Cuentos de trinchera

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Cuentos de trinchera


Editado Por: La Bocina radio. Gustavo Parra, Paola Fonseca, Oscar Gutiérrez, Vanessa Sandoval.

Diseño: Diana Rodríguez

Producido por: La Bocina Radio Escuela Pedro Nel Jiménez

Bogotá, Colombia. 2017.


Agradecimientos A todos aquellos guerreros que desde cualquier lugar han dado sus vidas por construir una Nueva Colombia en paz y con Justicia Social. A los guerrilleros del Bloque Sur y a los muchachos.

“Tal vez no deberíamos ser pescadores pero para eso hemos nacido” Ernest Hemingway.


Índice Prologo

6

Lula y la conspiración más grande de la historia

8

Diana Rodríguez - Juan Galván

Quién lucha y vive feliz de luchar

16

Diana Rodríguez - Edwar Peña

Una cita con la historia

27

Diana Rodríguez

De la selva y otros amores

38

Sebastián Acevedo

Glosario fariano

55


Prologo Cuentos de Trinchera Comenzamos a escribir “Cuentos de Trinchera”, como un ejercicio de memoria histórica en medio de los diálogos de Paz entre la insurgencia de las FARC EP y el gobierno nacional, movidos por la necesidad que este momento histórico traía para el país, otorgándonos la oportunidad de aportar a la construcción de una nueva historia nacional, alimentada por las memorias de aquellos que habían entregado su vida por un ideal y que gracias a una guerra que nos impuso las condiciones indignas de nuestro país, hasta el momento se encontraban en la clandestinidad. Los sueños, las alegrías, las tristezas, los principios, las convicciones y la guerra, de tres militantes de las FARC EP son la ópera prima de estos cuentos que pretende escuchar a los guerreros como maestros de su propia historia, de como se ve esta tierra desde sus memorias, que nos hablen de la selva y la montaña que los resguardaron. De que hechos fueron importantes para su propia vida y que nos digan de la guerra, no como una palabra vetada del discurso, la guerra como iluminadora de lo que somos y en lo que nos podemos convertir. Incluimos además un pequeño glosario de la jerga fariana, sin adelantarnos, el cuento se entrelaza con la vida de tres jóvenes de la ciudad y sus percepciones sobre la confrontación. Acabamos de escribir esta historia, en medio de la disputa política por implementar los Acuerdos pactados, a un paso de que las FARC EP pasaran a la política legal, a que todos presenciáramos como las citas con la historia nunca se postergan.


Guara Animal montuno, de porte mediano. Durante algún tiempo fue parte de la dieta de la guerrillerada y de los pobladores de la región del Caquetá. Ante su reducción y por políticas internas de la insurgencia frente a su responsabilidad ambiental, convirtiéndose en guardianes de la selva; se creó una ley que prohibía la caza de animales salvajes y la tala indiscriminada de árboles.


Lula y la conspiración más grande de la historia Durante varios años de su vida para José Marco ser colombiano no había significado nada más que nacer en los límites de un país que no le daba mayor impresión. Odiaba las ceremonias, el juramento a la bandera y los himnos, le parecían grotescos los colombianos de pie con la mano en el corazón como si se tratara de algún recital memorístico de las escuelas de antes; para él las generaciones humilladas desde la infancia hacen una fiel representación de un país que tiene miedo de sus gobernantes, de dios y de los hombres y sin embargo canta y celebra lo que no entiende, odia la propaganda y por eso odiaba sentirse parte de este país.

Sin embargo, cuando José Marco se encontraba de nuevo en la ciudad, después de un viaje agotador. Realizando una caminata, y enfrentándose de nuevo con una abrumadora realidad, evitar el paso del tiempo y su efecto natural en la totalidad de las cosas se podría considerar como la promoción del olvido. Aceras siempre nuevas, parques nuevos, bares nuevos, todo nuevo sin ninguna clase de historia, pensó mientras caminaba. Lugares llenos, soledad completa. En aquel momento se proyectó violentamente en su mente, a partir de ese recuerdo, los siguientes pasos que daría José Marco hacia adelante, serian paradójicamente una forma de avanzar en su pasado.

Ahora recordaba nítidamente su viaje a la selva, aquel que había hecho con Juliana, que ya no estaba, a aquellas estepas salvajes donde siempre había escuchado que no ocurría nada; no existían grandes vías o sistemas de transporte, universidades o bibliotecas, galerías o museos, cafés y discotecas, grandes edificios o torres financieras, pero sorpresivamente en medio de


tanto verde, a cientos de kilómetros sucedía con gran intensidad una realidad, donde los hombres solo eran enanos montados en hombros de gigantes. Una tarde de marzo, José Marco esperaba fuera de una cigarrería de la calle 45 a su amigo Simón, un viejo amigo de la universidad con el que se reencontró luego de llegar de su viaje. Simón era un compañero de la universidad; hace más de 1 año que no había visto a José Marco, la última vez se despidieron en una zona rural del Tolima después de un encuentro que duro solo 3 días pues José Marco se encontraba desarrollando una historia que en sus palabras podía resumir el mundo de la guerra como si se tratara de un pañuelo donde miles de gentes se relacionaban en un drama sin proporciones, un tejido de historias que llamó como si el mismo le revelara al mundo una verdad “la conspiración más grande la historia”.

Simón encendió su cigarrillo y el de José Marco, aunque la expectativa del encuentro era más grande al frío saludo en el que termino, los dos decidieron acudir a los aburridos protocolos de las frívolas amistades de nuestros tiempos. – ¿Cómo has estado? - pregunto Simón. José evadió la pregunta de su amigo, no quería tener otra vez una conversación igual. Lo invito a que buscaran un café, tras unos pasos decidió que no le mentiría a Simón, que solo quería tener una conversación sincera que permitiera confrontar esta realidad que lo abrumaba. – No estoy muy bien Simón, muchas cosas en mi vida han cambiado dijo, esperando que respuesta le daría su amigo.

Simón quien tampoco estaba muy interesado en cargar con los dolores de su amigo, decidió no preguntarle el porqué, como si no hubiese escuchado las palabras de José, actuó también de forma muy sincera


– Mientras te fuiste para la montaña, el Movimiento tuvo su última pelea, no fue la mejor, pero creo que ni la más bailada, va a quedar grabada en mi memoria como esa. Prosiguió Simón, - La verdad, en este momento no me importa mucho escuchar tus tristezas José, tengo muchas cosas que hacer y solo vine por lo que me ibas a contar-.

Sorprendido por la frialdad y la sinceridad de Simón; José soltó una carcajada, le alivio que aquel encuentro no se haya tornado insoportable. Aunque sintió algo de rabia que su amigo haya minimizado este sentimiento de penumbra del cual no podía salir, también se sintió satisfecho de poder hablar de aquello que había vivido, con la certeza de que estas anécdotas terminarían convirtiéndose en algo más grande de lo que podían imaginar.

Viaje con Juliana, tenemos que hablar con ella- Agendo en las tareas José Marco. Entraron a un café y pidiendo los dos un tinto sin azúcar, continuaron la conversación. - Nos mandaron a llamar dos días antes, aunque ya habíamos ido al Caquetá, esta vez se sentía diferente, sabíamos que esta era la última ocasión en la que lo haríamos de forma clandestina y que allí conoceríamos los últimos días de esta guerra, al menos para nosotros.

Mono Churuco


Simón, le pregunto a José, si esto tenía que ver con el cuento del escritor y las crónicas. José dijo que al menos para eso le tenía que seguir sirviendo su trabajo en esa revista insoportable. – Sin mucho cuento le digo que allá llegamos después de muchos percances, pero para nuestra desgracia, vengo con todo y nada.

- ¿Cómo así? usted me había dicho, que iba a conocer a la guerrilla, ¿Si lo logro?, pregunto Simón. Si, si pude, los conocí, por fin pude saber a que se refería aquella firma “desde las montañas de Colombia”. Simón trato de ocultar su sorpresa y la repentina curiosidad que se le acabada de despertar.

Al llegar a la manigua, José se había encontrado con un movimiento volcado a las labores que le habría de imponer el tránsito a la vida civil. A pesar que la guerra seguía latente, hombres y mujeres habían utilizado el suspiro que les brindaba el silencio de los fusiles, esta frase tan famosa en estos tiempos tan complejos, para formarse en todo lo que necesitarían para enfrentarse a la llamada política legal.

Pues eso le cuento, Simón, que los camaradas – Simón lo miro con intriga- están en una carrera relámpago para formarse, hay una convicción inquebrantable frente a lo que se viene. -En eso los tienen a todos-, dijo José. Simón termino de escurrir el ultimo cuncho de su café, miro a los ojos a su amigo y le dijo – tu sabes que yo nunca tendré la oportunidad de ir, así que dime ¿qué te encontraste por allá, que te cambio tanto José?

Como José ya había terminado también su café, decidió invitar a Simón a continuar con la charla con un par de cervezas, a lo que este no se negó.


Dejaron el lugar y se dirigieron a una cantina conocida, lugares que siempre habían sido sus favoritos para departir.

- Tengo miedo Simón de lo que se viene y de cómo siento que debo actuar, pero para ser fiel a nuestra tradición no hablemos de trabajo, aunque para eso lo invite. No tengo ganas de hablar de eso.

-Bueno, si tiene razón- le dijo Simón, - Aunque no concretemos nada, cuente haber que fue lo que encontró.- Pues encontré a la guerrilla, pero a la de verdad, no de la que siempre hemos escuchado, abstracta, indiferenciada, un monstro sin pies ni cabeza. Allí lo que hay son mujeres y hombres, distintos, porque se han construido en la realidad de su convicción. Entre esas personas que José conoció, estaba Lula; sobre la cual giraría el resto de la conversación.

