductor viene hacia ella. Siente el calor de los caballos, pero el sulky ya no está. A lo lejos el padre aparece y desaparece entre el maizal, mientras el viento inclina las cañas hasta casi quebrarlas. Lo llama: Papá, no me deje, papá... La punta de la tormenta levanta al hombre y lo hace girar por el aire. Ottavia se despierta con la boca amarga. Por las persianas se filtra una luz débil.

Se nota que nació el año que empezaba la gran guerra, dice siempre la mamá, chinchudo como él no hay otro. Pero yo nunca lo había visto al Francisco tan enojado, entró sin saludar con la boca hecha una raya. Quiero hablar con


usted, le dijo a la mamá. Se fueron a la sala y empezaron a discutir, el Francisco hablaba fuerte, no me gusta nada ese pituco decía, la gente nos va a criticar porque la dejamos andar con cualquier forastero. Ascolti Francisco, contestaba la mamá, la Tina cumple veintitrés el mes que viene y usted le espanta todos los candidatos. Mamá, piense que no sabemos nada de la familia. Eso dijo, pero a mí me parece que el Francisco no lo quiere al bancario porque es bastante mayor que la Tina, como treinta y cinco tiene, así dice doña Concepción. Al final se oyó la voz de la mamá que gritaba, mientras yo viva se hace lo que yo mande, el bancario va a ser el novio, è basta. La mampara tembló por el portazo y Francisco habló en el patio con el Ñato, en secreto hablaron, seguro que le encargó que cuidara a la Tina. Qué va a cuidar ese, si anda en babia, ni debe saber que después de la visita la Tina lo acompaña al novio hasta la verja y se arriman en la oscuridad. Mejor casar-


se que abrazarse, preparar la ropa, bordar cada sábana, cada mantel, bordar, la lanzadera del frivolité es diminuta, se resbala al agarrarla, el encaje de bolillos crece mientras los dedos de la Milena van y vienen, van y vienen, la Tina se queja porque al sacar los alfileres de la almohadilla se le arruinan las manos. Ni acercarme me dejan, que les estorbo el cálculo, dicen. Suave la batista, áspero el lino. Con el punto sombra en hilo de seda, las iniciales se enrulan y se cruzan en la vista de las sábanas. Tampoco me dejan, ya terminadas, guardarlas envueltas en papel de seda adentro del arcón que la mamá trajo de Italia. Antes se las muestran a la Rosa para que vea cómo se prepara una novia, tomá para vos, cuando voy a cuidar a la Celina bien que me fijo en las sábanas, no hay ninguna como estas. Dormir entre dibujos sobre el hilo fresco. Me corre un cosquilleo cuando toco el camisón de satén, se me engancha en los padrastros. Nos vamos a casar, pronto, dijo el banca-


rio, no soy partidario de los noviazgos largos.

La Tina no se aguanta ni ella. Ayer, doña Concepción le preguntó que para cuándo los confites, y casi le agarra un ataque, que le falta bordar un montón de cosas, que el novio espera el ascenso, que al fin y al cabo sólo hace un año que está de novia. Pues no te enojes, se disculpó la gallega, pregunto porque la gente comenta que tienes dos baúles llenos de ropa. Claro que tiene dos baúles, manteles, visos, sábanas, conjuntos de bombacha y combinación. ¿Y, Tina? ¿Ya fijaron fecha?, dijo la Rosa el domingo y la Tina ni se molestó en contestar, pero la mamá dijo que faltaba poco. Mirá que me tengo que preparar el vestido, siguió la Rosa. Cuando vuelva el Ñato del servicio, dijo al final la Tina. Já, cuando vuelva el Ñato, si recién hace tres meses que se fue. El calor que hacía ese día, seguro que trae tormenta, protes-


tó la mamá mientras yo planchaba las camisas y los pantalones que se iba a llevar el Ñato. Además tenía la parva de sábanas de los lunes, y la ropa interior, menos la de la Tina, porque desde que empezó con el ajuar no deja que le lave ni las bombachas. Quiere aprender, eso dice, para cuando tenga su casa. Una casa de ella y del bancario. Lo que es ahora, él vive en el hotel y parece bastante agarrado. Ayer, para el cumpleaños de la Tina, le trajo unos bombones que daban lástima. Ella esperaba otra cosa, seguro que el anillo de compromiso, pero nada, se quedó fría cuando abrió el paquete y le agradeció con una sonrisita, no te hubieras molestado. Felicidades Tina, que tus deseos se cumplan, dijo la mayor de las Conti. Todos levantaron las copas y la mamá lo miró fijo al bancario. Salud, dijo él y se tomó el espumante.


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