Familia de cuentos por Mario Cajina-Vega

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amilia

de cuentos

MARIO

CAJINA

VEGA


FAMILIA DE CUENTOS / MarioCalina- Vega


RAULVENERIOG. REP, ASAMBLEA NAHONAL

FAMILIA de CUENTOS MARIO CAJINA-VEGA


N

863.44

C139 Cajina-Vega,Mario,1929Familia de cuentos / Mario

Cajina-Vega. -- Managua:NuevaNicaragua, 1993

160 p. -- (ColecciónLetras deNicaragua) 1. CUENTOS NICARAGÜENSES - SIGLO XX I.t.

© Mario Cajina-Vega © Para la presente edición: Editorial Nueva Nicaragua Diseño y diagramación: Tito Chamorro Procesamiento de textos: Silvio Vela Diseño de portada: Tito Chamorro Edición al cuidado de Irene Menocal Bravo Impreso y hecho en Nicaragua

La publicación de esta obra ha sido

posible gracias al apoyo financiero de la Autoridad Sueca para el Desarrollo (ASDI)

Editado por Editorial Nueva Nicaragua Paseo Salvador Allende, Km 3 1/2 Carretera Sur Apartado Postal RP-073


INDICE

PROLOQUIO

LAS VIEJAS PAREDES DEL PUEBLO

E Museo-Provincia de donJerónimoVergara/13 Retoque a retrato de bodas/23

iViva Centroamérica!/34 LOS CAMINOS Y LOs INDIOS

El Malinche/51 Los machetes/59

La vaquilla/65 Viaje a septiembre/70

CINEMA XX Gloria Lara/81 Hasta aquí llegamos los nahoas/90

Coctel '66/99 Historia en un día/117

iAló, Nueva York!/132 Vida terrenal y pura/143

Arte poética/153


PROLOQUIO Este no es un libro al gusto

inmediato.

El

relato cae

cuento es contar;

y si el

sobre cierto artificioso confortable aburguesamiento "muy segunda mitad del siglo xx";

o sobre la injusticia más primitiva; o sobre las innumerables, innombrables frustraciones encubiertas por toda rutina, pues se trata

del vivir - de la vida queasienta,con tinta

humana, su acta,

Vida creada, Materia, pureza... Raíces que al debatirse, apresadas, nos impregnan. Todo existe y la realidad es lírica.

Dedico este libro a sus mismos

protago-

nistas: pensados unos, presentidos otros. Un pais y unas gentes fáciles de ubicar.


I LAS VIEJAS PAREDES DEL PUEBLO

"He respirado el polvo de las cosas muertas v de las páginas estériles.

"Si, hábil de manos, sutil de espíritu, complejo de corazón, he desvanecido deleitosamente,

joh, momias!, la tinta de los escribas,"

TEXTOS EGIPCIOS.

.


Sergio Rmirez


EL MUSEO-PROVINCIA DE DON JERÓNIMO VERGARA En el parque colonial agobian viejamente los árboles con su alameda de tristeza. El -quiosco, al centro, tuvo el estilo del siglo: tracerías de hierro, cielo raso policromado, escayolas municipales. En la pila de agua, al lado, flota la pereza hipócrita de un caimán. Un busto oficial, vigila y desdeña con aristocracia de museo. De vez en año, el viento descansa sobre el parque. Cuatro calles han cuadrado siempre la plaza: la Calle Real, antigua, ancha, larga; la del Cementerio; la del Hospital que remata en un frontis francés con mansardas; y la Calle del Comercio. Bazares orientales, árabes, chinos, turcos, judíos. El polvo,

por todas partes, es una escuela de

vencimientos, conjugando tiempos y ayer La ciudad, cabecera departamental, fue. Era. La Casa Cural bostezaba frente al parque. Y el Club, en restauración, es un bostezo de pintura ueva frente al parque. Año con año, ayer con ahora, un albañil,


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un carpintero, tres aprendices y el maestroconstructor, repellan el caserón. Desde el parque, bajo la copiosa genealogia de un laurel, los veo, ir,.ve.

nir, pasar. En el principio fue el crepúsculo. El tiempo nació del polvo y todo lo habitó su luz mestiza: la piel, como utilería, de las gentes; la cal, mate, anticuándose en las paredes. Pinturas, papeles, cueros,

ausentaron

su

sustancia;

se vaciaron hacia

un trasmundo anterior, dejando en las cosas,solas, su momia. Y el calor también volvió a su espec-

tro. Polvo, clima, tiempo: figuras acordes y horas flotantes de un baile inmóvil. Oigo, he oido voces, las voces que yacen

repitiendo seres.

-¿Me presta el periódico? -Es de anteayer; el de ayer, que vino hoy, lo tiene el vecino. Vecindades. Vecindario. Vecinos. -La hija de Laurita, ¡cómo se parece a ella! Y ambas son el vivo retrato de la abuela. Abolengos. El retrato y la abuela, y la madre y la Laurita, se juntan y sus claroscuros surgen vivos en la pintura, muertos en las personas. Hay siesta general, como por sosegada ordenanza de un Municipio del sueño, y toda la ciudad cruje en las amarras de las hamacas. Cantan las

cuerdas, guitarras de áspero canturreo; sueñan con otras viejas siestas polvorientas; mecen, hama-


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cándose, vaivenes de futuro. Un futuro ya historiado en pátina de ayeres. Ruido de construcciones en el Club. La sala de los espejos este año recibe otra hermnosa viga de níspero para apuntalarla. Había perdido pie en

una pared. Van los aprendices bajando tejas de una carreta; se protegen, primero, los hombros con un braante; cargan después la teja, la acarrean dentro.

Sudan. El polvo forma caminos sucios con tanto sudor. Hay un hombre ahí donde el Club da la espalda a los solares vacíos. Estos solares se

improvisaron

como retretes municipales y producen antihigiene al aire libre. El albañil estaría medio cansado, porque al ver al hombre se levantó, secándose siempre el sudor. Su gesto parece malicioso; ha comprendido que el hombre venía de hacer sus necesarias en los predios baldios por cuenta de la co-

mun.

-¿Habrá trabajo aquí?

Patrón, ¿le damos una ayudadita? ¿y si nos

adelantara

algo?

Patrón,

Patroncito,

¿nos hace la

caridad de un socorro? Lenguaje, actitudes, vivencias. Gramática del sindicato. Paro Salario Vital. Capital-trabajo. Feudalismo-encomienda. Palabras tan largas que se trajeron toda la historia detrás... -Con la huelga, nos botaron. Vine a parar hasta aquí. Unámonos hermanos. Decile al constructor ese que me dé enganche. Tenemos que


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juntarnos para sobrevivir y para triunfar. La Revolución somos nosotros. El albañil estásecándose un sudor provinciano. -Yo no sé, amigo; el que sabe es el maestro. Sudor, pañuelo, polvo y albañil son el mismo rostro del oficio. Mitades de acera; aserrín, cemento y basura.

Enladrillado nuevo. El maestro, que ha pesquisado con el rabo del ojo las distracciones de su operario, hace como que está viendo hacia arriba, a unas tejas casi celestiales. Uno de los aprendices, a caballo sobre las

soleras, platica con el constructor. -Ahí donde están esas matitas nacidas junto a la

limajoya,

ahí deben

filtrar

las goteras. ¡Y

no tirés tanto polvo, carajo! Se sacude el

polvo

ajeno,

prefiriendo

sobre la

piel, en secular morbidez, el polvo antiguo.

-No, amigo, hoy estamos en la útima semana -dice, sin bajar la cabeza y sin dejar un momento de conversar. ¿Tiene trabajo? ¿OY6, acaso, cuando el hombre

dijo tiene trabajo"?

Por la puerta del Comando están entrando los presos que venían de trabajar en la finca del comandante. Un socio del Club se ha parado frente a la obra; se sacude, él también, el polvo foráneo,

cuidando, con natural escrúpulo, no rasguñar su capa municipal de sarcófago.

-Va quedandobonito.


EL MUSEO-PROVINCIA

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El Club semeja un estreno cursi. Acarrean las macizas y enormes mesas de billar. El verde botánico del paño yace, en pleno estío, bajo un sol pulverizado en quintales de cemento. Por todas partes suenan martillos encajando puertas, clavando bisagras, remachando. El cielo, solitario, bota una luz sin oXigeno, veteada en ceniza. La luz va vaciando el tiempo por dentro y ofrece su cáscara de rostros humanos. Maestrazgo, sociedad, albañilería. Carambolas de un péndulo irrisorio. El albañil encendió un cigarro. El hombre queda viendo las bocanadas de humo (hay que nacionalizar el tabaco piensa, ha pensado, pensará siempre). El rostro encalado gozaba todo el cigarro.

-¿Me da uno? Sé lo que contestarán los labios que ya se mue-

ven, botando saliva y cal en un amasijo de alba-

ñilería.

-Este que me estoy fumando, aquí donde me ve, era el último que me quedaba. -Para mayor sinceridad, el albañil ha tocado su bolsa vacía.

-Pero si gusta, coja la mitad agrega, ofreciendo una colita amarga y húmeda. El hombre convierte humedad y amargor fortaleza y deleite. -Dispense -la cortesía del albañil, casi hermanada con el hombre, vuelve a la rutina--, tengo que salir con mi mezcla y el maestro no quiere que platiquemos en el trabajo.


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Se arrodilló, vaciando cemento en un cajón, luego, arena, luego, agua; empieza a revolver la mezcla, igual al caliche de su cara. El socio del Club está ido, viendo hacer. Los presos del

comandante

beberán

agua a su hora,

como los bueyes. ¿Cuántas casas, en total, habrá aquí cerca? Veinte, quizá; veinte casas del centro. He conocido, conocí, a las familias. Yo sé cuándo la sangre trepó por las ramas maternas o cuándo bajó a las

raíces del padre. Una muchacha que canta bailando podría, hecha tisú, ser la misma crinolina antigua de su madrina. Los abogados, aun sin ponerla sobre suscabezas, usan la peluca de los Oidores en protocolos, legados, escrituras. Y el ademán maquinal de mecer la arenilla sobre los oficiosos pliegos, aparece, evocado, en el gesto cadencioso con que imprimen, al

vaivén, un columpio secante sobre compraventas,

hipotecas, títulos supletorios. El ebanista, el

talabartero,

el mecánico: una

refacción de muebles, un arte que muere, un taller própero que avanza entre tuercas y aceites. Liberales y conservadores, sobre el pueblo. 300 años de apellidos y guerras civiles; el compadre y la

comadre. Antes, ahijados del patriarca; hoy, en vías a

diputados;

mañana.

Los conozco por la falta del sello: no tienen, sobre el pellejo, ese pergamino polvoriento que marcamnos en nuestra piel, como una blanda y


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porosa tinta de muerte. Los techos, las calles, los árboles, recibieron su dibujo, calado sobre cristales de polvo, y lo gastaron en teñir de opaco la luz, vaciándola hacia una misma fosa.

Conspiraciones, también. Casi furtivas, inofensivas. Cuando salen poco y esquivan el saludo; cuando exageran (¿pleitesia? ¿tara de sarcasmos?) las relaciones con los tenientes; o cuando

intentan fundar un periódico y comienza tras las

puertas,lacolectadebonos,es o sé, lo adivinamos- que los cojinetes políticos están engrasándose con miedo y plata y ambiciones parlamentarias. Desengaño, desengaños rubricados al

final por la deserción, temporaria, orgullosa, miserable, de dos o tres

familiares

hacia el Presu-

puesto General de la República. No parece visible nuestra prisión, después de todo. No lo es. Invisibles hilos, límites podridos y sin embargo irreemplazables e inacabables en su postiza eternidad, tejen y cercan, con la muralla mestiza de la Juz y del polvo y de las herencias, nuestras costumbres. Somos sórdidos, con episodios

domésticos y satisfacción hipocritona para disfrazar nuestras vestiduras, como si sobreviviéramos apenas en el

guardarropa.

En el prinipio era el polvo, crepúsculo de la piel. Tenían alma, bajo la piel crepuscular de su


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MARIO

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polvo cabildero, si el "alma" puede conformarse a la Misa Mayor y a la práctica

obligatoria de dos

pecados: adulterio mental y murmuración verbal., más el complemento de ciertas virtudes democráticas,

imprevisibles de catalogar: el fraude en las

elecciones y la cárcel gratis. ¿Y el espiritu?

Otra concesión más a este mun-

do: celo campesino por la heredad, tres rutinarios tiempos de comida y una velada de póker o tanda de cine. Si el alma no la conocen y han condicionado el espíritu, ¿qué hay aquí? Están las vidas, sus vidas, remitidas no al soberbio satanismo sino a un infierno benigno, de localidades tradicionales. ¿El Buen Diablo? Apetitos de primacía. Semillas, bueyes e indios de lunes a viernes. Satisfacción mezquina los sábados, cuando, después de pagar la planilla de las fincas, se pierde un poco más de dinero al póker o se incrementan los tragos de aguardiente;

asoleamiento y purificación posteriores en el atrio de la plaza, dominicales todos, dominicales.

Y, contrapunto o entretela, una boda, inocente casi y prematura siempre, del hijo recién bachiller con la novia que apenas concluía el internado; los

primeros nietos vienen, con puntualidad obstétrica, a manipular la rueda incesante del tiempo, como una costumbre. Las mismas costumbres: nietos, biznietos y tataranietos. La luz, ceniza transparente, va historiando esta fronda de genealogías. Y baja, al pasar, púdica-


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mente los visillos sobre alguna rama de homosexuales o sobre la dudosa paternidad similar a la del vecino o sobre alguna fiesta ya envejecida, o sobre la neurastenia de la pobre dislocada tía sol-

terona. Y el módico, aceptable incesto, allá cuando se casan los primos, o los sobrinos de varios primos,

legalizando la tara de su consanguinidad. El me-

dallón, la retratera; parecidos mortuorios... Como un espejo de humo,

en las

tertulias se biselan

esos perfiles indefinidos. En el ramillete conversacional, ramas podridas, frutos insípidos, raíces que suben muñones y lodo a la superficie. Y el saludo o abrazo.

-Gracias. Unas "gracias" secas, obreras. Parece que el hombre, de regreso al Club, escapó de caer y un viejo, con levita verde, le ayudaba prestamente a enderezarse.

-Para servirle -se inclina la levita. -¿Y no tendría un trabajito por ahí?

"¿Y no tendría un trabajito?, ¿algún trabajito por ahí?* Habla ya nuestra pequeña lengua, pedigüeña y servicial. -Perdone, perdone, otro día, otro día -repite, se repite, el viejo, y se aleja, se va, yéndose con el viento como un largo saco verde. Desaparecể a

paso de polvo Su Senilidad. El hombre se arrima a la pared; el antiguo repello bota un parche de cal; no sabe si escupir confra la desgracia o seguir ahí, entre las viejas pare-


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des del pueblo, identificación de solares-retretes. Las horas se vuelven cortinajes. De los pliegues caen cansancio y deserciones. Polvo, temperatura y crepúsculo (el tiempo en acordes y cadencias. péndulos que no volvieron, que no volverán, que no vuelven) fueron los maestros de esta luz mestiza. Acerco mi viglia a ella, escriturando sussignos opacos, aquí, desde el centro del parque, donde

mi busto perpetúa su mármol.


RETOOUE A RETRATO DE BODAS ¿Bailaba? ¿Barria? ¿Limpiaba? La eriada daba vueltas, vueltas de ritmo casero, al compás de su escoba. Se detuvo; la escoba en alto, los ojos atentos, la pregunta como por curiosear:

-Y, ¿quéquería?

La vida doméstica ama esas conjugaciones pre-

téritas. Tiempo infinitivo, indefinido, indeciso. -Buscaba al patrón.

La respuesta alargó también una misma declinación nostálgica.

-No está.

Una mecedora cambia de lugar, un florero vacila sacudido por el trapo oficioso.

-Ya quéhoravendrá?

El tiempo y sus futuribles se hacen otra vez

dialecto.

-;Pues quién sabe! El zaguán queda sin visita. La criada volvía a

barrer, bailar, cantar. -Niñá, ¿quién era?-preguntó, desde el fondo de la casa, una voz de mujer.


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MARIO CAJINA -VEGA

-Buscaban al patrón criada.

-gritó,

en plural, a

-Y quién lobuscaba? volvian,simulando una pregunta, desde adentro. -Pues, no sé; no dijo, pues. La luz, apenas penumbra donde los matices se pulverizaron en cal de paredes y barniz de sillas, va despegando el color de las habitaciones, espejo cómplice de una fugacidad sin interés, y vacila

hacia la calle, amortiguada por el último desvanecimiento del sol. Sonaron, mecánicos, los enchufes de la corrien-

te eléctrica. Colgada de un alambre, la bujía danza al viento

de la noche: su vaivén vay viene pintando sombras, persiguiendo fantasmas de efimero frenesi: pilares oscilantes, sillas, la hamaca, el sofá esquinero, una contra-sombra en juego de paredes. Si saber por qué, la mujer se estremeció.

-Vení, mudá a Pablito dijo. La criada dejó la escoba en un rincón, se sacudió las manos en el delantal y fue a vestir a Pa-

blito, metiéndose junto con él en el aposento. Del lado de la calle, unas botas se arrastraban.

-Ya vine, ya estoy aquí -anunció la voz del marido.

-Ah, įvaya! -dijo laseñora,suspirandotra

quila.

El hombre se aplasta sobre una silla, se agacha, comienza a soltar los cordones de tos zapatos.


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RETOQUE A RETRATO DE BODAS

-Uf!

Calor, polvazal, trabajo -decia, sin

alzar la cabeza.

-Si -monosilabeó laesposa. ¿Dónde está ella, ahora lejos de su voz? ¿En la costura, en la cocina, en una revista? ¿sentada,

esperando contestar interrogantes con silabas, nudos de cordones de zapatos con labores de aguja?

-Y Pablito?-seguía elmarido. ¿Se daba cuenta de su nada? ¿O había nacido

él también para la nadería doméstica: preguntas evasivas, silencios agotadores?

-En el cuarto, mudándolo la sirvienta. -¡Ah, bueno! ¿Y la comida? -No tarda. Estamos esperandolas tortillas.

-Las tortillas!¡LAS tortillas!-bramó agudamente, en ese momento,

un chavalo

frente a la

puerta. -Las tortillas, niñá, ahí van las tortillas. Vos, fulana llamaba la mujer a la criada, traé los reales, allá sobre el aparador. Aligeráte, niñá, que el chavalo ya se quiere ir. ¡Las tortillas! Las tort... El pregón murió a cambio de unos centavos. El vendedor bajó la batea de la cabeza y la puso sobre las rodillas, mientras con la otra mano desenvolvía las tortillas. Un olor naciente y sabroso, a maíz tostado, flotó tibiamente bajo las halagadas narices de todos. ¡Las tortillas! El grito vigoroso del chavalo se alejaba, barriendo otros zaguanes con su pregón. -Poné la mesa.


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El hombre estiró las canillas y bostezó fuerte, levantando los brazos.

-Ah suspiraba, estoy cansado. Mañanase termina la siembra; ojalá no llueva hoy noche, sino hasta pasando mañana, cuando todo estéhecho. Nadie lo oía. Se levantó, arrastrando cordones, y fue al cuarto. Terminaban de entalcar a un lloroso Pablito, Pablito berreó más al ver a su papá, sólo por el placer infantil del escándalo. El hombre estaba en camisola ante el espejo, poniéndose los pantalones. Primero un pie, después el otro, mientras los ruedos caen y se alzan. La mujer registraba la ropa sucia, sacando pañuelos, monedas sueltas. -De sirvienta tuya estoy. Ni se te ve la cara en todo el día. Te vas a la finca y yo aqui sola, a la buena de Dios, dejada de los hombres.

Los hombres eran una hermandad abstracta, útil para el quejoso monólogo. El hombre, en particular, prefería ponerse la camisa. La mujer se acercó con el pretexto de abotonarle las mangas. Cuando estuvo cerca, él la besó en la cabeza; ella hizo como que no lo notaba; él volvió a besarla, agarrando su cara con las dos manos y alzando hacia él aquellos ojos obligados. La mujer los ce-

rró para no verlo y apretó los labios. Era un rostro perdido en su misma blancura, petrificada de íntimas arideces. Las cejas carecian de arco femenino; la mejilla, demasiado pegada al pómulo. El hombre soltó la cara, la cara sin mujer que no había pedido el beso.


RETOQUE A

-No

RETRATO DE BODASs

seás pesada, ¿0 es que no me

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queré?

-mendigó, falsamente, para justificar la repulsión.

-¡Sölo eso faltaba, pues! -respondió ella, de mala manera, y, salvando los reflejos misteriosos que nunca había vuelto a sentir, le enfrió un beso junto a la barbilla. Con esa rutina superponiéndose a la única realidad de ambos, llamada Pablito, llegaron

medor. Comían, mirando absortamente las rayas cuadriculadas, azules, blancas, blanco, azul, del mantel. Cada uno deglutía su silencio, como un bocado más.

-Te vinieron a buscar recordó la mujer, al final. -¿Quién era? Otra vez la inquisición árida, sin intimidades.

-No dejó dicho cinco silabas caidas al pie

del amor.

Siempre hay que preguntar. La secuencia que quería ser viril, que quería ser también una orden, no significaba nada, no sustituía a nadie.

del aparador,

Mudez de ella. Sobre la repisa

indiferente, espera el postre. Am-

bos lo saborean

dulcemente,

sin

reparar en sus

propias amarguras. Ensoñaciones y olvido momentáneos. La sirvienta se preocupa de dar de comer a Pablito, alzando la voz. Ninguno se levanta de la mesa.


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MARIO

-iQué hombre.

CAJINA - VEGA

hora es ya?

