De verde y colorado magazine

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De la Olivetti al ยกPad El rescate del centro de Juรกrez Carta pรณstuma para una leyenda Suplemento bimestral de la Gaceta Universitaria

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Editor: Raúl Flores Simental. Coeditor: Andrés Pedroza García. Pablo Hernandez Batista. Cuerpo de colaboradores: Óscar Altamirano, Rohry Benítez, Óscar Vázquez, Santiago Gallour, Socorrro Aguayo, Jorge Salas plata, Guadalupe Santiago, Antonio Ochoa, Félix Lazos, Jesús Antonio Camarillo, Héctor Rogelio Pedraza, Luis Pegut, Blas García, Horacio Manzano, Guadalupe Valdivia. Fotografía: Francisco de Santiago. Pablo Hernandez Batista.

Rector Ricardo Duarte Jáquez Secretario General David Ramírez Perea Secretario Académico Manuel Loera de la Rosa

Diseño: Thomas Schreiber Sifuentes

En la portada. Fotografía: Francisco de Santiago

De verde y colorado es un suplemento bimestral de la Gaceta Universitaria de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, editada conjuntamente por la Coordinación de Comunicación Social y el programa de Licenciatura en Periodismo e impresa en los talleres de la Imprenta Universitaria. Se reciben colaboraciones que se ajusten al estilo de la revista, pero no se regresan originales sean publicados o no. La decisión de publicación recae en los editores. Todo el material puede ser reproducido libremente a condición de que no se mutile, edite o modifique y de que se den los créditos correspondientes al autor y a la publicación. INDAUTOR Certificado de reserva de derechos al uso exclusivo núm. 04-2007-050416154500-102 / ISSN 2007-0438 Terminada el 6 marzo de 2014 e impresa el 11marzo de 2014. Las opiniones son responsabilidad de sus autores. Domicilio: Av. Plutarco Elías Calles, núm. 1210, FOVISSSTE Chamizal, Ciudad Juárez, Chih. Teléfonos: 688 2270 y 688 2264 Correos: rsalcedo@uacj.mx y apedroza@uacj.mx

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índice 10

De la Olivetti al ¡Pad

El viejo rostro los muchos ángulos 16

¡ S A N TO ! ¡ S A N TO ! ¡ S A N T O ! ¡ S A N T O ! 24 Viacrusis de cada día

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El rescate del centro de Juárez 28 de relleno 32

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Elogio del borracho Un auténtico drama virtual 36 J U Á R E Z I N A G O TA B L E Y R I C A

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Pistolita de agua Vida de perros águila o sello

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Carta póstuma para una leyenda 48 De chiles, tortillas, dulces y atoles 50 El recetario popular. De Homero el cocinero 58

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De verde y colorado Expresión común entre los vendedores callejeros de burritos, para hacer referencia a los dos guisos más comunes con que se elabora esta típica comida juarense. Se retoma por su profundo carácter popular para destacar el regionalismo de esta publicación y por su colorido. De verde y colorado hace referencia al sabor, a la diversidad, a las costumbres, a la calle, a la tradición y a la imaginación. Porque al igual que la comida, la lectura también sabe, recuerda, evoca y se paladea.

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Editorial El arduo trabajo que implica la aventura de crear una nueva revista se justifica, en nuestro caso, por una simple idea: hacer de la lectura un placer. Para muchas otras revistas el camino lo ilumina el deseo de difundir ciencia, de informar, de mover conciencias o enseñar. En De verde y colorado, si bien en el fondo también nos motivan esos y otros deseos, la premisa omnipresente es lograr que los textos sean placenteros. Hemos hecho la invitación a participar a personas con actividades y profesiones diversas: comunicadores, filósofos, periodistas, sociólogos, fotógrafos. Por eso es que en esta revista habremos de encontrar de todo, de ahí mismo es que surge el nombre. Textos académicos, científicos, de opinión, informativos, culturales, deportivos. Todos ellos serán constitutivos de nuestra revista, pero no tendrán el rigor académico al que muchas veces se supedita la belleza y el placer textual. Aquí escriben quienes aman las letras y desean compartir su amor con los demás para colaborar, desde esta humilde trinchera, a fomentar la lectura. En De verde y colorado el diseño no es casualidad. Cada revista se trabajará con esmero, empeño y dedicación para que cada número sea único e irrepetible. Esperamos que disfruten del placer de la lectura tanto como del diseño editorial. Lanzamos pues nuestro primer número con el deseo de cubrir desde ahora los objetivos que nos hemos trazado. Adelante con la lectura, deseamos que en De verde y colorado encuentre usted satisfacción a sus deseos textuales.

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ACTA FUNDACIONAL Reunidos en torno de siete mesas y sentados en sus respectivos equipales, 21 juarenses por nacimiento o por adopción, universitarios los más y amigos de los universitarios los menos, pero todos ellos devotos de la escritura clara y convencidos de la necesidad de fomentar la lectura, manifestaron su deseo de sumarse a los esfuerzos para publicar lo antes posible una revista bimestral que será llamada De verde y colorado. Fue justificado su nombre de la siguiente manera: “Expresión común entre los vendedores callejeros de burritos, para hacer referencia a los dos guisos más comunes con que se elabora esta típica comida juarense. Se retoman estas cuatro palabras por su profundo carácter popular para destacar el regionalismo y colorido de esta publicación. De verde y colorado hace referencia al sabor, a la diversidad, a las costumbres, a la calle, a la tradición y a la imaginación. Porque al igual que la comida, la lectura también sabe, recuerda, evoca y se paladea”. Mientras unos saboreaban un menudo norteño y otros unos chilaquiles (a los cuales los cremosos les pusieron mucha crema), todos acordaron entregar mes a mes, colaboraciones variadas sobre temas ilimitados, que lleven a la divulgación de las ideas, el pensamiento, la cultura, la ciencia, la cocina y la creatividad. Para cumplir tal tarea se dijeron dispuestos a hacer buen uso de una herramienta tan rica como la lengua española, a veces tan amenazada por los más diversos y embozados enemigos.

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Como bien lo sugiere el nombre adoptado, hubo en esta reunión de verde y colorado. Cómodamente sentados en sus equipales y con su jarro de café en la mano, estuvieron: Óscar Altamirano, abogado y derechohumanista; Rohry Benítez, comunicóloga; Óscar Vázquez, periodista; Santiago Gallour, periodista e historiador; Socorrro Aguayo, comunicóloga; Jorge Salas plata, ingeniero; Guadalupe Santiago, socióloga e historiadora; Rafael Vaquera, ingeniero e impresor; Antonio Ochoa, diseñador gráfico y artista plástico; Félix Lazos, monero; Jesús Antonio Camarillo, jurista; Héctor Rogelio Pedraza, filósofo; Raquel Alarcón, administradora; Luis Pegut, fotógrafo; Blas García, poeta y animador cultural; Andrés Pedroza, comunicador; Horacio Manzano, comunicador; Thomas Scrieber, diseñador gráfico; Francisco Javier de Santiago, fotógrafo; Guadalupe Valdivia, arquitecta y Raúl Flores Simental, sociólogo y periodista. Con la curva de San Lorenzo como fondo y sin ningún trasfondo o intenciones inconfesables, durante la fresca mañana del 25 de enero de 2014, los arriba enumerados externaron sus deseos de que esta publicación universitaria sea bimestral y de que sea subida al portal electrónico de la UACJ para que llegue a más lectores. Externaron también su esperanza de que este esfuerzo tenga vida centenaria (por lo menos) y contribuya a mantener en muchos el placer de la lectura. Para no dejar el momento en la informalidad, para que quede constancia de tan importante acto y apercibidos que fueron del alcance de su compromiso, se pidió que firmaran solemnemente los que supieran, y afortunadamente fueron todos.

