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Lunes 2 de marzo de 2015

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El fin del fútbol a APF (Agencia Previsora de futuro) lo dejó bien claro treinta años, seis meses y veinte días antes. El mundo se acabaría exactamente el 29 de febrero del año 2060. No había posibilidad de error. Faltaban quince horas y treinta seis minutos para que todo acabase. La gente se había resignado. Siempre se pensó en masas enfurecidas, en disturbios callejeros, en todo tipo de violencia descontrolada. Pero eso era cosa de película. Porque cuando uno sabe que va a morir se deprime y no tiene ganas de nada. Hacía meses que las tiendas se habían quedado desiertas, las fabricas sin empleados, los coches

Se jugaba de día porque ya no había luz eléctrica. No había nadie que quisiera hacer el más mínimo esfuerzo en un mundo a punto de explotar como una burbuja de jabón. Solo Victoriano. Morir con el silbato al cuello era su ilusión. Eso decía. Se presentó voluntario y se aceptó su candidatura. Era la única. Un arbitro de categoría regional era mejor que no tener un director para el último derbi de la historia de la humanidad. Los jugadores tampoco querían disputar el encuentro. Pero a esos se les obligó amenazándoles con morir unas horas antes de lo que tocaba. Los equipos eran algo extraños. Viejas glorias, profesionales, alevines y alguno que dijo ser un jugador de primera al que todos quisieron creer. El caso era jugar, el

sin gasolina. Cada familia cultivaba lo que podía o, sencillamente, iba utilizando las conservas caducadas o sin caducar. Faltaban quince horas y treinta y seis minutos para que el fin del mundo fuese una realidad. Pero tan solo quedaban dos horas y veinticuatro minutos para que comenzase el partido. Alguien había propuesto que se jugara un último derbi. Al principio, nadie hizo caso. Aunque esas ideas, aparentemente insustanciales, son como semillas que germinan con el tiempo. Todo estaba preparado.

caso era poder ver un último partido. El campo estaba lleno. La mitad de la grada para los aficionados de uno de los equipos. La otra mitad para los otros. Medio campo, blanco y rojo. El otro medio, verde y blanco. Victoriano de riguroso negro. Los jugadores con las camisetas inmaculadas. Cánticos, gritos de ánimo. Primera tangana entre los jugadores en el centro del campo. Uno le había dicho a otro que se iba a morir sin saber parar el balón. Sí, lo mismo me pasa con tu señora; me ve y no hay quien controle esa pasión. Golpes, empujo-

Gabriel Ramírez Lozano

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Son muchos los relatos sobre fútbol que se han escrito a lo largo de la historia. Unos se centran en los jugadores, otros en las pasiones. Los hay más realistas, más líricos o más técnicos. Pero, también, los hay más disparatados

nes, escupitajos. Lo que viene siendo una tangana, vamos. Comenzó el partido. Ni un segundo antes ni un segundo después. Primer gol en claro fuera de juego. Lanzamiento de objetos desde la grada. Diez minutos después, el árbitro decide que la falta del número 4 sobre el número 11 es dentro del área cuando, en realidad, se produjo a dos metros y medio de la línea. Gol y lanzamiento de objetos. Comienza el segundo tiempo. Lanzamiento de objetos. Sin ton ni son. El partido es malo. Victoriano sorprende a todos. Penalti y expulsión. No nos

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jodas el partido, oe, oe, oe; victoriano no nos jodas, oe, oe, oe. Desde la grada cantan como si los aficionados fueran un solo hombre. Unos y otros. Victoriano a lo suyo. Lanzamiento de la pena máxima. Gol en propia puerta. El arquero se lanza y bloca aunque, de la alegría, lanza con fuerza el balón al suelo que bota haciendo un extraño y se cuela en la portería. Último ataque. Puede llegar el empate. Los nervios a flor de piel. Fue, cuando de forma inesperada, un meteorito del tamaño de un Seat Panda cayó en el centro del campo llevándose por delante al pobre Victoriano. Quedó sepultado. Los capitanes se reunieron en el corner que más cerca les pillaba. Y decidieron jugar ese último ataque unos, esa última jugada defensiva los otros. Las gradas ruidosas, de color. Inexplicablemente, el guardameta se lanza al suelo, a su derecha. Gol que se celebra por los 22 jugadores, por los miles de aficio-

