Cuidado con el narcisismo

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CUIDADO CON EL NARCISISMO DE ALGUNOS DIRECTIVOS

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CUIDADO CON EL NARCISISMO DE ALGUNOS DIRECTIVOS

Escrito por: José Enebral Fuente: http://www.tdd-online.es/

Acabo de entrar en Google con “directivos” y “narcisismo” y he encontrado más de 16.000 resultados; pero, para mi sorpresa, las diez primeras hacían referencia a textos míos, porque me ocupé del tema cinco años atrás. He querido averiguar, observando más resultados encontrados, qué otros interesados se habían ocupado de este tema y afortunadamente vi que, por ejemplo, expertos de prestigio como Iñaki Piñuel y Alex Rovira lo habían hecho también, y sin duda con mayor acierto. De hecho, en su momento yo me documenté especialmente en un libro de Piñuel, cuyo punto de vista me parece muy acertado en cuantos temas aborda, incluido el liderazgo. Me interesé por el narcisismo y otros trastornos porque había conocido ejecutivos con personalidades que me llamaban la atención. Conocí, por ejemplo, a un primer ejecutivo hierático, siempre protegido por guardaespaldas, circunspecto, litúrgico, solemne, y me parecía lejano, distante, frío. No me encajaba en mi concepción del liderazgo, quizá porque yo asociaba este concepto más a la relación que a la posición. Me llamó por teléfono una vez, y yo enseguida me puse de pie aunque él no me veía. Tiempo después, de este ejecutivo me llamó la atención su afición a alardear de logros pasados (que me parecían discutibles) y futuros (que no se materializaban).


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Tuve más relación con otro alto ejecutivo que, aunque yo no le percibía tan hierático, sí me parecía más narcisista: sospecho que se compraba premios y reportajes en revistas de economía. Puedo estar equivocado, pero la experiencia me llevó a documentarme sobre el tema y formular reflexiones. Luego, más recientemente, conocí a otro ejecutivo cuya personalidad me parecía muy trastornada, y de diagnóstico más complejo para mí. Creo también que yo mismo he padecido trastornos de personalidad sin ser ejecutivo, y quizá esto me permite observar el fenómeno con alguna empatía: la personalidad se nos trastorna, quizá como consecuencia del entorno profesional en que nos movemos, sin descartar lo endógeno. Sí, me acuso de algún que otro trastorno... De mi relación con aquel ejecutivo narcisista, recuerdo que, cuando se acercaba a mi zona de trabajo y aunque no se dirigiera a mí, yo me ponía de pie; noté que volvía la cabeza al irse, para comprobar si también coincidía su marcha con que yo me volviera a sentar. En la misma intención, cuando él me llamaba a su despacho, yo cogía mi chaqueta del respaldo de la silla, iba deprisa a su despacho, me paraba en la puerta y, ante sus ojos, me ponía apresuradamente la chaqueta antes de entrar; a veces, hasta me colocaba el nudo de la corbata. Nunca me dijo que dejara de hacer tonterías. Sigo creyendo que no se daba cuenta de que le estaba tomando el pelo, pero confieso mi irreverencia mientras lo recuerdo con cierta sonrisa. Deseo seguir enfocando el narcisismo y no digo que los directivos afectados sean más perversos que narcisistas; digo que este trastorno, si se da en administradores de poder, conlleva riesgos para la empresa, y que el trastornado no suele ser consciente de su estado. Me atreví tiempo atrás a preparar una especie de test rápido para el autodiagnóstico y lo reproduzco ahora revisado: no lo considere riguroso, aunque sí orientativo.


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Un pequeño test De modo detenido y sincero, otórguese de 0 a 4 puntos, en la medida en que cada una de las propuestas siguientes le identifique:

Mis colaboradores están a mi servicio.

A mí no me obligan las reglas, son para controlar a los demás.

Mis criterios son los acertados y resulto imprescindible.

Reúno méritos extraordinarios que no poseen los demás.

Tengo gran visión de futuro y eso me da gran valor.

Yo no me equivoco, pero los demás suelen equivocarse.

Todos me lo deben todo y sin mí perderían valor.

Puedo esperar grandes cosas de mí mismo.

