Centro para la Literatura Emilio Díaz Valcárcel Textos para discutir en el mes de marzo Tema: Nuestra Herencia Negra.
Ay ay ay de la grifa negra Julia de Burgos Ay ay ay, que soy grifa y pura negra; grifería en mi pelo, cafrería en mis labios; y mi chata nariz mozambiquea. Negra de intacto tinte, lloro y río la vibración de ser estatua negra; de ser trozo de noche, en que mis blancos dientes relampaguean; y ser negro bejuco que a lo negro se enreda y comba el negro nido en que el cuervo se acuesta. Negro trozo de negro en que me esculpo, ay ay ay, que mi estatua es toda negra. Dícenme que mi abuelo fue el esclavo por quien el amo dio treinta monedas. Ay ay ay, que el esclavo fue mi abuelo es mi pena, es mi pena. Si hubiera sido el amo, sería mi vergüenza; que en los hombres, igual que en las naciones, si el ser el siervo es no tener derechos, el ser el amo es no tener conciencia.
Ay ay ay, los pecados del rey blanco lávelos en perdón la reina negra. Ay ay ay, que la raza se me fuga y hacia la raza blanca zumba y vuela hundirse en su agua clara; tal vez si la blanca se ensombrará en la negra. Ay ay ay, que mi negra raza huye y con la blanca corre a ser trigueña; ¡a ser la del futuro, fraternidad de América!
Mujer Fenomenal Maya Angelou Estados Unidos Las mujeres hermosas se preguntan Dónde radica mi secreto. No soy linda o nacida Para vestir una talla de modelo Mas cuando empiezo a decírlo Todos piensan que miento Y digo, Está en el largo de mis brazos, En el espacio de mis caderas, En la cadencia de mi paso, En la curva de mis labios. Soy una mujer Fenomenalmente. Mujer fenomenal, Esa soy yo. Ingreso a cualquier ambiente Tan calma como a ti te gusta, Y en cuanto al hombre Los tipos se ponen de pie o Caen de rodillas. Luego revolotean a mi alrededor,
Una colmena de abejas melíferas. Y digo, Es el fuego de mis ojos, Y el brillo de mis dientes, El movimiento de mi cadera, Y la alegría de mis pies. Soy una mujer Fenomenalmente. Mujer fenomenal, Esa soy yo. Los mismos hombres se preguntan Que ven en mí. Se esfuerzan mucho Pero no pueden tocar Mi misterio interior. Cuando intento mostrarles Dicen que no logran verlo Y digo, Está en la curvatura de mi espalda, El sol de mi sonrisa, El porte de mis pechos, La gracia de mi estilo. Soy una mujer Fenomenalmente. Mujer fenomenal, Esa soy yo. Ahora comprendes Por qué mi cabeza no se inclina. No grito ni ando a los saltos No tengo que hablar muy alto. Cuando me veas pasar Deberías sentirte orgullosa. Y digo, Está en el sonido de mis talones, La onda de mi cabello, La palma de mi mano, La necesidad de mi cariño, Por que soy una mujer Fenomenalmente. Mujer fenomenal, Esa soy yo.
Presencia Africana Alda Lara Angola Y, a pesar de todo, ¡todavía soy la misma! Libre y esbelta, hija eterna de cuanta rebeldía me ha sagrado. Madre África! Madre fuerte del bosque y del desierto, En este caso, la hermana-mujer de todo lo que en ti vibra ¡puro e incierto! ... La de los cocoteros, de las cabelleras verdes y cuerpos arrojados sobre el azul ... A del dendém naciendo de los abrazos de las palmeras ... A la puesta del sol buena, mordaz el suelo de las Ingombotas ... La de las acacias rubras, salpicando de sangre las avenidas, largas y floridas ... ¡Sí !, todavía soy la misma. La del amor desbordando por los cargadores del muelle los sudorosos y confusos, por los barrios inmundos y durmientes (Calle 11 ... Calle 11 ...)