-¿Lula? Le pregunto a José. - Si Lula, pues ese no debe ser su nombre, pero así la conocí. Llegar no fue fácil, aunque la vaina se estaba calmando, los militares estaban pendientes de todo el mundo, en estos procesos dejar de pelear no es fácil y muchas cosas son secretas, videos de la guerra. José marco había decidido jugárselas, si esperaba a verlos en un campamento de transición sentía que se iba a perder muchas escenas de los últimos y no tan laxos días de la guerra, no quería hacer las cosas con guantes, sino con la mayor veracidad. Y estas razones se las quería transmitir a Simón.

Lula ingresó a las FARC EP a los trece años, hoy tiene veintisiete. - Ella es alta, grande, caderona, imponente, criada en el campo y en la guerra, que en nuestro país son dos realidades que a menudo se


entremezclan. Así, como tantas otras historias, Lula, se fue porque su realidad se lo exigió, se fue porque si no hoy sería puta, mamá o estaría muerta- relato José. -Ella era la mayor de siete hermanos y trabajaba recogiendo coca, bueno en realidad trabajaba en lo que saliera, así que, en la más coherente de las praxis, Lula se fue más que convencida por una teoría, se fue como acto de rebeldía frente a la realidad que le habían impuesto.

Como si estuviera leyendo un libro, José y Simón no pararon el relato, más que para mojar la palabra con la póker que habían pedido en la cantina; con la mesa llena de los residuos de la etiqueta de la botella, pidieron una segunda ronda, y prosiguieron el relato.

-Ella me dijo que cuando ingresó no sabía ni leer ni escribir, aprendió en la guerrilla y que desafiando el destino campesino, en medio de la guerra, que tanto se odia, ella se había convertido en radista, sabia mandar mensajes encriptados a otras unidades con un código de sumas y restas, - Yo la vi haciéndolo, todavía estaban muy alertas y tenía que hablarse el lenguaje de la guerra que no son solo los tiros. Ella me decía que a veces el ejército interceptaba los mensajes, se los cogían en el aire.

-Fue la segunda de la comisión de finanzas de su frente y perteneció a la Guardia de Bloque y hoy en medio del proceso se estaba formando como periodista de la Paz- me dijo.

Simón interrumpió a José Marco, pues quería saber sobre los últimos acontecimientos de la confrontación, y como se vivía eso en medio de la selva. – Mientras estabas allá, ¿pasaron aviones, hubo enfrentamientos?


¿Quieres saber si sentí miedo? Pues claro, sobre todo por los aviones, cuando uno los escucha siente la muerte sobre uno, si en algún momento se nos venía encima me hubiese sentido como una mosca, en realidad para alguien de la ciudad es fácil sentirse muy frágil cuando pisa la manigua, pero con la capacidad destructiva de esos aviones y helicópteros llegue a pensar que somos una materia muy liviana que la pueden borrar como si no hubiera estado previamente en el lugar en el que cae una bomba, y eso aunque cause horror es elemental para entender porque en la guerra florece el sentir heroico, el hombre enfrentándose en su fragilidad a altas potencias de destrucción.

¿Y ella, Lula? ¿Qué pensaba de todo esto? - Lula, creo que le ha perdido el respeto al miedo, se acuerda donde cogieron a Langlois ¿el periodista francés? Ella estuvo en esa confrontación, es el fundamento de la conspiración más grande de la historia. Ahora mismo, estás viéndome a mi sentado frente a ti, pero mis ojos vieron a Lula y los ojos de ella vieron a Langlois. Piensa como sin quererlo a veces tocamos esta guerra con manos que no son las nuestras, como si al saludarme a mí también hubieses saludado a Lula y a todos los que Lula conoce o ha conocido, hablé y estuve con personas de la guerra, pero ¿cómo te sientes ahora que tú también hablaste y estuviste con ellos, pero a través de mí? Mi tesis es que si logras comprender bien ese principio puedes entender la magnitud de las causas sociales que sustentan la guerra y de paso te haces más duro en la comprensión de la condición humana. Ese fue su último combate y ahí vio morir a dos de sus camaradas. Lloró cuando me contó ese episodio y me dijo que está guerra es mala para todos, pero sobre todo para los pobres, ella solo ha visto morir gente pobre.


José pensó que era fácil hablar para nosotros los de la ciudad con tanta facilidad sobre estas memorias dolorosas, porque no hemos sentido de forma tan cruel el rigor de la guerra, cuando se siente el sufrimiento de la gente y se entiende un poco por qué se fueron a las montañas, a pelear, lo que implica disparar muchos tiros, tratando de sostenerte en la vida resistiendo a miles de agresiones donde sin embargo la más cruel es ser obligado a matar a nuestros hermanos. A Lula le mataron dos amores.

Lo que le recordó una canción de Silvio que dice “Que duras son esas noches en las que queremos ser buenos y hay que matar sollozando y hay que morir felices”.


Quién lucha y vive feliz de luchar Corría la noche, y mientras deambulaban en busca de un mejor lugar para continuar con su cita, José Marco y Simón bebían un trago para no enfriar el encuentro que momentos atrás había sido refrendado con el vaho del humo de varios cigarrillos y cervezas. José Marco tenía claro que no estaba ahí para responder a las preguntas de Simón, hablar con él había sido una dura forma de hacerse critica; entonces los recuerdos lo abrumaban, y en su mente se precipitaba la hora de aceptar el implacable peso que aquellos días habían tenido sobre él. Ya no era el mismo, ni tampoco quería volver a serlo. Simón insistía en saber de Cielo - quien era una guerrera que le había causado gran impresión, pero José no quería hablar de ella; la imagen de aquella mujer no le dejaría continuar ningún relato ¿tanto había calado en su ser aquella mujer que conoció tan poco? Ese día no dijo más de ella, incluso llegó a sentirse arrepentido de mencionarla. Compraron unas cervezas y se sentaron en un parque a continuar su charla. José destapó las cervezas, prendió un cigarrillo en un intento patético por burlar el frío y se fijó por un instante en el siempre nublado cielo capitalino. Ya con todo preparado continuó su relato.

-Después de las primeras once horas de viaje llegué a un pueblo -dijo José-. Allá me estaban esperando, me quedé en una casa en un barrio de Florencia. Ahí me dijeron que tenía que esperar hasta el otro día porque en la mañana nos recogían para llevarnos a donde estaban ellos. - ¿Cómo así? -preguntó Simón sin ocultar su asombro- ¿Fueron más de 11 horas de viaje? José Marco, lleno de recuerdos, sonrió. “Colombia es


muy grande” fue todo lo que dijo antes de continuar con su relato. Le contó a Simón que ese día salió a caminar por aquella ciudad, que a diferencia de todas las que había conocido no tenía en su plaza central una iglesia producto de su tardía colonización; se dispuso a comprar algunas cosas que le habían sugerido llevar: repelente, bloqueador, botas de caucho, para él y para Juliana. Esa noche los dos casi no pudieron dormir, había muchas cosas que aún no sabían sobre el viaje que les esperaba. Sólo les dijeron que lo recogerían muy temprano, casi de madrugada, y que el viaje sería largo. Poco después de las cuatro de la mañana golpearon la puerta del cuarto donde se estaban quedando, pasó la noche. Ya lo habían preparado todo. Al salir de allí vieron frente a la casa una pequeña van parqueada; acomodaron su equipaje en la parte superior del vehículo, José se sentó junto a la persona que lo había recibido el día anterior; era su contacto, se llamaba Javier. José lo veía como un guía. Durante la primera media hora del trayecto nadie pronunció palabra. Le preocupaba que su manera de hablar hiciera evidente que venía de la ciudad y temía que ese descubrimiento estuviera acompañado de preguntas difíciles de responder; así que se limitó a escuchar y analizar, su intención era descubrir si había alguna relación entre los demás pasajeros y Javier -la persona que le acompañaba- e intentaba descubrir si todos tenían el mismo destino. Para su fortuna o desdicha pronto José y Juliana descubrieron que no había relación con los demás pasajeros. Iban nerviosos, sobre todo él; no quería levantar ninguna sospecha y por eso le sorprendió que Javier, quizás movido por el aburrimiento, empezara a hacer preguntas: que cómo había estado el viaje, que cuánto había tardado, que cómo estaba la carretera, que si hacía mucho frío en Bogotá. José Marco le respondía e intentaba hacer cualquier comentario o pregunta relacionada con los temas que Javier ponía


sobre la mesa; aunque no dejaba de lado su prevención así que sus respuestas eran más bien cortas. Pasadas unas cuantas horas, llegaron a un pequeño pueblo. Allí, para su sorpresa, se bajaron con todo y equipaje. “Hay que esperar”, le dijo Javier y en seguida los invitó a tomarse un tinto. Terminaron por esperar más de una hora. Eran ya más de las 7:30 de la mañana cuando llegó otro carro; una camioneta 4X4 llena de barro. Acomodaron el equipaje y subieron. Dentro de la camioneta había más pasajeros, José notó que el saludo fue mucho más cordial; algunos de ellos inclusive abrazaron a Javier. Se acomodaron como pudieron; a la parte superior de este vehículo no le cabía más equipaje así que llevaban varias maletas con ellos dentro de la camioneta. Los dos sintieron un poco más de confianza. No tardaron mucho en suponer. Llegaron casi a las 8 de la noche, más de cuatro horas ya habían pasado. Todos coincidieron en que la demora había sido excesiva y todos dieron la misma explicación: el deterioro de la carretera. José Marco se percató del estado de la caja que tenía bajo su custodia; la caja estaba rasgada, sucia y deformada. Miró a Javier con preocupación, pero se tranquilizó cuando este le dijo que “lo importante no era la caja”. Al bajar se enteró que la caja que en un principio tanto le incomodó y por la cual había perdido todo interés estaba llena de medicinas. Bajando el equipaje se percató de la causa de otra de sus incomodidades; lo que ocupaba el techo del carro era una planta de energía solar o al menos algunas de sus partes. Éstos fueron sus primeros choques; José Marco entendió que sus preocupaciones, dolores y mal genio eran insignificantes, ante lo que deberían vivir las gentes de por ahí, para traer los mínimos vitales que tan al alcance de la mano están en la ciudad.