Soy extraordinariamente inteligente, sagaz, intuitivo.

Soy objeto de gran envidia, y parece lógico.

Usted ha debido obtener pocos puntos, y por lo tanto está lejos de ser considerado narcisista; pero si, respondiendo con toda la sinceridad de que es capaz, hubiera obtenido más de 20 puntos, debería reflexionar al respecto. Y si hubiera obtenido más de 30, necesitaría ya tratamiento urgente, y debería, quizá, buscar ayuda. Podría empezar con un buen coach, sin descartar al psicoanalista.


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Definiendo el narcisismo Se diría que el narcisismo es llamativo por indecoroso, aunque esto depende también del observador; pero, en grado de trastorno de personalidad y en posiciones de poder, resultaría pernicioso para las empresas, cuya prosperidad exige que los ejecutivos perciban bien las realidades, incluida la propia. Los narcisistas son probablemente minoría, pero puede que este trastorno esté más extendido de lo que parece, y conviene insistir en el fenómeno e identificarlo debidamente. Las empresas parecen a veces catalizar su aparición mediante el culto al supuesto talento, al supuesto liderazgo, a la jerarquía… aunque los narcisistas parecen llevar la semilla dentro. Estamos, sí, ante un claro ejemplo de defectuosa percepción de realidades, incluida la propia. Todos adolecemos de falta de autoconocimiento y, entre otros defectos y excesos, podemos creernos muy importantes y aun imprescindibles; pero, en el caso que nos ocupa, la distorsión de la realidad propia resulta extraordinariamente visible y llamativa. Ante un directivo narcisista, ningún colaborador se atreve a desvelar el autoengaño, y la situación puede resultar tan irreversible como conflictiva: se trata de una característica que resulta, en general, ominosa (nada bueno parece presagiar) en quienes administran poder. Desde luego, hay muchos directivos eficaces, íntegros, realistas, humildes y tan conscientes de sus debilidades como de sus fortalezas; pero habría que prevenir el narcisismo y sus aproximaciones -el exceso de culto al ego, la exhibición de poder, la arrogancia, la presunción de infalibilidad, etc.-, y a este fin contribuiría el seguimiento del mandato délfico (autoconocimiento), pasando tal vez por un enriquecedor feedback de valiosa fuente, información, ésta, que los mejores líderes suelen buscar. Recuerdo aquí que John F. Kennedy preguntaba a menudo a su asesor Sorensen, e incluso a su amigo, el obispo Hannan; pero los narcisistas optan por desdeñar o preterir el feedback, si acaso se produce.


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Casi todos hemos digerido mal algún logro y, desde luego, muchos dedicamos una significativa parte de atención a nutrir nuestra imagen; pero en algunos casos, este consumo de atención parece realmente excesivo, y nuestro rendimiento profesional no puede sino resentirse. Para quienes, quizá tras algunos éxitos iniciales, o tal vez cautivados por el poder que administran, llegan al extremo de perfilar una personalidad narcisista, lo que viene después puede resultar lesivo para el entorno. Alrededor del narcisista hay personas a quienes consigue engañar, pero también hay otras que le perciben casi como es, y hasta sienten algo de vergüenza ajena. La carencia de autocrítica puede llevarnos a comportamientos que nos avergonzarían si nos conociéramos mejor, o, dicho de otro modo, que trataríamos de evitar si tuviéramos mejor percepción de nuestra realidad; es decir, podemos hacer el ridículo sin darnos cuenta (lo que también puede ocurrir, desde luego, sin ser narcisista). Las carencias de este perfil no se limitan al autoconocimiento, sino que se extienden a otras dimensiones de la inteligencia emocional: una persona emocionalmente inteligente, además de relacionarse bien con los demás y comprenderlos, se conoce y se “relaciona” bien consigo misma. Resulta curioso que el culto al ego contribuya precisamente a desactivar el sentido del ridículo de los narcisistas, aunque es verdad que no todo el mundo les percibe impecablemente absurdos o extravagantes, ni todos los narcisistas se delatan con la misma transparencia. El narcisista vayamos recordándolo ya- es una persona que se sobrestima en muy notable medida, y precisa ser admirado por los demás, a los que considera inferiores y subestima. Fantasea sobre sus logros y méritos pasados y aun futuros, muestra falta de empatía, se manifiesta de forma arrogante y no tolera las críticas; el culto a sí mismo le lleva además a cuidar en extremo su aspecto e indumentaria. Vale la pena que dediquemos unos minutos a reflexionar sobre esta perturbación de la personalidad, en prevención de la misma o, en su caso, persiguiendo un posible autodiagnóstico, más allá del pequeño test que les proponía. Resulta sorprendente que las organizaciones no se cuiden más de estos trastornos vitandos, que incluso parecen a veces propiciar cuando despliegan sus repartos de dignidades.


