Miguel テ]gel Meza Robles
Destellos de mareas
Miguel Ángel Meza Robles (México, DF, 1957) es poeta, crítico y editor. Cursó estudios de filosofía en la UNAM. Desde 1986 radica en Cancún, donde incursionó en el periodismo hasta 1994. Ha ejercido la crítica literaria en sus columnas «Engranaje» y «Mar de tinta». En la actualidad, combina esta actividad con la coordinación de talleres literarios en la Casa del Escritor de Cancún, de la cual es director desde 1997, y con la edición de la revista literaria Tropo a la Uña, que también dirige. Ha publicado las plaquettes de poesía Piedra ciega e Historia de Hyma (Cuadernos de Cancún-Aeqroo, 1994). Aparece en las antologías Voces de ciudad joven (Aeqroo, 1995), Poesía escogida de Cancún (1996, edición bilingüe) y Ritual de vuelo. Primera muestra del Taller de Poesía de la Casa del Escritor de Cancún (Aeqroo/Instituto de Relaciones Quintana Roo-Cuba, 1996). Destellos de mareas es su primer libro.
Miguel テ]gel Meza Robles Destellos de mareas
Portada de Albert Rafols-Casamada Ciutat del mar, acrílico/tela, 195 x 130 cm, 1991
dr © Editorial Praxis dr © Miguel Ángel Meza Robles Primera Edición, 2004 isbn 970-682-205-4
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, archivada o transmitida, en cualquier sistema –electrónico, mecánico, de fotorreproducción, de almacenamiento en memoria o cualquier otro-, sin hacerse acreedor a las sanciones establecidas en las leyes, salvo con el permiso escrito del titular del copyright. Las características tipográficas, de composición, diseño, corrección, formato son propiedad del autor.
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A Karinna
Destellos de mareas
Presentación Destellos de mareas es una selección de algunos de mis poemas. Versiones varias han sido publicadas en dos plaquettes, en un par de antologías locales y, más recientemente, en la revista literaria Tropo a la uña. Digo versiones, porque en el conjunto de la presente edición —salvo Historia de Hyma— muchos poemas, luego de sucesivas revisiones, parecen trabajos inéditos. He preferido mostrar al sujeto lírico como una totalidad y he sacrificado —estoy consciente— la unidad temática del volumen. Quizá por ello, el libro ofrezca la sensación de una antología de poemas pertenecientes a libros de varias épocas. De alguna forma lo es, en tanto que cada texto expresa estados de ánimo correspondientes a momentos de vida muy lejanos entre sí, momentos de un sujeto lírico que iba cambiando continuamente. El proceso de corrección y selección de los textos, y la introspección a que obliga un trabajo de esta naturaleza, han propiciado, tal vez con fortuna, un replanteamiento de recursos formales y una definición más clara de la propia poética. Espero que lo perciba de igual manera el lector. En cualquier caso, una sola apetencia ha impulsado a esta publicación: transmitir con el mayor rigor (y la mayor sinceridad emotiva e intelectual) las vagas intuiciones en las que acaso he creído haber entrevisto parcelas esenciales. Cancún, Quintana Roo, febrero de 2004.
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Comparecencia de la voz
Destellos de mareas
Preámbulo
¿Quién escondió la voz en el fuego fustigado?
¿Quién condenó al miedo a dar pábulo a la luz? ¿Quién lanzó la primera antorcha de palabras e iluminó el atroz tobogán de los asombros?
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Travesías
El pecho suelta sus amarras. Corazón a bordo navego en la íntima catadura del asombro. Demencia de timón que recuerda delirios de tormenta en la calma de este instante. Si lanzo redes mar adentro el día aletea: alba mariposa: espuma que arde en sueños y quimeras, riza el rizo en la pátina del agua roza hendiduras de impureza. Lanzo el anzuelo otra vez y la carnada de la voz captura náufragos con alas rotas: palabras de sofocada ignición verdades que en espasmo atroz abandonaron hace tiempo este altar ahora en ruinas este sepulcro. El asombro es más frágil que la luz.
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Destellos de mareas
Eclosión del instante
Al hundir la voz en lo real
como gota en el azogue surgen bestias y oráculos, restos de auroras aún sin corromperse, mutaciones que anticipan pesadillas. Cuando el borbotón del instante eclosiona sueños intuiciones se abre el manantial del esplendor y manan peces abisales: el azar impenetrable se desdobla. ¿Qué hay detrás de este milagro? ¿Vaticinio o persuasión?