Llegaron a una finca; la casa era de dos pisos, por la oscuridad de la noche José no pudo ver mucho de lo que la rodeaba. El piso era de madera por lo que debían quitarse las botas, botas que se había puesto la primera vez que el carro se atascó en el lodo de la carretera y tuvieron que bajarse para poderlo sacar. -Yo estaba recostado en una baranda viendo el cielo, mientras Juliana se recostó en una silla que estaba en la entrada de la casa; la luna estaba hermosa y el cielo estaba repleto de estrellas. Si usted lo viera Simón; me quedé embobado mirando hacia arriba, tanto que recordé que cuando estaba pequeño y le escuché no sé a quién que las estrellas estaban muertas yo no podía entender cómo algo que brillara tanto estuviera muerto- le dijo José a Simón. -Pero usted llegó todo inspirado de por allá ¿no? -Le respondió este-. En ese momento José se sintió avergonzado; le parecían cursis sus palabras y estaba sorprendido de que Simón, pese a la pequeña burla, comprendiera la importancia de lo que estaba escuchando. Para José sus palabras eran símbolo de lo importante que había sido aquel viaje para su vida; tan importante que todo detalle, por insignificante que pareciera, para él era trascendental. -Estaba en esas -continuó José-, cuando llegó una muchacha a ofrecerme tinto; su nombre era Ana. La cabeza de José se llenó de imágenes; no sólo el recuerdo de la finca, de las personas que la habitaban y en particular el de Ana pasaban por su mente, ese primer encuentro lo hizo comprender que no estaban de paseo. Se percató del lugar en el que se encontraba, de que estaba rodeado de la guerra; de quienes la habían peleado, de quienes la habían sufrido, de la tierra regada con la sangre derramada.


A partir de ese momento cada cosa que José hizo en ese viaje la hizo con una sensación de gravedad, asumiendo que la historia corría a través de cada pequeña acción de miles de personas anónimas; que las bases de una nueva sociedad estaban en terrenos apartados a los que aún era difícil acceder por el barro en las carreteras. -¿Ana era una guerrillera? - Fue lo primero que preguntó Simón cuando escuchó que un nuevo personaje irrumpía en la narración de su amigo. -No, ella era militante del partido clandestino de las FARC, colaboraba en lo que podía, era campesina y a hora que lo dice, supongo que su nombre no era Ana, tal vez había llegado allí unas horas antes que nosotros. Simón pregunto porque pensaba que ese no era su nombre real, a lo que José le respondió - por cosas de la mística no podíamos saber nuestros nombres; como si eso nos hubiera impedido conocer nuestras vidas, así no se deba uno siempre termina llevándose algo de allá. -¿Y por qué les tocaba cambiarse el nombre si ustedes no eran guerrilleros y ella tampoco? - Preguntó Simón. -Por seguridad hombre; imagínese que me la cruzara ahorita y me dijera: “¿Qué más José Marco, se acuerda de mí? ¡Yo fui la que lo llevó a donde la guerrilla!” Aunque no lo sintiéramos así, la guerra seguía viva, esperando a quien alcanzaba a llevarse. Le contó a su amigo que Ana había llegado allí a recibir y atender a los recién llegados. Se suponía que estarían en aquel lugar sólo unos minutos, mientras los recogían para llevarlos al campamento, pero por la hora de llegada y la dificultad en los caminos pasaron casi un día entero allí.


Teníamos que esperar a que nos recogieran en cualquier momento, por eso siempre teníamos que estar listos con las maletas, estábamos allí en medio de la nada, yo no sabía dónde estaba, había claros, pero al lado se veía la profundidad de la mata, mientras esperábamos, Ana nos dijo que podíamos bañarnos en el caño. ¿El caño? Pregunto Simón, con cara de asombro. José soltó una carcajada, y le dijo a su amigo - lo sé, pensé lo mismo cuando me dijeron “por ahí baja el caño pa´ que se bañen”, de una se me vino el olor a mierda; pero no, allá el caño o molla es un pozo de agua pura, donde se bañan, lavan la ropa y se coge el agua para cocinar. Cuando se arma un campamento o se construye una casa en el campo es lo primero que se debe buscar, un caño que este cerca.

¿La finca era de Ana?, pregunto Simón. - no, la finca no era de ella, al principio lo pensé, pero cuando me senté a hablar con ella, me dijo que mucha gente de por ahí vive en arriendo o viven como mayordomos de la gente rica; ella estaba hay debido a tareas de su trabajo en el partido.

Ana era la segunda hija de su familia y tenía otros 5 hermanos hombres, no era ni la mayor, ni la menor, así que no había tenido mayor protagonismo en su familia; cuando era niña, siempre le había tocado trabajar en lo único que permitía esa zona miserable y pobre; sembrando coca, siempre con la incertidumbre de la fumigación sobre ella. Ana le confesó a José que había tenido la intención de irse con la guerrilla, pero decidió no hacerlo; no podía dejar a sus papás solos.

Dos de sus hermanos ya habían muerto luchando por la revolución, otros se habían ido muy lejos y no sabían nada de ellos y el último era un famoso miliciano del Bloque sur. En la guerra o a causa de ella todos sus hermanos se habían ido; su familia le había dado ya demasiado a la guerra,


no lo comprendía, habían entregado toda su familia; sin embargo, estaban dispuestos a dar más.

José se sintió miserable, él que estaba ahí por unos cuantos días y ya extrañaba hasta el aire de mi casa, que se sentía ofendido por haber tenido que pasar ocho horas sentado en una chiva por un camino horrible para llegar a esperar. Y ella seguía ahí… Tenía dos hijos, José no los conoció y no recordaba sus edades. El único dato que tenía presente es que estaban a punto de hacer su primera comunión; recordaba que Ana le dijo que los guerreros le habían dado para poder comprarles la ropa y organizar una pequeña celebración, porque estaban mal de plata, pues donde ella vivía habían fumigado hace poco y los dejaron sin nada, pero que tenía que ir a la ciudad a comprar las cosas, porque la carretera estaba muy mala y seguramente si lo encargaba no iba a llegar. A través de Ana, José supo lo que era vivir en medio del conflicto y ahora estaba tratando de transmitirle eso a Simón. Le habló, por ejemplo, de las fumigaciones, de la desesperación que se siente cuando sabía que en cinco minutos se echaba a perder lo que tanto trabajo le había costado; el sustento suyo, de sus padres y de sus hijos. Y, como si Ana hablara por medio de José, Simón conoció su historia, una de las tantas que tendría por contar.

Pocos días después de una fumigación estaba Ana sentada en la entrada de la casa de la finca donde vivía, ella era aún muy joven, pero como muchas mujeres del campo ya era mama de dos bebes. Sentada allí vio pasar a un guerrero; su nombre era Víctor, ya lo conocía hace un buen tiempo, aunque hacía un par de meses que no lo veía. Se alegró mucho de


verlo así que fue a saludarlo. Él la esperó bajo la sombra de un árbol grandísimo que desde pequeña siempre había estado en la entrada de la finca. Por esos días las visitas habían sido constantes, porque el campamento no se había movido, y pasado el mediodía venia Víctor a comprar la leche y a visitarla. El como todos los hombres de por ahí, la beso en la mejilla y soltó una serie de piropos coqueteándole, sabían que no iba a pasar de ahí, pero al parecer a los dos les gustaba molestarse. Él tenía que irse así que agarro camino, se despidieron. Ana no había perdido aún de vista a Víctor, que estaba por internarse en la mata, cuando empezó a escuchar unas ráfagas. Ana no sabía de dónde venían las ráfagas, no sabía qué había sido de Víctor; su reacción fue agarrar fuerte sus niños y apoyarse contra el árbol. Ella no estaba acostumbrada a tener miedo; había crecido en medio de la guerra, pero ese día estaba hay con sus niños, sabía que no podía correr.

El árbol tenía un hueco grande y allí se ocultó durante un par de horas aferrada a sus dos hijos, hasta que llegó un chulo -así le decía ella y los de la región a los militares y policías- que la saco de su refugio. Zarandeándola le preguntaba desesperado por la ubicación de los guerreros. “Dónde están esos hijueputas, dígame o me la llevo a usted”.

Ana miro al árbol con tranquilidad, no entiende como no le llegaron las balas. Y le dijo al soldado: “no sé, esta es mi finca, iba para el arrozal cuando empezaron a disparar”. Sus hijos lloraban y sin dar mayor importancia a la presencia de aquel soldado les dijo - “Nadie me va a llevar, no lloren, no lloren nunca”. El militar insistía - “Dígame, perra hijueputa; ¿por dónde se fueron esos hijueputas? Me dice o me la arrastro a usted”, le gritaba una y otra vez.


-¿Y se la llevaron? - Le preguntó Simón a José. -Yo… Yo no podría con todo eso; las balas, las amenazas, yo hubiera dicho de una que se llamaba Víctor. -Eso mismo pensé yo. Yo la miraba y no creía que en esa mujer que me hablaba de manera tímida existiera toda esa valentía – dijo José a manera de respuesta.- Pero ¿cómo salió de todo ese problema? – Preguntó Simón ansioso por saber el desenlace de la historia.

-¿Se acuerda que le dije que por esos días habían fumigado? Pues resulta que llegaron todos los vecinos, la agarraron a ella y a los niños y los metieron a la finca. Los militares no hicieron nada porque sabían que la gente estaba furiosa por lo de la fumigación. Y llegar y ver cómo ese soldado tenía a Ana y a los niños; la gente los saco. - ¿Y Víctor? – Interrumpió Simón. -Ana pensó que estaba muerto. Un par de días después se encontró con él; resulta que salió a correr y no mucho más adelante se encontró con otros guerreros. Por eso había durado tanto el combate.

