08-A General
Expediente
Sábado 18 de febrero del 2012
‘Mi vida
orfanatorio’ en el
“Erika” fue recluida en un orfanatorio a los 3 años de edad. Recibió maltratos, abusos y humillaciones, hasta que a los 15 años se escapó del lugar
Historia del padecimiento “Erika”, tiene 43 años de edad, es originaria del Estado de Michoacán y residente de esta ciudad desde hace 23 años. Se dedica a las labores domésticas y es madre soltera. Asistió a consulta por presentar nerviosismo, sensación de tristeza, llanto frecuente y sentimientos de soledad. Fue diagnosticada como ‘distimia’, que significa depresión crónica, e inició con terapia en sicología y después fue canalizada conmigo para complementar su tratamiento con medicinas. El día de su cita llegó temprano. Observé a una mujer de tez morena clara, de estatura y complexión media, vestía ropa casual y cuidada en su aspecto. De trato afable, con cierta ansiedad, y aunque se veía triste, hizo esfuerzos por no llorar durante la entrevista. Al revisar su historial y solicitarle mayor información, me di cuenta de que su problema no era reciente; su padecimiento había iniciado a los 3 años de edad cuando su madre la entregó a un orfanatorio de la localidad. En ese tiempo ella era madre soltera (tenía otra hermana menor) y piensa que tal vez no pudo hacerse cargo de su cuidado; de cualquier forma no la justificó, contrariamente, durante la entrevista recalcó sentir odio y “asco” por haberla abandonado. De su padre nunca supo nada hasta cercana la adolescencia. Creció en un ambiente hostil, junto a más de 60 infantes, tanto niños, como niñas. El lugar estaba a cargo de tres mujeres y era financiado por algunos clubes privados. La rutina era de levantarlas a las cinco de la mañana y limpiar el todo el edificio, el cual era bastante grande, y luego salían para ir a la
escuela. Las encargadas del centro impusieron sus propias reglas: Si algún pequeño no participaba en la limpieza, era castigado dejándolo sin desayunar; si alguien decía “malas palabras”, lo obligaban a que masticara chiles muy picantes o le daban a beber jabón líquido; esta acción era llevada frente al resto los compañeros para que “sirviera de experiencia”. Si algún pequeño desobedecía o intentaba escapar, le pegaban en las manos con el mango de una cuchara grande o lo azotaban con cintos de cuero. “Erika”, siendo de carácter indócil, muchas veces probó el picante, el jabón escurrió por su boca y los cintos dejaron verdugones en su piel. Inconforme con su vida dentro del centro, intentó fugarse en varias ocasiones. La primera vez a la edad de 9 años; se fue a la casa de una compañera de la escuela. Pero al día siguiente la regresaron al albergue y sus gritos, que retumbaron por las paredes, dieron cuenta del castigo que recibió por su osadía; “Eres una rebelde”, le gritaban molestas las mujeres. A los 13 años de edad lo intentó de nuevo. En esta fecha se había enterado de que tenía nueve medias hermanas, hijas de su padre. Conoció a algunas en la escuela y mantuvo una buena relación. Ellas la convencieron de que se escapara y se fuera a su casa, y así lo hizo, pero a los pocos días las encargadas del centro la encontraron, pues la misma madre les dijo dónde estaba. Sin embargo, esta vez tuvo el apoyo de sus hermanas quienes la defendieron y terminaron en el Palacio de Gobierno ante un juez para determinar dónde iba a estar. Ese día se presentó el padre, al cual aún no conocía porque viajaba mucho, y se sintió feliz; creyó que ahora su vida cambiaría. Lo abrazó y le dijo algunas palabras que no recuerda. Después de discutir su situación, las encargadas del centro, sus padres y el juez acordaron que debía regresar al centro. “Erika” nunca entendió cómo llegaron a esta resolución, tampoco entendía cómo sus
