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Discurso del M/G Jacinto Pérez Arcay Conmemoración del 182º aniversario de la muerte de El Libertador y Padre de la Patria Panteón Nacional, Caracas Lunes, 17 de diciembre de 2012 Penetrado de profunda tristeza por la ausencia temporal del líder de la revolución en la conmemoración del 182 aniversario de la muerte del Padre de la Patria, quiero comenzar este discurso recordando algunas palabras suyas del 17 de diciembre del año 2000, en este mismo sagrado recinto del Panteón. “¡Qué hermosos el Himno a Bolívar y estos himnos patrios que ustedes han cantado en esta hora solemne...! –exclamó Chávez al lado del sacrosanto féretro del Libertador. ¡Qué sublime sensación! Provoca llorar... provoca reír... provoca aplaudir: ¡Claro que primero nos provoca llorar...! Y creo que todos debiéramos hacerlo…, pero no llorar sólo porque un día como hoy hace 170 años murió físicamente Bolívar..., sino también porque ciertas cosas han sido silenciadas a pesar de ser parte del hecho histórico; y fueron silenciadas muy furtivamente porque era necesario proteger los bastardos intereses de la oligarquía que se entronizó en nuestros países y los explotó durante siglos. ¡Nunca perdonarán los oligarcas de América a este hombre excepcional por su abolengo espiritual, por sus talentos y por su desprendimiento; riquezas; nunca le perdonarán el haberles traicionado, ¡el hecho de ser rico y haberse ido con el pueblo desdentado!, ¡Haberse ido con los indios miserables!, ¡haberse ido a soñar y a realizar el bello sueño de convertir esclavos en libertadores!; ¡porque Bolívar no sólo convirtió esclavos en hombres libres sino que además los forjó libertadores de una Patria que habría de constituirse en un Estado democrático y social de derecho y de justicia!” Así como el brillo del oro viene desde adentro –de su peso y número atómico y de su peso molecular–, los destellos del proyecto socialista venezolano provienen de la luz de Bolívar; de esa energía espiritual sembrada por él en el inconsciente colectivo venezolano a la sazón moldeado al calor del Evangelio. En efecto, el devoto de la Santísima Trinidad se hizo Alfarero de la República en una geografía que había sido penetrada por Colón, no sólo con el Pendón de Castilla sino fundamentalmente con la Cruz del Cristo Redentor. En el inconsciente de la Patria se encuentra, pues, el hontanar de nuestra raza mestiza; el fuego sagrado prendido por Bolívar, esa inmensa llamarada suya de iluminación del porvenir que le permitió penetrar hasta los más íntimos fundamentos de la política para imaginar, inventar, crear y trazar un proyecto compacto y artillado de Unión de los países de la América Meridional…, pendiente de concreción. Ajedrecista holístico, Bolívar se elevó por cima del misterio del poder político de entonces, lo descifró y desde el atalaya del Universo pudo jugar posiciones en escenarios geopolíticos del ajedrez de la globalización; él sabía que a la larga la naturaleza no permite que un pueblo permanezca inmóvil…, que todo pueblo tiene que retroceder o avanzar.


Venezuela habrá de avanzar al calor de la palabra sembrada por Cristo y por Bolívar porque es en ese manantial donde radican las pulsiones del Eros, las fuerzas igualitaristas para la regeneración del pueblo venezolano. Véase, si no, cómo el preámbulo de la Constitución, además de señalar el ideario político del modelo bolivariano, invoca a Dios en la praxis de principios y valores sociales necesarios a la forja del hombre nuevo. Pero la naturaleza no da saltos. Mutatis mutandis con la revolución política, precisamos inventar y descubrir nuevos caminos pedagógicoeducativos en un país que aun cuando su ethos se arraiga en el igualitarismo social, arrastra graves problemas heredados de la globalización darwiniana e inmisericorde, en especial los sistemas de valores negativos, esa contracultura universal que lleva aparejada la crisis política, económica, social y sobre todo moral que sigue golpeándonos a todos. El pueblo venezolano votó la Constitución revolucionaria del 15 Dic. 99 porque había arribado a un estadio superior de su espíritu. Nuestra es la responsabilidad de desarrollar en el colectivo nacional la conciencia de su destino social, la conciencia de sus deberes y, consiguientemente, fuerza es saber que sólo cultivándose el hombre desde las entrañas mismas de su tierra patria, podrá conocerla, amarla y defenderla: En términos de psicología social esas entrañas palpitan al calor del Redentor y del Libertador y sólo con ellos, espiritualizadas sus vidas, conseguirán los hombres consolidarse en Nación como elemento esencial del Estado. El sentido de pertenencia a un pueblo –según enseña la antropogeografía– nace del hecho de que cada ser humano, con la impronta de una conexión espiritual tradicional, actualiza esta conexión, de modo vivo, dentro de sí mismo. Sólo un idóneo liderazgo con vocación de apostolado podrá inducir al pueblo a que se esfuerce en conocer sus gloriosas tradiciones; sólo mediante la enseñanza y la predicación con el ejemplo y una voluntad política unitaria podrán los hombres potenciar y elevar su intelecto y su moral, su mística y espíritu nacional y solo concienciados podrán defender su Patria. Por ello el hombre necesita saber de dónde viene para orientar su porvenir, necesita nuclear su nacionalismo en torno a su historia patria. Y es que, como decía Gaitán, a los pueblos no se les puede robar el sentimiento nacionalista, porque el hombre es como las plantas…, y las plantas dan flores y frutos, no por las plantas mismas sino por la tierra y por el surco donde han prendido. Y por tanto, hombres ni pueblos pueden ser grandes ni fuertes, sino en razón de las tumbas de sus mayores que es el lugar donde tienen que buscar el alimento para su futuro. Ergo, para redimir a Venezuela de sus males presentes precisamos conocer aquellos recados de la Historia que permitan planificar y avanzar con rectitud al porvenir. Es imposible escrutar el pasado –según enseña Ortega y Gasset–, sin que de rebote podamos vislumbrar algo del futuro. Consiguientemente, siendo la pedagogía la ciencia de la educación, necesitamos pedagogos que inspiren su diario quehacer en los viejos sabios que nos precedieron en cuanto que el proyecto socialista revolucionario que adelantamos, urge de luces y virtudes sociales según decía Simón Rodríguez, y del espíritu de sublimación que aleccionaba Bolívar: “El progreso de las luces es el que ensancha el progreso de la práctica y la rectitud de espíritu es la que ensancha el progreso de las luces”.