nados que asisten al partido. Queda tiempo de juego por delante. Prorroga. Los capitanes deciden que el que primero marque gana el partido. Pasado un tiempo, desde las gradas gritan que se besen, que se besen. Allí no parece querer anotar nadie. Un espectador salta al terreno de juego y habla con alguno de los jugadores. Que el mundo se acaba y mi mujer me está esperando en casa, coño. Dejad que llegue un día a mi hora, criaturas. Uno de los capitanes pide cordura. Agarra el balón, lo coloca en el punto de penalti. Pide a todos que se retiren. A casa, venga. El mundo se acaba, pero el partido será eterno. Un futbolista filósofo. Lo que faltaba, oe, oe oe; cantan en la grada. A todos les parece bien esa tontería. Así pueden ir a casa a despedirse de la familia. El campo se vacía con cierta rapidez. Llegó el momento exacto. Pero

Los jugadores del Sevilla y del Real Betis formados al inicio del partido de ida de los octavos de final de la Liga Europa de la temporada pasada.

el mundo no explotó. Fue cuando llegó la noticia. La APF había cometido un pequeño error de cálculo. Quedaban otras doce horas hasta que el mundo se fuera al garete. Un grupo buscó sustituto para Victoriano. Otro retiró el pedrusco del centro del campo. Y a Victoriano. Y el resto llenó las gradas. De cánticos y colores. Aquello no podía quedar así. Una prorroga es una prórroga. Y el eterno rival es el eterno rival. Había que ganar como fuera. Y esperar que la APF volviese a fallar una y otra vez.

EFE/JULIO MUÑOZ


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Podría parecer imposible que algo o alguien lograsen paralizar a gran parte de la humanidad; podría parecer imposible que las pasiones y los sentimientos de todos los seres humanos se igualaran durante unos minutos. Sin embargo, puede ser

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Lunes 9 de marzo de 2015

Uvas y fútbol, el pegamento para la humanidad

Gabriel Ramírez Lozano

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e me ocurren pocas cosas por las que el mundo entero se pueda llegar a mover como si fuera un todo. Tal vez las doce campanadas del último día del año sea la ocasión en la que más personas hacen lo mismo en el mismo instante. Aunque no todos comemos uvas a la vez. La tierra es redonda y tiene esos problemas de horarios. ¿La final de la Copa del Mundo de fútbol? Eso sí. Sea donde sea, a la hora que sea. Todo se convierte en un partido de fútbol. Es muy difícil comprender cómo algo tan simple como este deporte puede movilizar a millones y millones de personas en cualquier parte del mundo. Gerardo Olivares rodó, el año 2005, La gran final. Rozando casi el documental, intenta que echemos un vistazo dónde, cuándo y cómo (el porqué no se incluye en el desarrollo de la película) el fútbol mueve a los seres humanos hasta hacer cosas insólitas para disfrutar de él. Elige, para ello, tres escenarios diferentes entre sí y alejados por miles de kilómetros. En estos escenarios se moverán personajes de lo más pintorescos. Los mongoles en las montañas de Altai, los nigerianos en el desierto del Tenere y los indígenas en la selva amazónica. Diferentes hombres y mujeres, diferentes motivaciones, diferentes culturas y un solo objetivo compartido: ver la final de la Copa del Mundo de fútbol que jugarán las selecciones de Alemania y Brasil. El mundo se detiene durante el tiempo de juego. A partir del final del encuentro, todo vuelve a ser como era noventa minutos antes (en el país ganador el cambio se mantiene durante unos días más por la euforia y eso). La gran final es una película sin grandes pretensiones narrativas. Arranca con la idea del individuo solitario, autónomo e independiente de los demás. Y termina con la misma. Pero hay cosas poderosas que podrían hacer de la humanidad

