Sabina y Bryce Dos señores conversan sobre mujeres y sexo.
Había amanecido un Madrid casi limeño, color panza de burro peruano del Perú (perdonen la tristeza). Por la tarde asomó un solecillo melancólico como mi estado de ánimo, en vísperas, maldición, de mi cuarenta y catorce cumpleaños. Días antes había estado en la incomodísima situación de pedigüeño epistolar con Alfredo Bryce: coincidimos una tarde con el director de Etiqueta Negra (la revista limeña) y, después de trasegarnos una botella de Etiqueta Negra (la escocesa), movido por mis ganas de agradar y mi natural celestinesco y componedor, me encontré ofreciéndome de chica para todo (you know, hacer algo por el Perú, arrimar el hombro para hacer posible que siga viva esa publicación ejemplar y heroica), y, lo más grave, con daños a terceros. Resumiendo, le escribí a Bryce: «¿Te dejarías entrevistar por el abajo firmante para Etiqueta Negra? Lo que quieren es una charla distendida (magnetófono mediante) entre tú y yo, si fuera posible sobre las mujeres en tu obra o tu obra y las mujeres o por tus obras te conocerán, o la puta que las parió conchesumadre, ya que se trata de un número especial dedicado al sexo. Imagino tu desesperación y hartazgo después de meses de recorrer todos los Corte Ingleses, radios, revistas, diarios y demás sevicias que tan planetario premio arrastra1. Yo viajaría a Barcelona o donde fuera menester el día y la hora que usted mande si es que Madrid te sigue provocando erisipela. (Si tú me dices ven, lo dejo todo). La revista ha de estar en la imprenta a finales de mes, o sea que el margen de tiempo es escaso. Dime que sí y lo hacemos ya. Dime que no, sin el menor problema y seguimos tan amigos. ¿Qué me dices?». Dijo que sí. Para celebrarlo, como habíamos acordado, llegó Alfredo Bryce a las cinco, con su maletita de ruedas y su look Martín Romaña. Después de un almuerzo bien libado y con larga sobremesa amical, como a él le gustan, entrevistado y entrevistador nos abrazamos como hacen los amigos que se quieren y se ven poco. Nos servimos un vodka con tónica (él) y un Etiqueta Negra, por supuesto (yo), y diecinueve tragos y quinientas risas más tarde, apoltronados en el sofá de mi departamento, pusimos a andar el play de la grabadora. [Sabina] Creo que eres el escritor menos machista que existe en nuestros países, y el que, de todas las estrategias posibles para seducir mujeres o lectores, dominas la más tierna: la de hacerte el tímido, el pobrecito. Y luego, cuando uno te conoce, no eres ni tímido ni pobrecito. ¿Cuál es el truco? [Bryce] Mi querido amigo, el truco es la ambigüedad, la ambigüedad, porque te podría yo dar una respuesta, que tal vez sea mía o de don Quijote de la Mancha, ya no me acuerdo, o puede ser tuya incluso, y a lo mejor es más tuya que mía. Todo nos pertenece a los seres de la desmesura y de la poesía en la vida cotidiana, y yo creo que en cosas de amores y de mujeres, los caballeros somos absolutamente amnésicos. No nos acordamos de nada. Ahora, llegar a este límite de amnesia también a las mujeres les preocupa ¿no? Porque les gustaría ser recordadas un poquito, sácame en la foto, ¿no? Que alguien se entere que yo fui. [Sabina] Sí, pero, las mujeres, contigo, de lo que se quejan –como le oí contar a una bien guapa cuyo nombre no diré– es de que no las saques en las novelas. Las que salen en las novelas no se quejan, ¿no? [Bryce] ¿Cómo se van a quejar? Siempre salen embellecidas y amando a un caballero que es un pobre diablo al lado de ellas. ¿Cómo se van a quejar?
