Volumen 1, nº 47. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Fecha del boletín Noviembre 7 de 2008.
NOTAS (pfa) “La clave de la felicidad es no creerse investido de ningún derecho”, escribe la reina de Alan Bennett en su cuaderno de notas, una vez ha decidido comenzar a tomar apuntes a partir de sus lecturas. Que formidable paradoja. En los tiempos actuales pocos estarían dispuestos a suscribirla ocupados como estamos en reivindicar derechos, requerirlos, arrebatarlos, imponerlos, exigirlos; somos incapaces de notar la carga que imperceptiblemente nos imponen. *** Joe Gould(*): “...y una frase de Yeats hizo mella en mí: “La historia de una nación no está en los parlamentos ni en los campos de batalla , sino en lo que las gentes se dicen en días de fiesta y de trabajo, y en como cultivan, se pelean y van en peregrinación.” y de repente se me ocurrió la idea de la historia oral: me pasaría el resto de la vida recorriendo la ciudad, escuchando a la gente –sin su permiso, si hacía falta– y apuntando todo lo que a mí me pareciese revelador, por muy idiota, vulgar u obsceno que pudiera sonarles a otros. Mentalmente lo vi todo: conversaciones larguísimas y conversaciones breves y vivaces, conversaciones brillantes y conversaciones bobas, insultos, réplicas, comentarios groseros, retazos de discusiones, el parloteo de los borrachos y los locos, los ruegos de los pordioseros y los vagabundos, las proposiciones de las prostitutas, las peroratas de los charlatanes y los vendedores ambulantes …”. (*) “El secreto de Joe Gould”. Joseph Mitchell. Anagrama.
Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. libelulalibros@une.net.co - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO
ISSN 1909-0110
La colección del NYRB The New York Review of books y Alfaguara se han aliado para publicar en español algunos de los libros editados por la celebre revista norteamericana bajo la denominación de ―clásicos‖. Se trata de obras que ya no circulan en inglés, o que no han circulado en español, o lo han hecho en ediciones que, según los editores, deben revisarse. La calificación de clásicos probablemente no es la tradicional, pero conviene al salvamento o la recuperación de libros que sin importar su edad, o incluso su autor, merecen perdurar gracias a su originalidad, vigencia y gran nivel. La lista de autores y obras publicadas, por lo pronto en inglés, es diversa: Lowry, Svevo, Gadda, Mutis, Bioy Casares, Mandelstam, Tolstaya, Bernanos, Grossman, Wilson, Baker, Pasternak, Rilke, Hawthorne, Compton, Lichtenberg, etc., colección de la
que ahora Alfagura nos presenta apenas tres títulos. Como puede verse la lista es heterogénea, y esa es precisamente su gracia, no pretende el New York Review hacer creer que la literatura puede comprenderse o leerse como un conjunto de compartimentos históricos, sino como un único y gran universo en el cual la Señora Ivy se encuentra con el genial Lowry y este a su vez con el compuesto Gadda. No podemos esperar que Alfaguara publique todos los títulos del NYRB, algunos ya han sido publicados en español y otros son clásicos de nuestra lengua, pero sí conviene reclamar que la colección no se trunque apenas comenzando, y que en nuestro país circulen los libros con mayor profusión –el proyecto es del año 2007 y en Colombia apenas ahora comienza a circular-. La página web de Alfaguara no le da importancia al proyecto editorial, y al menos en Colombia el comercio de ejemplares es muy limitado, esos hechos permiten suponer una nueva desilusión. Si algo ha perjudicado nuestro desarrollo es la vergüenza y el temor a (de) las buenas ideas, y el deseo de que los resultados sean inmediatos. La consigna lamentable es: aquello que reclame nuestra persistencia será desechado. (pfa)
La tradición argentina. La revista Ñ publicó un artículo de Mauro Libertilla sobre la traducción. Luego de comentar ambiguamente las traducciones al español ibérico, el articulista elogia del siguiente modo la ‗tradición‘ de traducciones argentinas: ―[…] Basta mencionar algunas traducciones clásicas para imaginarla como un catálogo de raros chispazos que ya ha clavado el ancla en el imaginario de una lengua. Enrique Pezzoni traduciendo Moby Dick de Melville o Lolita, en una edición para Sur bajo el seudónimo de Enrique Tejedor. Julio Cortázar traduciendo los cuentos completos de Edgar Allan Poe, y coronándolos con esa rara avis de los prólogos que es "vida de Poe", o Jorge Luis Borges y su trabajo sobre Las palmeras salvajes de Faulkner [...]”. Un comentarista de la página web (http://www.revistaenie.clarin.com/ notas/2008/11/01/_-01793058.htm), que firma como ‗Federico‘, elogia a su vez el escrito: ―Muy interesante texto, sólido y bien escrito‖. De las cua-
