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Fuentes
Elpais.es Altereconomia.es Juantorreslopez.com Agarzon.net Attac.es Rebelión.org Tercerainformacion.es Publico.es Elplural.es
Créditos Esta revista ha sido editada gracias al CEDMA (centro de ediciones de la diputación de Málaga) en colaboración con la Asociación Tercera Información. Diseño gráfico enreda coop
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Índice Introducción Alberto Garzón CRISIS GENERAL Crisis capitalistas Xabier Arrizabalo y Jesús de Blas Quién paga las crisis del capitalismo J. A. González Casanova Su crisis y la nuestra Carlos Taibo Crimen (financiero) contra la humanidad José Saramago Los bancos centrales frente a la crisis, independencia ¿para qué? Juan Torres y Alberto Garzón Si ha fracasado el capitalismo ¿por qué no repensar el socialismo? Juan Torres DE ESPAÑA La Banca Española y Don Tancredo Carlos Martínez García ¿Dónde está la autocrítica de los economistas neoliberales de nuestro país? Vicenç Navarro ¿Por qué suben los precios? Juan Torres y Alberto Garzón. CRISIS ALIMENTARIA Frente a la crisis alimentaria, ¿qué alternativas? Esther Vivas CRISIS PETRÓLEO La especulación sobre el “barril de papel” bajo el laissez faire europeo Juan Hernández Vigueras
Opinión Alberto Garzón Espinosa
Todo el mundo sabe ya que el capitalismo está sufriendo una crisis de extraordinaria importancia, que afecta a todos los países del mundo y que tendrá unas consecuencias finales que aún están lejos de siquiera vislumbrarse. Según A. Greenspan, el ex presidente de la Reserva Federal estadounidense, esta podría ser la crisis “más grave desde la segunda guerra mundial”. En cualquier caso, de entre las muchas similitudes que podríamos encontrar entre ambas crisis, conviene destacar una en concreto: ambas han estado precedidas por prolongados períodos en los que se ha practicado un liberalismo extremo potenciador de las desigualdades a todos los niveles. Las nuevas fórmulas financieras para hacer dinero a partir del propio dinero, toleradas y fomentadas por los gobiernos, instituciones internacionales y bancos centrales, han tenido un doble efecto en el sistema económico mundial. De una parte, ha ayudado a incrementar aún más las desigualdades entre las clases más pu-
dientes y las más desfavorecidas, en la medida en que, en primer lugar, tanto la cantidad como la calidad de estos negocios en el sector financiero está de lado de las primeras y que, en segundo lugar, la falta de mecanismos de redistribución propios del modelo keynesiano no ha evitado el efecto lógico que aquello tiene. Por otra parte, ha lanzado al sistema bancario a un nuevo mundo de posibilidades económicas que ha terminado por costarle muy caro al sistema financiero. Así, la competencia propia del capitalismo ha obligado a los bancos a acogerse a estas nuevas fórmulas que, aunque proporcionaba extraordinarios beneficios en un primer momento de euforia, tenía como resaca la desestabilización completa del sistema financiero. De hecho, los mismos bancos que han tenido que ser rescatados por el dinero público habían obtenido beneficios mil millonarios en los años previos a esta crisis. Así, por ejemplo, los cinco bancos de inversión más importantes de Estados Unidos tuvieron 130.000
Crisis financiera, económica,
millones de dólares en ingresos sólo en el año 2006. La razón: estas nuevas fórmulas financieras que algunos partidarios acérrimos del eufemismo más hipócrita han venido a llamar ingeniería financiera. Se trata, someramente, de complejos mecanismos que permiten a los bancos conceder más préstamos que en condiciones normales, y revenderlos posteriormente para seguir aumentando dicha capacidad. Dado que el negocio básico de los bancos es la concesión de préstamos, es inmediato comprender que con estas novedosas fórmulas financieras estas entidades salían sobradamente beneficiadas. Esos préstamos, muchos de ellos con alto riesgo de impago, pasaban por una cadena de intermediarios que se aprovechaban de ellos obteniendo una parte de cada una de las amortizaciones. Se había creado una pirámide en cuya base se encontraban personas de carne y hueso que pagaban mensualmente sus cuotas al banco, y encima de los cuales se encontra-
ban entidades de toda naturaleza jurídica cuyo único objetivo era hacer dinero a través del mismo dinero. Cuando la base de la pirámide dejó de contribuir, así fuera sin querer, la estafa dejó de funcionar. Y en esta situación, las autoridades políticas han acudido prestas en ayuda de los estafadores atrapados en su propia trampa. Así, mientras los pingües beneficios se repartieron en su momento entre accionistas privados, las pérdidas las hemos soportado los contribuyentes, esto es, quienes pagamos religiosamente nuestros impuestos. Pero además, esta crisis financiera pronto pasó a convertirse en una más amplia crisis económica internacional, con efectos devastadores. La crisis alimentaria, la subida espectacular de los precios del petróleo y la recesión económica a la que apuntan, o en la que ya están, una gran parte de los países más desarrollados son resultado también de la crisis financiera de 2007. Miles de personas en el tercer mundo murieron de
alimentaria, energética y social
hambre como consecuencia directa de la crisis, por el aumento del precio de los alimentos. Aquellos especuladores e instituciones buitres que se encontraban en la cima de la pirámide dejaron de invertir en el mercado financiero, ahora en crisis, para trasladarse al mercado de futuros de materias primas. Es en este mercado donde se determinan los precios de las mismas, y las acciones especulativas presionan al alza los precios. Así que directamente, con unos cuantos clicks de ratón, los inversores conseguían que familias enteras que pasaban por serias dificultades para comprar alimentos básicos, ya no pudieran hacerlo definitivamente. Un crimen contra la humanidad, como lo denominó Jean Ziegler. Pero un crimen perpetrado por fondos de inversión, fondos de pensiones, bancos y demás inversores institucionales que contaban con la complicidad de los bancos centrales y de los gobiernos que permitieron y permiten este orden económico mundial con reglas que cada vez se reducen más al “todo vale para hacer dinero”.
Paradójicamente, sólo una pequeña parte de la ayuda a fondo perdido dada a los bancos serviría para salvar de la muerte, la malnutrición y la pobreza a millones de personas, de acuerdo con los datos de las Naciones Unidas. ¿Por qué para ellos, que se encuentran en el último escalón de este mundo nuestro, no hay dinero? Y para rizar el rizo, mientras los culpables de esta situación son salvados con dinero público, o indemnizados de forma millonaria por sus propias empresas, los gobiernos piden ahora al ciudadano medio de occidente que aguante el tirón. Como si no llevara ya años haciéndolo involuntariamente. En España los salarios reales (el salario una vez tenido en cuenta el creciente coste de la vida) se han reducido un 4% en los diez últimos años de bonanza económica. La participación de los salarios en la renta también se ha reducido sensiblemente en los últimos diez años, mientras que la participación de los beneficios ha aumentado. Dicho de otra forma: a los trabajadores les toca una parte
cada vez menor de una tarta paradójicamente cada vez más grande. Y eso en períodos de bonanza económica. Ahora en plena crisis los empresarios están pidiendo nuevas rebajas salariales y nuevas normativas para el mercado laboral que cuentan con el apoyo de los gobernantes y que sin duda mermarán aún más la calidad de vida de los ciudadanos de occidente. Todo esto nos debería hacer reflexionar acerca del mundo en el que vivimos. En primer lugar, deberíamos rescatar al tercer mundo del ostracismo al que está sometido. El poder los machaca con sus políticas y los ignora en los medios cuando esto sucede, pero siempre que hacen falta para ganar votos se citan en grandes discursos repletos de inútil retórica. La crisis financiera actual se ha llevado muchísimos más minutos en los medios de comunicación que la permanente crisis en la que viven millones de personas de los países subdesarrollados. En segundo lugar, es fundamental que entenda-
mos y difundamos la comprensión de los fenómenos económicos, de cara a evitar ser engañados por quienes los usan en su beneficio. La crisis actual abre oportunidades a los sectores más radicales de la derecha, quienes buscaran en los colectivos más perjudicados, como los inmigrantes, un blanco perfecto para unos discursos que, si no se actúa pronto, cuajarán con facilidad en la población. Y en tercer lugar, deberíamos comenzar a plantear alternativas a un sistema que funciona tan miserablemente. ¿Por qué permitimos que nuestros impuestos se destinen a salvar los negocios oscuros de unos pocos mientras dejamos que los servicios públicos se deterioren, así como también lo hacen el medio ambiente y la calidad de vida en general? ¿Por qué tenemos que trabajar más y más horas si luego nuestra situación no hace sino empeorar? En definitiva, ¿de qué sirve contribuir al crecimiento económico si no disfrutamos del mismo?
