En todas partes se cuecen habas. Hace más de 500 años así lo escribió Cervantes en El Quijote, el más importante de sus personajes, quien, aunque ficticio y literario, a veces se nos hace tan real como cualquiera de nosotros.
Vamos al grano. Muchas veces preferimos quejarnos en vez de proponer. Sobre todo cuando abandonamos la sesión en que se nos ofreció hacer uso de la palabra y opinar. Sin hacer un mínimo esfuerzo ni entrar en ningún tipo de análisis, nos quedamos callados y posteriormente caemos en la trampa del “me gusta” y el “no me gusta” sin hallar el “por qué” que justifique nuestro “punto de vista”.
Esta, obviamente, es una actitud fácil y falaz, engañosa y contradictoria, excesivamente cómoda, la herencia directa de lo que nos han enseñado las redes sociales, donde hay gente que tiene cientos y miles de “amigos” que jamás han visto u oído en sus vidas.
Detrás del “aprobar” o “rechazar” algo, hay un espacio en que debiéramos decidir dónde estamos, preguntándonos qué representa “pertenecer” voluntariamente a una organización, sea esta de carácter gremial o político, vecinal, empresarial, deportivo; estudiantil y todos los etcéteras imaginables.
Ese espacio que nos lleva a la queja y al “me gusta” o “no me gusta” se divide en apenas dos opciones: por un lado, la enfermante indiferencia quejosa; y por el otro, la participación, el activismo que tiene tres posibles “ivos”, constructivo, creativo y propositivo.
Nos estamos refiriendo, naturalmente, a esa participación que se deriva de pensar en el beneficio de todos y no solo en el interés individual, ya que en cualquier instancia siempre estamos dependiendo de los demás, así como los demás dependen de nosotros.
Participar no es aplaudir por aplaudir. Tampoco es quejarse solo por quejarse y rechazar algo solo por rechazarlo. Participar es “ser parte de”, abandonar la filosofía del sofá donde se presencia el juego por la televisión, ponerse de pie y entrar a la cancha para jugarlo. Participar es pensar, analizar, informarse y actuar, ver lo bueno, lo regular o lo improcedente de una iniciativa, apoyar una buena idea aunque sea de alguien que “nos cae mal” y, en consecuencia, hacerla nuestra sopesando el bien común inmediato y sus consecuencias.
Dicho en una sola palabra. Participar también es “contribuir”.