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Por: Raúl Flores Simental Polémica vieja, terreno medio caminado y campo de mil opiniones, el tema del uso de computadoras y dispositivos electrónicos en el aula sigue suscitando encuentros y hasta conflictos. ¿Es correcto que un estudiante tenga su teléfono, tableta o computadora encendidos mientras el profesor da su clase? En términos generales la respuesta es no, aunque con sus matices, excepciones y variantes. 10


Si el profesor expone o explica, requiere la atención de los alumnos. Es importante que lo escuchen, lo vean, lo cuestionen, lo sientan e incluso que lo repudien por lo que dice. Y todo eso no se logra si el estudiante se encuentra trepado en las redes sociales o está tecleando un texto con sus dos pulgares. No se puede estar en el ciberespacio y en el salón al mismo tiempo con toda la atención puesta en alguna de las dos cosas; por lo menos se trata de una atención partida a la mitad y eso ya es preocupante. Pertenezco a la generación de profesores universitarios que hicimos nuestros trabajos de licenciatura en una máquina de escribir con cinta de dos colores y tuvimos que emprender luego un largo y medio penoso tránsito que fue desde las máquinas eléctricas, pasó por las computadoras monocromáticas y llegó hasta las maravillosas tabletas de hoy, en una de las cuales escribo esto. En ese largo camino, lleno de dificultades (sobre todo para comprar los artefactos), los que alguna vez fuimos regañados por no distinguir entre azar, asar y azahar, tuvimos que ir buscando los acentos en todos los teclados que conocimos, porque sabíamos que independientemente de la tecnología, teníamos que respetar la ortografía, como parte esencial de la comunicación escrita. Entendimos entonces a la tecnología como un apoyo maravilloso a la escritura, a la exposición de ideas, a la enseñanza. Acostumbrados cono estábamos al gis, al mimeógrafo, a los marcadores, al proyector de cuerpos opacos, nos maravillamos con la llegada del power point y de los muchos programas que nos permitían usar mapas y dibujos para luego proyectarlos con un cañón. La tecnología nos impresionó, nos arrolló, nos cautivó y se convirtió en aliada de los profesores, que podíamos ya multiplicar nuestro tiempo y aumentar nuestro conocimiento. Hoy, si cualquiera quiere saber cuántos habitantes tiene París y meterse en la historia de su torre, lo logra en cuestión de segundos y hasta puede hacer un recorrido virtual por esa estructura metálica. Sabemos cómo evolucionan las monedas, cuál tirano ha caído hace 30 minutos y cuáles son las mejores medidas para evitar la 11 influenza.


La información fluye, chorrea, inunda, y permite a todos los que tienen acceso a ella aumentar sus niveles de discusión e intercambiar más ideas. ¿No es este el uso que deberíamos dar a la tecnología? ¿No debemos hacer que nuestros alumnos se nutran previamente para llegar a la clase preparados para un encuentro más sustancioso con sus compañeros y con el profesor? La tabletas y los llamados smartphones son maravillosos si se usan adecuadamente, pero son nocivos si se convierten en obstáculos para la enseñanza. Un salón de clases con 25 estudiantes pegados al teclado mandando mensajes a la novia a al amigo equivale a un aula donde todos jugaran dominó o ajedrez mientras el maestro habla. Porque aquello se convierte en un tonto remedo de comunicación, en donde se abre la puerta a la tecnología de la peor manera. Hay formas de que las innovaciones entren a las vidas de las individuos y de los grupos. Y hay que pensar cuáles se van a abrir y de qué manera. Es necesario pensar en los mejores fines que debemos darles y después permitir e incluso fomentar los usos de lo que ha llegado a nuestra vida y seguirá llegando. Permitir a los estudiante que individualmente se ensimismen en sus aparatitos es un falso acto de libertad que afecta el curso de una clase. El aula es un espacio para fomentar la discusión, el encuentro de ideas y el diálogo cara a cara. Es necesario vernos los rostros, analizar las expresiones del otro, aprender a usar la palabra y discutir. Todo ello tiene que hacerse mediante el uso de la voz y con los artefactos electrónicos apagados. Que hay momentos en que deben encenderse, es innegable. Una tableta es un diccionario maravilloso que saca de dudas en segundos y el uso de computadoras es básico para el análisis de datos. Puede haber momentos en que todos, maestro y alumnos, deban estar metidos en su computadora cuando se explora un programa o se hace un ejercicio. Pero fuera de eso, no hay ninguna necesidad de que el estudiante se encuentre colgado de face durante las dos 12 horas de la clase o de


que tenga los pulgares pegados al teclado de su teléfono. Los que transitamos de la Olivetti al iPad estamos convencidos de la maravilla de la tecnología, pero también sabemos el infinito valor de la discusión en clase, del encuentro diario con el otro. Y eso, el gusto infinito de estar presencialmente, en vivo, cara a cara, es algo que debe fomentarse en los salones de clase. Por eso, a mis queridos alumnos les pido que sin excusas ni pretextos apaguen sus aparatos intromisores y pongan atención a lo que se dice y a lo que se escribe en el pizarrón. Y les suplico también que escriban con buena letra lo que les parezca interesante, pero que por favor no le tomen foto al pizarrón y luego la suban a face para que los que no fueron sepan de qué habló el maestro. Aunque suene antiguo, ortodoxo o pasado de moda, insisto en el valor de tomar apuntes, con la mano, con una pluma y con excelente ortografía. Hasta este momento, salvo la opinión de mis ex-alumnos, apagar aparatitos, pedirles atención y exigirles que tomen apuntes, me ha dado muy buenos resultados. Y no vivo en el pasado: fui de los primeros usuarios de las Mac, introduje la computadoras en un periódico en el que trabajé, usé la primera página web en una campaña política que coordiné. Actualmente, he digitalizado casi toda mi vida y estoy rodeado de gadgets. Soy fanático de Mac y mi iPad es compañera inseparable. Con todo eso, sigo usando el pizarrón, el marcador, los libros y la palabra bien escrita, porque estoy convencido de que la tecnología es la que debe incorporarse a la vida y no convertirse en un intruso que la desvíe sin ningún sentido. Y para que quede constancia de mi afecto racional, de mi amor con límites a la tecnología, pido al editor que no borre la última línea de este texto, donde dice: Enviado desde mi iPad.

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El viejo rostro los muchos ángulos

Fotos: Luis Pegut Devastado, derrumbado, con los grandes espacios que le abrieron como heridas y restos de muros de adobe cual quijadas de res secas en medio del desierto, pero ahí está. Vivo, malherido, sobreviviente, quizá a la espera de mejores tiempos, aguardando que cuajen los muchos planes sobre su futuro, o que alguna vez le vuelvan a maquillar el rostro o, mejor, darle el cuerpo que perdió. Pero, a pesar de la devastación, tiene una cara que los fotógrafos saben encontrar. Y, como Luis Pegut, saben dónde está el nuevo ángulo, la perpectiva no vista. Ya no están los carros viejos de las coloridas postales de mediados del siglo pasado, pero para los fotógrafos, como para los poetas, siempre hay algo nuevo que ver o algo inédito en lo tantas veces fotografiado. La añosa y renacida garita de metales, sigue ahí, ya sin ferrocarriles al lado; enseguida están los amplios espacios abiertos que rodean a la vieja aduana, hoy museo que recuerda la Toma de Juárez. Ya no están los arcos de utilería de la entrevista Díaz-Taft, pero la vieja aduana afrancesada sigue sonriendo, como los viejos pasteles de bodas y de cumpleaños a los que la moda no les ha cambiado ni el betún ni el sabor.

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Y en el viejo cine Victoria se mezclan los recuerdos de los grandes culebrones dramáticos del cine mexicano con las ruidosas caricaturas y la sordidez del cine porno. ¡¡Ah!!, pero en el Plaza, el de las escaleras de mármol y los cortinajes de terciopelo, ya llegó el buen vestir barato y al alcance de todos. Y entre las alzadas de ceja de María Félix que flotan en el aire, los trajes de poliéster le dan nuevo olor y opacan el aroma fantasmal de las palomitas.

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La Catedral, en pie a pesar del túnel y del tiempo, con su fachada que le da la espalda al puente y ve a los lejos una ciudad que se le aleja, respirando los olores del café con leche hirviente de La Nueva Central, que le sigue dando a los juarenses los pays de piña y el chop suey más barato, abundante y chino de la ciudad.

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Y ahí contra esquina de la vieja aduana, el San Luis, que fue cantina, refugio de torterías y casa de cambio, que hoy es lugar donde se rostizan pollos y se toman caldos con arroz y pierna, en una avenida Juárez olvidada, pero viva. Y si todo eso sigue en su lugar, la Misión con más ganas ratifica sus más de tres siglos de vida.

“Para los fotógrafos, como para los poetas, siempre hay algo nuevo que ver o algo inédito en lo tantas veces fotografiado.” 19


Ya no hay turistas güeros, ya migraron los antros, ya le tumbaron muchos edificios y casas, pero el Juárez viejo, el que no conocen muchos, está ahí. Y los fotógrafos le son fieles, como viejos enamorados no se olvidan de ese rostro y no les importan ni las arrugas, ni las imperfecciones. Y si un tiempo lo hicieron con mucha película, hoy se van armados de una memoria digital en donde quepa todo, para que las otras memorias no se borren. Que para eso, a fin de cuentas, están los fotógrafos, esos contadores de vidas y de viejas y nuevas historias de luz.

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¡ S A N TO ! ¡ S A N TO ! ¡ SA N TO ! ¡ SA N TO !