ebeldía, Salud, Amor y R Espinosa Alberto Garzón
Crisis capitalistas El desarrollo histórico del capitalismo nunca ha sido regular, sino que siempre ha estado sometido a fluctuaciones cuya principal expresión son las crisis. Este fenómeno se vincula directamente con el descenso tendencial de la tasa de ganancia inherente al propio proceso de acumulación capitalista, como se explica más adelante. Y se relaciona también con otros rasgos característicos de este proceso como son la concentración y centralización del capital, la creciente internacionalización y el desarrollo desigual. El proceso de acumulación capitalista tiene como objetivo la valorización del capital, es decir, el aumento de valor del capital. Esta valorización tiene lugar al completarse el circuito que va desde el capital adelantado o inversión inicial hasta la obtención de ganancia (parte de la cual es eventualmente capitalizada –o reinvertida- en un nuevo proceso). En términos del análisis marxista a este circuito se le conoce como DM…P… M’D’; donde D=dinero; M=mercancías y P=producción, siendo D’>D y M’>M; de ahí surge la plusvalía, PV, definida precisamente como la diferencia entre D’ y D; y a su vez la tasa de ganancia que mide la rentabilidad definida como la relación entre la plusvalía y el capital adelantado, g’=PV/D. Pues bien, una crisis es esencialmente una interrupción –o al menos una ra-
s
Xabier Arrizabalo y Jesús de Bla
lentización- del proceso de acumulación que, como tal, deriva de las dificultades de rentabilidad que impiden llevar a cabo de manera fluida la valorización del capital que da sentido a la acumulación. Bajo el modo de producción capitalista las crisis son inherentes al propio sistema. En efecto, en el propio proceso de la acumulación capitalista se produce una contradicción crucial: la sustitución por medios de producción de la fuerza de trabajo (única fuente creadora de valor, es decir, productora de plusvalía), tiende a socavar la base misma de la ganancia. Por consiguiente, es precisamente el propio funcionamiento del capitalismo el que genera una creciente presión a la baja de la tasa de ganancia, su leit motiv. Lo que se puede ilustrar de la siguiente manera (siguiendo con la terminología analítica marxista). Sea C=capital constante (medios de producción); V=capital variable (salarios) y PV=plusvalía, quedando definida la tasa de ganancia, g’, como PV/(C+V). Dividiendo todos los componentes de esta expresión por V tenemos (PV/V)/[(C/V)+(V/V)], es decir, g’= p’/(o’+1); donde p’= tasa de plusvalía (o grado de explotación, proporción de trabajo no pagado) y o’= composición orgánica del capital (relación que define precisamente la tendencia creciente a ser sustituida la fuerza de trabajo, V, por me-
sis con la interrupción, al menos parcial, del proceso de acumulación estructurado en torno al circuito completo D-M...P...M’-D’, admite diversas interpretaciones respecto a su origen. Una primera interpretación se basa en el análisis de un hecho elemental: en las economías capitalistas la producción de mercancías, M’, no garantiza su venta, el paso de M’ a D’ (salvo excepcionalmente como en la compra de armamento por el Estado). Esta separación entre el primer acto (desde D hasta M’, producción) y el segundo acto (desde M’ hasta D’, venta) abre la vía a las llamadas crisis de realización, de desproporcionalidad y/o de subconsumo, esto es, a las dificultades para realizar la plusvalía haciendo efectiva la venta (logrando el paso de M’ a D’). La desproporcionalidad se refiere al desequilibrio entre la producción y el consumo intersectorial. El subconsumo, caso particular de desproporcionalidad, es la insuficiente demanda total de bienes de consumo respecto a su producción total. Sin embargo, los problemas de realización no son hechos excepcionales o desajustes coyunturales, sino que tienen un carácter permanente. Como no podría ser de otra manera en un tipo de organización social en la que tanto el reparto del
dios de producción, C); de modo que se deriva una relación inversa entre o’ y g’. Y por tanto, una presión a la baja de la tasa de ganancia debida al aumento de o’ por la sustitución de V por C (hipotéticamente esta presión puede contrarrestarse mediante un aumento de la tasa de plusvalía; pero en todo caso esto se dificulta de forma exponencial por el menor peso relativo de la mercancía que crea valor, de la fuerza de trabajo). En ciertos momentos, esta tendencia se materializa en una caída efectiva y, por consiguiente, en una interrupción del proceso de acumulación (o al menos en una ralentización de su ritmo previo). Pero al mismo tiempo, las crisis llevan a cabo una función indispensable en relación al proceso de producción capitalista. Al destruir los valores menos rentables (por ejemplo, despidiendo trabajadores), las crisis posibilitan la restauración de un umbral de rentabilidad suficiente para el capital (pues los salarios caen). En la medida en que esto ocurre, las crisis ayudan de forma efectiva a la reanudación del ritmo de acumulación. Es decir, desde esta óptica las crisis desempeñarían una cierta función, aunque no con carácter automático, de saneamiento para el capital (con gran influencia en su proceso de centralización). De manera que las crisis, cuyo origen se encuentra en una insuficiente valorización del capital, pueden desempeñar una labor que ayude al restablecimiento de las condiciones de valorización del capital (pese a que, como se verá, cada vez de forma más limitada). Ahora bien, la identificación de las cri-
trabajo social (la asignación de recursos) como el reparto del resultado del proceso de producción (los bienes y servicios) se llevan a cabo sin planificación ni programación social alguna, sino mediante la simple agregación a través del mercado de múltiples decisiones individuales. Pero además, el subconsumo es una condición necesaria para la acumulación y, simultáneamente, una fuente de problemas para ella. Esto se explica por el doble carácter del trabajo asalariado como productor de plusvalía y como consumidor (como factor de demanda). En tanto que productor de plusvalía, un salario relativamente bajo es una exigencia del capital en el proceso de acumulación (puesto que debe dejar margen suficiente para una tasa de ganancia atractiva). En tanto que consumidor, una determinada magnitud del salario es necesaria para garantizar la venta de los productos y, por tanto, para completar el circuito capitalista con la fase M’-D’, de realización de la plusvalía que abre la vía a la continuación de la acumulación. En definitiva, aunque el subconsumo o la desproporcionalidad provoquen constantes distorsiones, de ello no se desprende que puedan ser identificados como las causas profundas de las crisis. De hecho, si realmente fuera así, toda crisis sería fácilmente superable puesto que estos desequilibrios de mercado podrían resolverse mediante un simple reajuste que reestableciera las proporciones intersectoriales. O que restableciera el equilibrio
entre la oferta y la demanda de bienes de consumo en las crisis de subconsumo. En este caso una respuesta coherente podría ser por ejemplo una subida generalizada de sueldos y salarios para aumentar la demanda. Sin embargo, resulta evidente que el capital rechazaría una medida de ese tipo pues afectaría de lleno a su rentabilidad, lo que pone en evidencia que el verdadero trasfondo de la crisis, aunque se manifieste como un desequilibrio de mercado, es antes que nada un problema de rentabilidad, de dificultad para la valorización del capital. Otra interpretación sitúa el origen de las crisis en las dificultades de valorización, derivadas de una insuficiente producción de plusvalía para garantizar la suficiente rentabilidad. Es decir, las crisis se explican por la periódica materialización de la baja tendencial de la tasa de ganancia en una caída efectiva, tal y como se ha expuesto anteriormente. O dicho de otro modo, pese a expresarse en la superficie como
un mero desajuste de mercado, su causa principal, latente, hay que buscarla en las propias condiciones de valorización del capital, esto es, en la necesidad de producir una cantidad de plusvalía suficiente para que la tasa de ganancia que ésta nutre estimule efectivamente una acumulación acrecentada. Esta interpretación, que no niega la realidad de los problemas de subconsumo o desproporcionalidad sino que los integra, aporta un punto de vista más sólido sobre las causas reales de las crisis. Por tanto, la verdadera y profunda desproporción que está en el origen de las crisis (entendidas en un sentido estructural y no meramente coyuntural) no se encuentra en el mercado sino en el proceso mismo de producción, en la relación entre plusvalía y salarios (o plustrabajo y trabajo necesario). Esto es, en la tasa de plusvalía, en la proporción entre el trabajo no pagado y el pagado; de manera que el principal reto para la superación de las crisis es precisamente el aumento de la tasa de plusvalía.
Xabier Arrizabalo es profesor titu
lar de Estructura económica tor en Economía por la UCM.
de la UCM y Jesús de Blas es doc
Sin embargo, el carácter de las crisis, y la propia función de saneamiento antes descrita, han experimentado un cambio transcendental en el transcurso de la evolución histórica del capitalismo. Hasta el comienzo del siglo XX, el modo de producción capitalista conoce una fase de desarrollo en la que puede ser caracterizado como capitalismo ascendente o competitivo. Como tal, hace posible, pese a su esencia explotadora, un gigantesco desarro-
llo de las fuerzas productivas, entendiendo por ello no sólo el espectacular desarrollo de la producción fabril, sino también del proletariado como clase y de las grandes aglomeraciones urbanas, que dan lugar a un enorme desarrollo de la construcción, los transportes y las comunicaciones. Las relaciones económicas internacionales van adquiriendo una importancia creciente fruto de la propia extensión del capitalismo, pero aún predomina en ellas la exportación de mercancías. Esto explica que no se pueda caracterizar todavía una economía mundial configurada como tal, lo que por otra parte se constata en la existencia de territorios cuya vinculación con la lógica capitalista es prácticamente inexistente. Sin embargo, durante los últimos cien años, el capitalismo, que conoce una fase de desarrollo que se podría caracterizar como imperialista o monopólica, experimenta cambios muy importantes. Las relaciones económicas internacionales, dominadas por el surgimiento del capital financiero -fruto de la fusión del capital industrial y el capital bancario-, se concentran de forma creciente en la exportación de capitales. Esto constituye un factor de primer orden para la consolidación de una sola economía mundial regida por la acción de la ley del valor a escala planetaria, cuya materialización más inequívoca es la pugna por el reparto del mundo entre las grandes potencias y entre los que se van configurando como grandes capitales oligopólicos trasnacionales (debe precisarse que la lucha interimperialista por la he-
gemonía no quedó completamente resuelta tras la Primera Guerra Mundial, lo que precisamente está en el origen de la Segunda Guerra Mundial que sí la zanjará de forma inequívoca a favor de Estados Unidos). Vinculado a todo lo anterior hay una última característica, crucial, de esta etapa: la agudización de las dificultades de valorización que se expresan en el estallido de virulentas crisis (piénsese en las de los años treinta o setenta, mal llamadas “del 29” y “del 73” porque van mucho más allá de los detonantes acaecidos en esos precisos momentos), para las que, como se va a explicar a continuación, el ‘otrora’ mecanismo saneador de la crisis se muestra incapaz como tal de restablecer las condiciones de valorización. La consecuencia de esta incapacidad se concreta en la necesidad de masivos procesos de destrucción de fuerzas productivas como requisito para la reanudación de la acumulación. En relación con la crisis de los treinta, la recuperación sólo acabará siendo posible tras la brutal destrucción económica y social de la Segunda Guerra Mundial y el posterior marco internacional consensuado en los acuerdos de Yalta y Potsdam entre EEUU, Gran Bretaña y la URSS. Respecto a la de los setenta, ni siquiera la posterior imposición permanente del brutal ajuste fondomonetarista (con su corolario en términos de intensa desvalorización de la fuerza de trabajo y de liquidación de conquistas sociales) ha permitido una recuperación generalizada y sostenida que justifique hablar de una nueva etapa de crecimiento a
la manera de los años cincuenta y sesenta (y en todo caso, los acotados episodios de crecimiento habidos se vinculan directamente a una regresión social de carácter histórico como ejemplifica de forma paradigmática la economía estadounidense durante los años noventa). Piénsese, en fin, en el papel que desempeña la economía del armamento a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX. Y, especialmente en el periodo más reciente, la economía de la droga y la criminalidad financiero-especulativa. Las condiciones fundamentales que caracterizan al capitalismo desde entonces se siguen manteniendo y tienen consecuencias graves desde el punto de vista de las crisis. Además de las dificultades crecientes para contrarrestar la tendencia declinante de la tasa de ganancia, el lugar predominante que adquiere el capital financiero implica una paradoja. Si bien resulta crucial su función estimuladora del crecimiento y del proceso de concentración y centralización del capital, así como su papel en la configuración de la economía mundial como tal, su orientación fuertemente especuladora, parasitaria, le hace provocar continuos estallidos de crisis muy graves en plazos de tiempo cada vez más cortos. Que, a todas luces, se muestran incapaces para llevar efectivamente a cabo la tradicional función de saneamiento necesaria para la reanudación de la acumulación. Éste fue el caso de la crisis de los años treinta, cuya resolución final requirió también la intervención masiva de los Estados hasta la propia guerra, dando lugar así al auge del keynesianismo como
principal referente teórico inspirador de las políticas económicas (aunque la intervención estatal de las décadas posteriores fuera mucho más allá de los planteamientos acotados, básicamente anticíclicos, de Keynes). Sin embargo, el fracaso de esta orientación “keynesiana” para hacer frente a los crecientes problemas de valorización inherentes al desarrollo capitalista, se pone de manifiesto, de forma muy virulenta, a principios de los años setenta con el estallido de la crisis. El regreso al predominio de las políticas de inspiración liberal desde los años ochenta no puede tener resultados frente a los problemas de valorización mencionados, sino de forma muy limitada y coyuntural. A modo de conclusión puede señalarse por tanto que las crisis capitalistas no son accidentes de carácter coyuntural, ni exógeno, ni aleatorio. Ni siquiera puede atribuirse exclusiva o principalmente su origen a determinada formas de gestionar la política económica, pese a que éstas puedan atenuarlas o agravarlas. Por el contrario, las crisis son inherentes al funcionamiento del modo de producción capitalista. Y en el marco de la economía capitalista mundial actual, es decir, en el marco del imperialismo, su profundidad plantea ineludiblemente la discusión sobre el carácter histórico limitado de este modo de producción, desenmascarando con ello la falacia del “fin de la historia”.
