Memorias de Pandemia: relatos sobre turismo en la crisis sanitaria

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Claudia Vázquez Moreno Selección de textos


Primera edición digital: octubre de 2021

INTRODUCCIÓN

MEMORIAS DE PANDEMIA: RELATOS SOBRE EL TURISMO EN LA CRISIS SANITARIA Selección de textos: Claudia Vázquez Moreno Cuidado de la edición: Dianola Vázquez Moreno Rosalía Vázquez Moreno Corrección de estilo: Sonia Moreno Ortiz Rosalía Vázquez Moreno

PANDEMIA: LAS OPORTUNIDADES DETRÁS DE LA CRISIS Felipe Cardoso

Diseño y diagramación: Dianola Vázquez Moreno

MI EXPERIENCIA EN LA PANDEMIA

Un proyecto de turismoysociedad.com

Jarol Vaca

Con el auspicio de Subte de la Chuna Rafa Idrovo Espinoza Photo Crew José Luis German Con el apoyo de Facultad de Ciencias de la Hospitalidad de la Universidad de Cuenca Turistiqueros Ecuador


UNA ILUSIÓN QUE TODAVÍA ESPERA. VIAJE A TIERRA SANTA

APRENDIENDO A VIVIR EN UN MUNDO EN PAUSA

José Criollo

Andrea Jaramillo Koupermann

CÓMO LA PANDEMIA AFECTÓ MI VIDA

TODO TIEMPO PASADO FUE MEJOR

César Palacio Salamea

Luis San Martín

CIERRE DEL RESTAURANTE

TRABAJAR EN TURISMO EN TIEMPOS DE COVID-19

Diana Moreno Ortiz

María Augusta Orellana Alvear


NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA

EL SHOCK SIEMPRE DURA UN MOMENTO

Nacho Anhalzer

Isabel Caisaguano

LA GRAN DESPEDIDA

SE APAGÓ LA SELVA

Cristian Armas Jaramillo

Sonia Ñusta Amaruca

EL NEGOCIO DE LA COMIDA Marie Proaño


Claudia Vázquez Moreno Selección de textos


Fotógrafo Pablo Crespo en Deleg, Ecuador. Rafa Idrovo Espinoza (2021)

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La crisis ocasionada por la pandemia ha generado grandes estragos sociales y económicos que han

puesto al mundo de cabeza, aprender a vivir con la

pandemia ha sido un gran reto para la humanidad; millones de vidas y de hectáreas de naturaleza se han

perdido a causa de la falta o la mala administración de los sistemas de salud y de los recursos naturales y todo lo que representan. La humanidad ha visto en

entredicho la forma en la que entendemos la sociedad y la economía global.

Los últimos dos años han afectado de

forma contundente a la industria de turismo en

nuestro país. Informes, investigaciones, proclamas y noticias comparten con detalle cuánto dinero ha

perdido el turismo o cuántas personas han quedado desempleadas; además ofrecen consejos sobre cómo se podría reconfigurar este proceso en el futuro.

Para quienes participan en la industria

del turismo han sido tiempos difíciles, los números reflejan grandes pérdidas para aquellos que han

construido su patrimonio en estos años y décadas; durante la crisis empresarios grandes, medianos y

pequeños se han visto afectados económicamente,

así como los trabajadores dependientes y los que no

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lo son, ellos han perdido sus ingresos habituales por más de dos años.

Memorias de Pandemia: relatos sobre turismo

en la crisis sanitaria es un proyecto etnográfico que

pretende abordar lo que pasó con la industria del

turismo a través de los relatos de trece profesionales de todo el Ecuador y de distintos sectores de la

industria turística. Ellos comparten historias de

sus experiencias durante la crisis sanitaria, relatos

que no solo conmueven, sino que dan cuenta de circunstancias personales que se vivieron y se siguen viviendo a lo largo del territorio nacional.

Por años, estos trece profesionales y

expertos han participado de la actividad económica que representa el turismo en nuestro entorno; ellos

son: recepcionistas; guías de turismo; conductores; agentes de ventas aéreas y de viajes; operadores; administradores de negocios de servicio de alimentos y bebidas o de alojamiento; educadores; trabajadores

públicos y expertos en actividades al aire libre. Estas

historias reflejan cómo sus vidas se han visto afectadas

a raíz de la crisis sanitaria y cómo la crisis económica les ha quitado o dado oportunidades inesperadas.

Jarol y Felipe nos cuentan cómo la

pandemia nos presenta una invaluable oportunidad para revalorizar nuestro entorno y cómo todo lo que

nos rodea juega un rol definitivo en la construcción del turismo. César y Luis Sanmartín relatan cómo turismoysociedad.com


la crisis ha abierto una ventana para comprender

que los seres humanos somos capaces de forjar con

voluntad y humildad mejores caminos para el turismo

y la sociedad. Por otro lado, Marie, Diana y María Augusta nos trasmiten actitudes y estrategias para

sobrellevar momentos difíciles; José, Isabel y Cristian describen la amargura de perder viajeros y proyectos

decisivos; mientras Sonia Ñusta nos cuenta cómo la selva, que beneficia el turismo, se ha deteriorado gravemente. Sin embargo, la chispa de la esperanza y valentía con la que se afrontan las posibilidades

que esta crisis representa para todos aparecen como

un eje trascendental en las anécdotas compartidas por Jorge Ignacio y Andrea Sofía, quienes relatan

cómo las decisiones que tomamos en nuestras manos pueden restituir la confianza.

Las situaciones que hemos vivido todos

de alguna u otra manera se han trasformado en enseñanzas y experiencias memorables que, a su

vez, han fundado caminos más prometedores y

demuestran que la resiliencia es un valor y una característica común de estas anécdotas y personas.

Los autores que presentamos en Memorias

de pandemia relatan cómo sus vidas han cambiado y cómo cada uno ha sobrellevado la situación y ha

trasformado su realidad con valor y empeño; cada

historia demuestra que los seres humanos podemos

forjar nuestro destino y adaptarnos a las situaciones turismoysociedad.com


más difíciles, aunque muchos lo hayamos perdido

todo debido a que, en nuestro país, no hay un soporte social o político capaz de proteger y sostener al sector turístico.

Desde

el

2020,

un

sinnúmero

de

ecuatorianos ha perdido su trabajo, otros han

cerrado definitivamente las puertas de sus negocios; este proyecto está dedicado a estas personas; en especial a Diana, Carlos y Flavio Zhagui, para ellos

y los cientos de profesionales y expertos que se han visto afectados y para quienes ya no están con nosotros. En estos tiempos difíciles, la crisis también

ha sacado las mejores virtudes de las personas, con grandes gestos colectivos, y eso es justamente lo que necesitamos ahora y siempre. La esencia de la

bondad, la generosidad y la humildad cimientan acciones poderosas, capaces de promover cambios

sociales positivos, pero, sobre todo, son lo que nos alienta a esperar un mejor mañana para todos.

Claudia Vázquez Moreno MSc. Ing. GP.

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Dicen que la crisis no tiene precedentes en tamaño y alcance en todas las partes de su vasta cadena de valor a nivel mundial. Las enormes pérdidas incluyen a todas las actividades de la cadena de valor de la industria, no solo las tradicionales como, transporte o alojamiento, sino también a las empresas de alimentos, bebidas, operadores, agencias de viajes y de otros servicios relacionados. Noticias ONU (2020) Según diferentes escenarios relacionados con los tiempos y restricciones impuestas por la pandemia, el sector puede suponer la caída de entre el 1,5% y el 4,2% del producto interno bruto mundial. Países como la República Dominicana, Ecuador, México, Colombia y Argentina se encuentran entre los más afectados en América Latina, y España entre los europeos. Noticias ONU (2020) António Guterres, secretario general de la ONU afirma que el turismo sustenta uno de cada diez puestos de trabajo y proporciona medios de vida a muchos millones de personas, y «La caída de los ingresos ha provocado un aumento de la caza furtiva y la destrucción del hábitat en las áreas protegidas y sus alrededores, y el cierre de muchos sitios del Patrimonio Mundial ha privado a las comunidades de medios de vida vitales [...]. ONU (2020)

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Según el diario El Universo, desde diciembre del 2019 se registró un incremento en la tasa de despidos, de 3,8 a 13,3 % en el sector económico, la más alta

en el sector productivo en 2020. Muchas personas

cerraron sus negocios de toda la vida, cambiaron sus profesiones o se arriesgaron a cruzar la frontera debido a la situación económica o la angustia de no poder pagar deudas o no ser capaces de llegar a fin del mes.

Las garantías laborales continúan siendo

precarias, los impuestos aplicados a la industria son

numerosos; en su mayoría las promesas políticas no

pasan de papeles oficiales y las leyes y reglamentos

son muy complejos o restrictivos para aplicarse a la vida cotidiana de los trabajadores del turismo.

Tristemente, las consecuencias de estas situaciones afectan directamente a la reactivación del turismo.

La falta de oportunidades, profesionalización y garantías para trabajar en la industria en nuestro país es un problema que debe revisarse.

La sociedad parece movilizarse con rapidez

hacia la globalización de los servicios turísticos, hoy miramos esperanzados hacia el futuro y como

algunos ya lo han demostrado en el pasado, la nueva realidad que presenta la pandemia promete mejores tiempos para la industria y para la conservación de la naturaleza, lo que será solo posible no solo con el

accionar individual, sino con la legislación adecuada; todo esto repercutirá en beneficio de todos. turismoysociedad.com


Vendedora en la Plaza de las Flores, Cuenca, Ecuador. Rafa Idrovo Espinoza (2020)

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Lustra botas en hora de descanso, Cuenca, Ecuador. Rafa Idrovo Espinoza (2020)

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Personas salen de misa en la iglesia central de Deleg, Ecuador. Rafa Idrovo Espinoza (2020)

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Ciclista en la Plaza de San Francisco, Cuenca, Ecuador. Rafa Idrovo Espinoza (2020)

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Vista de la calle Padre Aguirre, Cuenca, Ecuador. Rafa Idrovo Espinoza (2020)

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Felipe Cardoso

Existen momentos en nuestras vidas en los que todo fluye y nos sentimos seguros, en control de todo lo

que sucede. Damos por sentado las situaciones y a

las personas que nos generan estabilidad y bienestar,

soñamos sin detenernos a pensar en los obstáculos

que podrían presentarse. Personalmente tuve ese tipo de sensación a finales del año 2019 y principios del 2020, sí justo antes de la pandemia.

Había trabajado por mucho tiempo en el

sector público hasta que, a inicios del año 2019,

decidí independizarme. Claro, al comienzo las cosas no fueron fáciles, pero con el tiempo llegaron nuevas oportunidades. Me

encontraba dando

asesoría

a algunos emprendimientos de tipo turístico y

fui invitado a ser parte de un proyecto al que, personalmente, le puse mucho corazón y fe: Ruta G.

El éxito de Ruta G (iniciativa del Instituto

San Isidro, Inhaus Magazine y Aweik) fue rotundo.

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Una idea de rutas gastronómicas con componentes

de tipo vivencial, artístico y cultural parecía funcionar muy bien en una ciudad como Cuenca y nos encontrábamos sentando las bases para convertir al proyecto en una operadora de turismo legalmente constituida. Fue entonces cuando todo sucedió

repentinamente. El SARS-CoV-2 se encontraba ya

presente en todos los continentes y la OMS declaró

oficialmente la pandemia. Entramos en cuarentena, con los proyectos forzosamente detenidos y los sueños destrozados.

Primero llegó la sensación de terrible

incertidumbre ante el futuro y lo que podría pasar. Luego la negación, el no aceptar que algo así pudo habernos sobrevenido. Fueron meses angustiosos en

los que me vi obligado a realizar actividades muy poco afines a mi vocación con la única finalidad de generar

ingresos. En medio de tan abrumadora situación, comprendí que la vida es frágil e impredecible y

que, a pesar de todo, tenía más motivos para estar

agradecido que para quejarme. Fue entonces que los milagros empezaron a suceder.

Inesperadamente y contra todo pronóstico,

recibí, en el mes de junio del 2020, una oferta laboral

de parte del Ministerio de Turismo del Ecuador para

ocupar la vacante de comunicador de la Dirección Zonal 6. Acepté la propuesta con infinita gratitud, pero

también con la certeza de que trabajar nuevamente en turismoysociedad.com


el sector público en medio de una crisis que afectaba con dureza al turismo, sin duda representaba un gran reto y una gran responsabilidad.

En los pocos meses que llevo trabajando

en el Ministerio de Turismo, he aprendido a valorar infinitamente la oportunidad de servir a los demás a

través de entregar lo mejor de mi como profesional. He sido testigo de la pasión y el empeño con los que

mucha gente sale adelante a pesar de los obstáculos

y he tenido el honor, junto con mis compañeros, de

contribuir con un granito de arena al cumplimiento de algunos sueños.

Respeto profundamente a la gente empren-

dedora y luchadora que a través de mi trabajo he podido conocer. El éxito de algunos de sus proyectos ha reafirmado en mí ciertas convicciones personales y me ha enseñado aspectos claves que considero, es

importante se apliquen en el nuevo paradigma que está surgiendo. Los resumo en los siguientes puntos: Creatividad:

Hoy

más

que

nunca

esta

es

indispensable al momento de emprender cualquier proyecto relacionado con el turismo. Muchas veces los

recursos y las soluciones están en frente de nuestras narices y solo hace falta un poco de inspiración para

alcanzarlos. Ser imaginativos y estar atentos a las oportunidades que puedan presentarse es clave.

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Asociatividad: En situaciones de crisis, el juntar esfuerzos y conocimientos es vital para salir adelante

con propuestas novedosas. A través de asociarnos con otros, podemos conseguir mejoras empresariales, optimizar recursos y alcanzar niveles adecuados de organización, competitividad y productividad.