padres no querían tenerla con ellos, ¿pues qué les hice?, se preguntaba. Gruesas lágrimas corrieron por su rostro mientras caminaba hacia el centro para huérfanos. Al llegar ya no quiso gritar, ni llorar, ni lamentarse cuando el cinto lastimaba su cuerpo y los gritos ofensivos de sus cuidadores penetraban su cabeza. “Algún día voy a salir de este maldito lugar”, pensaba al mismo tiempo que la ira y resentimiento la invadían. También me platicó que en el orfanatorio vivía el hijo de una de las cuidadoras; un joven estudiante de preparatoria. Él tenía su cuarto aparte y era atendido por las mismas internas. Más de alguna vez lo vio besando o acariciando sexualmente a otras menores, y a ella en una ocasión le mostró su pene cuando fue a llevarle una toalla a su cuarto. Cierto día él le lesionó sus labios de una bofetada porque le dijo “maldito tonto”; la madre de él sabía lo que ocurría, pero nunca hizo nada por defenderlas. A los 15 años de edad, nuevamente abandonó el orfanato; esta vez se prometió a sí misma que jamás iba a regresar. Se fue a casa de una hermana que recién se había casado; estuvo escondida varios días hasta que dejaron de buscarla. Tal vez los padres y las cuidadoras entendieron que era inútil insistir en regresarla, y que además ya estaba más grande. Duró sólo
quince días con la familiar y decidió irse porque el esposo de ella intentó tocarla sexualmente cuando dormía; nunca dijo nada para no causar conflictos, al final de cuentas había recibido el apoyo de ella y le estaba agradecida. Esta vez le pidió ayuda a su padre quien la recibió en su casa y estuvo varios meses, suficientes para terminar la secundaria. La madrastra la trataba con desprecio; no le agradaba la idea de que viviese con ellos, y “Erika” lo entendía, pues sabía que estaba presionada con la crianza de sus otros hijos y que ella solamente era una “carga” más. Finalmente su padre decidió trasladarla a Tijuana con una tía, hermana de él. Con ella vivió un tiempo; aunque, a decir de la paciente, era la “chacha” de ella; pero por lo menos tenía un lugar dónde vivir y la sensación de verse fuera del orfanatorio era ya un gran alivio. A los 17 años vivió con un hombre durante seis meses; lo abandonó porque la agredía verbal y físicamente; ‘bastante maltrato había ya recibido como para seguirlo recibiendo’, pensaba mientras tomaba sus pertenencias para alejarse. En el transcurso de estos años ha tenido varios trabajos: Sirvienta, empleada de tiendas de abarrotes, en maquiladoras, entre otros. Y desde hace 20 años vive en una casa prestada. El dueño es una persona anciana que la contrató para que cuidara la propiedad, hiciera labores domésticas y ayudara a una de sus hijas estudiantes. Él vive fuera de la ciudad y muy pocas veces viene a Tijuana. Le permite vivir ahí y la ayuda económicamente porque sabe de su necesidad. “Erika” tiene dos hijos, 18 y 12 años de edad, a los cuales ha sabido cuidar y darles una vida mejor que la de ella. Aunque se casó con el padre de ellos, nunca vivieron juntos; dijo que él ha preferido vivir con sus padres y que casi no le ha brindado apoyo. Aún siente miedo, inseguridad, le angustia perder la casa y se preocupa por sus hijos, pero sabe que podrá afrontar los problemas, como siempre lo ha hecho. No le gusta hablar de su pasado, porque no le gusta causar lástima; pero esta vez quiso hacerlo, y le agradezco su confianza. Ya pasaron muchos años de su vida en el orfanatorio, y aquellos momentos no fueron “otros tiempos”, como pudiera pensarse. Es probable que en la actualidad, aún existan lugares donde abusen, maltraten o no respeten los derechos de los niños. Por lo tanto, espero que el caso de “Erika” sea un llamado de alerta para los supervisores o responsables de los orfelinatos, tanto públicos, privados o religiosos, para que sigan protegiendo a esos pequeños. Las medicinas van a ayudar a la paciente a sentirse mejor, pero principalmente, las terapias que está recibiendo la van a fortalecer y a encontrarle mayor sentido a su vida. Una vida que careció de amor, de atención, de apoyo, y que a pesar de todas las adversidades, supo enfrentarlas y salir adelante. Una vida que le enseñó que lo más importante es pedir ayuda y reconocer que siempre hay esperanza… Dudas o comentarios: drmaldonadohsmt@gmail.com Derechos reservados HSMT.
Dr. Jorge Octavio Maldonado Nodal Médico Siquiatra del Hospital de Salud Mental de Tijuana Éste es un espacio compartido con el Hospital de Salud Mental de Tijuana
Tel: (664) 607 9090 www.hospitalmentaltijuana.com