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Destellos de mareas
Destellos de mareas
Pez pantera
El pez pantera vive en la oquedad de mis brazos. En mi pecho ha levantado el harem de sus ángeles cautivos. Sus garras al rojo vivo han desbocado mi corazón. En la luna que se empoza en mis pupilas, remoja sus alas. El espejo en donde duerme se quiebra, si la selva de los días me arroja sus guijarros. En mis venas delirantes por el vino, su lengua ha sido atravesada con un arpón. Cuando agito mi voz, huye de mi boca y se interna en el prodigio de la madrugada. En la vastedad del agua se despeñan sus gritos. Hace la ronda con los juglares en la pleamar del amanecer. Para no perder su rastro, urdo en su pelaje coronas de mariposas. Sólo reaparece en mis labios, cuando respiro verdades que me ahogan. 17
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Bitácora del pez
Soy el pez que agoniza en las orillas de la distancia. He
olvidado ya la misión ancestral del agua constelada, y nado en mi última memoria. Ensimismado en sus abismos, el mar hablará con los ahogados desde mi corazón, a solas, y los ahogados brillarán por mi ausencia. He viajado en la pleamar de la duermevela para morir en un anzuelo de inercias azarosas que el tiempo ha puesto en manos del ciego pescador de crepúsculos. Pero si el viento pierde sus cardúmenes en mis arenas movedizas —en el hoyo negro de mis escamas—, ¿qué lenguaje de gaviotas submarinas tendrá que inventar este pantano? Si nada de mí queda en la impensable piedra, ¿qué hará el destello solitario de tantas esquirlas de cielo sobre el ojo de estos arrecifes o el hálito de sal habituado a remover las vastas emociones de la desnuda noche que copula en la nostalgia? Ya no recuerdo siquiera lo que amé. No sabré a qué vine ni adónde voy. ¿Acaso el delirio del pintor levantará mis restos de sus pupilas y hará con sus visiones un lienzo en la rosa de los vientos? ¿Qué salida de emergencia tendrá esta imposible conmoción? ¿Vendrá entonces el poeta que me ha soñado en su lozana mansedumbre y hará resucitar mis pesadillas en el río mutante del poema?
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Nostalgia de la ola
No todas las olas somos iguales. Algunas de mis hermanas
imitan sin pudor a todo jardín del alba que se encuentran, y toman para sí las flores de ese reino. Otras, con la minucia que les da el sol en cada veta, tejen resplandores de arco iris en la piel áurea de las mujeres que se despliegan en esta playa como papirolas de ébano. Hay algunas —las elegidas del holocausto, las nacidas para el asombro—, que se tiran por la borda de las miradas de aquellas jóvenes que han dejado atrás el suelo inerme del desencanto, para volverse, sólo por hoy, gaviotas de excéntrico vuelo en una ilusión que renace de las cenizas de sus alas. Pero yo, ¿cómo retirar de mi boca este alimento cotidiano —este mar de brasas—, si los ondeantes miembros de otras mujeres, las hundidas en el abismo, se han derretido antes en mi salitre? ¿Cómo no caer en la tentación de la inmolada ceguera de esta pasión de mar que me expande? ¿Seré quizá la espuma y sus renuevos? ¿Sólo así calmaré mis ansiedades de pétalo de agua que se deshace en los labios del sol posado en otros labios? ¿Seré quizá la desvelada brisa donde recuestan los sueños aquellos seres bañados en rocíos de ocio? Sierva de trémulas cercanías incumplidas, siempre dudo. Y en la duda, quemo mis naves en el atardecer y oficio el último ritual de mi párpado herido, hendido, henchido de estos gozosos horizontes, acaso negados para mí.
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Domingo
La ciudad se derrite. Las avenidas fluyen indolencia en una siesta de adolescentes tras la primera juerga. La playa sacude sus colores y anuda el cabello al mediodía. Los bañistas flotan a lo lejos: hongos de luz. El sudor abre caminos de sal en el pecho púber que se asolea. En los muslos pálidos de las felices intocadas juega el céfiro con el sueño fresco de su deseo. Salto al mar. La orquídea líquida de la mañana ha florecido en mis huesos su sorpresa.