-Una dura esa nena- Concluyó Simón. José al ver el interés de su amigo y emocionado por haber encontrado oídos atentos, dijo: “Y eso no es nada” la vida de Ana debería estar recogida en un libro, acto seguido le contó a su amigo una historia que a él cuando la escuchó, lo impresionó tanto como la que acababa de narrar. -Resulta que le estaban haciendo cacería a un duro del frente... Empezó José con el nuevo relato. José seguía en su empeño por referirle a Simón cada detalle, ya no de su experiencia sino de lo que le contara Ana. Le dijo a Simón que ese duro, era el comándate Jairo, responsable de la comisión de organización, el que había sido destacado por la guerrilla para hacer pedagogía de paz fue asesinando en plenos diálogos, después de volver


de La Habana Cuba, negociando con el gobierno, que lo mato mientras enseñaba a otros que era ese cuento de la paz. Jairo estaba enfermo de una pierna. Ya que Ana lo quería mucho había crecido viéndolo, se había convertido como en un padre para ella. Entre sus convicciones y cariños, ella se había ofrecido a tenerlo en su finca mientras iba el médico a atenderlo, aun cuando sabía el peligro que esto podría significar. De repente llegó una vecina corriendo y como los presentimientos no mienten al menos en esta región; entre la agitación y la angustia aquella señora preguntó si el comandante se encontraba en la finca de Ana y, al recibir una respuesta afirmativa le dijo a Ana: “¡Dígale que se vuele! Los chulos desembarcaron y vienen hacía acá, cuando yo los vi estaban ya bajando el filo”.

Las guerreras con las que él venía lo sacaron por la puerta de atrás y los muchachos que estaban de guardia se fueron a emboscar a los militares para hacerle tiempo al comandante. Y así fue como a unos cuarenta metros de la finca de Ana se armó la balacera. Simón no ocultó su sorpresa al saber que la historia hasta ahora empezaba.

Resulta que Ana no sabía que su papá se encontraba de camino con unos guerreros que le estaban ayudando a subir la remesa para la finca y los agarró de camino la balacera. Los muchachos tiraron al señor por el trillo y eso fue todo lo que se supo de él por varios días. Pasaron tres días, estaban buscándolo y nada que aparecía; ya lo habían dado por muerto y todo.

A los tres días apareció, resulta que cuando estaba corriendo le cayó un palo en la cabeza y se desmayó; cuando se despertó asustado siguió corriendo azorado por la idea de que el combate continuaba, no sabía cuánto


tiempo había pasado, cuando reacciono decidió esperar y asegurarse de que todo hubiese pasado y no lo fueron agarrar.

Como otras tantas veces Jairo se les había escapado y así termino su historia Ana. Ya se había hecho de noche Ana tenía que ir a servir la cena, cuando se levantó me quede mirando hacia la puerta y venían dos personas, traían un fusil terciado, los vi por primera vez, los vi.

Venían por mi Simón, venían por mí.


Una Cita con la historia Juliana acababa de volver de un largo viaje. Sin mucho que hacer de su vida pues al parecer el lugar de donde venía le agoto los lugares cotidianos. No tenía trabajo y conseguirlo se volvía cada vez una tarea más difícil de lograr. Después de dos meses sin mucho que hacer, dedicando su vida a la remembranza de aquellas vidas que dejo en la montaña, Juliana volvió a la universidad, decidió retornar a sus estudios, ante su incapacidad de conseguir un trabajo fijo y estable. Debía dedicarse a algo antes de seguir matando el tiempo tan reprochablemente, le pesaba su vida. Al fin, llego el día en el que tenía que ir a la universidad; así en ese momento tan poco esperado, tomo un bus que la llevara de nuevo a aquel lugar donde ya había desperdiciado cinco años de su vida y al cual tan voluntariamente pidió volver. El camino se le hizo demasiado largo. Después de haber pasado casi dos meses sin salir de su casa y haber estado otro tanto tiempo en la lejanía de la manigua, el tráfico de la ciudad se le aparecía como un duro golpe que la hacía más consiente de la nueva rutina que estaba a punto de comenzar.

Por fin, logro llegar, jadeante y cansada, pues hacia mucho no subía a la sede donde tendría que estudiar, se encontró con la portería y sus clásicos y malparidos celadores. Con una rutina que no cambiaba, la abordaron y le pidieron su identificación, tal vez en otro tiempo habría seguido derecho ignorando aquella petición, en un acto de pequeña rebeldía. Sin embargo, de la forma más cortes mostro su nuevo carnet, sonrió y siguió. Juliana, busco el salón 103, donde se haría la inducción de su carrera, para su grata sorpresa, el patético evento había culminado, así que no tendría


que presentarse, ni hablar de sus motivaciones, no tendría que mentir, pues aun no concebía contarle a un montón de extraños, que estaba hay porque no sabía qué hacer con su vida. Salió del edificio y fue a comprarse un café, se sentó en las gradas de la cancha donde los hombres jugaban futbol. De repente alguien la estrecho por la espalda, cuando giro su rostro encontró otro bastante conocido, bastante agradable, era Simón. Simón era una de las personas que más quería Juliana, se habían conocido en la universidad. Luego de un gran abrazo que solo se dan aquellos que guardan por mucho tiempo el deseo del reencuentro. Simón se sentó junto a ella, le dijo que hace poco había estado con José Marco y que la había extrañado mucho. Si, respondió Simón, tuvimos una conversación bastante larga, me conto muchas de las cosas que ustedes vivieron por allá, desde eso no los puedo recordar igual. Simón miro a Juliana con extrañeza al igual que con José Marco, sentía que no era la misma persona de la que se había hecho tan amigo. ¿Qué te pasa, y apropósito antes que nada qué haces aquí? Hace resto no venias a la U. Vuelvo a estudiar aquí, hoy era la inducción, pero afortunadamente llegue cuando se había terminado. No me preguntes que voy a estudiar ni porque, Simón, no quiero hablar de eso. Más bien dime ¿cómo te ha ido?, ¿ya casi terminas la carrera? Dijo ella. Pues tampoco quiero hablar de eso Juliana, Simón soltó una risa de vergüenza, sabes que eso nunca se debe preguntar. Por el resto de cosas he estado bien, respondió el. Se produjo un silencio, pero no de esos que resultan incomodos, más bien los dos trataban de adaptarse de nuevo el uno al otro.

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Paso tanto tiempo y cada uno quería conocer todo lo que se había perdido de la vida del otro. Sin embargo, Simón gano la palabra, José Marco lo había dejado con tantas ganas de conocer más, que Juliana seria quien tendría que satisfacer este vacío. Juli, dijo el, cuéntame por favor, ¿Cómo te fue por allá? Sabía que solo querías saber eso de mí, desgraciado, le respondió burlonamente Juliana.

No digas eso, antes que ella siguiera le replico Simón, no es que no me importe lo que has hecho después, pero no sabes esta ausencia que me ha dejado José después de lo poco que me conto, y hoy al verte, al sentirte tan distinta sé que tienes mucho que decirme. Si te reconforta, te puedo decir que yo en ese tiempo, seguí igual. Salía todos los viernes, a buscar alguna vieja con quien desahogarme. Leía poco, para las clases, mi promedio sigue igual y aun no sé cómo ni cuándo voy a graduarme. No cambie, sigo igual no como ustedes.

Juliana no respondió. Empezó a hablar como quien empieza a leer un libro desde la mitad. Sin explicar mucho, ni detenerse en los detalles, le dijo a Simón, que un día José la había llamado y le dijo que los esperaban en dos días en el Caquetá. Yo ya sabía para dónde íbamos así que no pregunte, aliste mi maleta y salí para el terminal. No te voy a contar ese viaje de mierda, porque me imagino que José te contaría lo indignadísimo que quedo. Llegamos a una finca donde una señora que se llamaba Ana. ¡Ana! interrumpió Simón, si yo la conozco, o bueno ya me contaron de ella. Si, dijo Juliana, él se hizo muy amiga de ella, yo apenas la distinguí.

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José estaba sentado afuera, cuando grito mi nombre ¡Juliana ven!, ¡llegaron!, me apresure a salir, cuando los vi, se me salió una lagrima, quede impresionada, estaba completamente admirada por ver a dos guerrilleros parados frente a mí con fusil, sus botas y el camuflado verde olivo.

Eran dos, una mujer, que para mi sorpresa era quien mandaba, era la dura, iba con un hombre, que venía de guardaespaldas, se llamaba Betsi, nos saludó con un fuerte apretón de manos, nos pidió que sacáramos todo de la casa lo más rápido, que debíamos llegar lo más pronto al campamento y que teníamos que arrancar ya. Así lo hicimos, pronto ya estábamos saliendo del ultimo lindero de la finca, caminando por la trocha, al principio no veía nada, pero pronto me fue fácil caminar con la luz de las estrellas, mis ojos se adaptaron a la penumbra, José se fue hablando con el Gato, así se llamaba el otro guerrillero y yo con Betsi, me dijo que primero pasaríamos por la tienda del caserío que necesitaba comprar algunas cosas y que luego cogeríamos camino, que no me preocupara que estábamos cerca.

Estábamos ya en el caserío y Betsi y yo entramos a la tienda, lo único que iluminaba aquel lugar era la luz de las velas, tenía unas cuantas vitrinas de vidrio y el resto eran escaparates de madera. Ella me llamo y me dijo, mire trajeron cosas nuevas. Con deleite me mostraba unos cuantos pendientes y maquillaje que estaban exhibidos, al ver su alegría, por tan reducido espectáculo, pronto me la imagine en un gran centro comercial y la genuina alegría que esto le causaría. Compro remesa, como se le dice al mercado guerrillero y se dio el gusto de regalarse un par de aretes y una tintura para retocar el falso rubio que lucía que no le quedaba nada mal.

