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Palabras enmarcadas Anotaciones de agosto I: Las anheladas vacaciones.

Cambiar hoja del calendario, estrenar mes. A poco que te fijes te das cuenta que las noches llegan un poco antes. El mecanismo que se inició en junio comienza a cambiar. Agosto ya incuba en su interior ciertos primores del otoño.

El verano como tal comienza cuando uno está de vacaciones. Lo otro es trabajar con calor y perder el tiempo en los atascos o buscando aparcamiento.

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Intentando localizar una cita en uno de los diarios de José Carlos Llop me encuentro con un pasaje en el que nos cuenta su periodo de vacaciones en verano. La paz horaciana de los días que transcurren plácidamente, entre lecturas de viejos libros de poesía y la contemplación de los atardeceres junto al Mediterráneo. También leer sirve para eso: para darnos cuenta de lo que tenemos al alcance de la mano.

Que te inviten a una boda siempre es sinó- nimo de amistad; que la boda sea en Bilbao lo tomaré como un guiño a mi admirado Miguel de Unamuno.

A. y yo jugamos a veces a interpretar el papel de veraneantes en Torrevieja. Actuar como si fuésemos forasteros que han venido a pasar unos días. Apenas sin darnos cuenta comenzamos a mirar la ciudad de una forma distinta.

Viajar unos días buscando el frío; la sensación de tener que ponerte una manga larga al caer la tarde. Añoramos siempre lo que no tenemos.

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Hacer una lista con mis escritores de diarios favoritos. Comienzo con los españoles y la semana que viene pensaré el los extranjeros. Jovellanos, Ramón Gaya, José Jiménez Lozano, José Carlos Llop, Andrés Trapiello. Hay más, claro, pero con esos ya me iría a una isla desierta (o a una villa romana en la época de Marco Tulio Cicerón).

La ruptura con los férreos horarios que nos marca la jornada laboral es el primer éxito de las vacaciones. No tener que madrugar o, si madrugas, quedarte en la cama leyendo de forma perezosa.

Qué gusto entrar en una librería y que al preguntar por la “Carta a los romanos” de Karl Barth o por “Apología pro vita sua” de John Henry Newman no te miren con cara rara, sino con complicidad lectora. We, happy few...

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Escribir un diario es una forma como otra cualquiera de escondernos.

Un pequeño rato de oración en una iglesia; unos jóvenes que cantan su alegría con sus guitarras y sus cajones; la luz de unas velas iluminando un altar. Hay momentos en los que uno se siente parte de algo mucho más grande. Y es bueno que así sea.

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