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NARRATIVA NOVOHISPANA DEL XVI: UN INTENTO DE CLASIFICACIÓN COVADONGA LÁMAR PRIETO

Universidad de Oviedo

Este mundo ya no es nuevo sino viejo, según hay mucho dicho y escrito de él. José de Acosta (159O)1

1.

INTRODUCCIÓN

El objetivo del presente trabajo es el de clarificar y clasificar la narrativa novohispana del siglo XVI. Este periodo resulta especialmente interesante ya que durante él se asentaron los principios de una nueva sociedad, nacida al calor tanto de las luchas como de los Amadises. Por ese motivo, analizaremos en primer lugar qué entendemos por narrativa novohispana del XVI. A continuación, nos detendremos en las características comunes que confieren unidad y especificidad a las obras del mencionado siglo. Una vez delimitado el corpus y señalados los puntos en común, intentaremos establecer una tipología temática a partir de la relación entre los títulos de las obras y su contenido. Concluiremos entonces que la literatura novohispana del XVI, y más en concreto la narrativa, posee una serie de elementos aglutinantes que nos permiten hablar de ella como manifestación literaria y cultural de los habitantes de una nueva sociedad que la emplearán para tipificar cuáles son sus realidades y cuáles sus ficciones. 2.

QUÉ ENTENDEMOS POR NARRATIVA NOVOHISPANA DEL XVI

Afirmar que las crónicas de Indias florecen entre la historia y la literatura es, además de muy poético, extremadamente inexacto, ya que el camino que lleva desde la primera hasta la segunda queda interrumpido en el preciso instante en el que los juicios personales y las faltas de coherencia adquieren ese plus artístico que, desde Aristóteles o quizás antes, se ha intentado definir. La nebulosa que envuelve a las crónicas de Indias e impide adjudicarlas con claridad a una de las dos disciplinas humanísticas mencionadas se debe a una equivocada interpretación de las intenciones del emisor, del autor que redacta el texto de su vida. Desde este punto de vista, se ha supuesto que se trata sin más de documentos de historia, olvidando la posibilidad de que aquellos que escriben no se ciñan a la realidad de los hechos que relatan -hazañosos o infortunados- o de que lo hagan con pericia literaria.

José de Acosta, Historia natural y moral de las Indias, ed. José Alcina Franch, Madrid, Historia 16, 1987, pág. 58. Actas del VII Congreso de la AISO, 2006, 385-391

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En todos los ámbitos, cuando un criterio de diferenciación requiere múltiples corolarios para adquirir sentido es precisamente porque está planteado de forma errónea en alguno de sus puntos. Eso es lo que sucede con las crónicas de Indias desde el momento en que hay que analizar obra por obra para saber si son históricas o literarias. Ante esa tesitura, emplearemos un nuevo criterio de juicio más inclusivo, no de índole genérica sino de raíces temáticas, que permita comprender el fenómeno de las crónicas de Indias dentro del ámbito de la literatura y sin dudar de su adscripción. Para ello basta comprender las crónicas como una manifestación cultural en la que el autor pretende que sus juicios, su forma de vida y, sobre todo, sus experiencias, se puedan transmitir a la siguiente generación con el mismo halo de magia con el que las refiere. Además, el adscribirse a una forma estandarizada aunque sin cumplir con ella en el fondo, «otorgaba un nexo y una aprobación formales, burocráticos, al contenido, como si don Quijote pudiera hacer que un notario público declarara oficialmente que existen los encantadores».2 ¿Cómo puede el autor transmitirnos ese hálito de irrealidad que imbuye todos sus actos cotidianos? Por medio de la inserción de elementos ficcionales. Esto es, el autor representa su vida y su autoconciencia por medio de realidad, pero también de fantasía. Basta para ello leer un pasaje al azar de Bernal o un fragmento de Cabeza de Vaca y comprenderemos que los límites entre lo tangible y lo evanescente no están definidos. Es decir, la presencia de ficción en el XVI novohispano, siempre vinculándola al medio en el que se produce y a las peculiares circunstancias del momento histórico en que tiene lugar, nada tiene que ver entonces con la historia. En palabras de Hernán Cortés, Diré algunas cosas de las que vi que, aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos no las podemos con el entendimiento comprender.3