Quién paga las crisis del capitalismo J. A. González Casanova Se nos anuncian años de sequía económica. Viviremos peor en todo lo pagadero. El paro y sus secuelas (xenofobia, drogadicción y delincuencia) crecerán. Las depresiones personales mermarán la productividad. La economía es ya un círculo vicioso mundial que se expande como las ondas del estanque golpeado por una piedra. Las gentes de todo el planeta están sometidas a un sistema económico único, el capitalista, cuyas crisis periódicas son inherentes a su lógica y consecuencia directa de su contradicción esencial. El mayor teórico del capitalismo, Karl Marx, no podía prever cómo se producirían las crisis actuales ni qué soluciones coyunturales tendrían, pero sí dejó muy claro en qué consiste dicha contradicción. La posesión y el poder en unas pocas manos particulares de unos bienes que son públicos o
colectivos, porque de ellos depende la vida y el trabajo de millones de seres, enfrenta el lucro del capital con el salario laboral. La diferencia favorable al primero es su beneficio y un maleficio para el trabajador. Pero, a la larga, esto perjudica al capitalista en forma de superproducción. Hay que tirar lo que es invendible porque la gente percibe un salario muy inferior al coste en el mercado de lo que ella misma ha producido. Si el capital reduce su beneficio para facilitar la compra, pierde el estímulo inversor. Si no lo reduce, ha hecho un gasto inútil. No le quedan más que dos estrategias complementarias: acudir a los países más pobres pagando agradecidos salarios de pura supervivencia y fomentar el consumismo en los países ricos con señuelos publicitarios. El
cidándose, al matar la gallina de los huevos de oro cuando ya no puede explotar más a la gente sin perjudicarse a sí mismo. Las jugadas bursátiles entre firmas rivales tienen consecuencias terribles para empresas menores y su puestos de trabajo
palo y la zanahoria, ya se sabe, hacen correr al rucio. De ese modo, la producción no se detiene, todo el producto se vende (incluido el innecesario y caprichoso), el beneficio aumenta, el sistema funciona. Eso sí, millones de seres mueren de hambre, sed, enfermedad y guerras, pero la máquina que mueve el beneficio del capital no se puede parar porque, si para, cae como una bicicleta, a no ser que algo la aguante. Para el capital, su apoyo es el Estado. Él evita que el capital muera de éxito sui-
Los neoliberales que se cargan los servicios públicos, convertidos en negocios privados, exigen a los gobiernos que les aseguren sus ganancias: por las armas si las víctimas del sistema osan combatirlo (fascismo y guerras coloniales) e interviniendo en la economía para enjugar sus deudas, sus abusos y errores financieros, su falta de liquidez, mediante la aportación del erario público y, por tanto, a costa de las rentas medias y bajas. Marx decía que los gobiernos no eran más que los consejos de administración del capital. No erraba. Gobiernen las derechas o las izquierdas actuales, Obama, Hillary o McCain, sus políticas no pueden dejar que el sistema se hunda. El Estado y los trabajadores se ven amenazados por el capital con cerrar empresas o deslocalizarlas si se pretende compensar con ayudas e impuestos los salarios insuficientes ante el alza de los precios. El welfare state (Estado de bienestar) es un parche de los países ricos a la crisis permanente del capital. Pretende moderarlo en su instinto básico selvático para que no mate la gallina de los huevos de oro, que es el trabajo humano, pero prolonga su agonía a costa del naufragio genocida cuyos restos llegan a Europa o a Suráfrica provocando violencia xenófoba entre los más castigados por la recesión. El principio darwinista de la competencia
(el pez grande se traga al chico) obliga a la pugna empresarial, que suele concluir en oligopolios y monopolios que niegan la proclamada libertad de mercado y que, para controlar energías básicas como el petróleo, causan invasiones, guerras y alzas tácticas de su precio que repercuten en productos de primera necesidad popular. Los bancos viven del crédito usurario, rivalizan, ocultan sus cuentas, empujan al consumo, pero tropiezan con la morosidad y el impago, fruto del estímulo inyectado en la gente a vivir del crédito porque el salario nunca llega (hipotecas basura, por ejemplo). La economía financiera y especuladora comporta jugadas bursátiles entre firmas rivales que tienen consecuencias terribles para empresas menores y sus puestos de trabajo. En definitiva, quien paga las crisis de las que se nutre el capitalismo somos los trabajadores de todas clases y de todo el mundo. Y digo “se nutre” porque, superada la crisis, los más poderosos se han sacudido competidores, han acumulado más riqueza y han debilitado la fuerza y las exigencias sindicales. Hasta la próxima crisis vivirán de la última. Y así hasta que alguien se plante y mande parar. J. A. González Casanova es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona.
Carlos Taibo
SU CRISIS Y LA NUESTRA
1. La afirmación, muy extendida, que subraya que la crisis de estas horas recuerda poderosamente a la de 1929 se topa con un problema severo: la crisis contemporánea tiene un carácter múltiple que no exhibía la de ochenta años atrás. Y es que hoy se dan cita, en una combinación explosiva, la crisis del capitalismo global —y de su dimensión especulativo-financiera y desreguladora—, la derivada del cambio climático —un proceso de consecuencias inequívocamente negativas—, la surgida del encarecimiento inevitable de las principales materias primas energéticas que empleamos y, en fin, y si así se quiere, la nacida de un crecimiento demográfico de efectos muy delicados. En semejante escenario, si la crisis de 1929 sirvió de asiento a la consolidación de los fascismos en la Europa del decenio siguiente, con las consecuencias conocidas, la de hoy anuncia procesos tanto o más inquietantes. 2. La principal respuesta que, ante la crisis, han abrazado los principales centros de poder, en Estados Unidos como en la Unión Europea, es tan insuficiente como inmoral. Su propósito principal no es otro que sanear un puñado de instituciones financieras desde hace tiempo entregadas a prácticas lamentables. El objetivo, visible, es que cuanto antes puedan volver a las andadas. Al respecto se antoja muy llamativo, por cierto, que apenas se hayan abierto causas legales contra los directivos de esas instituciones. Tan llamativo como que los gobiernos, convidados de piedra mientras las empresas acumulaban, tiempo atrás, formidables beneficios, acu-
dan ahora presurosos, con el dinero de todos, a su rescate en etapa de vacas flacas. Bien es verdad que en el terreno formal se postula —véanse, si no, las reiteradas declaraciones del presidente francés Sarkozy— un capitalismo más regulado. Entiéndase bien lo que esto, en los hechos, significa: cuando se sugiere que hay que cancelar los abusos que han acompañado al despliegue del proyecto neoliberal se olvida que este último es, en sí mismo, un abuso. La parafernalia retórica empleada pretende hacernos olvidar que en realidad no hay ningún designio de abandonar ese proyecto, como lo demuestra, sin ir más lejos, el hecho de que nadie en los estamentos directores de la Unión Europea haya apuntado la conveniencia de prescindir, sin trampas, de un tratado, el de Lisboa, de clara vocación desreguladora. 3. Pero es urgente subrayar que, de nuevo a diferencia de lo que ocurrió con posterioridad a 1929, hoy las respuestas keynesianas se topan con problemas insorteables. El principal de ellos es, sin duda, el que nace de los límites medioambientales y de recursos que acosan al planeta. Quienes estiman, por ejemplo, que la obra pública en infraestructuras de transporte es una respuesta airosa frente a la crisis deberán explicarnos quién va a utilizar las maravillosas autovías que se aprestan a construir cuando el litro de gasolina, dentro de unos años, cueste seis, ocho o diez euros. ¿Qué es, por cierto, lo que tendrá a bien explicar el presidente Rodríguez Zapatero
en una macrocumbre mundial: la racionalidad sin límites de una burbuja inmobiliaria que nada hizo por contrarrestar? ¿Su apoyo de siempre a la miseria que emana del Fondo Monetario, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio? Si el keynesianismo fue una respuesta funcional para la operación de rescate del capitalismo en el decenio de 1930, hoy, con toda evidencia, ya no lo es. No deja de ser significativa, por lo demás, la ausencia de respuestas que remitan a algo que huela, y permítasenos el oxímoron, a un keynesianismo verde de franca vocación redistribuidora. 4. La condición material de las respuestas neoliberal y keynesiana obliga a poner el dedo en una llaga sangrante: hoy por hoy, e infelizmente, la distinción entre lo público y lo privado tiene un alcance limitado. Si la naturaleza de los intereses privados y de sus juegos macabros salta a la vista, conviene prestar atención a la interesada ambigüedad que impregna la conducta de tantos poderes públicos claramente volcados al servicio de esos intereses. No se olvide al respecto, y en singular, que la actitud del presidente norteamericano Bush ha sido y es plenamente consecuente: si en el pasado defendió con obscenidad los intereses de las transnacionales estadounidenses, hoy lo sigue haciendo con el concurso de la maquinaria y los recursos del Estado. Así las cosas, la simple reivindicación de lo público no basta. A la vieja demanda de socialización de la propiedad se suma ahora
la necesidad inexorable de evaluar la idoneidad, o la falta de ésta, de la acción de los gobiernos en un escenario en el que, con la anuencia de éstos, son formidables corporaciones económico-financieras que operan en la trastienda las que dictan la mayoría de las reglas del juego. El esquema correspondiente se ajusta puntillosamente a la bien conocida máxima que invita a privatizar los beneficios al tiempo que las pérdidas, en cambio, se socializan. 5. Es significativo que en estos días a gobernantes y medios de comunicación sólo les preocupe la primera, y la menos importante por ser la más fácilmente solventable, de las cuatro crisis que identificamos. Semejante conducta sólo puede explicarse en virtud, de nuevo, del propósito de salvar la cara al proyecto neoliberal y eludir, con ello, cualquier consideración seria de lo que se nos viene encima. Al respecto, y dicho sea de paso, la crisis se ha convertido en una formidable cortina de humo que permite mover pieza en terrenos delicados. En las últimas semanas se ha recurrido con frecuencia, en particular, a la aseveración de que la crisis financiera ha dado al traste con los Objetivos del Milenio o con la lucha contra el cambio climático, como si uno y otro proceso no estuviesen muertos antes de la propia crisis. En la misma línea, sobran las razones para concluir que son muchos los empresarios decididos a aprovechar la tesitura para, con gran contento, prescindir de muchos de sus trabajadores.
6. Hay que dudar del buen sentido de una percepción que, desde mucho tiempo atrás, marca poderosamente nuestras reflexiones: la que sugiere que, en un imperturbable esquema cíclico, a una etapa de recesión seguirá, por necesidad, otra de bonanza, y a ésta una nueva de recesión… hasta el final de los tiempos. Si el problema de fondo al que nos enfrentamos en estas horas es la desaparición de la mayoría de los mecanismos de freno que históricamente el capitalismo ha sido capaz de desplegar, su manifestación más clara hoy es la más que razonable duda —fácilmente perceptible en el comportamiento de muchos agentes económicos— de que a la recesión de estas horas le vaya a seguir una etapa de bonanza. La futilidad de las respuestas neoliberal y keynesiana aconseja concluir que, aun cuando en el corto plazo el capitalismo global pueda abandonar la senda de la recesión, no estará haciendo otra cosa que aplazar unos años su agonía.