Cartel de la película ‘La gran familia española’. EDD

otra cosa y por ello hay que tenerlas localizadas. Algo tan absurdo como el fútbol, por ejemplo. Lo importante es que nos muestran lo iguales que somos unos y otros aunque nos separen culturas, kilómetros o el progreso. La fotografía es espléndida. Los escenarios, por su grandeza, se tornan en protagonistas desde el comienzo. Los actores, todos aficionados o primerizos, pasan desapercibidos en su actuación aunque no por lo que representan en sí. Porque eso que representan es la normalidad del hombre, lo corriente de la humanidad. Lo que vemos por las calles de todo el mundo. Otra película que puede servir de referencia es La gran familia espa-

ñola, del director madrileño Daniel Sánchez Arévalo, película con aroma a buen cine y fútbol. Nada de complejos, personajes en los que los rasgos de su carácter son múltiples, diálogos llenos de acidez e inteligencia, un montaje estupendo (la escena en la que los jóvenes protagonistas hablan con sus familias por separado y que nos presentan como una única escena es una obra de arte en sí misma), una música notable y un ritmo narrativo rápido aunque sin atropellos. Pero, al mismo tiempo, es una película con algunos cabos sueltos, con momentos que lejos de producir carcajadas lo que hacen es resultar vergonzosas, y algo ventajista puesto que elegir la final de la Copa del Mundo como vehículo de la trama es apostar a caballo ganador entre los espectadores españoles. Sólo cuando los personajes aparecen sin protección alguna es cuando la película marcha a toda velocidad. Y eso coincide con unos diálogos que escapan del chiste fácil y dinamitan los cimientos de los protagonistas. Sánchez Arévalo intenta indagar en lo que supone el núcleo familiar que ordena la sociedad española desde mucho tiempo atrás. Pero también la necesidad de amor que el ser humano tiene que soportar; un amor que se puede desarrollar de muchas formas incluidas las que nos pueden resultar surrealistas. Desde ese territorio que ocupa el amor, el director da un salto hasta la

Andrés Iniesta marca el 1-0 de la victoria contra Holanda durante la final del Mundial de Fútbol de Sudáfrica 2010. EFE

Escena de la película ‘La gran final’. EDD

Un momento del rodaje de ‘La gran familia española’. EDD

construcción de la persona como reflejo, como complementario, de otros. Por eso la propuesta crece cuando los personajes se ofrecen sin tapujos. El resto de la película se tambalea. Afortunadamente, esas zonas que soportan el resto son más que las que flojean. Las interpretaciones son estupendas. Y no sólo eso. Los actores disfrutan mucho con lo que hacen y la complicidad entre ellos es absoluta. La trama arranca con la boda de una pareja que se celebra el mismo día que España juega la

final de la Copa del Mundo frente a la selección holandesa. Y una declaración de intenciones queda clara desde el principio cuando las imágenes de la película Siete novias para siete hermanos sirven de prólogo a lo que va a pasar. Se suceden escenas disparatadas, se van sumando personajes extravagantes y una historia pasada que puede convertir esa familia en un vertedero. Pocas cosas mueven el mundo convirtiéndolo en una única cosa. Las uvas y el fútbol. Qué cosas.


Lunes 16 de marzo de 2015

Los hay que van solos al fútbol. Y ese trayecto desde casa al estadio se hace pesado e interminable. Parece que es un buen momento para leer, para reflexionar, para reír. Y todo eso se puede hacer con un libro entre las manos.

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De camino al estadio flexiones a las que te lleva son eternas. La vida, la muerte, las horas perdidas ante un ordenador ju gando a la amistad, la idea de pareja, la idea de soledad, la vejez, el cambio. Todos mis amigos están muertos debería ser el regalo obligatorio en cumpleaños, santos, tanatorios y fiestas navideñas. Fantástico, divertido y conmovedor. Un libro con el que disfrutar mientras nos acercamos al campo de juego en autobús, metro o caminando. Un libro que podemos leer gane o pierda nuestro equipo o nuestro deportista favorito. Es igual. Nos partiremos de risa sea como sea.

