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RUTH BADER GINSBURG el documental y las lecciones que dejó
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POR/ Editorial
La muerte de un juez de la Corte Suprema de Justicia siempre es algo trascendente, pero la de Ruth Bader Ginsburg supone un terremoto. Fue la segunda mujer en servir en la Corte Suprema de Estados Unidos y una pionera en la defensa de los derechos de la mujer y un icono cultural de una generación mucho más joven. Murió el 18 de septiembre en su casa en Washington, pero su legado sin duda será recordado por décadas.
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Ruth Bader Ginsburg fue una heroína en la lucha a favor de la igualdad de género en los Estados Unidos. Su legado significa haber hecho evidente, con la Constitución en la mano, la falta de equidad y derecho de la mujer ante la ley. Fue el presidente Bill Clinton quien la nominó a la Corte Suprema en 1993, para convertirse en la segunda mujer en ser juez en toda la historia del más alto tribunal de este país.
Su vida, inspiró el documental ’RBG’ que retrata el desafío ante el status quo de una sociedad conservadora, que impedía que las mujeres embarazadas pudieran trabajar, que tuvieran que pedir una autorización a sus maridos o cónyuges para acceder a una cuenta bancaria, que las violaciones dentro del matrimonio fueran permitidas o, que no se legalizará el matrimonio entre personas del mismo sexo. Ruth Bader Ginsburg lo permitió en 50 estados.
¿De qué trata el documental?
‘RBG’ retrata la lucha de la jueza y jurista estadounidense por hacer valer, ante la ley, que la discriminación sexual fuese reconocida. Nacida en Brooklyn, Nueva York, destacó por su arduo trabajo a favor de la igualdad de género en una época donde eran los hombres quienes dominaban el panorama legal.
Hablamos de un biopic que mereció dos nominaciones al Oscar por Mejor Canción Original y Mejor Documental y que lleva su nombre (‘RGB’) no solo por las iniciales de su nombre sino también por el de la campaña online que la convirtió en un ícono del feminismo y del movimiento progresista ante los ojos de los jóvenes de su país.
En sus últimos años, y durante la batalla que padeció por cáncer, Ruth Bader Ginsburg fue comparada con el fallecido rapero The Notorious BIG, luego que una estudiante de derecho creara una cuenta de Tumblr dedicada a ella, y a la que llamó Notorious RBG. ‘Estaba más allá de mi imaginación más desvocada que algún día me convertiría en la Notorious RBG. Ahora tengo 86 años y, sin embargo, gente de todas las edades quiere sacarse una foto conmigo’, dijo Ginsburg a la prensa.
¿Dónde puedes ver el documental RBG’?
Está disponible en la plataforma de streaming, Netflix, desde el 2018, y es uno de los mejores documentales basados en historias reales.
EN LA OPINIÓN DE
TRUMP, BIDEN y un mundo peor
POR/ Diego Fonseca Escritor y periodista
La campaña presidencial de Estados Unidos ha revelado lo inocultable: ninguno de los dos candidatos puede cambiar el hecho de que la democracia está frágil. Y es un mal que afecta a todo el mundo.
Hace un par de semanas Estados Unidos presenció el primero de tres debates entre el presidente Donald Trump y Joe Biden, el candidato del Partido Demócrata. La campaña llega hirviente. Trump la ha convertido en un lodazal de insultos, mentiras y amoralidad. Biden intenta mostrar que puede ofrecer una alternativa razonable a quienes quieren un mandatario serio al frente de la “todavía” mayor potencia mundial.
En todo caso, ninguno de los dos puede cambiar el hecho de fondo: vivimos en un mundo peor. Estamos tan mal que es preciso que la nación más famosa por promover su institucionalidad en todo el planeta deba empezar a reconstruirla.
EN LA OPINIÓN DE
Algún devoto iluminado verá un castigo divino en el coronavirus, pero, créanme, esa plaga no es el mayor de nuestros males. Su pervivencia nada más condimentará la desarticulación del tejido social, el empobrecimiento material y simbólico de nuestras vidas y el riesgo cierto de que la democracia sufre una crisis de credibilidad mientras enfrenta la existencia de ultras, fascistas y nacionalismos.
Las elecciones de Estados Unidos concentran ahora la discusión sobre la calidad de la democracia futura. Average Joe, como le llaman a Biden, es un ejemplo de la condición defensiva que atraviesa la construcción de lo público: no es el mejor candidato, es lo mejor posible. Un político de carrera acostumbrado a la superestructura, con claroscuros y dobleces obvios. Si tomamos Estados Unidos como referencia de las malas cosas que nos ocurren, el principio es recuperar el decoro, la honradez y, vaya, el orden.
El gran deterioro en todo el mundo ha venido de la mano de las ultraderechas y los nacionalismos. El extremismo violento y xenófobo contamina el discurso. Los autoritarismos ya no se encierran: ahora se muestran orgullosos y enfatizan su proselitismo digital, Trump entre ellos como gran amplificador. Pero no solo las derechas contribuyen al espíritu reaccionario. En América Latina, los supuestos progresismos han deteriorado el ambiente cívico con clientelismo y fracturas sociales en la última década. En México, Nicaragua, El Salvador, Argentina, Ecuador o Venezuela se presentaron como salvadores del pueblo y alumbraron proyectos desquiciantes y económicamente
desastrosos para toda la sociedad cuando no hay experiencias autoritarias con vocación de perpetuidad.
Todo mundo parece estar en una guerra santa por alguna verdad que no es sino una impostación prejuiciosa. Hemos perdido capacidad para el debate y nos subimos velozmente a la descalificación como método y a la construcción de veredas.
En ese ambiente álgido y tribalizado sucederán los debates y la elección entre Trump y Biden.
Es un aire contaminado, ominoso, irrespirable. Un virus que no mata por los pulmones sino que empobrece la vida pública. Hay señales inequívocas: la militarización creciente para resolver disputas sociales, como cuando Trump envió a la Guardia Nacional a Wisconsin para “aplacar” las protestas sociales por la injusticia racial; la competencia por ver quién es menos corrupto, como parece hacer el gobierno de Andrés Manuel con su lucha contra la corrupción, persiguiendo el pasado pero no el presente; el abrazo al posibilismo extremo, como en Argentina, donde el ministro de Desarrollo Social celebra el crecimiento del trabajo precario; la tentación de la solución fácil del autoritarismo, como hace Jair Bolsonaro al reivindicar el pasado dictatorial supuestamente eficiente del Brasil. Una crispación civil creciente, que va desde el norte del continente, dividido entre demócratas y republicanos, al sur, aterrizando en la grieta argentina.
Tan pobres vamos que nos quedamos con los mínimos.
El suicidio nunca es global, claro. Hay salidas, y si no existieran debiéramos buscarlas. La gestión de Barack Obama en Estados Unidos fue un buen intento, fallido en ocasiones, titubeante en otras, pero guiado por principios de apertura y voluntad de conversación. El mundo extrañará el sosiego racionalista de la canciller de Alemania, Angela Merkel, para navegar una Europa y una globalización endurecidas. Costa Rica, aún en momentos aciagos, sigue siendo la mejor referencia democrática de América Latina. En algún momento deberemos discutir nuevamente grandes ideas, aunque sean incómodas.
Y es lo que tendrían que hacer Biden y Trump cuando debatan en las próximas semanas.
Vienen tiempos aciagos. En la elección entre Trump y Biden se exhibe la democracia empobrecida que vivimos. Lo peor contra lo que hay, justo cuando se juegan en simultáneo el futuro de Estados Unidos y alguna esperanza para el mundo. Pequeña, un poco miserable.