7. En la magra discusión mediática que ha cobrado cuerpo sobre la crisis faltan, visiblemente, dos elementos: una consideración crítica de la ratificada condición de permanente injusticia y desigualdad que caracteriza al capitalismo, por un lado, y una conciencia clara, por el otro, de los límites medioambientales y de recursos del planeta. Al respecto de esta última hay que colocar en lugar central el concepto de huella ecológica, con el recordatorio paralelo de que hemos dejado muy atrás las posibilidades materiales que la Tierra nos ofrece, de tal suerte que en los hechos estamos consumiendo recursos que no van a estar a disposición de las generaciones venideras. Hasta el momenNunca se subrayará lo suficiente, entre tanto, que los 700.000 to presente —y seamos generosos en el argumento— hemos redudólares invertidos en el plan de rescate estadounidense per- cido un poco la velocidad del barco en el que nos movemos camino mitirían resolver de una tajada los principales problemas de un acantilado, pero en modo alguno hemos modificado el rumbo. planetarios en materia de sanidad, educación, alimentación y agua. Este dato, por sí solo, se convierte en un fiel re- 8. Sorprende sobremanera que en la discusión mencionada no haya trato de las muchas miserias que tenemos entre manos. espacio alguno, en los países ricos, para tomar en serio la imperio-
sa necesidad de acometer un proyecto claro de decrecimiento en la producción y en el consumo. Y, sin embargo, bien sabemos que el crecimiento económico, idolatrado, no propicia una mayor cohesión social, genera agresiones medioambientales a menudo irreversibles, se traduce en el agotamiento de recursos con los que no van a poder contar nuestros hijos y nietos, y, por si poco fuere, facilita el asentamiento de un modo de vida esclavo que, al calor de la publicidad, del crédito y de la caducidad, nos invita a concluir que seremos más felices cuantos más bienes acertemos a consumir. Frente a toda esa sinrazón hay que defender la solidaridad y el altruismo, el reparto del trabajo, el ocio creativo, la reducción en el tamaño de un sinfín de infraestructuras, la primacía de lo local y, en suma, la sobriedad y la simplicidad voluntarias. Si el decrecimiento y la redistribución de los recursos ganan terreno se podrían reflotar sectores económicos que guardan relación con la satisfacción de las necesidades, y no con el sobreconsumo y el despilfarro, con la preservación del medio ambiente, con los derechos de las generaciones venideras, con la salud de los consumidores y con la mejora de las condiciones de trabajo. Nada de esto forma parte, sin embargo, del horizonte mental que manejan nuestros gobernantes, en el mejor de los casos interesados por lo que pueda ocurrir, en un par de años, al calor de las próximas elecciones. Sorprende que estas gentes se presenten a los ojos de muchos de sus conciudadanos como personas sensatas y diligentes que tienen solución para todos nuestros problemas. 9. La crisis en curso, que tantos habíamos previsto, anuncia una edad de oro para los movimientos de contestación, que pronto podrán observar cómo, pese al miedo y la sumisión que las autoridades desean crear, muchas gentes están dispuestas a escuchar y asumir mensajes radicales que hace bien poco quedaban rápidamente en el olvido. Para salir airosos en este nuevo escenario, esos movimientos tie-
nen que combinar la contestación activa del trabajo asalariado y de la mercancía —del capitalismo, para entendernos— con una consideración cabal de las exigencias que se derivan de los límites medioambientales y de recursos del planeta. Un viejo lema, ’socialismo o barbarie’, se halla hoy de mayor actualidad que en cualquier otro momento de la historia. En su trastienda resuenan las palabras de Walter Benjamin: “La revolución no es un tren que se escapa. Es tirar del freno de emergencia”. 10. La consolidación de esos movimientos de contestación/emancipación es tanto más urgente cuanto que por momentos se adivina un renacimiento de muchas de las políticas que abrazaron, ocho decenios atrás, los nazis alemanes, defendidas ahora, no por ultramarginales grupos neonazis, sino por algunos de los principales centros de poder político y económico. Estos últimos, claramente conscientes de la escasez que se avecina, parecen decididos a aplicar radicales formas de darwinismo social militarizado encaminadas a preservar para una escueta minoría los recursos que todavía se hallan a nuestra disposición. Muchas de las políticas que abrazan los gobernantes norteamericanos del momento, y muchas de las que se adivinan en una Unión Europea cada vez más firmemente decidida a deshacerse de los inmigrantes que no interesan, se mueven por esa peligrosa avenida.
Crimen (financiero) contra la humanidad José Saramago. Premio Nóbel de
La historia es conocida, y, en aquellos tiempos antiguos en que la escuela se proclamaba educadora perfecta, se le enseñaba a los niños como ejemplo de la modestia y la discreción que siempre deberían acompañarnos cuando el demonio nos tentara para opinar sobre lo que no conocemos o conocemos poco y mal. Apeles podía consentir que el zapatero le apuntase un error en el calzado de la figura que había pintado, por aquello de que los zapatos eran su oficio, pero que nunca se atreviera a dar su parecer sobre, por ejemplo, la anatomía de la rodilla. En suma, un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar. A primera vista, Apeles tenía razón, el maestre era él, el pintor era él, la autoridad era él, mientras que el zapatero sería llamado cuando de ponerle medias suelas a un par de botas se tratase. Realmente, ¿hasta dónde vamos a llegar si cualquier persona, incluso la más ignorante de todas, se permite opinar sobre lo que
Literatura
no sabe? Si no tiene los estudios necesarios es preferible que se calle y deje a los sabedores la responsabilidad de tomar las decisiones más convenientes (¿para quién?). Sí, a primera vista Apeles tenía razón, pero solo a primera vista. El pintor de Felipe y de Alejandro de Macedonia, considerado un genio en su época, ignoró un aspecto importante de la cuestión: el zapatero tenía rodillas, luego, por definición, era competente en estas articulaciones, aunque fuera solo para quejarse, si ese era el caso, de los dolores que sentía. A estas alturas, el lector atento ya habrá entendido que no es de Apeles ni del zapatero de lo que se trata en estas líneas. Se trata, sí, de la gravísima crisis económica y financiera que está convulsionando el mundo, hasta el punto de que no podemos escapar a la angustiosa sensación de que llegamos al final de una época sin que se consiga vislumbrar qué y cómo será lo que venga a continuación, tras un
tiempo intermedio, imposible de predecir antes de que se levanten las ruinas y se abran nuevos caminos. ¿Cómo lo hacemos? ¿Una leyenda antigua para explicar los desastres de hoy? ¿Por qué no? El zapatero somos nosotros, todos nosotros, que presenciamos, impotentes, el avance aplastante de los grandes potentados económicos y financieros, locos por conquistar más y más dinero, más y más poder, con todos los medios legales o ilegales a su alcance, limpios o sucios, normalizados o criminales. ¿Y Apeles? Apeles son, precisamente, los banqueros, los políticos, las aseguradoras, los grandes especuladores que, con la complicidad de los medios de comunicación social, respondieron en los últimos 30 años, cuando tímidamente protestábamos, con la soberbia de quien se considera poseedor de la última sabiduría; es decir, aunque la rodilla nos doliera, no se nos permitía hablar de ella, se nos ridiculizaba, nos señalaban como reos de condena pública. Era el tiempo del imperio absoluto del Mercado, esa entidad presuntamente auto reformable y auto regulable encargada por el inmutable destino de preparar y defender para siempre jamás nuestra felicidad personal y colectiva, aunque la realidad se encargase de desmentirlo cada hora que pasaba. ¿Y ahora? ¿Se van a acabar por fin los paraísos fiscales y las cuentas numeradas? ¿Será implacablemente investigado el origen de gigantescos depósitos bancarios, de ingenierías financieras claramente delictivas, de inversiones opacas que, en muchos
casos, no son nada más que masivos lavados de dinero negro, de dinero del narcotráfico? Y ya que hablamos de delitos: ¿tendrán los ciudadanos comunes la satisfacción de ver juzgar y condenar a los responsables directos del terremoto que está sacudiendo nuestras casas, la vida de nuestras familias, o nuestro trabajo? ¿Quién resuelve el problema de los desempleados (no los he contado, pero no dudo de que ya son millones) víctimas del crash y qué desempleados seguirán, durante meses o años, malviviendo de míseros subsidios del Estado mientras los grandes ejecutivos y administradores de empresas deliberadamente conducidas a la quiebra gozan de millones y millones de dólares cubiertos por contratos blindados que las autoridades fiscales, pagadas con el dinero de los contribuyentes, fingen ignorar? Y la complicidad activa de los gobiernos, ¿quién la demanda? Bush, ese producto maligno de la naturaleza en una de sus peores horas, dirá que su plan ha salvado (¿salvará?) la economía norteamericana, pero las preguntas a las que tendría que responder están en la mente de todos: ¿no sabía lo que pasaba en las lujosas salas de reunión en las que hasta el cine nos ha hecho entrar, y no solo entrar, sino asistir a la toma de decisiones criminales sancionadas por todos los códigos penales del mundo? ¿Para qué le sirven la CIA y el FBI, además de las decenas de otros organismos de seguridad nacional que proliferan en la mal llamada democracia norteamericana, esa donde un viajero, a su entrada en el país,
tendrá que entregar a la policía de turno su ordenador para que este copie el respectivo disco duro? ¿No se ha dado cuenta el señor Bush que tenía al enemigo en casa, o, por el contrario, lo sabía y no le importó? Lo que está pasando es, en todos los aspectos, un crimen contra la humanidad y desde esta perspectiva debe ser objeto de análisis, ya sea en los foros públicos o en las conciencias. No exagero. Crímenes contra la humanidad no son solo los genocidios, los etnocidios, los campos de muerte, las torturas, los asesinatos selectivos, las hambres deliberadamente provocadas, las contaminaciones masivas, las humillaciones como método represivo de la identidad de las víctimas. Crimen contra la humanidad es el que los poderes financieros y económicos de Estados Unidos, con la complicidad efectiva o tácita de su gobierno, fríamente han perpetrado contra millones de personas en todo el mundo, amenazadas de perder el dinero que les queda después de, en muchísimos casos (no dudo de que sean millones), haber perdido su única y cuántas veces escasa fuente de rendimiento, es decir, su trabajo. Los criminales son conocidos, tienen nombre y apellidos, se trasladan en limusinas cuando van a jugar al golf, y tan seguros están de sí mismos que ni siquiera piensan en esconderse. Son fáciles de sorprender. ¿Quién se atreve a llevar a este gang ante los tribunales? Todos le quedaríamos agradecidos. Sería la señal de que no todo está perdido para las personas honestas.