Gabriel Ramírez Lozano

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eer mientras asistimos a un espectáculo como puede ser un partido de fútbol o de baloncesto no parece buena idea. Ni creo yo que le apetezca a nadie. Sin embargo, antes o después, nos puede relajar, nos puede hacer olvidar una humillante victoria o nos puede permitir una evasión muy necesaria para lo que quede de domingo (les recuerdo que es víspera del primer y cruel día de la semana). Por distintas razones, elijo estos tres títulos que pueden acompañar a cualquier aficionado hasta la cancha de juego. La Puerta de los Infiernos. Laurent Gaudé logra con su novela retratar con precisión el sufrimiento de unos padres que pierden a su hijo, la destrucción de una relación, la venganza, la amistad y el infierno. Sí, el mismísimo infierno. No el que tenemos en la cabeza los occidentales sino el clásico, el que veían cerca Eurípides o Platón. Es una de las descripciones más conmovedoras, más terroríficas, que jamás se han escrito. Pero el gran mérito de Gaudé es que agarra una historia rebosando amargura y violencia para tratarla desde la ternura de lo cotidiano. Se acerca Gaudé a la tragedia griega en las formas y en el fondo. Incluso lo hace cuando se asoma a la teología. Perfila los personajes como lo harían los clásicos (no como un todo sino como si fueran trocitos pegados unos a otros y de los que pudiera desprenderse el individuo sin causar más que un daño local). Y lo hace con una solvencia extraña en los tiempos que corren. El lector debe estar dispuesto a tocar el mismísimo infierno con la punta de los dedos al pasar cada página. Algo así como esperar que tu equipo se libre en la última jornada del descenso. Partido a partido. Todos mis amigos están muertos. El que escribe localizó este pequeño cómic en una biblioteca municipal. Le resultó extraño que un

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libro con ese formato, con ese tipo de ilustraciones y tan delgadito estuviera colocado en la comiteca de adultos. Parecía más cosa de niños. Y no pudo contenerse, abrir el libro y echar un vistazo al interior. Por si tenía que cambiar el libro de estante, más que nada. La sorpresa fue enorme porque encontró uno de los libros que más le han hecho reír de cuantos ha leído (y eso no es poco). Risa desde la tristeza que provoca la soledad, lo inevitable, la ausencia, desde la relaciones in-

ventadas, desde las relaciones imposibles, desde la realidad disfrazada de realidad (de otra, claro). Jory John y Avery Monsen son los autores. Y un par de locos maravillosos. Escribir Todos mis amigos están muertos e ilustrarlo tan estupendamente bien sólo lo puede hacer alguien con un punto de genialidad. Con este cómic se puede reír, llorar o lo que sea, en dos minutos y medio. Es el tiempo que tardé en leerlo por primera vez. Pero las re-

Joven leyendo un libro en la parada de autobús. CONCHI GARCÍA

Flores para Algernon. Imagine por un momento. Es usted un científico capaz de hacer que una persona con deficiencias mentales desarrolle su cociente intelectual hasta niveles que le conviertan en superdotado. Ha experimentado con un ratón y parece que es posible conseguir algo así. ¿Lo haría? Y ahora, piense un momento sobre lo que va a leer. Un muchacho deficiente mental es feliz. Si se ríen de él no percibe esa crueldad como tal, los problemas apenas existen en su realidad. ¿No somos nosotros los que vemos problemas que para él no existen, somos capaces de ponernos en el lugar del otro con cierta objetividad? ¿Hay razones para desear que una mente se desarrolle y acerque a aquello que entendemos como normal? Bueno, pues estas son algunas de las preguntas que fui anotando en los márgenes de la novela de Daniel Keyes. Flores para Algernon me cautivó desde el principio y me hizo reflexionar sobre estas y otras muchas cuestiones que siempre había eludido por comodidad. En la contraportada de la edición que manejo dice que es una novela realista con toques de ciencia ficción. Creo yo que la novela en sí es pura ciencia ficción con toques realistas. Lo que ocurre es que (la ficción, en general, y la ciencia ficción, en particular, es así) desde ese género se intenta explicar el mundo real, el actual. No voy a desvelar ni una pizca de la trama porque creo que nadie me lo perdonaría, pero les aseguro que disfrutarán de una lectura inolvidable. Si se dejan acompañar por este libro, tal vez, se plantearán nuestros comportamientos racistas en el campo, nuestra violencia con los que vemos más débiles, el sentido que adquiere la masa como unidad amorfa en la que nos podemos esconder para insultar o ser agresivos.


