CULTURA
El rincón de los libros
JUAN ANTONIO FERNÁNDEZ RUBIO Doctor en literatura Universidad de Murcia fdezrubio.juan@gmail.com
El primer libro de Francisco Cáceres Plá apareció en 1900, en la Imprenta de Luis Montiel. Bajo el título de Tradiciones Lorquinas, recopiló algunos trabajos anteriores, publicados en Revista Contemporánea y Alhambra (1899), los cuales ordenó en quince capítulos, precedidos por una carta-prólogo de Juan Pedro Criado Domínguez, y seguido de unos apéndices en los que recopiló: una transcripción del Libro de las batallas, una miscelánea histórico-local y un ultílogo del presbítero José María Campoy. Para su redacción se nutrió de la cadena historiográfica de las fuentes lorquinas: Libro de la población y hazañas de la Muy Nobilísima y Muy Leal Ciudad de Lorca (1572), de Ginés Pérez de Hita; Relación o Donaria de la Antigüedad de la Imagen de Ntra. Sra. de las Huertas… (1624), de fray Alonso de Vargas; Mussato Polyhistor… (1734), del canónigo Ginés Antonio Gálvez Borgoñoz, y Antigüedad y Blasones de la Ciudad de Lorca… (1741), de fray Pedro Morote Pérez-Chuecos. Sobre este último, Francisco Cánovas Cobeño conservaba un ejemplar manuscrito que bien pudo facilitárselo a Cáceres para este trabajo. Con respecto a su interior, recogió una serie de hechos legendarios que parten de la tradición lorquina andalusí (“un olivo maravilloso”), de la historia fronteriza con el Reino Nazarí de Granada (“La batalla de los Alporchones”, “Jerez y Lorca”, La novia de Serón”, etc.), de las incursiones berberiscas en las cosas levantinas (“El Cristo de Cope”), así como de acontecimientos más tardíos del siglo XVII (“La intercesión de San Julián”). En 1901 apareció en Madrid una segunda versión más reducida, editada por la Imprenta del Progreso Militar.
LA INTERCESIÓN DE SAN JULIÁN (fragmento)
El año de 1648 se cebó de tal modo la peste bubónica en toda la provincia de Murcia, que ni bastaban las muchas y profundas fosas que se abrían para sepultar los cadáveres, ni era fácil puntualizar en aquella tribulación el número de estos. No perdonó el contagio a edad, sexo, calidad ni estado, llegando a amedrantar a los corazones más alentados y a extinguirse casi del todo el ardor de la caridad, hallándose con dificultad quien expusiese la salud y vida sus cuerpos, por dar socorro y providencia a la vida y salud a las almas. La compañía de Jesús, con el celo más ferviente, se repartió por toda la provincia para la administración de los sacramentos, siendo víctimas de la caridad los padres Francisco Orozco, Valentín Navarro y Andrés de Salvatierra; y los hermanos Diego Pimienta, Juan López y Miguel Escuderto. «Hallándome yo por entonces en Cuenca, dice fr. Antonio de santa María, en el capítulo 8 de su vida de san Julián, bajaron a san Julián de su solio y le colocaron en la capilla mayor, a donde asistían de noche y de día los señores prebendados, cantando divinas alabanzas y suplicando al santo tuviese por bien recabar de Dios, nuestro Señor, el consuelo de que tanto necesitaba Murcia, levantando el azote de su justicia de aquel pueblo afligido… y a los ocho días hubo cartas en Cuenca de que había cesado el contagio, y dando a Dios y a san Julián rendidas gracias por un favor tan grande, le tornaron a colocar en su lugar propio, atribuyendo todo el buen suceso a su intercesión patrocinio…» […]
32