-pregunta,

al fin, el

-Las siete -ha dicho la mujer, viendo un reloj viejo, colgante en la pared. El mueble, que tuviera fina precisión, al haber perdido el brillo parece también aletargado. Dos esferas de cobre giran en compases neumáticos. Y el péndulo, por extraño propósito, sólo oscila con las campanadas.

Yo también me estoy volviendo medio reloj. ¡Qué risa si fuera doña Reloja! Criando un hijo y cuidando un marido. Cinco, seis años de vida de casada; yo también recibo mi cuerda: hacer siempre lo mismo. Los viajes a la finca de él; los pleitos míos en la casa: que si la criada, que si la ropa, que si los gastos; las enfermedades de Pablito; jay! si me hiciera caso. . Ser mujer de un hombreque viene, sale, se acuesta, se levanta, va al trabajo,

vuelve del trabajo; cada año, en la fiesta patronal, el suplicio de la borrachera; alegre él, contento tre sus amigos; castigada yo, viendo y oyendo; y cuando ya está cayéndose o durmiéndose, nos venimos para la casa, de vuelta, inútiles, y al día siguiente, el malestar y la finca; las visitas. ¡Dios

mío, pero Dios!" ¿Eran pensamientos de ella, que le nacian y renacían y se miraba en ellos? ¿O recuentos horarios del minutero, giro de las esferas blandas, sin sonido, mientras el mecanismo de relojería da vueltas en torno al tiempo? El reloj. Nunca pensó


RETOQUE A RETRATO DE BODAS

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que un reloj pudiera servir de libro de horas. Antes, en los internados de la adolescencia. ..

-Voy a salir -la voz del hombre la rapta del internado y la instala en medio de una sala de

quejumbrosos mimbres. La criada está levantando los manteles; Pablito escupe en una servilleta y, como sospecha que nadie lo ha visto, repite pérfidamente el salivazo.

-Llevátelo La

a dormir.

mujer sacó una silla a la acera y se sentó.

La gente la veia y ella veía pasar a la gente que iba al cine hablando en voz alta. A veces, una pareja se separaba un poco para quedar atrás, platicando entre estrujones de mano. Novios. Novios.

. .

Muchas personas prefieren ir a media calle para evitar los saludos. Ante las lumbraradas incandescentes de los zaguanes sus figuras

forman grupos

de contraluz y caricaturas de siluetas ambulantes. El cine queda a cuadra y media. En el aire, húmedo y polvoso como si el moho pudiera sccarse pegajosamente y flotar entre cenizas, las voces de los vendedores de periódicos gritan: ¡La Prensa!

¡La Noticia! La Prensa! Lejanas, las estrellas respondian con su alfabeto inalámbrico: chispeantes meteoritos azules. El mundo, arriba, va girando sideralmente; las nubes con densa mansedumbre, desfilaron junto a la luna. Bueyes, árboles, grandes pájaros blandos, en la navegación, alta y sin bordes, de la noche.


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MARIO

CAJINA - VEGA

Abajo: tejas, paredes, calles, cal nocturna, Un

vecindario dormido. -¿Volvió el patrón?-La

figuraanónimase

hizo voz en el zaguán.

-No --contesta olvidadamentela mujer.

La figura insistió:

-Y volverá temprano?

-¿Para qué lo quería? -ha indagado ella,más altiva que curiosa.

-Él yasabe.

Las razones

tácitas, las diligencias previstas, la

haraganería discursiva; los él sabe", aquellos ;Y está?"; mitos, mitos abscónditosquesólodisfrazan un lenguaje dispensado de cualquier ener-

gía mental. La mecedora de la mujer había empezado, rítmicainente, a mecerse. Otra vez cayó en la cuenta: ¿Eran sus pensamientos lcs que iban de una cosa a otra? ¿O el baile de las maderas y del mimbre la lievaba, la traía, yendo y viniendo desde sus desganos habituales hasta un desamor cínico? Las luces del cine se apagaron y el rótulo "Cine Nacional" desaparece a la hora local.

"Ya comienza la función. Ahora, hasta que termine. ¿Estará ahií? ¿Estará en el Club? ¿Buscará querida? ¿Y qué me importa a mí, aquí sola, hecha casa, silla, cama, maternidad única, aburrición infeliz? ¿Por qué pensar otra' cosa? Una debe ser como los lugares dor de nace y donde tiene que vivir. ¿Por qué voy a preocuparme yo? El domin-


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RETOQUE A RETRATO DE BODAS

go habrá kermesse y tengo que cocinar tamales y pasteles. Seguro que él va a

emborracharse

otra

vez; seguro esto, seguro lo otro; tengo seguridad de lo que él hace y de lo que yo hago; tal vez hasta manosea a las meseras ahí, en la kermesse,

sólo por reirse de mi persona,

por

molestarme ;

total para que después yo lo saque de la fiesta y poder él quejarse ante sus amistades o asariarme ante las criadas.'9

Un viento nocturno, expulsado del monte en que acampan los barrios, anduvo suelto por ia calle, anunciando lluvia. Ya no había luna entre nubes absolutas. Las primeras gotas repican al comienzo de la calle y, generalizándose, avanzan a medida que aprisa y una por una las mecedoras se retiran de las aceras y suenan en sucesión los

portazos. La mujer entró, levantando su silla. La casa, en aquel silencio y aquella soledad, parecía inmóvil. La lluvia alborotó un rato y después se durmió, con un aguacerito que se liquidaba, menudo, como un vuelto en centavos. Cuando pasó el agua, regresó el hombre.

-Te mojaste? pregunta la mujer, al verlo

sacudirse los zapatos. Es la rutina de todos los inviernos; las ternuras que deja en el hogar el

improvisado chaparrón. -No, es que al brincar un charco meti los pies en quien sabe qué suciedad. -Limpiáte los tacones en la acera, pues. -Eso estoy haciendo. ¿Vino el periódico?


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MARIO

-Lo

CAJINA - VEGA

estaban voceando ahí, en el cine: pero.

seguramernte por el agua no llegaron hasta aquí, -Voy a esperarlo en la puerta, pues.

No te olvidés de poner la tranca. -No. Ya lo sé.

Cuando se iba para la cama, la mujer se acordó

de la visita. Volvió donde su marido.

-Te vinieron a buscar otra vez. --¿No preguntaste quién era? Ella ya regresaba al cuarto. *¿Y si será el tractorista que ando buscando? --pensaba el hombre, interesado--, Necesito uno para que la máquina haga dos turnos. Además, el jeep hay que estarlo arreglando a cada rato y tiene que acarrear los sacos de fertilizante. ¡Ah, si! Voy a hacer conforme habia pensado: dos tractoristas,

como choferes también." Fumó y esperó, todavía un rato más, los pe-

riódicos.

"La vaina es que, sin recomendaciones, ¿cómo sé yo si ese sujeto sirve o no?" Para distraerse, en tanto acomoda los pensamientos a un fin conveniente, se asoma a la puer-

ta. Ya no hay gritos de voceadores. No habrá periódicos, tampoco. A las diez, resignado y sin importarle al mismo tiempo, cerró con llave, trancó la puerta y se fue a acostar. "Lo malo es pagar dos sueldos por la misma cosa. ¿Y si le rebajo a uno para ajustar el pago del otro? ¡Quién sabe si le gustaría! Pero también


RETOQUE A RETRATO DE BODAS

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trabajaría menos y por turnos solamente. O, a lo mejor, no me conviene tanto empleado." Acompasaba sus reflexiones a los diversos actos

de ir al baño, quitarse la ropa, ponerse un piyama arrugado, estirar los brazos, bostezar. El ritual de cada noche, incluyendo dos o tres ideas insatisfechas. Se sentó en la cama, procurando no hacer ruido. Su mujer dormía. El hombre empezó a sobarse los pies, dándole la espalda a la mujer. Cuando acomodó la cabeza en la almohada, las indecisiones volvieron a asaltarlo. Decidió dormirse entre

un revoltijo de tractores, motoristas y las guirnaldas a colorines de la kermesse del

domingo,

cuya

orquesta invadía doce manzanas aradas con un remolque cargado de naipes, convirtiendo su sueño agrario en una interminable pesadilla sinfónica. Pablito, medio indigesto, hablaba. Desde el comedor, el reloj pendulaba once veces. Al cuarto de hora repitió sus giros metálicos. La mujer se movió también, en sueños.


¡VIVA CENTROAMÉRICA! "Escribir de política en una obra literaria pro-

duce el mismo efecto que un pistoletazo en medio de un concierto. Resulta algo así como una grosería que, como tal, siempre llama la atención. "Así es que vamos a tener

que

hablar de cosas

desagradables, que quisiéramos callar por más de una razón, aungue nos disculparemos de cllas prometiendo no salirnos del campo de nuestros dominios,

puesto

que nos referimos

que

las cosas

tienen

desagradables

a

por escenario nuestros

personajes." STENDHAL:La Cartuja deParmna (Cap. XXI).

Une una única Avenida de la Luna al Monte del Calvario y al Monte de Piedad. EI Calvario es una intentona de Renacimiento, con columnas españolas torturadas por la artesanía mestiza, y con la

techumbre

coronada

a 60 pies sobre el

suelo por un oscilante círculo de zopilotes. Triste, feo, aglutinando rostros miserables, el Montepío quedaba en una casa frontal demasiado vieja y sola. Sus paredes exhibían carteles de propaganda del Gobierno, invitaciones al obreriso organizado y volantes estudiantiles. La gente, sin embargo, prefiere extasiarse ante los colores


¡VIVA CENTROAMÉRICA!

del único afiche de cine, cstampado contra las puertas, que anuncia con polícromo desgano la

función local. Barrio-calle. .. Mediaguas entre solares; altos, lánguidos árboles desplomándose, en silencio y sombra, sobre plazuelas de polvo; vidas que desembocan día a día y una tras otra, por hábito o por necesidad, en los dos extremos del callejón imposible: Preces del Calvario, empeños del Montepío, como si la devoción o el gravamen fueran las únicas salidas que el urbanismo imnpone al des-

amparo provinciano. El Monte de Piedad tiene también cierto carácter oficial, clandestino por eso mismo: el póker. La partida de cartas que, arriado el pabellón en los cuarteles

a las seis de la

tarde,

cerrado el cind

desde las nueve, y ya dadas las diez de la noche, comienza con toda la representación de una pa-

tria nocturna. Las manos del

comandante,

condecoradas de

anillos (una piedra roja por su grado académico, una sortija por el matrimonio, un solitario por el ascenso a coronel) barajaban el naipe. El ópalo reflejó la cara de una Reina angustiada; el dia-

mante afilaba el brillo del Rey de Espadas; la sortija desvanecía ases y negrillas en su oro repujado. Viendo la mesa completa, el comandante dejó de

barajar.


36

MARIO

-Una

CAJINA - VEGA

cerveza! -rugió. Desde losestantes,

donde yacían, pignorados, herramientas mecánicas y abalorios femeninos en resignada intimidad, bajaron primero un vaso, después una cerveza; limpiaron el uno, abrieron la otra y quebraron el hielo, pulverizándolo. -Que dé el profesor sugirió don Federico. Era alto y distinguido y fumaba con eleganciahe-

reditaria.

El maestro de escuela (¿sumaba quebrados? ¿repasaba exámenes? ¿sorteaba premios escolares?) no

oyó.

-Yo doy se autoordenó el coronelrepar-

tiendo las primeras cartas. -¿Y usted? -inquirió al ver la confusión del maestro.

-¿Abre usted? -repetía, con pacienciaespartana, el coronel.

-Dispensen -dijo, al fin, el profesor y vio, alzando su juego, la sonrisa desigual de una reina

y un rey, escoltados por tres súbditos retraídamente inferiores: el diez, el nueve y el siete. Una distancia de campanas, marcando el silencio, comenzó a repartirse sobre la noche. El sonido flotaba hasta los linderos del municipio, cruzaba

el campo apagándose y otro toque venía blandamente a recorrer el tiempo.


¡VIVA CENTROAMÉRICA!

37

Con arte preciso el cigarro de don Federico se engarzó en la boquilla. Bocanada tras bocanada, fumaba a placer. Se veía tal como era y tal como sus antepasados habian sido: un horizonte de ganado, una seguridad de casas, una confianza depo-

sitada en el Banco. Y la legítima genealogía conservadora. Todo ese fin de raza vaciló ante las bruscas sospechas del comandante:

-Don Federico, en Managua dicen que usted dio dinero para la última manifestación antigobiernistay que ya en otras oportunidades ha ayudado a los revolucionarios.

Una Dama de Espadas, el filo junto a los labios, vigilaba desde el tapete. ¿Quevedesca?

Mi comandante -tosió, a comopudo, el Partido

Conservador,

esas son cosas de este doctor-

cito para indisponerme con sted.

Yo le jurò

que. .

El doctorcito se revolvió entre injurias y juramentos,

buscando

cómo ponerse a su altura de

magistrado.

-Yo soy liberal -vociferó, como en un mitin, y tengomuchos, pero muchosañosde serlo sin ocultarlo a nadie. A usted, como caído, eso le duele. Hoy dice aquí que no se mete en nada, pero ya conocemos su modito de hacer las cosas. -¡Propaganda suya para servilizarse con el po-

der! replicó don Federico, ofendido desde la primera generación: un magistrado liberal, al fin


38

MARIO

CAJINA - VEGA

y ai cabo, no es igual a una hacienda conservadora.

De pronto, recordando que el ejército, ahípresente, podia resultar afectado por su orgullosa protesta, agregó con sonrisas que eran todo un desfile de zalamería-: Coronel, usted no permitiría, por supuesto, que yo, su amigo, encabece una lista de

contribuciones forzosas. El comandante no le contestaba al conservador y

tampoco

alzaba a ver al liberal. La cerveza,

amarga y amarillenta,

requería toda su estrate-

gia. Además, se. daba cuenta de lo que querían

de él. Un fallo gordiano", se dijo con el precario auxilio de la Historia Militar. Y decidió sincerarse en una sola frase:

-Si no fuera por el ejército yo nunca hubiera levantado cabeza. -Todos somos profesionales, mi comandante se incluyó el magistrado Así como usted en la milicia yo hice mi carrera en lo judicial. El comandante iba a cambiar carta, pero prefirió

terminar su cerveza para

amonestar a aquel

magistrado que había empezado la discusión: -Y yo le digo a usted que si usted imparte su justicia es porque nosotros, los soldados, mantenemos al general de Presidente. ¿O es que cree que con sólo escrituras e hipotecas habría llegado a ser

corte? Don Federico Arróliga, con voz igual a sus maneras iguales, igual todo él a su traje de caballero,

creyó oportuno un sutil apaciguamiento:


39

[VIVA CENTROAMÉRICA!

-Por favor -insistió educadamente-,por faror, dejemos las discusiones. Estamos entre amigos, señores, entre amigos.

-jAmigos!ordenó elcomandante,ponien-

do a la amistad en posiciốn de firmes". El magistrado, ante la voz de mando, se dedicó a pensar en las posibilidades de una futura Asamblea Cons-

tituyente, con el coronel de candidato único.

-Amigos.

-declinaba don Federico e

trémolo de puntos suspensivos. Unánimemente los tres se maestro de escuela:

Profesor,

volvieron

hacia el

usted es testigo, ¿verdad?

El maestro de escuela estaba repasando en ese

momento los quebrados compuestos y clasificando la flora del pais. Se halló, sin saberlo, en medio de una crisis de la historia nacional.

-La verdad -comenzó a decir. Los ceños se fruncieron.

-La verdad? -se preguntaban,conasombro

irrisión, el militar apolitico, el magistrado liberal y el caballero conservador.

"La verdad (en el corazón y en la cabeza del maestro la verdad reemplazaba ya a la realidad que,

de momento, habia ocupado el lugar de la aritmética y de la botánica) es que usted, mi comandante, me pide a los alumnos para la

instrucción

militar en los cuarteles; y usted, señor doctor, me


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MARIO

CAJINA - VEGA

obliga a dar la cuota para el banquete anual del

Presidente y el voto para la reelección vitalicia del Presidente; y usted, querido don Federico, esta semana me subió el alquiler de la casa, capitalizándome las rentas rezagadas."

-Están fresquecitas -elogiaba don Federico. Las cervezas parecían derretirse bajo su piropo (zelogiaba las bebidas? ¿o adulaba a su propio gaz-

nate?) -Este muchacho es mejor camarero que empleado del Montepio -sentenció la Corte. El muchacho-camarero-montepío sonrió con gratitud.

-Y qué talunoschicharroncitos?propuso

tácticamente el comandante. -Que no estén muy duros, si -pedía el doctor, acordándose de su muela cariada.

-Y conpalillos -agregó,deseandoinconscien-

temente escarbarse la muela.

"¿Qué diría a esto don Federico? Diria: 'en los

tiempones, cuando mandábamos n osotros

(la

palabra se espaciaría en un viaje de ida y vuelta

al siglo diecinueve, o antes. ..) daba gusto visitar el club'. ¿Y la respuesta del magistrado? La mis-

ma: 'jAh! ¡Estosconservadores! ¡Nunca cambian! Gobernando por apellidos'.. 9 Carta -volvió a autoordenarse el coronel. Al servir reparó en su anillo de graduación. Coronel. . . El no era un

nombre

sino un rango. Su


¡VIVA CENTROAMÉRICA!

41

conciencia estaba limitada por las ordenanzas. "El uniformne es tu estatura: presentáte siempre con cara de kepis." Había, y le gustó recordarlo con satisfecha crueldad, aplicado la Ley Fuga a cuatreros y a revolucionarios. Pero también, en la asfixiante cámara de polvo de un hospital de aquella

misma provincia, vio agonizar un rostro, rostro algo aplastado por la falta de belleza, sin ninguna finura femenina más que la hoguera moribunda de los ojos, y entonces se debilitố: veinte días de cáncer y un diagnóstico tardío eliminaron (era su lenguaje) a la mujer. La mujer, conjuro cariñoso y familiar de la esposa. Palpando entre sus manos aquella agonía, también se desmoronó él. Le quedó sólo la comandancia, lo disciplinario. Hasta el

ejército le parecía un fin nominal, como si ahí ella causara baja.

Trastornos circulatorios. Enfermedades. En medio de todo, procuraba apuntalar su autoridad con energias inofensivas. En

compensación

al recuerdo

un as le dio la

victoria. El maestto recitaba su teoría: "Liberales y Conservadores. Elección y Revolución. Revolucióno Elección".

-Lo quenecesitamosprimero sonciudadanos! -exclamó de pronto, o creyó exclamar porque nadie parecia haberle escuchado.


42

MARIO

CAJINA - VEGA

-¡Ciudadanos! -repitió, alzando la voz, seguro de hacerse oír. -Ciudadanos somos todos, lo dice la ley-aclaró jurídicamente el doctor y magistrado, sin alzar la vista de la mesa. Don Federico y el coronel tampoco repararon en esta definición de derecho. Naipe, chicharrones y cerveza eran tres péndulos hacia los que oscilaban con gestos parecidos.

"¡Andá votá! ¡Andá peliá! Uno compra; engaña otro. ¿Votos? En la mesa electoral vigilaban el administrador de la hacienda, el juez de Mesta y el futuro diputado, mientras un analfabeto marca la papeleta con menos habilidad de la que usaria para

marcar

reses. ¿Balas?

Rebaño

arreado a la

trinchera como un alarde del caudillaje de asta y casco. Elecciones de burdel; revoluciones de co-

rral. Mercado y rastro."

El comandante arrugaba los ojos; don Federico fumaba, fumaba; la Corte, siempre jurisprudente, medita.

Sobre el tapete,

hay un pleno de ases y

una rampante escalerilla en flor. ";Habré dicho algo?" Una sonrisa de don Federico, capaz de tres si-

glos de ironía, burló aquel escrúpulo:

-Y usted, profesor ¿siemprepensando en sus

indios? Ya sé por qué lo pregunta. La última vez que platicamos me contó que él trata a sus peones tal


43

IVIVA CENTROAMÉRICA!

como los trataba su padre: como a hijos. Perdona

sus deudas, los apadrina (cuando no los engendra). ¿Virtudes tradicionales del Patriarca? Háblele al

indio -me convidaba don Federico- de ir a clase' y verá qué le contesta; él sólo quiere ganar sus tres tiempos de comida; si no trabaja más, es por su culpa. ¡Qué raza, amigo! Mal hicieron los españoles al no exterminarla, como los ingleses. Nos dejaron, en cambio, al indio para que cargáramos con él. En todo es una rémora; lépero y mal mandado de nacimiento, si uno le dice 'hacé esto' va y hace lo otro; jamás contesta con un sí ni con un no. Si se le pregunta 'qué es' responde ¿y qué horas tiene su reloj?';

hora si se

le dice 'qué estás haciendo' contesta '¿y qué quiere usted que haga?';

por

último,

si se le ofrece

¿cuántoquerésganar? sólopropone y cuánto me va a pagar, pues?" Ese es el indio,

amigo."

-¡Estamos en lo que estamos! -tronaba el comandante, emplazando con la garganta tero de campaña. El zapato del magistrado le sentenció una patada, por debajo de la mesa, al maestro de escuela; don Federico hizo que tosía y al sacar el pañuelo (¿era una gorguera hecha pañuelo? ¿O un pa-

ñuelo que, de tan bordado y heráldico, queria volverse gorguera?) le tocó disimuladamente el codo.

-iJuegue, amigo, juegue! -urgía el coman-

dante. El profesor pidió cambio de cartas.


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MARIO

CAJINA - VEGA

-:Cómo? Toda la mano otra vez? se sorprendió el coronel. Los anillos sirvieron de nuevo cinco cartas que, en poder del maestro, desfilaron como un abanico humillado: dos pares de die ces y sietes más una reina, soberana incapaz •de

regentar póker tan plebeyo.