Por: Redacción de Verde y Colorado

Icono de la cultura mexicana, primera gran estrella de la lucha libre, rey nacional del cine de culto, inspirador de historietas, encarnación del bien, héroe de los niños y atiborrador de salas de cine, el Santo está vivo. A la redacción de Verde y Colorado llegó esta foto. Original, en el sentido de que no está reproducida en ningún medio impreso, de que no fue bajada de la red y que no es un jpg pegado en un correo. Está impresa en blanco y negro en el viejo papel fotográfico brillante, que es a lo que antes se les llamaba fotos originales. El que la manda dice que a un lado del enmascarado está su tío y reta a los lectores a identificar a quienes aparecen en ella. Autoriza también cortésmente a que se reproduzca y dice tener otras muchas más que pone a la disposición de la redacción de Verde y Colorado. Por tratarse de quien se trata, se reproduce la fotografía, a sabiendas de que como ésta, habrá miles. En los bazares del D.F. y en el gigantesco tianguis dominguero de la Lagunilla, se pueden encontrar por cientos, al igual que los carteles de sus películas y sus famosas historietas. Desde luego que eso no quita valor a la foto que fue enviada. Ella es una evidencia más, entre los millones de objetos que atestiguan la fama, trascendencia y valía del Santo. Nunca más las arenas de lucha han vibrado como cuando él luchaba y nunca, pero nunca, se ha repetido la hazaña de que los niños se levantaran al final de la película a vitorearlo, a lanzarse topes desde lo alto de las butacas. Nadie ha corrido como él, con su capa al aire seguido de bellezas nacionales que no lo opacaban. Si se trata de identificar la foto, el lector que la manda puede darse por satisfecho con decirle que en el centro de ella está el Santo. Lo demás no importa, pero sirve de sobrado pretexto para decirle a los lectores que en las próximas ediciones nos ocuparemos del enmascarado de plata y de alguna de sus muchas hazañas. Mientras, pueden buscar algunas de sus muchas películas y empezar a practicar el grito tan nacional:¡Santo!¡Santo!¡Santo!¡Santo! Nomás para afinar garganta. 24


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EL VIACRUCIS DE CADA DÍA

“Jesús cambia la caja de chicles por una pistola. A esa nadie le dice que no...” 26


Por: Miguel Ángel Silerio

Jesús regresa a su hogar. La tierra no es nueva, pero ese es el nombre que recibe el hacinamiento de basura y gente que le han prestado para pasar los días, edén desértico y desencantado. Jesús sale de su hogar al siguiente día, cuando el sol apenas comienza a asomarse. Sube a una rutera azul y se queda dormido. Lleva en sus manos una pequeña caja que contiene 50 paquetes de chicles, con cuatro pastillas cada uno. Llega a un templo y camina unas cuantas calles hasta un crucero. Comienza el viacrucis. La caja de chicles no sólo contiene chicles: contiene necesidades, esperanzas y pesadumbre. La caja de chicles es fea y provoca que los automovilistas cierren la ventana de su vehículo cuando se acerca. Jesús quiere vender los chicles, y los chicles no quieren ser vendidos. A veces, cuando el calor es menos, Jesús tiene tanta hambre que le sale fuego por la boca. Si el espectáculo es del agrado de la audiencia motorizada, Jesús satisfará el hambre con una comida que le sabrá a gasolina. Los días son muy largos y las noches muy cortas. Las sombras que prestan los árboles del parque que está enfrente del templo y el agua que ofrece la manguera, ayudan a menguar la fatiga. Jesús gasta más dinero en sus viajes en camión, que el que recibe de la venta de chicles. Pero la suerte del vendedor está a punto de cambiar. Jesús cambia la caja de chicles por una pistola. A esa nadie le dice que no, nadie le dice que “ái a la vuelta”. Ahora Jesús sólo paga el adeudo del arma y, aun así, le queda para comer, para vestir, para vivir. Jesús transformó al agua de la manguera en cerveza, pero nadie valora ese milagro. Sin embargo, con el bien vivir y el bien comer, la cruz que arrastra es la misma, con un camino único y recto hacia la crucifixión.

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Fotografía: Pablo Hernandez Batista.

EL RESCATE DEL CENTRO

DE JUÁREZ Por: Héctor Pedraza Reyes

Hace unos días se presentó ante la opinión pública el Plan Maestro del Centro Histórico con el fin de recabar opiniones respecto al destino de una zona que se ha visto devastada por años de indiferencia y que debería verse convertida en un amplio espacio para la convivencia ciudadana. Sin embargo, el rescate del centro implica una inversión de miles de millones de pesos y el municipio dice disponer solamente de unos 50 o 60 millones.

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Una bagatela. Apenas para pintar algunas fachadas y reparar unas cuantas banquetas. El riesgo que se corre es que la administración municipal decida entregar los predios abandonados del centro a los grandes consorcios comerciales, como tiendas de conveniencia, cadenas de supermercados, licorerías y expendios de cerveza, con el pretexto de que son los únicos que cuentan con dinero para invertir en esa zona. De esa manera, se daría el tiro de gracia a todas las aspiraciones de urbanizar con un criterio basado en el interés ciudadano por su historia y por hallar espacios donde encontrarse y compartir una vida cultural sana que permita el desarrollo personal. La virtual aprobación del Plan Maestro debiera conducir a la captación de fondos nacionales e internacionales para convertir el centro histórico en patrimonio cultural de gran relevancia para la consolidación de la vida urbana de esta vapuleada ciudad. Por ejemplo, el edificio del antiguo Cine Victoria podría convertirse en Teatro de la Ciudad. Muchos edificios que hoy están en ruinas y que albergan el recuerdo de momentos históricos imborrables, como los son el Edificio Sauer, el Hotel Río Bravo, el Edificio San Luis, el Hotel del Sur, el Hotel San Antonio o el Edificio Villarreal, podrían ser tornados en departamentos de lujo y en oficinas decentes, no en viles changarros de charlatanes, astrólogos, tatuadores y mercachifles.

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Muchos otros pueden ser dedicados a museos, escuelas, galerías de arte y centros de espectáculos musicales, como son la antigua Presidencia Municipal o el antiguo Cine Plaza. De hecho ya hay varias escuelas en esa zona que requieren de atención inmediata, tal es el caso de las escuelas Jesús Urueta, Emilio Carranza y el Centro Escolar Revolución. De especial valor histórico siguen siendo la Misión de Guadalupe, la Plaza de Armas, el Templo Bautista, el Museo de la Revolución en la Frontera, la Casa del Administrador, la Garita de Metales, el Monumento a Juárez y el Edificio de Correos, todos los cuales están circundados de mugre, violencia y decadencia. En total, una superficie de 165 hectáreas está siendo objeto de la codicia de los grandes consorcios de tiendas de conveniencia, es decir, el terreno mejor situado en la frontera con los Estados Unidos. Es mucha tentación para los señores del dinero, sobre todo del dinero fácil, porque están esperando que esas hectáreas se las venda el municipio a precio de ganga. La reactivación de esa zona implica también la creación de parques y jardines donde se puedan realizar actividades recreativas y culturales. Pero al paso que vamos, y con la escasa energía de las autoridades y de los inversionistas, es muy posible que el centro de Ciudad Juárez termine siendo una verdadera pocilga, para vergüenza y oprobio de la presente y de las futuras generaciones.

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De Relleno CERRO BOLA

VS MONTAÑA FRANKLIN Por: Thierry Hernández-Gilsoul Ambas se levantan en la frontera, una a cada lado, pero, ¿porque una es cerro y la otra montaña?, si a simple vista se ven similares. Sencillo: el Cerro Bola, icono geográfico de Ciudad Juárez, se levanta a 1640 metros sobre el nivel del mar, no es la “bola” que observamos todos, sino un vértice que esta detrás de ella que se eleva hasta 1800 metros y es el punto más alto. El Cerro Bola forma parte de la Sierra de Juárez, donde se incluye el Cerro del Águila entre otros elementos geográficos conocidos. Si por la altura fuera, podría llamarse montaña desde el punto de vista geográfico, sin embargo, por alguna razón en México, a las elevaciones del relieve casi siempre las denominamos cerro (por ejemplo, el Cerro de la Silla en Monterrey con una altura de 1820 metros). En los Estados Unidos de Norteamérica, las elevaciones con más de 700 metros desde su base se denominan mountain, por lo tanto el conjunto de montañas de El Paso, Texas se llaman Franklin Mountains y se eleva 2190 metros. Sí, es más alta que el Cerro Bola, pero ambas son montañas.

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LA MUERTE

A PA R E C E P O R

CAMINOS EXTRAÑOS

Por: Andrés Pedroza García

Hace unos días me dice mi madre: - Falleció mi tío X. Qué pena. - No somos nada –dije yo-. ¿Estaba enfermo? - Pues sí. Tenía cáncer, y creo que diabetes. - ¿Cuál de las dos fue la causa de la muerte? - No, ninguna. Le explotó un tanque de gas –dice mi madre compungida. - Qué espanto. Morir quemado. - No, si tampoco se quemó, se murió del susto.

