TEATRO INDEPENDIENTE
Arte sin límites Por Yanina Fuggetta
Por fuera de la variada cartelera comercial y de la oferta que llega desde las salas oficiales, el teatro autogestivo pisa cada vez más fuerte en la Ciudad de Buenos Aires. Con una innumerable cantidad de propuestas, los espectadores puede encontrarse con una altísima y diversa calidad creativa en
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espacios escénicos no convencionales. Caminar por los alrededores de El Abasto un viernes por la noche implica observar largas colas de gente. Esperan en las puertas de las tanguerías, apostados junto a turistas extranjeros que ansían disfrutar de un argento espectáculo musical de tango. Aguardan para entrar a un bodegón a degustar el clásico asadito, vino tinto mediante, o también para paladear alguna obra de teatro off que ofrece ese circuito turístico. Cada vez son más las obras de teatro independiente que el público elige como una opción diferente al teatro comercial de la calle Corrientes y al oficial del Teatro Cervantes o el Centro Cultural San Martín. Las más de ochenta salas distribuidas en la ciudad de Buenos Aires devienen alternativas de lo más diversas para espectadores que hoy día se orientan a la calidad creativa y espacios escénicos no convencionales. No hay una definición exacta del teatro independiente, pero tal vez sí una explicación que arroja ARTEI, la Asociación Argentina de Teatro Independiente. Se trata
de una organización civil sin fines de lucro que busca la difusión e interacción entre los actores que integran esta actividad, donde priman las producciones de contenidos artísticos por sobre los comerciales en los lugares menos frecuentes: una sala puede funcionar en una casona, en una ex carpintería y hasta en un sótano. Además de ARTEI, existe otra entidad que luchó desde sus inicios por la protección legal de las salas, ya que para subsistir debían protagonizar largas diatribas con el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para su habilitación. Desde ESCENA, Espacios Escénicos Autónomos, un colectivo organizado nacido en 2010, el director y dramaturgo Martín Seijó detalla cómo se reunieron unas 20 salas que respondían a características similares de exhibición y difusión. Incluso armaron su propio festival de artes escénicas en 2011. “Con ayuda de Juan Manuel Beati, del Ministerio de Cultura del GCBA, y el apoyo unánime de la Comisión de Cultura de la Legislatura porteña, se sancionó la Ley
3707, que nos dio un poco de aire respecto de nuestro funcionamiento legal. Es decir, la ley fue el medio para desatar las potencias creativas de todos nuestros asociados”, cuenta Seijó en diálogo con El Cruce tras explicar que esta normativa legal les permite a los teatros trabajar con solo iniciar su trámite de habilitación. Sin embargo, ¿cómo funcionan estos espacios autogestionados? ¿Qué limitaciones y libertades tienen? Soledad Tester, Gabriela Irueta y Alejandra Carpineti tienen entre 24 y 25 años y son amigas desde hace tiempo. Sus semblantes transmiten juventud, entusiasmo y una multitud de proyectos que se intercalan entre sus diálogos. Estudiaron actuación en el teatro escuela Andamio 90 y Timbre Cuatro, y en 2010 adquirieron una vieja carpintería ubicada sobre la calle Jean Jaures al 800, a dos cuadras del Abasto Shopping. Después de seis meses de trabajos de reforma, el teatro comenzó con su programación ininterrumpida de jueves a domingo con “Nada del amor me produce envidia”, de Santiago Loza, y “Centésimo Mono”, de Osqui Guzmán. “El teatro under trasciende cada vez más. Hay espectadores de todo tipo, de todos los nivel etáreos. Desde estudiantes, público de 30 y 40 y hasta señoras paquetas que gustan del teatro. Además el hecho de elegir obras nos marca como artistas, tenemos libertad de hacer nuestras propias cosas en nuestro espacio”, reconocen las jóvenes y agregan que la solvencia económica se basa en la “sala llena” de cien espectadores ya que con los subsi-
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Andrea Garrote Foto: Luis Tenewicki
dios pueden cubrirse sólo un 15 por ciento de gastos. En el teatro Beckett del mismo barrio la situación es similar. Sobre la calle Guarda Vieja al 3500, en 2005 se levantaron estas dos salas de la mano del director y actor Miguel Guerberof -fallecido en 2007- y sus amigos. Eruditos en toda la obra de Samuel Beckett, desde un principio trabajaron con el montaje de espectáculos sobre sus textos para dar lugar luego a nuevos trabajos de dramaturgos nuevos argentinos y clásicos. Paulo Ricci se sumó al equipo en 2006 y actualmente está a cargo de la artística y la programación del teatro. Destaca como virtud de su teatro que desde un sus orígenes nunca hubo restricciones para recepcionar proyectos de autores de diversos géneros: “Si bien para la autogestión los momentos complicados son todos porque no tenés nada garantizado desde el vamos, sí tenés libertades que te permiten imaginar e ir armando el trabajo como querés”. “Tratamos de abrir el espacio a gente con trayectoria a la gente del circuito teatral en Buenos Aires que es muy importante y con eso tratar de armar una propuesta global que sea interesante, que le permita a la sala tener un nombre. Lo importante es sumar fuerzas y gente con ganas y proyectos, ser receptores de ellos y hacer lo
posible para que ellos crezcan también”, sostiene. Al igual que las chicas de “La Carpintería teatral”, Ricci coincide en que el principal sustento económico está en la taquilla y en la boletería. Las restricciones económicas que limitan la actividad, pero en esa dificultad reside la adrenalina de trabajar con la autogestión y así poder darle rienda suelta a la libertad creativa.
“El teatro tiene la necesidad de generar inquietudes” La relación de Andrea Garrote con los dispositivos teatrales siempre fue enriquecedora. Desde chica, disfrutaba de los juegos que no tenían regla. Para ella era como una suspensión de la moral establecida, algo similar a lo que le sucedió después con el teatro. Hoy, con 39 años, esta actriz, directora y dramaturga pisa fuerte sobre los escenarios argentinos e internacionales. Es que no sólo actuó en más de veinte obras, sino que también escribió y las dirigió combinando los tres roles: “Pocas veces los combiné, pero siempre fueron experiencias muy felices”, recuerda. La primera vez fue con Rafael Spregelburd, otro dramaturgo con quien fundó la compañía teatral “El patrón Vázquez”. Allí adaptaron una serie de cuentos del escritor estadounidense Raymond Carver, muy
poco explorado sobre las tablas hasta ese momento. Así llegó su paso por el Esportivo Teatral, un espacio de formación para actores y junto con ello sus propias creaciones, la sitcom “Mi señora es una espía”, en el extinto canal Ciudad Abierta, y las piezas teatrales “Todo”, y “Niños del Limbo”. Ahora se la puede ver como protagonista en 4D Óptico, en el Teatro Nacional Cervantes. -¿Cuál es la función del teatro? -Como docente, siempre es necesario que el teatro produzca motivadores, creatividad. Ni el teatro ni el arte tienen que dejarte un mensaje, sino que tienen que generarte preguntas más filosóficas sobre el tiempo, la muerte, el sistema de relaciones entre grupos. No debe producir respuestas. A veces estamos más llenos de mensajes que de cuestionamientos. El teatro siempre tiene la necesidad de generar inquietudes. -¿Y la de los dispositivos autogestionados? -El teatro independiente tiene necesidades. Es difícil manejar una sala, porque no siempre es fácil mantener un cierto nivel de ingresos, pero lo que sí es cierto es que día a día crecen los espacios con su público, hay gente que gusta de este tipo de teatro, y es un público variado. Lo bueno es mantener la vocación y no bajar la guardia.