-Cerveza!

"Ignorancia y miedo, don Federiguito. Si el in-

dio no le da su

opinión es porque

teme al mal

trato y lo asusta el desempleo. Está acostumbrado, por herencia, a obedecer al patrón; procura adivinar lo que se espera de él para así no

contrariar

a

nadie; por eso, responde preguntando; su pasividad vive una mezcla mestiza de fatalismo y súplica. ¿Léperos, zánganos, haraganes? ¡Muertos de

hambre, patrón, muertos de hambre! Patrón-cacique, patrón-caudillo, patrón-patriarca, patronciPendejo que soy, tras el sarcasmo quisiera tos. . • una guillotina pero me conformo con la socio-

logía". El cosquilleo del palillo erizaba, en áspera delicia. los nervios dentales del magistrado. El pequeno dolor fisico le trajo, por afinidad, su eterna angustia moral: ciertos sarcasmos y rumores que persistían sobre su matrimonio. Tras cuatro años de duda no atinaba las causas de aquella especie y se escarbaba ahora la caries como si localizara ahí

su origen. Cerró los ojos, complacido. El comandante, ajeno al enredijo conyugal de su vecino de


¡VIVA CENTROAMÉRICA!

45

tapete, se levantó. Los brazos alzaron un bostezo que casi se hace una caverna; luego, por turno, la barriga bien engrasada desfiló hacia adelante. De pronto se detuvo. El cuartel tenía sueño pero

primero debía cumplir un deber oficial: amonestar a la escuelita. -Amigó-dijo y clavó, como yatagán, el acento sobre aquella palabra- nO me gusta del todo esa su manera de desatender el juego quedándose ido y conjeturando Dios sabe qué cosas. Es una descortesia con las amistades (don Federico asintió a la sola mención de la descortesia

y el magistrado

interpretó, con gestos, las leyes de

la amistad) y además (el propio coronel recordaba ahora sus felices primeros tiempos de Jefe de Policia) ¿cómo puede así saber uno lo que usted piensa? Las tres miradas convergieron sobre la escuelita y su humillada condición de pupitre. Para enfatizar su autoridad el coronel recalcó reciamente: ;Buenas noches!" escoltando su despedida con las bayonetas tipográficas de dos admiraciones.

El Montepio se cerraba. ..

Una brisa antigua, nacida quizá en Sirio o en Vega, de Alfa de la Lira, Constelación del Cisne,

reptando por las Avenidas de la Luna, flotó junto al Calvario y los jazmines terrestres se activaron; su aroma se nebulizó allá donde el polvo volvia a asentar sus pasos.


LOS CAMINOS Y LOS INDIOS

"Cuando yo anduve por esas tierras adentro, por los caminos de,

arriando mi recua, guiando,

vamos comiendo y descargando

y vuelto a cargar y me voy de paso y no es menester licencia para ello,

señor Gobernador."

EL GÜEGÜENSE

(Teatro popular de Nicaragua.)


A mi padre quien desde pequeño me enseñó a querer los caminos, los árboles y los indios.


EL MALINCHE El árbol daba su sombra roja sobre el patio aseado del rancho. Era un malinche del primer año, que se cubría de flores como gotas de sangre. La india, en la cocina, era casi un objeto más. Piedras de hogar, leña, una gallina clueca, el perro echado, masas de maíz, un cuero seco de culebra, el gato debajo espiándolo, el pedazo de sombrero para soplar el fuego, el fuego debajo de la ceniza.

La india salió y llamó. Ñurinda, desyerbando la hortaliza, no oia.

Pedró, veníiii gritaba ella, tan lejos como él estaba.

-Voooooy contestó el indio por fin. -No tardés que ya tengo que irme -volvia

ella. El indio acunó su machete, se echó unos tomates en las bolsas y comenzó a caminar, buscando la

ronda del plantío. Por la carretera, vecina al cerco, pasaban buses y camiones de carga levantando polvo.

-Poné éstos también -dijo el indio, cuando

llegó al rancho con los tomates.


52

MARIO

CAJINA - VEGA

Ojalá sevendanbien a indiaagregóIos

tomates a la batea, llena de verduras y yerbabuen:

-Ya me voy, pues dijo

alguien se lleve lo sembrado.

Cuidá, noseaque

-iQue tanteen, a ver! -replicó el indio, burlón, acariciando su machete. El filo era un hilito de luz.

Por la carretera pasaba un bus; a los gritos se detuvo. La india llegó sofocada por la prisa; se montaron juntas la batea y ella mientras el bus hacia viaje. Estando sentada llegó el cobrador a

pedirle el pasaje.

-Un peso -dijo el cobrador y otro por la

batea, dos pesos en total.

-Ej, ¿y por qué pues? -reclamó la india, con viveza. Al cobrador le encantaban aquellos pleitos y contestó riéndose y rimando: Dos por ser vos

-¿Y esodesdecuándo? -se defendía ella. Yo pago mi pasaje y la batea anda conmigo. ¿Por qué va pagar también pasaje? -Pues porque la llevás a vender a Masaya -explicaba el hombre Y en la Alcaldía quitan un peso de impuesto, encargándonos de cobrarlo. Asi

que, amorcito, mejor págame ya.


EL MALINCHE

53

-Y a usted ¿quién le manda decirme amorcito? -reclamó la india, -Tan lindo que me discutis -chanceó el cobrador

pero mejor me pagás, porque si no te

bajo con todo y tu cara brava, dejándome en prenda la batea. La india comenzó a contar monedas, sacándolas

de un pañuelo colorado mientras el bus brincaba, alegrando el vocerío de los pasajeros. Los de adelante, inclinándose un poco, platicaban con el chofer. El chofer, sin desatender el timón, levantaba la cabeza para contestar por medio de un espejito

fijo sobre él.

Una vuelta. Una subida que se va empinando, entre polvazales, a medida que el viejo motor esfuerzay la carrocería, de maderas acopladas en el país, se queja, rechinante. Aparece la carretera

pavimentada y todos, chofer, motor y pasajeros, respiran, aliviados. Sólo la carrocería traqueteo.

continúa su

Llegaban a Masaya. El bus siguió por una calle ecta, desembocó en la plaza, comenzó a dar vuelta pasando por la Casa Cural, la alcaldía y el cuartel. Al cruzar frente a la Iglesia, los pasajeros persignaron. El bus seguía dando vuelta al parque, donde se asoleaban, por voluntad popular, todos los hombres célebres a quienes la ciudad, en cien

años, había creído dignos de un entierro, un discurso y un pésimo busto.


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MARIO

CAJINA - VEGA

El bus paró frente al mercado, dos cuadras más allá del parque. Los viajeros empezaron a apearse. La india buscaba cómo sacar su batea.

-¿Querés que te dé una ayudita, mi reina? -le decía el cobrador, buscando pretextos para agarrarle el brazo.

-Qué hombre más virriondo! respondió la india y, escabulléndosele, jaló la batea hasta el borde de la puerta, se metió prestamente debajo y se enderezó, de puro milagro, con la hortaliza ya en su cabeza.

-Ya sabésquenos volvemos juntos en la tarde, amorcito! -gritaba todavía el cobrador, divertido, mientras la india caminàba ligerita, sin menearse, bajo su batea triunfante.

En el mercado las vendedoras se sentaban en dos filas a la sombra metálica de zinc o al sol puro. Los abarrotes se almacenaban en estantes de tablas.

Con el calor la gritería parecía un motín nacional. -Marchantillo lindo, compráme a mí. -Yuca, quequisques, ayotes, sandías. –Doy barato y trece por docena. -Frijoles

a peso el

cuartillo

y a dos el medio.

-¡Pescados vivos! ¡Pescados! ¡Los pescados!

Huevos acabaditos de poner. -Anonas, mangos, bananos, marañores. -Aqui los sombreros de palma, las hamacas de

cabuya.


EL MALINCHE

55

-Monturas y taburetes. -La melcocha, el almíbar de coco, la panela, el dulce.

-Quién quiere mercarregalado?Yo doyhasta

fiado.

-A mi compráme,comprámea mí, vos que

sos tan galán, vos!

Era el tiangue, antiguo mercado indio: fruta,

grito, trino, flor.

Mercado del reino del hombre y del reino vegetal y del reino animal y del reino mineral. Orquí-

deas, venados, cántaros. Se freia el chicharrón, se

palmeaban las tortillas, se cocinaba la comida. Un sol matinal pegaba fuerte y las indias sudaban, acomodándose los rebozos negros. El color se hace olor, el olor voz y la voz amor.

-Compráme, marchantillo lindo!

Unas gallinas se ahogaban con el pescuezo estirado y el pico abierto. Un loro, desde su estaca,

repite incansable la misma letanía:

Qué gentío, Jesús, José y María.

Qué gentío,

Jesús, José y María. En

cordillera las iguanas verdes se aplastaron

contra el suelo, caido el párpado liquido sobre el


56

MARIO

ojo verdoso.

La

CAJINA - VEGA

armadura

coriácea se les despe-

reza en una artillería de espinas. Las últimas indias, que venían a pie de los ranchos vecinos, se instalaron con canastas de jazmines, resedas y lirios. Su aroma agrario se fundió entre el sol, los gritos, el sudor y las letanías del

loro. Pasó un forastero, rechinantes los zapatones nuevos, de vaqueta, y con una alforjita blanca, recién comprada, en la que descansaba el machete, colgada al hombro. Una mujer que vendía refrescos de todos colo-

res, dijo al verlo: -Jesús, amor, si parecés Presidente. Las otras fresqueras se rieron. El fuereño" bajó los ojos

confundido,

antes de seguir su camino.

A la una el mercado quedó solitario. Era ya la hora en que se ahorcó Judas. Las indias comenzaron a volver a sus ranchos; otras esperaban, idolátricas, el bus de las dos de la tarde que llegaba a las tres y no salía hasta las cuatro.

Con alegre estrépito sonó la bocinay los viajeros subieron.

-Idiay, amor dijo el cobrador, ¿yaestás de regreso? Sentáte

atrasito.

A vos no te voy a

cobrar. Con sólo mirarte ya estoy agradecido. La india ni lo alzó a ver. Pagó su peso y se acomodó aparte, sin decir palabra. El hombre anduvo cerca de ella varias veces,

rondándola;

cansó y no volvió a molestarla.

al fin se


EL MALINCHE

57

Atardecia del mismo color del paisaje. El silencio se sentaba en cuclillas, manso y solito. Sólo la

arruinada caja de velocidades del bus, protestando con cada cambio, destemplaba la intensidad del crepúsculo. La india golpeó de pronto su asiento. -Aquí, aquí nomás, por Diosito, que pasé gritaba. El bus se detuvo. La india se apeó y se fue con pasitos de codorniz que levantaban

polvo menudo. El indio dormía en su taburete, apoyado contra los horcones del rancho. Se despertó al sentir a la

india quien, sin decir nada, pasaba a dejar su batea en la cocina.

-Idiay? ¿Vendistealgo? -Casi poco. Los tomates los di regalados, a diez la docena. La gente, hoy día, está tempraneando.

Mejor madrugo mañana. Entró a su cocina, acomodó traste por trastey empezó a soplar las cenizas. El fuego la descubrió. A contraluz de la primera llamita, su matriarcado indigena animaba una dorada teoría doméstica: el dibujo de las jícaras, la merienda del perro, los granos de maíz. Afuera, en la oscurana, el hombre silbab. Trepando como araña roja una luna abría su red de sangre. Nacieron ruidos y luces. Ruidos perdidos: el


MARIO CAJINA - VEGA

viento sobre los potreros, los grillos y las estrellas en el cielo, los sapos debajo de la tierra. Ruidos antiguos, ruidos de silencio: árboles, nubes, nidos. Luciérnagas de caserios:

candiles de Cofradías a

Nindirí, de los Altos y Campuzano, de El Portillo,. de Sabanasgrandes. La noche de Nicaragua.

-Veni

-llamó el indio, como triste. No le

contestaron. -Vení, pues -repitió, sin saber cuándo. La voz salió de la cocina:

-Ya voy.

Una sombra india llegó sumisa y se ciñó al hombre. El indio la abrazó y alzó su cara, sufriente. Ela se le acurrucaba contra la carne sintiendo la fuerza, el olor a trabajo de su hombre.

-Pedro Juan. ... dijo, nadamás.

Manos de macho le buscaron los pechos, la hicieron estremecerse, la sembraron sobre la tierra de donde él la tomó.

Una flor de malinche cayó.


LOS MACHETES Machete caído,

Indio Muerto.

REFRÁN NACIONAL.

-A ver,pendejos! ¡El quequieraalgo,que lo diga! ¡Para eso estoy yo aquí que soy muy hombre! El indio se alzó de la mesa y, agarrado a una

silla para no caer, tiró varios machetazos al aire. La gente lo quedó viendo; algunos parroquianos, un poco alegres, silbaron al cantinero pidiendo otro trago. Al indio no le gustó el silbido, creyó que se burlaban de él y tiró, furioso, más machetazos en duelo con él mismo.

-Ese indio jodido ya está borracho

dijo

una v0Z. El indio se volteó, endemoniado, con el machete

listo.

-¿Lo ven? Tal comoyodecia... -cantó la

vOcecita burlesca. El indio se revolvia para todos lados, buscando a aquel que lo humillaba, y no hallando contra


60

MARIO

CAJINA - VEGA

quien pelear, corrió, medio tambaleado siempre, a pararse en la puerta.

-¡Ahora sí van a ver lo que

dor-

soy!-gritó,

reta-

¡De aquí no salenadie y el que quiera pasar

se mata primero

Todos callaron,

conmigo!

El indio, sin reparar en silencios, recitaba sus letanías de aguardiente:

-Que ando picado, ¿y qué? Me bebo mi plata y en mis reales mando yo, ijodido! Se escapó de caer, otra vez, y se amparó en las jambas de la

puerta. -Cálmese, amigo -pedía el cantinero detrás

del mostrador.

-Ni usted ni nadie memanda! -replicaba el indio, poniendo por testigo a su machete.

"Ya fregó este indio -pensaba la clientela-. No debieran venderle tragos". El cantinero, más práctico, le hizo señas a un

chavalo y le dijo algo. El chavalo, receloso, poco a poco,

legó hasta donde el indio

y, desde sus

años, quedó viendo: primero, al machete; después, el rostro como una etiqueta de alcohol. El indio ni se fijaba en el chavalito. Estaba ya abotargándose. -Oiga, señor, dice mi papá que lo convida a un trago, que vaya -explicó, de pronto, el muchacho.

El indio desconfiaba y no quiso aceptar. -¿Y por qué no me lo sirve él aquí?


LOS MACHETES

61

-Pues porque dice que quiere que platiquen en confianza, como amigos. -EI cantinero sonreía todo lo que podía. El indio, al oir hablar de amistad y verla rubricada lloso. El para

por la sonrisa de la cantina, se sintió orguCaminó hacia el mostrador. chavalo esperó sólo sus primeros tambaleos salir bajo las celosías de la puerta que daba

a la calle.

En el mostrador había un litro de aguardiente, dos mitades de limón, sal, un pichel de agua y un brindis esperando rematar una amistad. El indio quedó viendo la medida mientras el cantinero servía. Vaciló. Se volteó para echar un

-vistazo contra la clientela. -Cuidadito, no se muevan que los estoy pupi-

lando ijo.

Nadie se movía. El indio se echó el trago, puso

ara amarga (por pura costumbre) y se limpió la boca con el dorso de la misma mano donde bailaba el machete. De una mesa, donde platicaban bajito, sin atreverse a señalar al indio, disparaban miradas acusativas. El indio presintió. Los que hablaban terminaron por callarse. Satisfecho y olvidadizo, el indio pensó sólo en beber otro trago.

Sirvame otro dijo.

El cantinero asintió, mirando con disimulo hacia la puerta.

-No

decía el indio, esees muy chiquito.


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MARIO CAJINA -VEGA

Sirvamelo bien grande; mientras más grande es el trago, más grande es el hombre

El cantinero, encantado, le sirvió un vaso completo, repletándolo hasta los propios labios del vidrio. Al indio la boca se le hacía aguardiente.

-No semueva que lo mato! El indio botó su vaso y se volteó con elmachete ya alzado. Desde la puerta, el juez de Mesta lo encañonaba con una pistola. El indio fue viendo uno por uno al cantinero, a la mesa, a la

puerta,

al

chavalo

que sacaba la

cabecita detrás del juez de Mesta, al juez de Mesta, y, por último, a la pistola que también lo quedaba viendo con el ojo de su calibre.

-Idiay, pues, me van a matar! -gimió. -No, amigo, pero va preso. ¡Suelte esemachete! ordenó el juez de Mesta. -¡Ah, no, jodido! Eso sí que no: machete caído, indio muerto -juró el indio. -Botá el machete, hombre, te digo insistia el juez de Mesta, avanzando tras cada palabra.

"Clic" hizo el gatillo del arma al montarse. El indio, indeciso, se aculó contra el mostrador.

-Si no estoyhaciendo nadita... --searrepentía, de pronto, todo encogido y humilde, pero sin aflojar el machete. -Bueno, ya estuvo, įsoltá tu machete y date preso! -perentorió el juez de Mesta, siempre avanzando.


LOS MACHETES

63

-Y por qué jodido! -reclamó el indio, ya dispuesto al pleito No hay quién se atreva a echarme preso. Fui coronel en tiempos cuando mandábamos los conservadores y comí plomo

escupiendo bala al lado de mi general Chamorro. -Peor para vos: Chamorro está caído y ahora sí que vas preso por política, por hablar mal del Gobierno.

-Viva Chamorro!

-Cállese, jueputa! ordenó, furioso, el juez

de Mesta.

-iQue vivaChamorro, jodido!repitió el in-

dio, audaz, contento. El recuerdo de su caudillo lo envalentonaba. La pistola caminó para adelante. El indio, glorioso, feliz, ya no pensaba más que en celebrarse. -Dame un trago de a peso -le dijo al can-

tinero. El cantinero, que con el juez de Mesta al lado se sentía al servicio de la ley, preguntó bajito:

-Qué dice usted: se lo sirvo? La ley, por no apartar los ojos del reo, ni siquiera le contestó a la cantina.

-Que me lo sirvás, te digo! exigió, de nuevo, la vOz.

Pagáme

primero lo que me debés -decretó

el cantinero, en una improvisación salvadora. -¿Cuánto es, pues?

-Doce pescs.


NNARIO CAJINA -VEGA

El indio sólo tenia doce córdobas con cincuenta centavos. Los vació sobre la tabla. -Dame mi trogo, pues. -Todavia no alcanza. Me debias doce pesosde antes, con el trago de a peso hacen trece y aquí

sólo tenés doce cincuenta -contabilizó el cantinero, incluyendo hasta el brindis con que él convidara al indio. El juez de Mesta había llegado hasta el mostrac.or. -Vámonos ya! ordenó, pensando en la bartolina donde encerraria al indio.

-Primero me echo mi trago

dijo el indio,

con terquedad.

-Pero si no tenés con qué pagar!

decia el

cantinero. El indio puso su machete sobre la mesa y dijo:

-Dame medio litro.

El cantinero quedó viendo el machete: era casi nuevecito,

de los de a

veinticinco

pesos. Sirvió el

medio litro. El indio se lo bebió de un solo soplo y luego se desplomó. Ya en el suelo el juez de Mesta lo pateó. El indio ni siquiera se movía.

-A ver, ayúdenme con este indio borracho - -propuso la autoridad a la clientela. Varios parroquianos se levantaron de sus mesas y, de arada, arrastraron al indio que iba sangrando.

El cantinero retiró el machete del mostrador y lo puso en un estante, junto con los otros machetes.


LA VAQUILLA El soi daba en el cuartel que daba a la iglesia que estaba en el parque que cruzaba la única calle que salía del pueblo que se volvía un polvoso

Camino Real...

El sargento bostezó. Allá lejos venía una vaquilla negra y, detrás, un chavalo arreándola. "Eso está

prohibido", pensó la autoridad.

-Cabo de

guardia!-gritó.

¡QUEmehagan

reo esa animala!

El cabo de guardia, que era la segunda autoridad (sólo dos había), se echó el rifle al hombro, fue a

capturar la vaquilla y regresó al rato, convoyándola junto al muchacho. La vaquilla, rumiante, caminante, meneaba la cola para espantarse las moscas y, al pasar por la plaza, la miró con ojos vegetales como a un potrero baldío.

-Ahora persóguemelapor aquí -le dijo el sar-

gento al cabo de guardia; el cabo de guardia le

quitó al chavalo una sondaleza y amarró la vaqui-

lla bajo los árboles del parque. El chavalo se puso a llorar.


66

MARIO CA JINA - VEGA

Las dos autoridades se dignaron mirarlo y la primera le dijo a la segunda: -£ste queda suelto para que le avise a su papí. El chavalo se volvió por el camino, buscando el lado de la sombra donde el sol no caía con su can-

tilazo blanco. Como a las dos horas, un indio preguntó por el sargento. El cabo de guardia le fue a avisar. Golpeó la puerta del cuarto; primero se oyó un silencio y después dos voces juntas discutiendo, hasta que por último el sargento reclamó béli-

camente. -¿Quién

me busca a esta hora?

-Parece que el de la vaca, mi sargento. -Ah, pues si es ése que me espere Dice que se espere-le transmitió el cabo de guardia al indio. Pasó una hora tan larga que se volvia polvo.

-Irá a tardar mucho? -preguntaba el indio.

-Estácon la mujer. .. le comunicaron.