3. CARACTERÍSTICAS DE LA NARRATIVA NOVOHISPANA DEL XVI La reflexión sobre la realidad americana es el tema central de la narrativa en Nueva España del siglo XVI. Durante su periodo fundacional, que podemos datar aproximadamente entre 1519, fecha de la primera Carta de relación de Hernán Cortés, y mediados del siglo, el tema se define con la extrañeza del foráneo, del individuo sorprendido ante la realidad que se presenta a sus ojos. La descripción que el conquistador hace de la ciudad de México en su Segunda Carta no deja lugar a dudas al respecto: La ciudad es tan grande y de tanta admiración que, aunque mucho de lo que de ella podría decir deje, lo poco que diré creo que es casi increíble, porque es mucho mayor que Granada y muy fuerte y de tan buenos edificios y de mucha más gente que Granada tenía al tiempo que se ganó y muy mejor abastecida de las cosas de la tierra. (98)

Curiosamente, la reflexión sobre el virreinato comienza varios años antes de la existencia del mismo. Las Cartas de Cortés o los recuerdos de Bernal reflejan la peculiaridad de un reino que existió primero como lienzo en blanco para el imaginario de los conquistadores, entre la realidad y la ficción. Bernal atestigua el estupor de los soldados al encontrarse frente a la capital azteca: «Nos quedamos admirados y decíamos parecía a las cosas y encantamiento que se cuentan en el libro de Amadís... y aun algunos de nuestros soldados decían si aquello que aquí veíamos era entre sueños».4 2

Roberto González Echeverría, Mito y archivo, México, FCE, 2000, pág. 94. Hernán Cortés, Segunda carta-relación en Cartas de relación, ed. M. Hernández Sánchez Barba, Madrid, Historia 16, 1986, pág. 131. 4 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ed. Miguel León-Portilla, Madrid, Historia 16, 1984, vol. II, pág. 306. 3

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Por lo tanto, la realidad americana sobre la que reflexionan los autores de este primer periodo -de los que estableceremos una nómina más adelante- es una realidad imaginaria, imaginada tal vez, en la que se mezclan elementos de la tradición literaria popular española y mitos clásicos, con los hechos coetáneos. En palabras de Motolinía: Cuando los españoles se embarcan para venir a esta tierra, a unos les dicen a otros se les antoja, que van a la isla de Ofir, de donde el rey Salomón llevó el oro muy fino, y que allí se hacen ricos cuantos a ella van. Otros piensan que van a las islas de Tarsis o al gran Cipango, en donde por todas partes es tanto el oro que lo cogen a haldadas.5

Sin embargo, no debemos pensar que las imaginaciones sobre las que se va a edificar la narrativa novohispana de este primer periodo pertenecen sólo a los conquistadores. También los conquistados, o la lectura que los españoles hacen de su pasado, permite sostener los pilares de la incipiente ficción virreinal. Al mencionar la abundancia de plata en una determinada región y la posibilidad de que esté controlada por una dama indígena «que llaman los castellanos Señora de la Plata», Alonso de Zuazo asegura que «dicen cosas acerca de esto que yo no las oso escribir porque son cosas increíbles».6 López de Gomara, aunque lo pone en boca de otros, se muestra menos prudente que el licenciado en su interpretación de la bestia que orla el escudo imperial de Moctezuma: «Algunos dicen que es grifo, y no águila, afirmando que en las sierras de Teocán hay grifos, y que despoblaron el valle de Auacatlán, comiéndose a los hombres».7 Caníbales, amazonas y el reino de Cíbola, entre otros, terminan de delinear el horizonte mítico al que hemos hecho referencia. Y junto a ese horizonte mítico, el real. Además de la presencia de los indios como fuerza productora, o quizá debido a ello, destacaremos la distancia de la Península, la llegada de nuevos colonos que poco o nada van a tener que ver con la conquista de nuevas tierras y, sobre todo, «el resentimiento de aquel al verse postergado por este en los empleos, prebendas y demás gajes de la administración colonial»,8 que contribuyeron al malestar de los conquistadores y primeros pobladores del territorio novohispano. Desde el primer momento va a surgir una idea de diferencia, de distancia crítica con respecto a la actitud de los peninsulares y de reafirmación de lo propio de la Nueva en contraste con la vieja España. Bernal asegura: «Aquí verán cuánto va de los conquistadores viejos a los nuevamente venidos de Castilla que no saben qué cosa es guerra de indios ni sus astucias»,9 y Fernández de Oviedo completa: «Y no digáis que venís a las Indias por servir al rey y por emplear vuestra persona y el tiempo como valeroso e hijodalgo, pues que sabéis vos que la verdad está en contrario: que no venís sino deseando tener más hacienda que vuestro padre y vuestros hermanos».10 En 1542 la promulgación de las Leyes Nuevas, que imponían la suspensión de las encomiendas en la tercera vida, alteró la estabilidad de las colonias, sobre todo del virreinato del Perú. Su influencia no fue inmediata, sino que generó una situación de inestabilidad que va a culminar, en Nueva España, con el alzamiento del hijo de Cortés, Martín el criollo, heredero del marquesado del Valle. En términos cronológicos consideraremos por lo tanto, con Nelson Osorio Tejeda, que la sociedad novohispana comienza a estar definida a partir del año 1550. Hasta entonces la 5 Fray Toribio Motolinía, Historia de los indios de la Nueva España, ed. Georges Baudot, Madrid, Castalia, 1985, pág. 352. 6 Alonso de Zuazo, Carta, 14 de noviembre de 1521, en José de García Icazbalceta (ed.), Colección de documentos para la historia de México, México, Porrúa, 1971, pág. 359. 7 Francisco López de Gomara, La conquista de México, ed. José Luis de Rojas, Madrid, Historia 16, 1987, pág. 173. 8 Edmundo O'Gorman, «La doble interna contradicción de nuestra herencia colonial», Diálogos, México, vol. 17, núm. 4, julio-agosto 1981, pág. 26. 9 Historia verdadera de la conquista de Nueva España, ed. Miguel León-Portilla, vol. II, cap. 194, pág. 356. 10 Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, ed. J. Pérez de Tudela, Madrid, Atlas, 1959, parte II, lib. XXIV, cap. 4, págs. 401-02.

