LAS ÚLTIMAS LLUVIAS Tlatoani Ortiz
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ÍNDICE
Nunca habíamos estado tan lejos como esta mañana
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Días azules
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Nuestro destino es el rencor
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Un verano con Mónica
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Picnic con Isaac
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Sara
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El café donde estuvimos la última vez ya no existe
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Karla
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Habitación 111
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Maquillaje
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Si yo pudiera te protegería del mundo
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Debí ser una mantarraya
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Nunca habíamos estado tan lejos como esta mañana en que tu ausencia se ha coagulado y no sé a ciencia cierta si el rencor el desánimo la implacable desilusión caminan sobre la mesa como hormigas de azúcar entre las tazas del té. Estamos frente a frente y sin embargo no hay nada ya entre los dos, como un par de viajantes en un tren sin retorno que se miran sin hablar uno al lado de otro y el tren internándose en la noche y el olvido. ¿Cómo llegamos a esto? Cada mañana me derrumbo y las horas y el té del desayuno y tu ausencia y los recuerdos en la casa no me dejarán ser, desperdigados como copos de azúcar derramados sobre el mantel, y la miel ya reposada en el fondo de un frasco ámbar luce aburrida, densa y desabrida como yo que me derrumbo cada mañana frente al refrigerador y los recuerdos.
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Días azules 1
Hubo noches con sus días que curabas del olvido, sabías estremecer cada partícula de mi universo. Miraba desde lejos la luz de tu apartamento solitaria en la cuadra polvorienta del suburbio, y esa noche la vida transcurría como ajena, se coagulaba el tiempo a tu lado. Esperabas en la puerta, coloreabas de azul todos mis días y tu short brevísimo, temblé al suponer la fiereza de tus muslos. Entraste junto a mí tras esperarme, yo que sólo podía ofrecerte mis noches pero no mi vida ni mis sueños. Luego se empaña el recuerdo, todas son imágenes, escenas que se repiten y se repiten. Bastó una sincera toalla para crear la atmósfera, la luz roja de la lámpara bañando tu espalda justo como en el fragor de un sueño y cada vez que miraste el espejo recuerdo tu mirada en la mía, todo irreal. La brisa de la noche conmocionó tus pasos al cruzar la sala, el ronroneo del gato cuando le alimentaste, desnuda y tus dedos cálidos en su pescuezo, por instantes me encuentro bajo el derrumbe del recuerdo. A veces rememoro las gotas de agua en tu cabello,
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diminutas y húmedas perlas y tu pantaleta en el tubo junto a la regadera. Me devora el ensueño, la fresca tersura de tus labios, olor a nardos en la piel al volver a casa.
2 Mira, voy a tratar de poner por escrito las cosas que pensé hoy mientras recordaba tus palabras todavía cálidas y certeras de esas tardes en que el viento te hacía ponerte el suéter lila y el sillón era poco menos que un refugio contra el mundo. Pensaba cómo a pesar de lo insondable conocías la mejor manera de llegar al fondo de todo, y mi mundo se estremecía cuando tus razones entreveradas del furor de tu sexo y el hambre de amar sabían reconocer entre los dos coincidencias ineludibles. Nos gustaba pensar que era posible el amor eterno en esta vida, desentramar la metafísica de la soledad;
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eran sencillas las cosas en ese entonces. Habías pasado una temporada larga en el infierno y volviste radiante, eras luz, todo en ti era poesía, el cielo encendido de tu ser me devoraba. Escribíamos nuestros sueños con palabras compartidas, aún recuerdo eso, y todo parecía real, tan sólo fue el tiempo y nuestros sueños que dejaron de coincidir. Eso y el amor, que finalmente y a pesar de tanto siempre destruye todo lo que toca.
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Nuestro destino es el rencor
Observo las líneas de mis manos, el devenir del tiempo se hace difuso. Esperamos la tarde más luminosa para decir en voz alta lo que acaso murmuramos a veces con los bolsillos llenos de rencor. Desconfiamos de las lágrimas del otro, la sospecha es una visita indeseada que jamás se marcha y espero que este infortunio no permanezca más allá de estas palabras. Cada línea en mis palmas me dice tristeza, nuestros diálogos conforman soliloquiosque transcurren como las enyerbadas vías de un tren oxidado. Nuestro destino es el rencor, tú lo dijiste, y este roernos la conciencia nuestra charla. ¿Seremos siempre tan aburridos? No sabemos olvidar sino todo lo memorable.