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Los dueños de la tienda parecían quererla mucho, le preguntaban cómo iban las cosas del proceso de paz y le reiteraban cada cuanto que la guerrilla tenía todo el apoyo pasara lo que pasara. Y que, si finalmente la guerrilla se iba de por ahí, ellos se irían con ellos. Antes de salir, ella me pregunto si teníamos mecheras, ante mi ignorancia preferí responder que no y Betsi pidió dos encendedores con linterna, me los dio y me dijo que solo los usáramos cuando fuera muy necesario, nos dijo acuérdense que los únicos que estamos en cese de fuego somos nosotros. Estas palabras, me recordaron que estaba en la nada haciendo mi primera marcha guerrillera, que si el ejercito estaba por ahí no podría distinguirnos, que la guerra estaba aún viva y que al igual que a tantos otros, también a mí me podían matar. Seguimos el camino, cuando de repente aparecieron otros guerrilleros, todos saludaron a Betsi y a nosotros como si ya nos conocieran, ella pregunto si iban para el campamento y que si así era que nos diéramos prisa, que ya nos cogía la tarde. Pronto ya no éramos cuatro sino más de diez, nadie hablaba. Por lo que fue fácil escuchar el ruido de un carro que se acercaba. Cuando este estuvo frente a nosotros, lo pararon, era un señor dueño de una finca de por ahí y ella le dijo que si nos podía acercar. Él le respondió que eso no se preguntaba, que ella iría adelante con él y que el resto nos acomodarnos atrás. Nos montamos al platón y cuando arranco me sentí como aquellos soldados que parten de un sitio después de haber logrado una victoria. Todos de pie con el fusil, cansados de la marcha, del día, de la guerra. Al fin, tuvimos que bajarnos del camión, y coger camino por entre la mata. No caminamos más de diez minutos y ahí estaba el campamento donde viviríamos, imperceptible ante los ojos desprevenidos de los urbanos, una pequeña mancha de selva impenetrable, era el refugio de un campamento 31


guerrillero, era el nicho de muchachos y muchachas que para ese momento ya se estaban preparando para cumplir una cita con la historia que ellos mismos se habían agendado.

La guerrera nos dijo que el comandante no estaba, pero él ya sabía que estábamos aquí. Nos mostró la caleta donde dormiríamos. La caleta, la que fue mi casa por un tiempo que hoy en mi memoria parece eterno, era una construcción rustica, hecha con la madera que proporcionaba la mata, construido a gusto y talento del guerrero que fuera a descansar en ella. Las más básicas eran montículos de tierra lo suficientemente altos para proteger a sus dueños de los animales o de la lluvia, sostenidos por linderos de madera, se acolchonaba con hojas de distintos árboles y finalmente debía contar con cuatro puntos que permitan guindar el mosquitero y el caucho que la recubren. Otras caletas que dan cuenta a su vez del grado de entusiasmo con que fueron construidas, están dispuestas con mesas de estudio y percheros y hasta un espacio especialmente cavado para poner las botas de caucho después del día de trabajo. Simón, escuchando atento cada descripción hecha por Juliana, imaginaba cada espacio de aquella selva que albergo durante cincuenta y tres años a hombres y mujeres que hicieron de ella su trinchera y que hoy esto se iba convirtiendo en parte de la historia de la una nueva Colombia. Nos levantamos a las cinco de la mañana, continuo Juliana, aunque pensamos que habíamos madrugado lo suficiente, al salir de la caleta, para nuestra sorpresa, el campamento ya estaba en los avatares de la vida guerrillera, casi todos estaban en la formación, repartiéndose las tareas del día.

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Nos quedamos parados esperando a que esta terminara, escuchando como aquel espacio era usado para descargarse de todos los acontecimientos importantes que ocurrían en el campamento, la relación, la llaman los guerrilleros; al terminar se acercó Wilmer, el oficial de servicio, Betsi ya no estaba y no la volvimos a ver nunca más.

Wilmer nos dijo que el comandante ya había salido pero que ya podíamos empezar nuestro trabajo, nos explicó que el baño empezaba a las cuatro de la tarde y que antes que nada pasáramos a tomar el tinto de la mañana. Además, que estuviéramos pendientes de cuando churuquiaran para pasar a desayunar.

Antes de que Simón preguntara, Juliana ya había acercado su mano en forma de puño a su boca y hacia el sonido de estarla besando, pero este se agudizaba por la forma en la que se encontraba la mano, eso es churuquiar dijo ella, así se avisan las horas de la comida o cuando se necesita reunir a la gente, se llama así porque en aquella selva vive un mono que hace este sonido, el mono churuco; sin estar muy segura de que Simón alcanzara a imaginar cómo sonaría el denominado churuqueo prosiguió. Desayunamos, caldo, yuca y chocolate en proporciones bastante exageradas para quienes no hacemos nada durante todo el día, pronto me llegue a hastiar y no ser capaz aun de comer una astilla de yuca. Aunque el resto de comidas eran deliciosas a su manera, nunca se los dije a ellos por temor a parecer una pretensiosa y caprichosa niña de ciudad, sin embargo creo que se dieron cuenta que ya no soportaba la yuca y trataban de reemplazarla con huevo.

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José se fue a tomar un par de fotos y yo mientras tanto me quede con Víctor, mi amigo guerrillero, ella estallo en una risa de nostalgia que causaba tristeza, al sentir pesar por quien está lejos de su hogar. Sabes Simón, lo extraño mucho. Víctor sabe mucho de cine, cuando las tareas diarias lo dejaban pasábamos mucho tiempo hablando de las películas que había visto, y que lo primero que haría al salir seria ir al cine. Me dijo que su película favorita era el viento que agita la cebada, porque era como las FARC de por allá, tenía cuarenta y cinco años y había perdido casi la totalidad de su mano derecha pero aun podía disparar el fusil. Un día, en la época más dura de la guerra estábamos encampamentados por los lados del Putumayo, yo siempre he sido de este bloque, pero si me ha tocado cambiar mucho de frente. Ese día, sentí que me iba a morir. Estaba contándome como perdió su mano. Era de noche y estaban repartiendo las guardias me toco el tercer turno, así que me fui acostar rápido. Estaba en la caleta, cuando por el instinto que gana uno aquí, me tire a la trinchera. En menos de un pestañeo nos estaban bombardeando. Llegaron dos arpías y una marrana, son aviones de combate, esa nos descargó todo de una, los muchachos empezaron a dispararle para que se corriera y pudiéramos salir algunos. El bombardeo duro toda la noche. Cuando la marrana se fue que es la que tira las bombas, salimos corriendo, pero hay seguían las arpías, salimos al trillo, corríamos y hay la sentíamos detrás, yo me quede con otro muchacho. Uno se da cuenta que lo ubicaron por que marca un triángulo rojo donde uno esta, a mí me veían porque llevaba la coca de la comida amarrada al morral, cuando fui a soltarla me dieron en la mano.

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En ese instante no sentí el dolor, más bien un quemonaso, pero igual no tuve tiempo de reaccionar, porque hay volvió la marrana. Soltaron las bombas y para el piso, cuando bombardean hay que tirarse al piso sin poner el estómago en la tierra, con la boca abierta, porque si no la onda le estalla a uno los órganos. Las esquirlas mataron al muchacho con el que yo iba. Me desmaye. Cuando me desperté, estaba en recuperación, me hicieron dos operaciones y quedé con tres dedos, desde ahí no pude volver hacer orden público, pero aprendí a disparar por lo que aun puedo ser guerrillero. Para mi sorpresa, Víctor solo llevaba diez años en la guerrilla, lo digo solo porque su cara demostraba toda una vida en la selva, él me dice que antes fue miliciano y su familia no sabe que el lleva todos esos años por allá, de hecho, piensan que está muerto. Se divierte pensando en la cara que harán cuando lo vean llegar, cuando el proceso cuaje. Se fue por que ya estaba muy quemado, que para ellos significa que ya era evidente para todo el mundo que él trabajaba para las FARC, pero lo que fue definitivo para que él se fuera fue una acción en la que tuvo que participar. Iban hacer una emboscada a una inspección. Había un puente que debían tomar para poder hacer el asalto, el decidió participar ya que para llegar al punto los guerrilleros iban vestidos con ropas de civil. En la noche todos se acostaron alrededor del puente, esperando la hora oportuna. Víctor me cuenta que duraron ahí un día, ya estaban cansados y hambrientos, sin embargo, no se podían mover, porque orden es orden, cuando uno sale a pelear, todos se encontraban convencidos de la certeza de su misión. Cuando paso medio día más, mandaron a un muchacho a averiguar, cuando este se levantó, le dispararon y lo mataron. Pues el ejercito nos tenía emboscados hacia tres horas, la operación se había cancelado pero el muchacho que mandaron a avisar nunca llego, se perdió en el camino en 35


los placeres de las copas y las mujeres cuando se dio cuenta de lo que había hecho sintió tanto miedo y culpa que se fue, sin decir a nadie, no se sabe dónde fue a parar. Duramos hay todo ese tiempo sin que nadie supiera nada, hasta que un chulo bajo por el puente a chontiar y nos alcanzó a ver. Ahí ya estábamos más llevados. Víctor se río como si aquello se tratara de un juego en el que habían dado mucha papaya. Se armó la balacera nos volamos casi todos, y ahí ya ingresé, nunca me volví a salir. Ahí uno se da cuenta de la importancia de la disciplina, por culpa de ese muchacho nos mataron a tres guerreros ese día, y casi nos matan a todos. Víctor se tenía que ir, porque le había tocado la primera guardia, al otro día ya no estaba lo habían cambiado de escuadra, no me pude despedir de él. Pareciese que ustedes me estuvieran contando la misma historia, repetida en personas diferentes. Dijo Simón. Sin embargo, Juliana, ya no lo escuchaba, de nuevo estaba perdida en sus pensamientos, recordar a Víctor no le había hecho del todo bien. Simón, volvió a romper el silencio y le pregunto, Juliana tu que estuviste allá, ¿Qué piensan ellos de la paz? Juliana suspiro, pensó en porque quería estar allá, con los guerrilleros, viviendo una zozobra que para ella era segura, porque alguien tendría que dar la vida por ella si algo sucedía, porque le parecían heroicos los relatos de la guerra, aun cuando quienes se los contaban lo hacían para no recordar más, para imaginar que no eran ellos, para no sentir el miedo que produce morir por una causa, pero al fin y al cabo morir en manos de un monstro gigante que aplasta con crueldad, finalmente pensó que, solo añoramos lo que no vamos a vivir, esa guerra nos mataba a todos pero a unos los mataba más cruel, más lento, más duro.