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labor -fundamental por otra parte- de la primera generación había sido la de consolidar un estado español en América. En resumen, pasada la etapa fundacional de las sociedades coloniales (regido por los encomenderos y funcionarios de la Corona española), hacia 1550 empieza un periodo de consolidación, se estabilizan las ciudades, se fortalece una «nobleza de Indias» y se empieza a documentar el surgimiento de una conciencia criolla diferenciada de la española peninsular.11

David Brading ha sintetizado la situación, al mismo tiempo que hace intervenir en ella un factor heredado: lo que McAlister ha definido como «Original resentments, deepened and elaborated by subsequent generations»,12 es decir el resentimiento de los conquistadores para con la corona a causa de las recompensas por sus acciones militares, que siempre consideran insuficientes: Desde el principio, los criollos parecen haberse considerado como herederos desposeídos, robados de su patrimonio por una Corona injusta y por la usurpación de emigrantes recientes, llegados de la Península. En parte, su resentimiento se derivaba de los conquistadores, de hombres como Bernal Díaz del Castillo, quienes acusaron a la Corona de no haber sabido recompensar adecuadamente sus heroicos servicios.13

Por lo tanto, durante la segunda etapa del siglo el tema de la lejanía de la Península se va a intensificar. El análisis de Irving Leonard, siempre acertado, es que desde aquellos tiempos comenzó a intensificarse la antipatía entre los españoles nacidos en Europa y los nacidos en América, que iba a ser una plaga de la sociedad colonial durante siglos, y el criollo iba emergiendo como un tipo definido, con sus frustraciones y el complejo de inferioridad resultante de la marcada discriminación a favor de los peninsulares, políticamente dominantes.14

La reflexión sobre la realidad americana se intensifica durante la segunda mitad del siglo, mientras que lo mismo sucede con la idea del trato diferencial con respecto a los peninsulares. Los territorios míticos, sin embargo, se encuentran cada vez más alejados a medida que el virreinato va siendo explorado. La línea de pensamiento es la misma y sólo podemos señalar dos variaciones leves, además de la intensificación a la que hemos hecho referencia. La primera de estas variaciones está en el origen de los escritores. Los autores de esta época son mayoritariamente criollos, individuos nacidos en América y que, por lo tanto, tienen en su mente ese lugar como referencia contrastiva inicial. La segunda de las variaciones está estrechamente vinculada a la anterior: comienzan a surgir obras escritas por mestizos o indígenas aculturados, que presentan a la corona los méritos de su familia o su comunidad. Suárez de Peralta, excepcional relator de su época, testimonia el desamparo en el que se sienten las familias de los primeros tiempos ante los recién llegados de la Península para gobernarles e implantar las Leyes Nuevas. Se trata de unos alzados que fueron sentenciados á ahorcar y hazer cuartos, y arrastrar. Yo los vi, siendo harto muchacho, y me acuerdo dieron muncha lástima, y oí dizir morían sin culpa: ellos pagaron las burlas muy de veras. Este fue el primer rebelión que se supo se abia tratado; y unos hombres, que no digo algarse con la Nueva España, ni aun con un gesto de higos, no fueran parte, porque ni ellos eran pringipales, ni tenían cabida con nayde, ni amigos, sino unos pobres que se entretenían en juegos, y se sustentaban de baratos, que les daban.15