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Un verano con Mónica En homenaje a la magnífica película de Bergman
Tú sabes, Mónica más de libertad que todos los que te miran y señalan con índice de fuego. El sol del verano se condensó en tu piel y mientras tanto tú te bañabas el alma desnuda bajo el cálido abrazo del susurro del océano. Era tu juventud un caballo al galope con sed de amar, tantas películas de romance y las horas en el trabajo no hacían más que darte la razón, habías perdido la inocencia mientras soñabas a la sombra de la primavera y el primer amor se resquebrajó como un cristal al que apedrean, desde adentro. Él nunca entendió que hablabas de amor aunque no dijeras nada y sólo fuera tu risa la que resonaba en los acantilados, y si el reflejo del agua, el brillo del sol en tu piel mientras tomabas su calor en cubierta se le implantaron como un mal en la memoria no lo entendió hasta mirarse solo en el espejo. Cuando tú ya estabas lejos. Cuando ya te habías llevado todos tus sueños
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hacia horizontes desconocidos se derrumbó la casa en tu ausencia. ¿Supiste eso alguna vez, Mónica? Tampoco te contaron la penumbra en que dejaste el camino para los que se quedaron atrás ¿Hay posibilidad de amar después de ti? Existen preguntas para las que ni siquiera tú posees la respuesta. Para ti son el mar y sus recuerdos, la luz de los bares, el humo de incontables cigarros, los fantasmas que merodean el corazón, la libertad esquiva. La mirada que nos arrebata del mundo y nos sumerge en ese mar de dudas, el breve calosfrío recorriendo la espalda. Para nosotros tu ausencia, el vivir imaginando lo posible, los qué pasaría, lo efímero del tiempo a tu lado las interrogantes que no sabemos resolver sin destruirnos y la playa de tus hombros bajo el sol del verano.
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Picnic con Isaac Recuerda, recuerda.
Subimos como a tientas. Nuestros pies resbalan en las rocas húmedas y la tierra arcillosa, rejuntamos briznas de pastos colorados, pelusas con las que juega el viento para arrojarlas un soplo de por medio al barranco allá abajo. La ciudad y su locura, su violencia sin tiempo se arremolinan, se han quedado a nuestros pies, tu silueta sobre el muro de ladrillos que bordea el mirador, contra el horizonte azulado, tu risa y tus canciones infantiles me cimbran el alma. Tomo una, dos fotografías (sé que te aburres pronto) y trato de guardar en mi memoria tus dientes macizos, el tronido de las papas que comemos en el picnic; nunca me supo tan dulce el jugo de mango. Me llevas detrás de tu andar, me platicas cosas de la infancia que yo ya he olvidado y admiro entre resoplidos tu charla inagotable
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mientras subimos por senderos que se esconden entre helechos. Nuestra casa, y la casa de tu madre son cubitos borrosos, lejanos ya entre la llovizna que se cierne y la tempestad que se avecina descargando su vientre de trueno en los cerros enanos. Corres alrededor del planetario, te persigo inútilmente. Te me pierdes unos segundos y siento la angustia como una piedra negra en mi pecho y te miro después, sonriente y sudoroso frotando tus manos con placer de verme salir con mi ansiedad de haberte perdido. Picnic mientras miramos como en un sueño la ciudad lejana. Descendemos luego, en cada barda encuentras una resbaladilla, las escaleras te parecen infinitas, al llegar a la carretera miramos una araña negra que sube por la pared de una vieja casa. La aplasto mientras te explico algo sobre el peligro. Tomamos el autobús de regreso, una llovizna tenue cae sobre las calles. Durante el camino te dormiste en mis brazos.
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Sara Desayunamos angustia al mediodía tristeza y cenamos desolación. Nos dejamos llevar por el flujo de los días y nuestros deseos hondas necesidades acerca del amor y el comprender nos fueron diluyendo, nos destruimos en este transcurrir, nos fuimos convirtiendo en lo que más odiábamos el uno del otro. ¿Cuántas mentiras fueron necesarias para llegar a esto? ¿Cuánto dolor aprendimos a ignorar? Sin retornos ahora somos dos desconocidos para tu paz y mi paz nos hemos regalado ausencia. Ya no nos queda nada por destruir.
