Descrubrir alforjas

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DESCUBRIR ALFORJAS VALE LA PENA

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DESCUBRIR ALFORJAS VALE LA PENA

Escrito por: Ignacio Canela Fuente: http://www.tdd-online.es/

En la vida las decisiones nos acompañan allá donde vayamos, sea en la vida profesional, civil, social, familiar… Y a veces, encadenadas a las decisiones vienen las ‘alforjas’, aquellos efectos colaterales que es bueno prever, para evitar posibles ‘tsunamis’ como los que siguen a un maremoto. En la vida nos encontraremos con ‘alforjas’ porque tomamos decisiones. Si compro un cuadro, luego necesitaré una pared dónde colgarlo; si voy a tal sitio deberé encontrar un lugar para aparcar el coche; si compro un helicóptero tendré que hacer un cursillo de piloto… Como le dijo el Gato a Alicia, cuando ésta le pregunto qué camino escoger en el cruce al que había llegado: ‘Si no sabes dónde vas, cualquier camino es bueno’. Ergo, ‘Si no tomas decisiones, no tienes que preocuparte de las alforjas’. Las alforjas nos las encontramos pasado el tiempo. Después de comprar el nuevo coche nos damos cuenta de que cabe a duras penas en la plaza de parking (es un poco más ancho). Pasados unos días con las pantallas informativas en blanco nos daremos cuenta de que hace falta alguien que introduzca el contenido en las mismas (hardware + software + persona= funciona). Al día siguiente de haber dejado al conserje que se fuera antes a casa porque tenía médico y no haber puesto a un sustituto, es cuando vendrá alguien enfadado porque no le pudieron entregar un paquete urgente a última hora. La alforja es lo que ha sucedido y entonces nos viene a la cabeza la frase: ‘Si hubiera sabido que iba a pasar esto… entonces hubiera hecho otra cosa.’


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Hay alforjas porque las cosas tienen complementos. La compra de una mountain-bike lleva aparejada - no hay más que ir a una tienda y darse una vuelta - un casco, un coulotte, un maillot, un bote de Isostar, parches, cuentakilómetros,…

Hay alforjas porque las cosas son complicadas. Un espectrofotómetro láser para el laboratorio de investigación requerirá un experto que lo haga funcionar (no basta el becario de investigación) y un contrato anual de mantenimiento.

Hay alforjas porque las cosas no funcionan solas. Si pones unas papeleras por todo el jardín, necesitarás luego ampliar el contrato de limpieza que incluya el vaciado de las mismas. Si abres una nueva puerta en una zona nueva de la fábrica, para facilitar el acceso, puedes acabar necesitando otro conserje que vigile las entradas y salidas: tantas puertas, tantos conserjes. Y si no quieres tener que contratar un jardinero, es mejor optar por una ‘plaza dura’ de hormigón en lugar de un jardín francés a la entrada de la empresa.


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Hay alforjas caras. Si se pueden evitar o minimizar, ahorraremos dinero. Después de asfaltar un camino que cruzaba un jardín, apareció el jardinero enfadado: ‘¿Y ahora por dónde paso yo las tuberías del riego, que van enterradas?’. Y desde entonces, cada vez que debía pasar una tubería, había que levantar el asfalto y volver a cubrir (coste 10 X). De haberlo previsto antes, se hubieran podido pasar unos tubos cada 20 m (coste X), de modo que se pudiera pasar tranquilamente futuras conducciones. Hay alforjas porque la vida es compleja. En un lavabo se decidió cambiar las 5 puertas por unas nuevas. 3 abrían en un sentido y las otras 2 en el otro. Ya puestos, se prefirió que todas abrieran en el mismo sentido. Hasta aquí, todo muy lógico. La alforja viene luego, cuando uno menos se lo imagina, y abre una de las puertas y descubre que no hay interruptor de la luz. ‘¿Cómo es posible, si antes sí había?’ Y fijándote detenidamente, observas que está detrás de la puerta. ‘¿A quién se le ocurre ponerlo detrás?’. En estos momentos a uno se le pone cara de tonto. ¡Quién me iba a decir a mí…! Y el cambio de interruptor de un lado a otro, puede también costar casi más que la puerta si hay que hacer una regata en la pared, y esto supone cambiar los azulejos (este modelo ya no existe) y por supuesto, habrá que pintar luego las paredes. Total, que menos la taza, hemos cambiado todo. Hay alforjas porque existe la física. Si ficho una nueva persona para el departamento administrativo (que hace falta) hay que tener en cuenta las siguientes alforjas debido a que tiene masa y volumen, por lo que necesitará un espacio (¿cabe en la oficina?), una mesa, un ordenador, un teléfono, conexión, armario, lámpara, post-it… (¿Tengo de todo?).