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Le voy a decir algo que me dijo un guerrero allรก, los ojos que han contemplado esta guerra, son los que anhelan ver la paz.

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De la Selva y otros Amores. Su reloj marcaba las 5:00 pm, camino a la revista, José Marco en el éxtasis de recordar lo que se ama, decidió desviar su ya habitual recorrido, alguna absurda excusa tendría bajo la manga para zafar su responsabilidad en la oficina. De su iPhone llamó a Andrés y la cantina, testiga de tanta conspiración propia de quienes se niegan al no ser, sería el punto de encuentro que le permitiría desbordar ese nudo en la garganta somatizado del macartista y frívolo trabajo. Contar fragmentos de historias de aquella Nueva historia absuelta del enfermizo moralismo pequeño burgués se había convertido en la predilecta forma para desinhibirse; junto a una que otra cerveza que a veces rayaban con el límite de la sobriedad y se convertían en un desenfreno etílico terminando en ser de viernes a viernes parte de su historia. Su amigo Andrés un amante de la economía y la ciencia política, fascinado por el aura de las letras enardecidas de la academia. La música que sonaba en la cantina de aquel barrio que emanó popularmente entre los boscosos cerros orientales de Bogotá, dejo salir el melómano perse que llevaba adentro, en su mente era claro que José Marco yacía junto a una Poker en el recinto. Dicha cualidad, ese exquisito y desconocido gusto por la música era pregunta sin respuesta de la cual se valían Juliana, José Marco y Simón para reír cuando la ocasión lo permitía, acosta de Andrés. Un número no mayor a 20, eran los estudiantes universitarios que departían entre cervezas, shots de trago barato, cigarrillos y reggaetón. El ambiente enajenado de quienes en el alcohol y la dopamina del baile buscan olvidar sus desgracias impregnaba el lugar.

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José Marco movió su mentón hacia arriba, alzó su mano izquierda y entre la escaramuza bailable se dejó ver de Andrés, señaló una silla solitaria que acompañaba la mesa en la que estaba y aguardaba por su amigo para que este viniera; con sus dedos indicó a la vecina tenderá que sirviera dos cervezas para animar el encuentro. -Que mas José Marco, hace días no se dejaba ver- sonrío, abrazo fuertemente a Andrés y respondió – Llega tarde y ni siquiera merezco un qué pena, no podría esperar menos de usted- rio José; pero bueno, nunca se nos ha hecho tarde para sentarnos a hablar mierda un rato.

-Estuve hablando por ahí con Simón y Juliana, definitivamente hay mucho por revaluar supongo - con mesura interrogó Andrés, días atrás estuvo con sus amigos pensando en impulsar un nuevo proyecto de cinemateca distópica en Chapinero y los comentarios frente a las vicisitudes del viaje que habían realizado Juliana y José Marco aún sacudían la libreta de contactos necesarios entre otras cosas, para poder darle carta abierta a la propuesta.

-Jum, ay Andrés ni me lo recuerde, o por lo menos en esos términos, bastantes vídeos tengo en la revista para hacer turbias las polas. Pero si, tiene razón, también habrá que sacarle tiempo a esa joda... Oiga hablando del viaje, ¡Já!, me hizo acordar que allá abajo me encontré con una amiguita suya- . Perdido tres segundos en intensos recuerdos Andrés llevo la mirada a la etiqueta de la cerveza que rasgaba con dedos y uñas desde el momento en que fue puesta en la mesa. José Marco no supo si tal vez su comentario no había causado la gracia que pensó traería recordarle a Paola.

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El incómodo momento lo rompió una sonrisa de Andrés, tomando un sorbo de su cerveza -¿y eso? – Pese a no estar en los planes de aquel encuentro José Marco hizo mención a la historia que su mente había traído a colación -Ella compro los tiquetes de la línea que debía tomar cuando volví donde los muchachos y ahí me preguntó por usted, no alcance a responderle cuando me dijo que de pronto en vacaciones venía a visitarlo -Andrés miro a su amigo sorprendido por lo que este le decía, no comentó nada; entonces José marco entendió bien que su compañía no entraría en detalle sobre la intención por la cual Paola lo visitaría. Muy reservado había resultado ser Andrés en sus temas personales: pasiones, amoríos, hogar, ratos libres e incluso de donde se valía para tener trabajos disociados a sus inclinaciones profesionales, eran al igual que con la música interrogantes profundos para sus amigos. Paola era una jovencita de justos atributos caqueteños; cualquier sociólogo podía dar cuenta de cómo la economía de la coca que por años había movido el departamento había impregnado y casi que determinado la cultura de hombres y mujeres de este territorio. En la vida de pretensión y arribismo, motos, carrieles, cadenas, cuerpos femeninos voluptuosos donde el tamaño daba en el nivel de aceptación y relacionamiento social. Paola no hacía la diferencia, preocupada por verse bien y aceptada ante una cultura socioeconómica mafiosa víctima de la expresión más descompuesta del capitalismo: las drogas y el narcotráfico; cada accesorio de moda que llevaba puesto día a día caracterizaba sus motivaciones personales, ser una más de esas caqueteñas. Curiosamente era vecina del hijo de una familia que siempre tuvo relacionamiento con el movimiento guerrillero y este al hacerse amigo de ella le ofreció trabajar en tareas de oficina con una organización campesina

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legalmente constituida, poco o nada, consiente o no, ella se imaginaria donde terminaría con el paso de los días en la oficina. Ese vecino era Juan, otro joven, uno de 20. Su familia siempre había transpirado resistencia y rebeldía, era heredero de ese peso histórico en las tareas de organización de masas en conjunción con las FARC-EP, abnegado, él hacia los contactos y los relacionamientos políticos necesarios para la guerrilla. Su trabajo en la oficina siempre estuvo al margen de estas tareas, no podía poner al acostumbrado escarnio público del señalamiento y la estigmatización la organización campesina, tampoco podía poner en riesgo su vida ni la de quienes aportaban en este proceso. Sin embargo José Marco era de los que sabía que al ser el horizonte uno solo, los trabajos clandestinos, abiertos, legales o no, terminaban por entrecruzarse, en consecuencia él había conocido así a Paola, a quien Juan entre uno y otro cuento de utopías realizables la fue comprometiendo en tareas de propaganda para las FARC. Andrés, meses atrás, había asumido con mucho entusiasmo la tarea de realizar, con guerrilleros de base, un taller de compresión de lectura y arte para la memoria; de camino hacia la maraña en la chiva o mixto como ruralmente se le conoce, le presentaron a Paola, los dos mintieron sobre el destino y propósito de su viaje intentando negar su realización en la conspiración de la que ya hacían parte. Alrededor de 20 días pasarían para que la atracción que sintieron al verse no mintiera de la misma manera. De regreso, con su grano de arena aportado, ella en propaganda y el en cultura, se selló un vínculo que tal vez ninguno de los dos comprendía muy bien; los besos y gestos de satisfacción de tenerse el uno al otro habían quedado en la selva, al margen de lo que había significado hospedarse y participar de la vida guerrillera. José Marco no conocía de ante mano la

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historia, pero las palabras de Paola en el terminal, dotaron de sentido el mensaje que ahora le transmitía a Andrés. -¿Y no dijo nada más, no pregunto más por mí?- pregunto Andrés. No, nada, le mando fue saludes a Eduardo. -¿A Eduardo? ¿Quién es ese? ¿Algún civil?- la curiosidad de Andrés motivada por conocer cuál era el vínculo que había entre Paola y Eduardo, lejos estaba de los celos por no ser el protagonista de la historia, quería conocer más acerca del relato que José Marco se negaba a contar con prontitud.-Eduardo, el guerrero, ¿no se acuerda del man? Ni idea. No lo tengo presente, -Se acuerda que yo alcancé a pasar a saludarlo a usted a la casita donde se estaba quedando, pues el man que me acompañó, un guerrero jovencito, él es Eduardo. -No José, enserio no me acuerdo, replico Andrés. José le dijo - era un guerrero... –pensativo miro hacia el techo– ¡es severo guerrero! - afirmó con voz fuerte –venia de la Teófilo Forero, lo habían mandado a la unidad de organización política para que aprendiera propaganda, a leer bien y a expresarse mejor, para que se convirtiera en la cuota de reporteros que supongo yo, debe dar cada frente para los medios de comunicación que ya han empezado a moverse por Facebook y toda la vuelta.- ¿si venia de la Teófilo, me lo imagino, debe ser un tipo bravo para la pelea, debe dar miedo?, ¿no? -José se rio y le dijo, - no, más miedo doy yo- entre risas respondió y volvió a pedir otras cervezas. Andrés le hizo señas a su amigo de que aguardara, miro a la tendera y le pidió el favor que las trajera pero que las apuntara a cuenta de él, José marco sin poner reparo prosiguió -No marica, Eduardo es el ejemplo vivo de la ternura de los pueblos hecha rebeldía, no puedo mentir en decirle que siento nostalgia en recordar a

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personas tan valiosas, tan bonitas, enserio tan imprescindibles para la revolución... - ¿Pero porque tanta nostalgia José? -No me interrumpa. Él me contó que ingresó en el 2012, sus razones no se las pregunte, pero si me dijo lo feliz que se sentía de encontrar en sus compañeros guerrilleros una familia, que a pesar de la zozobra de la guerra de no saber hasta cuando se vive, se sentía muy seguro.