tro traducciones que Libertilla quiere convertir en canon, dos son sabidamente malas, y una más es dudosa. Ya en el boletín No. 34 –Libélula libros— el Dr. Calle había dado cuenta de la mojigatería de la traducción que Pezzoni hizo de Lolita, y había rematado con la sentencia de Borges: ―ese muchacho es un sonso‖. Sentencia que arroja sombra sobre el Moby Dick del mismo Pezzoni. Ya Juan Carlos Onetti había dado cuenta de la traducción ―firmada por Borges‖ de Wild Palms: ―recuerdo que en la traducción firmada por Borges de Palmeras salvajes, en la parte llamada El viejo, se dice al final que el penado alto, luego de escuchar las peripecias que el Mississippi le impuso a su compañero de prisión, resumió su opinión en una sola palabra: mujeres […] Pero hoy, al documentarme muy severamente para escribir este artículo, descubro que la totalidad del comentario del penado alto fue: –Women shit. Con perdón de Borges‖. Como decía el maestro Echandía: ―y después dicen que el hijueputa es uno‖. Pablo R. Arango –Libélula libros.
Volumen 1, nº 47. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
El amante imperfecto. Carlos Chernov. Norma. 2008. El estúpido perfecto: así debería llamarse este mal cuento de 229 páginas. Soso, insípido y elemental, son adjetivos generosos para este relato, que mal puede llamarse novela. La historia de Guillermo, Helenita y Ramón, carece de peso específico, y no porque sea liviana o light sino porque no tiene forma –aunque quisiera tenerla-, mejor dicho quiere ser pero no puede ser. Escribe el editor en la contraportada: ―Con un estilo sereno y preciso, una prosa cinematográfica y un brutal sentido del humor, Carlos Chernov nos cuenta un relato de amor y erotismo que se lee sin respiro‖. Mi condición de lector y comprador compulsivo, y sin duda la grata experiencia que había tenido en el pasado con la lectura de Amores brutales, me impidió notar que el párrafo trascrito es absurdo, como son los demás párrafos que invitan a la lectura. Es
cierto que las mujeres son misteriosas, pero no como Helenita que no pasa de ser una adolescente ramplona y caprichosa, y es cierto que es difícil saber lo que quieren o desean la mujeres, como también es difícil saber lo que queremos los hombres, pero la relación de este par de seres, casi imposibles de lo tontos, no refleja para nada el complejo trato entre hombres y mujeres. Suponerlo es desconocer la historia de la literatura poblada de verdaderas historias de amor y dolor, así como la indudable complejidad de un sentimiento tan humano como inexplicable. Tal vez tenga razón en algo el editor, este libro es un relato, un cuento extendido a la fuerza, que aun cuando fuere llevado a su extensión obvia, sería intrascendente. No hay razones para que hubiere sido premiado, si yo fuere accionista de Norma, exigiría cuentas por el generoso obsequio que le hicieron a Chernov, de treinta mil dólares, por haber transcrito la más intrascendente de las historias que ha escuchado en su condición de siquiatra. (pfa)
La desaparición de Majorana. Leonardo Sciacia. Traducción de Juan Manuel Salmeron. Tusquets. 2007 Cuando un ser humano abandona sus comodidades, o las posibilidades que se derivan de su inteligencia, genialidad o riqueza, no solo nos asombra, sino que nos sentimos abofeteados. Por supuesto que siempre escondemos la vergüenza advirtiendo el derroche, reprochándolo incluso, y al final menospreciando a la persona. Si ese ser además opta por abandonarnos, es decir por romper cualquier vínculo con quienes lo rodean, el reproche es mayor. No es fácil explicar la reacción que el abandono nos provoca, la neurosis que nos induce a la estabilidad y a querer mantenerlo todo inalterable tal como si se tratara de una fotografía, es aparte de cualquier consideración sicológica, una herramienta que sirve al hombre para no sucumbir ante el caos que a veces parece caracterizarlo todo. Ettore Majoran era un físico siciliano que a los treinta años había alcanzado una plaza como profesor titular en la universidad de Nápoles, había estudiado con Heisenberg, y a pesar de su edad ya había discutido y conversado con físicos como Enrico Fermi. Se trataba de una promesa, algunos presentían que había llegado en sus elucubraciones muy lejos, y que había tenido la oportunidad de vislumbrar algo que otros ni pre-