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ED ELO G I O L B O R R AC H O Por: Jesús Antonio Camarillo Los sueños de la muerte y los casorios se entretejen. Carolina Ortiz Martínez, una jovencita juarense de tan sólo veinte años había tomado la decisión de casarse con el joven Eduardo Onésimo Porras, dos años menor que ella. A Carolina, huérfana desde pequeña, no le faltaban familiares y amigos que le aconsejaban que no se precipitara. Le decían que había más tiempo que vida, pero a esa edad, las razones se receptan bajo otros moldes. La decisión parecía estar ya tomada. Y en esas andaban ambos, pensando en el futuro, cuando otro muchacho casi de la misma edad que ellos, los embistió cuando estaban sobre la Gómez Morín. Ebrio, Alejandro Rentería Arreola, seguramente se quería comer al mundo cuando a más de cien kilómetros por hora perdió el control del vehículo Nissan que conducía. Como viles muñecos se llevó a los enamorados. El tal Alejandro quizá ni cuenta se dio. Han de haber pasado varias horas hasta que “le cayó el veinte” sobre lo que había hecho y de lo que vendría después. Para fortuna de él, su madre se movió rápido. Abogado particular no le faltó. Y para la gravedad de lo que hizo, la legislación estatal lo tratará bien. Se llevó entre las llantas dos vidas entrelazadas por sueños en común, pero su acción criminal sigue siendo para la ortodoxia legal y doctrinal un delito “culposo”. Esos que en términos pobres se suelen definir como aquellos en los cuales se realiza un comportamiento anclado en la negligencia, falta de pericia u omisión y no en el dolo. En ese tenor, se dirá que Alejandro no tenía la intención de matar a los novios. Todo fue, pues, hasta aquí, transparentemente imprudencial. Y de ahí no ha salido la legislación mexicana. Como si los miles de borrachos que destruyen vidas cada fin de semana a lo largo y ancho del país fueran unas ingenuas palomitas que no se percatan del eventual daño que pueden hacer al ponerse frente al volante. Ellos conocen el posible resultado de su acción y ponen en peligro la integridad física de todas 34 las personas que por mala fortuna se cruzan en su camino.


Ya es tiempo que las legislaturas de los estados tomen cartas en el asunto. La técnica legislativa o la figura o modalidad introducida es lo de menos. Aquí no se requiere mucho purismo teórico. De lo que se trata es de afrontar la realidad y encarar el desmadre de los ebrios al volante. Si hay que extender el significado de lo “doloso”, que se haga; si hay que reducir la noción de lo “culposo”, adelante; si pasamos por encima de la tensión entre ambas figuras, vale; si creamos un tipo penal heterodoxo y, por ende, fuera de cualquier canon doctrinal, lo acepto. Lo importante es oxidar, aunque sea un poco, la elástica puerta giratoria que un ebrio al volante encuentra en los cauces sustantivos y procesales de la “justicia” mexicana. Porque como están las cosas, a veces me da la impresión de que la legislación ejerce encubiertamente una especie de elogio o apología del ebrio al volante, que en poco se separa del elogio cultural que, en términos generales, ancestralmente hacemos del borracho. El borrachito es chistoso y suele ser el alma de las fiestas. Es, también, de las cartas más entrañables de nuestro juego de lotería. De todos los hijos, es el que más cariño le demuestra a la madre. En los estadios, es el borrachito el que no nos deja ver la jugada estelar, pero vale la pena, porque nos brinda más diversión en las butacas que en el propio campo. Así, en una actitud por demás curiosa e irracional, satanizamos al marihuano y al cocainómano, pero al borrachito lo elevamos a estandarte nacional. Es una virtud echarse su caguamones antes, durante y después del partido. Y nos reímos de la ocurrencia del compadre cuando le zambute la cerveza al más pequeño de sus hijos, que, por cierto, al rato vuelve por otro traguito. Luego, al terminar la fiesta, creemos cumplido nuestro deber ético cuando le indicamos al borracho que tenga cuidado, porque lo pueden multar o morder los tránsitos, sin darnos cuenta de que, probablemente, nos hemos convertido en cómplices de la introducción de un cambio brutal en un segmento del mundo. Hemos dejado suelto por las calles de Ciudad Juárez al mismo demonio. Y en el colmo, pero en franca coherencia con nuestras anteriores actitudes, lo pondremos al tanto, por facebook, de la ubicación de los retenes. ¡Te queremos, borracho, te queremos!

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UN AUTÉNTICO D R A M A V I RT UA L Por: Santiago Gallur Santorum

A medida que nos vamos haciendo mayores la vida nos regala experiencias, amigos, amores, situaciones de lo más inesperadas algunas y completamente previsibles otras. Todo ello constituye nuestro pasado, pero marca sobremanera nuestro presente e incluso nuestro futuro. Así, con las nuevas tecnologías hemos entrado desde hace más de veinte años en una aparente nueva etapa para la humanidad, donde todas esas experiencias y recuerdos conviven con una “dimensión irreal” de nuestra vida. Y es que mientras el mundo físico, real, palpable, se desarrolla tal cual lo había hecho previamente, a la vez, el virtual, empieza a acaparar cada vez más espacios de nuestra vida. Y todo ello en Internet: esa herramienta maravillosa que nos permite tener todo el conocimiento y la diversión del mundo a la distancia de un “click” del “ratón”. De este modo, todos, niños, jóvenes, adultos y mayores pueden disfrutar de las increíbles posibilidades que ofrece la “red”.

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De entre todas ellas quizás la más popular es el correo electrónico. Hoy en día, el “email” es una herramienta básica para nuestra vida cotidiana, un elemento imprescindible sin el cual parece que nos falta algo. Si intentásemos vivir todo un mes sin correo electrónico, es probable que no pudiésemos continuar nuestra vida del mismo modo que la desarrollamos a diario usando esta herramienta. Casi todo el mundo que usa Internet, sea como elemento de ocio, sea como herramienta de trabajo, se pasa una parte importante del tiempo en el “email”. Este constituye una parte tremendamente importante de nuestra “vida” en el “ciberespacio”. Nos pasamos horas y horas revisando correos, escribiendo, eliminando los miles de indeseables “spam” que inundan nuestra bandeja de entrada y llegan incluso a saturarla. Y de este modo, cuando estamos inmersos en nuestro correo electrónico, nuestro tiempo físico, real, palpable y casi tan valioso como el oro, se va como el agua que escurre entre nuestros dedos en el infinito manantial del espacio virtual de internet. Así, cuando nuestra vida alcanza un delicado equilibrio entre nuestro tiempo real y el universo paralelo de nuestro mundo virtual, ocurre lo impensable. Un hecho que nos cambia la vida para siempre: ¡Nos han bloqueado nuestra cuenta de “email”! Microsoft, Google o Yahoo han decidido que por nuestra seguridad es mejor que no entremos a nuestro propio correo electrónico. Es decir, como alguien desconocido ha intentado “profanar” nuestro privado mundo virtual, el administrador decide que si queremos volver a entrar algún día en nuestro correo electrónico debemos demostrar que somos nosotros. ¿Y cómo demostrarlo? Pues aportando todos nuestros datos privados en interminables formularios, en los cuales debemos indicar con quién nos hemos comunicado, cuándo nos hemos comunicado con esas personas, sobre qué hemos escrito, e incluso los datos de nuestras tarjetas de débito o crédito si es que, incautos, nos hemos atrevidos a realizar compras a través de internet. Todo esto nos hace replantearnos la importancia de las cosas. Nos lleva al “inicio de los tiempos”, tal cual aparece señalado en el menú de las computadoras cuando queremos recuperar una información importante que no somos capaces de localizar. Ese tiempo, casi inmemorial, en el cual debemos situarnos si queremos recordar todo aquello que teníamos almacenado en nuestra preciada cuenta de “email”: más de 4 mil correos sin leer de mil y una empresas y personas desconocidas que la mayor parte de las veces pretendían vendernos algo; 150 fotos de eventos familiares y con amigos que nos habían enviado al correo electrónico con la frase irrefutable de “te lo mando al correo que ahí no se pierde”; 535 documentos vinculados al trabajo de una y otra forma que contenían evidencias imposibles de volver a conseguir. UN DÍA CUALQUIERA… Un día cualquiera, inocentes, nos disponemos a seguir con la inaplazable y rutinaria cita diaria con el correo electrónico. Ilusos, sin siquiera imaginarnos lo que se nos vendrá encima, nos metemos en la web, tecleamos nuestra dirección de correo y contraseña. Y entonces pasa lo inesperado. ¡No podemos entrar! “Debe ser un error, a lo mejor 37 estaba colocado el bloqueo de


