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Mi desayuno

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Sin título

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Juliana Herrera Chaparro *

Estudiante de Psicología, Fundación Universitaria Konrad Lorenz jarlij.herrerac@konradlorenz.edu.co

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¿Qué tanto podemos mentirles a las personas cuando les decimos que estamos bien? ¿Qué tanto nos duele la vida y no contamos? ¿Qué tanto nos dejamos abordar por el silencio de la música y el poder de un trago de whisky? ¿Qué tanto lloramos, sabiendo que hicimos bien las cosas y que los resultados no fueron justos? Te hablan, pero no escuchas y te ciegas, eso hacen, eso haces… Encadenarte al suelo y no dejarte levantar, todo el tiempo piensas en cómo ayudarte, en que quieres salir y llenar lo que para ti está vacío, quieres entender cómo puedes sentirte feliz, pero tu cuerpo está cansado y solo quieres dormir, le das la vuelta a todo lo que consideras real, porque al final todo está de cabeza y en contra tuyo. Caminas sin ánimo y el chiste que a todos les parece gracioso a ti te parece insultante, culpas a todos porque te sientes solo y al parecer, ante tus ojos lo estás, pero no, solo eres necio, cobarde, débil y no puedes manejar lo que sientes. Muchos te dicen que es algo que pasará, pero no saben... No entienden, que llevas eso que te lastima en el alma, en el pecho, que intentas verte bien y que peleas día a día por mostrar que lo estás. Tantos silencios, tantas palabras y críticas, todos abordan tu vida desde perspectivas diferentes, todos tienen la razón menos tú. Intentas contar qué tienes, pero se te entrecorta la voz... Aparecen los vacíos en el estómago, el temblor en las manos, los ojos aguados y la expresión en tu rostro se interrumpe y dices: no pasa nada. Camino a casa controlas, sostienes, concentras todas tus energías en otro tipo de estímulos, para no derrumbarte... Bajas del taxi, golpeas la puerta, no hay nadie, sacas las llaves, ingresas y sales corriendo hacia tu habitación y es ahí, en esa almohada y en ese pedazo de cama, en donde desfogas todo lo que estás sintiendo. Lloras pensando en miles de cosas, cosas que no son correctas, quieres solucionar el problema concluyendo que “tú lo eres”, pero en ese preciso momento te quedas dormido. Al final despiertas de tu sueño profundo, con el olor del rico desayuno que te prepara tu madre, te diriges hacia la cocina y la ves sonriendo. Sin que lo esperes, ella se abalanza sobre ti y te da un abrazo, te preguntas si en realidad estás solo, y tú mismo te das esperanza sobre este nuevo día, crees que todo será diferente, pero no, tu cuerpo y cabeza te controlan de nuevo y vuelves a lo mismo que viviste el día anterior, a lo mismo que manipula tu vida... A esa maldita enfermedad que no te deja en paz.

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