[Sabina] Pero ese es el personaje, el pobre diablo. No pareces un pobre diablo. [Bryce] No, no soy un pobre diablo. Pobre diablo. [Sabina] Y has tenido suerte con las mujeres… [Bryce] He tenido muy mala suerte con las mujeres, te diría, Joaquín. Sinceramente, las he perdido a todas, a todas, una tras otra, pero realmente las junto a todas. [Sabina] Alardeas de que ellas no te han perdido a ti. [Bryce] Yo nunca dejaría a una mujer, nunca, Joaquín. Ha sido mi condición de señor. [Sabina] Y alguna vez has tenido una estrategia de la que ellas se quejan mucho, por ejemplo conmigo. Porque yo también digo que no las dejo, pero ellas dicen que hago lo posible para que me dejen antes de que… No sé si me explico. [Bryce] Profundamente. Creo que nos pasa exactamente lo mismo, que precipitamos la dejada como para no dejar, ¿no? Yo creo que, en el amor como en la guerra, ¡viva Cantinflas! [Sabina] ¡Y viva Piérola, carajo! [Bryce] Y basta de mujeres [ríe]. Porque no nos vamos a pasar la vida hablando de mujeres que han sido la cuarta parte de nuestra vida. [Sabina] ¿La cuarta? Eres muy generoso [ríe]. [Bryce] Hermano, lo mío siempre fue el despilfarro. [Sabina] No nos pongamos machistas que no les conviene a nuestras carreras. Porque las mujeres leen más que los hombres, dicen las últimas estadísticas. [Bryce] A mí las mujeres me leen un montón y no me entienden nada. Pero yo las adoro, y creo que el hecho de que la mujer sea lectora, a veces, quiere decirte que tú eres un héroe, que tú has contado tu vida. Por eso digo que no me entienden nada. Yo las entiendo a ellas, yo uso sus biografías, las que no vi nunca en mi vida, para escribir la grandeza de sus vidas, de vidas opacas, de vidas difíciles, de vidas duras. Aunque creo sinceramente que el hombre también lee novelas. Pero como en América Latina, por lo menos, los hombres son en un alto porcentaje maricones, no se atreven a leer novelas. [Sabina]
¿Cuándo dices maricones, quieres decir machistas de mierda? [Bryce] Machistas de mierda, por supuesto. No estoy agrediendo a nadie. Quiero decir machistas de mierda, hijos de puta. [Sabina] Yo digo igual: maricones, hijos de puta, machistas de mierda. [Bryce] Exactamente. Pero cuando tú ganas un premio, hermano, todos son felices. Cuando ganas un premio, cómo se divierten. Porque creen que el premio lo han ganado los hombres. ¡Lo han ganado las mujeres! [Sabina] La otra noche estaba aquí con amigos comunes que te quieren, y les conté los mails que me habías mandado. Les dije que eran maravillosos y que había algunas cosas que eran un secreto que yo debía guardar. Entonces oí una gran carcajada: «Esos son secretos –me dijeron– que le cuenta a todo el mundo, excepto uno: el hijo de puta nunca nos comentó que tenía novela acabada y que la había presentado al Planeta». Y entonces, contaron uno de tus mejores momentos, que es cuando saliste de la entrega del premio y te dijo no sé quién: «Alfredo, no nos habías contado esto, con lo bocazas que eres». Y tú te levantaste y bailaste y cantaste: «Soy una profesional, soy una profesional» [ríe]. [Bryce] Pues sí. Luego di una conferencia de prensa y confundí a Maruja Torres con la esposa del presidente Aznar. La vida es bonita, pues. La vida porque es una novela para intentar ganar un premio y lo ganas y es un premio, como le dije yo a estos señores de esta enooorrrme editorial Planeta, que son la mejor, tal vez, editorial profesional de venta de libros, de best seller, y qué se yo, de España. Les dije, ustedes no son una gran empresa, son un grupo de amigos para mí, y se pusieron nerviosísimos, nerviosísimos. Nos van a desemplear a todos por ser amigos de Bryce. [Sabina] A nosotros no nos llame amigos [ríe]. [Bryce] Que