mayúsculas. ¿Será eso? Sí, ¡seguro que es eso!”, pensamos. Con toda la paciencia del mundo y sin leer el mensaje que nos aparece en la pantalla del portal de entrada a nuestro correo, volvemos a cumplir con el ritual de introducir nuestra dirección y contraseña. Pero, ¿qué ocurre? ¡No va! ¡Imposible!, repetimos una y otra vez. ¡Pero si ayer iba bien! Volvemos a intentarlo unas diez veces más hasta que, por fin, leemos el mensaje en la pantalla: “Alguien ha intentado entrar en su cuenta de correo electrónico, por su seguridad, ayúdenos a comprobar que es usted el usuario de esta cuenta”. Por un segundo decimos en voz alta: ¿pero quién?… ¿quién habrá intentado entrar en mi cuenta?, como si con el simple gesto de hacer memoria pudiésemos adivinar la identidad del intruso. Ya desesperados, empezamos a buscar las posibles soluciones. Y como somos muy obedientes hacemos caso a los mensajes de la pantalla. “Por favor, rellene el formulario que le mostramos a continuación para que podamos comprobar que es usted el usuario de la cuenta de correo”. Y de este modo tan absurdo, por “nuestra propia seguridad”, hacemos todo aquello que sabemos que no se puede hacer en internet bajo ninguna circunstancia: facilitamos nuestros datos personales, todo, absolutamente todo lo que nos pide el formulario en cuestión, desde el número telefónico de nuestra madre, el nombre que le pusimos a nuestra primera mascota, el apodo cariñoso con el que se dirigía a nosotros nuestra abuela María. En definitiva, todo, lo más íntimo de nuestra persona, lo escribimos sin pestañear mientras intentamos recordar si nuestro diminutivo de la infancia lo escribimos con h, con ñ o con y. ¿Pero a quién le importa? Está claro que hace diez años, cuando abrimos esa cuenta de correo, lo que queríamos era terminar de una vez los innumerables pasos de la creación de nuestro ansiado “email”, por lo que escribimos lo primero que se nos ocurrió. ¡Quién nos iba a decir en ese momento que tres mil seiscientos cincuenta días después estaríamos tirándonos de los pelos frente a la computadora, intentando recordar cuál era la profesión de nuestro abuelo paterno, aquel que murió cuando teníamos apenas ocho años!. Pero todo tiene un límite. Y así, cuando estamos a punto de indicar hasta los datos de nuestra tarjeta de crédito, de repente el sentido común se adueña de nosotros. Respiramos profundamente y leemos el mensaje enviado a la dirección alternativa de correo electrónico que ingenuamente creíamos que serviría para algo en una situación de este tipo: “los datos que ha proporcionado son insuficientes para comprobar que su identidad corresponde con la del titular de la cuenta de correo electrónico a la que intenta acceder”. Y cuando ya no sabemos si estamos cubriendo un formulario para poder entrar de nuevo en nuestro “email” o siendo víctimas de una estafa, decimos contundentemente: ¡A la ….! Y entonces desistimos. Pasan por nuestra mente esos diez años de nuestra vida resumidos virtualmente en miles de mensajes intercambiados con familiares, amigos e inclusos desconocidos, de los que un innovador historiador podría decir que documentan nuestra “historia de vida”. Parece que hasta recordamos algunas de aquellas primeras fotos familiares que nos llegaban al correo y que entre risas revisábamos curiosos en la pantalla de la computadora. Y sonreímos cargados de recuerdos, recuerdos que se acaban de perder para siempre en el “ciberespacio”, entre los millones de terabytes sorprendentemente basados en 38 códigos binarios de unos y ceros.


De este modo, por primera vez desde hace dos horas, sonreímos y pensamos apenas durante un segundo en la irreal de nuestra moderna vida llena de tecnología y mundos virtuales, de redes sociales y correos electrónicos.

Así que, resignados una vez más, hacemos aquello que hemos visto hacer cientos de veces en los últimos diez años. Creamos una nueva cuenta de correo electrónico, siendo por fin conscientes de lo efímero de su existencia. Y escribimos nuestro primer “email” con un discurso que rebosa pena e inocencia a partes iguales: “Queridos familiares, amigos y colegas! Quién me lo iba a decir, pero esta vez he sido yo la víctima de la red de redes! Algún… entró a mi cuenta de “email”. ¡Sí!, me han hackeado la cuenta. Está bloqueada y no puedo acceder. Por ello, les pido disculpas a todos por las molestias, a la vez que les comento que mi nueva dirección electrónica es esta desde la que un servidor les escribe. Saludos cordiales”.

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JI N AUG O TAÁB LRE Y ER I CZA Las ciudades son espacios que conservan y crean. En ellas conviven los personajes viejos, los de siempre, los tradicionales, con las nuevas generaciones que brotan en todas partes y que algún día se convertirán en parte del pasado.

La cámara de Francisco de Santiago captura esos contrastes. En un recorrido por el Juárez inagotable y rico, encuentra lo mismo esculturas monumentales que nacientes artistas urbanos, al tiempo que depositarios de viejos oficios, arraigados en lo lugares más viejos.

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Aferrado a sus clientes y a sus habilidades maduradas con los a帽os, el bolero que se cobija en la vieja aduana exhibe sus zapatos lustrosos, como muestra de lo que sabe hacer. De pantal贸n bien planchado y con todas las tintas para satisfacer a los clientes que le puedan llegar, el hombre que hace rechinar las botas, posa para una foto y para la portada de esta revista.

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También lo hace el joven de la piel metálica que se posesiona de las calles y le roba unos segundos a los conductores ansiosos y apresurados. Sólo los segundos que les da el semáforo en rojo, con ellos es suficiente para mostrar sus habilidades, para arrancar una monedas, para continuar un arte que se reproduce en cada crucero y que marca a una ciudad en la que las estatuas viejas ahora tienen la competencia de estructuras geométricas, grandes y retadoras.

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Para que niños y jóvenes abran los ojos con asombro ante las piruetas y el arte urbano, para que los mayores recuerden que sigue habiendo boleros, para dar testimonio de una ciudad que cambia. Para eso se pasean los fotógrafos por las entrañas de una ciudad que todos los días sorprende, halaga, reconforta, y muestra que está viva. La ciudad donde todo convive Los viejos oficios, los nuevos artistas

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P I STO L I TA DE

AGUA Por: Jorge Garcia

-Yo creo que tu marido es pura pistolita de agua. -¡Ay! amiga, como eres. -Pues sí, mira ya cuántos años tienes de casada y nada de nada. -Pero no le digas así a mi Pepe. -Es que ya es hora de que tengas hijos. Porque no me vas a decir que no quieres tener bebés. -Pues sí, pero es que… -Mándalo con el doctor. Que le revisen “eso” a Pepe. A ver por qué no puede. Pero necesitas hacerlo ya, porque se les está pasando el tiempo. Después de la plática, la mujer que no ha podido quedar embarazada ha quedado más angustiada que decidida a pedirle a su marido que vaya con el médico. Mientras la amiga se retira a su área de trabajo satisfecha de haber “inyectado” buena voluntad con algo de ponzoña en el ánimo de su compañera. -Qué fácil, piensa la mujer que aún no ha podido convertirse en madre, una profesionista competente que anda rondando el “treintón” pero que no ha logrado realizarse como mujer “en su esencia más pura”. Como Dios manda, pues. Como lo dictan las buenas costumbres y como nos han enseñado nuestros padres y los padres de nuestros padres y los padres de los padres de nuestros padres y… desde los siglos y los siglos. -Capaz que Pepe me rompe el… No, mejor no. Mejor una veladora a San Juditas o unas vitaminas o el tecito en ayunas durante nueve días como dijo la señora del mercado y a lo mejor sí pega y en este mismo año, estamos en febrero, y ya para finales nace mi bebé, se dice a ella misma aunque sin mucho convencimiento. Pepe forma parte de una estadística que indica que entre el 15 y 20 por ciento de los hombres de esta región tienen problemas de infertilidad. Las mujeres viven una situación semejante, de acuerdo a los datos proporcionados por el médico especialista en ginecología y profesor de la UACJ Carlos Cano Vargas. Reveló también que entre las parejas, el problema de infertilidad aparece con mayor frecuencia en el elemento femenino, aunque la diferencia es de solamente dos puntos porcentuales con relación con el varón. 51 por ciento en el caso de ellas y 49 por ciento en el caso de los “Pepes”.

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Pero conforme pasa el tiempo Pepe y su mujer están cada vez más acompañados en su situación, ya que por cuestiones de la modernidad de la vida, las parejas deciden dejar para después la paternidad y ponen más empeño en afianzar su situación económica y profesional que a la crianza de chamacos. La idea de tener que cambiar pañales no les resulta muy atractiva por más que los bebés inspiren mucha ternura. El profesor Cano Vargas indicó que en la UACJ, en algunas épocas, el 70 por ciento de sus estudiantes son también trabajadores y entonces cuando se gradúan buscan consolidar su situación económica y su práctica profesional y aplazan por algunos años la intención de convertirse en padres. Esta decisión tiene sus riesgos, mismos que van creciendo conforme pasan más años y en esto la mujer se encuentra en mayor desventaja que los hombres, debido a que en ellas las células encargadas de la reproducción van envejeciendo y a partir de cierta edad se multiplican los riesgos en la salud de los bebés. Si la mujer de Pepe tarda más años en embarazarse -Por ejemplo, si lo hace a la edad de 35- existe una posibilidad entre 750 de que su bebé sufra alguna complicación como el Síndrome de Down, que es el que ocupa el primer lugar en cuanto a malformaciones. Pero si ella llega a los 40 y es entonces cuando queda embarazada su bebé estará en mayor riesgo de sufrir una malformación. A esa edad la posibilidad de una complicación en la salud del niño es de una entre 200.