, s i s i r c a l a e t n e r f s e l a r t n e c s o c n a Los b encia , ¿para que? independ
silenctica un xisá r p la nen en te la e s mantie omo cómplice an o, ante le a tr n e c bancos lo mism ficarse c los Los uede cali les, o lo que es , p ir nciero. c e lo d o s s e que elito fina fisca d imos, io s c iv o y v ís e a n r u e a q p ió los p e evas inante, a e la crisis tencia de alizado d mica dom r e ó cionales d n n n ner n e a o e g c ñ v e e n p o n ía c is log dos de po gime desem a é r g n r a tá c n s n u e e Los anális l poder y a la ideo e u e les están ios están el papel q ntrario, nos parec os a cos centra los índices de prec e hen o a más ligad de puntillas sobre c b l s e e lo r m o y que mente ostre, an tros, p stra, d nas si pas s centrales. A noso e debe reflexionarse adanos. Aparente flación pero, a la p pendencia se mue a. Sencie d u o d in zc c q in ciu coto a la que apare e la indo los ban nto crucial sobre el acareada te de los r c r a a n it p v ta e r o u a p r s d a y asu nte te inútil p nen sobre el origen n con subiendo n que es un espuesta contunde e m le p e ar e manti como sim la inflació urecería un la tesis qu práctica afrontan es- cho, e trib l u a q r r e o d p e F ente que la dis os. va n la tes. r e m e n ir a s e y u e ll g , id R e a v s e d n a y la ó o c c o os fen cabeza s son mu n es equiv lidad sólo pueden sociales más poder ue los q ió c a n fl o Los hecho centrales, y a la r . ie rodujeran medios que en rea eficie a los grupos e permit os Los banc , fueron los qu a la crisis se p ben co cennse r las rentas e a e g id d n lu r otro ban uta, u n o ie ió o d u c d ta lq a a d z u e c v n e isfr da qu ue ha ncieros ca del que d que más lejos a o n io r fi id e menos q s a p o h d l n im a a los merc mundo fue aume rva Feder poder de resto del ulación de e el nivel de riesgo familias, La Rese es lógico dado el l g e ue r te a n n a u r qu ron las ólares, rec d omo oculta c e e d l, d a l o tr ia d Establecie a y opaca, de modo amiento masivo de d n 05, de la o y trata mía mun idad creisiv eud arzo de 20 ción. sostenibil omía consintiend s inunde la econo m in más perm r. Facilitaron el end a e n d s u e y d nido ción, esa biliaria la econ n circula Estados U ello a la no publica tando sin c así la burbuja inmo fectaría a cuentra e a y n o u e n a m e r s s p o e r a m u r te do cie pa lares q alimentan nanzas que tarde o an productos finan interna- rriendo enero en dó in d r fi e a o s d e r r la c ie d s bancos c c e a s lo n d o , a c ti o n n n v fi a a ti c b a ciente d ta s lo tem vocan dentes. represen todo el sis taron que mente pro las ún poder al sin prece ta g c b e in lo real. Acep e, al propagarse por ir n g d a is e e is u s r a ar sq qu ar una c ilias pasen se encomend iamente decisione m in fa S s peligrosos minado por ocasion la e o Econ an diar lica que olsillo d ter Nobel de trales tom s que están en el b er a la opinión púb olítica. cional, han io n m o e c r P p n ta re ro según el ue las ren bancos, haciendo c tipo de connotación crisis fue q e u la q a n ” a s r ir o a nchull ningún ron lug stado m ras de los Los “cha técnicas sin uelson die trales que han e rnacionales carte s e m n a S io . is c A e s cen ata de d s inte mía Paul los banco s finanza gadas. tr s la r ie r o e r p a u q s o te sentid ientras osamen o lado m opacas y peligr tr o a o , d inestables se hacían
obsía es un d y o h e u diorejeras q oder adoptar me n o c l a tr p iento. isis y co Cen a un Ban ara salir de la cr ilidad y el crecim iente n b p la esta crucial ner en cue d está pon taria sin te ntal que táculo pudieran relanzar ja y que en realida io internae n o m a c onetar comple n la políti io eleme as que una crisis sistema m ros y del papel les ejecuta margen del princip coordinación d a o a n tr te l n e n e e d c fr o s , d o En fin nancie adecua nto, al Los banc junto: la mesa lo in ctual de los flujos fi pados de sus opela fiscal. ás y, por ta conómica en su con la n m e o r c ie b d o te s a n n o a e d cu lm ae ta a ía, los regulación o bancos más preo a la polític más, y muy especia la r e ia d u l, g a la econom vor n ía e d r io d n e c a n d ñ s debe e ió c p la financia rés a fa e movin desem etaria con libertad d neo- que viene culativas que de la pos de inte n salati de la mon la s e lo d r a s n e e nes esp oderació s adalid principio n a gestio a pedir m saben decir. o- racio centrales se limita les son lo no es sino otro y e a o tr id r n e e lo c in ó d s s bancos litz, “es dores de arece que Los banco dinero, pero este seph Stig ión del capital des posee . Es lo único que p n Jo l a l r e e g d b s o s lo N to ores mien ice el eralizac ”. de s de s trabajad ue la lib e, como d ecimiento onsciente c r e s rial para lo a r liberal qu atos demuestran q tabilidad y no cr que po empeza d ines deberían e que hay d s o y n logía. Los ausa problemas, a io r d n a a c d ió tra la n ac o c eso los ciu ne este régimen ba ia que se ejerce con ni olar la infl r tr o n P o c a menud n e s c e ie lo co s o les conv gio de independen ndamento científi pecinándo control de n l m e e e u e n q u e q n e ie te jor v fu n o y la esta a un privil ión. Que ni tiene solver me s centrales o es evide e le n d r p fi n a a m r u e e a c l y n e o u , c Los banco ism nto a eología la pobla e contrib fin en sí m ra lograr el crecimie así no puede ser otr ayoría de strado qu ontrario, es pura id r diso m m e como un n a d a . p r s a g io h ía c ctica lo que lo un med odo lo inan po econom en la prá solo term ómicos. T precios es onomía. Y esadísimo para las n c e o e u c icos. q e la s e s a a d c l ti m a ep ner polí para los r roble s p te la s n r e a lo c m fi bilidad ge vertirse en un lastr le ti b para jus s favora defensocon concebida ta y la riqueza má grandes cosa que s lo s bann o n c a en de los e proclam andan y practican ca- tribuir la r s to tu s ta le s a e enetr g la dem empo os cen política biar el m a la c e Los banc rtad económica, y ero al mismo ti circulad r a r entalibe que log erlos al servicio l parlam s la á o y tr m tario, p a n e o z H n c e o v res de la n l r. m o e . da y bienesta ás pobres cos centrales, p estabilidad, bajo te en lo s ricos regulan ca m o n ll e s o lo r m r e te a s d n e ta íse osta os de d ogreso y do los pa ecerse a c ar objetiv r al de pr g r lo llan cuan ancías para enriqu a is n erc orientado han te ción de m - rio y rvadores n e e s fr n o í, c s arzón les eso incluso lberto G es puntua A n rnantes io e y s b a o s c g o e r r voz, en Hasta Juan To cer oír su a h e u q do
OS LO DEJE DICHO Si ha fracasado el capitalismo,
De las propuestas más sabrosas que en los últimos tiempos se vienen haciendo a raíz de a crisis financiera quizá la más destacable sea la del presidente francés: nada más y nada menos que refundar el capitalismo. No es poca cosa por lo que implica reconocer y por las consecuencias que traería. Por un lado, es verdaderamente significativo que un dirigente tan poderoso y que tan claramente actúa como sostén del capitalismo reconozca que éste fracasa hasta el punto de que sea necesario redefinirlo y hacer que funcione de otra forma. Lo que no está tan claro, sin embargo, es el aspecto en que según Sarkozy se manifiesta dicho fracaso, algo
¿Por qué no repensar el Socialismo?
que lógicamente sería muy importante dilucidar a la hora de refundarlo. Es vidente que el capitalismo financiero ha fracaso como mecanismo para gestionar el riesgo y para asignar eficiente y equilibradamente los recursos. El capitalismo ha fracaso a la hora de gestionar los recursos financieros globales y como generador de la seguridad y la estabilidad que son necesarias para que la actividad productiva se desarrolle adecuada y satisfactoriamente. Tan a la vista está esto que lo raro no debería ser que Sarkozy lo reconociera sino que no lo estén haciendo con semejante tono todos los demás dirigentes mundiales.
De hecho, y aunque sea con la boca pequeña, lo que tendrán que plantear en las conferencias mundiales que se está convocando no será otra cosa que el establecimiento de un nuevo orden financiero mundial, la reconversión del sistema bancario, la modificación de los mecanismos de financiación y de pagos internacionales, sus reglas del juego más básicas y, en definitiva, lo que se le va a permitir y lo que no a los grandes capitales cuya deriva especulativa pone en peligro al propio capitalismo global. Lo reconozcan o no, va a ser inevitable darle la razón a Sarkozy y refundar el capitalismo, al menos en sus aspectos financieros. O lo hacen, o abren la puerta para que
de nuevo y cada vez más recurrentemente vuelvan a darse perturbaciones financieras más fuertes y de mayor impacto sobre la economía mundial en su conjunto. Pero lo que a mí me parece relevante es que el fracaso del capitalismo no afecta solo a su lado financiero, como parece indicar Sarkozy, de modo que su refundación no podría tener que ver solamente con las finanzas. Seguramente los poderosos no lo quieran reconocer pero no es menos evidente que el capitalismo presenta otros grandes y estrepitosos fracasos. Ha fracasado por su incapacidad de convivir con la naturaleza, como muestra el deterioro vertiginoso del planeta. Ha fracaso como economía de mercados libres y competitivos, puesto que la realidad nos muestra que cada vez son más imperfectos, más concentrados y oligopolizados. Es verdad que ha sido capaz de traer consigo innegables avances y gran acumulación de capitales pero su capacidad para generalizar la satisfacción es así mismo un fracaso sin paliativos. Ha fracaso como impulsor de la igualdad, de las libertades y de la democracia auténtica, la deliberativa: basta ver cómo los medios de concentración se concentran en torno a capitales propiedad de muy pocos, cómo los poderes económicos se solapan sobre el representativo y cómo se hurtan cada vez más temas al debate social y a la decisión colectiva. Y fracasa también incluso como generador de eficiencia, pues es evidente el despilfarro y su desconsideración de daños como los ambientales. Y es palpable que en lugar de ser el sistema de la abundancia, como se soñó, se ha con-
vertido en un mecanismo social productor de escasez. Ha fracaso igualmente como promotor de la paz. Todo lo contrario, no parece que pueda vivir sin fomentar la odio y sin las guerras. Y ha fracaso finalmente en lo moral: la avaricia que lo empuja, la sed de lucro que lo soporta no son sino el fracaso del ser humano como especie. La diaria de muerte de veinticinco mil personas por hambre o de seis mil por falta de agua en el planeta son las verdaderas muestras de fracaso del capitalismo, que ya llevaban dándose mucho tiempo y a las que nunca se han referido ni Sarkozy ni sus colegas. Por eso suena a cínico hablar de refundar el capitalismo. ¿Con qué fundamento se puede tratar de refundar algo sobre cuyos verdaderos males y fracasos no se quiere hacer completa consideración? Si solo se menciona lo financiero, lo que se hará será poner nuevas bases para que el capitalismo siga funcionando y eso sencillamente implica que seguirán produciéndose sus grandes daños. Y si al hablar de refundar el capitalismo se está pensando en clonarlo en él mismo para tratar de hacerlo más llevadero, para tratar de paliar sus enfermedades seniles, será inútil, porque éstos no podrán dejar de darse. ¿Por qué no pensar entonces en algo distinto? Si el mercado ha fracasado tan estrepitosamente, ¿por qué no pensar en fórmulas alternativas, al menos en los aspectos en donde la seguridad de la vida humana lo reclame? Si la intervención estatal se considera aceptable para salvar a los bancos y a
los financieros, ¿por qué no mantenerla para salvar la vida de los desfavorecidos, para impulsar la creación de riqueza? Si la especulación causa estos desastres, ¿por qué no contar con sistemas fiscales internacionales que la desincentiven o reduzcan a su mínima expresión? Si hay recursos para apoyar y capitalizar a los bancos, ¿por qué no dedicarlos también para satisfacer las necesidades básicas de tantos millones de seres humanos que mueren? Si el afán de lucro, si la avaricia, si el egoísmo traen consigo estos desastres, ¿por qué no fomentar otros valores, otros ideales? Si el objetivo de ganar dinero es tan ruin para todos, ¿por qué no abrir otros horizontes a los seres humanos? Si el capitalismo ha fracaso, en fin, ¿por qué no pensar en poner en marcha nuevas fórmulas de organización social, modos distintos de producir, gestionar y repartir la riqueza? Si el capitalismo ha fracaso, ¿porque no repensar el socialismo? Ya sé que todo esto es utopía. Pero díganme si esta utopía es peor que volver a poner todo patas arriba para que todo siga igual, para que sigan mandando los mismos, para que los ricos de siempre sigan haciéndose cada vez más ricos y para que los miserables de toda la vida sigan condenados a morir o a padecer el crimen horrendo contra la humanidad que estamos viviendo.
Juan Torres
EN
ESPAÑA
La banca española y Don Tancredo Carlos Martínez García La Banca del estado español, con el inestimable apoyo del Gobierno, está dando la apariencia de que esto no va con ella. Parecen estar tan saneados que, de forma impasible, contemplan como el toro de la crisis económica les pasa delante de sus narices sin embestirles. Inmóviles cual Don Tancredo, contemplan como el toro se pasea por el ruedo, sin hacer nada. Estamos haciendo un símil taurino y por tanto de un espectáculo, más o menos deleznable, pero espectáculo. Pues bien, eso es lo que la Banca Hispana está montando: el espectáculo de su solvencia y fortaleza. Pero al igual que el figurante taurino, vestido, pintado de blanco y hierático como una estatua, no hacen nada. Ni prestan un céntimo a mileuristas que piden hipotecas para comprar una VPO, ni a pequeños empresarios y trabajadores autónomos que necesitan liquidez para seguir trabajando. Mucho menos a gentes en apuros. Eso si, son solventes y ejemplo del mundo. Nadie habla de que el Santander y el BBVA, entre otros, operan y tienen filiales en Paraísos Fiscales. No se sabe si han adquirido productos basura, que por cierto si han comercializado.
Y aunque se sospecha de su saneada apariencia e incluso se permiten dar beneficios tan escandalosos como de costumbre, debido a la opacidad con la que operan, no se conoce realmente su situación. La Banca Española, está ahora “bien” debido a sus prácticas conservadoras del negocio, que no a su capacidad. Además han conseguido el acceso a 50.000 millones de euros de fondos públicos, como garantía de su solvencia. Pero claro ¿Si están en tan buenas condiciones, por que necesitan fondos públicos? La Banca Española ha sido la principal impulsora de la Burbuja Inmobiliaria. En estos años la parte del león de sus prestamos e inversiones han ido a parar al ladrillo. Pues bien, si la burbuja ha estallado ahora ¿cómo se encuentran las entidades de crédito patrias tras la explosión? La crisis del sistema capitalista actual tiene en España su particular vía crucis, y es el de la crisis inmobiliaria como todas y todos sabemos. Aunque sea cierto que no han repartido hipotecas basura los bancos por aquí, el aumento del paro que la construcción, la industria del automóvil y en consecuencia todos los sectores auxiliares de ellos, producirán un grandísimo incremento del desempleo, lo que les puede hacer subir aun más las tasas de morosidad. Ellos no sufrirán las consecuencias de los morosos, es decir trabajadoras y trabajadores parados, temiendo cada día el desahucio. Para los bancos, tan solo representará algo menos de beneficios en una cuenta de resultados.