somos amigos de Bryce, ¿no? Pero creo que fue un lindo premio porque realmente me lo trabajé y me lo gané y honesto, que era honrado, que no se lo gana cualquiera. [Sabina] No sé si te lo trabajaste, pero sé que te lo merecías. Y no es verdad que cada vez tienes la más difícil. A mí me hicieron bromas muy crueles y me las siguen haciendo, pero ahora menos porque como estoy enfermo, ya me quieren más, ¿no? [Bryce] Ah, yo nací enfermo, ah. [Sabina] Cada vez tienes más difícil tu personaje de pobrecito, temblón, con miedo a mil enfermedades, con insomnio terrible, al que dejan las mujeres. Ahora eres un exitoso escritor a ambos lados del Atlántico. [Bryce]
Creo que tú y yo pertenecemos a la raza de los artistas. Otros pertenecen a la raza de los intelectuales, ¿no? Tú compones las canciones más bellas con los versos más bellos. Yo lo sé, los he oído, los he disfrutado, los he gozado. Yo compongo igual, novelas. No parten del intelecto, parten del corazón. Y, a veces incluso, de los cojones. Y llegamos a una relación maravillosa con el público. Sufrimos, ganamos, perdemos, nos levantamos de nuevo, nos enfermamos, cantamos de nuevo. [Sabina] Y no le debemos nada a nadie. [Bryce] A nadie, a nadie, a nadie. [Sabina] Eso me gusta decirlo. [Bryce] Me encanta que tú lo digas porque con tu guitarra eres maravilloso. Yo con mis libros, pues no, no, no puedo ser tan maravilloso, porque va por otro canal. Me dirijo de otra forma al público, pero yo quiero decirte, Joaquín: tú y yo somos artistas, y quemamos las copas, quemamos los vasos, quemamos la guitarra, quemamos todo, pero cuando se trata de trabajar, cuando se trata del rigor, nadie nos ha visto nunca, nadie. Tú y yo nunca mentimos, porque trabajamos todo el día. Siempre estamos pensando en la próxima canción, en el próximo verso en tu caso, y yo en la próxima novela. Siempre. Yo te conozco, en el sentido de que te quiero. Conocer es un cariño, y creo sinceramente que el artista en Latinoamérica es lo que quiere el público, y en España me doy cuenta que también. [Sabina] ¿Tú te sientes muy querido, no? Lo buscas y además lo dices a gritos, incluso en las novelas y en todos sitios. [Bryce] Quisiera ser querido y quisiera ser respetado, porque probablemente fui tan bohemio que creí que la gente no respetaba mi trabajo. No lo respetaron mis padres, que fueron banqueros. [Sabina] A estas alturas sí sabes que se te respeta, sabes que se te ama.
[Bryce] He cumplido con mi deber, Joaquín, es lo que te diría. No sé si se me ama o si se me detesta, pero cumplí con aquello. Yo creo que he cumplido porque tenía que ser, y que la gente que se opuso llegó a respetar y que la gente que no se opuso también llegó a respetar. [Sabina] Pero la pregunta es, ¿te sientes querido? [Bryce] Me siento querido, sí, Joaquín. [Sabina] Y metiendo el dedo en la llaga, y ya que hablamos para una revista del Perú, creo que te queda una heridita con el Perú. ¿Cuál es?
[Bryce] Pues que yo en el Perú he sido la persona más feliz del mundo, y un día decidí que eso se podía comparar con la felicidad universal. Quiero decir, volver ahí a vivir, a hacerte la casa de tus sueños, hecha por el amigo de tus sueños, y venirte a vivir tus sueños, con la mujer de tus sueños y a estar con las niñas de tus sueños. [Sabina] ¿Y qué pasó? [Bryce] ¡Que eché de menos Europa! [Sabina] ¿Y ahora echas de menos el Perú? [Bryce] Que no se puede dejar Europa, que te dio años de amor, de Joaquín Sabina. Si yo me hubiera quedado a vivir en Perú nunca te hubiera conocido. [Sabina] Yo te conocí en el Perú. [Bryce] Pero eso fue un chispazo de la suerte. Quiero decir que sin Europa no hubiera conocido a ningún cantante. Europa me dio todo lo que le dio Europa