Boletín 49 Libélula Libros

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Volumen 1, nº 49. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Fecha del boletín Enero 12 de 2009.

NOTAS (pfa) Relata Manguel en “Diario de lecturas” la siguiente anécdota: “Pocos días después de la tragedia (el choque de dos aviones contra las Torres Gemelas en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001) me enteré de que un amigo de H, había quedado atrapado aquella mañana dentro de una librería cercana al World Trade Center y, dado que no podía hacer otra cosa que esperar a que se asentará el polvo, se quedo ojeando libros en medio de las sirenas y de los gritos”. Y el polvo se asentó. *** “…Creo en cambio que la autentica sabiduría es desear lo que desean los dioses, tal vez sin tener ninguna certidumbre de cuál pueda ser su voluntad, sin saber siquiera si tienen voluntad propia…”, escribió Joseph Conrad en el Prefacio familiar a Crónica personal Tal vez lo primero, para seguir a Conrad, sea el despojo de toda pretensión de originalidad, de toda grosera y absurda búsqueda de gloria. Un escritor cuando más, puede añorar un leve y fugaz encuentro, “…tal vez … un amigo aquí y otro allá que con suerte detecten un sutil acorde”.

Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. libelulalibros@une.net.co - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO

ISSN 1909-0110

Nos quedan 690 días de mal gusto No han sido pocas ni injustificadas las críticas formuladas a los moldes que el Señor Luis Guillermo Vallejo ha regado por la ciudad con el patrocinio de la Administración Municipal. Una señalada por Alejandro Samper en el diario La Patria me parece contundente y definitiva: ¿Quién es el curador de esta supuesta exposición?, porque el hecho de que sea pública no le resta tal condición. La respuesta no es posible esperarla. Para volver risible lo que debería ser una falta inaceptable, debe recordarse la afirmación formulada por funcionarios públicos de que con estas figuras ―queda Manizales a la altura de Paris o Nueva York‖. Y después se quejan. Pero para agravar lo que parecía imposible fuera peor, con el paso del tiempo se han comenzado a notar las barbaridades que entrañan las

figuritas estas: errores elementales en proporciones, o intentos fallidos –que debieron quedarse como tales- de esculturas de animales (perros con ancas y orejas de terneros), y lo más grave aun: desagradable oportunismo del artista. Se informó que los moldes correspondían a obras ya realizadas en Manizales y Santander, pero como se trata de moldes y no de esculturas, fueron pintarrajeadas a la carrera. Uno de ellos fue cubierto por figuritas humanas pequeñas y se le agregó en la parte de adelante y en la trasera los nombres de Bojaya y Mapiripan. Se sentirá el artista muy solidario, yo percibo un infame oportunismo que se hace más escandaloso debido a la falta de pertinencia entre obra y mensaje. Y nos quedan más o menos 690 días de mal gusto. (pfa)

Mi libro preferido del año pasado: Una lectora nada común El lector común de Virginia Woolf ―lee para su propio placer‖; la lectora nada común de Alan Bennett ríe a carcajadas: ―— ¿Todo bien abuela?” —le pregunta el duque: ―— Claro. Estoy leyendo.” (página 17). Dieciséis páginas después vacila: ―Creo que leo —le dijo a Norman— porque tenemos el deber de descubrir cómo es la gente.”: para ella: ―el deber siempre había prevalecido sobre el placer.” Sinembargo más adelante, y después de: Anita Brookner, Ian McEwan, A. S. Byatt…: ―Nosotros leemos por placer —dijo la reina— no es un deber público.” (página 47) Por eso a la mitad del libro su deber se le había vuelto una lata: fastidiosa intermisión de la

lectura; le queda sí el sentimiento de culpa del vicioso: ―… y había veces que deseaba no haber abierto nunca un libro y entrado en otras vidas. La había echado a perder. O al menos la había echado a perder para su oficio.” (pàgina 62). La que ríe y está bien porque lee, y porque lee queda arruinada para su tarea es nada menos que Isabel II de Inglaterra (página 90): según la ha imaginado —para el placer de este lector común— Alan Bennett en la espléndida: Una lectora nada común (Anagrama, abril de 2008, 120 páginas), con seguridad mi libro preferido del año pasado. ―No pones la vida en los libros. La encuentras en ellos.”, hace Bennett apuntar —casi al final: página 101— a su real lectora, cuando el mal se ha propagado: S. M. ya escribe. Para no mudar de lector común a crítico apenas digo que asombra la cantidad de vida que se encuentra en tan pocas páginas. JFC