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Historia de Hyma
Destellos de mareas
Historia de Hyma Para Haydé
i
Seducidos por el canto serenado de la calle, salimos a buscar nuestros recuerdos en el ombligo anaranjado de la luna. Nunca pensamos que conoceríamos a Hyma, ni que esa circunstancia nos daría la profesión que nos mantiene unidos, a pesar de la distancia: a ti, paloma gambusina; a mí, vagabundo mineral. ii
A nuestro paso los árboles hablaban dormidos. Sus hojas
de coral soñaban con el mar y balbuceaban un lenguaje de ballenas asustadas por nuestra voz. Rodeamos edificios que ahuyentaban a los gusanos y abrigaban a los gatos abandonados. Las ventanas sorprendían cópulas secretas en el azogue de las sábanas y las esquinas se bañaban en charcos amarillos, mientras un leopardo de luz arañaba nuestras sombras, al acecho, dispuesto a devorar por fin nuestro cordón umbilical.
iii
En un terreno baldío hallamos al jardinero loco musitando versos a los escombros y a los escarabajos. Algunos de estos 23
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versos son escupitajos luminosos de cuya fuente de copal brota Hyma, a veces como araña romántica, ojo funesto o ingenuo avestruz. iv
El jardinero la invoca sólo a petición de las banquetas solitarias, los amantes enardecidos y los borrachos. v
El Libro de los Anocheceres, que el floricultor enajenado guarda debajo de la lengua, consigna esta historia. vi
Cuando es araña, Hyma teje su sueño en la promesa de
los enamorados y termina devorándose a sí misma. Cuando es ojo, pretende adivinar el futuro azaroso de los ciegos, y sólo entrevé el suyo propio como un sapo condenado a mirar anochecidas desde el fondo de los pozos, en los patios sin luz; cierra entonces su párpado de ceniza y se echa a dormir en el caparazón de los cangrejos. Y cuando adopta la forma de avestruz, nace sin su vistoso plumaje. Por ello, a veces, en insomnio sin estrellas, cuando levantamos la vista al cielo, lo vemos incansable buscando estolas boreales en los hoyos negros del universo.
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vii
Pero en realidad Hyma es una flor exótica de pétalos
azules, parecida a la genciana de primavera y a los lirios cárdenos del sur. A diferencia de éstos, vive en la casa de las luciérnagas y perdura el tiempo de un parpadeo de sietemesino en el vientre de una enana, y el pase mágico de una anciana con lentejuelas en la voz. viii
Hyma nació con una catedral de cristal entre las manos a modo de pregunta, y sólo los prelados que han amado a más de mil vírgenes pueden ingresar a sus naves centelleantes y beber su vino de consagración. ix
En lugar de llorar como hacen todas las flores, Hyma prefiere sentarse como una gaviota sin alas en un castillo de arena, y esperar a que la vía láctea llegue montada en un delfín. x
Hyma es un término científico poco conocido. Los vagabundos prefieren llamarla por otros nombres, más apegados a su realidad de flor de témpano que vive en ambientes tropicales, adversos a su condición de velo en el ojo de la nieve. 25
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xi
Algunos noctámbulos despechados le dicen hetaira del des-
tello. Pero este nombre es inexacto: ella no es culpable de que sus hojas de hielo incrusten espinas azules en el sexo de sus amantes, haciéndolos enloquecer de placer. O que, perdidos en el dédalo de espejos, confundan la propia imagen, desfigurada por el deseo, con el rostro impávido de Hyma. xii
Sus pétalos son innumerables como las estrellas jóvenes,
y su forma, indescifrable, como el enigma de la mirada de los gatos al amanecer. xiii
Supimos que iba a morir cuando vimos florecer sus pupilas en la brasa de uno de esos versos de carne de murciélago, asados por el delirio. xiv
Cuando llegamos, ella levantaba ya su falda de agua y se
disponía a recogerse en el pecho de la luciérnaga. Ni tú ni yo parpadeamos, pero ciertamente la dejamos de ver, quizá para siempre, en ese mismo momento. Quise compartir mi sorpresa contigo, pero el leopardo de luz había engullido también tu sombra. 26
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xv
El jardinero era el mascarón de yeso de un desagüe, y dudé
que mi cuarto atiborrado de libros fuera un terreno baldío convertido en un jardín de hymas fosforescentes. xvi
El ombligo de la luna no era anaranjado, sino azul. xvii
El viento con manos de mantarraya me montó en sus
alas desgajadas por la penumbra, e inicié el vuelo de los ausentes. xviii
Tengo aún esperanza de encontrarlas. Tiempo no me
falta. Después de que Hyma se fue, salgo en las vigilias a buscarte en los terrenos baldíos, en los charcos de fulgor en las esquinas, en los tiernos ojos de las gatas preñadas y en las entrañas de los leopardos sin sombra. xix
Como digo, tiempo no me falta. La melancolía no me deja dormir.