Estamos refundando la República al calor de una revolución pacífica y ello entraña aplicación de una sabia cirugía a los vicios y problemas enquistados para que la nación como un todo, pueda levantarse y sostenerse. Hablar de República implica hablar de la cosa pública y toda filosofía política impone una filosofía de la educación. Luego, para estructurar la sociedad que aspiramos, requerimos un modelo de hombre que la haga posible; nos referimos al hombre republicano, que decía Simón Rodríguez, el nuevo hombre sin cuyo aliento espiritual no podríamos hacer posible la nueva República. Sabemos, como decía Bolívar, que un pueblo pervertido si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla; porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud: que el imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos, porque son más inflexibles, y todo debe someterse a su benéfico rigor: que las buenas costumbres, y no la fuerza, son las columnas de las leyes: que el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la libertad (…) Tendremos, por tanto, que sembrar la revolución educativa inspirados en Bolívar en obsequio de la rectitud de espíritu que nos dejó como legado. Urge sembrar un recio apostolado durante un proceso de siglos respecto de una fe política, patriótica y cristiana que implique contrarrestar la psicosis derivada de la violencia ilegítima enquistada en la Nación: “Si hay alguna violencia justa –decía Bolívar–, es aquella que se emplea en hacer a los hombres buenos y, por consiguiente, felices: sin fuerza no hay virtud, y sin virtud perece la República”. Y hasta el mismo Cristo revolucionario nos adelantaba con audacia y belleza: “Quizás creáis que he venido a traer la paz a la tierra; no, he venido para arrojar la espada. En una casa de cinco personas, tres estarán contra dos y dos contra tres. He venido para traer el fuego a la tierra; ¡tanto mejor si la tierra arde ya!”. Urgimos de leyes inexorables que permitan encauzar hacia el bien las perniciosas valoraciones enquistadas en la psiquis colectiva a raíz de la muerte de Bolívar: precisamos espiritualizar la educación, practicar la verdad y perfeccionar la libertad, sine qua non del Bien Común, la Justicia Social y la Seguridad Jurídica como fines del Estado. Esto es así porque sólo penetrado el hombre de valores ciudadanos a partir de su niñez podremos consolidar la Nación y levantar y sostener el edificio de la república socialista. Amparados en la revolución moralizadora planteada por Bolívar alcanzaríamos a forjar republicanos y así, lanzados a predicar con el ejemplo al calor de la palabra diáfana y honesta, pudiéramos realizar en paz los cambios biopsicosociales que requiere Venezuela. Estamos hablando del Poder Moral. ¿Y qué nos ha dicho el líder Presidente al respecto? “El pueblo bolivariano tomó conciencia de su destino y por ello nunca más permitirá ser manipulado al calor de tantas campañas mediáticas que en todo tiempo y en todos los idiomas andan desatadas por el mundo. Y es que el espíritu del pueblo es siempre recto, como dijo Bolívar ante el Consejo de Gobierno del Perú en 1826: ‘Creo más en la sabiduría del pueblo que en los consejos de los sabios’. Yo creo en esas multitudes –afirma el Jefe del Estado– yo creo en ese pueblo que me ha dado manifestaciones categóricas de fuerza, conciencia y claridad… ¡Siento que esas multitudes hablan por mis labios...! Por ello repito con el Libertador: ¡Creo mucho más en la sabiduría del pueblo que en los consejos de los sabios! ¡Si alguien quiere saber cuál es la verdad,


búsquenla en los cerros, en los campos y en las calles del país nacional; en sus pasiones, en sus ideas y en su espontaneidad para la lucha: porque ese pueblo sí sabe cuál es la verdad, dónde está la verdad y dónde la mentira! En medio de esta fase revolucionaria tan intensa, tan hermosa y encendida – sigue diciendo el Presidente–, pienso que el pueblo venezolano se encontró a sí mismo..., siento que somos el emblema, el reflejo, un todo de la situación universal..., ¡somos como una llama!, ¡andamos encendidos de amor…, como una llama profunda de iluminación y eso es lo que otros no tienen… porque esto no se puede simular! El fuego sagrado que inflamó las almas de Miranda y del Libertador es el mismo que nos inflama a nosotros..., que nos enciende con aquel trascendente ideal de libertad y gloria que no tiene fin. Nuestra fortaleza espiritual y por tanto no podrá ser apagada jamás por esa minoría oligárquica con todas las tempestades que puedan levantar…, ni con sus intrigas, ni con sus influencias ni con el dinero acumulado sobre la desgracia de un gran pueblo… Alguien decía que la felicidad no está en llegar a la cima y eso es cierto: la felicidad está en cada paso del camino..., en la forma espiritual de cómo hagamos el camino, aunque nunca lleguemos a la cumbre...! ¿Cómo, entonces, haremos el camino? ¡Con el alma, que va más allá de la historia de la vida; y somos felices porque estamos luchando por amor a los demás, batallando por nuestros ideales..., por la Justicia que es la que conserva la República; y…, si no llegamos a la cima, no importa, ¡que lleguen nuestros hijos a la Venezuela bonita de la que hablaba y cantaba Alí Primera, ese gran revolucionario!”. Decía Bolívar que la libertad se encuentra enferma de anarquía y hoy estamos viendo gente insensata que está jugando al caos; gente que quisiera la destrucción de Venezuela…, vieja sociedad oligárquica que enfrenta al concepto igualitario de la vida. ¡Aquí hay un gobierno bolivariano y un gran pueblo hasta ayer abandonado, lastimado, pero con inquebrantable fe en la causa revolucionaria, con fraternal amor saliendo de una situación tan desastrosa como la que hemos heredado! ¡El ideal bolivariano es fecundo porque está asociado al espíritu de Dios! ¡Saldremos de la oscuridad en paz, porque la paz es siempre fruto del espíritu!, ¡saldremos en democracia y aquí, como lo he dicho, tendremos una Patria reconstruida y hermosa!”. Simón Bolívar es nuestro más grande y más esclarecido maestro y predicador con el ejemplo. El análisis del progreso de nuestras instituciones políticas nos revela los innúmeros desiertos que Bolívar debió cruzar para alcanzar la libertad e implementarla dentro del proceso civilizatorio: luchó por enseñar a sus contemporáneos las experiencias en la creación del Estado, de la nación, de las leyes y la libertad; pero, por sobre todo, Bolívar procuró que a futuro su doctrina permitiera solucionar los problemas inherentes a los pueblos de la América Latina para formarse como países, como organismos supraindividuales, como Estados verdaderamente libres. En efecto, con base en sus conocimientos de las instituciones políticas de los antiguos y de los modernos y con la experiencia de su lucha militar por la independencia, Bolívar elabora un gran proyecto político de Nación de Repúblicas que ha trascendido hasta las generaciones de hoy y que nos remite al estudio del Estado como organismo viviente. ¿Cómo se forjan estos organismos?