“Mejor una veladora a San Juditas o unas vitaminas o el tecito en ayunas....”

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Hasta ahora, ella y Pepe no han tenido más problemas en su relación por no tener hijos. Malo que él la considerara a ella como la culpable y le diera su desconocida como ha llegado a suceder con la “prima de un amigo”. El terapista David Hernández Pérez consideró que la violencia es una manifestación extrema que se puede generar cuando la pareja tiene problemas para procrear, debido a las cargas sociales para la pareja. Hasta ahora, el qué dirán tiene sin cuidado a Pepe y su pareja. Se quieren mucho porque se encuentran aún en la etapa de enamoramiento y hasta ahora los críos no les hacen mucha falta. Lo malo vendrá si sus familias, los amigos o compañeros de trabajo empiezan a ejercer una presión social mayor con las insinuaciones de “pistolita de agua”, porque eso podrá provocar un deterioro en la relación de la pareja, que en un caso extremo desencadenaría una separación. Debido a las ideas machistas que persisten en la sociedad, para un hombre puede ser más difícil aceptar que él es quien tiene el problema para que su pareja se embarace, pues la sombra de “pistolita de agua”, puede ser una losa muy pesada por la presión social. En el caso de la mujer es menos difícil aceptar su condición, pero eso no la deja exenta de sufrir depresiones severas por no sentirse una mujer plena. Para los Pepes y sus parejas se presenta una oportunidad que les puede ayudar a resolver su problema de fertilidad, a partir del método que inventó el grupo de investigadores dirigido por el biólogo Raymundo Rivas Cáceres. Con la aplicación de una molécula del cerebro del cerdo se pueden mejorar las condiciones de las células reproductoras del hombre y la mujer, y se duplican las posibilidades de que la mujer quede embarazada y de que el desarrollo en las primeras etapas del bebé sea mejor. El método diseñado por los investigadores podría resolver los problemas de fertilidad de las mujeres y los hombres y terminar con el estigma de la “pistolita de agua”.

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VIDA DE PERROS Á G U I L A O S E L LO Por: Sergio Domingo Por el camino a ciudad universitaria un perro corpulento -Pitbull- lleva una cadena al cuello y con ella arrastra una llanta vieja a la que le han metido dos piedras. Es una carga pesada incluso para un perro corpulento. Delante de él caminan dos hombres jóvenes, desenfadados, cuyo único oficio parecería ser el de caminar para que los siga el animal. Los tres van despacio y a su lado corren los autos veloces que cruzan ese camino recto y desértico. Sobre el lomo del animal, unas cicatrices grandes y viejas. También una de las patas luce la piel sin pelo. Es un perro de pelea, parece. Y lo corroboran unos choferes que después de ver pasar al trío hacen el comentario. -Estos son de los que llevan perros a pelear. Así los entrenan, los hacen arrastrar cosas pesadas para que se pongan fuertes. Y después les echan perros callejeros para que se ensañen con ellos. De eso viven, de lo que ganan en las apuestas. Es febrero y el viento sopla sobre la fatiga del perro y despeina a sus acompañantes. Al animal blanco, de manchas amarillas, le tocó ese par. Le tocó sello Más adelante, cerca de la estufa donde se cuecen las gorditas de harina, descansan dos perros. Uno negro y otro blanco, los dos negros y peludos. Uno tiene una pata chueca y otro la tiene incompleta. Los atropellaron -explica una mujer de voz firme- y los recogimos. Es que la gente viene y los tira, pero a este lo mandamos al veterinario y al otro le vendaron la pata. Se hizo lo que pudo, pero le quedó chueca. Pero mírelos, van y vienen. Y aquí comen. Los dos perros retozan, se acercan a los pies de la mujer que con voz complaciente los corre sin muchas ganas de que se vayan. Se ven gordos, no tienen cicatrices en el lomo, no arrastran llantas con piedras. A estos no los entrenan, no tienen que enfrentarse con otros perros. Y hasta comen pedacitos de gorditas de chicharrón o de frijoles, que los clientes les arrojan con gusto. No tienen que pelear, no tienen que ponerse fuertes. Les tocó otra suerte. Les tocó aguila.

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C A R TA P Ó ST U M A PARA UNA LEYENDA Por: Óscar Vázquez De pequeño, Pepe Camacho soñaba con ser como sus héroes, los locutores. Y su sueño se realizó con creces: no sólo se hizo uno de ellos, sino que se convirtió en una institución construida a lo largo de su paso por Juárez, Nogales, Denver y El Paso. El monaguillo que cada domingo caminaba kilómetros y kilómetros para llegar a tiempo a la misa tempranera de la vieja iglesia del Sagrado Corazón de Jesús; el aprendiz de tapicero al que alguna vez también le contaron lo básico de la contaduría en una escuela comercial; el travieso paseante de los grandes terrenos de su tía Tomasita en las inmediaciones de la primera escuela de agricultura Hermanos Escobar, allá, cerca del entonces tranquilo puente Libre, pasó a ser protagonista en un mundo al que se aferraría para dejar huella. Ese recorrido lleno de satisfacciones y alegrías, también estuvo plagado de sinsabores. Pepe supo de épocas de bonanza, pero además de las de poco trabajo, de los bloqueos comerciales y de promesas incumplidas de políticos que sólo en él encontraron ayuda cuando nadie quería grabarles (la alternancia era cosa reciente e incierta), pero de los que sólo recibió indiferencia una vez que se auparon al poder. Conoció el exilio y la dureza de las empresas lejos de casa en su lucha por sobreponerse a las adversidades. En ese trajinar, sin embargo, en Pepe se gestaba algo más de lo que quizá no era tan consciente: se convertía en un ser bondadoso, amable y desprendido como de pocos se ha sabido. Junto a la presencia radiofónica que por décadas le prestó su voz a la frontera en programas legendarios como El Noticiero 970, Los Municionazos (“al paredón y… ¡fuego!”); anuncios para toda la vida, como los de Laboratorios Camacho (y su Fórmula 40) y Telas Modernas (“te las recomieendooo”), creció el señor Camacho, el bonachón dispuesto a brindar ayuda, una sonrisa, un cariño y una palabra de optimismo y de aliento para cuantos tuvieron la suerte de cruzarse en su camino, con mayor razón si se trataba de su esposa (su Negra) y sus hijos (su Chester, su Chachis, su compa Gabilondo y su pequeña generala Nydia). Parece que nadie lo recuerda en el rencor, más bien en la curiosa sensación de tranquilidad y desenfado con que asumía su día a día, por más que la vida en ocasiones se empeñara en golpear su salud, su economía y su 48 esperanza.


Apenas terminando el año pasado, Pepe Camacho cumplió otro anhelo: en una reunión muy especial, en Chihuahua se reencontró con varios de sus cuñados, a quienes tenía muchas ganas de ver. Ahora, dicen los que saben, se entiende su afán: preparaba su despedida para irse a otra reunión, con gente ya ida que desde el anonimato, empujada alguna fuera de su tierra original, también ayudó a moldear las formas de esta frontera y del estado: su papá Juan, su mamá Beca, sus tíos Pánfilo y Tomasita, sus hermanas Pita y Concha, sus hijos postizos Luis y Bule, su sobrino Pablo, sus cuñados Concho, Lupe y María Luisa, y sus suegros doña Chuy y don Felipe, con quien seguramente ahora estará comiendo nieve y melón, aunque “no los prefiera”, como decía siempre que desdeñaba alguna comida, aunque luego diera cuenta de ella hincando con gusto el colmillo. El señor Camacho se fue tranquilo. Cuentan que en el sueño donde se le apareció la muerte dijo que se preparaba para una nueva transmisión, pero esta vez con voz celestial, para envidia (de la buena) de sus amigos de oficio y café Fermín Reyes, Héctor Vélez y Héctor Noriega; para orgullo de sus hijos Héctor, Rocío, Gabriel y Nydia; de sus nietos Aisha, Jiro, Lizeth, Alonso, Mara, Óscar, Renato, América, Miguel Ángel, Anneliesse y Maikol; y para deleite de Nena, su gran amor y devoción. Como debe ser, en situación dramática, grandilocuente e impostada, a la usanza de las grandes voces de la radio fronteriza, en un golpe maestro Pepe murió el 27 de enero, día del cumpleaños de su hija mayor, para mostrar la moneda a contracara: una vida productiva que parió gente buena como la que necesita Juárez… Pepe Camacho soñó con héroes, y al final se convirtió en uno de ellos.