Cuando al fin llegó el sargento, el indio no dijo nada. La

autoridad se sentó, como en un estrado; se

compuso la pistola, manoseó un montón de papeles buscando nada, y dijo: -Ajá, ¿con qué vos sos el dueño de la vaca que infraccionó la ley?

El indio sólo hizo "sí" con la cabeza.

-Y yasabésqueesoes grave?

El indio siguió sin responder.


LA VAQUILLA

67

El sargento continuaba diciendo: -Bueno, pues si no lo sabés la vaca queda detenida hasta pagar la multa. El indio sólo lo guedaba viendo.

-Hay que matricularla discurseaba la autoridad. Así ordena el nuevo plan de arbitrios; justamente aquí lo tengo, dice: "Vehículos de tracción animal"-y señaló unos papeles con el dedo.

El indio ni siquiera los miró; no sabía leer. -La vaca especificaba el sargento es un

vehículo de

tracción

animal de un caballo de

fuerza. El indio habló, por fin.

-Cuánto hay quepagar? dijo.

autoridad aún no había sentado jurisprudencia en la nueva ley. Asi que se permitió, demnocráticamente, consultar al culpable.

-A usted nunca lo habíanmultadoantes? le preguntóelsargentoal indio. El indio sólo hizo "no" con la cabeza.

El sargento volvia a revisar sus papeles.

-Aquí está -afirmó,

ya seguro-. A cada

caballo de fuerza le corresponden quince pesos. Como la vaca solamente es un caballo..

-Si ni siquiera es vaca todavia, apenasestá vaquilla -aventuraba el indio, más por amor a su vaquilla que por fe en la apelación.

-Asi que la vaca -continuaba la sentenciaqueda multada en quince pesos más las boletas,


68

MARIO CAJINA - VECA

timbres y costas, fuera de los daños y perjuicios al Gobierno. El sargento, a veces, leia la "Gaceta Oficial" o, si no, se instruía

en los juicios

militares

contra

civiles (enemigos políticos del Gobierno, naturalmente) publicados por el periódico del régimen. El indio, abrumado por el Derecho, seguía sin

entender. -A usted todo esto le va a costar sólo veinticinco pesos sentenció, por último, la autoridad, recargando a la ley la tarifa del leguleyo.

-Pero mi sargento -gemía el indio, hoy es lunes y no los tengo. El sargento lo quedó viendo como si, con la

pobreza, admitiera lidad.

definitivamente

su culpabi-

-¿Y que no tenés para pagar la ley? -dijo, acumulando otro cargo.

-Ahorita mismo,no se defendíael indio-.

Pero prometo tenerle los reales de aquí al sábado,

Dios verá cómo. El sargento quiso

conciliar la solución de la

causa.

Bueno, el sábado sin falta, pues; pero, para mientras, la vaquilla sigue presa y con un peso

diario de multa. Y si el sábado no venís, te echo

preso gubernativamente, por moroso. Las aficiones jurídicas del sargento eran irrefutables, y, cuanto má hablaba, más adicto se sentía a expresarse en bandos y decretos.


LA VAQUILLA

69

El indio agachó la cabeza, dio la vuelta, salió a la única calle del pueblo que se volvia un viejo

y polvoso Camino Real

-Y usted,cabo de guardia mandó elsargen-

conminatorio, ¿qué se queda contemplando ahí? ¿No ve que hay que hacer? Métame esa vaquilla al patio del cuartel, vigilando siempre que no se coma el pasto del Gobierno.

El cabo de guardia agarró su rifle, de centinela en una esquina, y se fue subalternamente a cumplir el encargo. Desde adentro llamaban al sargento.

-iQué era todo el alboroto, amor? una voz de mujer.

-Nadie, un indio bruto.

decía


VIAJE A SEPTIEMBRE Los indios venían

bajando con su familia de

estrenos: cotonas blancas,enaguas botánicas y tristeza morena, fiesteramente vestida de alegría. Septiembre del Trópico. El mes en que encontraba su infancia, cuando le parecía altura de las hierbas y los charcos

vivir

a la

Bajan por aceras largas hasta la plaza donde ya las ruletas cantan, las cantinas se abren, las marimbas brincan y la guardia vigila. y un aire inacabable mentía un tiempo de vacaciones, vacaciones que prometían noviazgos que eran desfiles y desfiles que se volvían clarines entre fiestas patrias.

En la esquina de la Alcaldía el alcalde liberal dice su discurso de siempre. En la Casa Cural el cura conservador luce su sotana nueva, de alpaca inglesa. En los corredores coloniales se mecen las mecedoras antañonas esparciendo el lino de sus

propietarios, mitad socios de Club, mitad cadáveres afeitados.


VIAJE A SEPTIEMBRE

En el Comando los oficiales cobran las multas de la noche anterior, embebida en gritos, alcohol

y heridos. . .Y lluvia en la cual retoñaban lágrimas, lágrimas que caen atrás de los ojos, donde espera la memnoria.

Un chaparrón repentino estremeció la tierra, sembrando mantos eróticos. Del pavimento ascienden orines de caballos, vapores de asfalto y vaho de pies humanos. Buscaba al niño, al colegial de pie junto a sus años. Sólo vio una batea de chicharrones que cubría la acera, Las vendedoras indígenas pregona-

ban fritangas:

¡El chancho colorado! ¡La yuca! ¡LOS plátanos asados!

Enfrente, zarandeándose dentro de sus minifaldas con toda la excitación del watusi, un alegre conjunto de muchachas recorria el Club. Bueno, podés correr el caballo -decía su padre-, pero nada de apostar: las apuestas crean vicios. Ahora, si te gusta tanto la bestia ¿por qué no le

diste

de

comer

maíz

y

lo

bañabas

vos

mismo?

Los indios seguian bajando hacia el parque; daban una vuelta cuadrada a la plaza, despreciando el discurso del alcalde, saludando al párroco (Bue-


72

MARIO

CAJINA - VEGA

nos Dias le Dé Dios, Señor Cur1) y apartando las caras al pasar frente a la

Comandancia.

Mamá, iy vos creés que con estos reales voy a tener suficiente para toda la fiesta? Imagináe, ya este año me bachillk ro, quiero invitar a las muchachas: una crema ce almendra y unos sándwiches en la glorieta; además, vienen mis amigos

de fuera. Y de los veiuticinco pesos que me dio mi papá, quiere é1 odavía que ajuste la cuota

del baile, el alquiler del potrero para mi caballo, la entrada a los toros: total, que...

Suenan carrizos, chirimías, tamboriles; los carruseles voltearon su rueda loca. Una ruleta toda colores, gira, girando, giraba al mismo compás musical de los carruseles. El caballo perdía la carrera y regresaba vencido, cabeceando sobre la calle con arena que ser. vía de hipódromo. Gladys Pomares, acompáñame al baile. Sólo para bailar dos piezas siquiera. La orquesta va a estrenar un ritmo nuevo, el swing, que se baila bien rápido; ya la Olguita ensayó los primeros pases, ayer; 'Armando y Jaime estuvieron donde ella, pusieron un disco nuevo en la victrola, los de la orquesta llegaron a oírlo para coger el ritmo; Gladys: no seás mala, bailá conmigo aunque sea la primera pieza nada más, vas a ver que yo te sé llevar.

En media plaza los comparsas, mestizamente ataviados de Conguistadores de utilería con grue-


VIA JE A

SEPTIEMBRE

73

entreveran espadas de latón y borracheras rituales. Se embisten, se persiguen, se confunden mientras el atabal monótono de los pies descalzos resuena plañideramente en la

sas máscaras

chorotegas,

sangre. Mito, raza, rito. A veces la Gladys se enfurruñaba y sus mejillas, su nariz, su frente, formaban una máscara de carne con las pupilas como dos cuencas de agua muerta. De pronto, a capricho, liberaba su rostro que estiraba una sonrisa bajo las turquesas yacentes.

La plaza congregó un hondo olor humano de sol, sudor y procesión. En andas, como horizonte religioso al confín de la Calle Real, avanzaba el Santo. Un diplomático americano, disfrazado de turista, enfocó su cámara de cine con el prurito profesional de un representante de noticieros. Los indios bebían. Estaban bebiendo. Seguían bebiendo. Platicaban, voceando alto. Se abrazaban llorando. Se carcajeaban. Eran felices

-Compadre!

Compadre no! ¡Hermano! -¡Pues, mi hermano! Cambiaban cortesias admirativas:

-Yo pago,compadrito.

-No, compadre, mejor pago yo.

La cámara del turista-diplomático, sorprendida, devora la escena en que los compadres se palmean las espaldas y, más que palmeárselas, se soban ca-


74

MARIO

riñosa y

CAJINA - VEGA

comprensivamente,

echándole vivas al

Santo. Tené

cuidado si vas cerca de las ruletas; ahí

hay muchos estancos y hoy los indios andan con tragos. Ya borrachos, los pobres se vuelven mal. criados. Comienzan abrazándose para terminar macheteándose. ¡Dios guarde un machetazo mal

dado! Cuando llegara octubre, entre preludios de aguacero y el relampaguear calamitoso del "cot.

donazo de San Francisco" con que la atmósfera celebra una efemérides eléctrica, volverían apesadumbradas las horas de colegio empacando el

uniforme de béisbol (la inicial del equipo triunfaba en la gorra), los olorosos y rosados tarros de brillantina para el peinado, el block de papel con rayas para cartas, la calzoneta para bafños, la pasta de dientes, el cepillo, el espejo. Los días ya concluidos empezarían entonces a distanciarse, más locales que nunca, como si aquel año y todos los años se orientaran hacia el otro

efímero período de una renovada fiesta patronal. La perspectiva de la declaración de amor a Gladys

Pomares, que le oprimía el corazón, agonizaba, trunca. Y el idilio, tan ansiado, se destiñó como las banderitas de papel de China que bajo la llovizna disuelven sus colores, Un madrigal vanguardista, fruto del compañero de estudios que improvisaba versos alegóricos y vendía almanaques rimados,

colar:

decoró en secreto su cuaderno es-

Tu boca de rojo-flor y en tus ojos verdes

llueve con sol.


VIA JE A SEPTIEMBRE

75

-¡Muera Somoza, jodido! El drama municipal, nacional, racial, desfilaba por el parque, rumbo al cuartel. La múica inflada en tubas de bronce y aplastada con platillos metálicos, salía, reluciente como una tortilla sonora, a merendar

a la plaza.

Lejanos, colorinescos, los carruseles voltean al aire la rueda cansada de la fiesta. Dos indios que beben, que bebian, que habían estado bebiendo, empezaron a discutir. Voces con machetes. El gentío se acercaba y se dispersaba volviendo a juntarse y a separarse en oscilantes

vaivenes de curiosidad y de miedo.

-¡Dios libre un machetazo! Ya con sus tragos, .se les sale el indio.

Las cabezas gachas v la guardia detrás, arreándolos, los indios marchan en fila: aguardiente y

Ejército juntos. ¡Qué cosas! Yo nunca vi un machete de cerca; a mí, fue un bate de béisbol el que casi me arranca la cabeza, que todavía me duele.

Dentro del cuartel estaba la cárcel. La fiesta estaba en la plaza. En la plaza estaba el aire y en el aire los gritos: ¡Muera Somoza, iodido! Dentro de la cárcel los indios y entre los indios los compadres. Dentro de los compadres no había nadie.

-Por Diosito, mi capitán. Los capitanes se sonrien; son sólo tenientes Uno de ellos se irrita:


MARIO CA JINA - VEGA

-Y ese loquito baboso, ¿qué anda rondando por aquí? Entonces otro año, ya casi al bachillerarme, me hicieron de la Banda de Guerra,

-Ahí déjelo, jefe -dijo el sargento, que lo conocía

ese es su

modo:

buscar la música y

hablar solo. A los indios, a ellos sí, rempújelos al calabozo por pelear en día de fiesta. pero como rompía los tambores me pasaron a clarín; una vez, fumando en un desfile, quise

volar el humo por la trompeta; al soplar, la humazón me salía hasta por los oídos y recuerdo la risa de la Gladys Pomares, ella con su risa y

yo con mi clarín.

El clarin, melancólico, suena porque desciende la bandera. Los presos dejan de barrer. Los militares se cuadran y saludan, geométricos, marciales, con la disciplina oficial de todos los crepúsculos.

Al "a discreción, descansen", el teniente le confió al sargento:

-Debe ser de tanto masturbarse. Aéreo y musical, el sonido flota como un pliegue más. Oscurece.

Unos cohetes se elevan, lejanos; es-

plenden fugaces y estallan derramándose en corimbos azules, verdes, rojos violetas, chinescos. Con la noche los carruseles giraron más de prisa. Revivió 1la música.

La gente

volvia

a la plaza,

dando vueltas y paseando entre la Comandancia, la Alcaldía, la Casa Cural y el Club.


III CINEMA XX

En cuanto a vosotros, rostros de la noche, espectros de la sombra, cólera de la cólera, tengo la piedra Lápiz en mi diestra y fiel a mi guía aquí presente, Verdad de la Pintura, Diosa de la luz, trazo los signos del cautiverio mientras camina a mi lado la Belleza. EL ESCRIBA Y SUS HIEROGLIFOS

("Cantos de Tebas'")


A Octvio Robleto


GLORIA LARA La ceremonia mortuoria en la Iglesia bien pudo haber sido antes un trámite civil de divorcio en el juzgado, pensó Gloria Lara.

-... Peccatamundi salmodiaba, conento-

naciones mayúsculas, el párroco. La voz eclesiástica se prolongaba en trémolos que querían ser acordes, los acordes ascendían ritualmente entre el incienso, el incienso rodeaba la

mediana cúpula y bajaba luego como un túmulo de rezos y murmulos para posarse sobre un féretro que no era ya de este mundo. Calor. Las coronas de flores agonizan también Y su agonía, más rápida, consiste en deshacerse

blandamente, aroma por aroma, hasta impregnar

las naves con fragancias enfermas.

los tallos? ataúd?

¿Putrefacción

¿Debilidad de

prematura

dentro del

-Siento mucho. -Nuestro pésame.

Las voces caían como tarjetas de luto. Otras frases, más largas, sonaban y pasaban

como un cortejo discreto.


82

MARIO CAJINA - VEGA

-Venimos en cuanto pudimos. -Estamos aquí para acompañar. Las bancas de madera eran idénticas a los recli-

natorios de colegio. El uso les había dejado, también, un añoso barniz de cera. Desde sus nichos, con aureolas calizas, unas imágenes eternizan la torturada imperfección de los Santos mestizos.

Exvotos, lámparas trémulas, guirnaldas vacilanla capilla de las monjas españolas las imágenes eran más puras, idealizadas por una alegoría celestial. En el recato de aquel recinto, la Inocencia volvía a elevar sus plegarias, aunque las alumnas, después, en clase o durante las furtivas conversaciones del dormitorio, se confiaran pecados

ores, excitadas por la curiosidad y urgidas por la adolescencia. Púberes, inciertas, viviendo un tránsito apenas involuntario, ¿serían acaso pecado, pecado venial, pecado mortal, los secretos sobre el

contorno

de las piernas o las bromas sobre la

lisura sin curvas de la Madre Superiora? Los papelitos de los amigos, guardados y releidos con insistencia, hablaban de besos e idilios, de escenas ro-

mánticâs en las funciones del cine dominical, y de las minucias (pleitos, deportes, cartas: "Mi prima Gloria Lara es un poema") que conforman todos los internados. Olía siempre a caramelo y a novela, en tanto llegaban las vacaciones en las haciendas o las visitas, espaciadas y formales, a la capital en un tren tan lento como el tiempo.


83

GLORIA LARA

El sacerdote, quince años después, concluía. Sus brazOS alzaron el hisopo

metálico,

la casulla

resbaló como un postrer fulgor dorado, y un responso de aguas últimas

roció en amplia santigua -

ción líquida a flores, féretro y feligreses. Gloria Lara salió sola. Para la cortesía provinciana, hecha de vecindario y comunidad, la soledad no posee sentido; los privilegios del dolor no la incluyen. Será interpretada siempre como locura o malacrianza, si no acaso como franco desprecio. ¿Dirían ahora que parecía loca? El precio de su soledad venía del pasado. Si la inmolación final, la que libera agotándonos en el dolor, no taladrara sus miembros, transidos por

la fatiga de una vigilia innumerable, podría contemplar consarcasmoaquella efimera y artificiosa realidad: una rutina que tiene más de acto social que de solución religiosa. Velorios, pésames, lutos; el presuroso y ceremonioso desfile prolongándose siempre en sucesión inacabable, rodeada interminablemente por un ritual de costumbres, costumbres, costumbres. Ahí estaríia ella, al centro de la estancia, entre visitas monótonas, enervantes, presidiendo el fin de un noviazgo o el comienzo de los adulterios. -No llore, no se aflija tanto, por amor de Dios. Caminó, como una belleza de elegía, por el atrio de la Iglesia. El sol ajusta losas de plomo a


84

MARIO

sus pasos. Un sudor

CAJINA - VEGA

repentino

la asfixia. Era el

fruto inmediato, previsible, del clima, pero ella lo sintió como el primer calosfrio de una carne cuya angustia, deliberadamente aplazada, ya no iba a resolverse en convulsiones ni estremecimientos. Cuando su cuerpo de treinta años, desesperadamente sitiado por el deseo, solicitara pasión, consuelo,

sensualidad,

sólo

tendría

sábanas a su

alrededor. Blancura de contactos inertes. Frialdad. Ropa material que la desviste de toda sensación. Antes,

al menos,

estaban la

convivencia,

las

diarias excitaciones. Desavenimientos, pleitos, incidentes, fluían hacia el cauce natural donde se contrarrestan felicidad e inquietud, desilusión y

nostalgia. Una brisa insólita, bañándola con sus giros veloces, le arrebata la mantilla. IHa corrido para recogerla y una estampita vuela entonces del misal. Otro entierro, ya casi olvidado. Toda la presión de su sangre refleja, con espanto, la máxima de

Kempis, impresa sin mejor credulidad: *Carne, no ángel". Abrió la puerta del automnóvil y se acomodó, soportando la humillación de este recuerdo. No preguntarse si la humillación representa la cuota más elevada del cristianismo, el abatimiento ante la Providencia, o una virtual aberración humana que tiende a negarse en la nada. $Carne, no

ángel"... Años atrás Kempis, a través de un poeta, se convertía en Teilhard de Chardin, y Gloria


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GLORIA LARA

Lara, embelesada, escucha la música del amor palpåndola en toda su juventud.

Una voz sonabapura ... Lamemoriade Gloria al revivir palabras y minutos bruñe un oro cuidadosamente atesorado.

Pura y joven. "La salvación del cuerpo, lo demás: teologia". Risas, naturales y libres. El asceta y el visionario, con frases hermanas saltando siglos y conventos, se unian en una sola católica e inexo-

rable definición. Ya crecida en el tiempo, en el dominio pleno de sus sueños, Gloria Lara aún escuchaba la misma vOz, que se había vuelto irónica, iluminada por

una alegría casi metafisica proclamar: "; Saludemos al hermano cuerpo! ¡Viva la santa materia!" Y libre, libre del agrio desaprobamiento de quien acata una fe sin bondades, cantaba: "La Iglesia no se preocupa tanto por la salvación del alma; ésa está más o

menos

segura

en las

misteriosas

manos de Dios y de su invocable misericordia; la Iglesia, ahora, se interesa por salvar la carne". "Pensar se dijo Gloria- que nos destrenza

un gusano".

Puso la estampita en el libro y lo cerró; la visión del pasado se hundía, ya sin futuro. Como para alisar sus propias turbaciones se retocó el peinado frente al espejito. Las vigilias le

devolvieron, transparentadas en el vidrio, mitades de una sonrisa entre gracia y vicio. Le parece no responder a esa imagen; o quizá

–piensa--


86

MARIO CA JINA -VEGA

nuevo

rostro es su verdad:

facciones de las que

el orgullo y la hermosura emigraban, dejando sólo las primeras urdimbres amargas. Desolación?", preguntan los ojos atónitos. "Abandono", confiesa la boca árida. Encendió el pequeño Volvo y, cautelosa, condujo hacia la carretera, salvando calles punteadas por casas de una sola planta. En una de las esquinas. con la edificación alta y amplia caracteristica de

los internados, vio su primitivo colegio. Ahí, quizá, yacia ella como una muchacha a quien el amor le quedó tan corto como los uniformes de en-

tonces.

El Volvo corría, carretera adelante. La penumbra se viene en puntillas, bajando de un cielo sin matices y el paisaje ha comenzado a borrarse.

En la confusión del crepúsculo menudeo una Ilovizna semifría. ¡El país de la lluvia! Ella no volveria a este halago húmedo que desvanece una

temperatura demasiado intensa. Recordó el tiempo y las estaciones. El copioso invierno del trópico. La mañana es un

párpado que va cosiendo sus

hilos lluviosos y tiemblan, en corredores de macetas de rosas, las horas. Vida doméstica y tutelar. Todo nace y renace como cadencias vegetales. Los crepúsculos vespertinos se avecinan con la suavidad y la dulzura de una naturaleza hecha a pétalos. No hay violencia, más que la estrepitosa tor


GLORIA LARA

87

menta cn que el relámpago y el rayo se arañan como gatos salvajes. Luego, todo se resume en

aguasmansas. Si, infancia, adolescencia, juventud, en parajes así identificaban la felicidad con los sueños, el olvido con la resignación. Un día se pasa de la inocencia a las perezas triviales y la

provincia relata, insensiblemente, el fracaso general. Sin macerar, la sensibilidad quedó amoldada al mapa del municipio. ¿Cuáles fueron las conversaciones que Gloria Lara considerara últimas? Los años no se

borran;

son voces, voces que el

sufrimiento mantiene latentes. ¿El amor, con su bello lenguaje místico?