La geopolítica observa al Estado como expresión de la evolución humana en la dimensión espacio-temporal del planeta; como organismo supraindividual resultante de la afirmación milenaria que la psiquis colectiva de una Nación ejerce sobre su geografía y, recíprocamente, la que ésta ejerce sobre aquella. La geopolítica concibe al Estado como organismo viviente, resultante del élan vital – impulso espontáneo de la vida en la materia–, y de la integración-afirmación de los hombres como Nación en determinados espacios del planeta. De todo el amplio cuerpo de conocimientos de esta disciplina, el campo que ofrece mejores y crecientes perspectivas para la reflexión del estadista es el psicosocial, respecto del cual sería posible imaginar, siguiendo a Freud, que las instancias psíquicas que prefiguramos en la mente del hombre individual –id, ego y super ego–, se presumen etnológicas en la psiquis de la Nación que con su fuerza espiritual potencia la relación hombre-suelo, activa el campo psicofísico y permite a sus líderes remontarse sobre sí mismos hasta alcanzar el tope piramidal del poder político soberano. En ese orden de ideas pudiérase intuir –por extensión de los rasgos dinámicos y los rasgos particulares en el organismo humano– la existencia en el Estado de rasgos y aspectos colectivos tales como el temperamento y el carácter nacional, así como también la personalidad estatal. Pudiérase observar, además, que es en el inconsciente colectivo de la sociedad abstracta mayor –la Nación– donde reside el manantial de los impulsos vitales del Estado como organismo. Y es en esa compleja conjugación antropogeográfica, sempiternamente vinculada al principio de la selección natural, donde pareciera concatenarse la Nación y radicar la vida del Estado como organismo que nace, crece y muere en medio de permanentes contradicciones, luchas y conflictos con sus pares circunvecinos y/o Estados-Potencia donde sobreviven los más aptos. Expliquemos el aserto por correlación de ideas: los conflictos –reales o latentes– entre individuos constituyen la secuencial respuesta a procesos darwinianos que informan acerca de la sobrevivencia de los más fuertes o más desarrollados, y esto, por extensión, es aplicable también al Estado como organismo. Hoy está planteada una contradicción que pareciera insalvable –a causa del petróleo– entre el Estado venezolano y el Estado imperial. Esto es así porque si las necesidades son infinitas y los recursos para satisfacerlas son escasos, a las aspiraciones simultáneas seguirán conflictos y enfrentamientos hasta concretarse el proceso de dominio del más fuerte o el más apto para sobrevivir en el planeta. El Estado es una realidad concreta constituida por tres elementos esenciales: territorio, nación y poder soberano, amén de otros componentes existenciales. El campo psicofísico estatal está centripetado en la Nación, la cual deviene de la integración espíritu-intelectual y moral de hombres vinculados por la sangre y la raza, valores y costumbres, religión, cultura y por una historia común. La Nación es, por antonomasia, el elemento personificador del Estado que, al decir de Platón, Hegel, Hobbes, Ratzel, Haushofer y geopolíticos en general, es una realidad objetiva, sensible y racional como la persona humana. En ese orden de ideas todo Estado aflora de bulto desde su inconsciente un mundo de sentimientos que define su compleja y única personalidad, su “temperamento estatal”, su “carácter nacional” y su “conciencia nacional”, amén de particulares sistemas de valores, mecanismos de defensa y tendencias –fuerzas de la psique– que le permiten transformarse y adelantar posiciones en la lucha –selección natural– que mantiene con otros Estados (capacidad de intuición y sobrevivencia).


Todo pueblo necesita aquilatar su conciencia ciudadana sembrando cada quien en su alma la forma de abordar y resolver estructuralmente sus problemas, en especial los vinculados a las pasiones, para evitar que se tornen destructivos. Y aquí la pregunta esfíngica: ¿mantiene la nación venezolana en su inconsciente colectivo las potencialidades que otrora, como hontanar genealógico, hicieron posible que el ejército libertador a cuya cabeza volaba Bolívar, tramontara los espacios desde el Orinoco hasta el Potosí para libertar a la América? Si nos hubiésemos amparado en el pensamiento conductor de Bolívar como forjador de la Nación de Repúblicas, nuestros pueblos estarían en mejores condiciones para dar pasos más firmes en el objetivo de equilibrar y salvar el Universo. Inspirados en la cosmovisión del Patriarca, debemos entonces remontarnos y converger con él a la cumbre espacio-tiempo para enviar a todos los recintos de la tierra una andanada de imágenes de Libertad y Dignidad. ¿No es eso lo que predica y hace el Jefe del Estado venezolano? Imaginamos a Bolívar haciendo oblación de los pueblos libertados por su espada quijotesca, lo que supone verlo en sublime convergencia espiritual con el Cristo Redentor. Ambos están consagrados como protagonistas incontestables de la Libertad: Cristo, Redentor del Espíritu, en rectitud, y Bolívar, Rector de la libertad en la catequesis cristiana. ¿Paradójico? La independencia, la paz y la unión constituyen el punto de reflexión que nos remite en dialéctica hegeliana a los tres Insignes “Majaderos” de la Historia que vivían en el pensamiento, palabra y obra de Bolívar: Bolívar, el hombre que habló con el cerebro y con el corazón, que «esbozó» ideas para ser analizadas no superficialmente sino en profundidad, por cuanto observa en sus periplos mentales, con su mirada de acuidades aguileñas, la profunda vinculación de su persona con don Quijote y con EL CRISTO. Bolívar afirma que “la unión del incensario con la espada de la ley es la verdadera arca de la alianza”; Bolívar ha visto los siglos futuros cuando expresa que “la suerte de Venezuela no puede serle indiferente ni aún después de muerto” y con ello se introduce en los predios de Jesús. Y cabe preguntarse: ¿en el misterio de su alma, sustentaba Bolívar su magisterio en los postulados de Jesús? Jesús –dice Bolívar– que fue la luz de la tierra, no quiso dignidades ni coronas en el mundo. Él llamaba a los hombres hermanos, les enseñó la igualdad, les predicó las virtudes más republicanas y les mandó a ser libres, porque los amonestó que debían ser perfectos. Pero es el mismo Bolívar quien, a lo largo del proceso de su holocausto recordará y protestará la ceguedad de los hombres que no alcanzan enteramente a penetrar la necesidad de declarar la guerra al egoísmo, a entender –como se lo recriminó a Santander– “las enseñanzas (parábolas) de Jesús, que se empeñaba en contra de la ley natural, en no exigir nada para sí mismo y entregar todo a los demás”. Es evidente en el legado espiritual de Bolívar la interpretación de la sublime obra de Jesús: Bolívar percibe que quienes seguían al Redentor, al suplir con ingenuas conjeturas lo que había de oscuro para ellos en el alma extraordinaria de su Maestro, equivocaron el camino al seguirle y, consecuencialmente, perdidos, le abandonaron. De allí que, al final de sus días, Bolívar se mira en el espejo de Aquella Soledad espantosa de los Olivos –cuando el alma de Jesús experimentara su tristeza infinita– y se contempla a sí mismo como el único espectador del drama americano: el drama