sentían. No obstante Majorana quiso desaparecer, y para hacerlo anunció a la familia su suicidio, retirando primero del banco, curiosamente, todos sus ahorros. Después algunas personas manifestaron haberlo visto pocos días después del anunciado suicidio. Juan Forn en El hombre que se escabulló de su destino (Revista El Malpensante No. 87) relata las múltiples versiones relacionadas con Majorana, de manera tan magistral que sería una torpeza advertirlas aquí. El caso es que el físico quiso perderse y lo logro. Leonardo Sciacia emprende entonces la aparente tarea del esclarecimiento de lo sucedido. Recoge pruebas, hace averiguaciones, y apenas sugiere hipótesis, pero dudo que su preocupación fuera esa, ella le sirve sí para crear un ambiente de suspenso grato siempre a su literatura, pero en el fondo la preocupación del escritor es otra. Majorana tenía un gran futuro como físico, ¿por qué decidió renunciar a él?, ¿qué alcanzo a vislumbrar conocería por ese camino?. Tal vez percibió el peligro que entraña el conocimiento sin dominio, o la inutilidad en tal caso. Habrá quien se sienta atraído por la audacia del genio y las pretensiones de los artistas, otros nos sentimos atraídos y atemorizados por quien derrocha y abandona las posibilidades, tal vez se trate de otra manifestación del trópico, que bien sabe que la naturaleza siempre será prodiga, al menos mientras no queramos vulnerarla. (pfa)
Página 2
A la sombra de las hojas Por pura casualidad me entero de que cierto intelectual ruso: N. K. Mijailovsky se le subió a las barbas al mismísimo Marx, que —en carta a una revista doctrinal, fines de 1877— quiso fulminarlo, a saber: “A todo trance (Mijailovsky) quiere convertir mi esbozo histórico sobre los orígenes del capitalismo en la Europa occidental en una teoría filosófico-histórica sobre la trayectoria general a que se hallan sometidos fatalmente todos los pueblos, cualesquiera que sean las circunstancias históricas que en ellos concurran...” Al preocupado lector le ahorro el previsible resto; pero advierta que, al modo de un boomerang, procurando anular a su crítico, lo que Marx consigue es disuadirnos de leerlo a él mismo. Compárese con el efecto de la crítica que Chéjov desliza en su cuento: Historia de una empresa comercial (El camaleón y otros cuentos…, Panamericana 2002, páginas 75 a 77); ahí el improvisado, y extraviado, librero Andrey Andreyevich Sirov sufre el siguiente percance: “Casualmente ocurrió que, cuando estaba trepado intentando alcanzar la última estantería, su cuerpo le transmitió un leve temblor a la estructura y los diez tomos de Mijailovsky, uno por uno se cayeron de la repisa. Uno de los libros lo golpeó en la cabeza y los demás fueron a caer justamente sobre las lámparas, destrozando dos de las caperuzas de cristal. —¡Siempre es que tiene una manera bastante pesada de escribir! —murmuró Andrey Andreyevich sobándose la cabeza.” Caído de las barbas de Marx, alguna curiosidad podría suscitar Mijailovsky; caído de las estanterías de Sirov—Chéjov: no. Pues según Ezra Pound: “Lo sombrío y lo solemne están enteramente fuera de lugar, incluso en el estudio más riguroso, al tratar de un arte que originariamente fue hecho para alegrar el corazón del hombre.” Y remata con las palabras de Sterne: “La gravedad, ese porte misterioso del cuerpo para ocultar los defectos del alma.” (El ABC de la lectura, Ediciones de la Flor 1977, página 11). Digo todo esto para explicar la respuesta que di a Christian, cuando me averiguó por Paul Bowles: “Fue el marido de Jane Bowles*.” Mal marido, agrego ahora. *Jane Bowles —“esa leyenda moderna” (Capote dixit)— es autora de la prodigiosa novela: Dos damas [muy] serias, con la cual principió la colección Panorama de narrativas de Anagrama.