Adaptación: Se dice que no sobreviven los más

fuertes, sino los que mejor se adaptan. En el

contexto de la emergencia sanitaria y aún en tiempos postCOVID-19, la gente que desea viajar

buscará experiencias que realmente llamen su

atención; exigirá altos estándares de bioseguridad; buscará cada vez más los medios digitales tanto para informarse como para completar su proceso de compra. Quienes generen ideas creativas y estén

dispuestos a capacitarse para adaptarse mejor a las nuevas demandas serán los que más probabilidades de éxito tendrán.

Solidaridad: Hoy más que nunca el turismo debe

ser comprendido desde una visión profundamente antropológica. No hay actividad turística sin el

componente humano, pues son las personas las que

generan el verdadero atractivo en cualquier lugar y circunstancia. Los monumentos y los recursos

naturales no serían nada sin este factor: el campesino que labra la tierra, el artesano que crea belleza, el turismoysociedad.com


recepcionista del hotel, el guía de turismo, el chofer, los vendedores del mercado, etc., etc. El turismo debe

ser una industria solidaria que genere un verdadero beneficio para todos sus actores.

En definitiva, es importante comprender que vivimos

en un mundo de constantes cambios, los cuales son

cada vez más acelerados y nos dirigen inevitablemente

a un nuevo paradigma. Se impondrán nuevas lógicas de mercado y nuevas formas en las que los seres humanos se relacionarán, viajarán y consumirán. El

turismo, por supuesto, no está exento al cambio y es

fundamental comprenderlo con una nueva óptica, aprender las lecciones que nos dejan las crisis y ser

muy perspicaces para encontrar las oportunidades que con ellas llegan.

Felipe Cardoso Trabaja en actividades y servicios culturales1.

1. Todas las categorías de actividades y servicios turísticos descritos en esta

publicación corresponden a la clasificación de los productos y actividades de la OMT (Organización Mundial del Turismo).

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Puesto de bebidas y frutas del Mercado 10 de Agosto, Cuenca, Ecuador. Rafa Idrovo Espinoza (2020)

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Jarol Vaca Las oportunidades no suceden, tú las creas. PROVERBIO CHINO

Mi experiencia como guía nacional de turismo e

intérprete de la biodiversidad en Ecuador durante

la pandemia ha sido reveladora. Antes de la crisis mi trabajo consistía en viajar de manera constante

a lo largo de la geografía del país en compañía de una amplia gama de visitantes que iban desde familias y estudiantes, hasta investigadores que

buscaban especies de interés científico. Con todos ellos compartía conocimiento general o especializado sobre los neotrópicos.

Al inicio de la crisis me encontraba en

una salida personal para conocer nuevos puntos geográficos

en

los

que

realizar

mis

labores

profesionales. Mi destino era Baeza, ciudad anclada

en el valle de los Quijos y la tercera urbe fundada por los expedicionarios españoles, también conocida como Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Baeza del

Espíritu Santo de la Nueva Andalucía. Ahí viví un

sinnúmero de vivencias, cuestioné el sistema, el

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gobierno, el capital, a mí mismo como individuo; experimenté mi primer encierro.

Entonces el panorama era incierto, las

miradas de los peatones estaban inundadas de

miedo. Empezamos de cero un nuevo viaje, teníamos

que discernir qué era real, qué estaba manipulado. La sistemática difusión de información fue efectiva y nos mantuvo a todos al borde del colapso, con

los cabellos de punta y las deudas a la vuelta de la esquina. Vivimos la mayor transferencia de valores en

tiempo récord, era un evento nunca antes registrado desde la clase media hacia el cielo. En medio de

toda la incertidumbre, algo era cierto: internet era la

única manera de estar conectado con la comunidad; las conferencias y reuniones online vinieron para quedarse.

Ecuador

se

unió

al

frenesí

mundial

de miedo el 20 de marzo del 2020. Absolutos poderes, absolutos negocios, absolutos desastres; se aprobaron leyes desfavorables para la mayoría de los

ecuatorianos; se oficializó el monocultivo de palma en la Amazonia, por mencionar algunos sucesos. La

crisis llegó en perfecta sincronización con los ánimos para callar la ola mundial de cuestionamientos sobre

las acciones para enfrentar el cambio climático. Sin

embargo, la COVID-19 demostró que tenemos el poder de detenernos por completo, esta pausa fue lo

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más saludable que le ha sucedido a nuestro planeta desde el inicio de la era industrial. A pesar de eso, una nueva pandemia se avecina, para mí se suma a

la que vivimos. Cuando una pandemia viene, cambia la dinámica económica y social del mundo; la que se aproxima está más cargada de lo usual. *** En mi viaje aprendí que en Baeza vive un árbol en vías de extinción, el nogal (juglans neotropica). Me

propuse criar desde su nuez a un fósil viviente; para mi suerte, lo logré con la ayuda de muchos. Hoy estos árboles se consideran en las iniciativas locales

de restauración del bosque andino. Por otra parte, la belleza de las orquídeas que habitan los bosques de

Baeza me dejó atónito. Pude rescatar algunas de ellas y darles terapia intensiva para que se recuperaran y

florecieran. Verlas hacerlo fue unos de los mayores espectáculos que he vivido.

Durante mi estadía, la vía a Tena estuvo

cerrada debido al deslizamiento de la base de la carretera, tuve la oportunidad de colaborar en la

creación de otra. Removimos parte de las empinadas

laderas de la Cordillera de Los Guacamayos, pura ingeniería civil por varios meses. Así mismo, la vía

a Lago Agrio sufría constantes recortes de asfalto

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debido a la actividad erosiva de los suelos del sector

del Salado, también estaba cerrada. El oleoducto

se partió y derramó varios miles de barriles que cubrieron una larga distancia sobre los caudalosos Ríos Coca y Napo. No nos va muy bien jugando a los

extractivistas, no es rentable por ningún lado. A Quito no se podía regresar y, para mí, eso fue muy doloroso.

Escapé al bosque andino; entre las mañanas, tardes,

noches y madrugadas vi una oportunidad para viajar y mirar el resto de Ecuador. Fue divertido ayudar a comercializar producción piscícola y agrícola de la zona del valle de los Quijos, en ciudades como Ibarra, Otavalo, Cayambe, Quito.

La respuesta gubernamental ante la crisis de

varios sectores del turismo fue escasa y en muchísimos casos inexistente. Era evidente que el Ecuador no

es un país turístico, es un país extractivista que da

patadas de ahogado en industrias como el turismo. Así que con varios amigos de todas las regiones del país decidimos hacer algo al respecto de los guías

del país; creamos un portal para visibilizar a todos los guías que tienen licencias. El objetivo es que el

cliente, el proveedor pueda conocer quién va a hacer

el tour en Ecuador e incluso que pueda contactarlo directamente. Es evidente que la ciencia y tecnología

disponible en internet puede servir para prepararnos para el regreso progresivo de las actividades turísticas.

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Después de que mi viaje a Baeza se completó, escribí un blog sobre los diferentes destinos, sobre las aves y orquídeas que tiene el Valle de los Quijos y continué

con mis exploraciones y llegué a Limoncocha para encontrar a la reina del bosque, a la arpía. Fue

positiva la búsqueda, comprobé que había muchas medidas para su observación en el futuro. Nunca vi a

esta reina, decidí honrar su espacio porque una arpía

es una oportunidad para la ciencia. Para garantizar su debida conservación es necesario documentar más sobre su vida. El turismo es agente aglutinador de todas estas iniciativas y crea espacios para el diálogo, la reflexión y su financiamiento. *** Tena, la Capital de la Guayusa y la Canela, es uno de los

secretos mejor guardados de Ecuador; se encuentra en

el Valle de la Abundancia y está rodeada de palmeras

de chonta. Hace varios miles de años llegaron ahí los primeros humanos, aprendieron a vivir en el bosque

tropical y su conocimiento ancestral sigue vivo. Para cuando los españoles fundaron la ciudad de Quito ya

se conocía la existencia de El Dorado: un territorio

rico en oro. Su conquista, exploración y explotación se iniciaron entonces y siguen vigentes hasta el sol de hoy. Gonzalo Díaz de Pineda fue el primer español

que llegó al territorio de El Dorado en busca de oro turismoysociedad.com


y canela, en septiembre de 1538. Lo fascinante de la

historia es que estuvo parado sobre el mismo oro que hoy se mina, 460 años más tarde.

Me dediqué a explorar y conocer más

sobre la biodiversidad en nuevos destinos en los

alrededores de Tena, con salidas explicativas a varios sitios propicié espacios para reflexionar sobre la

conservación de los recursos naturales para motivar a guías y emprendedores locales a diversificar sus productos turísticos.

Al final de este viaje que empezó con

la pandemia descubrí mucho sobre Ecuador; sobre nuestra gente, nuestros desafíos, nuestras habilidades. Desde el inicio de la crisis sanitaria la

dinámica turística cambió; el paradigma del viajar

se ha transformado en un mar de oportunidades: clientes directos, mundo digital, destinos de espacios

abiertos, exploración de la naturaleza, experiencias personalizadas y mucho conocimiento. Todo se ha

vuelto a configurar, incluida la guianza y el ejercicio libre de esta profesión. El trabajo en turismo recién

empieza y los que formamos parte de su cadena de valores tenemos una función importante para

fortalecer la industria. La pandemia me presentó una oportunidad para transformarme en un mejor

intérprete de la naturaleza. Actualmente, con mi amigo y socio, traemos la mejor cerveza artesanal a la Amazonía.

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Baeza, Ecuador. Jarol Vaca (2020)

Jarol Vaca Trabaja en actividades naturales, culturales, acomodación y hospedaje.

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Vista desde el interior de una tumba en Nazareth, Israel. Pisit Heng (2020). Archivo unsplash.com

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José Criollo

Era noviembre del año 2019 y estaba publicitando un

tour a Tierra Santa para nuestros pasajeros de tercera

edad, porque, por lo general, viajan con nosotros personas de sesenta y cinco años en adelante. Este destino nos es familiar, habíamos estado por ahí

anteriormente y conocíamos perfectamente lo que ofertábamos. Había mucha expectativa por el viaje, después de todo, aún no nos recuperábamos de las

consecuencias de las protestas que ocurrieron en

octubre de ese año debido al descontento por las medidas impuestas por el gobierno; este evento provocó

que

muchos

programas

turísticos

se

cancelaran, lo que, a su vez, generó devolución de

anticipos y pagos de penalidades (cómo saber que esto ya era un preludio de lo que vendría más adelante). A pesar de ello, el viaje se reprogramó para el veinte de

abril de 2020. Tierra Santa en 21 días incluía lugares

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como Egipto, Jordania e Israel. En fin, había gran

expectativa, este sería el tour que nos impulsaría para recuperarnos económicamente; significaría, además,

que llevaríamos a nuevos pasajeros que tenían gran ilusión de conocer estos maravillosos lugares.

Durante las visitas previas al viaje, nos

preguntaban hasta por los detalles más mínimos. Se necesitaba mucho tiempo y café para responder a todas las inquietudes. Les explicamos con mucha emoción que visitaríamos lugares donde estuvo Jesús como Nazaret, el Huerto de los Olivos o Galilea, incluso el Santo Sepulcro. Les compartimos tips

que utilizamos para que el pasajero tenga la mejor expectativa, les dijimos que podían comprar maletas

de cuero de camello, les contamos que yo traje una y me resultó genial, les mostramos un ojo de la suerte de Egipto que había traído en último viaje. Mientras hablábamos podía ver cómo el posible pasajero se transportaba con su imaginación a estos lugares.

Luego de varias tazas de café, yo esperaba

que me dijeran: «Sí, me gusta. Me voy. Tenga el

depósito», pero no, me decían «Lo voy a pensar. Voy

a hablar con mi familia. Yo le aviso». Sin embargo, estaba convencido que había empezado un proyecto

de venta, que debería esperar, no más de dos días, y llamarlos por teléfono. Cuando lo hice, muy amablemente, luego de saludar y hacer uno que otro

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chiste, esperaba esa gran respuesta: «¡Apúnteme! Sí voy», pero no, seguían las consultas, como las

de Hildita, una mujer de setenta y cinco años que preguntaba:

—¿Allá hace frío o calor? Porque, verá, yo

—No se preocupe, nos vamos en el mejor

no puedo estar en mucho frío.

clima. Más bien, va a estar caliente, como en Guayaquil —contestaba.

También me preguntaban cosas como «Oiga,

¿cuánto más de dinero habrá que llevar?», «¿En qué aerolínea nos vamos?», «Verá, que yo sí tengo la visa

americana» o «Rebaje algo para irnos tres». Estas son

expresiones típicas de personas de setenta y cinco

que quieren estar muy seguras de su viaje. No olvido

las preguntas de Hildita, ahora que escribo esto, ella se encuentra en un UCI. Sus amiguitas dicen que está mejorando.

«Bueno, ya echamos el anzuelo. Ahora, a

esperar» decíamos en la oficina en forma sarcástica

y jocosa porque habíamos respondido a todas sus inquietudes, incluso realizamos un spot publicitario. Hicimos el mejor esfuerzo, solo quedaba esperar

y llamar a que nos confirmen su participación. Algunos pasajeros nos respondieron: «No me llame,

yo le llamo». Para nosotros, esta era una respuesta poco alentadora, los conocíamos muy bien porque

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ya habíamos viajado en otras ocasiones con ellos.

Aunque no estaban convencidos de hacer el viaje,

sabíamos que podíamos persuadirlos. Por ello,

continuamos haciendo llamadas para invitarlos al tour que estaba a buen precio: «Viaje el 2020 al mismo valor del 2019. Todo incluido. Siguiendo los pasos de Jesús», eso decía nuestro spot publicitario.

Estuvimos esperando hasta que, un día,

llamó el Sr. Merchán: «Apúnteme. Nos vamos con

mi esposa y mi hermana»; enseguida, la Sra. Mirian: «Apúnteme. Iré con una amiga»; después, Don

Abel: «Voy con un grupo de oración. Somos diez,

¿si hay espacio todavía?» y, por último, Hildita:

«Apúnteme. Voy con mi amigo Darío y su esposa». Así confirmamos diecisiete pasajeros y otros más

interesados, todos dieron el depósito inicial para

garantizar su cupo. Este era un viaje importante para ellos y para nosotros. El mes de diciembre parecía optimista.