por los negros niños de vientre hinchado y ojos profundos. Sin dolor ni alegría, de tronco desnudo y musculoso, la raza escribe a plomo, la fuerza de estos días ... Y repetía todavía y siempre, en ella, que una larga historia inconsecuente ... Tierra! Mi, eternamente ... Tierra de las acacias, de los dongos, de los cólios de balancín, ¡mansamente, mansamente! Tierra! ¡Todavía soy la misma! Todavía soy que en un rincón nuevo, pura y libre, me levanto, al acento de tu pueblo! .. Seetetelané Cuento popular del pueblo basuto, en el sur de África Había un hombre sumamente pobre llamado Seetetelane. Ni siquiera tenía una mujer. Se alimentaba de ratones del campo. La capa y el pantalón estaban hechos de pieles de ratones. Un día que salió a cazar ratones encuentra un huevo de avestruz y dice: “Me comeré este huevo cuando el viento sople de aquella parte”. Y lo escondió en el fondo de su choza. Al día siguiente salió, según costumbre, a cazar ratones. De regreso se encontró con un pan recién cocido y yoala recién preparado. Y así ocurrió varios días seguidos. Y se decía: “Seetetelané, ¿es que realmente no tienes mujer? ¿Quién, no siendo tu mujer, habría podido cocerte el pan y prepararte el yoala?” En fin, cierto día una mujer joven salió del huevo y le dijo:
-Seetetelané, incluso cuando estés borracho de yoala, no me llames nunca hija de un huevo de avestruz. Desde el mismo momento aquella mujer fue la mujer de Seetetelané. Un día le dijo: -¿Te gustaría tener gente a tu mando? Respondió él: -Sí, me gustaría. Entonces la mujer salió y empezó a golpear con un palo en el sitio donde echaban las cenizas. Al día siguiente, cuando se despertó, Seetetelané oyó gran ruido como de muchedumbre de gentes. Se había transformado en jefe y se adornaba con hermosas pieles de chacal. Las gentes acudieron a él muy solícitas, de todas partes le gritaban: -¡Salud, jefe! ¡Salud, jefe! Todo el mundo le saludaba así con respeto. Hasta los perros se mezclaban en la manifestación. Dondequiera se oían balidos de animales; Seetetelané era jefe de una aldea inmensa. Ahora despreciaba los pellejos de ratón, se vestía únicamente con pieles de chacal y de noche dormía en buenas frazadas. Un día, borracho de yoala hasta el punto de no poder menearse, gritó a su mujer. -¡Hija de huevo de avestruz! Su mujer le preguntó: -¿Eres tú, Seetetelané, quien me llama hija de huevo de avestruz? -Sí, yo te lo llamo; eres hija de un huevo de avestruz. De noche se acostó, bien abrigado, en las pieles de chacal y se durmió profundamente. A media noche se despertó y, palpando, advirtió que estaba acostado en el duro suelo y que se cubría con los antiguos pellejos de ratón, que apenas le llegaban a las rodillas; estaba terriblemente transido de frío. Advirtió también que su mujer no estaba y que toda la aldea había desaparecido. Entonces lo recordó todo y exclamó: -¡Ay! ¿Qué va a ser de mí? ¿Por qué he dicho a mi mujer: eres hija de un huevo de avestruz? Volvió a ser un hombre sumamente pobre, sin mujer ni hijo. Así envejeció, teniendo por único sustento la carne de los ratones del campo y vistiéndose con sus pieles, hasta que murió Blaise Cendrars, Antología negra (Anthologie nègre, 1921), trad. Manuel Azaña, Madrid, Cenit, 1930, pàgs. 241-243
Pimienta Naguib Mahfuz Egipto En el café “La Felicidad” hay muchas cosas interesantes. Una de ellas, Pimienta, un chico de doce años o poco más. Su verdadero nombre es Taha Sanqar, pero se le conoce por Pimienta. Está en el café desde las primeras horas de la mañana hasta la noche, para acercar la candela a los que quieren fumar un narguilé. Ya se sabe que los motes no son injustificados, pero este está especialmente bien puesto: el muchacho es vivo, ágil, acude como una avispa antes de que el cliente haya acabado de llamarlo. No para en todo el tiempo de moverse ni de hablar. Trabaja allí desde hace un año por una piastra al día, además de su narguilé, y una taza de té por la mañana y otra después de la comida. Con esto está más que satisfecho. Se siente orgulloso cada vez que piensa que se gana el sustento y puede disponer de una piastra; así que, como él dice: “Yo, feliz y contento”. No por eso cree que está todo hecho. Su meta inmediata está en el día en que el patrón lo autorice a llenar y servir los narguilés, trabajo que supone el ascenso de “chico” a “mozo”… después… ¡Quién puede predecir adónde llegará! Consecuente con su ambición, ejercita sin parar sus cuerdas vocales, voceando las consumiciones. Y es que en un café popular una buena garganta es tan importante como en una academia de canto. Una de las cosas que más le gustan a Pimienta del café “La Felicidad” es la tertulia de estudiantes que se reúne allí las tardes de los días de fiesta y en vacaciones. Se acomodan en un rincón. Charlan. Juegan al chaquete. Beben té y jengibre. Son gentes del pueblo, pobres, igual que los demás clientes, pero los estudios se les han subido a la cabeza; se sienten superiores y mantienen las distancias. Han dejado de vestir el yillab, aunque alguno siga llevando calzado de madera. Se reúnen a pasar el rato. Mientras sorben su té o su jengibre, uno cualquiera de ellos lee en alto un periódico vespertino. Los otros lo escuchan. A continuación se lanzan a comentarlo y discutirlo larga y apasionadamente. Una tarde Pimienta entendió por primera vez lo que decían, y se llevó una gran alegría. Acababan de leer, entre otras cosas, la noticia del juicio incoado contra un alto funcionario acusado de corrupción.