de la insurgencia del egoísmo, la ignorancia, la hipocresía y la incomprensión. ¿Vidas paralelas? ¿Aró, Jesús, como él, en el mar? Pregunta esfíngica. ¿Y todo, para qué? Para que el Padre sea glorificado en el Hijo. El penetrante ingenio de Bolívar permitióle parafrasear la doctrina platónica de las ideas sobre las pruebas de la existencia de Dios; le inspiró frases llenas de encanto; frases que sugieren respetar el orden de la naturaleza: No todos los corazones están formados para amar a todas las beldades; ni todos los ojos son capaces de soportar la luz celestial de la Perfección. El libro de los Apóstoles, la moral de Jesús, la obra Divina que nos ha enviado la Providencia para mejorar a los hombres, tan sublime, tan santa, es un diluvio de fuego devorador en Constantinopla, y el Asia entera ardería en vivas llamas si este libro de paz se le impusiese repentinamente por código de la Religión, de Leyes, de Costumbres. El filósofo de la educación y psicólogo social que palpita con tanto amor en el Discurso ante el Congreso de Angostura esboza los parámetros biopsicosociales e histórico-geográficos que informan la personalidad y conducta colectiva del hombre. Es evidente la vigencia del pensamiento de Bolívar: trata de forjar un pueblo que no se contente con ser libre y fuerte sino que sea virtuoso porque solo así podrá sobrevivir como Nación en el escenario mundial de la civilización. Bolívar alude y exige la enseñanza previa de la ciudadanía antes de someterla al cumplimiento de la ley; insiste en preparar al hombre para la libertad cultivando previamente el espíritu; el hombre debe captar el ordenamiento universal; debe saber que los elementos de la naturaleza no pueden coexistir sino en equilibrio o armonía: cuando el conflicto se torna irreversible se distorsionan las estructuras con inclinaciones antitéticas: las estructuras carentes de orientaciones éticas degradan y destruyen; la rectitud de espíritu eleva al hombre sobre las compulsiones inconscientes que le mantienen sojuzgando o sojuzgado y puede, por tanto, colocarse por encima del conflicto y resolverlo. Esto conlleva la salvación de los elementos antitéticos. La naturaleza, así, pareciera obedecer al hombre cuando desarrolla sus facultades superiores; cuando sublima (transforma) sus compulsiones destructivas y se orienta por el camino de las construcciones del Eros: “El progreso de las luces – enseña Bolívar– es el que ensancha el progreso de la práctica; y la rectitud de espíritu es la que ensancha el progreso de las luces”. ¿Seguiremos sordos a los mandatos del gran legislador? ¿No dice el forjador de este país, siguiendo a Montesquieu, que las leyes a aplicar deben ser propias para el pueblo que se hacen?, ¿y qué es lo que están pidiendo desde el fondo de sus necesidades apremiantes los hijos de Bolívar? Entonces, ¿por qué no oír esas, las voces del silencio, el sentimiento herido de este grande pueblo abandonado? Día llegará en que la doctrina de Bolívar se interne firmemente en toda la Nación. Entonces hablaremos de República digna, próspera y fuerte. Y es que ella es un legado irrevocable al que no podemos renunciar…, fuego sagrado ése, el de su discurso eterno que permite trazar y abrir caminos de perfección. Esta particular revolución que conduce con tanto honor y con tanta gloria el Comandante Chávez, necesita ampararse en el pensamiento y doctrina educativa de Bolívar…, precisa de aquella su rectitud de espíritu para ensanchar el progreso de la práctica y catequizar en silencio el verbo de Jesús.


En una revolución pacífica el arma eficaz es la palabra investida de la verdad. El Evangelio nos dice que “la raíz de los consejos es el corazón y de él brotan cuatro ramas: el bien y el mal, la vida y la muerte; mas quien decide siempre es el lenguaje”: ora perturbando, corrompiendo y destruyendo la vida en el planeta…, ora inclinando al hombre a superarse…, permitiéndole acercarse cada día más a su Creador. La esencia del lenguaje revela nobleza o perfidia porque estimula y desencadena mediante la verdad o la mentira –hija ésta de la ignorancia, la vanidad y la hipocresía–, una u otra de las pulsiones antagónicas del hombre: la de su buen corazón o la del Satán que cada uno lleva dentro. Es una esencia que induce al Bien en cuanto sublima la conducta de la persona humana y la perfecciona…, o al Mal, que corrompe lo que impregna a la par que lo destruye. Con psicoanalítico acento lo dijo Jesús de Nazaret, en el fondo de cuyo verbo palpita la psicología profunda: “Todo árbol se conoce por su fruto. No hay árbol bueno que dé una fruta mala, ni al revés: no hay árbol malo que dé una fruta buena; no se sacan higos de los espinos ni de las zarzas se sacan uvas; el hombre bueno saca cosas buenas del tesoro que tiene dentro, y el que es malo, de su fondo malo saca cosas malas, porque la boca habla de lo que abunda en el corazón” (Lucas 6; 43-46). Consecuentemente, precisamos de maestros de primeras enseñanzas, de apostolados verdaderos, de «pastores que conozcan y conduzcan sus ovejas y den sus vidas por ellas». Esto es así por cuanto la naturaleza no da saltos y porque la Nación venezolana, uncida secularmente al triple yugo de la ignorancia, la tiranía y el vicio, requiere urgentemente la reordenación moral de su conducta al calor de la enseñanza. ¿Cómo hacerle adquirir al hombre el saber, el poder y la virtud? Podríamos aprender de nuestro Alfarero, quien decía que las palabras debían confirmarse con los hechos porque la forja del alma, vida y corazón del hombre supone predicación con el ejemplo, empezando con la del gobernante, que debe ser virtuoso. Es en la rectitud de espíritu donde radica el cristianismo de Bolívar; es su fuego sagrado –Verbo, Trabajo y Ejemplo–, su llama profunda de iluminación del porvenir la que permitióle alumbrar los caminos desde el Orinoco hasta el Potosí; caminos donde percibimos a plenitud al Cristo Redentor. Consubstanciado de libertad en rectitud espiritual, Bolívar hacía lo indecible para mantener inmarcesible su gloria y su reputación. Inquebrantable su fe en aquellos caminos liberadores de las campañas del Magdalena, Admirable, Boyacá, Carabobo, Bomboná, Pichincha, Junín, Ayacucho… en espirales crecientes, ascendentes y de perfección, iba adelante y obligaba mucho; trabajaba con desinterés, dando el ejemplo… No hacía concesión a ninguna necesidad; moría aceleradamente. Como el Cristo Redentor, creía firmemente en la realidad de su ideal. Su conducta personifica el impoluto pensamiento de Pascal: el hombre supera infinitamente al hombre y es testimonio de que, elevándose, se acerca cada día más a su Creador. ¿No es eso lo que condensa el excelso pensamiento de Teilhard de Chardin en su estupenda obra, El fenómeno Humano cuando afirma que todo lo que se eleva converge: Tout ce qui monte converge…? El proceso educativo precisa de maestros verdaderos que estimulen las pulsiones constructivas del discípulo… pero también de la sublimación de sus pasiones, permitiéndole con ello aquilatar su carácter y su personalidad. Bolívar piensa que es