José Fernando Calle Libélula libros
Volumen 1, nº 47. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
Diccionario personal Masturbación. La estructura desnuda del relato costumbrista. Reencarnación. Una serie prolongada de lagunas alcohólicas. Pablo R. Arango -Libélula libros.
Hay librerías donde los tímidos y silenciosos no son acogidos Cuando viajo, el mayor gozo es ser nadie. Desconocido aplicado. También gusto visitar librerías. Revolver en silencio los ya desorganizados y polvorientos anaqueles. Sólo por el orden, característica fundamental en Libélula, uno ya se siente atropellado. Estuve en una librería bogotana la semana anterior. Cuadros de exposiciones de arte, de jazz, de obras de teatro, la adornaban. Al comienzo me alegré de encontrar un sitio así. Empecé a hojear tranquilo. Al final fueron tres horas de agotamiento y tedio. Por un detalle: los libros no tenían precio, tocaba ir y preguntar cada vez el costo. La primera vez no importa, pero a la quinta un odio por la humanidad y por uno, simple pero consciente preguntón, hace que no se demande más. No entiendo por qué no se colocan los precios, es irrespetuoso, por básica ley económica el cliente debe conocer el costo de lo que piensa adquirir sin mayores diligencias o vericuetos, un delicado número hecho a lápiz en la parte superior de la primera hoja no es tan complicado como algunos, parece, piensan. Compré cuatro libros, me fui avergonzado; cansado y furioso descubro que hay librerías donde los tímidos y silenciosos no son acogidos. Todo por una cifra. Tomás David Rubio C.—Libélula libros
Página 3
La sombra del viento. Carlos Ruiz Zafón. Planeta. La reorganización de la biblioteca familiar siempre es un problema; como cada día se adquieren diferentes libros – desde técnicos hasta literatura- los estantes se quedan cortos y hay que tomar la decisión de revisar cuales libros se envían, en mi caso, a la biblioteca de la escuela de la vereda en donde el Profesor Alarcón podrá ampliar la base de lectura para los muchachos campesinos. En esa tarea un libro me atrajo: La Sombra del Viento. Realmente no sabía mayor cosa del autor, pero comencé a hojearlo. Una página, dos más y después, el milagro, no pude soltarlo hasta que lo saboreé línea por línea hasta acabarlo diez horas después. Curiosamente empieza con la visita del protagonista Daniel Sempere guiado por su padre, un librero de Barcelona, al Cementerio de los Libros Olvidados. Y el muchacho escoge un libro de un autor desconocido, Julián Carax: La Sombra del Viento. Igual que me pasó con la búsqueda y selección de marras.
Y el libro se vuelve la obsesión del protagonista. Quiere conocer del autor, cuya obra, se entera, ha venido siendo quemada por un misterioso comprador. Y la historia empieza. Con fino humor, con pluma equilibrada y sencilla y con una maestría en el argumento, Ruiz Zafón va entretejiendo los círculos del protagonista con el del autor de la novela, para ir descubriendo inmensos parecidos y situaciones similares. Se van desvelando algunos aspectos de la Barcelona de la postguerra civil, la situación de penuria, las miserias y tristezas de muchos personajes. También se observa el auge y caída de varias encopetadas familias catalanas, su doble moral y a veces su sentido de inhumanidad. En las primeras páginas encontré una oración que puede describir éste y muchos libros y que sirve de colofón a este comentario: “Cada libro, cada tomo tiene alma. El alma de quien lo escribió y el alma de quienes lo leyeron y soñaron con él”. Mauricio López González—Libélula libros
Una lectora nada común. Alan Bennett. Traducción Jaime Zulaika. Anagrama. 2008. ¿Leen los reyes, las reinas, los príncipes, o los que se creen tales? Algunos tal vez, otros dirán que no tienen tiempo, aunque no falta ser príncipe o creérselo para argumentar que no se tiene tiempo. La disculpa del tiempo es tan difundida y repetida como falaz, ¿por qué no leen entonces?, simple: porque no han descubierto el placer de la lectura, porque la imaginan aburrida e insípida, y sobre todo porque la saben solitaria. Temen la soledad, y huyen de cualquier placer que la convoque. Por eso están más cerca de la lectura, y de descubrir su encanto, aquellos que por fortuna o desfortuna son solitarios: una reina por ejemplo. Alan Bennett imaginó en este libro el creciente encanto que la reina Isabel encuentra en los libros, después de haber hallado de manera fortuita, en el patio de su palacio, una biblioteca pública ambulante. Por mera cortesía decidió llevarse un libro, y sin saber cual escoger optó por una novela de Ivy Compton-Burnet, a quien recordaba había concedido el título de Dama, y llevaba un peinado que parecía una empanada. El