11 Nelson Osorio Tejeda, «Formación del pensamiento crítico literario en la Colonia», en José Anadón (ed.), Ruptura de la conciencia hispanoamericana (época colonial), México, FCE - University of Nótre Dame, 1993, págs. 59-76, pág. 62. 12 L. N. McAlister, «Social Structure and Social Change in New Spain», Hispanic American Historical Review, vol. XLIII, núm. 3, agosto de 1963, Duke University Press, págs. 349-70, pág. 361. 13 David A. Brading, Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, México, FCE, 1992, pág. 323. 14 Irving A. Leonard, Los libros del conquistador, México, FCE, 1996, pág. 158 15 Juan Suárez de Peralta, Noticias históricas de la Nueva España, ed. Justo Zaragoza, Madrid, 1868, pág. 161.

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Nómina de autores Definidas las características, establecer una nómina de autores siempre es complicado por lo artificial que resulta interrumpir una línea cronológica o de pensamiento que, en términos absolutos y no didácticos, en ningún momento se detiene a esperar nuestra reflexión. No obstante, y a efectos prácticos, los autores más destacados de la primera etapa son sin duda Cortés, Bernal, Motolinía, López de Gomara, Fernández de Oviedo y Cabeza de Vaca. Junto a ellos, otros menos conocidos como Alonso Zuazo. En todos podemos apreciar una fascinación que denominaremos •comparativa», ya que establece en todo momento paralelismos entre su situación presente y lo que hasta el momento habían contemplado en la Península u otras islas del Caribe. Según las palabras de uno de ellos, «los cronistas que desde España escriben las cosas de las Indias sepan que tan lejos andan de entenderlas (ni entenderse ellos mismo) cuanto tienen apartados los ojos de ver las cosas de acá».16 La segunda etapa es la primera generación de nacidos en América: los primeros que con propiedad pueden ser llamados criollos en base a que su fascinación ya no es comparativa, sino descriptiva. Entre ellos, Juan Suárez de Peralta, Baltasar Dorantes de Carranza y Francisco de Terrazas son los más destacados, así como Diego Muñoz Camargo, Fernando de Alva Ixtlilxochitl o Hernando Alvarado Tezozómoc dentro de la nómina de los mestizos y aculturados. 4. TIPOLOGÍA DE LA NARRATIVA NOVOHISPANA DEL XVI Estimadas las características comunes que le proporcionan unidad a la literatura novohispana del XVI, conviene establecer dentro del conjunto clasificaciones que nos permitan comprender mejor el fenómeno cultural que se estaba produciendo. Para ello, aludiremos a la referencia externa inmediata que toda obra nos proporciona: su título. Historia, tratado, libro, carta... múltiples son las alusiones que cada una de ellas evoca y muy variadas las obras que se agrupan bajo cada una de las adscripciones citadas y de muchas otras que se han quedado en el tintero. La referencia más frecuente en los títulos de las obras del XVI novohispano es la primera de todas ellas, «historia». Bajo este marbete se agrupan textos muy diversos que, alejados en parte o en todo de los cánones de la retórica tradicional, completan esa designación con términos adyacentes tales como «sumaria», «de las cosas» o, el más significativo, «verdadera». La carga semántica del término historia ha desaparecido, tal y como queda probado por las referencias que acabamos de citar. El caso de la historia verdadera de Bernal es el mejor de todos ellos para entender de qué forma la literatura del XVI novohispano rompe con la tradición europea y se independiza de la historia con el objeto de crear ficción. A Bernal ya no le basta «historia», no le parece que los demás vayan a comprender el auténtico cariz de su texto... porque la historia de las Indias, a su juicio, está llena de historias vanas y de individuos que «en entrando en la tierra la pondrían en revuelta con sus libros y habría pleitos y disensiones».17 La relación por el contrario es un tipo discursivo en el que la vida propia y la historia general se dan la mano de tal manera que dispongamos, a un tiempo, de las hazañas del común y de los hechos del particular que quiere presentar sus servicios, en este caso, a la Corona. Bajo este marbete podemos agrupar obras tan disímiles como los Naufragios de Cabeza de Vaca, cuyo título en la primera edición comenzaba Relación que dio Alvar Núñez... y la Brevísima relación de Las Casas. Sin embargo, las obras que llevan «relación» en su título se van haciendo cada vez menos frecuentes, a medida que avanza el siglo, en favor de las denominadas «historia». Este deslizamiento Historia general y natural de las Indias, ed. J. Pérez de Tudela, parte I, lib. XII, cap. 8, pág. 35. Historia verdadera de la conquista de Nueva España, ed. Miguel León-Portilla, vol. II, cap. 159, pág. 141.