"En una ciudad de veinticinco mil habitantes puede decir la verdad; es preferible vivirla en realización de uno mismo". Él nunca pudo decir

la verdad sobre aquellos veinticinco mil habitantes quienes, tal vez por eso, se convirtieron en la men-

tira ambulante de ambos. Dos lustros de alcoholismo humillaban, en el corazón de Gloria Lara, a su amor de ayer.

Los limpiabrisas iniciaron un ritmo mecánico. Si se pudiera

disipar

con

escobillas

neumáticas

todos los pormenores que entrecruzan una frente; despejar así la costra de dolores, angustias, pesa-

res... Se estremeció ante el hilván de otro presentimiento. Las urgentes preguntas de su carne, disuelta en promesas y promesas de uniones de


88

MARIO

CAJINA - VEGA

amor, tampoco podían contestarse ya con inocencia. Durante años enteros sus sentidos habían esperado la posesión completa. Deseó una entrega que se donara en deleite para recibir baños de armonia, lejos de la esterilidad, lejos de la frustración, pleno

fruto humano para sabor único y sentido natural de la hermosura. Pureza libre y fecunda en la consensualidad carnal de los gozos creadores. Ahi la presencia del profeta no se esfumaba. Ella intuía esa vaga, imprecisa pero prometedora esfera espiritual donde se disipan las nociones o tradiciones de una religión demasiado comprometida con situaciones temporales, para ser sustituidas por la

visión primitiva de una fe renaciente, limpia, ávida de la nueva

luminosidad y del cosmos total.

Sintió humillada su juventud. Sólo había experimentado en ella misma, ensayando un acto clínico con docilidades de enferma., Su pie, colérico, castiga el acelerador y el automóvil patinó ligeramente hacia la cuneta. Logró controlarlo; descansa la cabeza sobre las manos, que se abrían y cerraban al volante, repitiéndose que aún tiene treinta años, pero su sexO sentía

la oledad como la peor vejación. Avanzaban ya, copiadas y borradas en el vidrio, las luces de Managua.

La

lovizna escaseó. La

carretera se vuelve bulevar en esta parte y, por ambos lados, desfilan urbanizaciones modernas en


GLORIA LARA

89

contraste con pequeñas chozas agricolas. Una procesión de anuncios comerciales vulgarizó la perspectiva de la sierra y del lago, enarbolando afiches

contra un crepúsculo casi lacustre. Ella maniobró hasta iniciar

el rodeo

ascendente en

torno a la

Loma de Tiscapa. La embajada americana primero, luego, al fondo, la ciudadela de la Dictadura donde las aguas, misteriosas y prohibidas de la laguna de Tiscapa, vedan el acceso. Culminada la suave loma, el Volvo bajó hacia Managua.


HASTA AQUÍ LLEGAMOS LOS NAHOAS A Leoncio Sáenz y Chester Noguera.

Se examinó la lengua ante el espejo, moviendo la cabeza arriba, abajo y a los lados. "Aughh" gorgoteaba, como si estuviera en el consultorio del

dentista. Satisfecho del estado matinal de su hígado y de la regular conservación de incisivos y molares, se metió bajo la ducha. Era la hora en que, recién arrancado a las sábanas, bendecía el alivio inicial del aseo. El agua, loviendo sobre su cuerpo en ayunas, lo lavaba. Quedaba limpio, purificado de los espectros de la noche.

Al

terminar, enrollándose la toalla alrededor

de la cintura para parecer atlético, como Bond, e dedicó a

seleccionar

la ropa del día. Un panta-

lón de dacril, sin faja, y una camiseta de nylon, tipo Miami; zapatos italianos; desodorante en

cada axila. Colonia 4711. Talco Yardley. Y tras un vigoroso y final masaje en la nuca, asomó, ontento y silbando, al balcón. El sol

esplendía

entre

las torres

gemelas de


HASTA AQUÍ

LLEGAMOS LOS NAHOAS

Catedral, esmaltadas con cristales areniscos. El reloj anclaba en una hora anterior, su hora de siempre. Abajo, la Plaza de la República, oprimida por el asfalto. Al frente, el Palacio Nacional, en pintura khaki según los gustos militares del régimen. La vieja arboleda colonial del parque redimía el

conjunto: elegantes, estilizadas palmeras; frondolaureles; almendros multicolores; malinches, chilamates, guanacastes. Sintiendo nostalgias de mono y afanes de selva, hinchó el tórax para recibir los efluvios (que él sospechaba ancestrales) del ramaje. La atmósfera, en realidad, amanecía contami-

nada por un motín de olores.nauseabundos: vómitos de borrachos

junto a las bancas;

pestilencias

deletéreas de alguna cloaca; constante, tóxico de los gases de

combustión

invisible

de todos los

vehiculos que, por ley, circulan alrededor del primitivo espacio donde fray Bobadilla, muy siglo xvı, quemara los códices nahoas.

Al norte, sobrevolando el lago, la cordillera. Picos distantes, azules, idealizados por la lejanía. Casi al pie del balcón, el Xolotlán. Aguas grisáceas, hediondas; bajo su lámina naufragan desperdicios v excrementos, vertidos con indiferencia por las

alcantarillas municipales. Rubén Darío, huérfano cenotafio de mármoles, presidía el jardincito de su

nombre

donde se dan

homosexuales y los policías.

cita

nocturna

los


92

MARIO

CAJINA - VEGA

Un proyecto de malecón yacía junto a la costa, convertido en basurero. Cada habitante del Xolotlán era, en carne de pez, el esputo de un tuberculoso o la deyección de un vecino. Las columnas del Club Managua remataban

prestigio arquitectónico inaugurado, oficialmente, por el frontispicio del Ayuntamiento. Y la vía férrea, en semiabandono, bordeaba

tranquilas orillas lacustres..

El panorama y las construcciones parecían solamente un escenario porque Managua es todas las ciudades que nunca ha sido.

Villorrio de palafitos precolombinos; aldea de pescadores durante la Colonia; luego, capital republicana impuesta a dos vecinos rivales; por un tiempo, Proconsulado y cuartel de la Infantería de Marina; y, finalmente, ciudadela que besa pies del castillejo feudal erigido en las troneras de la Loma de Tiscapa. Su paisaje también cambió con ella. Al contrapunto de canoas, redes y tamarindos, sucedió pequeño puerto, cara al horizonte y al tráfico de vapores de

pisos. Un

cabotaje.

Se

levantaron

terremoto las allanó,

casas de dos

trastornando su

estilo. Durante la reconstrucción, ya como distrito nacional, que habia de dejarla contrahecha, las aguas negras fueron vaciadas hacia el lago, vedán-

dolo. Y una Managua sin perfil lacustre y sin recursos de huerta, quedó sitiada entre las larvas


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del lago y los dientes de la sierra, en permanente

trituración de calor. Es, pues, una ciudad ciega.

Vive estrujándose en un perimetro central, opreso por el clima y el pavimento y el gentío, mientras las afueras se desangran en barrios-paraíso o en suburbios de cartón y hojalata. Los

aguaceros más inclementes y el meridiano más devastador castigan sus calles desnudas, sin cobijo de aleros. Y la brisa se retrasa ante un valladar de edificios. Managua, hechura increible donde el cielo dulcifica sólo ciertos meses, donde el sol

lo evapora todo... Managua, Nicaragua,

is a beautiful town, you buy a hacienda for a few pesos down.

Entonó la melodía popularizada por Guy Lombardo y su orquesta durante los años cuarenta y tradujo, luego, al conocido arreglo folklórico de: Managua, Nicaragua,

donde yo me enamoré,

tenía mi ranchito, mi vaquta y mi buey.

Pateadas a compás, las maderas del balcón de-

nunciaron el ritmo. Continuándolo en silbidos examinó aquel caserón vejestorio: bajo el techo, en zinc rojo, bohardillas de murciélagos. Un se-


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MARIO CAJINA - VEGA

gundo piso donde el entresuelo reumatismo que se derrumba. La escalera a oscuras.

crujía, como un

Corredores

hondos, mis-

teriosos, habitados por olores indefinibles. Cocina pobre y existencia dudosa. Las lecturas de Faulkner, allá en su balconcito esquinero, lo

indujeron a ubicar la casa como el

local perfecto, con mampostería y personajes,para las novelas del sur. Una mansión protagonista de su propia decadencia. Vagos herederos, entre incestuosos y haraganes, confinados al fondo de cuartuchos miserables, como si más allá de las antiguas, enormes camas de bronce, o de las hamainmóviles, o de los aparadores polvosos y so-

litarios, el mundo, un mundo hostil y distinto, viviese otra época, otras vidas, desentendiéndose de aquellos vestigios de a sus

familia,

ya condenados

hábitos.

De pronto, recordó. ";Qué

vaina, hombre!,

jqué vaina! ¿Y si la

mujer estuviera enferma?" Creia incluso sentir dolores en los testículos. "Son nervios, puros nervios". Se reconfortó después. La lavandera venía los viernes a llevarse la ropa y se entretenía media hora para terminar acostándose con él. Los lunes, la planchadora, una vieja

malcriada y vulgar, traía la ropa ya lista y no se iba hasta que se le pagara. Esa semana se acatarró;

una sobrina de ella llegó con los vestidos y él, re-


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galándole cuatro reales y una promesa incobrable, la convenció. Después, como siempre, resultó que no era virgen y a lo mejor .

Está bueno que me pase por baboso". "Pero pensándolo bien, son las mujeres quienes nos hacen hombres". "Las ocho ya, si no me apuro llego tarde a la

oficina". Una última mirada al espejo para perfeccionar el estilo del peinado (copete airoso, patillas tupidas) y empezó a bajar las escaleřas. En cada peldaño se oia el murmullo general de los otros cuartos: ruidos de inodoros que catapultan su carga; rmonía líquida y lluviosa de las duchas; bostemaldiciones; eructos: gases; desperezamientos; bromas masculinas. Llamando a la criada negra sonaba allá abajo la voz de su casera.

"¡Y qué negra más hedionda! ¡Hiede a diablo! Con todo, es bonita la negrita: fina, con piernas lisas y pechitos duros. A lo mejor me la subo al cuarto un día de estos. ¡Negra tan bandida!" En la penumbra del zaguán vio moverse las sombras de los empleados

públicos,

rumbo a su

burocracia. El rumor del tráfico entraba por las enormes puertas en pampas; un autobús evolucionaba, trepándose a la acera

(un

taxista,

con el

pasajero dentro, lo increpó); las secretarias oscilaban las caderas y jóvenes señoras conducían ellas mismas sus pequeños automóviles compactos, con una turba de

chiquillos

arracimados

junto a las


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MARIO CA JINA - VEGA

ventanillas, en uniformes de colegio; un carretón de caballos anunciando barnices de colores sobrantes, alegraba estrepitosamente el pavimento entre los relinchos de la bestia y la protesta de las bocinas. Ya al salir lo llamó la casera: -Venga usted, no se me vaya tan temprano! Vieja jodida, busca cómo regañarme por lo de anoche. ¿Y qué le está importando a ella? Yo pago

mensualidad y cuento acabado" -Espéreme

ahí nomasito, ya lego, no se me

vaya, no se me vaya.

-Si yo no me estoy yendo, señora, ¿no ve que aquí la espero? Lo que pasa es que no quiero legar tarde al trabajo. Todavía tengo que tomar

caféy .. -Vea,

pues, si sólo era para decirle que si no

me puede dar un adelantito. ¡Uf!, me salió peor la cosa. Yo creia que me regañaría y ahora resulta que es un cobro. Vieja jodida,

-Un

jquién se lo iba a

imaginar!"

adelanto? jPero, ay, señora! Si apenas

estamos a comienzos de mes y usted sabe que no pagan hasta fines del mes mismo, si no es acaso a principios o a mediados del próximo.

La casera puso cara de desaliento. El pelo pareció desaliñársele por completo e instintivamente gritó cualquier cosa, llamando a la negra. Nadie le respondió. Volvió a insistir, monótona, con una súplica mecanizada:


HASTA AQUÍ

LLEGAMOS LOS NAHOAS

97

-Pero es que, fijese, yo necesitaba esos realitos para hacer unas obras en la casa. Ya pronto va a entrar el inviernoy pienso repasar las goteras.. "¿Las goteras? Si arriba hay que dormir como boy-scout, a la intemperie".

-Y además ver siquiera si puedo pintar el

frente..

"¿Pintar el frente? ¡Y en los cuartos nos tiene a pura cal!"

-Asi que contaba con usted. Créame que yo si pudiera no la dejaba perecer, usted es muy

buena. .

"Muy buena para matarla'". -Y siempre me haesperado,¿para qué negarlo? Ha sido paciente conmigo; ya ve, pues, que no es cosa mía; pero voy a decirle al jefe.. Que me va a mandar otra vez a comer mierda.

-Voy a decirle al jefe que si me hace el favor de autorizarme un vale. -En la tardecita, ¿pues? -En la tarde le resuelvo, como le digo, no es

cosamía y ...

-Yo siempre le guardo la pieza a usted porque francamente me da pesar; tan simpático y todavia soltero. Cada vez que viene su hermana le repito: ¿Y por qué no lo casan? Ahí se va a quedar cotorrón. Y su pobre hermanita, desconsolada, me

cuenta: ¡Y nosotras, qué nole decimos! Sin quien lo cuide cuando lleguea viejo, sin una mujer que anime su vida, sin nadie más que nosotras solas, mi ma-


MARIO

CAJINA - VEGA

máy yo, que nơpodemos ser todo para él yademás vivimos lejos, allá por Ocotal, usted sabe; total, un día de tantos el infeliz se pega con una de esas mujeres cualquiera, que se le hace la desgraciada, y

entonces.

-Usted me dispensa, pero tengo que irme y:

";Vieja hijaeputa! Llamarme solterón, bien que

sabe que yo...

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Casi lo atropella un camión de ganado. Junto el susto, quedó flotando en el aire, como dis-

culpa, un olor agropecuario a boñiga ya corrales. Dos motociclistas, en pitorreo unánime, se burlaron de él y agitaron las manos mientras doblaban, en ángulo imposible, las esquinas del parque. ":Todavía, pues! Ahora sí que se me quitaron las ganas del café. Con la amenaza de la vieja, tan hipocritona la rejodida, y el susto del animal ese, me podría hacer daño el desayuno. Mejor camino a pie hasta la oficina". El parque central, por las mañanas y a ciertas horas de la tarde, parece una hacienda: grandes árboles cobijan veredas individuales, unos chavalitos juegan con su gracia infantil de terneros recién nacidos, al halago del riego la arena emana humedad. Volvió a hinchar los pulmones hacia el embeleso de las flores y la protección del follaje. Pleno, saludable, no sentía ya la tentación ancestral del mono, sino que sobrenadaba, con ritmo urbano y capitalino, en la gloria del hombre.


COCTEL '66 No mentir es poesía.

He aquí mi pequeña corte, en fin." ANA KARENINA,

Esta es una invitación telefónica para coctel con tocadiscos a las 6 p. m., la grabadora agregó

un retruécano forzoso: þuntualmente. Urbanizaciones 6 p. m. el verano,

inmediatas a Managua. un

verano

A las

sepia, se apaga y

media brisa húmeda empieza a bañar una atmósfera de 35 grados centígrados. Boscosos cafetales han modulado las primeras estribaciones de la sierra. En las colinas los chalecitos aledaños parecen

juegos de celajes, color por color. Una tribu chorotega, enterrada desde hace cuatrocientos años, alimenta con sus huesos precolombinos a los rosales american beauty. Pues si, niñá, ya era tiempo de cambiar de casa. iuién aguanta esos caiores de Managua!

Aquí, en cambio, ya ves, corre aire fresco y vivimos tranquilos. Hay un microbús para el servicio, yo paso dejando a Felipe por su oficina y luego llevo a los niños al colegio. Y al regreso, lo mismo.


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MARIO CAJINA - VEGA

Con la ventaja, además, de que tenemos supermercado, farmacia y celadores nocturnos, por siacaso. -De veras, todo está bien bonito.

-Pero pasen,pasenadelante, y tomen un trago.

El tocadiscos oscilaba bajo los alaridos inacordes de los Beatles. Varias parejas hacian las contorsiones necesarias para interpretar a John, Paul, Geor-

ge y Ringo. -La otra noche fue formidable. Primero,tanda de cinco con Electra, mucho mejor que Zorba. Después, en "El Colonial", vodka con jugo de

tomate y naranja. En "El 113" bailamos El cacharrito, La crema batida, La pared y dosselecciones viejas, La Vie en Rose y Beguin the Beguine. -Si los salvadoreños colocan su algodón en el mercado

internacional

a dos dólares de sobrepre-

cio, ¿para qué puta sirve la Integración Centroamericana? 0 retenemos el algodón y el café, para vender despus en conjunto abriendo un pool permanente mientras consolidamos las nuevas industrias, o que cada cual vaya solo por su lado. Los guate-

maltecos friegan con capital norteamericano, los ticos con aranceles bajos, los hondureños importan camisas, entonces ¿qué jodido dejan para nosotros los nicas?

Ajenos a esas fronteras, un chavalo salvadoreño y una inda damita costarricense ensayaban el

número de moda de Elvis Presley y Ann Margret, provocando un éxtasis entre la juventud apátrida.


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7 p. m. Se apagaron las luces y todos los adoles-

centes aplauden, en tanto que la vieja ola consulta los tableros eléctricos y los apurados dueños de casa repicaban el teléfono pidiendo auxilio a Luz v Fuerza. Hay quienes aprovechan la última tonalidad del crepúsculo para sorber su bigbball, paseando agradablemente por el jardín. -Siempre resulta así al comienzo de toda fiesta. -Pero si los ingenieros aseguraron que el servicio estaba perfecto! -Si, pero así es.

-Miren, Managua está encendida. La noche habia iluminado a Managua. Reflectores rojos del aeropuerto al norte; al sur, singular de Radio S90; en el centro, las luces de navegación de los dos pequeños rascacielos tropicales donde anclan el Club Terraza y el Banco Central; cohetes en las barriadas sin alumbrado eléctrico; destellos veloces de la marea de automóviles subiendo, subiendo hacia la Casa Presidencial, y el cordón de faros moviéndose, moviéndose en círculo alrededor de la Loma de Tiscapa.

Iban en el Karmann Ghia. -1Qué suerte! ¿Verdad? Sacarnos este carrito en la rifa de Cáritas cuando más lo estábamnos necesitando. -Ajá, ya daba pena andar en el jeep viejo.

-Adiós, pareja!


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MARIO

CAJINA - VEGA

-¡Bai, pues!

-Se la levan al pereque? -¡Para allá mismo! -¡A ver quién llega primero,pues! Los del Peugeot casi saltaron contra el semáforo, atropellando colores.

8 p. m. Lleno

completo. Los dueños de casa ha-

bían calculado una botella por cabeza, pero los

invitados acarrearon otras amistades y lovieron, además, los inevitables paracaidistas. EI teléfono de la cocina funciona discretamente pidiendo una furgoneta de reparto que descargue, por la puerta trasera, dos cajas extras de scotcb. La presencia de los

paracaidistas

molesta a los

invitados más

formales.

-Qué descaro!

-¡Pura sinvergüenzada! -;Ya no se puede hacer una fiesta sin que se cuelen estos don-nadie!

A las ocho y media una muchacha, disfrazada de chica á-go-gó, exclama: -La hora de Fellini, otto e mezzo. Sonríen los matrimonios cultos, los solterones aficionados al cine y las jovencitas devoradoras de revistas.

-Es la sociedad normal de la nueva burguesia: homosexuales, adúlteras y parásitos coexistiendo entre moralistas, profetas y satíricos.


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Quietud del jazmin. Ella estaba blanca como su primera comunión. El patio florecía en sol y recuerdos de lluvia. Halago blando de una casi maternal felicidad: hojas que resbalan hacia la sensual insinuación de la tierra húmeda. En aquel patio, donde su primera comunión había reunido sillas, manteles, amiguitas y confites entre sándwiches medio mordisqueados, escuchó, colegiala pálida y mejillas sin pintar, la primera inefable declaración de amor. Su primo, sus primos; uno, varios, todos. Ellos. Y los romances juveniles; el cine, cine pueblerino; los paseos, caminatas crepusculares a pequeñas haciendas cercanas. Frutas

y juegos sobre su falda. Luego, un insólito internado en el extranjero. Al retornar, aquellos primos adolescentes que imitaban a los Tres Mosqueteros y a Babe Ruth o al gran Dillinger, eran fofos hacendados, con queridas en las fincas y saldos insolutos en el Banco

(ajonjoli, maíz, tabaco). -¿Y qué tal el Canadá? El amor tenía esos pequeños fracasos, como un piropo que se vulgariza.

A las nueve, el whisky nivela la batalla y todos combaten sin desventaja, limitados únicamente por su capacidad para e! consumo alcohólico o por el slogan "Maneje primero, beba después".


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Piel azulblanca, silueta lisa. En el rostro destaca, neta, la nariz pura; los labios tensos, empalidecidos a fuerza de maquillaje; las cejas increíbles y el lóbulo colgante de las orejas donde lloran

zarcillos de esmeralda. Toda ella shock y artificio, camina con el porte

esquelético de las modelos.

Ebria:

-Hoy estoynocturna.

Nocturna. La noche era otra. "Rory oh Rory" canturreaba ella, con la falda a media pierna (se entreveian sus rodillas delgadas) y el alma, el alma,

el alma en un hilo, hilo, hilo, queriendo romperse

y decir sin voz: "Si Rory, no Rory, sí, si, no, si.." Apenas calca las palabras para desvertebrarse carcajadas. Entre las risas naufraga un hipo

precursor del vómito. Ayayayay con una exclamación intenta ahogar el hipo. Juááá, el vómito inunda su garganta. Buuu, buuuuwuu y arrasada por las lágrimas desfallece flacamente en un sillón de mimbres. Manos auxiliares la reviven. Su lengua paladea, con estropajoso deleite, dos tabletas de alkaseltzer. -Si tarda un poquito ms y viene el tal Rory nos arruina el þarty.