-¿Qué ha hecho la banca como respuesta a una crisis financiera que ella misma ha contribuido a generar? Pues dar el cerrojazo, tal y como antes comentábamos. No se dan hipotecas ni prestamos, y ello a pesar de sus continuas fotos junto a las autoridades e instituciones varias del Estado. Sonríen, callan y fingen. ¿Qué hacer pues? Estamos en momentos en los que todos y todas piden soluciones, de forma que aun pensando desde ATTAC que es posible nos escuchen algunos gobernantes, ¿se atreverán a ejecutar las propuestas? Lo dudo y mucho. Hace poco Solbes pedía imaginación. Pues téngala usted mismo. Se están proponiendo recetas antiguas y fallidas. ¿Qué proponemos nosotros y nosotras? Entre otras cosas comenzar por suprimir los Paraísos Fiscales, por cierto repletos de fraudulenta e insolidaria liquidez. Si les hace falta dinero, está en los Paraísos entre otros lugares. En segundo lugar, nacionalizar y/o crear una fuerte Banca Pública. En España, en su momento se privatizó Argentaria y ahora habría que juzgar por alta traición a quien lo hizo. Por tanto hay que crear al menos un Banco Público, tanto comercial como hipotecario. Habría que hacer algo con las Cajas de Ahorro, en manos de las Comunidades Autónomas, y que en estos últimos años solo se han dedicado a emular a los Bancos privados. Las Cajas de Ahorro se han
convertido en un instrumento en manos de las pequeñas oligarquías provinciales, preferentemente los constructores y promotores de la provincia de turno y en lugar de colocación o recompensa de políticos y políticas provinciales, así como de Catedráticos no menos provincianos. Como en todo, hay excepciones. Pero las Cajas ya no juegan el papel de impulsores de las economías de sus territorios, porque entre otras cosas no saben hacerlo y se limitan, como sus hermanos los bancos, al asunto inmobiliario. Entiendo que lo serio, sería convertirlas -tras algunas fusiones- en auténticos bancos o entidades financieras públicas territoriales. En tercer lugar, se trataría de regular los mercados financieros internacionales, pero no a traves del FMI y del Banco Mundial. Estos carecen de toda credibilidad y han sido, como casi todo el mundo reconoce, los impulsores de lujo del Neoliberalismo. El neoliberalismo, no solo ha desregulado el mercado financiero: ha empobrecido a las capas trabajadoras, pero lo ha hecho en todo el mundo. Los salarios en EE.UU., Europa y España han disminuido y se ha moderado hasta lo indecible la negociación colectiva. Se ha desregulado el empleo, ¿y a cambio de que? de más riqueza para las elites del sistema, así como más beneficios para la Banca y las Transnacionales; pero ni con eso o seguramente por eso, el sistema capitalista ha entrado en una fuerte recesión. Los Sindicatos debieran hacer autocrítica y
no limitarse a una declaración de intenciones ante la reunión del G-20, sino reconocer que una mayoría de ellos, al menos en Europa, han sido colaboradores necesarios. Las izquierdas moderadas en el poder y los Sindicatos mayoritarios han consentido en demasiadas ocasiones privatizaciones, retrocesos en las competencias del Estado, y adelgazamientos hasta la anorexia del estado social y/o del bienestar. La Directiva de Servicios del Mercado Interior (Bolkenstein) en la Unión Europea es un claro ejemplo e hilo conductor hacia la de las 65 horas. Así pues, vueltos al siglo XIX, actualmente nos encontramos ante una crisis de libro de las que tan lúcidamente anuncio Karl Marx. Este sociólogo y filosofo alemán, que lucidamente analiza el capitalismo, vuelve por sus propios meritos a convertirse en autor imprescindible; pero ojo, no para poner parches, sino para ayudar a buscar soluciones. Por eso cuando aparece en un listado de triunfadores junto al Don Tancredo mayor del reino, Botín, no puedo menos que esbozar una sarcástica sonrisa. Marx triunfa por acertar, pero Botín es tan responsable del desaguisado mundial como otros. Que en apariencia la jugada por ahora le salga bien, no le exime de nada. En cuarto lugar, se debe acabar con la opacidad bancaria. Si no reconocemos cuáles han sido los autores y principales actores de la crisis no podremos, ni podrán resolverla y tan solo se apelará a la vieja
receta de que los fondos públicos paguen y financien la salida a “su crisis”. Los dineros públicos salen de los bolsillos de las clases trabajadoras preferentemente. Ellos (los grandes bancos españoles) o siguen operando en Paraísos Fiscales, o reciben escandalosas subvenciones. Además no pagan prácticamente impuestos gracias a las generosas rebajas y desgravaciones. Pero es que el dinero que se han jugado a la ruleta los bancos tambien era nuestro. Así pues la izquierda transformadora española y el altermundismo de por aquí, también debe conocer e identificar a los culpables y denunciar que entidades operan en Paraísos Fiscales, ni son ejemplo de nada ni debieran ser llamadas para nada, que no sea para contribuir al fisco y pagar lo que deben. Seguro que a Don Tancredo se le helaría la sonrisa.
En quinto lugar, si lo público es imprescindible para salvar la situación de los ricos, también lo es para apoyar y rescatar a los y las no ricos y a los y las pobres. El capitalismo ha fracasado, y que cada uno y una piense y actué en consecuencia. La Izquierda, el Movimiento Obrero y el Socialismo, no surgieron para salvar el Capitalismo. El G-20, sin la mayor parte de los Estados del mundo y sin los pueblos de la Tierra, no solucionará nada, o bien deberá imponer sus recetas a las y los más.
¿Dónde está la autocrítica de los economistas neoliberales de nuestro país? Vicenç Navarro Por treinta años los economistas neoliberales han gozado de grandes cajas de resonancia mediáticas que les han facilitado la promoción de su ideología basada en una idealización de la “mano invisible” de los mercados que, según ellos, debía regir el orden económico sin ningún tipo de frenos, cortapisas o regulaciones. La enorme crisis financiera y económica que el desarrollo de tal ideología ha creado explica que algunos de estos economistas hayan comenzado a aceptar su error. El más conocido hasta ahora ha sido el que fue gobernador durante 18 años del Banco Central de EE.UU. (el Federal Reserva Board), el Sr. Alan Greenspan, que había sido canonizado por la sabiduría convencional neoliberal como la mente económica más brillante procedente de Wall Street, el centro financiero de aquel país, el cual se había referido a él como El Maestro. En su testimonio frente al Congreso de EE.UU., el Presidente del Comité que está investigando las causas de la crisis financiera, el Congresista Henry Waxman, le preguntó al Sr. Alan Greenspan si a la luz de lo ocurrido su fe en los mercados había quedado afectada, a lo cual el Sr. Greenspan respondió afirmativamente, admitiendo que tenía que haber regulado el capital financiero más de lo que lo hizo.
A la vista de esta admisión, Waxman, del Partido Demócrata, insistió “En otras palabras, Vd. se ha dado cuenta de que su lectura del mundo, su ideología, era errónea, y no se correspondía a la realidad”. A lo cual, el Sr. Greenspan asintió, aunque negó tener plena responsabilidad por lo que el mismo definió como “un tsunami que pasa sólo una vez cada cien años… mi error fue creerme que los bancos de regularían ellos mismos, y que los mercados funcionarían en aquella situación…” Más adelante añadió que fue un error creer que los mercados se regularían a sí mismos, concluyendo que “todo el edificio intelectual que se apoyaba en tal supuesto ha colapsado”. Estimulado por esta autocrítica del Sr. Greenspan, he estado leyendo la prensa, escuchando la radio y viendo la televisión (incluyendo la pública) para ver si aparecía tal autocrítica entre los muchos economistas neoliberales que existen en nuestro país y que gozan de una enorme visibilidad mediática. Pues bien, ni uno. Economistas que con el apoyo de grandes cajas de resonancia, han estado promoviendo tal ideología durante todos estos años y que continúan con su labor apostólica en los mismos medios (incluso públicos) en los que han gozado y continúan gozando de gran protagonismo. Ni un acento de autocrítica.
Uno de los más visibles escribía en su columna semanal en La Vanguardia que el Sr. Sitglitz estaba diciendo tonterías cuando afirmaba que la crisis financiera era para el neoliberalismo lo que la caída del muro de Berlín había significado para el comunismo. Y para avalar su descalificación, señalaba que la crisis actual era distinta a la Gran Depresión de los años treinta, argumento irrelevante para contestar a Sitglitz, pues éste no había hecho tal comparación (aun cuando hay elementos comunes, como la gran polarización de las rentas que caracterizó ambos periodos). Es más, en una entrevista que se le hizo en el principal canal televisivo público de Cataluña, tal economista, que entusiasma al establishment liberal del país, indicó que no hay que darle importancia a los vaivenes de la banca, porque los mercados financieros son “psicópatas”. Frente a esta declaración sorprendente en un economista liberal que ha idealizado los mercados, parecería lógico que se le hubiera preguntado: “Y si son psicópatas, ¿por qué usted los ha estado sosteniendo por tantos años, negándose a su regulación?”. Por lo visto esta pregunta lógica, era demasiado crítica para el gusto del periodista que le hizo la entrevista. En realidad, tal respuesta encantó tanto que la han estado ci-
tando durante varios días en el programa donde se le entrevistó. Mientras, ninguno de los economistas críticos que predijeron la crisis actual ha sido invitado a dar su versión de los hechos en tales medios. Algo semejante ocurre en el resto de Europa. He estado leyendo los editoriales de The Economist y del Financial Times, las mayores plataformas del pensamiento liberal del mundo anglosajón para ver si había alguna autocrítica. Pues nada, ni un asomo de ello. Y si en lugar del mundo anglosajón, miramos al sur de Europa, vemos que en el mundo latino existe una situación parecida. Ni un apunte de autocrítica en los periódicos de literatura económica o en las páginas de economía de los grandes rotativos que salvo contadísimas excepciones excluyen entre sus colaboradores a economistas españoles que dan una visión mucho más crítica del modus operandi de los mercados, de la que aparece en la ortodoxia oficial, que como toda ortodoxia se reproduce a base de fe y no de evidencia científica. En realidad, era fácil ver durante estos años que las políticas liberales eran mucho menos exitosas que las políticas keynesianas que habían dominado el pensamiento y las prácticas económicas en el periodo 19451980. Indicador tras indicador mostraba
que el periodo 1980-2005 era mucho menos exitoso que el periodo anterior (19451980). Esta evidencia queda recogida en mi libro Neoliberalism, globalization and inequalities. Consequences for Health and quality of life. 2007, Baywood. Pero estas políticas liberales no sólo fueron menos exitosas que las keynesianas sino que fueron las que condujeron el mundo a la recesión que estamos viviendo. Como indicaba en otro artículo en este diario (de lo que no se habla en la crisis financiera, ver en mi blog:www.vnavarro.org), una de las mayores causas de tal crisis ha sido la enorme polarización de las rentas a nivel mundial, así como dentro de cada país como resultado del desarrollo de aquellas políticas liberales, que explica que exista por una parte, el enorme endeudamiento de las clases populares, resultado de la disminución de los salarios como porcentaje de la renta nacional y por otra parte el enorme incremento de los beneficios del capital financiero y del capital inmobiliario resultado de actividades especulativas que han llevado al desastre. Tal explicación, sin embargo, raramente ha aparecido en los medios de información y persuasión responsables de guardar la ortodoxia liberal.
