A la Pelirroja de mi vida y al niño que nunca fui...
© Copyright 2013 Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio técnico, mecánico o electrónico sin previo permiso escrito por parte del autor. Editor: Gerardo Ortega Historia: Thomas Dueñas Diseño editorial: Thomas Dueñas Ilustraciones: Thomas Dueñas
Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha observado el cielo, y es en este cielo en el que se han plasmado sus mitos y leyendas en forma de constelaciones.
Dentro de estas constelaciones encontramos a los doce signos del Zodiaco, representado algunas de las historias que los antiguos griegos contaban.
Nuestra historia comienza cuando Aries, el signo del Zodiaco representado por un carnero, no encuentra su constelaci贸n, la busc贸 y busc贸 por todos lados: debajo de su cama, en sus cajones, entre su ropa y por el resto de su casa, pero no la encontr贸.
Es por ello que fue a ver a Tauro, signo del Zodiaco representado por un toro, quien estaba ejercitándose en el gimnasio y Aries preguntó: — Tauro, ¿has visto por casualidad mi constelación? — No pequeño, no le he visto –contestó Tauro– ¿La perdiste? — La he buscado por todas partes y no la encuentro. — ¿Ya preguntaste a los gemelos? –propuso Tauro. — ¡Buena idea! Iré a verlos –dijo Aries.
Así fue como Aries llegó a visitar a Géminis, la constelación representada por los gemelos quienes estaban jugando en un columpio. — Hola gemelos, ¿Han visto por aquí mi constelación? –saludó Aries. — ¿No la encuentras? –dijo la Gemela. — ¿No sabes dónde la dejaste? –preguntó el Gemelo. — No lo sé –contestó Aries un poco afligido. — ¿Ya buscaste en la playa? –dijo el Gemelo. — Cáncer ha encontrado algunas estrellas a la orilla del mar –le contó la Gemela. — ¡Entonces debo ir a la playa! –gritó Aries emocionado –¡Gracias Géminis!– y salió corriendo.
Y efectivamente, encontró a Cáncer, el signo del cangrejo, a la orilla de la playa recolectando estrellas. — Hola Cáncer, en tu búsqueda de estrellas, ¿has encontrado mi constelación? –preguntó Aries mientras hacía un castillo de arena. — Hmm, no, creo que no –contestó Cáncer mientras levantaba una estrella–, las únicas que he visto son algunas estrellas fugaces. Aries se sintió algo decepcionado. — Pero quizá Leo sepa algo, a lo mejor con su gran olfato la pueda localizar –dijo Cáncer. — Pues sí, a lo mejor… –contestó Aries sin mucho ánimo.
Encontró a Leo, el signo del Zodiaco representado por un león, trepado en un árbol. — Hola Leo –saludó Aries– resulta que perdí mi constelación, ¿la has visto? — ¡Yaawnn! –bostezó Leo– mmm… me parece que no, no la he visto. — ¡Oh! Pensé que sabrías algo, ya que tú te enteras de todo lo que sucede en tus dominios –replicó Aries. Dándole donde más le duele a Leo, en su orgullo, éste respondió: — No hay nada que pase por mis dominios que yo no sepa, y es por eso que te puedo decir que Cetus y Ofiuco se traen algo entre manos, quizá ellos te puedan ayudar, te sugiero que vayas a verlos.
Aries localizó a Cetus y Ofiuco como le dijo Leo, y les preguntó por su constelación, a lo que Ofiuco, el signo de la constelación del serpentario, contestó: — No, nosotros no la hemos visto, ¿verdad, Cetus? — ¡No, claro que no! –respondió exaltado Cetus, el signo de la constelación del monstruo marino. Ofiuco le hizo una mueca para que se calmara. — La verdad no sabemos dónde está. Aries se sintió decepcionado y se alejó de ahí triste. Por lo bajo Cetus y Ofiuco se reían del pequeño carnero.
Caminando por la playa, Aries se encontró con Virgo, tan bella cual Venus de Botticelli. — ¿Qué es lo que te pasa Aries? –preguntó Virgo al ver cabizbajo al pequeño carnero. — Es que no escuentro mi constelación, la he buscado por todas partes pero no doy con ella –contestó Aries. — Pues yo tampoco la he visto –siguió Virgo– pero seguro que Escorpión sabe, ella es muy chismosa. — Mmm… está bien, no pierdo nada con preguntarle –terminó Aries no muy animado.