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Consultando (lo que sigue está disponible en Internet) el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM IV), cabría hablar de narcisismo si se diera al menos la mitad de los siguientes síntomas:

El sujeto posee una idea grandiosa de su propia importancia.

Le absorben fantasías de éxito ilimitado y de poder.

Se considera especial y único, y sólo puede ser comprendido por otras personas especiales.

Tiene una necesidad excesiva de ser admirado.

Tiene un sentido de “categoría”, con irrazonables expectativas de un trato especial.

Explota a los demás y se aprovecha de ellos para conseguir sus fines.

Carece de empatía.

La envidia, pasiva o activa, tiene un lugar permanente en su conciencia.

Se manifiesta prepotente y arrogante.

No, no son personajes de novela: existen en el mundo empresarial sin que se formalice el diagnóstico. Usted probablemente no es un narcisista, pero tal vez conozca a alguien que lo sea. Estaríamos ante un jefe que podría alejarnos del círculo virtuoso de la satisfacción por el desempeño, la motivación y el alto rendimiento, para llevarnos al vicioso de la entropía, la fatiga psíquica, el estrés y el bajo rendimiento, si no a la depresión. Diríase, sobre la marcha, que lo más peligroso de un directivo rigurosamente narcisista es que: •

Tiene demasiado alterada su visión de la realidad.

Mantiene inútilmente ocupada una parte importante de su atención.

No es fácil establecer una comunicación auténtica con él.


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Ignora las reglas de todo tipo, incluida la ética.

No es consciente de sus errores, no rectifica y no aprende.

Se pierde la ayuda de la empatía, la intuición genuina y otros recursos.

Es incapaz de lograr la activación emocional positiva de sus colaboradores.

Ignora la dignidad de colegas y subordinados, y les humilla o ningunea.

Espanta a los clientes, salvo connivencias o complicidades.

Establece objetivos poco realistas.

Genera emociones negativas en su entorno.

Suele huir hacia adelante, en caso de dificultad.

Propicia o asegura la mediocridad a su alrededor.

Constituye una referencia contagiosa para los inmaduros.

Practica castigos psicológicos a subordinados.

¿Reconoce a alguien? Si reflexionamos sobre la lista anterior, uno sigue preguntándose por qué no se libran las organizaciones de estos peculiares directivos: ¿quizá porque la propia cultura -o arquitectura del poder- de la organización los genera como efecto secundario? Claro, también podemos estar ante el propio empresario, en una pequeña empresa: la prosperidad de la misma estaría en riesgo, y los primeros síntomas de crisis podrían contribuir a acelerar el desastre.


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Yo insistiría en lo del clima de mediocridad militante que suele generar el narcisismo como autoprotección: alguien que presentara ideas brillantes o innovadoras sería rápidamente detectado, y se vería sutilmente inmovilizado, neutralizado. El narcisista no puede tolerar más brillos que los que él quiere generar; no puede celebrar éxitos que no sean suyos; tiene que ser el mejor, incluso cuando juega al tenis o al mus; y necesita, en suma, un entorno mediocre. Para terminar, deseo insistir en que me he referido a un trastorno de la personalidad, o, dicho de otro modo, a una minoría. No cabe pensar que todos los directivos se hallen trastornados hasta este extremo; sólo que, los pocos que lo estén, pueden hacer sensible daño a su entorno, incluso aunque algunos rasgos resulten útiles a ciertos fines. Tampoco veo el narcisismo como incurable o como el peor de los trastornos mentales, pero me ha parecido útil desplegarlo y comentarlo, y agradezco al lector su atención.


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