Separata VIAJEROS DE RAJASTAN

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TITO DALMAU

v i a j e r o s de

rajastan introducci贸n

maka abraham

moska


VIAJEROS

DE

RA J A S T A N

Viajeros somos todos, desde que Adán burló las absurdas reglas que lo retenían en el Paraiso, se llamó a si mismo hombre, y echó a andar…y desde que Homero relató el heroico periplo de Odiseo como la metáfora suprema de la condición humana. Viajero es todo aquel que se desplaza hasta donde le lleva la vida, empujándole al encuentro con lo que le depara el azar. En esta colección de fotografías Tito Dalmau ha acotado un marco idóneo donde hacer aflorar los múltiples rostros del Viajero. Ese marco es el mundo de los que se desplazan en autobús a lo largo y ancho del Estado semidesértico de Rajastán, en el noroeste de la India. Las imágenes son el fruto de un sinfín de días y largas horas observando el constante ir y venir de pasajeros en la Estación Central de autobuses de Jaipur y en multitud de paradas de esa y de otras ciudades, así como en las de las diminutas aldeas junto a las polvorientas carreteras que comunican las poblaciones de ese vasto estado. Son el relato de la tenaz espera del fotógrafo inmerso a su vez en la espera de la marea humana que se traslada a bordo de esos destartalados vehículos repintados de colores, que en Rajastán son el medio más económico de recorrer largas distancias.

El tiempo se palpa en estas fotos como un elemento tangible, visible en todas las secuencias y circunstancias que rodean al hecho del viaje. Es un tiempo que no se mide en minutos como el nuestro, sino en heroicas eternidades grabadas en el gesto tranquilo que forma parte de la cultura. Se lee en la hermosa compostura, a pesar de la espera y el cansancio y el eterno no llegar, de quienes aguardan en la estación rodeados de niños y pesados fardos. En la India de estos viajeros el tiempo no corre. Camina al ritmo decoroso de las mujeres envueltas en vaporosos velos que suben a los autobuses sin empujar, y al de los ancianos que llevan escrita en su mirada la certeza de que tarde o temprano se llega a donde haya que llegar. Las ventanillas enmarcan cada rostro como si se tratase de un cuadro. Visto desde fuera cada viajero, sin saberlo, es ya un retrato. Aunque pueda parecerlo, no posan. Quienes miran directamente al fotógrafo le observan por pura curiosidad, y porque en la India la gente mira mucho y sin reparo al forastero, que está fuera de lugar en su mundo… o, sencillamente, porque entretenerse contemplando lo que pasa fuera es, desde siempre, parte del ritual de viajar. Lo cotidiano, lo sabido, queda en suspenso. Alguno hay que se sabe retratado, pero no se inmuta. Quién le está enfocando desde la calle está anclado en el paisaje que deja atrás, y su mirada no le toca. Es esa mirada desprotegida del viajero inmerso en la particular razón de su viaje, lo que permite


al fotógrafo apropiarse de su rostro. Salvo en casos muy contados, el que se dispone a viajar y el que se queda y le mira están en lados opuestos de una barrera insalvable. La instantánea es objetiva, pero el retrato es subjetivo. El fotógrafo no reproduce la realidad. La representa. Su mirada es selectiva. El fotógrafo juega con formas y luces y colores para condensar la esencia de lo que ha visto. Se sumerge en el caos de la realidad y atrapa instantes que transformará en imágenes que plasman lo que él ha podido o querido ver en ella. Es esa esencia lo que comunican los retratos. La sociedad india es probablemente la más compleja que existe hoy en el mundo. A la multitud de etnias, tribus y grupos lingüísticos que conviven desde hace milenios en ese vasto subcontinente, hay que sumar las diversas religiones y sectas que dividen y separan a amplios sectores de la población Y luego están todas las divisiones surgidas del hinduismo, la religión mayoritaria. Según normas compiladas en sus libros sagrados, los vedas, hace casi tres milenios, el hinduismo divide a las personas en castas inamovibles en las que los individuos y sus hijos, y los hijos de sus hijos, nacen y mueren. Las distintas castas, que tradicionalmente se corresponden con un oficio y son endogámicas, establecen normas y prohibiciones que obedecen a criterios de pureza y contaminación ritual. Pese a los su-

puestos esfuerzos de sucesivos gobiernos laicos de legislar en contra de las desigualdades que genera y cementa ese sistema de castas, la religión, que es lo mismo que decir la Tradición, ha diseñado siempre y sigue diseñando las vidas y el sentir de los indios. El hinduismo diseña las de los hindúes, lo mismo que el Islam las de los musulmanes, o el budismo y el jainismo las de sus seguidores. Todo lo dicho sobre la sociedad india es aún más cierto en el caso de Rajastán, la antigua Rajputana, que antes de la independencia y unificación de la India estaba repartida en pequeños reinos feudales que nunca fueron conquistados por los ejércitos del Imperio británico. La fiereza de los rajputa era legendaria, como lo es el orgullo con el que siguen apegados a sus tradiciones. Sea por ese orgullo ancestral, o porque hace relativamente poco tiempo que ha penetrado la siempre arrolladora influencia de Occidente en estas tierras, el caso es que la cultura material, en la que se reflejan como en un espejo sus tradiciones, es aquí más vibrante y llamativa que en otros lugares, sobre todo en lo que se refiere a la indumentaria que identifica a los individuos. El conjunto de estas fotografías permite sucesivos planos de lectura de esa realidad. Lo que a primera vista parece simplemente una colección de imágenes de rostros más o menos hermosos, más o menos enigmáticos, tal vez el retrato colectivo de un grupo culturalmente bastante homo-













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