Y tal como Virgo había dicho, Escorpión era una chica muy chismosa y comunicativa, tanto que Aries se enteró de un par de cosas muy interesantes. — ¿Sabías que Virgo es muy estirada? –empezó a decir Escorpión– Siempre quiere mantener el control de su vida y la de los demás. Aries no supo qué decir. — ¿Y sabías que Capricornio se las da de muy trabajador? –siguió Escorpión– siempre trabaje y trabaje, según que sin esfuerzo nada se logra en la existencia. El pequeño carnero seguía sin decir una sola palabra. — Ah, otra cosa, ¿sabías que no son doce signos del Zodiaco, sino catorce? – finalizó la chica. — ¿Catorce? –se extrañó Aries. — Sí Ofiuco y Cetus también pertenecen al Zodiaco, y hablando de ellos, escuché que habían robado una constelación… — ¡Es la mía! –se emocionó Aries, acto seguido salió corriendo en busca del par de bribones que le habían despojado de su constelación.
— ¡Ajá! –gritó Aries– ¡lo sabía! Ustedes robaron mi constelación, devuélvanmela ahora mismo –ordenó el pequeño carnero. Cetus y Ofiuco estaban sorprendidos por la acusación de Aries. — Como te dijimos antes, nosotros no lo tenemos –dijo Ofiuco– te lo juramos por nuestras constelaciones. Y Aries sabiendo que para cada uno de los signos su constelación es lo más importante y su razón de existir, les creyó y se fue sollozando.
Aries se sentó sobre un tronco a la orilla de un arroyuelo, y mientras gimoteaba y se lamentaba llegó Libra, el signo del Zodiaco más equilibrado, quien le preguntó: — ¿Qué te sucede Aries? ¿Por qué lloras? Aries le explicó la situación. — ¡Ashh! ¡qué descuidado eres! ¿cómo puedes perder algo tan importante? Aries, apenado sólo bajó la vista. — Bueno, ya ni llorar es bueno –siguió Libra– te sugiero que vayas a ver a Sagitario, su visión tan aguda quizá te ayude en algo.
Encontró a Sagitario, el signo del centauro, practicando tiro al blanco, se acercó, le tocó un hombro y por su culpa erró el tiro. — ¿Qué te pasa? –gritó Sagitario– por tu culpa no le atiné al blanco. — Perdón –se disculpó Aries– no fue mi intención. — Pues ya qué –refunfuñó el centauro. — Sólo quería preguntarte si habías visto mi constelación, creo que la extravié –dijo Aries un tanto apenado. Sagitario se detuvo un momento a pensar. — Lamento decirte que no la he visto, pero Capricornio desde los altos riscos en que vive, comentó que vio una gran agitación en el mar hacer un par de días. Aries que venía sin mucha esperanza dijo: — Gracias iré a verlo aunque dudo mucho que Capricornio pueda ayudarme.
En el camino Aries se sintió muy triste por no encontrar su constelación y se sentó en una roca a pensar dónde la pudo haber dejado. En eso estaba cuando pasó por ahí Acuario, que se dirigía al río a llenar su cántaro, lo vio apesadumbrado y le preguntó a Aries por qué estaba así. El pequeño carnero le explicó su situación y Acuario le animó a seguir con su búsqueda que no se desesperara que seguramente encontraría su constelación. Aries se sintió un poco reconfortado y siguió su camino a ver a Capricornio.
Tardó un poco en subir el escarpado risco en el que se encontraba Capricornio, el signo del Zodiaco representado por una cabra. — Sé por qué estás aquí –le saludó Capricornio– nadie mira el cielo con tanta atención como yo, noté que tu constelación desapareció, pero lo más importante es que la última vez que supe de ella desapareció cerca de Piscis –continuó. — ¿En serio? –preguntó Aries–¿crees que ella sepa dónde está mi constelación? — Estoy seguro que lo sabe –contestó Capricornio mientras Aries corría cuesta abajo con ánimos renovados.
— Claro que sé dónde se encuentra tu constelación –le dijo Piscis a Aries. — ¿Dónde? –dijo emocionado el pequeño carnero. — Dije que sé dónde se encuentra, más no que la recuperarías, ya que fue lanzada a la Fosa de las Marianas, la zona más profunda del océano, así que dudo mucho que puedas tenerla de regreso. La emoción de Aries se había desvanecido. — Ni yo que respiro bajo el agua –continuó Piscis– me atrevo a ir a esa zona, muchos peligros habitan ese lugar. Aries sintió un nudo en la garganta. — De todas formas lo intentaré –afirmó el carnero. — Aries, ¡ni siquiera sabes nadar replicó Piscis– ¡Todavía usas salvavidas! El pequeño carnero sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, por fin había encontrado su constelación, pero no la podría recuperar.