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El café donde estuvimos la última vez ya no existe las cosas tienden a empeorar o a desaparecer. Fui ayer a recoger mis pasos y el asistente en la demolición me ha dicho que no hay más, que ese lugar donde tus ojos me hablaban del cielo y la tristeza, donde te leía los poemas de tu espalda, de tus labios de ultramar ya no existe. En esta época de crueles contradicciones buscamos a menudo refugio de nuestras propias incertidumbres, y buscando llegamos a ese café para contarnos frente a frente el caos de nuestras vidas, los vaivenes, vueltas, voladeros de cada camino nuestro tendido hacia el infinito. Té de manzana, agua mineral, café con doble ración de cafeína, sólo tu abrazo endulza el porvenir. El café ya no existe, sólo silencio y la blanca oscuridad de paredes desnudas, ya no hay abrazos ni charlas ni risas ni llanto escaleras arriba, tampoco los poemas a tu alma que tus ojos llovían, como mirando cada una de mis noches tras tu recuerdo; los obreros que lo demuelen no pudieron entender mi desolación. Bajo ese techo que habrá de caerse mañana te leí algunas palabras tristes, postales de mi viaje en la devoción de tu cadera,
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naufragios en el mar de tu mirada, algunas cartas que te hablan de los nudos que tu presencia desamarra. Hoy sólo tenemos paredes blancas, Mañana sólo el silencio.
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Karla Karla siempre anda acelerada y su violencia es igual a su tristeza, Karla siempre grita Karla quisiera estallar cuando sus nudillos aprietan sus sienes y tantas lágrimas se arremolinan bajo los párpados cerrados con furia, la misma furia de su miedo, la misma rabia de su soledad de mujer que tiene que nadar siempre a contra corriente. Karla no reprimas tu furia yo te amo con la misma intensidad, deja que venga el día a pesar del llanto olvida el dolor después. Nos hacemos tanto daño, Karla, siempre tenemos que destruirnos para poder hablar. La miro subir de prisa al coche que tantas tardes en esa oficina horrible le ha costado, el lugar frío donde Karla deja su juventud. El coche acelera al final de la calle todo en Karla es alteración. De noche Karla no grita cuando baja del coche. Sube la escalera apoyándose despacio, me huele en el cuarto y yo a ella en la escalera, siento el sabor del alcohol en su piel. De noche Karla es otra, se libera
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mientras bebe el último vaso de lo que sea que esté bebiendo y el amor me recorre la espalda cuando la miro descalzarse, todo en Karla es alteración. Se mete al baño y enciende un cigarro, escucho el canto alegre de su orina en el agua, desde el umbral me dice en susurros los últimos estertores de su miedo, la vorágine que la devora, su locura nocturna. La noche cae y sus labios contra los míos, ginebra y vino e incontables cigarros. Karla murmura mi nombre en la oscuridad. Yo vuelvo a ser en Karla, huracán que duerme a mi lado, tan sólo en sueños continúa su furor. Si es de mañana y su lado es ausencia adivino su melancolía en la ventana, cortinas al viento frío que recorre la ciudad, que desbarata el alma, Karla es entonces el silencio, la rutina que se agota de mirar el incierto porvenir. Nos miramos despacio, el café está en la mesa, su sonrisa no acierta a desdibujarse en el frío matinal. Nos besamos su lengua me traspasa su deseo me inunda me desborda su ser
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soy en ella me disuelvo Karla todo es intensidad en ti, mi amor, somos los dos alteración nos diluimos en nuestra locura Karla. Bésame, hazme el amor acurrúcame en tus manos soy un pájaro desquiciado estoy destrozado por dentro Karla estoy destrozado abrázame Karla destrúyeme luego abrazo tu oscuridad y todo lo que siento es amor.