-Rory, Rory y unaúltimalágrimalodosa,

amasada con negro de pestañas, garabatea como un escarabajo sobre la carne borracha. El tocadiscos vuelve a repasar su elenco, inclu-


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yendo en ratos desocupados algún Albéniz o un Brahms, para mitigar las horas bailables.

Jazz. Acero de hoja de espada. Trompetas. Politica.

Planeamiento.

Sueños a compás.

La prisión estaba oscura y el reo a solas, confiado a pobres oraciones. Medio millón de casas;

doscientas mil familias campesinas con huerta propia; industrias y fábricas y escuelas y cosechas. El programa del Partido. El carcelero llegaba con plato único: arroz y frijoles; desayuno, almuerzo y cena de un pueblo hambriento. El viento, afuera, parece lo único libre de Nicaragua. -Vos también has estado preso, ¿verdad?

El dictador yacía bajo tierra. Aquella primera semana los guardias espiaban, con ojos de fusil, una oportunidad para aplicar la

"Ley Fuga". -Nos sacaban por las noches a interrogarnos. Pero los centinelas se amansaron y un día sí,

otro día también, obsequiaban cigarrillos, jabones, peines, mitades de sonrisa

-En

Nicaragua, amigo, el que no ha estado

preso no es ciudadano.

-Será cierto que las francesasse inyectan lombrices para adelgazar? -Menudean los parásitos del whisky; se juntan alrededor de un chiste y


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MARIO

CAJINA - VEGA

escrutan el fondo del vaso, como si ahí flotaran los pensamientos.

-Yo creo, por lo que dicen, que la fulanita ya está . •• Circulos por clases: ingenieros y arquitectos en una maqueta ideal. Abogados y notarios con rostros de papel timbrado y un leve tic legalista en cada frase. Comerciantes que agitan las manos como descargando bultos desde el muelle hasta la

bodega del almacén. Altos empleados que reflexionan bajando las cabezas unánimes. Despersonalizaciones notorias: oficios, presupuestos, par-

tidas.

Conversaciones de salón, conversaciones de sa-

lón, conversaciones de salón. Pastelillos y aceitunas. Aceitunas. Pastelillos. Whisky. Whisky.

Hay un raro momento de equilibrio y cada invitado habita, por un instante, su propio rostro: directa, provocativa sensualidad de la mujer de treinta años; macizas y frias facciones en el sujeto industrial; inseguras, complejas actitudes de quienes, sin saberlo, están fuera de ambiente; apariencia indiferente de los aparentemente diferentes; poses elegantes en las que

estiliza alguna belleza


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de moda. Servicial y eficaz atención de los reros.

-Sí, son del Terraza, los contratamos especialmente. Perorata demótica de una aspirante a diputado que profana la hierática meditación de un intelectual derechista. -Hay una pizza para más lueguito que ya saborearán ustedes; tenemos, también, un platosorpresa.

Nueva, caprichosa, una muchacha provinciana empezaba a pasearse, sonriente, aspirando a imitar a las seductoras beldades de los años veinte. Un

antiguo profesor de Humanidades entusiasmado, intentó definirla y declamó una apoteósica oda en prosa: -Alabemos a la carne nueva, sociologia hecha piropo, carne joven sublimada por un nuevo tipo de alimentación: leche pasteurizada, pan integral, helados homogéneos. Unas gotaş de gimnasia sueca y cine, también sueco. Salsa de Hollywood: sonrisa

bucal y piernas sin celulitis. Horno de luz solar para dorar los muslos y las mejillas. Y, como charla de sobremesa, instrucciones sobre higiene sexual y confianza en el porvenir de la mujer. ¿Qué produce tan fecunda receta si no es, acaso, el maravilloso almibar que destilan esos ojos oscuros y la rotunda perfección de un seno amplificado a lo Anita Ekberg, y caderas tales que parecen


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las de Sofia Loren en persona? He aquí el epitome de la hembra moderna. -Alabemos a la tortilla, alabemos también el

aguardiente, doctor. -iQué va! ya no es cosa del menú aborigen: ¡Es una generación hecha dieta estética! Los ar-

queólogos y antropólogos del siglo xxın encontrarían su tarea lista si desde ahora momificáramos a las deidades más descollantes depositando junto a ellas, como solian hacer los egipcios, cosméticosy tintes, magazines femeninos, potes de cremería, pomos de hormonas. El profesor calló porque la mención de las hormonas le recordaba la inmpotencia de sus sesenta malvividos años, ya inexorablemente reducidos a

los colgajos de un sexo inútil. Bebió. El whisky violento, amargo, lo consoló inyectándole fuego predatorio en la vesicula y quemando aquel brote de bilis lirica. Concentró su amargura en la frase con la cual pensaba inaugurar su próximo curso: "No somos más que hijueputas malditos que heredamos el

mordisco a la fruta del bieny del mal".

Las opulencias de la maternidad rebasaban una figura estatuaria, aposentada en el sofá.

-Cuarto hijo, espero varón -decia, sonriente, madre en quietud, madre, madrépora, madreperla.

-La envidio,


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Las sobrinas se paseaban, susurrantes, lejanas y

lejanamente parecidas; largas piernas palmípedas, lentos brazos de inflexión y gestos. Cansancio de madreselvas. 2

-Por qué? El médico de la casa, tras amplios vestidos de lino, ya fuera de toda moda, semejaba un modesto

músico endomingado. -El problema de la nueva ola está entre la Bardot y la Catherine Spaak. -Voto por las piernas de la Spaak, son más elegantes -cantó sobriamente un adulto de buen ver para admiración inmediata de la nueva ola.

El reflujo del whisky, deglutida la pizza Superada una enorme torta de moka, volvió, arrastrando en su marea una resaca de indiscreciones y de falsas ofensas. La angustiosa inseguridad venía envasada con cada nueva caja de scotcb; al descorcharse las botellas, se desbordaban

también sus

aguas amargas, izadas por el torturante sacacorchos de una embriaguez siempre en espiral. Tartamudeada, una ironía agonizó en eructos. Alguien aprovechó para notar que en la pared de la sala principal pendía el óleo de una amiga común, mientras Peñalba y Leoncio Sáenz rellenaban, como adornos, el pantry entre bandejas y cazuelas. A la critica de arte sucedieron los preludios de la autoexaltación: el negociazo del dia, el viaje


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Formosa,elrealstateenFlorida - todo ellobatido magistralmente dentro de la ponchera fría con repujos de plata. Helados y café. Medianoche de

desvelo y de goma. 1 a. m.

electrónica.)

(Amaneciendo,

sugería

la

grabadora

El cielo giraba sideralmente hacia

el mundo de la madrugada, ese mundo blando y tenue, inundado, en su adorable silencio y en sus

estelares luminosidades, por presagios y terrores, por indigestiones, nervios, resacas.

-¿Dónde podré encontrar una cerveza fría y una mujer caliente? Era, cínicamente, su mentira oficial, "sólo para las fiestas", y él mismo lo sabía mejor que nadie. Sólo

encontraba

a Dios. La cerveza se eliminaba

tibiamente por las vías urinarias; el amor adúltero o el comercio erótico también se iban por las vias urinarias. Al llegar a su apartamiento, en cambio, Dios ocupaba el local. No en imágenes ni en

cuadros religiosos. Dios como insomnio, como frustración o sustracción. ¿Quế presencia más real puede pedir un hombre? Tenía 30 años, edad única: 15 de niño mimado más 15 de whisky, total:

nada. Una pasión escondida no logró nunca liberarlo. -Dios haciendo que se hagan las cosas.


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El Clavicordio de la Abuela. Una época bajaba por sus hombros de camelia y su antigua piel de cisne: ojos de azul dichoso, voz de frufrú y crinolina, manos como joyas de familia. -Fue anmigade Rubén Darío.

-Ah, pues ahora con el Centenario volverá a estar de moda!

Comia con elegante fruición, su tenedor equilibraba los restos de la gelatina de pollo. Pañuelo y corbata italiana, a pintas rojizas. Sonrió de diente a diente, con lobuna simpatía, al tropezar en los apuros de la comilona contra los vaporosos, primaverales encantos de la adolescencia hecha labios, pechos y hoyuelos de coqueteo. La mamấ, omnipresente, le sonreía también ahuecando otros hoyuelos, anudados por arrugas

de medio siglo. El caballero preíirió filosofar resignadamente para el contorno: -Sabrosona todavia la vieja. Tres, pasaron tres nínfulas, jay!, escoltadas por ojos infaltables. Cuerpos de gracia, miradas tímidas y ávidas. Ávidas y tímidas aves hacia el glu-

gluteante escondrijo, entre porcelanas y grifos niquelados, del cuarto de baño.

-Otro trago, por favor. 3 a. m. Con la velada, las personas dejan de ser

especie. La plática ahora no generaliza negocios ni


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MARIO CAJINA -VEGA

tipifica clases. Trajinados los vestidos, agotadas las caras, desenvarados los cuerpos, son simples sees humanos al uso que hablan palabras tan cansadas como ellos y llenas, como ellos, de verdades a medias.

A los veinticinco años (repartidos en ciento quince libras que formaban brazos, tentaban mejillas y afinaban hasta el pie las piernas bajando la cadencia de las caderas) esperaba fecundación; quería ser raza, continuarse entre las misteriosas urgencias del placer. Y nada, Era la única "managua", patronímico tribal aplicado a las antiguas familias criollas, orgullosas de su legendario asentamiento. Guapa, resabiando

altanería. -No se funda una Capital para ser mengala -decia su madre. -No se funda una familia sin el hombre que la fecunde -decía la vida más crudamente. Y amarga, lejana, todavía altiva (con esa afilada altivez que envenena a las solteronas) afrontaba su hora de drama, cuando la soledad femenina

encara un destino estéril. Bebió su coctel buscando n aquel fuego dulce un sabor

distinto, salvaje, a

posesión y a deseo. Pero la boca disolvió sólo azúcares y colores y su vientre liso recibió únicamente alcohol y saliva. Cuchicheos cercanos. No haria caso; estaba en su momento de desafio e invitaba uno, uno sólo, el macho cualquiera, a poseer a la

hembra privilegiada.


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Caminó hacia el jardin con aires de bandera que va desplegando un viento de carne.

-Por qué ya no tocarán boleros? ¿O tangos? La pregunta, que comenzara con acordes de Agustin Lara, declinó en Carlitos Gardel sus melancólicos compases. Él había soñado durante toda una infancia huérfanay durante toda la romántica adolescencia. Dos edades y un mismo sueño. Década del 40,

SegundaGuerra Mundial. Concupiscencias furtivas y actos solitarios en un Colegio de jesuitas. La ciudad vecina, Granada del Cocibolca, polvOsa, colonial. Un lago yacente. La novia en el. balcón florido y, por las calles, plañideras serenatas.

-Por qué ya no tocarán boleros? Asi revivía su propia novela-rosa: marchita en olvidos, en tristezas. Fotografia fija, instantánea de dias efimeros. Visitas color de idilio. El solterón revelaba en el cuarto oscuro de la memoria aquel tiempo dulce al trasluz de un noviazgo inconcluso. Final de de-

rrota y lágrima. -¿Por qué ya nadie tocará boleros? ¿

gos?...

tan-


l14

MARIO

CAJINA - VEGA

Acomodan, sobre el bar, una pantalla móvil para proyectar la pelicula del bautizo del primer niño. Los felices y tumultuosos padres gesticulan en 35

milímetros

mientras

padrinos e invitados

sonrien desde el agfacolor. -La Moreau imita y se parece a Annie Girardot, quien es anterior y mejor que ella.

-Y más sexy y más actriz y más mujer. Más todo en fin.

-Y menospropaganda. Cine, desde luego, pero cine. -Claro,

el

cine es la

mitología

de nuestro

tiempo. Al entrar al local, asistimos en idénticas condiciones al misterio de los templos: todo está oscuro y silençioso, la multitud espera la catarsis, inmersa en sus símbolos. Es una función ritualy colectiva, masiva, mágica. -Pero los idolos que aparecen no son dioses ni nada. Ni épicos ni idealistas.

-Para qué habrian de serlo? -Pues para que imitemos a alguien. La vida griega ofrecia un Olimpo igualito a los prototi-

pos del teatro: Antigona, Casandra, Helena, Pandora, Edipo, Ulises.

-Y ahora,pues?¿Qué tal MadameBovary o

Lady Chatterley?

-Me quedo con Marina Vlady. -No tienecualidadesde artista. -Pero la rejodida es capaz de desbaratar cual-

uier matrimonio.


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COCTEL '66

La pantalla se fue disolviendoy el aburrimiento proyectó sus secuencias vacias. Los bostezOs abrian los caminos del sueño.

Tiempo de entre-deux-guerres. Oxford y Londres. Como en las regatas juveniles, remaba hacia 1quellas horas plácidas, remotas, vagas. El escudo

bordado del Trinity College. Polonia ocupada por los nazis, que ya habian

absorbido a

Checoeslovaquia. Y la palabra

Austria

Nicaragua

y

se

deletreó lentamente en el horizonte al navegar de regreso en el barco. Panamá con las primeras ropas de algodón. De ahí en adelante, su mente se negaba a recordar más porque su itinerario desembocaria inevitablemente en una mujer, imagen de la inopia y de la estolidez, echada como vaca en las poltronas de la casa. Desvió, entre melancólico amoroso, la corriente de nostalgia hacia su hacienda donde era más manso el matriarcado vacuno: leche y carne y hamaca.

-Necesitamos cursillos veraniegos para administradores de fincas. Oxford volvia a anclar en las brumasy el verano nicaragüense recobraba su naturaleza solar. Con exquisito gusto, según los consejos de BuenHogar, la dueña de casa habia formado un jardincillo de arcos y enredaderas para propiciar una intima oscuridad, como en las antiguas glorietas


MARIO CAJINA - VEGA

o en los cenadores chinos. De esa intimidad surgieron, anhelantes, revueltos, dos novios. Ráfagas encendidas aún circulaban por su sangre; las bocon sonrisa de nervios, desmentian a los ojos,

que querian decirlo todo. Todo eran caricias evidentes pero frustradas. La dueña de casa hizo lo posible por ignorarlos. Habian echado a perder, ultrajándolo, su cultivado escenario. El marido, burlón, los saludó como a Adán y Eva y aprovechó su ebria reverencia para lanzar una mirada glotona, casi vulgar, al avergonzado cuerpo de Eva. La dueña de casa disolvió la ofensa en el ácido de la envidia. Era victima de una complexión enfermiza y la media hora de esfuerzos desesperados con que en esa madrugada, como todas las otras noches, pondria a prueba el intercambio sexual, sólo le dejaría un jadeo insatisfecho, ialsamente amatorio. La frialdad frustraba sus connubios matrimoniales, esterilizados, además, por diversas marcas de contraceptivos. Bebió su espantoso coctel, preparado por ella misma. El rostro del marido reflejaba ahora una mueca

mestiza, entre Eros y Huichilobos. .. La grabadora magnetofónica, activada en secreto, entró a funcionar anónimamente y su voz mecánica recitó, como en una improvisación: Para las amistades el coctel ba sido de 6 a 6: Desde las . hasta las 6 4. m. Muy buenos dias.


HISTORIA EN UN DÍA El garaje era un zaguán que antes fue gallinero. El jeep, modelo viejo, soportaba aún ese hedor a excremento seco que dejan las aves de corral. Todas las mañanas Julio se sentaba ante el ti-

món, encendia el motor y lo dejaba funcionar rato. Soltó el freno de emergencia, puso la palanca en primera, rodó hacia el umbral, dio una despaciosa media vuelta a la. manzana y se detuvo frente a su casa,

Fresco.y recién nacido, el día anda desperezando su ilusión provinciana. Un golpe de viento se distraía, allá, al fondo de la calle, con leves vaivenes de polvo. Algunos vehículos circulan a escasa ve-

locidad. Una canción sentimental devanó la mañana tras las tapias vecinas. Voces domésticas, familiares:

-Don Julito, ya está su café.

Julio, Julito, Don Julio. .. Señoríosy diminutiVOs. Se cansó de repasar esas costumbres.

Uno las

acepta como parte del ato familiar, iguales a los


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MARIO

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aromas de la cocina y a la modestia de la servidumbre. Pero un hombre en ayunas, con la hiel brotándole tras cada pensamiento, rechaza todo hábito y desdeña a quien, por obligación, tiene que pronunciar siempre las mismas palabras.

-Don Julio, su mamá lo estáesperando. Ningún apelativo cariñoso, sin embargo, disimula el sabor de las horas en desgracia. A Julio el temprano y cálido sol de las ocho le parecia un sol de sacrificios.

-No voy a tomar café decidió–.

Y decile

a mi mamá que me fui al Trillo.

Enfrente, una gasolinera donde remolonean, sin mayores quehaceres, dos o tres empleados. En la esquina, la carretera de tierra, con vecinos que

esperan su autobús. Al fondo, los cafetales: frescos, hondos, custodiados por árboles de silencio y sombra. En el cielo: noviembre. El sol del trópico se había movido hacia otro equinoccioy noviembre, que con su otoño desnuda climas distintos, dibujaba ahora sobre Nicaragua un zodíaco azul. El día es un exacto espejo biselado. Una caricia de nubes pule sus orillas. El viento se vierte en

ligeros vientos y luz que siembra olores de sol. Julio Rosales llegó, se entretuvo unos momentos con el Administrador; el teléfono de manivela re-

picaba y Julio ordenó que no lo atendieran; dispuso, luego, ir a Managua; compró, tięrnos y hu-


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meantes aún, unos hermosos bollos de pan dulce que empezó a masticar; encendió de nuevo el jeep y maniobró con una sola mano mientras en la otra sostenía los bollos de pan. Al parar en la gasolinera hizo que llenaran el tanque, revisaran el agua del radiador, el aceite del cárter, el aire de las llantas y pulieran, también, el vidrio delantero. Pidió un poco de agua para beber, se enjuagó, escupió, se sacudió las migas de pan, montó en el jeep y zarpó hacia la carretera pensando que aquel dia era el cumpleaños de su hermana y tendría que hablar con ella en Somnoto, cerca de la frontera norte con Honduras, a doscientos y pico de kilómetros.

-Caramba,

pero ni siquiera en noviembre

refresca Managua! La secretaria, que tecleaba rápidamente, hizo un error por atender a la exclamación de su jefe. El jefe probaba, en distintas velocidades, el pequeño aparato de aire acondicionado para lograr una temperatura más fresca. Tras la ventana (la oficina daba al patio, un patio de ladrillos de mosaico, con plantas ornamentales y maceteras antiguas), un vasto fulgor azul delataba la reverberación solar.

Póngalo al máximo, don Manuel -sugirió la secretaria enmendando, con un borrador, ori-

ginal y copia.


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MARIO CA JINA - VEGA

Don Manuel no contestó; el zumbido del condensador aumentó y una intensa racha helada sopló sobre toda la oficina pero el volumen yolvió a disminuir y la racha quedó

convertida en un

débil ritmo de abanico. -Necesitamos un regulador auxiliar; desdeque inauguraron el sistema eléctrico del Pacifico la corriente hace lo que le da la gana. Resignándose, don Manuel buscó acomodo en la silla giratoria. Durante varios minutos sólo se escuchaba el teclear rápido, continuo, de la mecanógrafa y el pausado hojear de los periódicos en manos de don Manuel. De pronto, frunció el ceño. La página social congratulaba a Silvia Rosales de Muñoz por su

cumpleaños.

-1Qué jodido!-gritó donManuel. La secretaria dejó de teclear y un esfuerzo de rubor le inundó el maquillaje. Don Manuel se disculpó, pasando los cincuentidós años de su mano sobre el peinado de la secretaria. -Dispensame, niñá, soy muy mal hablado.

-Y además,don Manuelito, muy malpensado

dijo la secretaria liberando su pelo de la presión que lo deformaba.

-Pedime por teléfono con "El Trillo" -bal-

bució él. Los dedos se movieron hacia el teléfono de baquelita.

-Ah, pues,es cierto...•

-cavilaba don Manuel.

Se sentía, a un tiempo, viudo desconsolado, padre


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afligido, hermano en desgracia e hijo infeliz y sin embargo era solamnente un solterón.

"Solterón, jno!

-recordó-, la diferencia entre

un cotorrón y un solterón (como explicaba en el Club cada vez que llegaba a beber unos whiskies) está en que el solterón no se casa porque no quiere, aunque todavía puede, y el cotorrón no se casó

porque no pudo, aunque todavía quiere" La tardanza en obtener comunicación aumentó sus preocupaciones,

desviándolo de su eterno y

crónico y aburridorestado civil...Dos veceshabia repicado el timbre mientras la voz del operador para larga distancia recitaba, repetía, recitaba con monótono recuento de mnonitor:

-Al6 LosPueblos,llamando, Managua. Y dos veces la comunicación se cortó, dejando

en el nervioso ofdo de don Manuel un largo silencio de alambres por los que se reclamaban voces de Granada y de Catarina, ajenas a lo que sucedía,

mientras urgentes reclamos eléctricos hormigueaban en los inútiles aparatos de manivela.

Cruzaba las calles de Masaya. Al llegar al Parque detuvo el jeep y se encaminó hacia la Glorieta para beber un refresco de leche con cacao.

Si no beboleche por la mañanapasodespués

todo el dia con dolor de cabeza.