a un peruano. Europa me dio más que el Perú. Y yo me fui al Perú a dedicárselo al Perú, y se lo doy al Perú y se lo regalo de cuerpo entero, pero no me puedo lavar el amor de Europa con jabón. [Sabina] Europa es una tradición de los escritores peruanos. Hablo de Vargas Llosa, de Ribeyro y de cualquiera que se pueda nombrar. ¿Qué hay de diferente en tu caso? [Bryce] En mi caso, simplemente, haber sido el más prudente de todos. Me tiré veinte años de catedrático de universidad francesa. Viví la mediocridad, incluso, de la universidad francesa. Viví la grandeza de América frente a la mediocridad francesa. Viví la grandeza de España frente a la mediocridad. Fui un buen peruano. Trabajé. Fui puntual. Tú sabes que cuando me jubilé en la universidad de Montpellier, donde tuve tantos amigos franceses que adoré con el alma, no me dieron la medalla que yo esperaba que me dieran. [Sabina] ¿De verdad querías una medalla? [Bryce] Quería una medalla por haber sido el único profesor que nunca había faltado a una clase. [Sabina] ¡Qué maravilla! [Bryce] Nunca. Había estado incluso en un hospital, iba a dar mis clases en ambulancia con una enfermera que me tomaba la presión. [Sabina]
Y te enfada esa leyenda, que, por cierto, no es una leyenda contra Alfredo Bryce. A veces la difunden amigos de Alfredo Bryce que no conocen a Alfredo Bryce y que se sienten amigos, la de que te emborrachas. ¿Te enfada eso? [Bryce] No, ¿cómo me voy enfadar? [Sabina] Te enfada lo de que emborracharse es no cumplir, ¿no? Porque siempre cumpliste, ¿no? [Bryce] No. Como dijo algún día Julio Ramón Ribeyro, un escritor que yo tanto amé: «Alfredo es un bohemio con agenda». [Sabina] O la frase de Fernando Savater: «Yo soy un anarquista que respeta los semáforos». [Bryce] Exactamente. Yo he querido ser un universitario perfecto, y gané el premio al universitario perfecto en Francia. [Sabina] ¿Y qué juego de prestidigitación hizo Martín Romaña –que no es Alfredo Bryce pero que también es Alfredo Bryce– para vivir el incendio de mayo del 68, tener esos conflictos maravillosos con doña Inés del Alma Mía, ser acusado de oligarca sin dinero y de ser incapaz de comprender el futuro del hombre nuevo? No sé cuántos años después todos están donde están. Unos en la derecha liberal, otros en los premios nóbeles y Bryce es más amado por la izquierda que nunca. No sé si él lo diría, pero sí lo digo yo: ¿Bryce es más hombre de izquierdas que nunca, el que menos parecía de izquierdas? ¿Me explico la pregunta? [Bryce] Por la izquierda (aprendí yo, con dolor) se ganaba mucho. Y muchos ganaron dinero por la izquierda. Yo siempre fui un hombre con el corazón a la izquierda. No gané dinero. [Sabina] ¿Por qué ahora la gente que tiene un instinto para saber quiénes son los que están con ellos y quiénes no, a ti te consideran uno de los suyos cuando nunca pensaste serlo? [Bryce] Es que a mí me da, sin pensar en una sola persona, amar-gura y tristeza. Me daría incluso asco pensar cuántos de ellos, usando a la izquierda como pretexto, se hicieron ricos. Y yo, a quien la izquierda nunca consideró útil, cuando ya eran todos inútiles para ella, llegué a la izquierda gratis. [Sabina] ¿Sabes que hay cubanos, amigos de Cuba, gente con reticencias contra Cuba, gente que ha sufrido en Cuba y gente que se ha quitado un pedazo de corazón cubano que considera que el capítulo habanero de tus Antimemorias es lo más hermoso que se ha escrito nunca sobre Cuba? [Bryce] Por supuesto, mi querido Joaquín, yo tengo una razón, una prueba concreta que te podría decir: siempre que se hablaba mal de Cuba, los cubanos decían que eso lo había pagado la CIA y cada vez que había un libro a favor de Cuba se decía que lo había pagado el KGB.