Lunes 23 de marzo de 2015

El ser humano, dado su carácter belicoso, parece haber estado unido a una espada desde siempre. Tanto es así que, cuando dejó de utilizarse para atacar o defenderse de los enemigos, esas armas se convirtieron en herramienta necesaria para la práctica deportiva. Es lo que se conoce como esgrima.

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De armas tomar

Gabriel Ramírez Lozano

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os deportes minoritarios tienen un hueco en el cine, en la literatura o en la pintura. La esgrima es uno de ellos. Este es un deporte que aparece cuando la espada se ve relegada a un segundo plano en el terreno más bélico dado que aparecen las armas de fuego contra las que nada puede hacer el acero por muy afilado que esté. Hasta el siglo XIX, momento en el que quedan prohibidos los duelos, el buen manejo de la espada no se traslada al terreno deportivo. No obstante, en 1472 ya se había publicado el tratado La verdadera esgrima de J. Pons y un año más tarde aparecería otro titulado El manejo de las armas de combate firmado por P. de la Torre. La esgrima ha sido deporte olímpico desde la primera edición moderna. Eso sí, las mujeres pudieron participar en las competiciones olímpicas solo a partir de 1960. Son muchas las obras artísticas que han tenido este deporte como eje vertebrador del sentido de la misma obra. Los duelistas es una de ellas y, al mismo tiempo, una de las mejores películas de Ridley Scott y, también, una de las menos recordadas. Es curioso que esto sea así cuando, junto con Alien el octavo pasajero y Blade Runner, este trabajo es el mejor del director. Los duelistas es una adaptación de la novela de Joseph Conrad. El guión fue firmado por Gerald Vaughan-Hughes y es muy fiel al texto original, un relato en el que Conrad despliega buena parte de los recursos que marcaron su literatura. Los añadidos del guionista son menores resultando más estéticos que otra cosa. Lo que nos cuentan es la relación entre dos militares, Feraud y D’Hu-

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bert, que se baten en duelo a lo largo de su vida en varias ocasiones. Por distintas razones, van sobreviviendo a cada encuentro; duelos que se desarrollan de forma diversa. A caballo, a espada, breves, sangrientos. Durante el desarrollo de la trama comprobamos que, en

realidad, lo que nos van mostrando es cómo conviven y salen adelante dos formas de vida. Lo duro, belicoso, descortés y primitivo de Feraud se enfrenta a la clase aristocrática, a la calma, a la cultura exquisita de D’Hubert. El viejo conflicto de siempre. Aunque, a decir verdad, dado que el punto de vista utilizado es el de D’Hubert, el carácter y la psicología de Feraud queda algo desdibujado. Ridley Scott, influenciado (sin duda) por la película de Stanley Kubrick Barry Lyndon, busca encuadres con distintas iluminaciones que nos recuerden a algo parecido a lo que son los lienzos de la época romántica. Esa iluminación, lógicamente, naturalista, toma especial relevancia con el uso de velas y sombras en interiores. Los exteriores repiten una idea que desde el principio, Scott, quiere hacer llegar:

cómo es la relación entre los protagonistas. El fotógrafo Frank Tidy hace un trabajo espléndido. Los personajes protagonistas son encarnados por Harvey Keitel (llegaba de un intento fallido por interpretar el

papel principal en Apocalypse Now) y Keith Carradine. Ambos están muy bien dirigidos y consiguen una actuación sobresaliente. Los duelistas es una excelente muestra del cine que