caso es que la reina comenzó un acelerado enviciamiento a la lectura que infructuosamente reprochaba su secretario; descubrió que un libro lleva a otro libro y que el mayor atractivo de los libros es su indiferencia: ―…A los libros no les importaba quien los leía o si alguien los leía o no. Todos los lectores eran iguales... La literatura, pensó, es una mancomunidad, las letras, una república…‖. Los autores, en cambio, también descubrió, son un petardo, ellos: ―no parecían agradecer que alguien hubiera tenido la gentileza de leer sus escritos. Al contrario, parecían haber tenido la amabilidad de escribirlos‖. Poco a poco la reina comienza a experimentar un cambio insospechado: ―Creo que quizá me estoy convirtiendo en un ser humano…‖ Sin duda, la lectura humaniza, quizás no nos haga mejores, pero si más humanos, nos permite estrujar nuestro tiempo, ampliarlo de manera mágica, malearlo a nuestro antojo. La lectura nos regresa la propiedad del tiempo, perdida en medio de las ambiciones y los enojos menores y cotidianos. Puede leer la reina de Bennett en su carruaje, no vamos nosotros a poder leer cuando nos abandona el mundo, lo que sucede tan a menudo. (pfa)
Volumen 1, nº 47. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
Página 4
Animal acorralado. Geoffrey Household. Introducción Victoria Nelson. Traduc. M. Torres. Alfaguara. 2007 Tal vez el aparente encierro que conllevan las islas, una particular y especial sensación de claustrofobia, haya convertido a los ingleses en impenitentes viajeros y, hace algunos siglos, en imperio colonialista. El escritor Geoffrey Household (1900-1988) fue fiel representante de su estirpe: banquero, agente comercial, redactor de enciclopedias, escritor y viajero incansable, Suramérica incluida. Su literatura era conocida entre los latinoamericanos en la década del cincuenta, mucho más que hoy en día: la revista cubana Carteles público artículos suyos. Guionista de cine además, y autor prolífico: más de treinta títulos, escribió una novela de suspenso formidable: Animal acorralado, ahora publicada por Alfaguara dentro de la colección de
clásicos del New York Review of Books. La trama es una tanto curiosa y enrevesada: un inglés aristócrata decide cazar un dictador -¿qué mejor presa?-, viaja hasta su casa de recreo y es descubierto justo antes de disparar. La guardia del dictador intenta asesinarlo pero él alcanza huir, le toca entonces escabullirse aun en su propio país, buscando refugio en la naturaleza, la única prodiga, cálida y sincera. La persecución y la huida constituyen el eje de suspenso que mantiene atado al lector, pero el trasfondo de la novela es más complejo: la pregunta por la razón de la guerra y las motivaciones que pueden inducir a un hombre a ir a la lucha, reflexiones acordes con la esencia cosmopolita de Household: ―Desconfío del patriotismo; un hombre razonable puede encontrar pocas cosas dignas de morir por defenderlas. Pero hay muchas dignas de morir por atacarlas… Hay bastante iniquidad en Europa para empujar a los más caballerosos o decadentes a la batalla‖. La batalla entonces es el lugar de encuentro
de la perfidia y el heroísmo, que luchan incluso del mismo bando. Pero, sea cualquiera la razón que motiva, siempre es el individuo y no la especie la que combate, entonces en términos objetivos las buenas o malas razones terminan siendo lo mismo. La insignificancia de aquellas para la lucha es incluso promovida por el mismo Household con humor: ―…Ningún conductor tiene el derecho a circular a más de cuarenta millas por hora; si le gusta aterrorizar a sus semejantes, siempre hay alguna guerra funcionando, y si se enrola en las filas combatientes se le permite hacer lo que le place, y practicar al mismo tiempo, un ejercicio saludable‖. Cada hombre entonces libra su propia y única guerra, el protagonista de la novela esta solo, más solo que nadie en el mundo, el hecho de haber negado razones políticas o superiores para querer la caza de aquel hombre de ridículo bigotico, lo convierte en una presa que debe acorralarse. (pfa)