Días después, escuchamos noticias de un

virus en China. Para nosotros era lógico creer que sería casi imposible que llegue a Ecuador. Pensábamos «No

pasa nada, está muy lejos todavía de donde nosotros vamos a estar. Y, peor llegar a Ecuador». Estuvimos pendientes de las noticas, hasta que, el veintiuno de enero del 2020 se anunció que el virus había

llegado a los Estados Unidos y que en China ya había

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algunos muertos. Esperábamos que pasara y no fuera nada grave. Después, el veintinueve de febrero, se reveló el primer caso en Ecuador: en Guayaquil, una

pasajera que había venido desde España había dado positivo. Empezamos a preocuparnos, pero no nos desanimamos, no cancelaríamos nuestro anhelado viaje.

Nuestro operador internacional nos dijo que

teníamos plazo hasta el trece de marzo para hacer

el primer abono, de lo contrario se cancelarían los

espacios. Nos pedían hacer un depósito mínimo para confirmar todos los servicios y espacios aéreos, pero

no pudimos evitar preguntarnos qué pasaría con esta

enfermedad. El viernes, antes de hacer el depósito, decidimos esperar hasta el lunes dieciséis de marzo. Hasta entonces recabaríamos información sobre la

COVID-19. Empezamos a preocuparnos puesto que las noticias eran más contundentes: ya se hablaba de

pandemia y se rumoraba del cierre de aeropuertos. Aún nos preguntamos qué hubiese pasado si depositábamos el anticipo, qué hubiese ocurrido si el

operador internacional o, peor, la línea aérea no lo devolvían.

A partir de las 21h00 del martes diecisiete

de marzo de 2020, se instauró el toque de queda y la restricción vehicular. Esta medida se extendió en adelante en el horario de 21h00 a 05h00, además,

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se suspendieron los vuelos nacionales de pasajeros a partir de las 23h59 desde ese martes hasta el cinco

de abril de 2020. Esta noticia no nos dio tiempo ni de explicar a nuestros pasajeros que cerraríamos la oficina. Fue tan rápida la llegada de la COVID-19

y nadie esperaba que fuese tan grave. El dieciocho de marzo del 2020, supimos que Israel cerraría sus fronteras, el país por donde empezaríamos nuestro

tour. Algo, un sexto sentido, nos hizo decidir no

pagar el anticipo ese viernes trece. Para nosotros fue un buen viernes trece, nos evitó el pago de un viaje que hasta la fecha no se ha podido realizar.

A medida que podíamos les comunicábamos

a los pasajeros que no se realizaría el viaje que lo postergaríamos para mayo del 2020, pero, por cómo iban las cosas, no sería posible. Lo sabíamos, pero

no queríamos destruir tan rápidamente ese sueño.

Regresamos en mayo a la oficina para prepararnos para una nueva vida. Por todos lados se hablaba de

la nueva normalidad. Nosotros redujimos costos, nos cambiamos a una oficina más económica ya que la

dueña de casa no quería perder un solo dólar —para ella no había crisis—, cambiamos a planes telefónicos

más baratos, nos vimos obligados a despedir a nuestro compañero, quien nos apoyaba con ventas; etc.

En junio, cumpliendo con exigencias de los

llamados protocolos de bioseguridad, empezamos

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a trabajar. Primero llamamos a los pasajeros para devolverles el dinero que salvamos, ellos estaban agradecidos por esta actitud. Les habíamos dicho que

no habría cargos de ninguna clase y que su dinero sería devuelto en su totalidad y así lo hicimos. Sin embargo, tres pasajeros no dieron paso atrás, ellos

siguen esperanzados y quieren realizar el viaje, por lo

que han decidido mantener ese pago hasta la fecha. Ellos tienen fe de que todo esto pasará y volveremos

a la antigua normalidad. Además, se les vendió un

sueño, una ilusión; aunque nadie tiene la certeza de cuando se cumplirá.

Ahora, con la nueva normalidad que

ocasionó el virus, llamamos a nuestros pasajeros para saludarlos, para saber si están bien. Algunos

nos comentan que ya pasaron el virus, otros que aún no; algunos están muy nerviosos, otros internados y algunos solos. En el chat que usábamos para enviar promociones, chistes o uno que otro chisme, ahora se

envían saludos, peticiones de oraciones, reflexiones.

Estamos muy lejos de regresar a lo que fue, así que solo compartimos gratos recuerdos de una

vida normal, encerrados en esta nueva normalidad llamada COVID-19.

A veces uno que otro cliente viaja, con todos

los temores de contagiarse nos compra un vuelo

para ir a visitar a su familia en el exterior. Nadie

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pregunta por un tour, dicen que no es el momento,

que la nueva normalidad todavía no se los permite. Mientras escribo, llegan tres personas que quieren comprar un tour a México. Les han dicho que es muy

lindo, pero lo quieren ya, urgente. Me pregunto:

¿tan desesperados están por conocer México o por escapar de una crisis que nos tiene a todos al borde

de un colapso? Muchos se han ido del país, otros solo

preguntan y dicen «Vamos a pensarlo». Un secreto

a voces es que la venta de estos tours es lo que ha mantenido de pie a muchas agencias.

La pregunta de muchos agentes de viajes es:

cuando ya hayan migrado todos los que tienen que migrar y esto continúe, ¿qué vamos a hacer? Pienso

que la palabra ‘turismo’ quedará solo como un sueño

por cumplirse, como una ilusión que la COVID-19 no permitió hacer realidad.

José Criollo Trabaja en servicios de reserva y viajes, y Transporte terrestre de pasajeros.

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César Palacio Salamea

Como todos sabemos, la pandemia generada por

la COVID-19 vino de sorpresa a todo el mundo, sin excepción alguna. Para nosotros, el personal del

aeropuerto —que somos un eslabón de una cadena de procesos que involucran un vuelo comercial y, por ende, el turismo— todo se volvió incertidumbre.

Un par de meses antes de que el virus se

expandiera por el planeta, todo fluía como siempre,

muy tranquilo. Aunque en las noticias ya se escuchaba acerca del brote de COVID-19 en China, el asunto se sentía muy lejano, no lo tomábamos en cuenta

ni nos imaginábamos lo que se venía. De pronto, en la aerolínea para la que trabajaba empezaron

aplicarse las primeras restricciones que solicitaban

las autoridades de distintos países. Nosotros, como

personal aeroportuario, empezamos a manejarnos con más cautela, ya que el miedo comenzó a invadirnos, pero de una manera tal vez un tanto ingenua, porque sentíamos que el virus estaba muy lejos para que llegase a nuestro entorno.

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Pasaron unos días y se anunció el primer

contagio en el país. El virus estaba aquí y la situación

laboral en nuestro medio se había vuelto peligrosa. No sentíamos seguridad al estar en contacto con

los visitantes de otros países y ciudades, cambiaron nuestras formas de proceder e interactuar con los pasajeros, hasta que, el 12 de marzo del 2020, el

presidente anunció, mediante cadena nacional, el confinamiento. En un abrir y cerrar de ojos todo cambió y nos vimos recluidos en el hogar, con la esperanza que fuese algo momentáneo.

Vuelos cancelados, aeronaves en tierra,

fronteras cerradas y con el turismo completamente

paralizado empezó el teletrabajo para quienes podían

hacerlo desde su computador. Sin embargo, para quienes laboramos en la fase de operación: pilotos, tripulantes, personal terrestre, etc., no era posible. Estábamos totalmente paralizados, en el limbo. Las

empresas que nos brindaban trabajo estaban en riesgo

de quiebra y nosotros enfrentamos la incertidumbre de la inestabilidad laboral. Por la frágil situación económica del país, se dieron despidos masivos por parte de muchas empresas. Aunque corrí con suerte

y no estuve entre los despedidos, también sentía el constante miedo de un posible contagio.

Había varias reuniones virtuales para

analizar la reintegración laboral, siempre con la

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idea de que pronto todo pasaría, pero se alargaban

las restricciones. Miraba las noticias con mi esposa y cada día era más difícil: las cifras de contagios y

muertes aumentaban diariamente, la cuarentena se prolongaba más y más, y el dinero se terminaba.

En mi trabajo, como lo había mencionado,

buscábamos maneras de acoplarnos a este nuevo

escenario y esperábamos poder salir con seguridad para continuar con nuestras vidas laborales de una forma u otra. A su vez, en mi hogar, con mi esposa

empezamos a cocinar distintos platos y postres para generar

ingresos

adicionales,

afortunadamente

mis estudios gastronómicos y los de mi esposa nos ayudaron. Ella se encontraba sin trabajo y esta fue

la manera en la que pudimos mantenernos mientras los aviones nos tenían pausados a todos quienes dependemos de ellos.

Luego de tres meses de encierro total,

empezaron a levantarse algunas restricciones, con lo cual las actividades presenciales empezaron a

retomarse poco a poco. A mi parecer, ese tiempo fue un escenario apocalíptico que cambió completamente

el mundo y la vida que teníamos. No teníamos ni la libertad para respirar tranquilos, más bien, algo tan natural suponía un alto riesgo, lo que provocaba miedo

y ansiedad; aparte, se necesitaba una reactivación económica increíble en todos los sectores. Recuerdo

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mirar la televisión con incredulidad. Era difícil aceptar lo que estaba ocurriendo, pues parecía una película, pura ficción. Al ver a todo el mundo encerrado, la tragedia se percibía en los ojos de la gente y sus

historias de confinamiento. La única esperanza que

teníamos, y creo que hablo por todos, era una vacuna que aún estaba muy lejos de ser una realidad.

Poco a poco volvimos a nuestras actividades,

el aeropuerto de nuevo cobró algo de vida, aunque con escasos vuelos y la ausencia de compañeros que ya no estaban laborando con nosotros. Había gente y

clientes desesperados de poder no solo volver a sus actividades, sino a sus hogares.

Fueron meses de histeria colectiva, pero

aprendimos a acoplarnos y logramos salir adelante

con altas y bajas. Ahora, a más de un año nos

encontramos tratando de entender muchas cosas.

Aún tenemos miedo y dudas con respecto al futuro, pero seguimos viviendo la misma vida, aunque de otra forma, con hábitos diferentes a los que tuvimos que

dejar atrás y que no volverán. Esta experiencia nos deja claro que, y prefiero decirlo así, de todo lo malo

siempre se saca algo bueno. Aprendimos a vivir en

comunidad, a dejar de pensar en los intereses propios y concentrarnos en la colectividad. Muchas personas pasaron y siguen pasando momentos difíciles, eso nos ha vuelto más empáticos con el resto.

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De manera particular, me afectó mucho

psicológicamente, pero también me ayudó a ver el lado bueno de las cosas, a resaltar lo positivo, no lo

negativo. Sin duda, aún nos queda un largo camino

por recorrer y no todo está dicho ni resuelto. Creo que las actitudes positivas en todo ámbito o rol que cumplamos en la sociedad van a ser muy útiles. El

optimismo es lo primero que debemos dar para que

los que aún estamos aquí podamos salir adelante y, ojalá, algún día volver a experimentar esa libertad

que todos esperamos, pero con nuevas y mejores actitudes y acciones que beneficien a la sociedad y nuestra vida.

César Palacio Salamea Trabaja en servicios y transporte aéreo de pasajeros.

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Propietarios y familiares durante venta de menaje por cierre, Cuenca, Ecuador. Diana Vázquez (2021)

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Diana Moreno Ortiz

Noviembre 2019: en las noticias se hablaba sobre un

tema recurrente, una epidemia en China. En Wuhan,

la ciudad de origen, las personas se desvanecían en

el asfalto y, acto seguido, fallecían. Todos los días mirábamos imágenes impactantes, parecía una novela

de terror. El número de muertos aumentó de manera considerable, también el de personas contagiadas. La

enfermedad se propagó de forma tan rápida, era una

tragedia sin precedentes. La Organización Mundial de la Salud la declaró una pandemia y cada día se escuchaban reportes sobre la enfermedad, que se la

denominó COVID-19, y cómo aparecía en más y más países.

A inicios del año 2020, en nuestro país aún

se vivía con normalidad. No entendíamos la verdadera gravedad del asunto o en qué se convertiría, pues

nunca habíamos vivido una situación así. Pensábamos que la enfermedad estaba muy lejos porque no se registraban casos. A pesar de todo, se empezaron a tomar medidas preventivas, pero aisladas, y se

concientizó a la población. Era difícil acostumbrarnos a un nuevo estilo de vida.

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Enero fue un buen mes en el campo

laboral. Llegaron visitantes del extranjero, de otras

ciudades y de la nuestra. Se servían y probaban la deliciosa comida tradicional de nuestro restaurante. Comenzamos el año con nuevas iniciativas mis tres hijas planeaban realizar un proyecto museográfico para la casa patrimonial donde estaba nuestro local,

porque tiene mucha historia que merece la pena que se difunda. Ahí está uno de los primeros molinos

hidráulicos de Cuenca y se lo conserva intacto. Al ser

restaurado, hace treinta años, se guardó su esencia y se pensaba hacer que funcione de forma figurativa

para que los visitantes entendieran la importancia que esta construcción ha tenido a lo largo de la

historia. Es un hermoso lugar, ubicado a orillas del río Tomebamba, que se había convertido en uno de los

mejores restaurantes de cocina tradicional cuencana.