se filmaba en esa época (1977) y está a la altura de las mejores películas de Scott. No dejen de prestar especial atención a cómo el director va utilizando a los personajes femeninos para que las personalidades de los duelistas vayan dibujándose con coherencia. Eso y un montaje que va en busca de lo mismo, son aspectos especialmente interesantes. Hay muchas más películas que han utilizado este deporte para desarrollar parte de la trama. Una de las más famosas es posible que sea Muere otro día, película que protagoniza el conocidísimo agente secreto James Bond (encarnado, esta vez, por Pierce Brosman). La película incluye una larga escena en la que 007 y el villano Gustav Graves (que es, en realidad, el coronel Moon, un militar norcoreano transfigurado para poder seguir haciendo fechorías sin ser reconocido) se baten en duelo. Todo parecía de lo más deportivo y termina siendo violento; una pelea a muerte. Bond y el villano destrozan el club exclusivo en el que se encuentran, terminan heridos y odiándose mucho más que antes de comenzar a pelear. La coreografía de esta escena es impecable aunque, todo hay que decirlo, es especialmente extravagante en lo que se refiera a la esgrima. No se busca enseñar la técnica de este busc ca el ens deporte en rigor sino el lucimiento de los personajes. En realidad, es difícil encontrar una película de este superagente en la que no aparezca algún deporte como forma de expresar el carácter casi sobrehumano de 007. Cuando no está practicando ssubmarinismo está subido en una moto y haciendo cabriolas. La esgrima es uno de los deportes más bellos por su estética aunque, también, uno de los menos seguidos. Posiblemente porque el que no lo practica ni lo entiende ni es capaz de seguir la evolución de un combate. Pero ell cine P i es capaz de utilizar la esgrima como vehículo narrativo salvando las dificultades. La guerra de las galaxias es un ejemplo estupendo que ilustra esto que digo. Eso sí, Anakin, Luke o la princesa Leia, tendrán su turno la próxima semana.


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Si una serie de películas tiene seguidores incondicionales, ha sido éxito en las taquillas desde la primera de las películas hasta la última, acumula el grupo de personajes más entrañables u odiosos de la historia o resultó espectacular al proyectarse en las salas, esa es La guerra de las galaxias. Y la espada como principal metáfora de una filosofía

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Martes 31 de marzo de 2015

Esgrima de color

Gabriel Ramírez Lozano

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a esgrima puede practicarse con florete, espada o sable. Pero, también, puede hacerse con un arma que solo pueden fabricar los caballeros Jedi; es decir, con la espada láser. Un arma noble que representa toda una filosofía de vida. George Lucas, cuando comenzó a realizar y producir las películas que conocemos como La guerra de las galaxias (así se llama la saga aunque cada película tiene un título propio) tenía bien aprendido lo que había representado la esgrima desde la edad media, esa forma de arte con el arma protectora o reparadora. Agarró los valores más poderosos de aquellos espadachines y los arrastró hasta esa lejana galaxia en la que se desarrollan las seis películas (pronto serán siete). ¿Por qué no armó George Lucas a sus jedis y siths con un cañón láser o con armas de destrucción imparables e invencibles? La espada es la prolongación del brazo del que la empuña. Y no se trata de acabar con el de enfrente. Hay que tocar al contrario como aviso de su derrota. Matar no va con los caballeros jedis. Con los villanos sí. Y esos sí que utilizan su espada luminosa sin reparo alguno. Por otra parte, si existe algo técnico que requiere una concentración absoluta, un dominio del propio cuerpo y gran intuición con los movimientos del contrario, es la esgrima. Y si hay tíos que se concentren más y mejor en el universo esos son los jedis o los siths. No hace falta decir que estéticamente no queda igual de bonito que el maestro Yoda mueva su espada o lance una bomba de racimo nuclear. La esgrima era necesaria, casi obligada para hacer cre-