Automáticamente se encendieron los comentarlos… -¡Este ha caído en manos de la ley por casualidad! ¡Hay otros muchos que deberían estar en la cárcel, pero la justicia hace la vista gorda! …y fueron haciéndose más directos y menos contenidos: -El mal no está sólo en los funcionarios; hay otros… ya me entienden, peores y todavía más canallas. ¡En este país, si estuviera bien equilibrada la balanza de la Justicia, estarían llenas las cárceles y vacíos los palacios! Rivalizaban en sacar a relucir nombres, en despellejarlos y en rebozarlos por el lodo, con voces alteradas, fuera de sí: -Fíjense en Fulano, sin ir más lejos… ¿saben cómo ha amasado su inmensa fortuna?… (y acto seguido enumeraban los atropellos y los robos con que había conseguido hacer dinero. Se daban tantos detalles que parecía estar contándolo el propio secretario o administrador del interesado). No dejaron de hacer la disección de ningún personaje importante. Las vidas se interpretaban a gusto del consumidor. Se barajaban defectos. La frase que servía de trampolín era: -¿Y saben cómo ha amasado su fortuna Fulano?… Todo lo demás salía después. Uno de ellos concluyó, furibundo: -¡En este país el robo está permitido! Pimienta entendió la frase sin dificultad, aunque había sido dicha en lengua culta. Le gustó. Una pasión enterrada revivió en su interior: ¡Qué bien suena eso de que éste es un país de ladrones! ¡Caramba, de modo que el robo está permitido aquí! Pimienta… lleva lo de robar en la sangre; ha sido criado a pechos del robo. Es a lo que está acostumbrado desde la cuna: su madre, que trabaja como vendedora de manzanas, se dedica en los ratos libres a “encontrar” alguna que otra gallina “perdida”, y su padre, el tío Sanqar, vendedor ambulante de cacahuetes, es muy aficionado a llevarse la ropa tendida en los patios, y tiene una habilidad especial para escurrir el bulto. A pesar de todas estas “ayudas”, la familia no prospera. Aquella noche tuvo un final desagradable para Pimienta. Cuando volvió a su casa, mejor dicho a la habitación donde vivían todos, encontró a su madre levantada todavía, preocupada y desconsolada, rodeada de sus hijas, llorosas. El chico se asustó al encontrarse con aquello. Antes de darle tiempo a preguntar, su madre le explicó: “Un policía se ha llevado a tu padre”. Pimienta comprendió la situación. Se acercó a su hermana mayor, y ésta le dijo algo más: que lo habían denunciado por robar unas camisas y unos calzones, y que
se lo habían llevado a la comisaría. Después de un momento de silencio añadió que, por lo menos, tenía cárcel para unos cuantos meses, o quizá años. Pimienta no veía a su padre casi nunca: por la noche ya estaba dormido cuando éste volvía de sus vagabundeos, y por la mañana salía para el café antes de que su padre se hubiese levantado. A pesar de esto, contagiado por el ambiente, se puso triste y lloró. De pronto recordó lo que había oído por la tarde y se acercó a contárselo a su madre:… que el país estaba lleno de ladrones, y que el robo era legal… La mujer no estaba para fantasías; lo apartó, le chilló agriamente que se callara, y acabó pegándole una bofetada. Al despertar a la mañana siguiente, Pimienta había olvidado el día anterior; como si hubiese nacido de nuevo. Se fue para el café, con su paso rápido, sin distraerse. No era la primera vez que metían a su padre en la cárcel.