Antiguos coches de caballos, tripulados por turistas de trajes tropicales y cámaras infatigables,


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MARIO CA JINA - VEGA

se arrastraban con lastimoso entusiasmo. Caravanas de camiones repletos de plátanos y sacos de cereales o verduras entrecruzan autobuses abarrotados de viajeros polvorientos. Las tiendas de la esquina exhiben sus bazares a colores: manta azul, camisas a cuadros, telas floreadas. Un pregón de carretones rueda ruidosamente. El reloj de la parroquia botó una a una, con desgano igual a su atraso, nueve horas.

-A las diez, lo más tarde, estaré en Managua. Pagó el refresco y regresó al jeep, satisfecho.

-Toda la noche me la pasé pensando en esos versos tan raros. ¿A vos no te gustaron?

El hombre no respondió. Estaba haciendo gárgaras en el baño. Silvia se desperezaba

entre los restos del ex-

tracto recién usado. De pronto, una congoja la sobrecogió. Incierta, pusilánime, olvidó los versos y quiso esconderse debajo de las almohadas, debajo de ella misma, debajo de aquel día y lejos, lejos lejos lejos de ese cuarto de hotel y de esa presencia

y hasta de ese viento polvosoy frío que filtraba sus partículas y sus ruidos por las hendiduras de la puerta. Cuando él salió del baño y la encontró, convulestremeciéndose

de pies a cabeza mientras una

sorda corriente de llanto la atrapaba y la hundia, se dio

cuenta

que todo el amor de una noche


HISTORIA EN UN DÍA

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yacía consumido. En la precaria mesita, el libro de un poeta nacional tenía dos versos subrayados con lápiz de labios: Amante de su cuerpo él, amiga de su alma ella.

-:Quién lo iba a imaginar! ¡Sucedernos esto nosotros! ¡Y el periódico que la felicita descarada-

mente, con apellidos y todo! Julio, que vive con mi mamá, es el que debe hablar. Yo, ni verla quiero. Los pensamientos de don Manuel eran como frases rumiadas durante un paseo imaginario.

-Vé, hijitá a secretaria esperaba algúndic-

tado-, por amor de Dios que me cancelen la lamada a "EI

Trillo".

Y si Julio me busca le decís

que no estoy en ninguna parte. La secretaria aún estaba dirigiéndose a la cen-

tral telefónica cuando ya don Manuel salía, olvidándose del aparato de aire acondicionado, de las cartas para las casasde San Francisco, Nueva York y Hamburgo, y de todas las cosas fáciles y rutinarias que, en las indiferentes mañanas de cada día, constituían ese esquema mentall, simple por el

poco esfuerzo y orgullosamente abstracto por misma generalidad, que él Ilamaba "Oficina". Al caminar sobre aceras de fiebre, lamentó haber sustituido sus tibios 24 grados centigrados de

refrigeración artificial por los devastadores y naturales 40 grados al sol que derretian,

implaca-


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CAJINA - VEGA

blemente, el asfalto. El lago humeaba, recalentado. Y la pura luz azul del cielo, al tocar los techos de las casas, era también

antorcha de un bochorno

incandescente.

La pura luz azul reverberó ciegamente sobre la coraza del jeep, y su resplandor molesto, fatigoso, deslumbró a Julio. Se puso los anteojos ahuados. Noviembre se hizo cielo baldío, color de escorpiones verdinegros. El jeep cojeaba al caer en algunos hoyos. Julio empezó a sentirse mal. -Debe ser la leche con cacao, o tal vez los bo-

llitos de pan dulce. Paró la máquina. El tráfico, en aquella parte, no era muy intenso. Por un camino vecinal, de macadam, venía a desembocar en la ruta

interameri-

cana; sólo uno que otro carro de agricultor viajaba confiadamente a media mañana. Julio saltó el cerco y se internó en un platanal.

-Mejor me tomo un refresco -pensó don Manuel y entró al "Mandarín". Mesitas de níquel. Bullicio de camareras. Exótico aire importado oblicuamente de China y comercialmente aclimatado en Centroamérica.

-Un tamarindo, por favor. i¡Ah, aquí sí hace ya tanto calor!


HISTORIA EN UN DÍA

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Calladito, platanal adentro, en cuclillas, Julio hacía a gusto sus necesidades, feliz de evacuar junto a la naturaleza. El probable temor a una culebra que le picara en las partes; el silencio vegetal, punteado sólo por sonidos remotos e inofensivos: el trino de un cenzontle, el grito de un trabajador; y la humedad morbosa, acariciadora, del suelo, integraban una dicha casi inocente, hecha a un tiempo de leves angustias, de bienestar fisico y de vagos sobresaltos, con nostalgias de paraiso.

El tamarindo amargó la boca de don Manuel. -Vaya, pues, debí acordarme en la oficina de

ir al baño. Inclinado sobre el periódico, en el inodoro del hotel de Somoto, el hombre preguntaba pérfida-

mente: -¿Ya leiste las notassociales? Te felicitan por tu cumpleaños. Un sollozo y un gimoteo se elevaron juntos sobre el tabique que los separaba. En el espejo de los retretes del Mandarín" don Manuel desconfió de su cara. Cetrina y ancha, se le había aflojado visiblemente en los cachetes; del cabello restaba sólo una calva superficie.


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-Tengo mi dentaduracompleta se conso-

ló. La exoneración de los residuos, rito matinal que le requería casi una eternidad dentro de su confortable cuarto de baño, había sido ahora demasiado improvisada, demasiado precipitada para aflojarse a satisfacción.

-Y si fuera a Italia y vendo la cosecha con tiempo? Y, bajo el pretexto de ese negocio de futuro, deseó brincar del inodoro a su oficina.

Era la Carretera Interamericana, el trecho que eslabona el lago de Managua o Xolotlán con gran lago de Nicaragua o Cocibolca, Cocibolca y Xolotlán, Xolotlán y Cocibolca, en la vertiente del litoral Pacífico, jalonando el feraz, balsámico valle de Masaya, donde el aluvión se hizo tierra y

flor. Pasaban y pasaban y pasaban, en permanente zumbido,

sobre la capa de asfalto

asentada, a su

vez, sobre una costra de lava, trepidantes ráfagas de vehículos. Camiones de transporte, camiones de

carga, camiones-tanques, yendo y viniendo, autobuses de pasajeros, autobuses de colegiales, yendo y

viniendo, microbuses, microbuses de descarga, microbuses familiares, yendo, viniendo, automóviles americanos de modelos lujosos y largos que maniobraban con las jarcias de sus antenas como veloces y esbeltos cruceros, pequeños automóviles europeos de estilo compacto, jeeps particulares, jeeps milita-


HISTORIA EN UN DÍA

res, jeeps de misiones

internacionales,

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ambulancias

para erradicar la malaria, furgonetas del servicio geodésico, yendo, viniendo, yendo, yendo, silenciosas y negras y refrigeradas limusinas oficiales, ruidosas motobicicletas japonesas, yendo, yendo, yendo, viniendo, viniendo, viniendo, entre una que otra carreta de bueyes atravesada, de vez en cuando, en la vía. El zumbido vibraba como un caracol de bocinas y motores y carrocerias y escapes, fugaz desfile automático que eleva todo el valle a decibeles de sonido, sinfonía necánica en acero mayor. Una curva estrecha. Una recta en ondulaciones y altibajos. Una breve meseta. Un descenso modulado. Puentes cóncavos como hamacas de

hormigón. Y, orientándose por la cúspide cónica del enorme Momotombo, el largo trazo final que desemboca en Managua, perpendicular siempre al volcán. Quintas, chalets, supermercados, colonias residenciales, una caseta para los agentes del tránsito, las primeras manzanas de casas. Managua.

Bajo el solazo vertical, tropical, infernal, don Manuel caminaba hacia su oficina.

Julio quedó viendo a la secretaria que lo quedaba viendo. Ella secaba el barniz de las uñas con una mano al aire y en la otra una lima de esmeril.


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MARIO CAJINA - VECA

A Julio se le empañaron los anteojos, nublados por la atmósfera fresca de la oficina. Se los quitó.

-Está

mi hermano Manuel? iba a decir

cuando, como sucedía siempre, encaró la mirada de la secretaria. La muchacha, jugando con sus piernas, cambió de postura. El muslo y una nalga perfilaron, carne sensual que dilataba el corte de la falda. Los labios rellenaban una sonrisa de estrella de cine; el maquillaje era lustroso, satinado, como anuncio de revista.

-Palo dehembra!

-Dichosos losojos. .. -empezófelinamente la secretaria y, al compás de su propia frase, posó las pupilas sobre el hombre, contemplando des-

enfadadamente su estructura, fornida y un tanto gruesa ya; los cabellos abundantes, despeinados por el viaje: los incipientes círculos de sudor que Managua cuelga bajo las axilas de quienes la habitan o visitan; y el rostro, adulto, con expresión ambi-

gua: turbado enla superficie por la inquietante hermosura de la secretaria y oscurecido, desde dentro, por sus propios asuntos.

¿Está mi hermanoManuel? Salió y ni dijo nada -recitó ella, condesdén,

al presentir que tampoco esta vez Julio le haria caso. Sentado en el escritorio, abría y cerraba la gaveta principal-. De veras, ¿no le gustaría saber adónde fue? Lo provocó, sacando una bolsita de perfume de la cartera y atomizándola detrás de sus orejas don-


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de dos aretes platinados oscilaban con cada movi-

miento. Julio respiró toda aquella fragancia sin darse por aludido.

-Dígale

-habló al fin, ya para salir– que

voy a Somoto.

-Adiós, pues. Aquel adiós

pues" espaciado por dedos

aleteantes y musicalizado por las cadencias de la

voz, onduló, agonizó y expiró dejando un epitafio de despecho: "Asi es. Me tiene miedo el gran idiota. Parece formal y se hace el orgulloso y bien šé yo que tiene

querida y un hijo y que su tal hermanita acaba de fugarse con un hombre casado". Después, tras un suspiro igual sólo a su deses-

peranza, prosiguió las ociosas y meticulosas labores que completan una manicura. Una revista de modas ostentaba la estampa de Sofía Loren, con ojos agudos y rodillas desnudas. Buscó, distraida, en otras páginas los últimos consejos para las manos. Ella misma, sin embargo, no sabía si deseaba sustituir a la querida de Julio (su madre, recordó rápidamente, no deja que él se case y por eso se

quedó cotorrón mi jefe y por eso también toda la familia se merece lo de la hermana) o constituirse,

condescaro,en su cuñada. ..

La presencia de don Manuel, abriendo la puert.,

la sacó de dudas.


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MARIO CAJINA -VEGA

Desde la puerta de la casa, en el suburbio, Julio abarcó el aposento. Un tocadiscos estallaba a todo

volumen; su hijo arrastraba por el piso una infancia ilegitima y unos pañales sucios; la mujer intentaba armonizar sus modales de mengala con las airosas posturas de una dama. La bata, estampada de flores y manchas de mantequilla, y los suculentos, recargados labios, anunciaban un estridente ayer de cantinas y burdeles. Julio se sintió barato.

"Engueridado". "Enqueridado como un cualquiera".

Y la amargura le hizo recordar que aquella visita terminaría en el inevitable acto sexual, sudoroso y desolado. --Y, entonces, ¿otro hijo? ¿Otro chavalo sólo para repetir esto mismo?

De Managua la Interamericana conduce hacia el Norte. Las riberas del lago que bordea florecen en haciendas de riego, húmedas y verdes. Se vadea

anivel del río Tipitapa. En adelante,varía el paisaje. Llanos inacabables, agrietados, calurosos, que

la dulzura de noviembre no logra mitigar. Escuálidas reses vagabundeando sin dueño. Poco a poco,

al ganar altura, se refrescan el viaje y la vista. Vales sonrientes adornan los lados de la carretera. Pequeños pueblos, cercados por pencas y piñuelas, sustituyen a los bahareques del llano. Los primeros

arroyos brotan entre piedras. Un paredón, abier-


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con dinamita en los socavones de la montaña, gotea su agua metálica, fría. Vestigios de pinares aroman el día, Julio habia bebido, a las doce, en Ciudad Dario, tres cervezas y un sándwich. Nervioso., intran-

quilo, experimentó varios retortijones que lo obligaron a acuclillarse alivio.

-Amebas se

tras los jicarales, buscando

dijo. Y lascervezas,desegu-

ro me empeoraron.

Purgado, volvió al jeep. Un insistente dolorcito de cabeza se le alojó entre las cejas.

Había olvidado los anteojos oscuros en la oficina y le hicieron falta. Noviembre parecía perdido en el cielo. Órbitas de fatigoso resplandor bajaban a poblar la tierra. Las dos de la tarde, con sus fulgores blancos y cegantes, espejearon sobre la

ruta. Julio entrecerró los ojos para combatir el reflejo y fijar mejor las pupilas. Montañas de piedra púmice y rocas de pizarra aridecían, por turnos, las vueltas y revueltas de aquella nueva sección de

la carretera. Una extravagante pesantez empezaba a amodorrarle los párpados. Quería pensar y no

podia; quería preparar lo que hablaria con Silvia;

quería, también, resolver si.. .

No vio venir el descontrolado camión de madera que lo precipitó en un abismo, a la derecha de la primera cuesta antes de Somoto.


¡ALŐ, NUEVA YORK! Striptease.

Lección de geografia: Zona Tórrida, calor polvoSo, asfixiante, durante la estación seca, y calor húmedo, asfixiante, durante la estación luviosa. Un paréntesis de alisios: Diciembre, con frescos hálitos

integrando

las tardes. Noches estelares,

villancicos, cánticos. Era la evocación ingenua, con lenguaje de libro escolar, que revivia en ella al contemplar, desde la

ventanilla,

aquellos

panoramas de su adoles-

cencia. El jet hizo en paseo la visión de Centroamérica. Cadenas montañosas, como eslabones acartonados; pequeños ríos ondulantes desembocando casi a un tiempo en el Caribe y en el Pacífico; conos de volcanes universalizados por los sellos de correos.

Arriba, el espacio donde ya rotan satélites. Abajo: ocre, verde, agua. Nicaragua.

Abróchense los cinturones. Sonrió mientras coordinaba femeninamente sus reflejos: las uñas, que


jALÓ, NUEVA YORK!

tropezarian con la hebilla metálica; el cigarrillo, que apagaría en el cenicero de aluminio (No Smoking, Please) ; la cabeza, descansando en el respaldo de hulespuma para absorber los breves sobre-

saltos del aterrizaje. La nave tomó contacto con la pista, carreteó aplicando los frenos e inició la vuelta entre el trémolo sostenido, firme, de sus reactores para acercarse, bruñida y centelleante, a la

terminal. El trópico la recibió con todo su esplendor: bochornos de luz, temperatura de horno. El edificio del aeropuerto, festoneado por bugambilias y ambientado por media docena de idolos falsos y algunos

funcionarios

sol, como una

morenos, se agazapaba

pirámide

bajo el

trunca. En las azoteas,

gentio y altavoces. A través de los parlantes escuchó su nombre: Leonor.

1960. Querida Leonorcita: Ya sabes los sacrificios de tu papá para costear tu educación ahí en los Estados Unidos. ¡De mí, ni qué decirte! No me perdono haber dejado sola a mi hijita, con lo corrompido que son los gringos (aquí los tuvimos, nunca se me olvida, durante la intervención de 1927 y relajaron a casi todas las mujeres enseñándoles a fumar, a bailar el fox-trot, y a beber y romancear como dicen las muchachas de ahora), Tu papá te escribe en esta misma hoja;

cuídate mucho, hijita, Tu mamá.


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MARIO

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1960. .. De una temporada de estudios, de compañeras de cuarto de distintas razas, de entreactos en los cines de moda y de tediosas, difíciles clases,

otro idioma ¿qué puede recordarse mejor? Encuentros fugaces, prisas, horas, frases aprendidas a medias y quizá nunca del todo comprendidas; tardes enteras pendientes de una lágrima, absorta, los ojos y los codos sobre la carta. La ausencia misma y una absurda colección de faldas de franela se entremezclaban, confusamente, al rememorar aquella época. El otoño, ventoso y hos-

til, desnudó los campos universitarios. Arriba, un tiempo gris se enredaba sobre las últimas ramas,

iniciando crepúsculos melancólicos, helados. Un catarro molesto, pasivo, ia indispuso. Sensaciones enfermizas. Creia incubar nostalgias pero su congoja se resolvía en accesos de tos. La perspectiva de los árboles, cada día más esqueléticos,

con menos hojas cada vez, la indujo al agota-

miento. Débil, consumida, perdió interés en Las clases se le antojaron monótonas. Y medad misma resultó para ella una cura Reclusión fatalista. Cuando se deshojó, fria, la primera nevada, Leonor estaba hibernación.

las cosas. la enferde sueño. blanda y como en

.

En la primavera las lluvias licuaron el frío, reviviendo el buen tiempo. Pájaros y nubes desfila-


JALŐ, NUEVA YORK!

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ban casi a la altura de las ventanas. Con el cambio

ella también tuvo su despertar y comenzó una vida postiza. Bebia con maneras afectadas; abusaba de las modas; recargó, en exceso, la pronunciación gutural de las erres anglosajonas y curioseó, sin medida, ciertas recetas sobre higiene sexual. Verano, parejas atezadas por las brisas, tónicas y marinas, del Maine. Yates barnizados de blanco,

camisetas de hilo irlandés, torsos y piernas rubias, sonrisas dentifricas. Salud y crudeza americanas.

1963. Mi muchachita linda: Ya te conseguí el pasaje a Europa y te adjunto los cheques comprados en el Banco de Nicaragua; sería mejor que los cambiaras la mitad en dólares y la otra mitad en travelers, por si acaso alguna pérdida. Te vas primero a Nueva York y ahí esperas al grupo de señoras nicas que salen hacia París. Me gustaría que las acompañaras también a España. He procurado educarte siempre en el respeto de la familia y en las virtudes tradicionales. Tu separación mne ha afectado mucho, pero todo cuanto se refiera a tu educación en países más civiiizados me parece muy necesario, aunque nos represente pesares y sacrificios como este. Ya pronto te veremos, sí, Dios mediante. Sea formal y bien portadä, mi hijita, que nada le cuesta. Su papá que la quiere como cuando era una niña. Alfredo

Mendiola.

A bordo, aburrimiento. Las matronas centroamericanas se especializaban

en té-canastas o re-


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gateaban en el bazar flotante. El algodón y el café, supo ocasionalmente Leonor (Miss Mendiola, la llamaba con británica corrección el primer oficial), estaban en bonanza. Precios de riqueza. Eran, sí, una pena las leyes del salario mínimo, seguro social, etcétera

Visita de Miss Mendiola al camarote del primer

oficial. Cuarto día de navegación: consejosy casamenterías.

-Leonorcitá, niñá, buscate un buen muchacho y te casás con él.

-De veras, ahora que volvamos ¿por qué no buscar con quien casarte? Conversación a base de otras noticias nacionales. Los conservadores de la oposición habían pac-

tado otra vez con el gobierno liberal. Nicaragua progresaba.

-¡Ay, vieras qué bien estamos allá ahora! La sexta noche era el carnaval transatlántico. -Muy sola te vemos, Leonor, no le hacés caso a nadie.

Amanecer a bordo. Media docena de ginebrasrosa, tres copas de champaña y un ebrio remedo de bailes tipicos centroamericanos le ocasionaban aquel malestar, aquel mareo, aquellas bascas.

-Quéescándalo! -1Quién

va a casarse ahora con ella!

-¡Bebiendo y Dios sabe cuántas cosas más!


JALŐ, NUEVA YORK!

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Paris. Hotel Voltaire. El Sena al lado, Notre Dame al fondo. Despreciada por las matronas que, furiosas y sin hablar, en silencios de odio, la arrastraban a desgano, se metió a un cine y esperó al acomodador a la salida.

Madrid. En la Legación, el cable fatal: INFARTO PAPÁ. De pronto, no supo qué sentir. Los años se

presentaban en un revoltijo de ciudades y no acertaba, entre la confusión de esas imágenes, a hilva-

nar el infinito en que ahora desaparecía, como retrocediendo vagamente hasta borrarse, su padre. ...Y entonces Leonor, huiste a Nueva York. Aturdida, volaste a encastillarte en Manhattan. Semana tras semana, tras semanas días, tras días

horas y siempremesesde tiempo inútil. Tu calendario seco. Rompías

cartas; te dejabas crecer el

pelo y, al cabo, lo cortabas fríamente; a ratos, algunas veces, muy pocas, escasas, despertabas de

una semiborrachera íntima sólo, sola, para correr al teléfono y vaciarte sobre él y colgar luego, desalentada. ¿Fué también entonces, Leonor, cuando te quisiste volver loca, cuando querías o creias enloquecer? Trabajabas ahora en el Consulado. La soledad te habia moldeado como a una estatua amarga. ¿Edad? Bien la sabes: la de las pasiones. Lejos que-


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ofensa. En vano soñaste o imaginaste soluciones impracticables; eran ridículas tus poses de mujer casada, las simulaciones mundanas, el intercambio de sonrisas a través de unos vasos. Al sentarte en los cocktail-lounges, te angustiabas pensando que, por las noches, el roce de las telas más íntimas te

conmovería, dejándote de nuevo fiebrey miedo, asco y deseo, poseída por tu propio sexo como aguijón hacia adentro. ¡Cuántas palabras, cuya existencia hasta entonces ignoraras, venían ahora a enajenarte!

(¿Y qué aprendiste, Leonor, Leonorcita? ¿A beber, a vivir sin ilusiones, a ser 10 % lágrimas y

90 % alcohol?¿Adulta,adulterada?...)