“se preparaba para una nueva transmisión, pero esta vez con voz celestial”

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DE CHILES, TORTILLAS,

D U LC E S Y ATO L E S Este texto se refiere a la vida rural de los años treinta en el sur de Chihuahua. Forma parte de un libro de relatos autobiográficos de doña Josefina Villalobos de Anchondo. Por su valor testimonial, histórico y sociológico, se reproduce con permiso de la autora. En futuras ediciones aparecerán otro relatos tomados de la misma fuente.

Por: Josefina Villalobos de Anchondo En todas las casas del rancho se comía más o menos lo mismo en los años 30 del siglo XX. Todos los días se ponía a cocer el maíz con cal en un bote. Se ponía al fuego en la tarde, ya que estaba cocido se sacaba y es lo que llamamos nixtamal, se dejaba enfriar y te ibas al arroyo a lavarlo. De esta manera ya estaba listo para en la madrugadita que se levantaban las mujeres a molerlo para hacer tortillas. En la mañana, una mujer se colocaba en el molino para moler el nixtamal que se coció la tarde anterior; esta del molino le pasaba la masa a la que estaba en el metate. La del metate terminaba de amasar, hacía los testales y torteaba aventando las tortillas al comal. La mujer que estaba en el metate siempre tenía a su lado un recipiente con agua, porque para hacer los testales y las tortillas, la masa y las manos deben estar húmedas. A esta agua con la que se humedece la masa se la llama machigüis y se va poniendo blanca por los residuos de masa que se van quedando, generalmente se tiraba; pero también muy seguido con ella 50 y alguna bolita de masa que haya


sobrado se hacía atole. Otra de las mujeres estaba en la chimenea cociendo las tortillas sobre el comal caliente, donde también estaban la cazuela de frijoles y el jarro u olla de atole. La del metate también hacía gorditas para el bastimento de los hombres que se iban a la labor. Los hombres también se habían levantado y andaban en los corrales. Unos ordeñando las vacas, otros dando de comer a las bestias que ese día llevarían a la labor: caballos, mulas, burros y bueyes, si era tiempo de arar la tierra y, desde luego, los perros que también van a la labor todos los días. Los marranos son flojos, despiertan más tarde y por ende comen más tarde; además ellos no trabajan, por eso les va como les va. Se almorzaba frijoles guisados, atole de masa, tortillas de maíz recién hechas, leche, café con leche, tortillas de harina con azúcar e igual gorditas de harina con azúcar, si habían quedado de las que se hicieron la tarde anterior. Se usaba a diario el chile arañado a manera de salsa. Es el chile verde largo (que después conocí como California) tostado y pelado; se le quita el pezón y lo destrozas con la mano, lo “arañas” con los dedos, le pones sal y listo. Este chile arañado se usaba diario en la comida y también en las gorditas de bastimento. Además del chile arañado, también se usaba el chile bolita, que es entre rojo y amarillo y a decir de los adultos, “es más bravo que un perro bravo”. Cuando a este chile lo secan se pone rojo y se llama chile colorado de bolita. Cuando está seco lo resquebrajaban con el palote y lo ponían en una ollita tapado y de ahí lo usaban los hombres para sazonar su comida. No me acuerdo que ninguna mujer comiera ese chile que era “más bravo que un perro bravo”. Cuando no era tiempo de chile verde se usaba el chile pasado, o sea el mismo chile verde pero ya tostado, pelado y puesto a secar. Este se remoja desde la noche anterior. En la mañana le quitas los pezones e igual lo arañas, le pones sal y listo. También se usaba mucho como guisado con queso y papas. Diario se almorzaba frijoles, incluso cuando se hacía una fritanga de huevo revuelto con pedacitos de tortilla este no era el plato fuerte. Si no almorzabas frijoles ibas a andar todo el día con debilidad, a menos que hubieras almorzado un pocillo grande de pinole con leche, decían que: “esto te va a ayudar mucho durante el día”. Muy rara vez se usaba el frijol negro, era signo de “pobreza”, porque ya se estaba acabando el “frijol de verdad”; pero no faltaba quien prestara un costal de frijol “de verdad” mientras se levantaba la cosecha propia. Lo mismo pasaba con las tortillas de harina, si alguien las hacía sin azúcar y las usaba para comer, decían “esta gente es pobre, ya se les está acabando el maíz”, e igual que con el frijol no faltaba quien le prestara el costal de maíz mientras levantaba la cosecha. La costumbre de comer con tortilla de harina de sal la comida, la conocí a mediados de los años cuarenta

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en Ciudad Juárez. En Tenenuco, y toda aquella comarca, la tortilla de harina se hacía con azúcar y era un complemento alimenticio; pero sí la comíamos todos los días. La harina que se usaba en las casas, la obtenían de moler el trigo en casa, previamente limpio de su espiga, en molino de mano. A esta harina le decían harina de trigo, muchos años después supe que se llama harina de segunda, ahora se llama harina con fibra. La harina que traían en costales de Balleza y que era blanca, blanca, se le llamaba “harina flor” o “harina de primera”. Se hacían también quesadillas con tortilla de maíz o de harina, gorditas de cuajada y de requesón, y se acostumbraba, además, mucho el jocoque. A mí no me gustaba por ácido. Al caer la tarde, cuando los hombres llegaban del trabajo, se repetía el movimiento de en la mañana: las mujeres en la cocina, los hombres en los corrales con los animales descargándolos, desensillándolos y dándoles agua y comida. Cuando terminaban de atender a sus bestias, ahora sí a comer-cenar todos los humanos. Podía ser de nuevo frijoles; pero ahora recién cocidos, de la olla con chile arañado, tortillas de maíz, atole o té de yerbabuena, de yerbanís o de canela, o su jarro o pocillo de pinole con leche. Se comía mucho lentejas, habas, chícharos frescos o secos y ejotes. Todos estos granos, incluyendo los frijoles, eran siempre bien caldosos porque les poníamos tortilla partida con los dedos y esto era una delicia. Todos los granos se cocían nada más con agua, sal y unas cebollitas de rabo. Ésta se usaba mucho, la de “cabeza” no, porque era de “olor muy fuerte y le hace daño a los ojos”. En el potrero se daban mucho los quelites y las verdolagas; se daban tanto que además de comer hasta regalábamos. También se usaban mucho las papas, que no eran grandes como las de ahora. Yo era una niña y en mi mano me cabía una papa. Ponían una olla grande en el fogón y allí cocían muchas, muchas papas. Era común que nos sentáramos en la mesa de la cocina o todos en el poyo del portal, cada quien con su papa en la mano y su jarrito de leche. Se te acababa la papa te daban otra; se te acababa la leche, te daban más. Las papas también las hacían con chile colorado con orégano; con chile verde y queso; con chile pasado y queso o a veces con un rabito de cebolla. Un platillo delicioso y muy usado era el caldillo de papas con queso, rabitos de cebolla picada y tres dedos de azafrán. También cocían botes de elotes y lo mismo que con las papas, a los niños nos daban mitades de elote y tu jarrito de leche y para todos los grandes elotes enteros. Cuando iban a hacer elotes tatemados alguien se venía más temprano de la labor, se traía un costal de elotes. Llegaba a la casa, prendía el horno de adobe que estaba en el patio y ponía los elotes a tatemar. O sea que los revolvía con las brasas y este día con nuestro jarro de leche comíamos-cenábamos elote tatemado.

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Me gustaba mucho cuando mi abuelo y mis tíos traían de la labor un costal de elotes que no eran tiernitos, ya estaban medio duros; pero todavía no eran maíz. En la cocina las mujeres se subían a la chimenea, prendían el fogón a dos fuegos y ponían dos tinamastes con su respectivo comal; al más grande le ponían su cucharota de palo llena de manteca de puerco (allá siempre se usaba manteca de puerco) y tostaban los granos de elote duros que ya habían desgranado los hombres en el patio. Le ponían dos dedos de sal y chicos y grandes comíamos y comíamos estos granos de elote tostados con manteca que les llamábamos esquite. También comíamos muchas calabacitas tiernas cuando era tiempo. Cazuelotas de calabacitas cocidas, con poquita agua, mucha leche, queso y elote desgranado. Las calabazas que se dejaban crecer se cosechaban de octubre en delante y son mucho muy bonitas, les llaman calabaza de casco. De esta calabaza de casco hay dos clases: la redonda normal y una alargada, en forma como de guaje. Esa se llama calabaza arota. Las dos se comen con piloncillo y canela o tatemadas; pero la calabaza arota es muy insípida, así que casi no se come tatemada porque sale muy desabrida. Esa más bien se come con piloncillo y canela, así que cuando se iba a comer calabaza tatemada se prefería usar la redonda. Las calabazas se cocían o tatemaban en el horno de adobe que estaba en el patio. Dejaban el horno toda la noche prendido. En un lado se ponían las brasas y en el otro el montón de calabazas. En la mañana se sacaban para almorzar. Se le quita el pezón y por allí se le pone leche, dos o tres cuadritos de azúcar y “pa’ dentro”. Hay otra clase de calabaza que se llama de castilla; es grande, redonda y como que tiene gajos marcados, es muy blandita. Esa la usaban en Semana Santa. Primero se pela y se pone a cocer con piloncillo, canela y poco agua porque suelta mucha. Aparte, en una olla grande se hace miel aguada de piloncillo con unas dos rajas de canela, cuando está lista la calabaza se pone en la olla y se sirve en pocillos grandes como agua fresca. El pocillo se llena de la miel aguada y flotando hay cuadritos de calabaza. A esto le llamaban “ensalada”, no sé por qué. Tampoco sé por qué a los bizcochitos que hacían para las bodas se les llamaba “refresco”. Al caldo de pollo le ponían sal, cominos, papas y unos rabos de cebolla. La carne de pollo la hacían con pipián y a los niños nos daban el caldo con pedacitos de pescuezo, de hígado y corazón. También comían mucho (yo no, no me gustaba) carne seca de res y de puerco; la hacían con chile verde pasado, chile colorado o con huevo. El arroz lo usaban muy poco; sólo cuando mataban un pollo. Y no siempre. El arroz lo tostaban en una cazuela, le ponían agua caliente o caldo del pollo que habían matado y cocido, sal, unos rabos de cebolla, dos o tres dedos de azafrán, lo tapaban y listo. 53 No quedaba mal. No sé por qué casi


