La Pasión
de la Semana Santa
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.» Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.» Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.» Como bien nos dice el Evangelio de San Lucas, el Hijo del Hombre tiene que ser desechado por los ancianos, por los sumos sacerdotes, ser ejecutado y resucitar al tercer día. Esa será la Pasión del Señor y es lo que en la Semana Santa de Serón sucede, pues ésta quiere ser una ventana para el mundo donde, aquellos visitantes que vienen a pasar esa semana grande a este hermoso pueblo, puedan asomarse para ver de cerca lo acontecido en Jerusalén hace dos mil años.
Llegado el viernes previo al Domingo de Ramos, el popular Viernes de Dolores, nuestra Señora de los Dolores de la hermandad del Santo Entierro nos acerca hacia nuestra Madre Dolorosa, quien después de bajar de su camarín para mostrarse en besamanos, recorre las calles del pueblo anunciando que la Semana Santa se acerca y que hay que estar preparados. Las calles se abarrotan de fieles que la acompañan y Ella, con firme elegancia, va anunciando la Pasión del Señor.
Llega el Domingo de Ramos haciendo alusión al siguiente texto del evangelio: En aquel tiempo, Jesús echó a andar delante, subiendo hacia Jerusalén. Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles: “Id a la aldea de enfrente; al entrar, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: “¿Por qué lo desatáis?”, contestadle: “El Señor lo necesita”. Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: “¿Por qué desatáis el borrico?” Ellos contestaron: “El Señor lo necesita.” Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le ayudaron a montar. Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos. Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar¡ a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto, diciendo: “¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto.” Todos los niños y niñas vestidos de hebreos y todos los mayores del pueblo se trasladan hacia la ermita de la excelsa patrona, la Santísima Virgen de los Remedios, para coger sus palmas de olivo y tomar la pequeña imagen de la “Borriquita” y entre cantos de alabanzas y los sones musicales de la banda de música, acompañar a Jesús en su entrada triunfal en Jerusalén y así dar comienzo a la Semana de Pasión, la Semana Santa.
El Miércoles Santo, la tiniebla ocupa las calles de Serón y solo unos sones de tambor y una pequeña imagen de Cristo crucificado portada sobre las manos de los fieles del pueblo, adelantan lo que sucederá en apenas dos días, que Cristo va a ser condenado a muerte; entonces se produce el rezo del Santo Via-Crucis, haciendo una parada en cada lugar emblemático y leyendo cada una de las estaciones.
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?». Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde». Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza».
Haciendo alusión a este pasaje del Evangelio, la hermandad del Dulce Nombre de Jesús toma el protagonismo en este día, pues doce apóstoles, varones hermanos de la hermandad, se trasladan a la iglesia parroquial con sus túnicas moradas para revivir el momento de la cena del Señor y el lavatorio de los pies, celebración que dará paso a la procesión del Jueves Santo, donde Jesús Nazareno, con la toalla ceñida a la cintura y el cáliz en sus manos, saldrá a invitar a todos los asistentes a comer su Cuerpo y a beber su Sangre, en una solemne procesión, donde la Santa Cruz abrirá el cortejo, San Juan seguirá para dar el anuncio y la Madre Dolorosa servirá de cabecera para la marea de penitentes morados y mantillas blancas y negras, que darán paso al hermoso paso del Padre Jesús.
De este modo se da paso a la temprana mañana del Viernes Santo donde se hace vida el relato de la Pasión del Señor según San Juan: «Aquí tenéis a vuestro rey.» C. Ellos gritaron: S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!» C. Pilato les dijo: S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?» C. Contestaron los sumos sacerdotes: S. «No tenemos más rey que al César.» C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y Él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron.
Amanece el día en Serón y lo hace tristemente pues Jesús sale camino del Calvario por una de las calles de este hermoso pueblo, y seguidamente lo hace María; llegados a la Plaza de Arriba se produce uno de los momentos más esperados de la Pasión del Señor en el pueblo de Serón, pues bajo el silencio, los portadores de ambos pasos dejan en el suelo a Jesús y a María y una joven muchacha se acerca para enjugar el rostro de Jesús y mostrárselo seguidamente a María. Así, en tono entristecido, continúan caminando hacia el calvario y ya en esta ocasión san Juan es el que se queda atrás como discípulo amado para acompañar a la Madre y al Hijo en tal desdicha. Llegados al final del camino se produce la gran entrega, Jesús es crucificado; desde ese momento el luto se apodera del pueblo y la Santa Cruz que abre cada cortejo mancha de negro su sudario blanco y María cambia su pañuelo por el luto y por último, cada penitente de la hermandad de San Juan deja su verde esperanza por el oscuro negro en las bandas que adornan sus pechos. De este modo vuelven al pueblo para anunciar que Jesús ya ha dado la vida por toda la humanidad.
Cae la noche en Serón y un río de mantillas y penitentes negros inundan las calles del pueblo, pues Jesús ya ha sido depositado en el sepulcro. La hermandad del Santo Entierro y la Virgen de los Dolores lo tienen todo preparado para invitar a Serón a orar en silencio por la muerte de Jesús. Con gran solemnidad y elegancia los cuatro pasos recorren las calles. El incienso perfuma todo el pueblo, pues en varias estaciones, para imitar lo que el Santo Evangelio narra, el Santo Sepulcro con el cuerpo yacente de Jesús, es perfumado por el sacerdote. Cuando el reloj de la torre anuncia las doce de la noche, solo se oye el silencio, pues María en soledad sale a la calle acompañada en su dolor por todos los fieles del pueblo.
Tras un Sábado Santo de tiniebla, surge el gran alba del año, el mayor día para los cristianos, el Domingo de Resurrección, donde la alegría desbordará en el pueblo. El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Así se vive la gran Resurrección de Jesús, entre la alegría y la carrera. El sepulcro se encuentra depositado a los pies de la escalinata de la Plaza de Arriba y San Juan se acerca para ver qué sucede y entonces se produce uno de los grande momentos de este día, los portadores se recogen la túnica y tras tres toques de martillo corren, corren y corren, hasta encontrarse con María y gritarle: ¡María, María, tu Hijo ha resucitado! Entonces la Madre, aún con su luto, llevada sobre los hombros de los portadores vestidos de Negro de la Hermandad del Santo Entierro, se acerca hacia el sepulcro para ver realmente que Cristo no está dentro; ahora toca buscar dónde lo han puesto, hasta que llegados a los pies del convento de las Hermanas Dominicas Rurales, se encuentra con su Hijo resucitado, entre la fiesta se produce el silencio, pues María se quita el luto y un manto blanco escarlata aparece al tiempo que a una niña que la representa de manera viva y real, también se le trasforma su luto en alegría. Desde este momento el blanco y el rojo se unen, pues los costaleros de la Santa Cruz ahora toman a María y entre disparos de cohetes y marchas alegres, van por todo el pueblo camino de la Iglesia anunciando que Cristo ha Resucitado. Y así se vive en este pequeño pueblo del Valle del Almanzora la pasión del Señor, no de una manera mejor o peor a los demás sitios, sino de una manera DIFERENTE.
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