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Celebraci贸n de la flama
Destellos de mareas
Paisaje
Mis párpados, campo para extenderte mis brazos, ríos para anidarte mis labios, fuego en que musitas mi vientre, pradera que te esconde mis huesos, árboles que te columpian mis manos, pájaros en que vuelas mi sangre, marea que te acerca mi silencio, viento para tu voz.
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La luz abre sus flores
Cuando despiertan mis manos
y la luz abre sus flores, el sigilo funda presagios en mi mar de sangre en calma: amaga la tempestad en los latidos hace escándalo la voz de la piel miradas de seda cubren el quebranto. Aves atraviesan la inminencia de este cielo y plantan trigos de luz en los gemidos. En las yemas del habla el viento sueña como si en la ventana alas de ángel refrescaran el óleo de los cuerpos. Vencido por las huestes del deseo sucumbo en el solar de este huerto nacido para la floración de las espigas mientras el surco que abrimos en el día guarda la semilla y el canto. En el tacto que abre atónitas pupilas el amor es ritual de vuelo primitivo, cántaro de lluvia que bautiza las tinieblas, el pan y la sal en los festines del azoro.
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Destellos de mareas
El mago
Bebí los gestos de las mujeres
que soñaban en parques y escaleras y moldeé tu rostro en la cera de la noche con las manos de un poeta ciego. Vi tus ojos en desnudas salas de cine junto a hombres que actuaban su propia película barata en idiomas devastados por el deseo. Dispuse en tu mirada las visiones de una chistera hueca y extraje de tu voz globos y palomas. Te inventé nombre y origen, principado de gatos en celo y banderas que ondean veranos inmaduros como espejismos de tardes líquidas. Luego hablé de ti a los sueños de las puertas tapiadas. Y por fin, te hice a imagen y semejanza de los actos de mi corazón y mis ausencias. 33
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El jardín
Cuida el jardín que hemos sembrado. Que no estrelle las alas de sus retoños contra la tapia de las mandrágoras pues su regocijo de cristal de piedra no ha sido fertilizado para la sombra. Atiende el sueño que a diario engendra. Que el párpado del ombligo no delire pues en el laberinto de sus pesadillas las flores de lagarto han devorado ya la soledad de los narcisos más esbeltos. Bebe la pócima que destila sus ojos. Que su amargor escalde la garganta pues de la noria erigida tras las eras se extrae el zumo de las visiones con que enhebramos arco iris. Descifra el aire que lo exilia cada noche. Que el torbellino que arroja sus estiletes viaje a la velocidad de tus quimeras pues los cuervos en cuyas alas anida necesitan esa espina para sangrar tus pupilas. 34
Destellos de mareas
Arrójate desde el barandal de sus flores. Que sus guirnaldas bajo la almohada se maceren en el mar de tu reposo hasta convertir sueños en tumulto y reavivar así la ceniza de la sangre. Desata tu nombre del nudo de su lengua. Que tu voz corte las breñas de lo inútil hasta limpiar de lodo tus preguntas pues en el pecho a cielo abierto su verdad se cuece en el fuego de las horas. En esa fogata encenderás la memoria y arderás más allá de los recuerdos.
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Piedra ciega
El amanecer devora los cristales. En los cuerpos la lluvia del amor recién tallado erige aún su tempestad, su clima vegetal de clamoreo, su fruto de abandono. En tu corazón saltan preguntas peces que muerden el anzuelo certezas que ciegan como astillas de luz En mi mente, tropel de respuestas: mariposas extraviadas por el humo faros que vomitan destellos. Susurros de arena en falda de mar voces que la brisa rueda pedrería de palabras en desierto. Y en el deshielo de la noche sólo este amor solitario como estéril armadura. Piedra ciega que arrojamos al abismo para eludir la atracción de la caída. Porque sólo tengo este poema de laja líquida: cristal y luz convalecientes. 36
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Razones de permanencia
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Herrumbres
No regresaré más —dije—
y la urbe antigua crujió en el cofre de mis huesos como un bergantín partido a la mitad. No habrá retorno —insistí— y la urbe de mis pesadillas se hundió en lo más hondo de mi pecho gota de herrumbre.