así como debiera orientarse la conducta ciudadana hacia la consecución del Bien Común, la Justicia Social y la Seguridad Jurídica como fines concretos para el crecimiento en libertad. En este proceso avasallador en que enfrentamos una globalización inmisericorde que conlleva luchas sordas por la sobrevivencia donde solo persisten los más capaces, todo venezolano necesita sublimar y orientar sus potencialidades creadoras a partir de la mismísima niñez. Luego, precisamos dar calor al poder moral bolivariano, una revolución educativa que luego de algunas décadas nos permita predicar con el ejemplo; si no somos apóstoles verdaderos, los hijos a quienes hayamos de transmitir la vida no podrán mantener con dignidad su gentilicio. Solo con autosuficiencia podremos conformar aquella soñada nación capaz de apagar los bríos de quienes pretendan hollar las túnicas de nuestro patriotismo. Necesitamos, pues, cultivar en la nación las virtudes cardinales –prudencia, justicia, fortaleza y templanza– en tanto que es imperioso afrontar el porvenir con el enemigo a las puertas: urgimos cultivar a nivel de la Escuela Primaria la mística bolivariana y la mística cristiana porque es allí donde reside nuestra verdadera fortaleza…, son ellas las que permiten luchar hasta vencer o morir por el ideal de la Patria. La piedra angular de los problemas de Estado que requieren solución educativa es la madre de familia, en tanto que los hogares, que son la esencia de la sociedad, se han debilitado, y muchos de ellos se han perdido en la vorágine de la pedagogía ambiental intoxicada de ruidos y sexo y aguardiente y loterías y cigarrillos y droga que los adolescentes, inermes ante las subliminales y corruptoras propagandas tienen que comprarlos al alto precio del delito y de su propia degeneración. ¿Cómo apartar al hombre de esa nube comunicacional que induce al dinero fácil, que siembra el complejo de querer ser importante y del dogma del “tanto tienes tanto vales”? Convalidamos los criterios del filósofo norteamericano Ralph Emerson sobre ética y moralidad de nuestros pueblos; suscribimos su Crítica de las costumbres así como la interpretación que de ella hace José Ingenieros en su estupenda obra Hacia una moral sin dogmas: ¿Es el dinero la raíz de todo mal? Emerson predicó contra los graves peligros que veía en el culto de las riquezas. Sus ideas religiosas están más cerca del panteísmo que de cualquier elemento sensual o egoísta, para hacerla capaz de unirse a Dios. La vida, las doctrinas y la acción social de Emerson, nos permiten comprender que la moralidad humana puede expandirse sin la tutela de dogma alguno. Las reflexiones de Emerson convalidan a plenitud el acento vigoroso con el que Jesús combatía la hipocresía de los fariseos: Los escribas y los fariseos –dice Jesús de Nazaret– están sentados en la cátedra de Moisés. Haced lo que os dicen; pero no hagáis como hacen, porque ellos dicen y no hacen. Ellos crean pesadas cargas, imposibles de llevar, y las colocan sobre los hombros de los demás; en cuanto a ellos, no tratan de moverlas ni con la punta de un dedo. Todo lo hacen para que les vean los hombres: se pasean con largas túnicas; llevan anchos filacterios; sus mantos tienen las orlas más largas; ocupan los


primeros puestos en los festines y los primeros asientos en las sinagogas; les gusta que los saluden en las calles y que les llamen “maestro”. ¡Ay de ellos!… ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas que os habéis apoderado de la llave de la ciencia y sólo la utilizáis para cerrar a los hombres el reino de los cielos! ¡Ni entráis ni dejáis entrar a los demás! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Porque limpiáis el exterior de la copa y el plato; pero el interior, que está lleno de rapiña y codicia, no lo tenéis en cuenta. Fariseo ciego, lava primero el interior. Después te ocuparás de la limpieza del exterior. Ergo, necesitamos de la rectitud de espíritu propia del Cristo así como del orden como primera ley del universo: desde hace siglos estamos sin conocimiento organizado, sin sustentación en las ciencias del alma que son las que permiten a las personas accionar como Nación. ¿Cómo salvar a tantos púberes y adolescentes de la execrable pedagogía ambiental, del vicio y la ignorancia que vende la publicidad al infamante precio de la degeneración del hombre? ¿Será que en estas coyunturas de nuestro revolucionario proyecto educativo pudieran programarse a nivel de los gobiernos estadales y municipales suficientes y optimizados centros de enseñanza –liceos militarizados entre ellos– que permitan apartarlos del precitado entorno delictivo? Bolívar dice que solo amparados en una muy profunda y permanente revolución educativa cuyo dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, estaremos en capacidad de sublimar tantas pasiones y consolidar la célula fundamental de la sociedad cuyo centro, como un sol, sabemos que es la madre. Sólo así podremos alcanzar aquella Venezuela soñada por el Padre de la Patria cuando su imaginación se fijaba en los siglos futuros. ¿Cómo lograrlo si no comenzamos a formar la futura madre desde la mismísima niñez? ¿Cómo hacerlo en medio de una pedagogía ambiental dominada por una industria televisiva globalizada que entrampa al individuo, subliminaliza su conducta y con ello la estructura espiritual de la Nación? ¿Implica esto una imprescindible reorientación moral de la conducta nacional?, ¿el sancionamiento de aquellas leyes inexorables que exigía Bolívar ante la Convención de Ocaña?, ¿la reforma estructural del magisterio consubstanciada con el sistema de valores e ideales que informaron el proyecto educativo de Simón Rodríguez y el Poder Moral de Simón Bolívar? Para lograr ese objetivo precisamos cambiar la conducta de los hombres para el bien, que es lo que los perfecciona…, y ello se obtiene modificando las condiciones de las cuales esa conducta es función. ¿Cómo modificar, entonces, las condiciones que han conducido al pueblo inerme a la ignorancia, la tiranía mediática y el vicio? Podríamos decir con Skinner (Más allá de la libertad y la dignidad) que quizá no podamos diseñar a perfección una cultura, en su conjunto, pero lo que sí puede quedar a nuestro alcance es el diseño de prácticas mejores, aunque sea de modo fragmentario. ¿No es ese, acaso, el objetivo esencial de las Misiones que con tanto ahínco ha venido programando y activando el Gobierno bolivariano? Insistimos con Bolívar en que el progreso de las luces es el que ensancha el progreso de la práctica y en tal sentido estamos obligados a proteger e impulsar la revolución educativa, a seguir adelante, cultivando y perfeccionando el espíritu nacional por encima de rencores y retaliaciones. Nada fácil, pero estamos en la obligación de canalizar pedagógica y psicológicamente todo instinto de lucha como lo escribió y