A inicios de febrero no se hablaba de

contagios en nuestra ciudad, la vida transcurría con

cierta calma, mientras recibíamos reservaciones para grupos grandes. Una amiga que siempre traía turistas europeos confirmó para marzo más de treinta comensales, luego, otra reservación, era un grupo

grande de Guayaquil. Siempre llegaban personas

de diferentes lugares y eso, para nosotros, era un motivo de gran alegría. Con la llegada de febrero,

mes del amor, con el grupo de chefs se planificó

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un menú de precio atractivo. Empezamos a recibir reservas para ese día. Mientras tanto ocurría otro proyecto que teníamos y que mi hija Diana llevó a

cabo: cambiar de vajilla para que nuestra comida

se viera increíble. Buscábamos algo más innovador que guardara siempre nuestra esencia. Con el

equipo de chefs pasamos un tiempo de práctica y

creatividad, elegimos los mejores emplatados para que despertaran admiración y ganas de probarlos.

Diana comenzó con la toma de fotos profesionales y la planificación de nuestra nueva carta. Había mucha ilusión con el nuevo año y los proyectos que

íbamos a realizar. Teníamos un equipo sólido y un verdadero cariño hacia la empresa. Llegó el día de los enamorados, se elaboró ese menú tan esperado,

las parejas y grupos de amigos pasaron un momento

inolvidable y romántico a la luz de las velas, un coctel cortesía de la casa y una música maravillosa que les inspiraba a proseguir en el lugar.

Pasaron

los

días

y

en

las

noticias

escuchamos que, en nuestro país, varias personas se infectaron con el virus desconocido. Eran finales de

febrero. El miedo a un virus invisible que terminaba

con la vida de cientos de personas nos tenía con mucha incertidumbre. Cuenca no tenía casos aún. Continuamos trabajando.

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El mes de marzo ya se acercaba y, con él,

el día de la mujer y una reserva con un grupo de treinta europeos para mediados de mes. El ocho de

marzo preparamos un menú especial y un postre de

cortesía. Las reservaciones no se hicieron esperar: esposos que invitaban a sus esposas, grupos de amigas, mamás y sus hijas. Las mesas estaban decoradas con flores de colores vistosos, fue un día

especial y hubo un ambiente cálido. El tema principal de nuestros comensales era la pandemia y el miedo

que conllevaban las experiencias vividas por cada grupo.

Con el pasar de los días, este tema se

escuchaba con fuerza. Aunque en Guayaquil el

contagio era comunitario, en Cuenca había pocos

casos. Con el asesoramiento del COE Nacional,

el presidente de la República tomó la decisión de declarar un toque de queda por el aumento inesperado de personas infectadas y de muertos. El

gobierno decidió cerrar los negocios, los aeropuertos, el terminal terrestre; se optó por el teletrabajo y se

salía de casa únicamente para comprar alimentos o medicamentos. Para nosotros, esta situación duró un

mes y tres semanas, pues se prohibió abrir negocios como el nuestro. Nuestra ciudad estaba desierta: ni gente ni carros, todos estaban resguardados en sus hogares por temor al contagio.

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Trabajamos hasta el domingo veintidós

de marzo, muchos de nuestros clientes frecuentes fueron ese día a deleitarse con nuestros sabores

tradicionales. Con la llegada de tiempos inciertos, ese momento se tornó inolvidable: el cielo azul, el sol

brillante y la alegría familiar quedaron grabados en nuestras memorias.

Mientras tanto, las reservaciones que

teníamos para marzo y para abril se cancelaron. La preocupación y la incertidumbre que vivíamos era grande, pues teníamos los congeladores llenos

para esos clientes. Un negocio que está parado por tanto tiempo corre el riesgo de quebrar y todavía no

dimensionábamos las consecuencias. Después, varios

negocios empezaron a cerrar, la gente se quedó sin trabajo y como resultado, todos empezamos a medir

gastos y calcular prioridades para la vida y la familia. Muchos dejaron de visitar y consumir en restaurantes y el nuestro no sería la excepción.

Durante

la

pausa

que

vino

con

el

confinamiento, seguí una certificación de cocina segura que dictó la Asociación Ecuatoriana de

Chefs, era muy importante para mí saber todos los protocolos que tomaríamos al momento de servir los

alimentos. Esta era la única manera de retribuir la confianza y cariño de nuestros comensales y de hacer

que ellos se sintieran seguros y a gusto al consumir

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nuestra comida. Era nuestra prioridad cumplir con todas las normas de bioseguridad, así que el aforo se

redujo considerablemente y proseguí con los trámites que exigía el Ministerio de Turismo para su posterior inspección.

El día seis de mayo abrimos nuestras

puertas, listos para cumplir con los protocolos a cabalidad. Teníamos espacio y mesas en el exterior y nuestros comensales elegían el servicio para llevar.

Era evidente que la gente tenía temor al contagio, ¡todo había cambiado!

Realizamos compras para ajustarnos a esta

nueva realidad, adquirimos un termómetro digital, una máquina de ozono para desinfectar nuestros productos y el lugar donde nos encontrábamos,

además del gel desinfectante que acostumbrábamos tener para el personal, compramos más alcohol para los espacios a los que accedían nuestros clientes; también

adquirimos

mascarillas

para

todo

el

personal y ubicamos una mesa para la recepción de productos. Nada ingresaba si no estaba previamente desinfectado. Así cumpliríamos con un verdadero protocolo de bioseguridad.

Primera impresión: hasta acostumbrarse,

trabajar con la mascarilla puesta era cansado y

extraño, sucedía igual con el proceso de ozonificación

y otros cuidados como la toma de temperatura.

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También cumplimos con el nuevo protocolo al impartir los conocimientos de cocina segura al

personal. El primer día de trabajo luego del encierro consistió en planificar y prepararnos para el día de la

madre, fecha en la que siempre recibíamos una gran afluencia de familias.

A pesar del encierro tuvimos muchas

reservas de pedidos a domicilio, el cambio fue drástico, todos solicitaban servicio para llevar y no

había tantos motorizados. Fue un gran reto. Nos preparamos bien. Sin embargo, hubo un momento en

el que la demanda de pedidos fue demasiado grande y, por la ausencia de repartidores, nos demoramos en entregarlos. Pese a esto, la gente entendió que todo

era diferente. Seguíamos aprendiendo en medio de la adversidad. Recibimos el cariño de las personas que

durante treinta años nos habían preferido, gente que

nos alentaba y abrigaba nuestro corazón con frases positivas, para ellos era el mejor restaurante y la mejor comida tradicional de la ciudad.

La siguiente semana recibimos el apoyo de

nuestros clientes, quienes nos enviaban sus frases de ánimo para que continuemos, nos decían «todo pasará». En fin, pedían para llevar o se servían en las mesas exteriores. Ya nada era igual, con el

aeropuerto y el terminal terrestre cerrados y con las

restricciones que prohibían los viajes en auto hacia

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y desde otras provincias, la afluencia de clientes

bajó considerablemente, al igual que el ritmo de trabajo al que estábamos acostumbrados. Ese era

nuestro fuerte: el turismo. Se sentía la desolación, la ausencia de nuestros visitantes y de la calidez a la que estábamos acostumbrados.

Desde el primer día de regreso al trabajo

todo cambió. Antes las mañanas eran acogedoras, el restaurante estaba siempre lleno o casi lleno, se escuchaban las risas, las largas tertulias y, finalmente,

los agradecimientos por sentir esos sabores tan típicos y únicos que deleitaban el paladar y por lo placentero que era estar en ese lugar especial junto al río

Tomebamba. Nuestros visitantes siempre reiteraban

su próxima visita. Esos momentos quedaron grabados en nuestra memoria, pues la nueva normalidad solo trajo incertidumbre sobre la vida futura.

Las estadísticas que tenemos sobre nuestros

clientes muestran que el 60% vienen del extranjero, de Quito, Guayaquil o de otras ciudades. Amigos

de Guayaquil llegaban y decían: «vengo a Cuenca para servirme estas deliciosas carnes y me regreso

de inmediato». Algunos festejaban su cumpleaños o

alguna fecha especial como un aniversario. Venían y llenaban el local. Muchas personas de Quito venían

a realizar negocios o a seminarios organizados por

casas médicas, también había familias que pasaban momentos cálidos, de hogar. turismoysociedad.com


Los feriados eran increíbles: lleno total

todo el día, más personal, congeladores llenos con

todos los productos para que no faltara nada. El día era agotador, pero sentíamos el sabor del deber cumplido. La familia y el grupo de trabajo eran el

negocio; las encuestas siempre, en su mayoría, eran de satisfacción; los amigos de Cuenca, cuando

nos visitaban, mostraban a sus invitados de fuera el restaurante como suyo y les enseñaban cómo funcionaban los molinos y se sentían orgullosos del

lugar. Sentíamos un cariño grande por todas aquellas personas que, durante treinta años, regresaban a

visitarnos. Ellos crecieron, formaron una familia; sus padres ya partieron, algunos ya eran abuelitos que regresaban con sus nietos. ¡Tantas historias que

contar! Los políticos importantes pasaron por aquí, gente del cine, teatro, poetas, cantantes, en fin…

Terminó el mes de mayo y las ventas bajaron

considerablemente. La gente tenía temor por el

contagio, ya no existía la liquidez de antes, el turismo

murió y nosotros estábamos condenados a tener un final. La vida de un restaurante es la gente que llega

día a día. Lo intentamos hasta el tercer domingo de junio que fue el día del padre. La pandemia se

recrudecía, esperábamos que milagrosamente todo

regrese a la normalidad. Esa fecha, en otro tiempo era increíble por la demanda de reservas y los momentos

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únicos y las demostraciones de cariño. Era algo para no olvidar.

Aunque ese domingo fue un buen día,

finalmente no llenó las expectativas y no justificó

el trabajo de los otros días. Las ventas fueron muy

bajas. Lo triste fue que, con mi esposo, tomamos medidas para continuar: recortamos el personal y trabajamos media jornada con la esperanza de ver

alguna recuperación y volver a contratar a los que se habían ido. Formamos un increíble grupo de

trabajo y entonces existía la esperanza de un regreso

a la normalidad. No fue así. Todo estaba desolado.

Recibimos siempre la solidaridad y el cariño de

nuestro equipo de trabajo. A todos ellos les guardo un cariño muy especial.

Los Molinos del Batán fue un restaurante con

una larga trayectoria, una que pensamos continuaría por un tiempo indefinido. Sin embargo, la vida nos presenta circunstancias que nos hacen cambiar el

rumbo. Por los acontecimientos inesperados y al no existir turismo, tomamos la dura decisión de cerrar.

Considero que en la vida todo tiene su tiempo bajo el sol. Un tiempo de empezar, un tiempo de cosechar los frutos y un tiempo final. Ese tiempo llegó sin avisar. Nos queda la satisfacción del deber cumplido, lo hicimos con verdadero cariño y compromiso.

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Recibimos

la

solidaridad

de

toda

la

ciudadanía. Para muchos, el restaurante era su

casa, su patrimonio. Vivimos muchos momentos extraordinarios que nos llenaron de gratitud y

satisfacción. Todas aquellas personas estarán por siempre en nuestros corazones. Agradezco a mi

esposo por creer en mí, juntos crecimos con este

hermoso proyecto; a mis hijos, quienes siempre nos apoyaron con mucho cariño y quienes hicieron su trabajo de forma profesional, siempre aportando con excelentes ideas.

Hoy estamos bien, viviendo otro tiempo,

uno muy familiar; esto nos llena de felicidad.

Diana Moreno Ortiz Trabaja en actividades y servicios de alimentos y bebidas.

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Gabriela Cordero fotografiada durante el confinamiento en su departamento de Barcelona, España. Juliana Andrade Alvear (2020)

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Andrea Jaramillo Koupermann

Hola. Me llamo Andrea Sofía Jaramillo Koupermann, tengo treinta y cinco años y soy cuencana de sepa y corazón. Desde que tengo uso de razón he vivido

rodeada de turismo: ese pequeño gran mundo que, muchas veces, es complicado de entender. Una

gran parte de mi infancia la pasé en un universo de

habitaciones, colchones, cocinas, eventos, atención al cliente y más. Sí, crecí en un hotel, uno de los más

lindos de Cuenca (esa es otra historia que ya les contaré). De niña jugaba en los pasillos y habitaciones, imaginaba que era una mansión embrujada o que

algún día llegaría a ser la gerente de ese hermoso lugar.

Pasaron los años. Terminé la escuela, el

colegio y llegó el momento de la verdad, me pregunté: «¿qué voy a estudiar?». Y adivinen qué… No, no fue Turismo, estudié Gastronomía, en Guayaquil. Mi

amor por la cocina era más grande que mi amor por el

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Hotel. Cuando terminé mis clases, regresé a Cuenca, a mi hogar, a mi mundo, a mi casa embrujada.

No voy a mentir, me obligaron a estudiar

Turismo y resultó ser una experiencia increíble. Aprendí muchas cosas que no sabía sobre nuestro

lindo Ecuador, visité lugares que nunca me imaginé, hice prácticas en lugares mágicos; pero creo que lo

más importante fue la gente que conocí: profesores,

colegas —algunos de ellos, ahora, amigos—, gente que me enseñó y me sigue enseñando que el turismo no solo es traer visitantes al país o la ciudad para que

dejen algo de dinero; el turismo es una ciencia, un sentir. Esta actividad incluye desde el ordenamiento territorial, pasando por actividades de guianza, el

trabajo en áreas protegidas, la oferta, la demanda,

hasta cosas tan simples como contestar una llamada o trabajar siempre con una sonrisa. El turismo es toda

una experiencia, frase bastante trillada, pero muy verdadera.

Durante estos años he entrado y salido varias

veces de ese ámbito, como casi todos sabemos, es un mundo complejo, cansado, no tiene días festivos, ni fines de semana. Por esto me di la oportunidad de

trabajar en una notaría y en una exportadora de rosas,

entre otras actividades; pero, como mi mamá dice, la cabra siempre tira al monte. Hace tres años me

cambié de ciudad, en realidad, de continente. Ahora

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vivo en España y volví a trabajar en un hotel. Todo iba

de maravilla, estaba aprendiendo muchísimo, porque el turismo no es igual en todas partes, y luchando con

el catalán y el castellano —aunque Ecuador y España compartan el mismo idioma, créanme, son distintos, totalmente diferentes—. Todo esto es lo lindo de salir de nuestra zona de confort.