Aries, muy triste se fue a llorar su pena a un paraje desértico y yermo. Cetus y Ofiuco, que lo habían estado siguiendo, de pronto cayeron en cuenta del mal que habían hecho: ¡Le quitaron a un signo su constelación! La razón de ser de Aries y su esencia. De pronto, se sintieron muy mal.
— Cómo que le entreguemos su constelación a Aries? –le gritó Ofiuco a Cetus– ¿Después de todo lo que nos costó robarla? — Pero mírale, está muy triste –replicó Cetus. — ¡Nada! ¿Acaso ya olvidaste nuestros motivos? –le espetó Ofiuco– además ya es imposible recuperarla. — Eeehmm… no, pero… — ¡Pero nada! — ¡Muy bien! Yo recuperaré esa constelación, contigo o sin ti –se obstinó Cetus, y se fue dejando a Ofiuco muy enojado.
Cetus llegó a la fosa de las Marianas y se sumergió para recuperar la constelación de Aries. Duró un largo rato en llegar, pero no tuvo ningún contratiempo. La vio ahí sobre una roca redonda, y justo al tomarla, la roca se movió desvelando un enorme ojo. De pronto, todo alrededor comenzó a moverse, Cetus había despertado al Kraken, una bestia mitológica de enormes proporciones y largos tentáculos. Como pudo, se aferró a la constelación de Aries y nadó entre un mar de tentáculos, más rápido de lo que había hecho en toda su existencia. Justo cuando podía ver la superficie un tentáculo lo tomó por la cintura y todos sus esfuerzos de liberarse fueron inútiles. En el último instante y a punto de darse por vencido mientras era arrastrado al fondo del abismo, sintió que algo lo tomaba y lo jalaba hacia arriba, Ofiuco había llegado en su auxilio. Juntos, lograron escapar del kraken y ponerse a salvo.
Encontraron a Aries donde lo habían dejado. Ni Cetus ni Ofiuco se animaban a dar el primer paso, fue hasta que Aries se percató de su presencia que les gritó: — ¿Qué quieren? — Tranquilo… –empezó a decir Cetus. — ¡No! no puedo estar tranquilo después de lo que me hicieron –le interrumpió Aries enfrentándose a ellos de manera brusca. — Espera –dijo Ofiuco– tenemos algo que te pertenece –y acto seguido le mostraron al pequeño carnero su constelación. Aries se emocionó tanto que olvidó su enojo y de un salto arrebató a Ofiuco y Cetus su constelación.
— Perdónanos – dijo Cetus apenado –no queríamos hacerte ningún mal. — Pero, ¿por qué hacerlo? –preguntó Aries. — ¿Y lo preguntas? –empezó a decir Ofiuco– ustedes los signos del Zodiaco siempre se han llevado todo el crédito, y nosotros, que también merecíamos estar en él, fuimos hechos a un lado. — Sí, nos hacen menos y también somos importantes, sentimos un poco de envidia –dijo Cetus– por eso quisimos quitar tu constelación del cielo, para que nos hicieran espacio en el firmamento. — No queríamos causarte ningún daño –continuó Ofiuco.
— Pero chicos, ¡todas las constelaciones son importantes! –les dijo Aries ya calmado– cada uno cumple con una función o cuenta una historia, estamos aquí para guiar a los humanos y recordarles sus orígenes, para darles tranquilidad y contarles historias de generación en generación. Cetus y Ofiuco cada vez estaban más apenados. — Pertenecer al Zodiaco –prosiguió Aries– no nos hace mejores que los demás constelaciones, sólo que es el orden que se nos dio, así que no deben preocuparse por esas cosas, son importantes por lo que representan, por las historias que cuentan como cuerpos celestes. Cetus y Ofiuco levantaron la cabeza, se vieron entre sí, sonrieron y abrazaron a Aries. — Perdónanos –dijeron al unísono. — No hay nada que perdonar –respondió el pequeño carnero.
Y los tres personajes voltearon al firmamento y observaron todas las constelaciones visibles en la b贸veda celeste, incluyendo la constelaci贸n de Aries.
Aries, el signo del Zodiaco representado por un carnero, no encuentra su constelación, el alma y la parte más importante de cualquier signo, por ello, emprende un viaje visitando a los demás signos del Zodiaco. En el camino encontrará una serie de personajes que le ayudarán en su búsqueda y se dará cuenta que no nay constelaciones pequeñas.