no lo usaban. El arroz también lo hacían con leche, canela y azúcar; esto era muy, muy rara vez. Como que no era del agrado de todos, ahí se quedaba la olla a medias, hasta otro día. Nadie se la comía y ahí va de comida para los pollos y gallinas. Creo saber por qué este dulce no tenía tanto éxito como el “arroz de trigo”. Nunca entendí por qué este manjar se llama “arroz de trigo” si era nada más trigo. El arroz de trigo se elabora de la siguiente manera: El trigo se refriega en el metate con las manos -no con la mano del metatevarias veces para que suelte la cascarilla normal de trigo (no la espiga, esa ya se la quitaron los hombres en la labor). Lo enjuagas y lo dejas remojando en agua toda la noche. En la mañana le tiras el agua, lo vuelves a enjuagar, le tiras la segunda agua y lo pones a cocer con leche, canela y piloncillo. Tanto a este arroz de trigo como al arroz con leche, cuando lo pones a cocer hay que agregarle en el fondo varias piedritas de río, son redonditas y más grandes que una canica, esto es para que no se pegue en el fondo. Todos los chavalillos nos peleábamos para ver a quién le habían tocado más piedritas porque se chupan y se chupan y saben a gloria. De este manjar de Dioses, tienes que hacer dos ollas grandes y se acaba todo la misma tarde. No se acostumbraba de almuerzo; esto se comía a media tarde o cuando llegaban los hombres y la casa tenía todo el movimiento como en las mañanas en la cocina, patio, portal corrales y trochiles; humanos y animales en movimiento antes de la comida-cena y previo al descanso de la nochecita. El atole de masa se hace precisamente con masa y con la mitad de agua y la mitad de leche, con su raja de canela y su taza de azúcar de cuadritos -es la que se usaba entonces- y sus tres dedos de cilantro de bolita (las bolitas son las semillas del cilantro). Todos los atoles que llevaban azúcar o piloncillo llevaban su cilantro de bolita. El atole de masa con piloncillo es exactamente igual que el anterior, pero en lugar de la taza de azúcar lleva uno o dos piloncillos. A mí este me gustaba más. Decir atole blanco es nada más masa hervida (claro que disuelta igual que el otro). Este atole es para comer, el otro es para almorzar y cenar. Si haces de comer chile colorado forzosamente tienes que hacer atole blanco, “para que no te haga daño al estómago”. En el rancho siempre se servía el chile colorado con atole blanco. El atole de maicena, si es para comer, va a ser igual que el blanco, la maicena nada más hervida con agua (lo usaban mucho en verano. Decían, que era muy fresco). Si es para almorzar o cenar entonces lleva leche, canela, azúcar y sus bolitas de cilantro. También nos hacían atole de lentejas, de habas y de pinole. Todos los granos los tostaban, los molían y de ese polvo hacían el atole con leche, azúcar, o piloncillo, canela y sus bolitas de cilantro.

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A mí me gustaban mucho todos los atoles que se hacían con leche y azúcar y los de piloncillo más, ¡eran riquísimos!. El que de plano no me gustaba era el de maicena blanca. También me gustaba mucho cuando llegaban en la tarde los hombres de la labor y traían medio costal de bellotas y toda la tarde pelaban bellotas y las ponían en un chiquigüite. Casi siempre estaba lleno de bellotas peladas, cuando era tiempo, claro. Una mañana que las mujeres estaban sirviendo el almuerzo y los hombres se organizaban para sentarse a comer entró Tilde, hermano menor de mi mamá, y no le interesó sentarse, sino que tomó del centro de la mesa una tortilla de harina (siempre eran de azúcar) se dirigió al chiquigüite de las bellotas, tomó medio puñado, lo puso en la tortilla, la enrolló como burrito y le dio tremenda mordida. Se dio cuenta que lo estaba viendo y me dijo: “¿quieres?”, yo dije que sí y me hizo un burrito de bellotas. Lo tomé con mis dos manos (yo andaría por los cuatro años) y no lograba darle la mordida porque las bellotas se me caían, entonces Tilde con sus dos manotas tomó las mías y me dijo cómo pusiera una mano más abajo, la otra más arriba y aquel burrito de bellotas me supo a gloria. A veces he intentado comerme un burrito con bellotas o piñones; pero no, imposible, como aquel que Tilde me hizo y puso en mis pequeñas manos jamás. ¿Dónde se quedó el México de mi niñez?

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Por: FelĂ­x Lazos


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El recetario popular De Homero el cocinero

ASADO DE PUERCO ESTILO VALLE DE JUÁREZ

Ni está muy claro por qué a los asados se les llama así, puesto que ni la carne ni los chiles se asan. Lo que si está claro es que en todo el país existen distintos asados y aunque hay variaciones en su preparación, por lo menos hay algunas coincidencias: son de color rojo, es frecuente que se hagan de puerco y son riquísimos. Algunos de ellos son particularmente famosos, como el asado de bodas de Zacatecas, cuyo sabor dulzón nace de un secreto no tan secreto que alguna vez será divulgado aquí. La receta de hoy es un asado de puerco que se hacía (y seguramente se hace aún) en nuestro Valle de Juárez. Es de una sencillez asombrosa y de un sabor inigualable. 58


Ingredientes: +Carne de puerco en trozos pequeños (dos kilos), entre los que debe incluir algo de costilla, para que haya huesitos para chupar. +Una poca de manteca de cerdo. +Chile colorín remojado en agua fría durante toda la moche, molido y colado sin agregarle nada (25 ó 30 chiles). +Unas tres cucharaditas de harina. +Sal. +Laurel. +Orégano. +Jugo de naranja fresco, no de lata ni de frasco.

Procedimento Embarre el fondo de una cacerola o cazo pequeño con la manteca y eche el puerco a freír. Mueva constantemente y mantenga el fuego medio. Póngale sal, déjelo hasta que esté bien frito y tenga un color dorado. Quite todo el exceso de grasa y agregue dos hojas de laurel bien trituradas con los dedos. Luego espolvoree la harina sobre la carne, hasta que se dore. Agregue luego el jugo de naranja, que deberá cubrir hasta la mitad el puerco. Revuelva con fuerza porque en este momento se empezará a poner pegajoso el guiso. Es el momento en que debe agregar el chile bien colado, de forma que cubra y rebase sobradamente la carne. Deje hervir por lo menos media hora, rectifique la sal y si hace falta agregue más chile. Recuerde que debe molerlo con poca agua, para que quede espeso. Si le sobra chile licuado congélelo y guárdelo. El asado debe quedar espeso, como un mole. Cuando haya hervido lo suficiente, apague la lumbre y espolvoree una fina capa de orégano en la superficie. No lo revuelva y tápelo. Cuando vaya a servir entonces sí debe revolverlo. Se acompaña de frijoles cocidos o fritos en manteca y apachurrados. No deben faltar las tortillas de harina, preferentemente hechas en casa. Este asado no lleva ninguna especia y el sabor y aroma se lo dan el jugo de naranja, el laurel, el orégano y, desde luego el chile. Cuando las naranjas usadas son muy dulces, adquiere un sabor muy especial. Por favor no se le ocurra usar chile preparado de los supermercados ni salsas envasadas, porque el plato perderá todo encanto. Recuerde que posiblemente hay cientos de recetas de asado en este país. Pruebe ésta con los ingredientes originales y disfrute el sabor de la comida sencilla de nuestra frontera. Y si hace lastortillas de harina con sus manos estará comiendo un platillo casi en extinción, como se hacía en nuestro Valle de Juárez.

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