Nueva York, otra vez. Empezó por amistar con

algunos paisanos de la creciente colonia nicaragüense. Vagos intereses. El cuerpo de Leonor, combinación

de piel que se apaga entre lineas

suntuosamente femeninas, poseía cierto atractivo, contenido sólo por el rechazo de la sonrisa de

ángulos duros. Paseos por las veredas de Riverside Drive. Sesiones de cine con la mano de ella crispada sobre la butaca, en forma casi prensil, para negarse a la

caricia y ocultar así el temblor epiléptico de la boca. Poco a poco telefonazos y citas cayeron en el olvido. Leonor se dio cuenta, al fin, de que a los


JALŐ, NUEVA YORK!

veintiséis años, en rona.

Manhattan,

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era ya una solte-

La señorita Leonor, doña Solterona escuchó

decir, involuntariamente, una tarde al Secretario del Consulado. Con desesperación de maniática repasó esa isma noche sus costumbres:

los celos absurdos

amigo sin importancia; las consultas demasiado frecuentes al espejo; la vehemencia con que se declaraba ofendida por ciertas inevitables murmuraciones; el hábito obsesionante de platicar y

platicar dentro del automóvil, como en un confesionario, reteniendo a su acompañante. Y las giras con labios desgajados y ávidos, ella misma al volante, entre los bosques que rodeaban su pri-

mitiva Universidad, riendo y lorando, llorando, riendo. El otoño afilaba de nuevo el aire. Vientos ambiguos de tibieza y de frescor recorrían el Central

Park. Enyuelta en Vol de Nuit Leonor surgió sobre las escaleras. El colombiano que la esperaba era ese tipo de hombre junto a quien las mujeres lucen todo su esplendor, colgadas de su brazo y

devorándolo amorosamente. Facciones sensualizadas por la vida; cierto cinico donaire en los moda-

les- el mismoaire familiar que a un tiempo infunde confianza y las somete a su dominio. Se besaron, se besaban... los labios de Leonor chu-


MARIO CA JINA -VEGA

pando ávidamente todo el placer de sus años vacíos. Bailaron, bailaban juntando, entre sorbos de

coctel y bocados de comida, manos y muslos. Primera desenvoltura de ella al quitarse los zapatos y caminar descalza para conectar la televisión. Atrapándola, él la mordió en el cuello. Leonor

de pronto experimentó un terror infinito. El retorno, hecha mujer deshecha en llanto. Empacó lo más lujoso, reservó, como ciega, su pasaje y, cuando abordó el jet, aferrắndose a una bolsa de viaje donde tres novelas en boga hacían crujir media docena de discos long-playy un par de gafas italianas, toda ella estaba en blanco.

Monótona, fija, persistiendo sobre la multitud, una voz repetía: señorita Leonor Mendiola.


VIDA TERRENAL Y PURA -Ridiculo, Javier no bebe-dijo mi mujer,

con fría cólera. El vino ultrajaba mi corbata.

Soy viudo, casi. A los treinta años Matilde, mi prima, y yo nos casamos. Ella volvia de México, con dos niños. Los niños no me molestaron nunca. Y Matilde me pareció don de Dios. Me criaron mi madre y mis tías, una familia del viejo Managua (la Capital-que-saltó-de-veinte-mil-a-trescientosmil-habitantes-en-dos-décadas, a escala de Lima y Caracas, según los folletos de turismo). Recuerdo mi casa. En un verdoso acuario, peces de oro.

Como emperatriz china de ojos mudos, Lita flotaba. Un arrecife de coral hería el fondo arenoso y, al balanceo de las aguas, agitadas apenas por la fuga de Lita, una vegetación de minúsculas algas oscila dentro de las ondas. De cuando en cuando una voz (en la inmensidad y la paz ambientales las voces resonaban cadenciosas y espaciadas) reclama con cierta urgencia doméstica:

Javier... Yoseparabaentoncesmi caradel vidrio y veía borrarse su huella, restableciendo el reino transparente de la pecera. Durante un invierno


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MARIO

CAJINA - VEGA

demasiado tormentoso la pecera se resquebrajó y fui a recoger a Lita junto al albañal. Sus ropajes orientales eran un sufrimiento de escamas moribundas.

Mi tío, padre de Matilde, posee una fábrica de sorbetes. Con la industrialización hablamos de importar maquinaria norteamericana y fabricar esquimos. La idea resultó. ¡Quién diría que la vida suma coincidencias, establece ciertas reglas, nos adivina el juego! Durante la luna de miel pensé que la modestia

de ella encubría el inevitable pudor femenino. Quizá no quería abrirse para mí con toda su anterior experiencia nupcial. En la frecuencia del acto yo buscaba su entrega; ahondar en ella, penetrarla no sólo eróticamente sino también dominarla, poseerla. Sentir su abrazo desnudo ampararse contra mí en demanda de goces y oir, en aquel delirio, la jadeante pronunciación de mi nombre, más hermoso que todas las palabras de amor. La rigidez de su carne, sin embargo, no se

desataba. En vano repetía la unión. Era siempre la misma. En la enfermería del internado de colegio yo tosía dulcemente, presintiendo la fiebre. "Tiene los pulmones débiles". Cajas de galletas con la efigie de Nefertitis. La volátil, imposible reina, empezó a aparecer en mis sueños con ciertos delirios

subitáneos. Los meses transcurrieron mientras yo ocultaba, bajo la mesa de noche, aquella caja de


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VIDA TERRENAL Y PURA

latón donde me esperaba Nefertitis con su gálibo de ibis egipcio. No tuvimos hijos. Sin otras ocupaciones que juntas de administración, fiestas al personal, y viajes ocasionales a

Centroamérica

o a Nueva Orleans,

caimos en una vida de visitas en familia. Cuñadas, velorios, tertulias. Me aficioné al cine, ingresando a ese silencioso club de los espectadores

solitarios,

en el cual cada uno ve el mundo únicamente por los ojos y, tras cada pelicula, sale a enfrentar una

realidad distinta. La sensación, pues, de ser casi un viudo, como dije antes, no es la de un maniático. Casado con una viuda de dos hijos anteriores a nuestro matri-

monio, y soltero en mis costumbres, percibo entre mis amigos cierta burla, como si mẹ apodaran

"viudo", "viudo", "viudo". A dos cuadras de la oficina está "El Gambrinus". Llego ahíi por las tardes, concluidas 1las horas de trabajo. Bebo cerveza hasta que el sabor ácido de los pepinos y el amargor de la sal, vertida dentro del vaso para que sus burbujas despierten los fermentos del lúpulo, se vuelven insipidos.

Cambio entonces al whisky. Y un buen Old Parr ahumado, a la manera inglesa, acierta con el deleite de revolverse en la barra, sobre los altos taburetes reservados sólo a los clientes. Fumando, los pensamientos también se ahuman. Por casualidad, una noche saludé en el espejo a un desconocido. Era

yo mismo y me pareció que me dislocaban.


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MARIO CAJINA -VEGA

Maquillajes de carne y albayalde. Blancura provocada por la moda. Givenchy, Mary Quant, Twiggy. Párpados azules, verdes. Mallas con lunares de oro.

Rodillas,

piernas, brazos. Pelucas

castaño-rojizas, albinas, pardas.

-Yo tomo laspildoras. -Media

toronjela en ayunas, después del ejer-

cicio; a las diez de la mañana, café o limonada

sin endulzar; como almuerzo, medio bisté asado. Para la cena, vegetales, té, y ya ves: he rebajado por lo menos once libras. Eso sí, me entran unos

vahídos y un dolor decabeza ... -El doctor me quitó el cigarro.

-Los periódicos alborotandemasiado. Todo lo

critican y los comentarios internacionales siempre son los mismos:

Rusia,

China, los Estados

Unidos. -La kermesse fue un fracaso. Se quedó más de la mitad de los sándwiches y tuvimos que regalarlos al asilo de ancianos.

-Los nuevosVolkswagen traen aire acondicio-

nado.

-Yo le compraría uno a mi mujer, pero con la matrícula

de los nifños nuestro

presupuesto sale a

nivel. -¿Me podrías dar la receta? Tengo cocinera nueva y creo que no sabe hacer nada. -¡Ah, las criadas! Exigen ahora su día libre, llave para volver de noche y hasta seguro médico.


VIDA TERRENAL Y PURA

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-Y quéesde tu marido? Javier ha sidosiempre muy bueno; con un esposo así una no se preocupa por nada; el mío, en cambio, ya no se

aguanta.

-1Que bailen jerk! -La próxima fiesta la haremos á-go-gó.

-No seas pesado; estás arruinando el party; todos platican y bromean, sólo vos te quedás ahí, tieso, como si te trajeran a la fuerza dijo Ma-

tilde. -Si querés nos vamos -pedí. -No, ¿tan temprano? 1Qué iban a decir! Yo ya no oía; estaba en el cine, perdido en butaca, y las voces sonaban como en la pantalla. Matilde conducía hacia la autopista. Vi a Ma-

nagua como quien contempla el perfil de una mujer que decepciona en sus imperfecciones. Calles

demasiado estrechas para el tránsito; esquinas donde las vivanderas pregonan sus mercancías; solares

solicitados apenas por una que otra fábrica y sol, sol, sol. (Managua es una brasa que calienta hasta a su mismo lago.) Paredes de mármol y madera

con ventanas de vidrio o acero; pinturas agresivas o desfallecidas; mediaguas de zinc. Cartón, tablas. Jóvenes esposas (tal

Matilde)

al volante de sus

preciosos automóviles y estridentes parlantes que, a las diez de la mañana, invitan para un funeral.

Expresé, creo, mi inconformidad. Siempre había descrito lo que veíay nunca escribía lo que sentía. La turbadora tentación erótica, sexual, de la mu-


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MARIO

CAJINA - VEGA

jer al volante. Parece que manejan desnudas; hay algo de

impudicia

en sus piernas a media falda

oprimiendo pedales; en los brazos, arqueados sobre el timón; en las manos, que acarician expertamente

los instrumentos. Como al teléfono. El teléfono arece, más que erótico, fâlico. Posesivo,saturnal Es el confesionario moderno. Alli la esposase vuelve confidente, la secretaria, pitonisa. El solo aparato

en sí es un

gabinete

amoroso;

ante él se

congestionan, ríen, gesticulan, lloran, se desesperan, cantan, aman, se exaltan, emocionan, platican, saludan, se desbordan, felices, agotadas, tristes. Desfilaba la teoría mecánica de musas motoristas

y en cada Matilde, junto a mí, yo veia una Nefertitis. Una motocicleta detonó, maltratando los alrededores; en ese mismo instante, sus estampidos se apagaron aplastados por el desgarrón del jet que alzaba vuelo, rompiendo el aire entre estelas

de ruidaje. -Llegamosdijo Matilde. Su mirada me escrutaba con extrañeza. Saqué la única valija del asiento posterior. Qué lástima que los niños estến en el colegio y no hayan venido a despedirte. --Iba a Tegucigalpa (el olor a resina la define) por tres días.

Salía de Migración, al regreso, cuando Matilde me saludó. La vi tintinear las llaves y encaminarse hacia el Chevrolet; su carne rubia era armónica


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y poseia cierta luz nueva. El esplendor de su pelo centelleaba, avivado por el dia. Y su taconeo preciso, elegante, musicalizaba toda su silueta bañada por un traje azul. Volteándose, me sonrió con

dientes azucarcuarzo. Azúcar y cuarzo cristalizaban también su carne trasmutándola en ámbar que asumía en el cuello una blancura dulce y translúcida de lecheluna porque ella era vegetal y blanda desde su garganta laringe licuante erguida apenas por los tallos aéreos de las yugulares en su lengua, en sus senos, en sus muslos

flexibles

como eles, en sus brazos juntando todo el misterio del codo y sus pies y sus manos y su espalda como un árbol de mármol porque ella era mineral desde su piel de basalto bajo la que corrieron arroyuelos

verdes entre vénulas azulmúrice y orillas de ónice bermejo, orillas de luz, vetas, poros, aire y deseo, el deseo nuevo de esas mujeres que amanecen mejor, amanecen todas rubias y salen a la vitrina

deslumbrante del día gloriosamente áureas, existiendo desde ellas mismas para sublimación y delirio del animal humano. Cada gesto completaba la

perfección

de su tez, de su aroma; la gracia

era una promesa; la voz, plenitud profunda y preciosa. De esas mujeres para decir "te quiero", la frase que les oimos en el sueño, un sueño que

se repite y se vuelve a olvidar. Y en aquella integración de sensaciones me pareció gue cada elemento volvía a las etapas o formas de su materia predilecta: la piel a la hoja, el ojo a la sal, el codo


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MARIO CAJINA -VEGA

al calcio, el cartilago al pez, la carne a la semilla, el cabello a la madera, el espíritu o alma o lo que somos a Dios.

La cabeza se me entorpeció. La atmósfera, sin

duda. A medio kilómetro del aeropuerto la cha, color excremento, del lago acusa suciedad. Mi familia, pensé, reiría. El lago es genealógico. ¿Mi familia? Mis primos eran mis primos, mis tíos mis tíos y mis tías tías mias. La costumbre se había creado desde la infancia; ahí todos estábamos seguros. EI orden de la casa, de las cOsas,

regulaba nuestro propio orden genérico. Universo con sistema intimo y generoso ámbito de coro. Nunca nos habiamos visto de otro modo. Sin embargo, aquellas paredes selladas emitieron, en alguna de sus junturas, el gemido de una fractura invisible, y ese quejido mé mortificaba.

-Esa es, pues, la situación, Javier. ¿Qué le parece a usted?

-Javier, te está hablando mi papá. Al son de la copiosa revisión del negocio, iniciada por mi suegro, se evidenciaban las manos de Matilde que, luego, absorbían vasos, candelabros, restos de comida, ceniceros, manteles.

-Hoy no vino la sirvienta. Su carne surgía de nuevo hecha voz, la voz de mi suegro se superponía también y la inmensa balumba de la casa, su césped, ahí afuera, tan


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nítido como un prado inglés, las paredes de falso repello colonial, el fantástico conjunto de flores y plantas esmeriladas por una luna incandescente, me cansaron las sienes.

-Esta vida es la pura mierda -dije. Aterrorizada, Matilde corrió a tapar la boca de uno de sus hijos, como si él pudiera

repetir la

frase, una frase, por demás, automática, verbal, corriente en el habla nicaragüense. Me pareció, incluso, leer la respuesta en los ojos congelados de

mi suegro. Una respuesta asimismo frecuente en

nuestro diario dialecto: "Hijueputa". Esa noche saqué el carro del garaje y conduje por las calles. Bajo el calor la gente se sienta en las aceras para formar tertulias. Hogares de barriada, donde la precaria ilumi-

nación sólo deja adivinar sombras y voces. Antiguas esquinitas, carcomidas por una bujía de pulperia. Vividos, brillosos escaparates de comercio: Bulova EI Tiempo En Su Muñeca. CocaCola Calidad. PepsiCola Cantidad. Flor de Caña El Ron De La

Integración,

Carteleras

centrales de los

grandes cines: Virna Lisi y Tony Curtis Pronto En El Teatro Margot. Aguerri Hoy: Los Paraguas de Cherburgo. Luciérnaga Este Domingo: Canta

Tito Guizar. Estreno: Por Unos Dólares Más. Cine Darío, EI Teatro Del Centenario: La Muchacha

Con Los Ojos Verdes. La última tanda, ya sobre la medianoche, vaciaba una clientela sonámbula. Las calles se alivia-


MARIO CAJINA -VEGA

ron del gentío. Patrullas policiales, en jeeps de la Alianza para el Progreso, empezaban a perseguir a los conductores

El monzón

semiborrachos.

del oeste, nacido en el Pacífico

(¿Bombay?, ¿Filipinas? ), venía, saltando las sierras, a

recalentar

su opio sobre las planicies de

Nicaragua. Pez, pájaro, mujer: te amo, ornitorrinco. Lita, Matilde, Nefertitis, te amo. Amanso tus ancas, temblor blando. Ornitorrinco: veo tu nariz insuflar un hálito carnal y suave. Florecillas pecosas brillan en las aletas. Violetas de silencio mueren en tus ojos. Tus senos despiertan bajo el ronquido de deseo que exhalas. Tu garganta tañe mandolinas, máquinas de escribir, ginebra. Busco

vivir entre tus venas. Caminas, anidas, nadas, ornitorrinco. Especie mía. Donante. El hervidero. Siniestro gorgoteo de la materia. Hez negra, hediondeces fecales. Amanecía; las nubes, en la cima del Momotombo, y las aguas,

aquí abajo, tenían un mismo color inerte. Había caminado, sin darme cuenta, abandonando el Chevrolet, y ahora estaba de pie ahí donde vomita Managua. Las olas del lago acep-

taban tibiamente aquella marea, bebiendo con indiferencia por boca de las alcantarillas. Sentí asco, ese asco que sólo produce el excremento. Toda existencia es incompleta. Quise flotar de espaldas para ver el cielo.


ARTE POÉTICA ¡Ah del nião que vive de este nombre: Poeta! LAFORGUE.

De la cocina llegaba un áspero y caliente tufo mondongo hirviendo. El hombre lo saboreó al detenerse en el quicio

de la puerta.

Llamó a la

mujer: -¡Esperanza, Esperanza! Que me vayan a comprar un trago de a peso.

-Un mondongo sin trago una flor sin aroma.

-agregó es como

Se quedó soñando alrededor de su propia frase:

la composición y la tirada. Los tipógrafos corrigen, mentalmente, sus palabras conforme las reglas del

oficio.

-Andá comprále a tu papá un trago de a peso -decía la mujer, resignada a ser prosa corrida, mientras sacaba del delantal (que era una bata

vuelta delantal) un único billete. El chavalo zarpó, corriendo, hacia la primera cantina del vecindario.

-El trabajo, una vaina -explicaba el hombre,


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MARIO CAJINA - VEGA

haciéndole antesala al aguardiente-. Y, lo peor de todo -hablaba con las comas oportunas y los espacios bien distribuidos de los antiguos cajistas--, ya casi nadie parrandea entre semana por temor a perder el domingo feriado. ¡Quién bebiera como

Dios manda! -concluyó definitivamente, abriendo y cerrando admiraciones. -Ay, siquiera me trajeras papel para encender el fuegose quejaba la mujer. -El patrón no nos deja, claro está. Párrafo aparte, ell tipógrafo silbó una canción de moda, ultrajando desentonadamente las pruebas de la melodia.

"Señor músicoestemaestro Lara!"-citaba, entre comillas y admiraciones, para sí mis Agregó los cuadratines de una filosofía que sangraba

mediocridad

:

-Nadie como él para entender el alma de las personas. El tufo del mondongo se declaró de nuevo. El

tipógrafo tenía hambre; todo gremio tiene la feroz costumbre de sentir hambre tres veces al día.

-Pero cuánto tarda estechavalobaboso! Hijo tuyo, niñá, habría de ser para resultar pasmado

El chavalo baboso y pasmado entrab momento, acarreando una botella de cocacola, pepsicola, o nada cola, medio llena de un líquido

vehemente y espirituoso.

El tipógrafo lo despojó de la pepsicola, cocacola

o nadacola.


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ARTE POÉTICA

-jA picodebotella y purogüergüero! -aren-

gó, triunfalmente,

y se bebió el alcohol. Después

carraspeó,escupió, grueso y caliente, contra la primera esquina de la

habitación,

a la mesa. La mesa, sin

mantel,

y fue a sentarse alisaba sus ripios

en un cedro pobre y barato.

-¿Y la cuchara?pidió elhombre,tanteando

con las manos a ambos lados del plato.

-Ay, Jesús, si se me habia olvidado. Esperáme que ya te la voy a lavar-dijo la mujer apresuradamente.

-Carajo!

-braveó elhombre

Estas son las cosas que arrecheyan al señor obispo.. Las cursivas rechinaron como un barbarismo dentro del refrán nicaragüense. La mujer, en ese

instante, volvía con la cuchara de latón. El hombre dobl6 la cuchara (o la enderezó, casi era lo

mismo ...) y comenzó abebersela sopa. Al terminar se aflojó la faja liberando un eructo proletario. La mujer recogía los cubiertos, individualizados en la dúctil cuchara, los llevaba al cuartito de atrás y ahí, en la penumbrosa satisfacción de su semicocina, se comió las sobras.

El tipógrafo estaba ya sentado a la puerta, sin

camisa y con la silla apuntalando la pared, cuando ella llegó a decirle:

-No tenés siquiera otro peso para el gasto de

mañana? Su voz se conformaba a la naturalidad de la desgracia hecha costumbre.

neutral


MARIO CAJINA- VEGA

-¿Otro peso? iTodavía, pues! ¿Y que acasono te lo expliqué yo ya? El patrón no quiere adelantarnos reales durante la semana sentenció, distribuyendo magistralmente signos y frases para luego, a renglón seguido, soñar con un cartel en el cual los tipos se

encendieran,

se apagaran, se

encendieran, musicalmente acompasados por los anuncios eléctricos. Entre las seis y media y las siete p. m. Managua muere blandamente. Hora repentina de digestión, de lectura de periódicos, de vecindario y domesti-

cidad... Al fondo de lascallesfracasa un desacreditado crepúsculo urbano. El tipógrafo pensaba, regresivamente, en las primeras galeras, levantadas aquel día, de una novela local, jvIVA EL SOL! "Managua de Nicaragua de Centroamérica no es una ciudad ni un clima, Es la sucursal del Infierno. Limita al norte con su lago, sumidero

de excrementos. Al sur, el Palacio de la Dictadura. Este y oeste, miseria.

Temperatura media: 39 gra-

dos de aguardiente. Club, negocios, cine....


Este libro se terminó de imprinmir en los talleres

gráticos de COMPANIC,

de Managua, on el mes de noviembre de 1993. Su edición consta de 3,000 ejemplares en papel bond.



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