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El secreto de Christine. Benjamin Black. Trad. Miguel Martínez. Alfaguara. ¿Por qué un escritor decide escribir uno o varios libros con otro nombre y hacerle saber a todos que se trata de él? Pessoa, tal vez el escritor con mayor número de heterónimos, nunca los negó, pero tampoco llegó a hacer público y explícito el hecho de que todos habitaran un cuerpo, sentía que se trataba de un fenómeno digamos anímico. Una especie de confederación de almas. Banville ha declarado que él es Benjamin Black, o que Benjamin Black es él, lo mismo da, o tal vez no, no sé. ¿Pero por qué lo ha hecho?, me refiero a la declaración, o, ¿por qué entonces ha escrito con otro nombre?. Banville no siempre ha escrito literatura del estilo de El libro de las pruebas, El mar o Eclipse, en el pasado escribió novelas sobre Irlanda, o relatos biográficos de Kepler, Copérnico y Newton, pero lo hizo como Banville, ahora en cambio utilizó otro nombre, y lo declaró. Los editores temerosos de no vender bien al Señor Black corrieron a poner sobre la carátula la declaración. Hasta aquí la explicación podría ser simplemente comercial: un juego de editores y representantes, pero cierta afirmación adicional de Banville le da un giro al asunto: ―Black es una buena manera de ser otro sin dejar de ser el mismo‖. Y no puede decirse otro escritor, sino

tal vez otro creador. Las novelas de Banville son intimistas y complejas, sus personajes se hayan varados en sus propias existencias mientras recuerdan e imaginan: un gesto, una palabra o una habitación, en otra ocasión normales, desatan una tormenta existencial de la que tal vez sea imposible escapar. Son cautivantes y atemorizadoras aquellas evidencias de instantes vitales que reflejan una condición humana sublime y eternamente perturbada y dolida. Pero claro, la acción allí es apenas un decorado, los hechos no son importantes, y no juegan un papel trascendente. Aquel olvido será lo que Black le reclame de manera airada a Banville. Quirke, el protagonista de El secreto de Christine, no es propiamente un hombre de acción, pero los hechos lo arrastran y él sabe que no tiene remedio, y se deja llevar por ellos. Black entonces los narra uno tras otro entrelazando una fina historia de torpezas y pretensiones, de encubrimientos y de bajezas, Banville en cambio no habría sido capaz, Quirke en sus manos aun estaría encerrado en su despacho de medico forense recordando, doliéndose e interrogando a sus propios fantasmas. No habríamos conocido entonces de aquella cofradía de miserables, y conoceríamos en cambio los entresijos anímicos y mentales de Quirke. Black será otro, pero es el mismo escritor Banville. Steiner deberá seguir afirmando que es el más grande escritor inglés vivo. Tan estupendamente escrita esta El secreto de Christine como Eclipse. (pfa)

Siete pecados capitales. Milorad Pavić. Editorial Sexto Piso. La literatura de la Europa oriental siempre ha poseído una tendencia seductora que pasa por la complejidad psicológica de los personajes, el seguimiento casi enfermizo de las genealogías, la magnificencia, la radicalidad de la sensibilidad y la contundente fuerza de la estructura. Esos y muchos otros rasgos han dejado y dejan una marca indeleble en la percepción del lector desprevenido. Sin embargo, como cada libro, cada escritor posee una particularidad que impide a los taxonomistas dejarlo en un lugar del todo preciso. Los ismos a veces son útiles como referencia de Biblioteca, pero pocas veces definen del todo más de dos libros o autores. Pavić se escapa por muchos lados de un posible encasillamiento. Sus libros van desde la escritura de un libro con volumen femenino y masculino (Diccionario Jázaro) hasta una novela-tarot (Último amor en Constantinopla). Esa aventura formal que lo caracteriza se

convierte en una invitación al juego y el puzle, en una vía que construye con desvíos y puentes levadizos. Siete Pecados Capitales está compuesto por siete relatos donde convergen personajes de sus antiguos libros, elementos y lugares que se repiten y se reconocen en cada historia, agujeros por el que el lector se desliza y se hace parte de una narración que se entreteje desde un lugar inventado. Cada parte es un sobrevuelo por mundos de la arquitectura, el arte, la mendicidad, la enfermedad, la ciencia. Cada pecado es una elección o un encuentro que se basa en la casualidad o el destino, cada frase es un sitio donde la mente se pierde y se entrega a la voluntad de quien escribe. Una carta con múltiples destinatarios: eso podría ser Siete Pecados Capitales. Eso o un juego en el que uno termina enredándose, una invitación por la que simplemente se sonríe. En todo caso, un libro lleno de laberintos y piezas por encontrar, de narraciones opacas y túneles oscuros. Un texto que le pide al lector arriesgarse y mostrarse vulnerable ante la pluma serbia de Pavić. Misael A. Peralta—Libélula libros