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Hay alforjas porque existe la química. Según dice el manual de corrosión, el tejado de tejas dura 2000 años (desde los romanos) mientras que la plancha metálica dura 50 y hay que pintarla cada 5 años. Cada material tiene sus alforjas: el vidrio hay que limpiarlo, la madera barnizarla, el metal pintarlo, la teja…nada.

Hay alforjas porque somos humanos. Si coloco A en el despacho Z para que esté más cerca de su jefe, al ser un buen despacho se molestarán B y C, que son más veteranos y tienen un cargo mayor: ‘Los galones son los galones’. Mejor lo dejamos donde está y tengamos la fiesta en paz: El agravio comparativo es uno de los mayores tumores de una empresa.

Hay alforjas por ignorancia: ‘Yo no sabía que el último día de mes el almacén está cerrado porque se hace inventario, y he pedido que me traigan una cosa urgente’; ‘Yo no sabía que si cambiamos el tamaño de caja (20 x 25, en lugar de 20 x 20), ya no encajan bien en las estanterías’ (Y cambiarlas ahora cuesta 50 X). Y no sabemos muchas cosas porque quizá no tenemos que saberlo todo, pero lo que sí podemos hacer para evitar las alforjas es preguntar a los implicados y recabar su opinión: el encargado del almacén, al conserje, al de mantenimiento, a la de la limpieza (que sabe mucho más de lo que uno se imagina) …


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Hay alforjas positivas, efectos buenos. El encargado de mantenimiento está feliz por el cambio de luces de bajo consumo, y no es precisamente por el ahorro, que a él no le afecta, sino que se ha ahorrado varias horas de trabajo al no tener que cambiar tantas, ya que se funden mucho menos. Y la nueva centralita, que hemos tenido que cambiar porque nos habíamos quedado limitados de extensiones, y que redirige la llamada a cada extensión ha hecho que disminuya el tiempo de espera. Hay alforjas que se pueden evitar o minimizar, mediante contra-alforjas. Si los nuevos ordenadores son más ligeros y más pequeños (lo cual son dos ventajas a primera vista) también los hace más atractivos a los ladrones. Contra-alforja: poner un buen candado. Si quiero que una obra se acabe en el plazo previsto (misión cuasi-imposible) deberé asegurarme antes de empezar que los industriales tienen todos los materiales comprados, para evitar que una ‘rotura de stock’ (o sea, que algo se ha acabado) nos retrase los trabajos. Hay alforjas porque la vida es divertida. Al comprar los nuevos manteles de un comedor de empresa, por estar gastados los anteriores, optaron por un color salmón, más elegante que el verde oscuro anterior. ¿Dónde está la alforja? ¿Quizá hubo que cambiar también las cortinas para que hicieran juego? Pues la alforja surgió en forma de una nueva lavadora industrial. Resultó que con el cambio de color se manchaban mucho más y el coste de llevarlas a la lavandería se triplicó por lo que al final compensó comprar una máquina propia. ¡Y todo por el color salmón, eso sí muy bonito!!


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Hay alforjas porque las cosas gastan. Si te regalan una impresora, o la compras porque está muy bien de precio, es porque donde se van a ganar la vida es con los cartuchos de tinta, a ser posible modelo específico (más caro). Bien lo sabía una madre de familia numerosa, cuando al preguntarle qué podían regalar a alguno de sus hijos por alguna celebración, respondía siempre lo mismo: ‘Cualquier cosa que no tenga pilas.’

Hay alforjas porque nada es gratis en los alrededores. Si me invitan a comer en un restaurante, tendré que pagar el parking. Si me regalan un billete de avión para un fin de semana en Londres tendré que pagar el parking, el taxi, las cenas y los souvenirs. El que se mueve, paga.

Las alforjas no son ni buenas ni malas: Existen. Ser capaz de preverlas – pensar de antemano -, con un prisma mental que ayude a analizar en profundidad cada decisión (como en una partida de ajedrez: si le como el caballo, me comerá el alfil pero yo le mato luego la reina), puede ayudar a contrarrestar los efectos negativos a potenciar los positivos o a decidir que quizá no vale la pena hacerlo y que es mejor: ‘que me quede como estoy’.


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