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La urbe sin nombre
“Es ésta la ciudad”,
leí en el cruce de los huesos, es ésta la bestia que abre guaridas en el sueño, el asfalto que vomita pasos de noctámbulo, la ciudad que ronda la memoria. ¿Qué dioses desterrados la construyeron? ¿Quién levantó sus laberintos en mis latidos? ¿Por qué sus arterias duelen tanto? Es ésta la ciudad, roca sobre roca, alma sobre alma. Aquí vendí la ilusión y me subí a la cuerda embelesado por el abismo. Aquí ardo y muero en lunas desveladas por el griterío mientras los cuerdos que andan sueltos acribillan a mis dioses fraternos. ¿Es ésta la ciudad? ¿la amante del esquivo y el solitario? ¿la que frota su pubis de diamante en el muñón de las horas inválidas? 40
Destellos de mareas
Duelo de filos
En este hormiguero de reflejos
sacia el azogue esquirlas de veneno, duelos que vociferan sus navajas. No eludo ese volátil destino a que la hiel me ha convocado ni la vocación de cortadura que punza en mí su sarcasmo. Pero soy el cristal, no su reflejo aunque la unánime falacia granice sobre mí las voces del escarnio
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Reclamos
Sentado al borde de la cama escuchas el reclamo del día que cumple su misión sin contratiempos como si el borde de la cama no fuera también el filo del abismo y el grito de tu alma, la extraña señal.
Ahí está el día como si no significara nada, aunque las aguas del sueño estén a punto de desbordarse, a punto de salir del acantilado al cual te arrojas cada víspera, esperando esta vez que nada las detenga, que hayas sido reclamado en otra parte en otro sueño, en otro cuerpo y no llegues ya a la cita de esta realidad, atrapado por aquel otro reclamo. Aún esperas con el oído pegado al reloj de la mañana oyendo caer su líquido silencioso y rudimentario creyendo que aquel reclamo fue imaginado por ti porque en verdad necesitabas creer que en el día no pasaba nada. Pero no. Tú escuchaste el tictac de tu voz sonando en el vaso de vino tú escuchaste claramente ese otro llamado hilando voces en tu oído como un rumor marítimo que teje gritos de ahogados en la sangre. 42
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Tú has visto a esa mano dándole cuerda a los huesos ese largo aullido del viento contra el borde del cristal ese chillido de cuervos rasgando la tierra donde pisas esperando socavar la superficie del mirar donde pisas. ¿Oyes cómo rueda la sorpresa en la pista de ese chillido? ¿No ves el día fragmentado en la explosión de la mirada? ¿No sientes en tus manos la escandalosa vida cayendo, goteando lentamente de la yugular abandonada royendo tus restos que se pudren en la selva? Sí, antes era la noche la que ofrecía a gritos tu carne y abrillantaba la luna en tus zapatos cuando andabas a solas. Era tu vestimenta de noctámbulo buscando cuerpos donde acomodarse tus dientes tiritando de soledad o de miedo mordiendo el frío hasta sacarte tu otro reclamo. Por eso sigues esperando. Tu sentido del humor cuelga en la percha de la pared y conste que no tienes percha donde colgar la piel ni la mirada ni pared donde pueda apoyarse el aire sólo un largo dedo rascando la herida quitando la costra a ese miedo hasta extraer del ojo yerto de pus la imagen de Dios las finas pelusas de la oración en la tráquea cuando leíste a esa mañana como si fuera El Poema cuando cosías la tela del grito con que se cubría cada verso buscando el diseño de una verdad en el cadáver de esta vigilia. 43
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Pero quizá no leíste ningún poema ni había mañana qué recordar alquimia poderosa de la memoria que intenta descifrar un llamado inexistente y arroja sus alas de ángel contra las paredes y conecta a la estación central donde Dios está embriagado mandando señales sin ton ni son, señales sin retorno designando a cada cual su papel en la farsa más antigua como latidos del mar que golpean sin cesar y nos quitan poco a poco la razón tocando la aldaba de la puerta que las hormigas se han llevado haciéndote olvidar a la mujer que esperabas en las costillas a su sensatez que advierte del peligro de estar despierto e inmóvil de permanecer sin la camisa de fuerza de la realidad porque afuera, como si no pasara nada ni nadie, transitan las horas con vestido enfangado, autómatas y mustias, conduciendo relojes blindados de tiempo o subiendo en humo manso de colillas de cigarros anunciando las malas nuevas armando el periódico cotidiano en rotativas de la nada. Has dado vueltas alrededor de la cama alrededor del precipicio a tus pies acercándote al filo del cuchillo a la hoja del alba que parte en gajos todos los llamados hasta volverlos silencio de tan estruendosos.