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A la sombra de las hojas “Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.”, escribió Augusto Monterroso (Fecundidad, en: Movimiento perpetuo, Seix Barral 1981). Me ocurre, y no sólo como redactor de estos apuntes: principalmente — por analogía— como lector. A veces, las raras veces que consigo terminar un libro de más de doscientas páginas me siento un Pablo Felipe. Lector de cien metros llanos, no de maratón: con mucho gusto dejo a otros los mamotretos (otra vez: “literalmente, ‘criado por su abuela’, y de ahí, gordinflón, abultado, por la creencia popular de que las abuelas crían niños gordos”, según la etimología que registra el diccionario). Con excepciones, por supuesto: La Habana para un infante difunto (Seix Barral 1980, 714 p{ginas) de Cabrera Infante, en primer lugar. Tantas veces vuelvo a él, pero no para andarlo entero: lo abro en cualquier página y leo lo que se me antoja; de ese modo obraba Faulkner: “He leído estos libros tantas veces que no siempre empiezo en la primera página para seguir leyendo hasta el final. Sólo leo una escena, o algo sobre un personaje, del mismo modo que uno se encuentra con un amigo y conversa con él durante unos minutos.” (Entrevista para The Paris Review: recogida en el libro: El oficio de escritor, editorial Era, p{gina 181; puede verse en: http:// www.theparisreview.org/ media/4954_FAULKNER4.pdf ). Pero, como siempre, divago: he revisado los anaqueles de mi biblioteca para celebrar los cuarenta años de una editorial admirable: Anagrama, apuntando algunas espléndidas miniaturas de su catálogo: La leyenda del Santo Bebedor, por Joseph Roth (94 p{ginas); Compañía, de Samuel Beckett (80 p{ginas); Dama de Porto Pim, de Antonio Tabucchi (96 páginas); Azotando a la doncella, por Robert Coover (92 páginas); La escopeta de caza, por Yasushi Inoué (102 páginas), y Una pena en observación, de C. S. Lewis (104 p{ginas). Leerlos me hizo sentir bien, según la irónica fórmula de Monterroso sí, pero más precisamente conforme a la explicación de Faulkner en aquella entrevista (p{gina 174): “La norma que tengo que cumplir es la mía, y ésa es la que me hace sentir como me siento cuando leo La Tentation de Saint Antoine o el Antiguo Testamento. Me hacen sentir bien, del mismo modo que observar un pájaro me hace sentir bien.” José F. Calle Libélula libros


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La nieta del Señor Linh. Philippe Claudel. Salamandra. No es posible volver a lo que se ha perdido y menos si la pérdida es fruto del desarraigo que produce la guerra y la violencia. Esto lo comprueba el Señor Linh cuando desembarca en un país extraño llevando en sus brazos a su nieta y una maleta que contiene ropa, una fotografía y un saquito de tela con un puñado de su tierra lejana. También cuando evoca con infinita tristeza a su familia desaparecida, a su aldea, su paisaje de bosques y arrozales, y su vida pacífica y tranquila. El señor Linh, con su nieta de apenas seis semanas, no logra comprender su nuevo entorno, un idioma que desconoce y una vida citadina que le produce vértigo y frío intenso en el alma. Afortunadamente en una salida a un parque cercano a su refugio conoce al Sr. Bark con quien establece una amistad tan especial que para comunicarse solo necesitan de dos palabras y un intercambio de gestos, sonrisas, silencios respetuosos, fotografías, cigarrillos y bebidas. No hablan la misma lengua - sólo entienden la expresión "buenos días"-, pero ese contacto diario se convierte en "un bálsamo que apacigua su alma". El mundo del abuelo adquiere entonces un nuevo rostro y un agradable aroma que le dan fuerzas para sobrevivir y luchar por su mayor tesoro, su nieta Sang Diu. Ella, como si fuera consciente de la situación, colabora con un comportamiento apacible que ayuda a soportar esta nueva vida que cambia completamente cuando ella y su abuelo son llevados a un asilo y alejados a la fuerza de su único amigo, el viejo gordo del parque. Esta historia contada en 120 páginas sorprende gratamente al lector por el estilo sencillo, de frases breves y contundentes, y el tono poético que va más allá de la acción, para penetrar en los sentimientos de los personajes y detenerse en los detalles del ambiente que los rodea. Así, Philippe Claudel logra, no solo retratar la inmensa soledad y tristeza de un exiliado, sino también su fuerza para evocar imágenes, olores, voces y sabores de su tierra perdida. Todo esto gracias al breve contacto humano que tuvo con su amigo del parque. Difícil hallazgo en un mundo "donde nadie mira a nadie, nadie habla con nadie". Y no solo en la ciudad, también en la residencia de los ancianos. Al final y paradójicamente, se puede descubrir que sí es posible volver a lo perdido, gracias a la comunicación entre los hombres, gracias a ese "buenos días, al sonido de una lengua incomprensible y a una mano apoyada en el hombro". Un cálido homenaje al encuentro sincero entre los hombres, a la comprensión entre dos almas. Un milagro en un mundo egoísta "con gente que corre hacia un precipicio sin detenerse jamás". Lilia Valencia Valencia – Libélula libros