En enero del 2020 surgió la noticia más

temida por el sector de la hostelería en Barcelona: se canceló el congreso más grande de la ciudad por un virus que estaba causando muchos contagios a

nivel mundial, el conocido y temido SARS-CoV2. Entonces comenzó todo: la ocupación hotelera bajó drásticamente, los restaurantes dejaron de estar

llenos, las calles se vaciaron, poco a poco; hasta

que el once de marzo, el avance de la enfermedad conocida como COVID-19 fue declarado pandemia. El

dieciséis de marzo nos confinaron. El mundo entero

se puso en pausa y con ello, el turismo. Ocurrió lo

que nunca hubiéramos imaginado: todos los hoteles,

restaurantes, bares y museos tuvieron que bajar sus persianas y cerrar sus puertas. Los trabajadores nos

fuimos a casa. Pasaron catorce meses desde el primer confinamiento. Mientras escribo esto llevo un año

y dos meses sin trabajar. La verdad no sé cuándo podamos volver, hay días en los que veo luz al final del túnel y hay otros en los que no.

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Se deben estar preguntando: qué pasó con

mi puesto de trabajo, con mi sueldo, ¡¡con mi vida!! Aunque aún tengo mi trabajo, no lo puedo ejercer, el

hotel en el que laboro sigue cerrado. El sueldo, lo sigo cobrando, pero al 70% y sí, es algo que nunca pensé

que podría pasar, seguir cobrando un sueldo por no trabajar es una de las sorpresas que me dio esta

pandemia. Mi vida es la que más ha cambiado: he

pasado de estar ocho o más horas de pie, corriendo, hablando en español, catalán e inglés —además de todas las palabras sueltas en otros idiomas que he aprendido durante esta travesía— estar sentada y casi sin hablar. ¡Bendito distanciamiento social!

Salir a caminar por la ciudad y disfrutar

de ella sin tanta gente, bulla o turistas; esa paz, armonía, diversión o como quieran llamarla duró poco. Los días se volvieron monótonos, aburridos e

insípidos. Entonces, decidí dedicar tiempo a mi vida, a mi persona, a mi yo; entender que todo pasa por

algo, aunque no sepamos por qué. Con el tiempo, llegué a comprender que el mundo necesitaba dar un stop al turismo de masas mal llevado y dañino. Todos

necesitábamos un respiro para aprender a valorar lo que tenemos y dejar de anhelar lo que no podemos tener.

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Esta pandemia me ha enseñado mucho,

por ejemplo: que las ocho o más horas de trabajo, el trato con la gente, el corre-corre constante, las risas, anécdotas, amistades, incluso los momentos

incómodos, las accidentales caídas de bandeja o

derramar un coctel sobre algún cliente son más que necesarios en mi vida. Aunque el mundo no

se termina porque no hay turismo, la vida de las

personas que trabajamos en él o, al menos la mía,

se ha apagado poquito a poco. Los que vivimos de esta industria estamos hechos para correr, reír, pasar muchas horas de pie, pero, sobre todo, para atender,

ayudar y, lo más importante, compartir un pedacito

de nuestras vidas con la gente que nos encuentra de

una u otra manera. Nunca olviden que una sonrisa puede cambiarle el día a alguien.

Andrea Jaramillo Koupermann Trabaja en actividades de acomodación y hospedaje.

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Gente en el Parque Calderón, Cuenca, Ecuador. Rafa Idrovo Espinoza (2020)

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Luis San Martín

Esa lapidaria frase, ahora más que nunca, es una verdad inamovible. Empieza este horror un jueves

12 de marzo del 2020, mientras camino por el

centro histórico de Cuenca, la noticia está en todas las pantallas de televisión. Abro las redes sociales y

es un hecho, una inefable funcionaria del gobierno,

de cuyo nombre prefiero olvidarme, anuncia: «Ecuador en estado de excepción». La emergencia

sanitaria se declara: todos a las casas, quince días obligatorios de toque de queda, solo pueden operar

las áreas estratégicas del Estado y se hace popular la

modalidad de teletrabajo y delivery, en especial para algunos negocios privados y del sector productivo que necesariamente debe seguir operando.

Las luces de los bares, restaurantes y

discotecas se apagan. Algunos piensan que no será

por mucho tiempo, son optimistas o quizás están

desinformados. No sabemos las dimensiones que esta pandemia tendrá, así que tratamos de tomar la situación con la mejor actitud posible, pero todo

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es incierto. A cada minuto llegan noticias sobre el

desastroso manejo del sistema de salud pública y

la irresponsabilidad del conglomerado ciudadano que día a día sale a batallar por el sustento, el que

no entiende o no sabe lo que está ocurriendo, así se hace más visible la inequidad entre ricos y pobres.

Las cifras son alarmantes, los muertos se cuentan por miles, no hay una sola persona que no llore algún familiar, amigo, vecino o compañero de trabajo.

Después de las primeras dos semanas,

algunos valientes se arriesgan a abrir sus locales de

comida. Se les permite solo el formato delivery y con

horarios restringidos, aquel que infrinja esto, infringe la ley. ¡Qué momento más extraño!: el trabajo convertido en delito.

Compartimos información entre todos los

colegas de los restaurantes. El panorama es oscuro,

de miedo e incertidumbre; el riesgo del contagio está

latente y las cifras de las ventas no llegan a cubrir los costos de operación. Aquellos que se mantienen, lo hacen por la esperanza de no ver sus negocios de

años botados en la basura, negocios que son más que

una mera inversión de tiempo y dinero. La decisión va más allá del acto de generar ganancia, claro está,

se debe además honrar las deudas a los acreedores,

a la banca, en especial —la que en esta crisis jamás perdió—.

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Cumplir con los proveedores es una

responsabilidad

y

ahora

producir

empleo

es

un compromiso social. Para ciertos negocios es imposible soportar una nómina de trabajadores, así

que empiezan a prescindir de su personal, mientras el Gobierno aprueba una ley que permite hacerlo sin mayores consecuencias. Patronos sin escrúpulos se

aprovechan de la legislación y otros tienen que cerrar

definitivamente sus puertas y liquidar sus negocios. El descuido del Estado es evidente. En otros países existe apoyo para sostener, recuperar y reactivar el

sector económico mediante compensaciones directas, condonaciones de impuestos, generación de créditos y otras vías de alivio que bien se pudieron adoptar si

se tuviera una visión de política integral que incluyera a la actividad turística y gastronómica como parte

integral de la producción. Es un momento crucial, hay que salir, no va más la opción «quédate en casa».

Después de semanas de confinamiento, seis

para ser exactos, decidimos salir. Se establecen, por parte del control estatal, normas de bioseguridad que

permiten una reapertura de restaurantes, todo según lo que requiere la «nueva normalidad». Se requiere

un aforo reducido al 30%, horarios limitados; algunas actividades como las de los bares y discotecas, hasta el

día de hoy, no se pueden ejercer. La venta de bebidas

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alcohólicas está restringida, solo puede acompañarse

con comida en los restaurantes. Usar mascarilla, lavarse las manos y utilizar alcohol es indispensable.

En un principio, ir a un restaurante es un acto arriesgado y heroico porque existe un ambiente tenso y de miedo, así es la «nueva normalidad». Los clientes

llegan de a poco, muchos nos extrañan, nosotros los extrañamos más.

Vivimos del mundo, de las compras en los

mercados, las idas en taxi de camino al trabajo o la

casa, de poner música en el local y de que nuestra clientela la disfrute junto con la comida. Al final, eso

vendemos: experiencias, momentos, esparcimiento, diversión. No es solo comida, es un cúmulo de

sensaciones que nuestros asiduos clientes disfrutan en compañía de un amigo, compañero de trabajo, un

amor o la familia. En resumen, somos seres sociales, necesitamos juntarnos, pero ahora guardamos la distancia y es importante el distanciamiento social.

Los meses avanzan, los negocios no pueden

aguantar el momento. Se habla de que el 40% de

ellos tienen que cerrar, el resto permanece abierto

con un promedio de 30% del personal que tenía previo al confinamiento, en algunos casos, incluso menos. Las ventas apenas sobrepasan, en el mejor de los casos, el 50% con respecto a marzo del 2020.

El formato delivery se hace cada vez más frecuente y

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solo las grandes cadenas transnacionales que van a la delantera se llevan parte del pastel de las ventas. Están en su hábitat, es lo suyo, las características del producto y su logística están ajustadas para eso, así que

establecen alianzas con plataformas internacionales

de delivery que prestan el servicio y que cobran una comisión excesiva que oscila entre el 30 y 35%,

esto es competencia desleal. Mientras, nosotros, los

negocios locales, todavía estamos confundidos y sin

el apoyo de las autoridades estatales. Todo es más complejo, se viven tiempos aún más difíciles.

Correr a casa después de una jornada de

trabajo con pocas ventas, cuestionándose si vale la

pena abrir y arriesgar tanto —no solo por el contagio, sino por las infracciones del horario impuesto— en

un intento de conseguir mayores ventas, esa es la

tónica de las semanas. Me viene a la mente la canción

de Onda Vaga, «¿Cómo qué no?», que dice así: «están como dibujados. / Nadie paga sus pecados, no les socorre ni Dios / […] Y tienen la valentía, de ganarse

el día a día». Así vamos a la deriva, entendiendo que la única vía y salida de esta crisis es con todos, en

colectivo. El ayudarse, el uno al otro, en diferentes

campos y momentos permitirá que nuestros negocios

y nosotros, como personas, sobrevivamos a esta emergencia. La presión debe hacerse hacia arriba; encontrar la inmunización colectiva, vacunar a

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todos y mejorar el sistema de salud es indispensable. Nosotros seguiremos haciendo nuestra parte con responsabilidad, tomando lectura de todos nuestros errores y lo que hemos hecho mal en el pasado. Está

en nuestras manos cambiar la realidad, sabiendo que antes de esta pandemia tampoco estábamos del todo bien.

Mayo de 2021

Luis San Martín Trabaja en actividades y servicios de alimentos y bebidas.

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María Augusta Orellana Alvear

Soy una mujer profesional, una ingeniera en Turismo, y me defino como una activista por el turismo.

Las palabras que leerán a continuación son una microbiografía de la profesional que se comprometió a planificar la reactivación del turismo en tiempos de crisis.

Marzo de 2020

El virus SARS-CoV-2 se apoderaba de nuestro tiempo,

espacio y, sobre todo, de nuestra salud mental. Los

medios de comunicación y las redes sociales estaban

rebosadas de problemas y angustia. No era nada

sencillo mantener claridad ante el incierto panorama mundial.

Para

estas

fechas

yo

me

encontraba

trabajando en la actualización de la planificación turística de mi ciudad. Recién había culminado mis estudios en Corea del Sur, un lugar en el que la

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disciplina, la competitividad y la autopresión son

aptitudes que se desarrollan con exigencia, cada día.

Sentía que estas virtudes estaban arraigadas en mí y,

desde los ojos de otras personas, fueron apreciadas como cualidades de excelencia. Estoy convencida de

que estas tres palabras definieron los factores que me mantuvieron a flote en esta pandemia. La disciplina

Sentí que en marzo nuestras vidas se pusieron en

pausa, así también, sentí que la responsabilidad que se me otorgaba crecía cada vez más. No tuve

la oportunidad de cesar mis tareas, pensaba que el

compromiso de planificar sobre un futuro incierto me demandaba más que un doble esfuerzo. Los resultados que se esperaban de los productos que

debía entregar estaban llenos de expectativas por

cumplir, por lo tanto, era una obligación mantener

mi cabeza fría y exigirme más aún de lo que pensaba que podía dar.

Trabajar

exhaustivamente

investigando

casos de otros países que hubieran pasado por una situación similar a la pandemia, generar talleres online,

dialogar

con

especialistas,

compartir

información con representantes del sector, aprender a usar y a aplicar nuevas herramientas para procesar la información y adaptarla a un lenguaje sencillo que

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me permitiera llegar a grupos de trabajo del sector

turístico eran retos que debía enfrentar. Hacerlo solo

era posible con disciplina y gracias a eso un mundo de conocimiento se develó ante mí. La competitividad

Inmortalicé una clase de liderazgo de mi profesor Han

Suk Kim, quién nos recordó que la competitividad es

la suma de conocimiento, destrezas y razonamiento analítico, y que esas palabras forman parte de nuestro

diario vivir. Y así fue: trabajar durante la pandemia requería de manera imperante la aplicación de esta

fórmula. La realidad evidenciaba un sector que estaba 100% afectado y que, por esta razón, exigía respuestas y acciones. No había espacio para el

miedo ni para equivocaciones, debía sumarme al

equipo que brindaba respuestas sólidas y acciones con resultados. La competitividad ya era un valor de un equipo que se transmitía a todo un territorio. La autopresión

La frase «push yourself because no one else is going to do it for you» («presiónate a ti mismo porque nadie

más lo hará por ti») era cada vez más real durante

la crisis. Este enunciado no necesita explicación,

quienes incursionamos en el turismo lo encontramos cada día. Esta idea se transformó en el motor que, a

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diario, me empujó a ser una mejor profesional. Esta expresión no me permitió dormir durante meses y

resignificó la responsabilidad que implica entregar un trabajo real, ético, coherente, participativo y

profesional, uno que llevaría mi nombre y consigo el de varios compañeros que me apoyaron con el ánimo de generar una planificación ejecutable.

Estas tres virtudes pueden sonar estresantes

en un inicio, sin embargo, cuando amas lo que haces,

se convierten en un soporte que permite superarte,

trascender tus limitaciones y crecer. Debo confesar que fui afortunada al tener la confianza de mi jefa,

quien me dio luz verde para continuar con mi trabajo.

Finalmente, el aroma de un buen café

ecuatoriano me acompañó durante todo este proceso

y, por supuesto, el cariño de mi familia y el ánimo de los colegas que creyeron que sí podría hacerlo.

La pandemia es un riesgo y de los riesgos nacen oportunidades.