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del campo semántico ilumina la necesidad de Bernal: difuminado el concepto de historia, alcanzado un punto de vista lato, la historia entendida como narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria se desvanece. En su lugar, la historia se concibe teleológicamente, pero su causa final se diferencia de la de la historia clásica y se circunscribe a la comprensión del nuevo mundo que esta narrativa nos descubre.

5.

CONCLUSIONES

Visto todo lo anterior, podemos concluir que la narrativa en Nueva España durante el siglo XVI está caracterizada por la frontera difusa entre la realidad y la ficción y claramente articulada e n sus formas extrínsecas. Tres son las características q u e nos permiten definir la narrativa novohispana durante el siglo XVI. La primera de ellas es la fascinación ante el medio natural y la nueva realidad urbana, económica y social que va aparejada a él. Además de eso, la estrecha vinculación entre la realidad y lo ficcional constituye otro de los pilares básicos d e este periodo. Por último, la distancia de la Península y el surgimiento de la idea de que la Corona no retribuye correctamente a sus subditos ultramarinos cierra el círculo temático de la literatura de la época. Si bien durante la que hemos denominado primera generación cada uno de estos factores se daba con intensidad moderada, esta irá aumentando al mismo ritmo que las décadas del siglo, de tal manera que mientras Cabeza de Vaca refiere la existencia de bisontes, aunque sin atribuirles ese nombre, Suárez de Peralta analiza para qué resulta más propicio el animal, cómo se cría y cómo se p u e d e curar. Las características son las mismas, la única diferencia es la profundidad con que se refieren los temas. En definitiva, en palabras del insigne erudito Ángel Rosenblat, «la primera visión de América es la visión de un sueño». Y continúa: «El hombre que como descubridor, como conquistador, como emigrante o como viajero llega a América, al mismo tiempo que se americaniza, va revistiendo su nuevo mundo, tan extenso, con las imágenes y las voces de su mundo familiar».18

BIBLIOGRAFÍA ACOSTA, José de, Historia natural y moral de las Indias, ed. José Alcína Franch, Madrid, Historia 16, 1987. CORTÉS, Hernán, Cartas de relación, ed. de M. Hernández Sánchez-Barba, Madrid, Historia 16, 1985. DÍAZ DEL CASTILLO, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ed. Miguel León-Portilla, Madrid, Historia 16, 1984, 2 vols. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo, Historia general y natural de las Indias, ed. J. Pérez de Tudela, Madrid, Atlas, 1959. GARCÍA ICAZBALCETA, José de (ed.), Colección de documentos para la historia de México, México, Porrúa, 1971. LÓPEZ DE GOMARA, Francisco, la conquista de México, ed. José Luis de Rojas, Madrid, Historia 16, 1987. MOTOLINÍA, fray Toribio de Benavente, Historia de los indios de la Nueva España, ed. Georges Baudot, Madrid, Castalia, 1985. NÚÑEZ CABEZA DE VACA, Alvar, Naufragios, ed. Trinidad Barrera, Madrid, Alianza, 2001. SUÁREZ DE PERALTA, Juan, Noticias históricas de la Nueva España, ed. Justo Zaragoza, Madrid, 1878. Obras críticas: BAUDOT, Georges, México y los albores del discurso colonial, México, patria, 1996.

18

Ángel Rosenblat, La primera visión de América y otros estudios, Caracas, Ministerio de Educación, 1969,

S-46.

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GONZÁLEZ ECHEVARRÍA, Roberto, Mito y archivo, México, FCE, 2000. LEONARD, Irving A., Los libros del conquistador, México, FCE, 1996. MARTÍNEZ PELÁEZ, Severo, La patria del criollo, México, FCE, 1998. ROSENBLAT, Ángel, La primera visión de América y otros estudios, Caracas, Ministerio de Educación, 1969. YURKIÉVICH, Saúl (ed.), Identidad cultural de Iberoamérica en su literatura, Madrid, Alambra, 1986.

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