¿Por qué suben los precios? Los precios están subiendo en todo el mundo. En los países más pobres el alza del precio de los alimentos está provocando una situación dramática: hambre y escasez, “un crimen contra la Humanidad”, tal y como lo calificó con toda razón el relator de las Naciones Unidas para los asuntos de la Alimentación, Jean Ziegler. Los precios de materias primas estratégicas como el petróleo se disparan y provocan subidas sucesivas en todos los mercados y suben también los precios al consumidor en casi todos los países. Se cierne de nuevo el fantasma de la inflación, pero justamente cuando eso ocurre no
podemos olvidar dos cuestiones esenciales. La primera es que la subida de precios, aunque siempre objeto del debate económico, es uno de los fenómenos económicos conscientemente peor y más equivocadamente analizados, pues las explicaciones teóricas de la inflación se utilizan para justificar políticas radicalmente anti sociales. La segunda, que la inflación no solo tiene causas sino también y sobre todo propósitos porque, en la mayoría de las ocasiones, los grupos con poder pueden mejorar la posición en la distribución de la renta desencadenándola. Es por estas dos razones que convie-
Juan Torres y Alberto Garzón ne ser inteligentes y no dejarse llevar por los análisis tan sesgados que pueblan los medios y los discursos políticos. Respecto a los precios al consumo en países europeos como España hay que señalar en primer lugar que su alza no es del todo nueva. La realidad es que se está produciendo desde la entrada del euro, aunque se viene disimulando gracias a la tramposa configuración de los indicadores estadísticos, sucesivamente modificados para evitar que adquiera rango oficial la efectiva sensación de pérdida de poder adquisitivo que sienten los ciudadanos. Y sobre la subida de los precios de los
que si suben los precios es que hay excesiva cantidad de dinero en circulación y para reducirla hay que subir su precio).
alimentos, e incluso del petróleo y otras materias primas, no hay que olvidar que justamente se está produciendo cuando los especuladores han tenido que dejar los mercados financieros como consecuencia de la crisis inicial de las hipotecas. Pero ahora, como siempre, sea lo que sea que esté ocurriendo, cuando los precios suben en mayor o menor medida, las autoridades económicas de signo liberal no tienen en su boca nada más que una misma cantinela: hay que moderar los salarios (porque los precios suben -según dicen- como consecuencia de subidas previas en los salarios) y hay que subir los tipos de interés (porque también dicen
El Banco de España, por ejemplo, ya ha recomendado públicamente la congelación salarial a pesar de que España es el único de los 30 países miembros de la OCDE en el que el poder adquisitivo de los salarios está bajando desde 1995. Y, por su parte, el Banco central Europeo se empeña en subir los tipos a pesar de las generalizadas voces que indican que eso, en lugar de favorecer a la economía e incluso a los precios, provocará una mayor crisis. Aunque, eso sí, también grandes beneficios para la banca y los propietarios de capital (sólo la subida que se produjo hace unos días como consecuencia de la “indiscreción” de su gobernador, ni siquiera como efecto de una medida formal, provocó un coste de
3.000 millones de euros a las familias hipotecadas, o lo que es lo mismo, un mayor ingreso de esa misma magnitud a los bancos, lo que deja bien claro para quién trabaja y al servicio de quién está el Señor Trichet). En suma, siempre una misma doble respuesta ante la inflación que se traduce inexorablemente en una mejora de los beneficios y las plusvalías en el conjunto de las rentas y en la mayor explotación y pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores. Pero las verdaderas causas de las subidas de los precios hay que buscarlas en otros sitios. Veamos, por ejemplo, el caso de los precios y los salarios. Es verdad que si los salarios subieran de modo continuado eso aumentaría los costes de las empresas. Pero, ¿necesariamente se produciría entonces inflación, es decir, trasladarían inevitablemente las empresas esos costes más altos a los precios de venta? Lógicamente, sólo podrían hacerlo... si pudieran.
No es un juego de palabras. Es que las empresas pueden subir los precios cuando suben los costes sólo si tienen poder de mercado, si se enfrentan a una demanda cautiva (o, como decimos los economistas, muy inelástica, es decir, que apenas disminuye cuando sube el precio). Si eso no ocurre, las empresas que ven subir sus costes salariales (u otros cualquiera) tienen que reaccionar de otro modo si no quieren salir del mercado: mejorando la calidad, las condiciones de venta, la productividad mejorando las técnicas de producción, etc. ¿Qué ocurre en España? Pues que ni siquiera teniendo salarios más bajos las empresas son capaces de hacer frente a las subidas de costes que soportan, y lo que buscan es procurar tener poder de mercado e imponer a los consumidores precios más altos que les proporcionen beneficios extraordinarios. Los economistas del Banco de España que estudian la inflación, y sus responsables políticos, deberían ser más perspicaces antes de decir siempre lo mismo: que hay que bajar los salarios. ¿Por qué no mencionan en el hecho de que en España, donde se quejan por precios más altos, hay salarios más bajos y que crecen menos, pero beneficios empresariales siete veces más altos que en el en-
torno europeo? Una muestra indiscutible de que no son los salarios lo que sube los precios, aunque no parece que eso llame la atención la inteligentsia de Banco. Lo que ocasiona la inflación, al contrario de lo que los poderosos y los economistas a su servicio nos quieren hacer creer, es el mayor poder de mercado de las empresas. Gracias a él influyen en el gobierno para que acepte tarifas más elevadas, para que no combata las estrategias anti competitivas y las que despilfarran millones de euros para fidelizar a los clientes y así disfrutar de una demanda más rígida. Y gracias a él pueden imponer a sus consumidores precios más altos. Y esto no solo pasa en España con los precios al consumidor. Los precios de los alimentos o los del petróleo están subiendo por la misma razón de fondo: porque las grandes corporaciones imponen su ley, porque los gobiernos las dejan hacer, porque hablan y hablan de mercados libres y de competencia cuando lo que existe de verdad son mercados sumamente imperfectos, oligopolios con más poder que los gobiernos y con influencia suficiente en los mercados como para imponer precios que constantemente les garantizan beneficios extraordinarios. Siempre hablan de salarios para explicar las subidas de precios, pero nunca se re-
fieren, por el contrario, a los enormes gastos financieros que imponen bancos que actúan en mercados corruptos, en donde no ha existido competencia prácticamente nunca. No hablan de los despilfarros en publicidad, en financiamiento a grupos de presión, en inversiones irracionales, en los costes que supone la especulación debido al riesgo que lleva consigo y que se trata de conjugar logrando beneficios muy altos en las operaciones exitosas. No se dice, por ejemplo, que si el coste de producción de un barril de petróleo de Arabia Saudí es de unos 6 dólares, la especulación añade un coste de entre 30 y 40 dólares. Ni, por supuesto, tampoco hablan de los costes que imponen los grandes intermediarios. Diversas organizaciones agrarias y de consumidores han calculado en España un Índice de Precios en Origen y Destino de los alimentos (IPOD) que les ha permitido comprobar que los alimentos se encarecen de media un 436% (y en algunos casos hasta un 900%) desde el campo hasta la mesa. No se habla, en suma, del PODER para maquinar sobre el mercado, que no es algo que precisamente esté al alcance de los trabajadores, ni de su desigual distribución. Si quisieran que los precios no subieran como están subiendo donde habría que actuar es sobre ese poder antisocial, desigual y nefasto. Lo demás son excusas con un único propósito: hacer que los beneficios suban sin cesar.
Frente a la crisis alimentaria, ¿qué alternativas?
Si los campesinos no tienen tierras con las que alimentarse ni excedente que vender, ¿en manos de quien está la alimentación mundial? En poder de las multinacionales de la agroalimentación quienes controlan todos los pasos de la cadena de comercialización de los productos de origen a fin. Pero no se trata sólo de un problema de acceso a los recursos naturales sino también de modelo de producción. La agricultura actual podría definirse como intensiva, “drogo” y “petro” dependiente, quilométrica, deslocalizada, industrial... En definitiva, la antítesis de una agricultura respetuosa con el medio ambiente y las personas.
Un segundo elemento que nos ha conducido a esta situación son las políticas neoliberales aplicadas desde hace décadas en aras de Esther Vivas una mayor liberalización comercial, privatización de los servicios públicos, transferencia monetaria Sur-Norte (a partir del cobro La crisis alimentaria ha dejado sin comida a miles de personas de la deuda externa), etc. La Organización Mundial del Comercio en todo el mundo. A la cifra de 850 millones de hambrientos, (OMC), el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacioel Banco Mundial añade cien más fruto de la crisis actual. El nal (FMI), entre otros, han sido algunos de sus principales artífices. “tsunami” del hambre no tiene nada de natural, sino que es resultado de las políticas neoliberales impuestas sistemática- Estas políticas han permitido la apertura de los mercados del Sur y mente durante décadas por las instituciones internacionales. la entrada de productos subvencionados, especialmente de la Unión Europea y de los Estados Unidos, que vendiéndose por debajo de su Pero frente a esta situación, ¿qué alternativas se plantean? ¿Es precio de coste, y por lo tanto a un precio inferior al del producposible otro modelo de producción, distribución y consu- to autóctono, han acabado con la agricultura, la ganadería, el texmo de alimentos? ¿Es viable a nivel mundial? Antes de abor- til... local. Estas políticas han transformado los cultivos diversificadar estas cuestiones, es importante señalar algunas de las prin- dos a pequeña escala en monocultivos para la agroexportación. Paícipales causas estructurales que han generado esta situación. ses que hasta hace pocos años eran autosuficientes para alimentar a sus poblaciones, como México, Indonesia, Egipto, Haití... hoy deEn primer lugar, la usurpación de los recursos naturales a las penden exclusivamente de la importación neta de alimentos. Una comunidades es uno de los factores que explican la situación situación que se ha visto favorecida por una política de subvenciode hambruna. La tierra, el agua, las semillas... han sido priva- nes, como la Política Agraria Común (PAC) de la Unión Europea, tizadas, dejando de ser un bien público y comunitario. La pro- que premia el agribussiness por encima de la agricultura familiar. ducción de alimentos se ha desplazado de la agricultura familiar a la agricultura industrial y se ha convertido en un meca- En tercer lugar, debemos de señalar el monopolio existente en la canismo de enriquecimiento del capital. El valor fundamental dena de distribución de los alimentos. Megasupermercados como de la comida, alimentarnos, ha derivado en un carácter mer- Wal-Mart, Tesco o Carrefour dictan el precio de pago de los procantil. Por este motivo, a pesar de que en la actualidad existen ductos al campesino/proveedor y el precio de compra al consumimás alimentos que nunca, las personas no tenemos acceso a dor. En el Estado español, por ejemplo, el diferencial medio entre ellos a no ser que paguemos unos precios cada día más elevados. el precio en origen y en destino es de un 400%, siendo la gran dis-
tribución quien se lleva el beneficio. Por el contrario, el campesino cada vez cobra menos por aquello que vende y el consumidor paga más caro lo que compra. Un modelo de distribución que dicta qué, cómo y a qué precio se produce, se transforma, se distribuye y se consume. Propuestas Pero, existen alternativas. Frente a la usurpación de los recursos naturales, hay que abogar por la soberanía alimentaria: que las comunidades controlen las políticas agrícolas y de alimentación. La tierra, las semillas, el agua... tienen que ser devueltas a los campesinos para que puedan alimentarse y vender sus productos a las comunidades locales. Esto requiere una reforma agraria integral de la propiedad y de la producción de la tierra y una nacionalización de los recursos naturales. Los gobiernos deben de apoyar la producción a pequeña escala y sostenible, no por una mistificación de lo “pequeño” o por formas ancestrales de producción, sino porque ésta permitirá regenerar los suelos, ahorrar combustibles, reducir el calentamiento global y ser soberanos en lo que respecta a nuestra alimentación. En la actualidad, somos dependientes del mercado internacional y de los intereses de la agroindustria y la crisis alimentaria es resultado de ello.