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Destellos de mareas
Eres la rodilla crujiente de ese vendedor de baratijas la ventolera que se encaja en la vista y te impide mirar hasta que salgas de ti mismo buscando en muelle de perplejidad atracaderos de razones para vivir peleĂĄndose el derecho de zarpar a primera hora. Pero sigues cayendo al precipicio, desde el pretil de ti mismo, haciendo mĂĄs real la pesadilla cuidando no mudar de ritual tocando otra vez el timbre del dĂa equivocado, y le abres al espejo de rostro quebrado que reclama con furia tu tardanza.
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La gota de los dĂas
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Declives
Si la noche parpadea
en espejo de temidos insomnios no dudes de ese reflejo y sumérgete en su espuma como guijarro que resbala de la mano mientras tus ojos caminan por la penumbra y el reloj zumba en eterna duermevela. Si la noche encalla a mitad del sueño no dudes en ahogarte en ese mar donde nadan las flores negras cuyas visiones untas en los ojos. Si la noche asoma en tus insomnios no temas la lucidez de esa herida donde caminarás sobre añicos del día que el corazón ha triturado. Si el rumor de niños que se mueren hace temblar el eclipse de tus sábanas no temas al silencio que te cerca de nuevo poco a poco: como artríticos dedos alrededor de un vaso.
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Rescoldos i Agoniza el día en mi rostro y abre las grietas del crepúsculo. En el espejo hay restos de luz. En mi garganta se adelgaza el grito. Zozobra el pecho de la tarde que baña de indolencia mis pupilas como sueños de ciudad en ruinas. En telarañas de penumbra insectos de angustia sobrevuelan el abandono de mi piel sobre el diván. ¿Qué debo musitar al otro que muere en esa tarde, al otro que hace muecas en ese espejo?
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Destellos de mareas
ii En el fondo del crepúsculo la lluvia arroja sus mensajes. Sus gotas parpadean y dibujan en mi rostro las líneas de un epitafio. ¿Qué debo adivinar en esa mirada que se deshila entre los árboles? ¿Qué rito hay en ese canto que cae en las higueras hasta horadar mi frente?
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Miguel Ángel Meza Robles
iii He perdido algo en esa calma en ese instante, en esa lluvia heroica, en ese espejo que ya no me refleja. Algo me ha abandonado sin despedirse. Su vocerío sin voz es la pesadilla de la que no he sabido despertar. Y ahora, ¿qué me queda?: acaso un amanecer flotando lentamente río abajo al lado de otros cadáveres en la orilla de las venas.
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Otros abismos
La noche ha dejado de cortejarme. Su aliento de cenizas despierta los otros terrores y sus dioses depredan mi memoria desangrando nervaduras del pasado. ¿Tendré alma suficiente para vivir en esa liza de quimeras y demonios? ¿Liberaré al minotauro que me habita y cruzaré indemne el laberinto de los años? La noche ha dejado de cortejarme. Otros abismos han abierto sus lisonjas.
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Espectros
Hay muertos que olvidamos enterrar. Se quedan en el
armario de los secretos y sus tormentas cimbran la raíz del corazón. Abren la cólera, y un diluvio de lava corre por las arterias, y las piedras quiebran los cristales del habla. Gaviotas desquiciadas que entran por los ojos, como si el delirio de la noche hubiera perdido las alas y las locas luciérnagas de varias lunas se estrellaran en la ventana o se ahogaran en el lago de nuestra frente. Son los que buscan otro rostro, aquella máscara que deambula en nuestro territorio: nos llaman, recorren nuestros laberintos, y cuando entran nos arrojan al sueño de los otros como los desechos de cada hora caída en la desgracia. Aúllan entonces como ráfagas que chirrían en las paredes. Extienden sobre el recuerdo nuestras imágenes, como figuras de cera que los segundos van quemando poco a poco: la tarde que se derrite en el calendario, las pupilas iluminadas por la chispa de la nada, los minotauros que acosan en las huellas de nuestro íntimo espejo. El polvo de estos muertos cubre el horizonte. ¿Nos amará su sombra?
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Restauraci贸n de la noche
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Pavesas
Como sordas pavesas,
los desquiciados se dispersan al descender a sus abismos sin el esc谩ndalo del ocaso que incinera hojarasca en la pupila. Crujen con cautela huesos de palabras, y quiebran el verbo ya sin destellos ni verdad, sin el pan del nombre amado mientras enmohecen el beso ahora parvo en las costuradas bocas. En el vendaval de esa ruptura, el harapo del discurso se ha deshilvanado: supura su historia mal cicatrizada, su fatuo brillo de tesoro personal su parodia de hipn贸tico perfecto.