cer a estos personajes. Por cierto, ¿por qué se tradujo el título original Star Wars como La guerra de las galaxias? Sería más adecuado Las guerras de la galaxia. Además, coincidiría con lo que sucede en la pantalla. En fin, un detalle sin apenas importancia. En las seis películas, todo lo que sucede y es importante, todo sin excepción, está acompañado de una espada láser. Los mejores personajes llevan una espada en el cinturón, las grandes catástrofes o los grandes avances se centran alrededor de una espada láser. A los villanos y a los superhéroes se les distingue gracias a esa espada. Mientras los ejércitos se destruyen entre ellos, las guerras se ganan con una espada láser en la mano de unos pocos. El bien y el mal se enfrentan a través de la esgrima. La espada láser sirve para formar a un aspirante a Jedi, para cubrir con un manto oscuro toda la galaxia o para salvar al universo de su destrucción total. Resultan inolvidables algunos momentos en los que el brillo de estas armas ilumina a los personajes. En el capítulo I, La amenaza fantasma, el combate a tres que podemos ver en el tramo final de la película es espectacular. Qui-Gon Jinn

(un Liam Neeson capaz de interpretar diciendo frases de lo más tontas –los diálogos son flojitos en este trabajo– y haciendo que el espectador se las trague sin rechistar) y el joven Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor que iría a más en los capítulos siguientes) tienen que vérselas con Darth Maul (Ray Park). Este sith es uno de los mejores villanos de la historia del cine. Fue una pena que Lucas no le diera más minutos. Sobre todo porque, a cambio, tuvimos que soportar a Jar Jar Binks, un personaje de dibujos animados más tonto que pichote y que no aportó nada de nada al conjunto de la saga. La anécdota es que este Jar Jar Binks (condenado a muerte por su pueblo al ser un torpe y fastidiar todo) termina siendo senador de la República. Como muchos de los nuestros. ¡Qué casualidad! Pues bien, las coreografías de los combates entre los dos jedis y Darth Maul son preciosas y se resuelven con gran brillantez (digo combates porque Qui-Gon Jinn ya se había enfrentado con él en el desierto de Tatooine). La doble espada láser, su color rojo y los movimientos del actor, hacen que la potencia de las imágenes de estos combates sea casi improbable.

Si Darth Maul es un malo, malísimo, bien diseñado y de evolución magnífica, Darth Vader es la máxima expresión de lo que en la saga se conoce como lado oscuro de la fuerza. Darth Vader es el resultado del proceso que vive Anakin Skywalker que le lleva al lado tenebroso de la realidad (Jake Lloyd interpreta este papel siendo niño y Hayden Christensen cuando Anakin ya es un jovencito; penosamente, por cierto). Vader reparte mandobles luminosos a diestro y siniestro aunque el combate con Luke (Mark Hamill) en el que este pierde un brazo (lo de cortar manos y piernas es una constante en la saga) y Vader confiesa que es su padre, resultó ser una de las escenas más famosas de la historia del cine. Más tarde, la anterior escena pertenece a El Imperio contraataca, durante el desenlace de El retorno del Jedi, Luke le corta la mano a papá para que comience un corto periodo de reflexión tras el que se pasa al lado luminoso de la fuerza y se carga al jefe de los malos. Aunque lo más de lo más en esgrima luminosa (y después de ver lo anterior les garantizo que no exagero) corresponde al Maestro

Yoda. Este es un ser pequeño, verde, calvo, anciano, sabio, tiene orejas puntiagudas, es reflexivo y, aparentemente, lento de movimientos. Pero no, con la espada en la mano se convierte en una especie de peluche enloquecido que tan pronto hace un doble mortal para ganar la espalda a sus enemigos como impide muertes innecesarias con el poder de la mente. Es difícil seguir sus movimientos desde el otro lado de la pantalla. Imaginen lo que supone para otro personaje luchar contra una peonza voladora con licencia para matar. El enfrentamiento con el Conde Dooku (Christopher Lee) en La venganza de los Sith, resulta fascinante. Ni en el planeta Hoth, ni en Naboo, ni en Tatooine o en el planeta Kashyyyk (en este viven los wookiess; ya saben Chewbacca y sus amiguitos) deben conocer las reglas de la esgrima como la entendemos nosotros. Ahora bien, en esa galaxia saben manejar la espada con gran arte, con los mejores valores por delante (los buenos, claro) y, por qué no decirlo, con deportividad. Que la fuerza te acompañe, querido lector.


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