-Fuerte. ¿Pero igual el man estuvo en combates?- El asombro de Andrés quien levantaba sus cejas con la continuidad del relato se acentuaba. -No y si, tuvo que vivir dos bombardeos y fue ahí cuando me dijo lo seguro que se sentía, “la confianza que se debía tener hacia los mandos cuando ellos dicen que hay que moverse nunca debe ponerse en duda”, a pesar de que era un niño, bueno a nuestros ojos no, me dijo. -Tiene razón respondió con voz cabizbaja. –Sí, sí, sí José Marco, así es, la niñez no es para los niños pobres, eso sí es verdad, unos lloran porque quieren y otros lloran porque toca… –Andrés suspiro y prosiguió- Pero con indignarnos aquí no ganamos nada, sonrió, sígame contando-. -Sí, paila, es que Eduardo era eso, una persona frágil, sensible ante la emoción, ante la alegría y la tristeza, tal cual como lo es un niño. Su realidad se lo negó, le dijo no a una realidad distinta, su única opción de encontrar y hacer distinto eso que le negaron en la vida civil fue sumarse a las filas guerrilleras de las FARC. Con esto resumo todo, si él estaba seguro yo también lo estoy porque eso es lo que uno siente cuando está con ellos o ¿no?

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-Sí, sí, pero lo que no entiendo aún es como Paola resultó relacionada con él, si usted y yo sabemos cómo es la nena, aunque no, supongo que desde que conoció a la guerrilla algo cambiaría. -Pues marica de entender su papel histórico no sé, pero sí de ver a un hombre lejos de los desfasados estereotipos a los que estaba acostumbrada, entre esos usted- Entre risas Andrés se sonrojo y se retiró al baño que junto a los petacos de cerveza dejaba salir un añejo olor a orina y aprovechó para pedir otras dos cervezas, la anterior se la había tomado bastante rápido y en consecuencia ya estaba orinando. Cuando regresó a la mesa José marco continuo-¿y qué?.. Ah sí, pues yo creo que con la nena algo se ganó porque precisamente ella volvió a dar otro curso y duro como otros 20 días, ahí fue cuando pasó lo de Eduardo-. -Pero ella le contó a usted ahí en el terminal-. -No cuando ella me dijo que saludes a Eduardo, yo no chiste nada, pero pensé que era una de las primeras cosas que debía llegar a preguntarle a él mismo. Y más allá del chisme considere que podría tener buenos elementos para hacer de esta una crónica en la revista, apropósito tengo un desorden muy madre de notas y apuntes. -y como hizo entonces para preguntarle al guerrero sin que se viera imprudente, no sé, él podría pensar que a usted no debía importarle. -Pues cuando llegue pasaron algunos días para poder verme con él, estaba en otras tareas distintas a la unidad con la que me quede, después de unos días llegue a otro campamento lo más de bonito, habían sembrado piña, yuca y había una gallina con sus pollitos de lado a lado y además lo estaban adecuando para instalar ahí una emisora que tenía un muy buen radio de alcance. Él estaba con esa unidad, ah pues con el Paisa Eder. -Sí, sí, sí, de él si me acuerdo.

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-Lo primero que hice fue saludarlo, se alegró de verme y yo de una le solté la razón que le habían mandado, se puso rojo, rojo es rojo, y de una le pregunte, ¿oiga qué pasó con Paola?, lo veo bien Eduardo. Me dijo “este marco si es chismoso no, después le cuento bien con tiempo”,-¿y así fue? si, a los días yo me acorde y en un turno de guardia que el hacía fui y lo acompañé con la intención que soltara la lengua. - ¿y el man es como nosotros?, digo, ósea ¿igual de alto y eso? Eduardo igual de alto a nosotros sí es, pero su cuerpo muestra el peso de su vida, para que se haga una idea en su mente, Eduardo es tal cual ver la imagen de un mulato de esos que aparecen en los libros de Sociales –Eduardo era un caucano, zambo de test final entre indígena y palanquero, labios gruesos con pobladas cejas, un bozo delgado pero pronunciado, ancho de espalda y un cuerpo atlético, su forma de expresarse, como todo guerrillero era campesina– escucharlo era poder hablar con una persona que su maldad no va más allá de hacer una broma sana. Muy sana. José Marco recordó que fue justo allí, cuando pudo hacer que la historia de Eduardo y Paola fluyera. -¡Ah! Pues cuando veníamos de regreso una civil salió por la ventana y le grito “Chao, Eduardo” y le pico el ojo -Otro cuento del guerrero me imagino. -No Andrés, él no tiene sus mañas. Ambos rieron y pidieron una cerveza más, eran alrededor de las 8 y el lugar alcanzaba su máximo esplendor, se encontraba muy lleno, se escuchaba a una sola voz canciones de Kaleth Morales. Andrés entre un sorbo de cerveza y risas murmuraba la canción; atento estaba a lo que su amigo le contaba entre tanto ruido.

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Guacamayos

La nena que lo saludó era de la casa donde Eduardo y Paola se habían conocido. Era de una familia, todos eran del partido clandestino, ahí habían varias impresoras y un resto de cosas de propaganda. -¿Paola había hecho el curso allá? - interrogó y a la vez supuso Andrés. -Si, después de que estuvo con usted, bajo a los 15 o 20 días; ahí le enseño a toda una escuadra a diseñar y eso, a manejar Corel mejor dicho. Eduardo resulto ser uno de los mejores haciendo esa vaina. Ahí se conocieron. Intento, contarme en una guardia pero me dijo

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-“Marco yo estoy es haciendo guardia y si me pongo a hablar con usted, mañana me sacan a relación”, yo no dije nada y me devolví a la caleta a dormir, fue a los días de regreso que le cuento que veníamos del caserío que me contó, y eso porque la civil lo saludo-. No pasaron 8 días para que este guerrillero se dejara cautivar por lo exótica y llamativa que en medio de la selva amazónica resultaba Paola; a pesar de tener raíces campesinas en el verde olivo del sur de Colombia, para él, ella era esa mujer distante vista en televisores pequeños de antena DIRECTV que veía una que otra vez en la casa de los civiles. Paola para Eduardo era esa partecita que le recordaba que él pudo tener un destino distinto al de la guerra, pero que decididamente dijo transformar, no sólo para el sino para toda Colombia. Él sabía que más allá de lo propio que dijera el estatuto disciplinario con respecto a este tipo de relaciones, ella por todo lo demás era distinta. Su nobleza le hacía pensar que en estos casos el temor sería sinónimo de rechazo. -¿qué le dijo entonces?- preguntó Andrés; -pues que a él le había gustado mucho, no había tenido la oportunidad, desde que ingreso de tener una conversación con una vieja de ciudad. -Me imagino que su figura, la forma de expresarse, mejor dicho todo lo distinto a una mujer que se hace mujer en medio del trajín de las balas y las caletas, para que me entienda-. La música seguía sonando y la cerveza seguía bajando por su garganta -La cosa fue que Eduardo empezó a tener una traga que según el mismo, era una traga maluca, el creía dos cosas, una, que no iba a pasar nada serio y dos, que el repetía una y otra vez una frase que un mando le enseñó un día, “con el optimismo de la voluntad Mahoma llegó a la montaña”. -No pensé que esa frase hasta en el movimiento tuviera eco. -Sí, pues pa´que vea que fue eso lo que hizo que el chino se pusiera a la tarea día a día; disque le ayudaba a guindar, era el más piloso del curso, le lavaba el menaje, mejor dicho hasta al chonto la llevaba cargada. 47


-¿Y la civil de la casa que más tiene que ver en el rollo? -Pues Eduardo le confío todo a la nena y ella fue la que lo lleno de la confianza. Él le dijo que la profesora le gustaba, pero que él era guerrillero y ella una civil y que eso no podía ser, la nena dizque se echó a reír y le dijo –José Marco gozaba intentado simular ese acento entre llanero y huilense, singular de Caquetá, y esta vez no era una excepción - “oiga, usted si no parece revolucionario, no sea bobo, vea que ella ya se va en unos días, y ahí si como el cuento, el que no llora no mamá”. La nena se llamaba Diana creo, disque le dio resto de consejos para que se le declarara. -¿Y cómo hizo entonces para que no le llamara la atención el paisa por ponerse de casanova?- José Marco suspiro y acaricio con sus dedos cada detalle de la boca de su botella y respondió –dese cuenta Andrés cuanto tiene uno que aprender, el amor lo hizo obrar con la misma sinceridad que lo caracterizaba en todo, y aunque a mí no me gusta mucho esa frasecita cula, él estaba seguro que el amor lo haría vencer y entonces fue al grano. Un día les cogió la noche donde los civiles y ya. Se la canto al paisa-. - ¡Que va hacer! ¿Enserio? ¿Cómo fue eso? -Disque esos días había mucho que imprimir y como el campamento estaba tan retirado, ¡Hum! como a una hora, les cogió la noche y el paisa prefirió pasar la noche ahí con los muchachos, obviamente con las prevenciones de siempre. El caso fue que Eduardo le preguntó a esta muchacha Diana que hacer.

-¿Y ella que le dijo? -Pues que le hiciera. Y sacó de por allá adentro unos chocolates disque lo más de finos; de donde los sacaría la nena, ¿jum? no me pregunte, pero disque le dijo “háblele bonito y llévela lejos”. Ahora el problema era como le decía al paisa. Entonces lo que hizo fue esperar a que todos se fueran a dormir y antes de irse a prestar guardia despertó al paisa y se la soltó.