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En la orilla de la luz
No es a ti a quien reclamo
el hartazgo de mis constelaciones ni el manglar que mi espera ha evaporado. Si el abandono se abre las venas en medio de la multitud no es por la ensoñación de tus estatuas. Si el áspid de lo solo clava los colmillos no es por ningún designio de cadalso ni porque hayamos huido de nuestro rostro. Si el vértigo se retuerce en los huesos y el ocaso se ha corrompido en esta sombra no es por culpa de tus mudos dioses ni de las ignoradas respuestas encerradas a piedra y lodo en tus labios. ¿Quién hace entonces las preguntas? ¿En qué lengua las contengo si a punto de alcanzarte, en el más puro destello, brota el filo de mi ceguera?
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Destellos de mareas
La paz de los muertos
Te conozco, pero ya te he dejado en paz
paloma de cristal, gozo del cielo que mira desde su gravedad agradecida desde su reposo de enferma vuelta a la cordura; no seré ese fulgor que tanto te asustaba, no seré más delirio imantado por tu vicio, no seré ya noria arrancándote la piel. El arrabal de estos años queda conmigo. No tengo por qué tocar más a esa puerta. No te ciegue ya mi desamparo ni sus relámpagos de incertidumbre. Puedes flotar en el sopor de tu jardín en la casa administrada por tu luz. Te conozco, pero ya te he dejado en paz.
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Restauración de la noche
La madrugada resucita. Tiende puentes, indagaciones, misterios. De sus voces brotan los grillos del miedo los impasibles búhos de la duda manojos de alondras con picos de albor El brillo inhóspito de la incertidumbre me taladra las pupilas con señales ambiguas: la duda es mi lazarillo. Salen a flote en mis ojos aquellas naves hundidas en el último naufragio. Hoy no hay salida en la sonrisa a propósito. Un ligero traspié, y el polvo aturde la mirada. Un giro imperceptible en la huella sobre el fósil y hay que reconstruirnos de nuevo. Algo ha cambiado la decoración algo hay distinto en el paisaje algo se quebró en el alma: el florero está vacío el cielo, el rostro, están vacíos. Ese árbol es un esqueleto abandonado en medio de mi cuerpo. Alguien encendió las velas de mis dedos alguien quema el incienso de mis venas: 60
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gotean mis palabras hasta expiar la dureza de la roca gotea la cera del silencio: me lleva ese olor en sus entrañas cada vez que hablo Me subo al timón del viento antes de que encallen mis huesos. Navego entre la selva navego entre tus muslos te invento cuando hablo: Pienso tu piel y una ola de esplendor moja mis manos, habito tu vientre y una parvada de nubes descubre las rutas del verano en el firmamento vuelo en tu risa y ríos afilados caen como vitrales de una catedral digo tu cuerpo y mis máscaras se derriten y aprendo a ver. Te invento cuando hablo y el tedio se queda en el armario junto a otras modalidades del absurdo Es así cuando la madrugada entra en el azogue: nos encuentra con la sombra equivocada. Una palabra, una campana, un diamante diminuto y el vidrio de la certeza en que piso se hace añicos. 61
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El mundo ya no es el mismo Levanto mi cuerpo desbaratado de navegar toda la noche. El desnudo amanecer me lleva en las espaldas. La lluvia se columpia tras los cristales como una historia nunca concluida. El viento canta su vieja canciテウn en nuestra voz. En mis manos hay una pregunta a punto de volar, un sueテアo que aテコn agita las alas: una mariposa escribe en el aire mi nombre: ese polen me fecunda.