predicó el maestro Prieto Figueroa, cuando propiciaba la creación del Estado docente a los fines sublimes de los cambios de conducta al calor de la enseñanza. Precisamos un período de tiempo no menor de treinta años bajo férula psicopedagógica que permita levantar y sostener la pirámide educativa y elevar la autoestima de todos y cada uno de los hombres; es necesario sopesar y premiar la valoración moral de los actos humanos. Sólo amparados en una revolución que permita educar al hombre en una escuela de moral y de justicia podríamos evitar que se disuelva en petróleo nuestro Estado en el planeta. Precisamos de un pulso infinitamente firme y un tacto infinitamente delicado para alcanzar la gobernabilidad y recuperar la autoridad perdida. Ahora bien, ¿cómo encauzar hacia el Eros los caminos del odio que devienen de mil causas distintas y que persisten aquí y ahora? Sabemos con el fundador de este país, que “si no hay un respeto sagrado por la Patria, por las leyes y por las autoridades, la sociedad es una confusión, un abismo; es un conflicto singular de hombre a hombre, de cuerpo a cuerpo”; luego, ¿cómo salvar a Venezuela del camino de la sangre? El camino de perfección de los pueblos del mundo es el de las modificaciones favorables de la conducta individual y colectiva. Luego, urgimos de una revolución educativa que implique una evangelizadora pedagogía ambiental y obligue una moralizadora comunicación social. De alguna manera la Nación tendrá que protegerse del éxtasis de la comunicación. Debemos cultivar el espíritu nacional, enaltecer la voluntad política e inflamarnos de voluntad patriótica. Bueno es saber que el proyecto educativo que necesita este país para proyectarse al porvenir no puede tener más postulados que los pertinentes a la rectitud de espíritu como camino, verdad y vida personificados por el Redentor del Mundo. El proyecto del Poder Moral bolivariano dice relación con la revolución del Cristo a la par que connota sabiduría y profundo conocimiento del país y de los hombres… Con fragoroso acento, siempre adelante, Libertador o muerto, insiste Bolívar en la salvación del hombre por el hombre, induciendo a luchar “por el bien inestimable de la unión”. Su moral en veces pareciera volteriana pero en esencia es cristiana porque se nutre del desprendimiento que es la religión del corazón; una moral que implica el holocausto por el pueblo, por la libertad en pie de igualdad. ¡Cuántas horas desesperanzadas y de compasión hubo de tener Bolívar por aquellas multitudes, por aquella Colombia que al final de sus días le redujo a la melancolía cuando le resultara hija tan rebelde, tan trabajosa y tan desgraciada! ¡Cuánto rubor en esa trascendente confesión! Su mirada de siglos alcanzaba a ver a los hombres colocando sus intereses sobre los de la Patria por la que él luchaba y moría y esa negra perspectiva conmocionaba su alma ocasionándole grandes sufrimientos morales. Bolívar sabía que tenía que arder y consumirse en ese fuego sagrado para intentar iluminar aquellas tinieblas. Al final de sus días, cuando lo había dado todo, tuvo la impresión de que al pedir pan le daban piedras: Así se colige de lo que le escribe a Santander: Lo poco que me queda no alcanza para mi indigente familia, que está arruinada por seguir mis opiniones; sin mí ella no estaría destruida, y por lo mismo, debo llevar un pan que comer, porque yo no tengo la paciencia ni el talento de Dionisio de Siracusa, que se metió a enseñar niños en su desgracia.


Bolívar se había quedado en la indigencia después de haberlo dado todo. Tan solo le quedaba el honor y la visión profética: “Desearía tener una fortuna material que dar a cada colombiano, pero no tengo nada –protestaba cuando desconfiaban de su desprendimiento– sólo tengo un corazón para amarlos y una espada para defenderlos”. Su penetrante percepción de la necesidad de enfrentar y desbordar el shock del futuro le previene al advertir que la nación se anarquiza porque el hombre no cultiva ni el cuerpo ni el alma ni su entorno social; se atrasa y autodestruye “uncido como está al triple yugo de la ignorancia, la tiranía y el vicio”. Bolívar cree en las leyes de la evolución y sabe que la naturaleza no da saltos. Consiguientemente, en las horas más desesperanzadoras se pregunta cómo enderezar el camino de los hombres hacia la Verdad y la Vida y así se lo hace saber a sus hombres más esclarecidos, como Sucre. Era amigo de los hombres, pero más amigo de La Verdad y, en tal sentido repetía: “la amistad tiene en mi corazón un templo y un tribunal, a los cuales consagro mis sentimientos y mis deberes”. En aquel tiempo Bolívar confesaba con franqueza su pesimismo respecto de la autoridad moral de los americanos para mandarse y es por ello que procuraba en todo tiempo corregirlos y educarlos. El Alfarero de Repúblicas fuerza a internalizar la ley moral en la conciencia del ciudadano induciéndole a amar y educar a sus semejantes. Afirma que “la educación forma al hombre moral, y para formar un legislador se necesita, ciertamente, educarlo en una escuela de moral, de justicia y de leyes…; sin fuerza no hay virtud, y sin virtud perece la república”. Bolívar persiste en afirmar que “la moral, en máximas religiosas y en la práctica conservadora de la salud y de la vida, es una de las enseñanzas que ningún maestro puede descuidar”. Al estilo de Jesús, Bolívar no hace concesión a la necesidad: predica la guerra a la naturaleza física en obsequio a la espiritualidad. Sus argumentos envuelven hiperbólicas fuerzas moralizadoras que conllevan contrarrestar la psicosis derivada de la violencia producida por la ignorancia, la tiranía y el vicio. Advierte que sin fuerza no hay virtud y sin virtud perecen las repúblicas porque se envuelven en la degeneración. El legado de Bolívar es un monumento al poder de la voluntad del hombre en los caminos de la perfección: su filosofía traduce la volteriana energía del ejemplo: Moral y Luces resumen el sacrificio de su vida por el todo americano. Tragedia y comedia de sus “majaderías” para plantear la libertad; majaderías por las cuales ahora es su espíritu transfigurado quien oculta su rubor en el Panteón porque presumimos su vergüenza atrapada en nuestra incultura y en nuestras permisividades y vicios; en la proletarización de las jerarquías, del mando y de la enseñanza; y todo por miedo a la libertad. Ergo, el Libertador continuará ruborizado en el Panteón y en el devenir de nuestra Historia hasta que Venezuela cultive su espíritu, porque él mismo ha confesado que “la suerte de la Patria no puede serle indiferente ni aún después de muerto”. Para sobrevivir como nación tendremos que espiritualizar la educación, practicar la Verdad y perfeccionar La Libertad, sine qua non del Bien Común, la Justicia Social y la Seguridad Jurídica. Sólo enalteciendo la vida ciudadana mediante la enseñanza motorizaremos los cambios biopsicosociales y conquistaremos aquellos fines del Estado. Precisamos aquilatar el sí mismo de la conciencia nacional sembrando en el


