La esquina -Tatiana Silva

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LA ESQUINA

Por: Tatiana Silva

Puse la maleta en el suelo y la sensación de presión sobre mi pecho era indescriptible. “Emociones encontradas” como se dice comúnmente. Volver al lugar que en muchos sentidos me dio la vida y, al mismo tiempo… en menos de 3 segundos; también me la quitó. Hace frío, son las 10 de la noche, la tranquilidad de esa hora y en esta época se siente aquí y en los mismos 7 lugares que recorrí durante toda mi vida. ¿Para que volver? Fue la pregunta

que me hice hace tres meses; después de la sensación de satisfacción tan intensa que tuve en El Zócalo. Paso una, dos, tres y más veces por mi mente y aunque realmente no lo sabía... mi alma

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estaba completamente convencida que era tiempo de hacerlo. No traía mucho equipaje conmigo, aprendí a caminar con lo necesario: dos mudas, mi perro y mi vida. Camine hacia la derecha de la Plaza lentamente, detallando cada uno de los cambios que había tenido el lugar donde había nacido. 45 años desde que me fui y los cambios son muchos, bares, cafés, restaurantes

de alta cocina, tiendas de artesanías y tejidos; esto último es lo único que se conserva y, es triste ver que son pocos y por lo visto, adecuados a la época, a la moda, a lo que la gente cree que es progreso, a lo que muchos están convencidos es la felicidad. Las calles adoquinadas de esta Plaza de Usaquén son muy particulares, anduve por el mundo y ninguna es como esta, quizá sea por los recuerdos que la atan a mí. Recuerdos que en su mayoría son felices se derrumban poco a poco bajo la sombra de Ana. Pero qué más da, ella ya no está... y aunque fue motivo de mi partida, es el recuerdo más real que tengo de este lugar. Los paseos con ella, su casa a tan solo 2 cuadras ¿vivirá aún allí? ¿Qué pensara cuando me vea? ¿Qué sentiré cuando la vea? ¿Odio? ¿Cómo la última vez hace 45 años? Todo, todo es incierto.

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Fui feliz no puedo negarlo. Soy feliz no puedo ocultarlo, aprendí a valorar las cosas más sencillas de la vida desde mi partida. Desde que decidí evadir la realidad y los golpes que traen la vida. Desde que entendí el valor de las cosas cuando no se tienen. Mi vida es una antes y después de ella. Eso es algo inevitable. Recuerdo que la vi por primera vez en la plaza, esta que hoy camino detalladamente. Estaba en la iglesia, recién compraba el mercado. Era domingo y la plaza estaba llena de niños,

de puestos de comida. No como ahora, se ve que todo es más seleccionado, las personas que están a metros de mí están sujetas a la moda de la sociedad. Imagino la plaza en el día... personas atadas a las apariencias caminando por estas calles sin pensar en los demás, creyendo que son ellos quienes tienen la razón en todo, amoldándose y amoldando este lugar, esta plaza, mi plaza (porque así la siento) a los caprichos de lo que ellos mismos eligen y mantienen como buen gusto. ¿Ana será así? ¿Habrá cambiado la forma sencilla en que veía la vida?.

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Mi padre siempre trabajo de la mano del alcalde y por eso vivíamos a una cuadra de aquí y a dos de ella. Su familia, muy católica; estaba pendiente de los preparativos en la iglesia. Estábamos cerca y eso me gustaba, podía verla pasar todas las mañanas. Ayudaba a mi padre en la alcaldía y aprovechaba cuando pasaba por la plaza rumbo a su casa para verla de nuevo. Meses después cuando me atreví a hablarle y empezamos a salir todo era diferente, los pobladores de aquella época eran pocos, solo las personas que tenían algún víncu-

lo con el alcalde o la iglesia vivían allí y, caminar por esta plaza casi vacía era una sensación de tranquilidad y comodidad indescriptible. Nos encontrábamos cada tres días en la primera silla de la plaza a las 4 de la tarde, cuando el frio no hacia sus estragos. Mirábamos la iglesia y nos imaginábamos como seria nuestra vida cuando la iniciáramos juntos. Cuando llegáramos al altar los dos. Imaginábamos el campanario retumbando por nosotros. Hoy de eso no queda nada. Ni el campanario. El invierno bogotano provoco que la remodelaran, o eso leí en el periódico, cuando pisaba las calles de Perú.

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Mientras caminaba frente a la plaza recordé aquella noche. Había tenido en mi mente esa noche muchas veces durante mi vida, pero hoy… hoy la sensación era distinta. La creía viva. Sentía cada cosa que sentí cuando la vi a ella caminando a unos metros de mí. Me preocupe mucho, no sabía porque estaba fuera de su casa, ¿su padre estaba enfermo? ¿Necesitaba algo? Tenía miedo, por ella y por mí. No acostumbraba nunca a estar fuera de mi casa a tan altas horas de la noche. Podía pasarle algo o pasarme algo... arruinar mi vida por ejemplo. Eran las 2 de la mañana y Elías; mi amigo, quería que estuviera con él por su cumpleaños. No me gustaba dormir fuera de mi casa, siempre fui tranquilo, no me gusta la fiesta ni la algarabía, así que siendo tan

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tarde y tan peligroso decidí cruzar la plaza para llegar a mi casa. Esa que solo quería compartir con Ana, mi Ana. Cuando la vi empecé a caminar más rápido para alcanzarla, era tanta mi ansia por tenerla, por saber que estaba bien; que sentía que nunca iba a alcanzarla. Luego solo me detuve en seco. En el mismo punto donde estoy hoy, bajo la farola dañada de la plaza. A Anita un hombre le agarro la mano cuando cruzo la esquina, luego le dio un beso y paso su mano por su pecho. Cuando dio la vuelta hacia esta farola solo me miro y cerró sus ojos.

Nunca los vi más. No quise verlos salí corriendo como si no quisiera que alguien me alcanzara, recogí mis cosas en una maleta. Cuando amaneció saque lo que había comprado para nuestra casa. Había planeado todo, quería pedirle matrimonio en su cumpleaños. Lo vendí todo por unos cuantos pesos. No era el valor


que tenía pero no me importaba quería salir de allí, no verla nunca más. A ella le había entregado casi que mi vida y nunca fue sincera conmigo, no lo hacía porque lo necesitara. Y realmente tampoco entendí el porqué, su vida nocturna quizá era por simple gusto, no tenía las mejores cosas pero nada le

hacía falta y conmigo nada iba a hacerlo. Ese fue el último día que pise esta plaza. Me dedique a viajar lo que más pude, conocí lugares, personas y mujeres durante toda mi vida, pero ninguna como ella. Ninguna como Ana. Y aunque no me arrepiento de mi decisión gustaría mucho de verla de nuevo y preguntarle porqué. Mirarla a los ojos y decirle que a pesar del daño que causo, yo la perdono. Hoy que estoy frente a su casa la perdono sinceramente. Y mientras que pienso todo lo que podría decirle, la cortina de la sala de un solo golpe se abrió.

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