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Pausas de luz
Destellos de mareas
Sobremesa
Languidece la conversación
mientras el aire saciado de la tarde nos arroja a los recuerdos como huesos de un mar despoblado que se vuelca en las miradas. Bogamos por orillas de humo y recogemos aquellos fósiles de sal como recogimos antes conchas y sol en los confines de un domingo de insomnio. Asoma en las miradas añejo relámpago no cruzado aún por olas en derrota, delirio que imaginó otros futuros y llora hoy calma de obsidiana. Míranos aquí, satisfecha el ansia, en sobremesa de inocua convivencia con migajas de aquellas olas con espuma de aquellos días: dulce desazón, nostalgia huera, indolencia, que hoy exhuma féretros y delata mustios rostros. 65
Miguel Ángel Meza Robles
Cuerpo de aire
He mirado mi cuerpo
limitado sólido metálico lo he escuchado sonar bajo las aguas del deseo y vibrar en las mañanas a golpes de claridad no es un tallo maldito ni bello: es una raíz como cualquier otra un guijarro una veta una tormenta he mirado mi cuerpo tendido sobre el mar a pecho abierto liberando sueños
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Destellos de mareas
Pausas
En esta hora quieta,
la mañana arroja baldes de claridad al rostro vasto de las cosas. Miro por primera vez, como si no hubiera mirado nunca. Envuelta en túnica de esplendor, vierte su luz como semillas de sésamo como certidumbre de manos que se posan, y brotan agua en páramos internos. Con el cabello en joyas amarillas recibo su presencia como un don y fulguro en las palomas de mi asombro. Antes de que la deshaga el olvido hago una pausa en el afán que me demanda y bebo su callada bondad, su infusión de hojas de gracia. En esta hora quieta sólo la copa del silencio
su alado cristal.
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Índice
7
Introducción
9 11 12 13
Comparecencia de la voz Preámbulo Travesías Eclosión del instante
15 17 18 19 20
Destellos de mareas Pez Pantera Bitácora del pez Nostalgia de la ola Domingo
21 23 23 23 23 24 24 24 25 25 25 25 26 26
Historia de Hyma Historia de Hyma i ii iii iv v vi vii viii ix x xi xii
Miguel テ]gel Meza Robles
26 26 27 27 27 27 27
xiii xiv xv xvi xvii xviii xix
29 31 32 33 34 36
Celebraciテウn de la flama Paisaje La luz abre sus flores El mago El jardテュn Piedra ciega
37 39 40 41 42
Razones de permanencia Herrumbres La urbe sin nombre Duelo de filos Reclamos
47 49 50 50 51 52 53 54
La gota de los dテュas Declives Rescoldos i ii iii Otros abismos Espectros
70
Destellos de mareas
55 57 58 59 60
Restauraci贸n de la noche Pavesas En la orilla de la luz La paz de los muertos Restauraci贸n de la noche
63 65 66 67
Pausas de luz Sobremesa Cuerpo de aire Pausas
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En Destellos de mareas he preferido mostrar al sujeto lírico como una totalidad y he sacrificado –estoy consciente- la unidad temática del volumen. Quizá por ello, el libro ofrezca la sensación de una antología de poemas pertenecientes a libros de varias épocas. De alguna forma lo es, en tanto que cada texto expresa estados de ánimo correspondientes a momentos de vida muy lejanos entre sí, momentos de un sujeto lírico que iba cambiando paulatinamente. El proceso de corrección y selección de los textos, y la introspección a que obliga un trabajo de esta naturaleza, han propiciado, tal vez con fortuna, un replanteamiento de recursos formales y una definición más clara de la propia poética. Espero que lo perciba de igual manera el lector. En cualquier caso, una sola apetencia ha impulsado a esta publicación: transmitir con el mayor rigor (y la mayor sinceridad emotiva e intelectual) las vagas intuiciones en las que acaso he creído haber entrevisto parcelas esenciales. Miguel Ángel Meza Robles
La mirada del poeta recompone el mundo, crea universos. Éstos se quedan en nosotros por la palabra, que abre su conocimiento, su existencia, su transformación. Si el espíritu de quien concibió el poema se queda en el lector es por la naturaleza sagrada de la poesía. El poeta, al hundir su resplandor en la realidad, forma una eclosión. En Destellos de mareas, Miguel Ángel Meza Robles repasa su estar, su ser, y evoca la poética como una totalidad, su vida. La esencia del poeta, el asombro, la intuición están dados, además por los acontecimientos cotidianos, que brotan en cada acto de la naturaleza, que trascienden por la voz que los nombra, que los inmortaliza en una imagen. El destello que provoca la composición de versos se recoge del fuego universal, del numen originario. Los vigorosos cantos de Meza Robles contienen todas las geografías; en su paciente visión caleidoscópica están los elementos fundadores, semilla de vida. Los tiempos del poeta, los de la memoria, la transmutación mineral de la metáfora, el ojo que nunca se cierra, los ríos subterráneos y los que hienden la piel de la Tierra traen el rumor de las savias al constante reciclar del mar, origen y fin, la pulsación, el latir constante. Carlos López