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Llenos de vida. John Fante. Traductor Antonio Moya. Anagrama. 2008. Seguramente no es posible establecer a través de un solo arquetipo la vida de los ciudadanos de Estados Unidos en la década de los años 50 del siglo XX, pero una actitud sí parece generalizada, cierta disposición optimista hacia el futuro, y el absoluto convencimiento de que el trabajo y la constancia conducen al éxito. Una sensación de dominio sobre el mundo y el futuro oscurece la mirada y oculta la natural creencia en el destino de los hombres. Llenos de vida relata la historia de una pareja que se prepara para recibir a su primer hijo. Él es John Fante, un joven escritor de novelas que además se dedica a escribir guiones para cine. Han comprado una casa y el embarazo de su mujer los vuelve irascibles y complicados, para colmo el piso de la cocina de su casa lo han derrumbado las termi-

tas. La tarea de reconstrucción del piso por parte del padre de Fante y el curioso proceso de reconversión de su mujer al catolicismo, desata en los protagonistas una cascada de encuentros y desencuentros, que los hace ver, según nota Fante, como actores de una obra de la que un extraño mueve los hilos. Podrán estar llenos de vida pero algo hace que ella no siga el curso pacifico y previsible que creían. Y no se trata de algo trágico, es simple y leve: la sensación de que tomamos nuestras decisiones y precauciones, pero la vida es caprichosa, y hace que casi siempre terminemos por vernos como unos esquizofrénicos. Nota al margen: recomiendo retirar del libro la cinta puesta por el editor según la cual Charles Bukowski dijo que ―Fante fue para mí como un dios‖. Se puede romper en pequeños pedacitos y arrojar a la basura, y deberíamos emprender una cruzada para que los editores no cometan más estupideces de este tenor. (pfa)

El castillo blanco. Orhan Pamuk. Trad. Rafael Carpintero. Mondadori. 2007. El Castillo Blanco obtuvo los elogios de John Updike y esto bastó para saber de la existencia de Orhan Pamuk. Agosto de 2008. Viajé a Bogotá para hacer las diligencias propias de mi visa francesa. Calles llenas de gente y ese sentimiento que oprime el pecho acompañado de náuseas; cada vez que estoy en esa ciudad me ocurre lo mismo. Los días pasaron y la cita en la embajada era inminente. Un día antes fui a pedir consejo a una amiga de una amiga, ella ya había tenido su cita en la embajada francesa y supuse que algún dato útil podría darme. Lugar del encuentro: un apartamento donde celebraban el cumpleaños de un tal Andrés. Entré. Me encontré con un cuadro decadente (reminiscencias de un poema de Raúl Gómez Jattin). Palidecí de terror al descubrir que allí un amigo de una amiga era idéntico a mí. Disimular la sorpresa fue difícil. Por momentos me sentí mirándome a un espejo o invocando un recuerdo en el que me veo hablando sentado, de corbata, despeinado y algo borracho. Su risa y su forma de hablar, algunos gestos... era muy parecido a mí. Me sentía incómodo. Notar que su voz no era la mía me confortaba. En El Castillo Blanco ocurre algo similar. Importante es saber que esta novela fue titu-