[Sabina] Pero tú pisaste un terreno muy comprometido y nunca te manifestaste políticamente. Ni siquiera en ese texto. [Bryce] Cuando yo pisé un terreno de amor, se dieron cuenta de que Bryce no cobraba dinero de nadie. [Sabina] Y Ernesto Cardenal, ¿nunca te mandó a sus padrinos? [Bryce] No, Ernesto Cardenal era un pelotudo. ¿Por qué? Porque creía en Dios y él se creía Dios y hacía trampa en la cola del restaurante. Yo he sido buen revolucionario y, en vez de comer en los mejores restaurantes de París, donde yo había vivido, tenía que comer en unos restaurantes de porquería en Cuba, donde tenía que hacer cola. Y este místico se pasaba. [Sabina] Y a ti no te gusta que los místicos se cuelen en las colas. [Bryce] No, y sobre todo, lo que más detesto, es que ha resultado ser un tejano, y al tejano John Wayne yo le tengo un respeto, respeto a John Wayne. [Sabina] Hombre, ¡por favor! [Bryce] Pero que el místico me enseñe las nalgas y se me cuele en la cola, no. Perdóname, pero no. Y eso lo he contado y lo he escrito, y el místico tenía su costadito hijo de puta y a mí que no me digan tonterías. Lo he escrito, nos hemos vuelto a ver, y nadie me ha acusado. Porque no me pagó la CIA y no me pagó el KGB. Me pagó Jordi Herralde, un editor catalán. [Sabina] ¿Y si te hubieran hecho una oferta, el KGB o la CIA? Porque siempre he dicho que nunca me he vendido porque nadie ha querido comprarme. Nunca nadie me hizo una oferta. [Bryce] Hombre, tú y yo seríamos un… [Sabina] Un desastre de espías [se ríe]. [Bryce] O, a lo mejor, los mejores. Porque seríamos los más honestos, los más queridos, los más intuitivos, los más geniales. Pero Cuba para mí fue un amor al cual no renunciaré jamás, como es el Perú y como es España y como es todo. No renuncio a nada. Pero quiero decirte que lo de Cuba era una estupidez, lo de quererme comprar como ministro, de hacerme navegar con Fidel Castro. Fidel era una buena persona como individuo. Lo ponían en una tribuna y era un monstruo, un monstruo. [Sabina] Lo que tiene de común ese capítulo sobre Cuba de las Antimemorias con todos tus libros es que no hay buena historia sin mujer. También la hay en el capítulo cubano. Una de la que no
puedes decir lo que dices de todas las demás, que con todas te llevas bien, porque no la has vuelto a ver, ¿no? [Bryce] Chus Visor, nuestro común amigo, me da noticias de ella, y a ella le da noticias de mí. [Sabina] (Volviendo a ellas) Bryce tiene mucho que hablar sobre las mujeres y, que yo sepa, pertenece a una orden de caballería que no habla sobre sexo. En mi opinión, en tus novelas, lo más que dices de sexo es el colchón ese de Martín Romaña que estaba vencido en medio, ¿no? [Bryce] La hondonada. [Sabina] Esa hondonada maravillosa. Es decir, ¿qué les podemos decir a los lectores de Etiqueta Negra sobre sexo? [Bryce] Yo creo que podemos hacer una cosa muy bonita sobre el sexo y las mujeres de mi vida. [Sabina] Has sido siempre muy delicado y muy exquisito en ese terreno. A pesar de que escribías en un momento en el que la moda era, y sigue siendo, cada vez más, hablar de sexo. Y habías leído a Henry Miller, y habías leído a Bukowski, y a todo lo que había que leer. ¿Por qué en tus novelas eres tan delicado con eso? [Bryce] Porque ya que hubo un Henry Miller y todos estos transgresores sexuales, yo creo que la última trasgresión es el no sexo. El sentimentalismo puro, el amar, el sentir. [Sabina] En ese sentido se puede decir que eres, aunque parezca una absoluta cursilada, el último romántico. [Bryce] Pero yo creo que la novela latinoamericana en general tiende a tirar más para lo sentimental. [Sabina] Sí, pero no evaden el sexo. Tú sí. [Bryce] Yo sé cuáles fueron las mujeres de mis novelas, cuáles fueron las mujeres de mi vida, y sé cuánto sexo hubo y cuánto no hubo. Nunca hubo ningún sexo y siempre hubo todo el sexo del mundo. Es que realmente fue una delicia amar de esa manera, pero en mi novelística no quedará. Queda simplemente el recuerdo de la grandeza. Y decir que una persona se define solamente por el sexo es hablar muy poco de ella, ¿no? [Sabina] ¿Y no hablar de eso no es hablar demasiado poco? Es decir, yo creo que hay en tus novelas una voluntad previa y clara de que el sexo sólo sea amor. Te estoy hablando de un modo muy primario. [Bryce] El sexo es amor y el amor sin sexo no es nada.