alma de los hombres la forma de abordar y resolver estructuralmente sus problemas, en especial los vinculados a pasiones para evitar que se tornen destructivos; y es que al decir del Alfarero de esta República. La ambición y la intriga abusan de la credulidad y de la inexperiencia de los hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil. Hombres que adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la Justicia. Semejante a un robusto ciego que instigado por el sentimiento de sus fuerzas, marcha con la seguridad del hombre más perspicaz y dando en todos los escollos no puede rectificar sus pasos. Glosando a Uslar Pietri, venimos de un país pequeño potenciado con una especial carga genealógica que por razones naturales suficientes emprendió en 1810 la magna gesta independentista como problema de orden continental. El proyecto político derivó estructuralmente en equilibradas configuraciones de los elementos esenciales del Estado Nacional hasta el momento en que la incorporación abrupta de riquezas materiales distorsionó su sistema de valores, forzándole a cambiar de rumbo y de sentido. Poderosos factores externos e internos nos hicieron extraviar el camino y ello nos obliga a inmensas rectificaciones en el sentido de equilibrar y reestructurar – mutatis mutandis– los elementos esenciales del organismo estatal. En eso estamos. Nos preguntamos si debiéramos partir de cero basándonos en los postulados de Bolívar, penetrándonos de su visión esferoidal. Si así fuere debiéramos comenzar por entronizar la Cátedra Bolivariana en todas las aulas del país. Esto es urgente. Entonces aprenderíamos que Bolívar no limitó su pensamiento a Venezuela sino que la vio “gestálticamente”; en función del Todo Americano. Sabemos que la organización estatal, aun cuando no está formada desde afuera como una pompa de jabón, está condicionada su existencia y crecimiento por presiones exteriores que le despiertan su élan vital proporcionándole desarrollo, vida y forma. Al conocimiento y dominio de la psicología social nos remiten las enseñanzas ejemplares de Bolívar referidas a la vida del Estado. Hoy estamos jugando a Venezuela en un tablero esferoidal y en consecuencia es necesario organizar, ampliar y profundizar la educación y la enseñanza planetaria. Imposible salvar a Venezuela del peligro sin conocer el magisterio de Bolívar, sin penetrar su apostolado. El filósofo de la educación que palpita en él alude la formación a que debe estar sometida la mayoría ciudadana antes de imponérsele el cumplimiento del sistema de leyes, códigos y estatutos que por ellos mismos “son obras muertas que poco influyen en las sociedades”. ¿Cómo incorporar virtudes, patriotismo e ilustración en los hombres? Majando, machacando en su formación; formación que debe ser fraguada en diafanidad y predicada sin hipocresías ni fariseismos propios de escribas como aquellos que perturbaron la rectitud espiritual de Jesús y que, de nuevo ahora, sin rubor, “sentados en la cátedra de Moisés, dicen pero no hacen; crean pesadas cargas imposibles de llevar y en cuanto a ellos, no tratan de moverlas ni con la punta de un dedo”; nuevos judas que se ponen la máscara de la virtud, de la cooperación y del patriotismo para esconder sus intenciones de dominar, proclamando sus propios intereses como si fuesen los de la colectividad. Hemos desoído a Bolívar. Hemos implementado en la nación los postulados de la Cuarta República; hemos impuesto los patrones político-económicos de shock, con lo


cual en cadena de causas desarticulamos el sistema de valores culturales preexistentes; deterioramos el “modus vivendi” del hombre, lastimamos su íntima naturaleza y desnudamos su pudor; degradamos, proletarizamos, arruinamos su dignidad y le deshumanizamos y, al final, impedimos su realización como persona. Y ello ¿qué conlleva? Obstruir la capilaridad socio-económica de capas enteras de la sociedad, lo que imposibilita a los más débiles la satisfacción decorosa de sus necesidades biopsicosociales y les fuerza a la humillación para lograrlo. Entonces, confundido el hombre, desalentado y hostilizado; impedido de vivir en ese ambiente y herido de muerte en su amor propio, el hombre escarnecido, buscando una salida en el sistema de valores trastocado, no controla pasiones ni pulsiones porque se han tornado destructivas y mata en su corazón el sentimiento de amor patrio: ¿Adónde nos conduce este camino? La aparición y multiplicación desordenada de las células sociales enfermas destruyen la urdimbre de la nación y la cancerifican, originando eclosiones necrofílicas diversas que el Gobierno central estará en la obligación de erradicar para salvar la vida del Estado. En el pensamiento y la palabra y fundamentalmente en la acción libertadora de Bolívar se condensan maravillosamente las sublimes paradojas de Jesús. Bolívar no se proclama cristiano pero, en el fondo, casi siempre coincidía en lo que El Hijo del Hombre predicaba… Pareando las ironías de Jesucristo contra los fariseos Bolívar cuestiona a Santander cierta conducta oscurantista en carta firmada en el Rosario de Cúcuta, el 20 de Mayo de 1820: Es un principio de religión, y no sé si también de moral, que los malos propósitos no se deben cumplir (…). Usted me parece que es como algunos otros que yo conozco en el mundo, que les gusta hacer lo que no quieren que les hagan; sin duda por ser enemigo de las chocherías de Jesús, que se empeñaba en lo contrario, en contravención de la ley natural, que exige todo para sí y nada para los otros. Comparando la profunda revolución del alma desencadenada por Jesús de Nazaret con la rectitud de espíritu de Bolívar, como prognosis cristiana fundamentada en las instituciones antiguas y modernas que le fueron tan conocidas y enaltecedoras, podríamos comprobar el anterior aserto leyendo pasajes de la obra de Renán: Vida de Jesús: Para Jesús el reino de Dios es el reino del alma, creado por la libertad y por el sentimiento filial que el hombre virtuoso profesa en el seno de su Padre. El mismo Jesús declara frecuentemente que el reino de Dios ha comenzado ya; que todo hombre lo lleva en sí mismo y puede, si es digno, gozar de él, que ese reino lo crea cada uno sin bullicio, gracias a la verdadera conversión del corazón… El reino de Dios no es en tal caso sino el bien común, un orden de cosas mejor que el existente, el reino de la justicia social que todo hombre, según sus capacidades, debe contribuir a fundar. Jesús es el hontanar auténtico del socialismo de hoy. Y en cuanto a Bolívar, como auténtico seguidor del Redentor, cuyas sublimes pasiones alimentaron su alma, podríamos afirmar que fue testimonio viviente de bondad bien entendida y de


grandeza. Jamás reparó en miserias. Trabajó sin descanso por la libertad de América sin esperar recompensas. Sirvió a todos como militar y como civil. La increíble parábola de su vida rutilante recorre casi todo el continente; su pecho de soldado ejemplar va abriendo camino diáfano en el terreno virgen del teatro de operaciones suramericano. Por la senda del deber, aunque sin salir inmaculado, pudo sacar a su pueblo del abismo de la esclavitud. Su disposición espiritual para actuar conforme a la ley moral informa del fuego sagrado que implacable hacía arder su corazón; pureza verdadera, no fingida, pues supo conciliar como comandante y como gobernante las dos naturalezas que de suyo vivían en él: General sin tacha y Ciudadano del Mundo, incorruptible en el manejo de escenarios humanos, las flechas de la intriga, propias de la incivilización y de las bajas pasiones emanadas de la pedagogía ambiental de la guerra y de la paz forzada, no pudieron herirle, pues él pertenecía a otro tipo de hombres, a un mundo distinto al de quienes las lanzaban. Navegando en la “gestalt” bolivariana, infiere uno que el Alfarero de Repúblicas sabía a ciencia cierta que los Estados no se mantienen estables en el tiempo porque están sometidos a complejas mutaciones: se elevan, se mantienen o se precipitan según las incidencias que las causas generales ejercen sobre ellos, particularmente en sus espacios terrestres. Bolívar había observado antes de Kart Ritter que existen áreas geográficas determinantes en la realización de acontecimientos históricos y que, como lo convalidaría ulteriormente Federico Ratzel, la naturaleza misma no permite que un pueblo permanezca inmóvil…, los Estados se modifican, pues, en el curso de las épocas y a partir de su mismo nacimiento, arrastrados como están por la inexorable dialéctica de la “ley de la selección natural”. Luego ¿qué perspectivas futuras pudiéramos nosotros columbrar para el Estado venezolano nacido con el “Grito de Caracas”; un Estado que se proyectó a las guerras de Independencia y Federal del siglo diecinueve, a las guerras político-económicas del siglo veinte y ahora sufre los para nada sorprendentes embates mediático-terroristas del imperio globalizador? Oigamos la respuesta de labios del Comandante Chávez como líder de la revolución: Nuestro movimiento surgió con la Revolución; nació con una fuerza determinada y se ha insertado a los sectores populares, a sectores diversos del país, tanto nacionales como internacionales y, al calor de principios y metodologías geopolíticas, estamos previendo escenarios, trabajando arduamente para tratar de acercarnos a ese punto pivote de lo nuevo. Las fuerzas nacionales de identidad que nos transfiguran están empujadas por fuerzas históricas que van quedando en las raíces del pueblo. Yo creo estar inserto en una de esas corrientes: un nacionalismo latinoamericano hacia lo nuestro; por oposición a la ofensiva neoliberal, capitalista, que podemos llamar imperial, que trata de borrar, con planes muy concretos, nuestro poder nacional, económico, militar, intelectual, científico… No vamos a volver al mundo colonial, en el cual el ejército imperial ocupaba y se mantenía durante años en un territorio. Ya no hace falta, y cuidado si eso es una vulnerabilidad, porque para que las transnacionales se mantengan en Venezuela o en otro país es indispensable que haya los borregos de siempre, los empleados y los gobiernos que lleven adelante estos procesos de