lada anteriormente por algún editor como El astrólogo y el sultán. Igualmente importante es saber algo sobre la trama: Un "científico" veneciano es atrapado por los turcos junto con el resto de la tripulación de una embarcación. El capitán –un tipo cobarde- es empalado; el júbilo brilla en la cara de los corsarios y de los prisioneros venecianos. Cautivo en Estambul el "científico" es cercado por su buena suerte, su inteligencia y sus enemigos, que a la hora de la verdad vienen a ser una misma cosa. Recuerda cómo conoció a una persona que bien podría ser él mismo. Y ahí es donde se conecta todo con mi cita de la embajada en Bogotá. Un collage. Veo que entre Pamuk y yo existen una serie de conexiones, unas en su vida y otras en sus obras. Literatura, un punto en el que se encuentran ciencia y religión. Cerré el libro luego de leer la última página y no comprendí algo: por qué tantas guerras, tanta gente muerta, quienes no confesaban y quienes confesaban pero igual morían (inocentes y culpables), por qué tanto despliegue logístico del Santo Oficio y del Imperio Otomano si la literatura lo solucionaba todo. Por lo menos así pasa en El Castillo Blanco. Maniobras narrativas, imaginación y hermosas ilustraciones como marco para el hechizo de la caligrafía árabe, largas conversaciones entre dos hombres o dos figuras entre las que se ignora cuál es la sombra de cual. Otro collage. Felipe Calderón v.—Libélula libros


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Líbranos del bien. Alfonso Sánchez Baute. Alfaguara. 2008 Como un nuevo Plutarco, Alonso Sánchez Baute nos muestra dos Vidas Paralelas en su génesis y divergentes en sus propósitos delincuenciales para terminar paradójicamente extraditados ambos a Estados Unidos. Las vidas de Ricardo Palmera y Rodrigo Tovar son contadas a través del caleidoscopio de opiniones, entrevistas y vivencias. Llama la atención que con las licencias propias de la novela, Sánchez Baute a través de Josefina Palmera –el ancla de la novela- hace una descripción del desarrollo de Valledupar y del Cesar durante el Siglo XX y los primeros años de este siglo XXI y como todo ese contexto termina envolviendo a Palmera y Tovar en dos formidables máquinas de guerra, unos

―amables guerreros. O unos guerreros amables” en bandos contrarios: Simón Trinidad, comandante de las FARC y Jorge Cuarenta, comandante de las AUC. Si bien podría decirse que esta novela es regional, no tiene nada de eso. Al fin de cuentas los círculos humanos son iguales en cualquier latitud. Bien podría ser la historia de hermanos o amigos o familias del Antiguo Cauca, o la colonización antioqueña, o de los Llanos Orientales aquí en Colombia; o con seguridad, en Sicilia, las montañas del Cáucaso, los pampas argentinas, las estepas de Afganistán o las calles de Manhattan. El ser humano siempre será el mismo y las historias terminan pareciéndose. Cuando la gente sencilla y simple conoció el dinero, conoció el poder, conoció la ambición y ahí fue la perdición, como lo relata la voz de Fina Palmera. El autor, quien también participa activamente en una obra que no es solo novela, sino cróni-

El viaje del elefante. José Saramago. Traductora Pilar del Río. Alfaguara. 2008. Un camino termina siendo un lugar donde se encuentran los propios rumbos y donde se pierden las certezas. El paso de un paquidermo desde Lisboa hasta Austria es un recorrido lo suficientemente largo y diverso para que un relato se convierta en una aventura compleja y profunda por los sitios de nosotros mismos que hemos dejado de reconocer y por la textura de los afanes humanos en sus formas más básicas y por tanto más difíciles. Un elefante se avizora desde lejos con un cor-

naca en su lomo. Un paisaje de la grandeza y el silencio, de la calma y la fuerza, de la melancolía y la amistad. Saramago presenta en este libro una historia que no es más ni menos de lo que anuncia el título y que logra a partir de una vieja narración del siglo XVI, construir un relato hermoso, cuidado en cada detalle y escrito con una sensibilidad que apabulla. El Viaje del Elefante, anclado en ese nublado lugar donde la realidad se pierde en la ficción, nos conduce en cada página a un encuentro cada vez más cercano con Salomón, un Elefante Indio que cuida un viejo cornaca llamado Subhro, entre quienes se configura una relación tan próxima y a la vez tan especulativa como la que parece darse a veces entre seres humanos