María Augusta Orellana Alvear Trabaja en actividades y servicios culturales.

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Nacho Anhalzer

Tenía un estilo de vida nómada: viajaba, de Alaska a la Patagonia, liderando expediciones de treinta días a lugares remotos, absolutamente mágicos. Cuando

aterrizaba en mi base en Ecuador, me quedaba pocos días y enseguida, salía hacia algún otro sitio. Mucho de mi trabajo lo hacía a través de NOLS, escuela líder en educación experiencial; también alternaba

mi tiempo en mi país con Kingue, otra escuela de aventura que también se especializa en la educación experiencial.

Con NOLS recibíamos estudiantes prin-

cipalmente de Estados Unidos y de diferentes edades

e intereses; pasábamos dos días preparando todo: la comida, el equipo y los mapas; además veíamos las

rutas que haríamos por los siguientes treinta días en

los que no saldríamos al mundo «civilizado» y nos volveríamos una familia, una comunidad, un grupo autosuficiente.

En esos periodos solíamos recorrer lugares

que nos dejaban con la boca abierta, aprendíamos

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liderazgo sobre el terreno y tomábamos una taza de café caliente a lado de un lago rodeado de picos nevados,

mientras

teníamos

una

conversación

profunda que, con seguridad, nos sacaba más de una lágrima. En ese mes, todos teníamos experiencias

fuertes, tanto personales como grupales; no solo

practicábamos diferentes habilidades para armar una

expedición con respecto al mundo que nos rodea,

pero, sobre todo, aprendíamos de nosotros mismos: cuáles son nuestros límites, qué es lo que más queremos y cuáles son nuestras pasiones. Estoy seguro de que cada integrante que salía de esas expediciones

contaba un sinnúmero de conocimientos y anécdotas. Los últimos días siempre eran los más difíciles, pues

nos teníamos que despedir de esta nueva familia que habíamos formado, ese es el rumbo de toda actividad, llegar a su conclusión.

Descansaba unos días y volvía a entrar a

terreno, a formar una nueva familia, a compartir mis conocimientos, a reír y a llorar rodeado de vistas alucinantes. Cuando estaba de regreso en Ecuador,

me enfocaba en lo que Kingue proponía: cursos

corporativos, trabajo en equipo, comunicación, liderazgo o toma de decisiones para diferentes

grupos empresariales del país. Los sacábamos de su

zona de confort, los colocábamos en circunstancias de adversidad: se perdían o lidiaban con el frío y

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la lluvia para poder llegar y formar vínculos más fuertes.

Cuando comenzó la pandemia, el estilo

de vida nómada que llevaba se interrumpió. De

la noche a la mañana, todos los viajes que tenía

planeados para el resto del año se vieron afectados, algunos se suspendieron hasta próximo aviso y

otros se cancelaron indefinidamente. Llegó una

mezcla de sentimientos, por un lado, estaba y estoy eternamente agradecido por tener un techo sobre mi

cabeza, porque mis seres queridos y yo tenemos salud y comida en nuestros platos; pero, por otro lado, una sensación de incertidumbre invadió mi ser, más

que nada porque sabía que mi carrera profesional peligraba. Algo en mí decía que, en algún tiempo, no

podría ir a tomar esa taza de café caliente en un lago rodeado de montañas.

Enseguida comencé a ayudar a mis padres

en su hacienda, me empapé poco a poco sobre el

trabajo con animales y reconocí lo poco que sabía del tema. Un día llegó una propuesta de un tío para

trabajar con él en el campo, cerca de Guayaquil. Lo

medité largo y tendido. Algo en mí decía que tenía

que aceptar, ya que el futuro de mi carrera como

educador al aire libre era incierto, pero otra voz también decía que no debía rendirme, que debía intentar sacar adelante mi pasión: la educación.

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Con el equipo de Kingue nos unimos a la ola de

sesiones en Zoom; aprovechamos que la mayoría de la gente estaba encerrada en la casa y lanzamos

los talleres Leave No Trace (Sin dejar rastro) en modalidad en línea, además de unos seminarios de

primeros auxilios en zonas agrestes en conjunto con otras herramientas. Estos talleres tuvieron una gran acogida y nos dejaron con la inquietud de si debíamos comenzar a planificar expediciones en el Ecuador.

Después de largas conversaciones, ver

mapas y fechas; decidimos lanzar la primera expedición de Kingue, un curso de diez días por el

Parque Nacional Llanganati, donde aprenderíamos sobre el lugar y su historia natural y humana. Este

sería el primer curso LNT Master Educator que se

haría en Ecuador. Con un poco de incertidumbre, pero con bastante emoción, lanzamos el curso.

La acogida que tuvo fue impresionante y en poco tiempo los cupos se llenaron. Ahí comenzaron los

nervios y la expectativa. Para mí era la primera vez coordinando en mi tierra una de estas expediciones que tanto me apasionan. La organización comenzó

tres meses antes de la expedición, vimos todos los detalles y juntamos todas las piezas para que el curso

cumpliera las expectativas de todos. Luego de varias semanas, la fecha de partida llegó.

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Entramos a terreno y nos despedimos del

mundo «civilizado». Ahí nos volvimos una familia, una comunidad, un grupo autosuficiente; recorrimos lugares que nos dejaron con la boca abierta,

aprendimos sobre liderazgo, sobre no dejar rastro; pero, más que nada, volví a tomarme una taza de

café caliente con una vista impresionante, mientras participaba en una conversación profunda que me sacó más de una lagrima.

En esos días todos tuvimos experiencias

fuertes que nos sacaron el aire, pero estoy seguro

de que cada integrante de la expedición, de la

familia, de la comunidad, regresó con un sinnúmero de aprendizajes y anécdotas. Cuando llegamos al fin de la expedición, nuevamente una mezcla de

emociones invadió mi ser: los ojos se me pusieron

rojos y mi corazón empezó a latir más rápido. ¡Cuán agradecido por este país que nos permite recorrer sitios magníficos, cuán agradecido por el grupo de

estudiantes que confiaron en el proyecto y en estos sueños!

Si bien es cierto que la pandemia me parqueó

y me generó momentos de incertidumbre y mucho

miedo del futuro que se venía, le estoy agradecido porque me dio la oportunidad de sacar mis sueños a

flote, de construir algo que había querido desde hace

ya mucho tiempo, de experimentar con rutas y salir

a jugar a lugares fantásticos; me dio la capacidad de turismoysociedad.com


trabajar en lo que amo y en mi propio país. Para mí,

lo que sentí al salir de una expedición y conversar con la vecina de la tienda fue algo indescriptible.

Mi zona de confort es estar inmerso en

áreas agrestes, perdido fuera del mundo «civilizado», compartiendo mis pasiones con diferentes personas.

De cierta manera, la pandemia me sacó de ahí y me obligó a mirar mapas para volver a dibujar mi vida

sin olvidarme de mi vocación; también me permitió

quedarme quieto y pensar en lo que quería para mi futuro: formar una familia, un hogar, era algo que

estaba detrás de mi cabeza ya por mucho tiempo y,

como mi taita alguna vez me dijo, «no hay mal que por bien no venga». Cierto ha sido.

Nacho Anhalzer Trabaja en educación y formación especializada al aire libre (NOLS).

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Vista de Wind River Range, Wyoming, Estados Unidos. Nacho Anhalzer (2021)

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Vista de Wind River Range, Wyoming, Estados Unidos. Nacho Anhalzer (2021)

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Cristian Armas Jaramillo

Recuerdo perfectamente que todo iba de maravilla, desde diciembre del 2019 hasta el «magnífico» 29 de febrero del 2020, cuando publicaron que ya teníamos

un caso de COVID-19 en el Ecuador continental. Antes de la pandemia todo apuntaba a que sería un año productivo para mi segunda casa, el Hotel Royal Palm de las Islas Galápagos. En diciembre de 2019

tuvimos full ocupación y estábamos revisando el resto de las reservas en el sistema porque sabíamos que el

2020 sería nuestro año. En enero no tuvimos un solo

día para descansar, esto era común para nosotros, los

que trabajamos en turismo. Los pasajeros y huéspedes vinieron y pasamos muy entretenidos y, obviamente,

ocupados. A eso se sumaron los preparativos para un

febrero de carnavales y las Fiestas de las Galápagos. De igual manera, estábamos atareados, pero felices.

Cuando llegó febrero teníamos nuestra

casa llena: estamos hablando de cuarenta y dos

huéspedes y un poquito más que pedían desayunos buffet, almuerzos y cenas todos los días. Mis pobres

compañeros de alimentos y bebidas pedían a gritos

unos días de descanso. Lastimosamente, fue tan

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fuerte el poder de su mente que el Universo los escuchó y envió una fuerte noticia: la ministra de

Salud anunció, el 29 de febrero de 2020, que se registró el primer caso de coronavirus en nuestro

país. Nosotros nunca nos imaginamos que, a partir de entonces, quedaban solo dieciséis días para que el virus acabara con nuestra buena racha.

Pasaron los días y llegó marzo. Teníamos

huéspedes, pero también cancelaciones. Se notaba la preocupación en la cara de los pasajeros, del personal

y del pueblo. Entonces llegó el inolvidable momento

al cual llamaré: la gran despedida. Fue aquel día que todos, absolutamente todos los pasajeros de todos

los hoteles, cruceros y más se despidieron de las Galápagos. Las autoridades recomendaron que toda

persona que no viva en las islas salga inmediatamente

y regrese a su país porque las cosas se pondrían muy mal. Y no se equivocaron, pronto se tornaron peor de lo que cualquiera podía imaginar.

Mi trabajo en el hotel y mi pueblo, Puerto

Ayora, estaban totalmente desalojados. De pronto, toda la presión laboral y el ajetreo se pausaron por

unos largos seis meses. Todos estábamos encerrados, sin poder vernos de frente para dialogar sobre lo que

estaba aconteciendo. Todo parecía una pesadilla. Fue

duro ver cómo el hotel se caía a pedazos sin pasajeros y personal que lo mantenga radiante.

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Entendimos a las malas que nuestro

planeta necesitaba un respiro. Si me enfoco en el

lado bueno de esta pandemia, mis Islas pudieron

descansar por unos meses del ruido, de las pisadas de los gringos, de la contaminación marítima, de la

basura que generamos, etc. La vida silvestre estaba tan agradecida con ese encierro obligatorio, lo noté

porque yo también estaba como diablo en botella así que me fui a ciclear a los cráteres gemelos y llevé

mi drone. Me dije: «aprovechare y haré unas tomas

de altura». A lo que llegué, tuve la suerte de ver

un pájaro brujo; un pequeñito brujo volando hacia lo desconocido. No lo creí, me quedé impactado. Además, mientras alistaba mi drone para hacer las tomas, se acercó un gavilán de Galápagos que voló

alrededor y se fue. Esto es algo que nadie creerá, pero yo lo vi. Entonces me di cuenta de que nosotros, los humanos, somos un peligro para este planeta.

Hoy en día, estamos reactivándonos a paso

de tortuga, pero lo importante es que lo estamos

haciendo. El antes y el después es evidente. Ya estamos cerca de ser la primera provincia del Ecuador en ser

inmunizada casi en su totalidad. Para regresar a la

normalidad, versión 2.0, hace falta que se declare a las islas como destino seguro. Espero que cuando esto

ocurra seamos mejores y prioricemos nuestra salud y

la de nuestros seres queridos mientras trabajamos de sol a sol para levantar nuestro pequeño paraíso.

¡Saludos desde la parte alta de la isla Santa Cruz! turismoysociedad.com


Vista aérea de los cráteres gemelos de la isla Santa Cruz, Galápagos, Ecuador. Cristian Armas Jaramillo (2020)

Cristian Armas Jaramillo Trabaja en actividades de acomodación y hospedaje.

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Marie Proaño

Quienes decidimos dedicar nuestra vida al negocio

de la comida hemos acostumbrado a nuestro cuerpo

a navegar dentro de un ecosistema diferente. Nos movemos rápido, pero sigilosamente entre la música, las carcajadas o el sonido de copas chocando y el de cubiertos sobre un plato. Cuando en marzo del 2020

el silencio se apropió de nuestros locales; el miedo y la incertidumbre se apoderaron de nosotros.

Todo quedó en silencio, no sabíamos

cuánto duraría ni cuánto nos afectaría. No teníamos

otra opción más que empezar la tarea de cambiar y adaptarnos a los nuevos tiempos, a trabajar con

muy poco personal y volver a hacer un poco de todo: desde tomar pedidos, pasando por empacar y despachar ordenes, hasta cobrar cuentas. Todavía me acuerdo con un nudo en el estómago de esos primeros días de confinamiento total. Después de

haber logrado la parte más fuerte del servicio: el

delivery; nos sentábamos en el salón vacío a almorzar. Éramos tres: mi esposo, su mano derecha de cocina y

yo. Nosotros fuimos los únicos que trabajamos en las primeras semanas por miedo a contagiar al resto del

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personal. Estábamos ahí, mirando un poco el plato y

un poco al vacío, hicimos chistes estúpidos para no sentirnos tan tristes.

Dentro de este ambiente de tensa calma

empezaron a asomar luces de esperanza: muchos

mensajes de amigos, familia y clientes preguntando cómo estábamos y cómo podían hacer pedidos; generosos colegas restauranteros compartían tips y

datos para sobrevivir a la vorágine de las aplicaciones y su sistema a domicilio; arrendadores genuinamente consternados y dispuestos a dejar los temas contractuales para más adelante. Por fin se veía luz al final del túnel.

Ahora ya con la cabeza más tranquila

puedo entender la magnitud del impacto que esta pandemia ha tenido en la industria del servicio de

alimentos y la tonelada de lecciones y enseñanzas

que esta trillada «nueva normalidad» nos ha dejado.

Pregúntenle a cualquier dueño de restaurante y les dirá lo mismo, este es un negocio complicado en

situaciones normales, pero el nivel de dificultades

y desafíos presentados durante estos últimos

meses es inconmensurable y a muchos nos obligó a replantearnos qué estamos haciendo. Si esto no fue un ejercicio de transformación no sabría cómo más describirlo.