La relocalización de la agricultura en manos del campesinado familiar es la única vía para garantizar el acceso universal a los alimentos. Las políticas públicas tienen que promover una agricultura autóctona, sostenible, orgánica, libre de pesticidas, químicos y transgénicos y para aquellos productos que no se cultiven en el ámbito local utilizar instrumentos de comercio justo a escala internacional. Es *Esther Vivas es co-coordinadora de los libros “Supermercados, no gracias” (Icaria editorial, 2007) y “¿Adónde va el comercio justo”? (Icaria editorial, 2006).
necesario proteger los agro-ecosistemas y la biodiversidad, gravemente amenazados por el modelo de agricultura actual. Frente a las políticas neoliberales hay que generar mecanismos de intervención y de regulación que permitan estabilizar los precios del mercado, controlar las importaciones, establecer cuotas, prohibir el dumping, y en momentos de sobre producción crear reservas específicas para cuando estos alimentos escaseen. A nivel nacional, los países tienen que ser soberanos a la hora de decidir su grado de auto-
suficiencia productiva y priorizar la producción de comida para el consumo doméstico, sin intervencionismos externos. En esta misma línea, se deben de rechazar las políticas impuestas por el BM, el FMI, la OMC y los tratados de libre comercio bilaterales y regionales, así como prohibir la especulación financiera, el comercio a futuros sobre los alimentos y la producción de agrocombustibles a gran escala para elaborar “petróleo verde”. Es necesario acabar con aquellos instrumentos de dominación Norte-Sur como es el pago de la deuda externa y combatir el poder las corporaciones agroindustriales. Frente al monopolio de la gran distribución y el supermercadismo, debemos de exigir regulación y transparencia en toda la cadena de comercialización de un producto con el objetivo de saber qué comemos, cómo se ha producido, qué precio se ha pagado en origen y cual en destino. La gran distribución tiene efectos muy negativos en el campesinado, los proveedores, los derechos de los trabajadores, el medio ambiente, el comercio local, el modelo de consumo... Por este motivo debemos de plantear alternativas al lugar de compra: ir al mercado local, formar parte de cooperativas de consumo agroecológico, apostar por circuitos cortos de comercialización... con un impacto positivo en el territorio y una relación directa con quienes trabajan la tierra.
Hay que avanzar hacia un consumo consciente y responsable ya que si todo el mundo consumiese, por ejemplo, como un ciudadano estadounidense serían necesarios cinco planetas tierra para satisfacer las necesidades de la población mundial. Pero el cambio individual no es suficiente si no va acompañado de una acción política colectiva basada, en primer lugar, en la construcción de solidaridades entre el campo y la ciudad. Con un territorio despoblado y sin recursos no habrá quien trabaje la tierra y en consecuencia no habrá quien nos alimente. La construcción de un mundo rural vivo nos atañe también a quienes vivimos en las ciudades. Y en segundo lugar es necesario establecer alianzas entre distintos sectores afectados por la globalización capitalista y actuar políticamente. Una alimentación sana no será posible sin una legislación que prohíba los transgénicos, la tala indiscriminada de bosques no se parará si no se persiguen las multinacionales que explotan el medio ambiente... y para todo ello es importante una legislación que se cumpla y que anteponga las necesidades de las personas y del ecosistema al lucro económico. Un cambio de paradigma en la producción, distribución y consumo de alimentos sólo será posible en un marco más amplio de transformación política, económica y social. La creación de alianzas entre los oprimidos del mundo: campesinos, trabajadores, mujeres, inmigrantes, jóvenes... es una condición indispensable para avanzar hacia ese “otro mundo posible” que preconizan los movimientos sociales.
La especulación sobre el “barril de papel” bajo el laissez faire europeo
Como en los tiempos de los salteadores de caminos en que, una vez sufrido el atraco, los burgueses de la diligencia continuaban su cháchara y el viaje, de modo parecido hoy, aunque persista la amenaza, pasado el pico de la subida del precio del petróleo que saquea los bolsillos de los ciudadanos, los medios de comunicación y los gobiernos prosiguen su cháchara sin cuestionar el marco europeo que hace posible tal subida. Porque sigue el problema del “barril de papel”, el negocio financiero de la especulación sobre el precio del petróleo del que se lucran los grandes bancos, los hedge funds y otros tipos de entidades ajenas al comercio real del barril físico. Y en este, como en tantos otros asuntos importantes, la ciudadanía europea tiene que interrogarse si el Consejo europeo, la Comisión y las instituciones comunitarias pueden hacer algo para controlar esas injustificables subidas y bajadas que mantienen elevados los precios del crudo, porque es obvio que en el marco de la Unión Europea el tema escapa a los Estados miembros, incluida Francia o Alemania. Es información pública que los precios de referencia para el 85 % del barril del crudo de Texas se determinan por el mercado de futuros de Nueva York (NYMEX, en siglas), mientras que para el 15 % restante del Texas y para el Brent del Mar del Norte los marca el mercado de futuros de Londres, sirviendo de referencia para los 2/3 del comercio mundial de petróleo; mediante la plataforma electrónica de contratación denominada ICE Futures Europe Exchange, que también opera con contratos de futuro de gas oil (de calefacción) y gestiona la Bolsa europea de los derechos sobre dióxido de carbón, el mayor mercado europeo del comercio sobre “el cambio climático”. Como analizamos en el ensayo Los precios del petróleo en mercados globales, financiarizados y opacos, las recientes investigaciones del Congreso de los EEUU han demostrado que los precios del petróleo son determinados por los operadores financieros en esos mercados globales y la especulación puramente financiera tiene una fuerte incidencia sobre los precios del barril de petróleo. Esas investigaciones han identificado en la regulación estadounidense vigente sobre los mercados de futuros, entre otras, una laguna importante, el “agujero de Londres” (LONDON loophole), que desde la perspectiva de los países de la Unión Europea resulta aún mucho más grave, como se deduce leyendo el testimonio escrito del presidente de la
sociedad gestora del mencionado mercado de futuros del petróleo de Londres. Como suele ocurrir, el supervisor financiero británico desmentía hace días tal “agujero” que también afecta a los impuestos, afirmando que aplicaban la misma filosofía que en EEUU pero con más “flexibilidad” (Financial Times, 15/07/2008) Ese mercado del ICE Futures Europe en Londres surgió en 2001 cuando la International Exchange (antes International Petroleum Exchange) adquirió la Bolsa Internacional de Petróleo establecida desde 1980, convirtiéndose en una filial propiedad totalmente de la Atlanta Georgia International Commodities Exchange (ICE Atlanta), fundada en parte por la banca de inversiones Goldman Sachs. Y luego, en enero de 2006, la Administración Bush permitió a la Intercontinental Exchange, la principal plataforma operadora del mercado electrónico de la energía, que usara sus terminales en los EE UU para operar con futuros del petróleo estadounidense en el nuevo mercado londinense. Y, como se ha denunciado en las citadas investigaciones, el resultado ha sido que los operadores financieros que quieren negociar con petróleo, gasolinas, etc., de EE UU eluden la supervisión de la autoridad estadounidense, realizando las contrataciones en Londres en vez de hacerlas en Nueva York. Gracias al “agujero de Londres” quienes comercian en Nueva York no están obligados a conservar los registros de todas las negociaciones y a informar de los grandes contratos a la CFTC, la agencia supervisora en futuros; así se evitan los requerimientos estadounidenses sobre límites y transparencia que tendrían que aplicar si lo hicieran en Nueva York; basta simplemente la utilización de terminales de ordenador emplazados en territorio de los EEUU pero con acceso directo desde la plataforma electrónica de Londres. Este mercado de contratos de futuros del petróleo en Londres, que el Congreso estadounidense ha descubierto que no está regulado ni supervisado, resulta aún más descontrolado por la inexistencia de autoridad financiera en la Unión Europea donde tiene su base; lo cual deja amplios márgenes de libertad para la operativa de los fondos de inversiones “indexados” y los de alto riesgo propiedad de la gran banca de negocios, carentes de regulación paneuropea y registrados en paraísos fiscales offshore.
Como los supervisores en cada Estado miembro no tienen funciones homogéneas, ni regulan los contratos de futuros del petróleo como tampoco regulan ni supervisan muchos otros productos financieros, se evidencian día a día las lagunas que dejan los más de 27 organismos europeos estatales. Porque la verificación del cumplimiento de la legislación comunitaria supuestamente armonizada, incluida la solvencia de bancos y entidades financieras, solo alcanza al territorio nacional; como ejemplo véase la experiencia de la repercusión- oculta todavía - de la crisis generada por las hipotecas subprime comercializadas por Wall Street. De ahí la ausencia de menciones a la regulación y supervisión europeas que no existen, en las declaraciones ante el Comité sobre Energía y Comercio del Congreso estadounidense, el 23 de Junio de 2008, de Sir Bob Reid como presidente y director de ICE Future Europe, la sociedad gestora de ese mercado de contratos de futuros en Londres, que tiene solamente 70 empleados aproximadamente (sic) (es su propia expresión, porque ya sabemos que para los gestores de negocios financieros las personas son meros recursos “fungibles” e intercambiables). Según la misma fuente, sobre esta plataforma electrónica de contratación intervienen mecanismos de compensación de pagos y liquidación de más de 50 jurisdicciones; es decir, para las operaciones que pasan por el mercado virtual del “barril de papel” con base en Londres, como en muchos otros mercados financieros, está homologada la intervención de los paraísos fiscales offshore como se reseña en la web oficial (ICE Futures Jurisdictions) donde se relacionan las jurisdicciones desde las que se puede operar, en su mayoría sin exigencia de alguna autorización especifica; entre ellas, Suiza y Luxemburgo, más Chipre, Malta, Liechtenstein, las Islas Bermudas, las Islas Caimán y las Antillas Holandesas, paraísos fiscales de la lista de la OCDE, y otros notorios centros de las finanzas mundiales como Singapur, Dubai y los Emiratos Árabes Unidos. Un reconocimiento expreso del papel relevante de los centros offshore en la opacidad de las finanzas que impide su control por los gobiernos democráticos.
Naturalmente, ante el citado Comité del Congreso estadounidense, el máximo ejecutivo de la sociedad británica que gestiona el mercado de futuros del petróleo de Londres negó la existencia de tal “agujero” en la regulación, subrayando su coordinación con la autoridad supervisora estadounidense, la CFTC; omitiendo asimismo cualquier referencia a la regulación y supervisión europeas porque ya sabemos que no existen; ni siquiera disponemos de una Agencia europea que supervise técnicamente los mercados financieros. Aunque operen capitales de los diversos países europeos y de cualquier rincón del planeta, la sociedad gestora de ICE Futures Europe esta sometida únicamente a la legislación y al supervisor británicos, la Financial Service Authority, que no se ocupa de los centros financieros offshore de su Majestad británica, como exponemos en el libro que da nombre a este blog. Por tanto, dado el descontrol imperante sobre las “inversiones” financieras comunitarias y extracomunitarias, al mercado londinense de futuros del petróleo puede acudir libremente el dinero del narcotráfico y de las diversas mafias coadyuvando así a la especulación sobre los precios del barril con total opacidad mediante sociedades offshore. Tras las investigaciones reseñadas, con el objetivo de combatir la especulación financiera sobre el barril, en el Congreso estadounidense se han propuesto modificaciones legislativas y la fusión de la CFTC con la SEC, la antigua agencia supervisora del mercado de futuros con la comisión nacional del mercado de valores. Pero hasta la fecha, en la UE nadie ha propuesto alguna medida de control de este mercado londinense de futuros del petróleo; la única medida de la Presidencia europea de Sarkozy ha sido la propuesta de rebajar el IVA. Y entre tanto, los españoles y demás ciudadanos europeos, grandes consumidores del petróleo que no producimos, seguiremos sufriendo los elevados precios del petróleo por la especulación sobre el “barril de papel” y lamentando el “slowdown” económico, el frenazo del crecimiento económico.
Juan Hernández Vigueras