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El Paisa Eder, como le dicen, estaba a cargo de la escuadra de guerrilleros que recibían el curso de diseño y diagramación en CorelDraw, no provenía de Antioquia, tampoco llevaba ese característico acento, pero sus rasgos físicos no hacían dudar del porqué de su común calificativo en las FARC. Eduardo sesgado en aquella Paola, al destacarse, sabía que no había tarea en propaganda a cargo del paisa en la que no se contará con él. Palabra a palabra fue elaborada en un plan de acción y efecto desencadenado. Eran alrededor de las 2 de la madrugada. -Paisa… Camarada… ¿Lo despierto? –este dormía en un chinchorro improvisado que la señora de la casa le había acomodado en la sala del rancho, junto a una mesa y una silla con espaldar reclinable, ambos hechos totalmente de madera. -No señor, dígame Eduardo, que sería, no me diga que se durmieron en la guardia- Eduardo nerviosamente se rio y respondió -No señor, es que… A ver como le digo… -15 segundos de silencio pleno, absorto en la situación y desechando lo metódico que pensó ser, no tuvo más que decir- Me gusta la profesora- y pareció soltar el pitó de una olla presión -me gusta Paola- y volvió descansar su agitada respiración. -No pasa nada Eduardo, eso está bien, de hecho está muy bien, ¿usted sabe lo que dice el reglamento cierto?... Pero eso está bien mijo, eso es normal, usted está joven y eso a todos nos pasa. No señor, no se apene socio, que lo veo como… - el Paisa usó el lenguaje de señas que la luz de la luna entre siluetas le permitía expresar. Acostado movía su mano para indicar que lo veía regular ante la situación- póngase piloso, si ella no se molesta despiértela y aproveche la guardia para hablar un rato con ella mijito a ver que resulta, eso si no se me vaya a ilusionar, ni hacer falsas promesas que usted sabe que eso no, aproveche más bien el tiempo que ella esté acá con nosotros. Pero póngase piloso socio, ¡piloso!-

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Al parecer todo había sido más fácil de lo que imaginó, Eduardo sabía cómo era el paisa, jocoso, comprensivo, serio y claro con la norma; y así lo era, José Marco pensaba lo mismo, cuando se permitieron conocerse vio a un guerrillero que sabía organizar muy bien su tropa, no había queja de él, los 25 años que llevaba en la organización así lo decían. Ante esto la mente de Eduardo ya no se encontraba en ese escenario, ahora estaba en qué decirle a Paola, como toda una proeza de esas que se viven en el teatro de operaciones, sigiloso tocó la puerta, el medio minuto en que tardo ella en responder preguntando - ¿sí?, ¿que sería?- Eduardo sintió que el tiempo fue interminable. Mirando hacia el piso las primeras palabras fluyeron -soy yo, Eduardo. Paola abrió la puerta y quitándose la pereza de encima le interrogó - ¿usted que hace todavía por acá? yo pensé que se habían ido. La alegría de verla, de presenciar esa oportunidad con ese inexplicable fenómeno social, psicológico, y cultural con el que mujeres y hombres viven día a día: el amor; movió su corporalidad para tomarla con su mano derecha de la muñeca, mirarla a los ojos y decirle- póngase las botas, venga y vamos allí- ella no chistó, sonrió y lo miro, sin conocer el destino de donde la llevaría, con confianza aun sin razón tangible se sentó en la cama, se puso las botas y le respondió - vamos pues-. El por el temor oscilante y ella por ver en Eduardo que eso era justamente lo que este sentía, de sus bocas no salió acotación ni interrogante alguno. Cerca de 200 metros caminaron hasta una no tan grande roca sedimentaria camino a la molla que daba al frente del arbóreo punto de guardia. De forma mecánica ella se sentó, frente de ella estaba un joven guerrillero con el estómago lleno de mariposas, sus manos le sudaban, de arriba abajo lo vio más grande que de costumbre y expectante no sabía si ella debía dar inicio a una conversación incierta o él le daría la explicación 50


por la cual estaban allí. Cómplice de lo que su mente concluyó a una posible razón por la cual juntos estaban allí, ella no tolero más silencio, le miro a los ojos, frunció sus cejas hacia arriba y pregunto - ¿cuéntame Eduardo que hacemos aquí?-. Mirando sus botas de caucho, dejo descansar el fusil, nuevamente la tomó, esta vez por la mano y a pesar de lo incomodo de tomar a alguien con las palmas sudorosas, poco le importo y sonriendo como un niño con su cabeza le hizo señas de que viniera, sin soltarla aun de la mano se le acercó al odio y le murmuro –me gustas- posiblemente sin tutear muy bien, solo esto le bastó para soltar su mano y sacar del bolsillo de la pechera los chocolates que Diana le había dado, las palabras bonitas en las que ella tanto insistió su mente no las conectaba, ella con asombro los recibió y sin mirarlos a detalle los dejo sobre la roca, se levantó, inclino sus pies y tomo su rostro y lo beso intensamente, el fusil cayó sobre el pasto y se consumió el anhelo de lo lejano en Eduardo, esta noche se hacía realidad lo que tantas noches había soñado. Paola al besarlo agarraba y apretaba su espalda, sentía y quería sentirse segura en la oscura noche, el atendiendo a su deseo y naturaleza acaricio cada parte de su cuerpo y cuando pensó en ir más allá exclamo -perdonara lo atrevido profe- ella contemplo la sencillez de su hombre, le puso su índice sobre la boca, lo silenció y lo volvió a besar. Posiblemente ella pensó ir más lejos, el no. Para él fue suficiente, más aun al transcurrir 40 minutos y el no hacia la guardia como le correspondía. Ella por más que quiso que pasara, supo leer que más allá del deseo libidinoso por conocer el cuerpo de Eduardo, las dos palabras que le había dicho al oído eran para el más que suficientes. De modo tal que acaricio su frente con sus pulgares, de la misma forma en que él lo hizo, se dirigió a su oído y le dijo gracias; tomo su goliana, llevándose consigo esa partecita que le haría vivo el recuerdo al recostarse sobre su cama. Dio la espalda y se marchó, al dar menos de 5 pasos y con la mirada de Eduardo fija sobre su silueta, se escuchó -chao hablamos mañana-. 51


Paola el resto de la noche la paso pensando con la gorra sobre su pecho sobre lo sucedió, ella se preguntaba porque no dudo un segundo en ir con él, porque no dudó en besarlo, a su vez encontraba respuesta en recordar cómo era Eduardo, como era con ella, como era el en general. Este guerrero revivió en cada minuto de sus dos horas de guardia la forma en que ella lo besaba y una sola sonrisa lo acompaño en el turno, casi olvida el santo y seña al llegar el negro Carlos a relevarlo. Paola al ser una civil que venía hacer de profesora, no se hospedaba con ellos en el campamento, no existía confianza tal para permitirlo, a cambio pasaba sus noches como huésped en el campesino hogar rodeado de vacas y junto a un filo de montaña de mediano escarpe que conducía a una muy bien elaborada molla. En el bar, José Marco se seguía deleitando del sabor de la cerveza que junto a las otras empezaban a llenar la pequeña mesa, con el mismo agrado respondía a cada inquietud de su amigo. José Marco en una coladera de recuerdos intentó resumir lo más que pudo aquel fragmento de una historia que le movía distintas sensaciones, entre ellas la inexplicable conmoción que le produjo años atrás desnudar en su mente a Juliana, en consecuencia se emocionaba y Andrés era testigo de ello, del amor, del amor por las historias en las que ella también era protagonista. Por otro lado, Paola nunca imagino lo que pasaba por la mente de Eduardo. Las noches en la selva amazónica estrelladas no eran, pero la luna, a menos que hubiera tormenta, siempre era coqueta a la oscura superficie que a las 10 de la noche en el caserío y resto de ranchos aledaños apagaba sus luces de planta solar. Dormida ya y protegida por una fortaleza anti mosquitos: el toldillo, para Paola, cubierta por una ligera cobija, lo más extraño a romper su rutina de sueño y descanso eran los ladridos de Maico, el perro de la finca. Sin embargo esa noche sería distinta, esa noche un juego de todo, el paisaje, las palabras, los chocolates y la humanidad de Eduardo le removería su todo interno; quien

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pensó por más de media hora que decirle a su mando inmediato y como reponerse emocionalmente ante ello.

En el bar, el número de botellas sobre la mesa apuntaban a un viernes más de los ya habituales para José Marco, pronto serían las 10 y Andrés no negó su satisfacción en escuchar la historia de José Marco. -¿Y qué resulto entonces entre ese par? Pues nada, Paola como a los dos o 3 días se fue, por eso también el afán del pelado, pero no pasó nada más. Esos días transcurrieron normal, con la única novedad que ya no se veían con los mismos ojos. -Me imagino, si antes era especial con ella, no se pues como seria después de lo que paso. -Claro, ¡ja!- Él me dijo que había sido la mejor de sus guardias, lo triste fue que no se pudieron despedir, a él lo mandaron a una tarea con una comisión y cuando volvió ella ya había agarrado camino. Cuando me conto, creo que era más trágico para mí que para él. Obvio sabía que eso podía pasar. El que me dijo que a la nena le había dado como duro no despedirse de él fue Juan. Antes de devolverme- José Marco suspiro y desgraciada fue su realidad al recordar que ya no estaba allí. A Pesar de estar en guerra en la selva se ama, se ama a lo que se debe amar, a la humanidad; por eso estamos aquí, y para eso, solo necesitamos un decidido gesto.

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Glosario Fariano Caleta: Casita guerrillera formada por cuatro linderos, un plástico y un toldillo. La cama se encuentra hecha por un tumulto de tierra compactada y cubierta por hojas de árbol. Cada una era el fiel reflejo del alma del guerrero que la construía.

Churuqueo: Señal creada a partir del sonido hecho por el mono churuco para llamar a la guerrillerada. Esto evitada hacer ruidos extraños y delatantes como medida de seguridad en los momentos más difíciles de la guerra.

Economato: Alacena guerrillera, donde se depositaba toda la remesa de mes. Esta contenía toda la variedad del menú guerrillero. Administrada por el ecónomo quien era designado aleatoriamente para asegurar la formación de todos en el arte de la administración.

Piloso: Guerrero audaz, disciplinado, atento y diligente. Que aprende rápido nuevos oficios. Preparado para cada situación que se le presente.

Catear: Aprender algo por medio de la práctica.

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