Apreciados Pablo y Carolina: Dibujo de Felipe Calderon
Hoy me levanté de muy buen genio. Ocho de la mañana, un Dolex, un Bonfiest, y a trabajar en una exposición sobre el segundo Wittgenstein que sé terminará siendo un decálogo sobre lo que pienso de la literatura como posibilidad de nuevos mundos y del lenguaje como algo más que una herramienta. Pero antes miro el correo, y me encuentro con que ya hay algunos textos para corregir. No saben lo que me gusta recibirlos, descubrir esa confianza que me tienen y que no me tengo… me encanta. Gracias por creer en mí. Pero esta nota no es sobre eso. Me preocupa en lo que nos estamos convirtiendo. ¿Qué es esta colección de egos tan insoportable? Pontificamos, hablamos con una propiedad y una desfachatez increíbles, nos desnudamos convencidos de que a alguien le interesa esto. ¿A alguien le interesa? Además caemos en la trampa de la anécdota, el facilismo de la primera persona. Me gusta el aire del boletín, me gusta que gira en torno al libro sin ser sólo un sitio donde se reseña. Pero el lector se está saliendo de las manos. Pablo, a usted lo admiro porque fue el primero de nosotros en declararse sin pudor un simple lector, y digo simple porque era una definición de principios que renunciaba y abofeteaba los egos de quienes nos decimos escritores. Pero hoy ese honorable cargo se está perdien-
do, estamos sobrevalorando al lector, muchos queremos ser como usted cuando seamos grandes, pero estamos haciendo una copia bizarra y enferma de lo que es el lector. Por favor, en nombre de todo lo que es bueno y decente: deténgannos. Pongámonos serios. Ya sabemos que la virtualidad del boletín permite que tenga cinco páginas o cuatro o una. Pues bien, Pablo y Carolina, pantalones, que ustedes son una honesta y agnóstica familia conservadora, saquen las tijeras de podar y menos hojitas y más textos auténticos donde sea el libro y no el ego el protagonista. Eso vaya y venga si el que escribe es Fernando Vallejo, pero ¿Pepe Pérez? Un día, metí un golazo en Papel Salmón (era 1998) escribí un textico titulado "Cuando las cosas salen mal" sobre la tercera ley de la entropía. El cura Restrepo, que en esa época no era cura y hacía las veces de director del periódico me llamó y me dijo: "le salió bien eso Jaramillo, no lo vuelva a hacer". Mucho tiempo quise preguntarle, pero no me atreví, por qué si me salió bien no podía hacerlo de nuevo. Después entendí, y supongo que ustedes ya captaron de qué se trataba. Restrepo tuvo a la Patria en la única época decente que ha tenido ese periódico. Me está hartando un poco que la vida de los escritores del boletín quiera ser más interesante que la literatura de la que hablan. Para todo tenemos una anécdota, sino miren esta carta. Pero además tenemos que hacer que la padezcan todos los lectores... Les tengo una propuesta para el número 50, un ejercicio para proponernos a nosotros, sus
díscolos escritores: tercera persona, nada de anécdotas, ustedes saben que se puede hacer, que es más exigente, pero seguro dará más calidad. Es que ya me imagino lo que se viene con motivo de la edición 50, una avalancha de: "Recuerdo la primera vez que me publicaron en el Boletín..." "La vida gracias a Pablo y Carolina tiene sentido pues..." "Como dependiente descubrí..." "Me emborraché y vomité sobre el número 18 del boletín, que en esa época todavía se imprimía, justo en una reseña de...." "Estaba escuchando la tocata en do mayor de Juan Sebastian Bach, para viola y maracas cuando...." "Antier, en el metro de París pude leer el boletín, pero como un negro me miraba con lascivia...." No puede ser. No debe ser. Deténgalo por favor. Sé que se puede hablar de la importancia del boletín sin caer en la fácil trampa de la primera persona. Lo sé. Bueno, aunque no lo crean ya llevo más de una hora escribiendo esta carta, así que no seguiré. Sé que debo parece godo, pero por desgracia todavía no lo soy. Cómo esta carta puede resultar ofensiva para algunas personas, de una vez dejo en sus manos mi cargo. Sin más y con un fuerte abrazo, Carlos Augusto Jaramillo