ca, ensayo, reportaje, biografía y autobiografía, nos va develando una intricada red de amistades, odios y resentimientos, y con fina pluma nos va llevando hacia la génesis de la violencia de los protagonistas y como influyeron (y aún influyen) en la vida de la región. Esta novela presenta nuestra cultura colombiana, en donde ―todos somos culpables, de la misma manera que somos inocentes‖. En el espíritu del escritor y su interacción con el lector siempre hay una intención trascendente; la invitación en esta interesante novela es a dejar ese pacto de silencio, esa omertá frente a lo que pasa, para lograr al fin expresar, como lo dice Sánchez Baute, con quien tuve la oportunidad de compartir una tertulia literaria en la cual presentó su obra, ―que todas las balas son perdidas y que nada justifica que un hombre empuñe un arma contra otro‖. Mauricio López González – Libélula libros

distintos. Pese a su mudez, Salomón habla de la fragilidad humana, el sufrimiento, los engaños de la fe y el respeto del otro. Pese a su naturaleza, se lee como el personaje más humano de la novela de Saramago y nos sorprende con cada paso que recorre en su travesía. Llevado, traído, empujado hacia la nieve o el agua, el Elefante sigue un viaje que lo transforma a él y al lector que se sumerge en esa secuencia de pesados pasos. El final del camino es a veces el lugar menos pensado, pero en el recorrido ―Siempre acabamos llegando a donde nos esperan‖ (Libro de los itinerarios). Misael A. Peralta—Libélula libros

Siete hombres. Max Beerbohm. Traduc. Miguel Martínez Lage. Alfaguara. 2007. La maestría de Borges, su formidable estilo, la atrayente y caprichosa personalidad, y su desbordada imaginación, nos hacen suponer a menudo que es un escritor sin antecedentes. Sabemos, por él mismo, a quienes consideraba sus maestros, a que escritores veneraba a veces hasta el colmo. Algunos, no visibles en cambio e incluso reprochados*, nos dejan entrever sin embargo algunos visos de posible influencia. Max Beerbohm es uno de ellos, y los relatos de Siete hombres publicados en 1919 son antecedente claro de obsesiones borgianas: el juego entre tiempos, el trato posible pero desigual entre hombres y divinidades, las diversas dimensiones que habitan el universo y la posibilidad de extraviarnos en ellas, o la relación entre fantasía y realidad casi siempre perversa por incestuosa. De estos cinco cuentos, sobre seis hombres, el

séptimo sea tal vez el propio Beerbohm que hace presencia en los relatos, Enoch Soames es no solo el más conocido gracias a que Bioy y Borges lo tradujeron e incluyeron en su Antología de la literatura fantástica, sino también el más cautivante, la historia de un escritor que tiene tiempo, recursos, actitud, y afán de gloria, pero carece por completo de talento es conmovedora, no obstante la gracia estriba en el juego sutil pero definitivo que Beerbohm planea no sólo para sus personajes, sino también para el lector, que asombrado frente al relato percibe que también él puede estar siendo objeto de las torvas intenciones del diablo al que Soames ha vendido inútilmente su alma. Sir Henry Maximilian Beerbohm nació en Londres en 1872, fue no solo el autor de múltiples cuentos y una novela, sino también crítico y caricaturista. John Updike recuerda que el autor antes que emular o adular a los escritores de su época: Shaw, Well, Chesterton o Belloc, los caricaturizó brutal y divertidamente con una serie de imitaciones presentadas en A

Christmas Garland. Dijo que su afán era ―aprender que me convenía evitar‖. Tampoco se tomaba en serio su papel de escritor, y fue un dandy que caso con una actriz norteamericana al lado de la cual envejeció en un pueblo de la Riviera italiana. Agrada por eso aún más. Elegante e indiferente, seguiría sonriendo al ver a los Soames que persisten aunque no tengan agallas para comerciar con el demonio. Roberto Bolaño escribió: ―Max Beerbohm es, posiblemente, el paradigma del escritor menor y del hombre feliz. Es decir: Max Beerbohm fue un hombre educado y bueno… si tuviera que elegir los quince mejores cuentos que he leído en toda mi vida, "Enoch Soames" estaría entre ellos, y no en último lugar‖. Este conjunto de elogios basta. (pfa) *“BORGES (a mí) “La importancia de Beerbohm se exagera. ¿Qué hizo? Un cuento bueno, ―Enoch Soames‖, que Kipling pudo haber hecho mejor…‖. BIOY: ―No creo‖. BORGES: ―…Zuleika Dobson, una novela con alguna página bien escrita y muchas bromas malas…‖ Borges. Adolfo Bioy Casares. Destino. 2006.


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