Articulo el exodo de la carretera de malaga 001

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Francisco Miguel González López

Artículo 1

El éxodo por la carretera de Málaga-Almería Invierno. En la tarde del 7 de febrero de 1936 una noticia estremecedora runrunea de boca en boca entre los vecinos de Vélez-Málaga: -¡El frente de Zafarraya se ha roto! –. Las calles se llenan de refugiados procedentes de los pueblos de la Axarquía, los cuales, mezclados con milicianos, cuentan que las tropas moras venían cortando cabezas, robando, violando, asesinando a niños. Esa misma noche se produce una fuerte explosión. Una enorme antorcha humeante se alza hacia el cielo. La gente está aterrorizada. Sale a las calles porque creen que el enemigo los está cañoneando. Se preparan para evadirse ¡Ahí están ya! ¡Ya están cayendo las bombas! Afortunadamente todo quedó en un gran susto.

Columna de huidos

El Cine Principal, convertido en polvorín por el Comité, fue volatilizado con el objeto de impedir que la munición cayera en manos del enemigo. Desde ese preciso momento todo el mundo se prepara para emprender la huida. Pero nadie sospecha lo que a posteriori supondría aquello. A la altura de la costa miles civiles venidos de los cuatro rincones de Málaga parten en masa hacia una misma dirección: Almería, zona republicana. Aquello parecía una feria. La caravana humana se apiñó tanto que era casi imposible caminar. Se oía continuamente los gritos desgarradores de alguna madre que gritaba el nombre de un hijo perdido entre el gentío. Un familiar se perdía y no volvían a reencontrarse en horas, días, años o, quizá, nunca. Los carros, las mulas, los burros, las cabras se entremezclaban con la multitud. Entonces vino la catástrofe. Enfilados en la costa, los cruceros del bando nacional, Almirante Cervera y Canarias, junto con cañoneros de menor calibre, comenzaron a lanzar toda una lluvia de obuses sobre la población civil. Silbidos. Explosiones. Llamas. Llanto. Dolor. Luego un extraño sonido arriba entre las nubes. Aviones italianos disparan con sus ametralladoras, sueltan las bombas y regresan para recargar. El pánico se adueña de todo el mundo. La carretera se siembra de cadáveres y de los bártulos que han sido abandonados por sus dueños en esos momentos tensos. Bultos de ropa, mantas, cobertores, gramolas, sartenes, cuadros, bicicletas, radios, máquinas de coser, carretas, carros, coches sin gasolina. Es decir, útiles cotidianos que por alguna razón la gente llevó consigo pensando que al poco tiempo retornarían a sus hogares. En el trayecto Caleta de Vélez-Lagos-Torrox-Nerja-Maro el bombardeo fue casi incesante. El tropel se escondía bajo los puentes, entre los campos de cañas de azúcar, tras cualquier majano. El acoso cesó en Maro porque los caminos serpenteaban como víboras a través de los abruptos acantilados. Por ahora podrían descansar. Pero en la Herradura volvió el ataque ya que el camino pasaba por una zona abierta a la costa. Luego Almuñecar y Motril. En Motril el río estaba rebosante de agua y los puentes habían sido volados. Algunos afirman que fueron destruidos por los propios 1


Francisco Miguel González López

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republicanos para impedir el avance de los italianos. Otros dicen que se trató de un sabotaje de milicias falangistas. Sin duda, aquello produjo total incertidumbre en los evadidos, los cuales saltaban desesperadamente al río para cruzarlo en un intento insólito de llegar a la otra orilla. Muchos murieron Crucero Canarias, protagonista de los bombardeos arrastrados por la corriente. Sin embargo, según fuentes orales, el río en un principio no llevaba tanta agua y se dice que el cauce creció repentinamente. Parece ser que abrieron las tornas de una presa ubicada varios kilómetros arriba produciendo tal torrente. A un par de kilómetros río arriba la salvación apareció. Un puente de madera construido por el ejército republicano. Desde Adra el camino se torcía hacia el interior de la costa y la tormenta de obuses cesó. Entre los días 8 y 12 de febrero de 1937 la Carretera de Málaga-Almería se convirtió en un reguero de sangre. Se estima que entre 3.000 y 5.000 civiles murieron víctimas del cruel bombardeo. No hay registro alguno donde aparezcan y es de suponer que la calzada se llenó de fosas comunes que habrán desaparecido con la construcción de la vivienda o habrán sido devorados por el mar. Sólo existen testimonios, los de Norman Bethune, Arthur Koestler, que nos dan cifras poco fiables, y los huidos que aún viven y nos cuenta sobre las calamidades que pasaron. Norman Bethune, cirujano canadiense que ayudó a la evacuación de los huidos de Málaga

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