expropiación de lo nacional para favorecer al Imperio. Visto así, de esa manera, se podría lanzar la hipótesis de que desplazando a nivel nacional a esos gobiernos, a esos figurines y constituyendo de verdad gobiernos que defiendan lo nacional, sin desconocer las ramificaciones internacionales, eso sería una fuerte barrera al poder transnacional. Y si eso ocurre no en un país, sino en 3 ó 4, en esos granos de maíz de los que hablaba Tomás Borge, podríamos pensar que nos estamos aproximando a una gran voltereta de la historia y a un gran debilitamiento de un imperio, que no puede ser eterno. Creo que hay fuerzas para intentarlo. Hay fuerzas que pueden irse enganchando para avanzar en eso. El avance neoliberal no significa que sea sólido. Es como las fuerzas de Napoleón sobre Rusia… Según vemos, Hugo Chávez va tras las huellas del pensamiento de Bolívar quien, declarada que fue la Independencia de Venezuela, intuyó que hacía falta un destello de imaginación heroica que permitiese elaborar un “constructo” mental, una visión teórica, plausible y racional que la asegurase como Estado y para siempre. ¿De dónde provenía el pensar geopolítico de Bolívar? De su capacidad de ver hondo y lejos el todo de la perspectiva universal; de su aptitud para progresar y buscar nuevos conocimientos y encaminarlos al pensar creador (pensar discursivo); de su poderosa intuición; de su capacidad ecuménica de ver objetivamente las cosas sin que el bosque le impidiera ver los árboles; de su angustia por el conocimiento y la verdad: todo ello se encuentra registrado en sus escritos que de mil maneras y en leyendas sin fin debieran internarse en el inconsciente nacional. Luego, ¿cuál sería el hontanar del sueño revolucionario de hoy sino el del legado bolivariano registrado en sus documentos y en la memoria histórica? ¿Cómo incorporarnos entonces al proyecto que señala el camino de acontecimientos que emprendió? ¿Cómo aprehender su pensamiento conductor, enhebrar el hilo espacio-temporal y resucitar la Nación de Repúblicas que soñó, para evitar ser devorados por partes? Problema esfíngico que aún no hemos resuelto. El orden es la primera ley del Universo y “de bulto” debiéramos comenzar por evadir la barbarie cultural que respira la nube comunicacional…, evadir esa pedagogía ambiental cuasi terrorista que distorsiona nuestra psique. Y es que por sobre todo debemos cuidar y elevar nuestro espíritu; debemos pensar al ser humano como especie de holograma, lo que implica imaginar su psique como campo matriz de energía, previa a la materia organizada en que se conforma y configura el cuerpo. La psique, pues, es real y consiguientemente se impone la concepción holística de la defensa del Estado en el estudio y aplicación de la geopolítica. Ergo, precisamos leer y releer al Alfarero de Repúblicas a fin de comprender su proyecto geopolítico unitario que es el que sustenta la revolución de nuestra América. El argumento de la unión es una constante, un leit motiv en el pensamiento geopolítico de Bolívar y así ha quedado evidenciado en su legado político-militar y confirmado en todos sus documentos macroestructurales. En su lucha para echar las bases de la unidad americana hizo abstracción de obstáculos prácticamente insalvables; remontábase sobre sí mismo para poder elevarse sobre aquéllos y colocarse en el camino de los acontecimientos. Su imaginación creadora le permitió – “volando por entre las próximas edades”– desbordar el porvenir desde donde el pensar discursivo es progreso y búsqueda de conocimientos siempre nuevos: Nuestra


Madre Superiora, la filosofía, observa desde allí que las barreras de su tiempo no existirán en los siglos futuros. Entonces no habrá caracteres desemejantes ni limitaciones de la raza novísima e inexperta que impidieron consolidar en el pasado los criterios unionistas, imprescindibles para el equilibrio del Universo. Luego, amparados ahora en una revolución pedagógico-educativa, podremos cristalizar ese futuro previsible. Entonces –formados ciudadanos, genealógicamente madurados, reflexivos y juiciosos, y penetrados de talentos y virtudes republicanas–, podremos concretar el proyecto soñado. Nada nace de nada: urge un desbordamiento pedagógicoeducativo hacia el porvenir, pero pertrechados con los recados de la Historia, penetrados del lenguaje de formas y contenidos de nuestra amada geografía, por cuanto son ellos los que proporcionan más clara perspectiva para la acción defensiva con la distancia focal adecuada. Penetrados de las sublimes fuerzas del espíritu nacional podremos no sólo levantar y sostener el Estado como organismo viviente, no sólo defenderlo permanentemente con fundadas probabilidades de éxito, sino también plantear y exigir en los consejos de las naciones el adecuado sistema de justicia y de derecho con el que se deba regir el Universo. Para finalizar tomemos prestadas las palabras de nuestro Presidente, pronunciadas con insuperable amor filial en este sagrario: Es propicia la hora y sagrado el lugar para repetir nuestro juramento a nombre de bolivarianas y bolivarianos auténticos de Venezuela..., juramento que hemos tomado desde hace muchos años, aquí mismo, delante del Padre de la Patria que es nuestro padre, nuestro guía y nuestro líder político espiritual, ¡nuestro líder eterno...! ¡¡Nosotros no daremos reposo a nuestras almas ni descanso a nuestros brazos hasta que nuestro Pueblo no quede libre de las cadenas del hambre, de la miseria, del atraso y de la desigualdad con que ha sido aprisionado!. ¡También contribuiremos en la medida de lo posible a cristalizar la igualdad y la justicia en toda esta América bolivariana!! ¡Y desde aquí nuestra manifestación, también de hermandad, a todos los pueblos del mundo, porque esa es básicamente la doctrina de Bolívar! ¡Pedimos a Dios por el descanso eterno del alma de Simón Bolívar! ¡Pedimos a Dios que nos siga dando la fortaleza y las luces para seguir buscando su justicia verdadera, su doctrina verdadera y su Patria verdadera!


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