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Desde una perspectiva más optimista,

cuando pudimos sentir que el fin estaba cerca,

fue posible ver más ampliamente la magnitud de

la devastación de los efectos de la COVID-19 en la gente que nos rodea y, sobre todo, en nuestra

industria y, a pesar de eso, me siento afortunada. A pesar de todo, acá estamos, es más, abrimos un nuevo local ¡en plena pandemia! y nada de esto es

menor. Por eso, no puedo más que estar agradecida porque todo el esfuerzo de estos meses, el trabajo de un equipo que hizo mucho por no flaquear y todas

las noches de angustia no fueron en vano. A pesar de todo, seguimos e incluso crecimos durante estos extraños y desafiantes tiempos de COVID-19 y eso es inmensamente gratificante.

Marie Proaño Trabaja en actividades y servicios de alimentos y bebidas.

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Hornado Lalita, negocio ubicado en el Mercado 10 de Agosto, Cuenca, Ecuador. Rafel Idrovo Espinoza (2020)

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Isabel Caisaguano

A inicios del mes de marzo del 2020 todavía muchos

de nosotros no asimilábamos lo que sería la pandemia y cómo afectaría al sistema sanitario, económico o a nuestra psicología por el resto del año. Mientras

escribo esto, el país está siendo afectado por una segunda ola. Por esto, para esta memoria personal

he enfocado la situación desde un antes, un durante

y un después de ingresar a la cuarenta que ocasionó la crisis sanitaria. Antes

Trabajaba en Quito como guía nacional de turismo

para una empresa muy reconocida a nivel nacional e internacional. Me sentía segura y cómoda con mi

rutina contaba con seguridad social y autonomía económica, administraba mi tiempo para viajes, visitas a mis padres y hermanos.

A finales del 2019, una pasajera con la que

conversaba me comentó sobre los casos de contagios en China. Aparentemente, era «un virus proveniente

de serpientes», dijo (luego se esclareció que su origen

estaba en los murciélagos). Sin embargo, no se tenía turismoysociedad.com


certeza aún sobre lo que pasaría. En ese momento nadie hubiera pensado que ese virus pudiese llegar

a nuestros hogares y paralizar el mundo. Pienso que,

como humanos, tendemos a mantener el imaginario del «a mí no me va a pasar» o, en nuestro caso, «a Ecuador no va a llegar».

Con el pasar de las semanas, las noticias

sobre aquel virus se hacían más cercanas, pero el

gobierno no presentaba indicios de estar preocupado al respecto. Se dio el caso de un ciudadano de

nacionalidad china que ingresó al país el 21 de enero de 2020 y, 3 días más tarde, fue hospitalizado en el

Eugenio Espejo de Quito (El Comercio, 2020) con

síntomas de COVID-19, pero hasta ese momento no existían reactivos para determinar si se trataba o no

del virus. Se tuvo que enviar muestras a EE. UU. para realizar las pruebas y sus resultados llegaron doce días después.

Pudo ser posible que esta noticia sirviera

para empezar a tomar medidas de bioseguridad y evitar el posterior colapso social. Por ejemplo,

se pudo decretar el uso obligatorio de mascarillas y recomendar el lavado de manos; abastecer de material sanitario a los hospitales, adquirir pruebas

para todas las personas que estaban ingresando

desde otras naciones, etc. Se pudo tomar medidas que redujeran el impacto que la crisis tuvo en las

familias ecuatorianas. En lo personal, sospechaba turismoysociedad.com


que acercarse al aeropuerto era un riesgo y empecé a llevar una mascarilla, pero al ingresar, nadie las

usaba. Me sentía incómoda, «exagerada» porque el gobierno no oficializó el nivel de peligro al que debíamos estar preparados. Durante

Marzo doce: aunque se registraba ya un mayor número de contagios, en especial en la región Costa,

el gobierno seguía sin un plan claro y sin insumos para enfrentar la inminente pandemia. Lo único que se decretó fue el cumplimiento de una cuarentena

obligatoria y un sinnúmero de restricciones de movilización a nivel nacional. Por mi parte, me

encontraba en mi ciudad de origen visitando a mi familia. Ya nos habíamos dado cuenta de que la

empresa para la que trabajaba había recibido algunas

cancelaciones desde el extranjero. En un principio nos sugirieron tomar «vacaciones», por lo que me

dirigí hacia mi ciudad pensando que únicamente se necesitarían unas dos semanas para controlar la

situación, consideré que en el mes de abril las cosas

retomarían su rumbo normal. No obstante, se fueron suspendiendo todas las actividades y se creó una

gran incertidumbre. En un principio el retorno a la

normalidad se tardó un mes y luego las restricciones se extendieron dos, tres, hasta cinco meses.

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En los primeros días de la cuarentena se

creó un pánico en la sociedad debido al encierro y a la propagación de noticias (acompañadas de abundante información sin corroborar en redes sociales). Se estableció otro imaginario de temor,

se sentía como si al cruzar el umbral de la puerta de nuestro hogar el aire estaría inundado del virus que nos infectaría a todos. Profecías, películas,

testimonios sensacionalistas, videntes, información nacional e internacional atemorizaron a la población

y nos afectaron psicológicamente. Todos debimos trabajar mentalmente para no dejarnos deprimir.

No solamente era la pandemia, sino la

ola de cierre de negocios, declaraciones de quiebre

de empresas y los despidos, especialmente de profesionales del sector turístico. Evidentemente,

todos los viajes se paralizaron, llegaron a nuestros correos las notificaciones de cese de funciones y con

eso la reducción de ingresos. Pienso que cada uno, en la posición de un desempleado en pandemia, se hizo

varias preguntas como: «¿hasta cuándo va a durar esto?» o «¿mientras tanto qué vamos a hacer?». Comprendo

que

algunos

colegas

cuestionaban

las medidas de confinamiento, las consideraban innecesarias o pedían «que solo los adultos mayores se guarden porque los demás debemos trabajar». Sin

embargo y lastimosamente, el ser humano vive en

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sociedad y está plenamente conectado. La crisis y las medidas afectaban a todos, en cadena.

El sector del turismo a nivel nacional quedó

destrozado: agencias de viajes, hoteles, transporte turístico, guías freelance, artesanos, todo tipo de

proyecto turístico —comunitario, cultural o rural—, museos y en sí calles, parques e iglesias quedaron en

soledad y a merced del abandono estatal. Si bien es cierto, el Estado tenía prioridades que atender, como

la emergencia hospitalaria y la seguridad alimentaria de mucha gente que vive el «día a día», aun así,

brotaron los reclamos en medios de comunicación: el personal de primera línea también estaba desatendido,

faltaban elementos de protección y garantías de

seguridad laboral como pruebas para detectar el virus o alimentos en los hospitales (Primicias, abril 2020).

Además de eso, se registraron casos de sobreprecios y corrupción (Primicias, junio 2020) que empañaron cualquier trabajo que el Estado estuvo haciendo para cumplir sus funciones.

Por citar algunas cifras de la situación

del Ecuador, a finales de mayo de 2020 se vivieron

momentos de shock socioeconómico debido a la pandemia (Evaluación Social y Económica del Ecuador, 2020):

-74 620 casos de contagios COVID-19 confirmados y alrededor de 5318 defunciones.

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-Alrededor de 12 millones de atenciones en salud sin realizar.

-Aproximadamente

5

millones

de

afectados por brechas de conectividad.

estudiantes

-19 250 niños del sistema de Atención Familiar Primera Infancia no recibieron atención.

-81 mil estudiantes de Educación Superior estaban fuera del sistema.

-Cerca de 2 millones de nuevos pobres aumentaron

los índices de pobreza de 4,3 a 6,4 millones (esto equivale al 37% de la población).

-800 mil personas pasaron a la pobreza extrema. Hablamos de que 2,3 millones de personas (que

representan al 13% de la población) podrían enfrentar inseguridad alimentaria. Estas familias disponen únicamente de 149 USD al mes, apenas el 29% del costo de la canasta básica, lo que desató un problema derivado: la desnutrición infantil.

-La clase media se redujo en 12 puntos porcentuales.

-Más de 100 mil jóvenes (de entre 18 y 35 años) perdieron su empleo (48% del total).

-80% de personas en situación de movilidad humana no tenían trabajo ni acceso a la salud.

-240 mil personas desafiliadas de la seguridad social (IESS), de las cuales 81 mil son mujeres.

-OIT estimaba que 900 mil personas experimentaron una caída de ingresos y reducción de salarios.

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-Aumentaron casos de violencia de género.

-Creció la informalidad por encima del 47% que se registró en el 2019.

-Cayeron los ingresos, remesas y se redujeron los salarios en el 97% de microempresas.

En esos instantes no se tenían estas cifras oficiales, se

necesitó tiempo y a finales de diciembre de 2020 se

pudo calcular, desde el gobierno, el total de pérdidas. A nivel macroeconómico, entre marzo y mayo de

2020, se perdió cerca de 6420 millones de dólares,

de los cuales el 82,4% corresponde al sector privado y 17,6% al público. El 63,8% de las pérdidas se han registrado en el sector productivo; el comercio (1978

millones), el transporte (666 millones) y el turismo

(585 millones) fueron los más afectados (Evaluación Social y Económica, diciembre de 2020).

Antes de la pandemia ocasionada por la

COVID-19, el sector turismo crecía en Ecuador y

en el mundo. La Organización Mundial del Turismo (OMT) estimó para el 2020 un crecimiento de entre

el 3% y 4% a nivel mundial. En 2019 este sector

generó 2280 millones de dólares que equivalen al 2,24% del PIB nacional (ibid.), mientras que durante

el 2020 las ventas netas en las principales ramas del sector turístico habían disminuido en un 62,85%

y generaron tan solo 584,98 millones; en el sector

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hotelero decrecieron un 79,21%; en el de servicio de alimentos y bebidas decrecieron un 66,75%; en

el servicio de agencias de viajes y operadores hubo una caída del 79,51% de sus ventas netas; el sector de

servicio de transporte registró una caída del 50,57% en sus ventas netas (ibid.).

Los técnicos han obtenido esta información

de los registros de ventas del Servicio de Rentas Internas (SRI), las tablas de oferta-utilización del

Banco Central del Ecuador (BCE) y las tablas de

oferta-utilización turística del Ministerio de Turismo (MINTUR) (ibid.). Si bien el personal de guianza está

involucrado en esta cadena, no existe un estudio que informe el nivel de afectación a esta rama del sector.

Mientras esto ocurría, pudimos notar que muchos colegas habían adquirido deudas y era evidente su

notable preocupación ante el cese de ingresos. Otros, aunque afortunadamente no teníamos deudas, fuimos

y somos los responsables de sostener una familia, por lo que imperaba ser creativos y tratar de cambiar a

oficios temporales o, quien sabe, cambiar de oficio permanentemente.

Esta situación evidenció la debilidad de

la comunidad de guías: aunque existen gremios

o asociaciones independientes, organizadas por

regiones o por objetivos, no existe una representación total capaz de hacerse escuchar por el Estado o el

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gobierno de turno. Esto dejó a los trabajadores de las

diversas agencias sin garantías de derechos, muchos de nosotros nos quedamos sin seguridad social, sin un seguro de desempleo, sin políticas de beneficios

sociales, sin posibilidades de acceder a créditos o exoneraciones de intereses en deudas. Hasta el

momento, un año más tarde, la entidad encargada,

el Ministerio de Turismo, no ha solucionado ninguna de estas falencias y tampoco se han contabilizado las

pérdidas económicas del sector y los profesionales, evidentemente la cifra que dé cuenta de las pérdidas

a nivel del sector se incrementaría si se considerara la situación de precarización de los profesionales del turismo.

En fin, el shock siempre dura un momento,

un tiempo, una etapa desde la cual se reacciona, se

reorganiza, se renueva. Para ello, el ser humano,

que es una obra perfecta de Dios —para los que profesamos una religión— o de la evolución —

según los científicos—, cuenta con una capacidad de

regeneración física, mental, espiritual y emocional. La crisis que generó la pandemia fue mi momento de

decidir cuál sería mi rol dentro de esta situación. La resiliencia es una de las capacidades que poseemos

para hacer frente a los problemas, superar obstáculos

y no ceder al estrés de las situaciones; es nuestra capacidad natural de sobreponernos a períodos de

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dolor emocional y traumas (Significados, 2021), de

asimilar que estamos en una época de cambios. Fue

necesario hacer del tiempo nuestro mayor tesoro para concretar todo lo que habíamos postergado. Después

Llegaron las alternativas, gozábamos de tiempo y, en

mi caso, de estar nuevamente en familia. Adoré esa cualidad, pues entiendo que un confinamiento en

soledad podría no ser tan agradable. Además, había un mensaje de trasfondo en esta etapa: quizás el no poder salir sea necesario para comenzar a cambiar el

mundo desde adentro. También fue el momento para hacer uso del ahorro. Sabemos que, ahora, todos los

planes pueden tomar otro rumbo y el ahorro está para

eso. Podría sostenerme de él, posiblemente, hasta que el contexto social, sanitario y económico se recupere.

Este año de pandemia fue optimizado para

tres asuntos que había postergado: la reconexión con

Dios y la naturaleza; la reconexión con la familia y la reconexión con el aprendizaje.

Desde mi punto de vista, creo que siempre

hubo algo que se mantuvo fuerte dentro de mí: la

esperanza de que todo pasaría, de que debemos tener fe de que alguien nos protege, nos guía y nos sostiene.