[Sabina] Insisto en que lo tuyo se trata de una voluntad previa. Incluso cuando hay amor, hablas más del amor que del sexo, aunque esté implícito. Pero creo que en eso te diferencias de tus contemporáneos, incluido el cadete Vargas Llosa. [Bryce] Es que mis contemporáneos, querido Joaquín, han sido machos y machistas. Creo que fui el primero que si en algo me merezco un aplauso, aunque sea brevísimo. [Sabina] [Clap, clap, clap] [Bryce] Es en el hecho de que el sexo me da una ternura, una forma más de la ternura. Mis personajes se amaron, probablemente buscaban el sexo y cuando lo encontraron dijeron: «Ésta no va a ser la condición esencial, esta va a ser la condición sobrenatural, va a ser la mejor, la única». Pero no es lo que nos han enseñado culturalmente. [Sabina] Tu evasión del sexo es una decisión literaria. ¿Y la taberna y el burdel y el porno y la paja? [Bryce] Ahí fracasan todos mis personajes. Siempre han fracasado. [Sabina] Ni siquiera lo afrontan, ¿no? [Bryce] No, en mi primer libro de cuentos, en Huerto cerrado, hay un cuento que transcurre en un prostíbulo. No me acuerdo ahora cuál es su nombre. Y es el hombre que no puede hacer el amor con una puta porque no quiere que haya prostitución en el mundo. [Sabina] Ése es tu mundo, ¿no? [Bryce] Ése es mi mundo. Yo no quiero que haya prostitución en el mundo. Nunca consideré que tirarte a una chica de Lima era haberla mancillado. Creía que era haberla amado, nunca violado, ni nada. He sido un tipo con una gran suerte con el sexo, Joaquín, porque vine del Perú como un frustrado sexual. Todos los peruanos en los años sesenta éramos unos pésimos… [Sabina] Por no hablar de los españoles. [Bryce] Por no hablar de los españoles, como bien dices tú. Acabo de empezar a escribir un texto de mi primera metida de pata grande con Amalia Rodríguez. [Sabina] La maravillosa cantante portuguesa. [Bryce]
La maravillosa. Te digo, Joaquín, esa chica que yo vi en ese momento no existía. No existían. Las inventaba yo. [Sabina] ¿Y cuando tus amigotes se iban de farra y acababan en La Casa Verde con la Pies Dorados? [Bryce] Pero yo tenía una gran cultura del sexo, muchas veces no practicado. La cantidad de mujeres que del cine salieron para mi vida cotidiana, digámoslo así, y las que paseaban por las calles de Lima, que eran muy superiores a las de las películas. El sexo es el culpable, ¿no? [Sabina] Basta hablar de la Tiquitiquitín, ¿no? [Bryce] La Tiquitiquitín fue uno de esos personajes inmortales por los cuales yo hubiera querido vivir el resto de mi vida, el resto de mi vida. [Sabina] ¡Qué maravilla! [Bryce] La hubiera adorado, le hubiera dado de todo. [Sabina] ¿Te acuerdas de ella? [Bryce] Me acuerdo de ella perfectamente, me acuerdo de su defección en el momento en que se me quita y se declara prostituta, putita, no prostituta, puuutillita, menos que putita, ¿no? En ese momento yo pierdo una edad de maravilla. Me adoró en su momento. [Sabina] ¿Nunca has comprado sexo en el sentido en que todos lo comprábamos? [Bryce] Nunca pagué sexo. [Sabina] ¿Nunca quiere decir nunca? [Bryce] Nunca. Nunca en mi vida, por juramento, te lo digo. [Sabina] Y, vuelvo a decir, cuando iban los amigotes, ¿tú qué hacías? [Bryce] Me quedaba. Ya había sabido por una vez que fracasé, y me humillé, me humillé, sin humillación. La mujer no me gustaba. [Sabina] ¿Y respetas a las Magdalenas o no?
[Bryce] Yo soy una persona muy respetuosa. Pero, aquella vez, puedo decir que el pecado consistió en no haber pecado, en no haber humillado a una pobre mujer. No pude entregarle mi juventud. [Sabina] Para mí, ése es un maravilloso final de entrevista. Maravilloso. Es más, para ser mi primera entrevista, estoy muy emocionado.