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Habitación 111 En esa habitación nebulosa por tu calor y el mío éramos tan sólo dos seres queriendo hacer coincidir a como diera lugar los difíciles esquemas de nuestras propias enloquecidas soledades. Recostado en tu pecho, tu cabello una tempestad sobre la almohada, el tenue rumor del ventilador y el tráfago insomne de la avenida cercana; todo me parecía, en medio del placer algo irreal, o casi tanto como la tersa duna de tu espalda bajo el súbito rocío de la regadera en aquel baño, justo en aquel tiempo y sólo yo para secar despacio contigo mirándome siempre tus muslos de melocotón, los tiernos panes de tus rodillas. A solas, en esa habitación pretendíamos invocar al amor, con tal de no saciarnos tan sólo el hambre atrasada, la sed de sentirnos vivos, pero en cada arrebato y cada una de tus lascivas inolvidables
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intensas acometidas todo lo que sabía, todo el universo entero se diluía al contacto fresco de tus labios como llovizna.
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Maquillaje Las mujeres como tú se preocupan demasiado por verse hermosas, siempre hermosas al caminar cuando las miran y todo eso, a veces son tan bellas pero en ocasiones no puedes dejar de pensar que están posando siempre, que no pueden sonreír con naturalidad, que lo toman tan demasiado en serio que se convierte en el centro de todo. Cuando te contemplo en el espejo en ese momento justo en que no has terminado de maquillarte pero ya no eres esa tú sin maquillaje te miro sonreír y pienso que podrías derretirme a cualquier hora. El lápiz labial recorre el suave contorno de la O dulce de tu boca, te miro apenas, el rouge te sienta muy bien y tus ojos desarman todos mis esquemas. Completas el ciclo con un perfume tenue que colma la habitación con brisa de azahares, en este momento no hay futuro ni pasado, sólo tú frente al espejo y yo mirando, mirando cómo se hace la magia.
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Pero a pesar del rouge, de que perforas mi corazón con las espinas rimeladas de tus ojos, a pesar del perfume que revive las almas muertas te sigo prefiriendo en esos momentos en que no piensas ser hermosa, ni temes ser vista de mañana al levantarte o después de los innumerables insomnios. Te prefiero en el desayuno, y si se puede todavía en piyama. Te prefiero en la madrugada cuando el mundo tan sólo no cesa pero tu respiración a mi lado me dice que todo estará bien. Y te abrazo, te incrusto en mi pecho porque sé que aunque domas los más crueles demonios y amansas torvas fieras a veces necesitas incluso a alguien como yo que lo único que sé hacer bien es adorarte. Y te acerco a mí, me acerco a ti, y tu respiración a mi lado me calma, me calma.
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Si yo pudiera te protegería del mundo te protegería del asedio del dolor y la desesperación, guardaría para mí aún sin egoísmos todas tus lágrimas y tus pesares para ponerlos en la fría balanza de la vida y la desdicha y saber con todas sus cifras la dimensión de tu alma. Te ocultaría en mi pecho y sólo te mostraría cuando el amor nos alumbre desde el cielo como un pájaro que ha sido coronado emperador, y subiría contigo para saludar en un abrazo que nos consuma a los astros y los cometas. Me como tu dolor y lo eructo con mi boca negra de ogro malsano, mi cuerpo se ha convertido en la fosa donde arrojo a los muertos de mi miedo, mi cuerpo se ha convertido en el estandarte de la vergüenza y yo a tu lado donde tú eres la luz que devora a las tinieblas, donde tú eres la semilla del futuro, donde tú eres la voz que deshace las amarras del pasado donde tu ser labra el futuro con manos de sangre y porvenir, estamos solos siempre estaremos solos, compañeros del naufragio. Si yo pudiera te daría mi alma y mi sangre y mis manos, si yo supiera te daría mi fuerza y palabras que curaran al oído males de siglos, arrancaría las tristezas de sol a sol y nunca volvería a ser en ti el fango de la desesperanza. Guárdame tú del dolor del mundo, cúbreme bajo tus pestañas, libérame en tus muslos, en tu entraña.
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Debí ser una mantarraya surcando fantasmal los abismos azules o más bien un nido de avispones, un moscardón refulgiendo verde bajo el sol, debí ser un crótalo con fuego en las entrañas debí ser un pez un batracio abultado. En algún momento debí ser azul y no este blanco frío que me pulveriza el alma debí ser una hoja en la corriente, las flores del limonar que caen al arroyuelo.
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