Esa fuerza venía de Dios. Pienso que Dios se refleja en

los actos de solidaridad y en la ayuda mutua, en el aire

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puro de los bosques, los campos, las cascadas y donde

la naturaleza está viva. Quizás, de no haber sido por la pandemia, no habría recorrido las quebradas cercanas a los terrenos de mis ancestros, a las que antes no les había dado importancia. Además, tuve la oportunidad de hacer excursiones hacia lugares increíblemente maravillosos, como el cráter del

Volcán Altar, o realizar arduas caminatas hacia una

mágica laguna turquesa, llamada Laguna Amarilla

(se teme el turismo excesivo comience a afectar

su ecosistema). Visité otra zona, el Chimborazo, majestuoso volcán con nieves perpetuas; seguí por el

sur y encontré lagunas y desiertos, comunidades e

iglesias y pequeñas áreas que de haber seguido en

mi zona de confort en la capital no habría disfrutado jamás. Sin embargo, lo más importante de este

caminar ha sido sembrar. Tal como alguien anónimo lo enunció: «¿Qué nos hace ser tan optimistas de lo

que nos traerá el siguiente año? ¡Flores! ¿Por qué? Porque las estamos plantando». Esto nos lleva a

pensar que todo tiempo es valioso para hacer algo

que dé frutos en un futuro. En el sentido literal, mi compañero y yo hicimos uso de un par de terrenos erosionados por el viento y la helada. Estos fueron

nuestro centro de operaciones para ver a las plantas crecer. Algunas aún siguen creciendo y otras ya las cosechamos. Sus frutos son también los de nuestro

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trabajo (no remunerado), pero aun más valioso para la autosuficiencia de nuestro hogar; tal como en aquellas épocas de nuestros antepasados, esas en las que ni siquiera existía el dinero.

Estar en el campo era mejor que estar en

la ciudad, cuyo vacío evidenciaba la presencia de la

gente que no cuenta con alimento ni con un techo donde pasar la cuarentena. Con el paso de los meses se empezaron a colocar letreros en las puertas de las

casas, estos indicaban la falta de alimentos o trabajo.

No solamente personas padecían esta situación, también había muchos perros abandonados. Hubiera

querido ser un megadistribuidor de raciones para

alcanzar a todos y ayudar diariamente. Por eso, con mis familiares decidimos aportar con un pequeño grano de arena: colaboramos para calmar el hambre

de un número un tanto pequeño de personas y

animales por al menos un momento. Estos actos nos tocaban el corazón. Lo hicimos en silencio, sin

alardear, quizás eso fue un error porque usando adecuadamente las redes sociales se podía sumar

más gente a la causa, pero nos encontrábamos en una situación delicada en la que sin la logística precisa podíamos causar contagios. En fin, la solidaridad es

inagotable y mientras estemos vivos habrá siempre oportunidad para ayudarnos mutuamente.

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En cuanto a mi reconexión familiar, ha sido

muy importante para comprender la trascendencia

de la salud mental en los momentos más críticos de la

pandemia. Son necesarias las muestras de solidaridad entre nosotros, el intercambio de vivencias, de cuidados e inclusive de víveres y provisiones; además

del velar por uno mismo y por los otros, el participar de actividades cotidianas, el sentirnos unidos para cualquier proyecto y ser responsables por el cuidado de nuestros padres. Después de entender la necesidad

de la reciprocidad nació la idea del cooperativismo

entre hermanos. Como nadie está exento de recurrir a un crédito, creamos un fondo a fin de llegar a montos

con la capacidad de generar créditos a una bajísima

taza de interés y evitarnos comisiones y tasas para los bancos. De esta manera hemos podido solventar

las necesidades de los socios y proyectos en conjunto, pero sobre todo financiar un fondo de emergencias. A esto se lo llamaría economía familiar solidaria.

Por otro lado, la reconexión con el

aprendizaje ha sido primordial para seguir renovando

nuestro pensamiento y actualizar conocimientos técnicos. Podemos certificarnos ahora que está en

boga la educación virtual para cualquier edad. El

ser humano nunca deja de aprender; el ingenio y la creatividad van de la mano. Cuando se decide

emprender es necesario aprender las habilidades para

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sortear el famoso mercado. Un grupo de amigos y yo

habíamos creado una agencia de viajes, la que, debido

a nuestras múltiples obligaciones prepandemia, no se había puesto al servicio de sus posibles usuarios. No obstante, en este tiempo hemos encontrado que

muchas personas a nivel nacional tienen la necesidad

de trasladarse. Como el transporte de turismo era el

único autorizado a movilizarse, realizamos alianzas con empresas de transporte turístico y de esta manera

pudimos suplir dos necesidades, por un lado, la de generar ingresos para nuestras familias y, por otro,

la de quienes requerían movilizarse de una ciudad

a otra en vehículos cómodos que tuviesen medidas de bioseguridad a un precio accesible. Esta coalición

significó un aprendizaje sobre la cooperación interinstitucional y sobre las necesidades del mercado.

Por otra parte, tratamos de mantenernos en

la línea de turismo, el Ministerio de Turismo pretendió una reactivación de local. Por eso, el turismo de

montaña ha sido uno de los más demandados. En feriados cientos de personas circularon por los estrechos senderos hacia valles, lagunas y volcanes. Evidentemente, ahora la gente quiere disfrutar de bellezas naturales, quieren estar al aire libre, donde el riesgo de contagio se reduce. Sin embargo, lo que

se inició con unas excursiones pronto se transformó en novelería sin control. Aparecieron profesionales o turismoysociedad.com


amateurs certificados o no que frecuentaban las áreas

protegidas, los santuarios naturales o las cumbres de las montañas con o sin las medidas de seguridad.

Continuamente se escuchaba en las noticias reportes sobre rescates en las zonas de montaña. Además, a fin de tener cierto volumen de viajeros en las

excursiones, muchos ofertaron servicios de guianza con precios que pretendían dar un mejor servicio,

seguridad, confianza, comodidad, pero que, para

competir, no se correspondían con los costos reales de operación.

Para el público nacional, cuando se trata de

salir en familia, pesa de cierta manera más el valor monetario que otras cualidades del servicio. Esto

intensificó la competencia. En fin, el traslado de un

gran volumen de personas hacia las áreas protegidas también significó una carga para el ecosistema, pronto

las redes sociales mostraron fotografías de senderos

destruidos o llenos de basura; el uso de los bosques naturales para la elaboración de leña o explotación animal, por lo que decidimos alejarnos de esta

situación hasta que se frenara la novelería. Además, la pandemia no terminaba y los contagios iban en

aumento, por lo que las autoridades tomaron medidas

para cada feriado o fines de semana: se paralizaban o prohibían los ingresos inesperadamente, de

manera que existieron cancelaciones, restricciones, nerviosismo e incertidumbre.

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Así

nos

mantuvimos

durante

aproxi-

madamente un año de intento de reactivación económica y turística a nivel nacional. Cabe decir que

todo lo comentado nos ha llenado de aprendizajes que nos han permitido reflexionar sobre lo que se puede

proponer como oferta, lo que prefiere la demanda,

cuáles son las fallas del mercado y sus consecuencias, etc. En efecto, todos estos conocimientos son

insumos para posteriores iniciativas. Hasta tanto,

creo que muchos profesionales freelance de la rama

realizamos otros servicios de asesoría, compraventa o emprendimientos sostenibles a fin de sortear esta difícil etapa.

Las lecciones de vida se presentan en

cadena, para una, dos o cientos de personas; sin embargo, en esta ocasión se presentaron para toda la

humanidad. Muchos perdieron a algún ser querido, otros perdieron bienes materiales, otros las dos

cosas; pero el viejo adagio nos dice que lo último que

se pierde es la esperanza y esa es la fuerza que nos motiva a despertar cada día. Mientras tanto (como mencionaba y para los que creemos en Dios): hay que seguir agradeciendo por la tranquilidad —del

día o de la noche—, por la salud —propia y la de los nuestros—; a pesar de la crisis mundial, somos

afortunados por contar con un techo, salud, empleo y fe para seguir enfrentando las dificultades con o sin pandemia.

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Vista de un valle en el parque nacional Sangay, Ecuador. Joris Beugels (2021). Archivo unsplash.com

Isabel Caisaguano Trabaja en servicios culturales, naturales y de reserva y viajes.

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Hombre navega en el río Aguas Negras, Sucumbios, Ecuador. Sonia Ñusta Amaruca (2021)

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Sonia Ñusta Amaruca

Llegó un mensaje de la agencia de viajes para la que

trabajo desde hace algunos años, era de Paola y decía: «Lo lamento, no haremos los viajes de diciembre.

Nos han cancelado, pero un grupito ha pedido que los reagendemos para el 2021. Esperemos se dé».

Durante todo el 2020 no tuve trabajo en la profesión

a la que me he dedicado por más de diez años, la que ha sido mi carrera desde que estudié Turismo. Cuando cerraron las fronteras internacionales debido a la pandemia, se aplicaron medidas universales: las restricciones de encuentros sociales se limitaron, la movilización terrestre se vio afectada, el turismo se

apagó para nosotros y mis colegas, así como muchos otros compañeros y empleadores. Algunos de

nosotros, hasta hoy no hemos vuelto a desempeñar nuestra profesión. Por el contrario, desde entonces hemos hecho múltiples actividades para llegar

«al mes», como dicen. Hemos vendido aguacates, mangos y pescado, por ejemplo. Mi esposo ha sido quien ha ideado todas las maneras en las que hemos

«emprendido» para seguir. Hacemos todo lo que podemos.

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Con el tiempo, decidí cerrar mi servicio

profesional porque estaba pagando impuestos sin

producir ingresos; él, en cambio, tiene trabajos

esporádicos y usa facturas. Durante el 2020 se agregó un 2% más de impuestos a todos los prestadores de

servicios independientes o freelance, como nos dicen; esto pasa en todo el país y en todas las industrias. Para el Estado, los trabajadores como mi esposo

se trasformaron en microempresarios, no porque lo quisiera o porque lo fueran, sino porque las personas se dedicaron al multitasking y el mercado

se desequilibró para todos. Para muchos, trabajar de freelance ha sido una manera de sobrellevar la

pandemia, sin embargo y ahora que lo pienso, es

irónico que en el turismo ser profesional no sea suficiente para ser independiente.

La OMS y otras organizaciones afirman

que las actividades al aire libre son seguras debido

a los escasos contagios que se registran durante su

desarrollo. ¡Qué alegría! Esto nos dio esperanza, pensamos que podía ser una oportunidad para volver

a trabajar, pero pasó todo lo contario, los Ministerios no generaron ni facilitaron una solución para que

podamos desempeñarnos como «prestadores de servicios independientes» (algunos pagan 2% más

por este título). Al parecer un reglamento prohíbe que trabajemos sin intermediario, pero tampoco

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tenemos relación de dependencia con ellos. Nos afecte o no, esa es la ley y está sobre nosotros. Esto

complicó el panorama de innovación tan publicitado

como mecanismo de supervivencia pandémica y no solo eso, también nos encontramos con dificultades

para acceder con facilidad a los parques nacionales,

los que tienen las mismas restricciones que la ciudad: 30% de aforo, horario de desinfección y cierres esporádicos, sin mencionar el proceso de registro y

permiso de visita. Parecía más fácil saltarse la fila que

hacer lo correcto. El turismo seguía apagado para nosotros y para todo el mundo, mientras los contagios seguían en aumento.

Durante el encierro, en las noticias vimos

imágenes de animales silvestres que aparecian en ciudades de otros países y, aunque esto no es del

todo extraño en algunas naciones, para nosotros era proporcional a lo que creíamos que ocurriría en

parques y áreas remotas. Para animarnos y despejar la

mente de la realidad, mi esposo y un grupo de amigos organizaron una expedición a la selva, motivados

por las noticias y porque extrañábamos estar afuera y hacer lo que más nos gusta y lo que mejor sabemos hacer. Honestamente, muchos de nosotros esperamos encontrar la selva llena de animales. Desde que

comenzó la pandemia (casi un año), no habíamos vuelto. Viajar hasta allá no es tan sencillo, aunque

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quisimos no pudimos entrar a ninguna zona protegida

por nuestra cuenta, pero logramos entrar a través de un servicio turístico comunitario. ¡Que ironía resulta ser un guía de turismo profesional con registro

ministerial y licencia de trabajo, pero sin permiso para moverse libremente!

Nunca nos imaginamos que la selva estaría

tan silenciosa, con suerte vimos algunos pájaros, una familia de monos ardilla (saimiri cassiquiarensis) que

huían a gran velocidad de nosotros. Parecía que cada

vez que pasábamos o nos acercábamos para mirar algo de la vida silvestre, esta era escaza o escapaba

con gran temor por nuestra presencia. Días después entendimos el porqué: conforme avanzábamos por el

río, descubrimos varios campamentos de cazadores.

Nuestro guía local, con tristeza y pesar, dijo que tenía la certeza de que la selva se estaba apagando. Durante

el año de ausencia de los visitantes que llegaban por el turismo, explicó, las personas locales habían tenido

que recurrir a la naturaleza para sobrevivir y hacer

dinero. Parecía que sin turismo o turistas no había un ingreso económico lo suficientemente beneficioso

como para conservar la naturaleza. Durante un año de encierro y sin dinero circulante, la selva del Ecuador

empezó a vaciarse silenciosamente de animales, madera y vida.

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La pandemia sigue dando muchas lecciones

personales

y

colectivas,

pero

también

genera

importantes inquietudes: ¿cuánto más resiste la naturaleza al ritmo de consumo que tenemos?, ¿qué estamos dispuestos a sacrificar por el bien común?

Como

profesional

de

turismo

estoy

convencida de que esta industria es ideal para el

beneficio colectivo y el de la naturaleza, pero también

puedo entender la fragilidad de su equilibrio. Esta industria depende de muchos elementos,

características externas y sectores industriales para

llegar a ser exitosa. Espero seamos capaces de crear un mejor modelo de trabajo y de turismo a nivel nacional.

Sonia Ñusta Amaruca Trabaja en servicios culturales y servicios de reserva.

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Memorias de pandemia: relatos sobre el turismo en la crisis sanitaria es una publicación de Turismo & Sociedad y Subte de la Chuna; y fue editada en Cuenca y Quito, Ecuador, en octubre 2021.


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