Cuentos ganadores
II Concurso La Ciencia es todo un cuento 2013
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Universidad de los ni単os EAFIT
Presentamos a continuaci贸n los cuentos ganadores de la segunda versi贸n del concurso La ciencia es todo un cuento, organizado por la Universidad de los ni帽os EAFIT e inspirado en las preguntas que motivan los talleres de Expediciones al conocimiento, segunda etapa del programa. 隆Esperamos que los disfruten!
Categoría I (8 a 12 años) Primer lugar
El gran terremoto Verónica Giraldo Tobón, 8 años Colegio Teresiano de Envigado Inspirado en la pregunta: ¿Cómo se mueve la Tierra cuando hay terremotos?
Un día en la Tierra hubo un gran terremoto, tan fuerte, que ocasionó una gran destrucción en la ciudad de Califa, derrumbando todo a su paso. Todos estaban muy alarmados y se preguntaban cómo había podido ocurrir ese inesperado revolcón. Pero lo que nadie sabía era que el gran sismo había tenido su origen en el fondo de la Tierra donde habitaban unos gigantes subterráneos, que se divertían jugando y compartiendo entre amigos. Una tarde, como de costumbre, los gigantes estaban jugando con las fichas de dominó que eran bastante pesadas y de gran tamaño, poniendo una ficha tras otra; pero inesperadamente un gigante estornudó tan fuerte que hizo que se derrumbaran todas las fichas de dominó, sin que los gigantes supieran el desastre que habían generado en la superficie de la Tierra. Después de un rato se dieron cuenta de su terrible error y enviaron una carta a los habitantes de la ciudad, disculpándose por lo sucedido y explicando que todos estaban jugando con las fichas de dominó y que el gigante Fye Foe había estornudado, ocasionando que se cayeran todas las fichas, produciendo todo ese desastre en la Tierra. -3-
Para corregir su error, los gigantes subterráneos les pidieron ayuda a los gigantes del cielo para reconstruir la tierra, poniendo todo en orden en muy poco tiempo. Los humanos aceptaron las disculpas de los gigantes subterráneos y agradecieron que hubieran arreglado todo de nuevo, perdonando la imprudencia del gigante Fye Foe, y como muestra de amistad le enviaron con los mineros, un enorme pañuelo de dos kilómetros de largo, para que el gigante no volviera a causar un desastre similar por causa de sus estornudos.
Segundo lugar
El mundo del después Thomas Sebastián Dover Vargas, 10 años Colegio Alemán Inspirado en la pregunta: ¿Cómo modificar genéticamente una planta?
Capítulo 1 “¡No lo hagas!”, dije. “¡No vayas con ellos!”. Disculpen, no me presenté. Soy Telo Makasho, uno de los últimos de la raza humana. Le estaba gritando a mi mejor amigo que no se comiera esa papa. Sí, una papa. Yo, mi amigo y otras 500 personas éramos los únicos sobrevivientes del mundo. Esas papas eran las responsables de que todo el mundo estuviera invadido por ellos, los Peligrosos. -4-
¿Quiénes son ellos? Ellos eran personas comunes y corrientes hasta
que se comieron una de esas papas modificadas por un accidente de laboratorio. Siguieron siendo iguales físicamente, pero con ojos rojos, grandes garras, velocidad de 55 Km/h, fuerza suficiente para volcar un camión de dos toneladas, y una larga cola llena de chuzos. Mientras tanto, sigamos con la historia. “¡Los Peligrosos nos han robado la comida!”, dijo. “¡Lo único que queda son estas papas que nos dejaron a propósito para volvernos uno de ellos! ¡Si no puedes vencerlos, únete a ellos! ¡Me voy a morir si no la como!” Diciendo esto, agarró una papa de su cultivo. Antes de que se la comiera, le di un puño, y así empezó nuestra pelea. Sabía que él era más fuerte que yo, pero tenía que intentar. Un intento en vano, por cierto. Se libró de mí y agarró la papa para comérsela. La mutación fue horrible. Empezó a cambiar de forma y le empezó a crecer una larga cola. Sus uñas se volvieron puntudas garras las cuales eran tan filudas que rasgó un árbol en dos. “¿Mus?”, pregunté. En vez de mirarme con sus ojos azules, lo que se fijó en mí fueron dos óvalos rojos, una señal segura de que mi mejor amigo se había convertido en uno de ellos. Uno de los Peligrosos. Un demonio. Capítulo 2 “¡Lo tengo, lo tengo!”, decía feliz un científico con una poción verde en la mano. “¡Tengo la cura contra las papas de los Peligrosos!” -5-
“¡¿Cómo?!”, gritó un coro de científicos. “Convertí sus parásitos en otros animales más beneficiosos”, dijo, sacando un gusano blanco del frasco. “Este animalito puede volver cualquier cosa modificada a su verdadera forma, en vez de volverla uno de ellos, como las creadas por los Peligrosos. Simplemente cogí una papa buena y la tiré afuera. Inmediatamente llegaron los parásitos y tiraron veneno sobre ella. Agarré al último de los parásitos que se trataba de escapar y le eché oro fundido, nitrógeno mezclado con plutonio, bacterias purificadoras y lo más importante, vida. Vida propia. Se los demostraré.” Agarró una papa mala, le dijo a alguien que se la comiera. Un pequeño científico, ahora el rey de los Peligrosos, se comió esa papa y se volvió uno de ellos. El científico del gusano le lanzó el gusano al Peligroso, pero este lo batió en la mitad del aire. Después, el laboratorio quedó completamente destruido. Únicos sobrevivientes: El Peligroso y el gusano. “¡Aaahhh!” grité, en el sótano de mi casa. “Oh, sólo fue un sueño”, dije, pero después pensé que ese laboratorio era el que estaba a 1 Km de mi casa, el que ahora estaba infestado de ellos. ¡Podía salvar al mundo! Me acordé de los ingredientes del sueño y los escribí todos en un papel: oro fundido, nitrógeno mezclado con plutonio, bacterias purificadoras... Vida. ¿Cómo iba a conseguir vida propia en un frasco? Pero de repente se me ocurrió una idea. Mortal, peligrosa y atrevida, pero una idea. -6-
Capítulo 3 Salí corriendo de mi casa, papel con ingredientes en mano, en dirección al laboratorio. Los Peligrosos intentaron detenerme, lo cual me dejó con raspones de por vida. Al llegar a la sala donde mi sueño me mostró, vi un pequeño animal blanco moviéndose lentamente, con heridas y con una cara que me decía que le quedaban pocos instantes de vida. ¡El animal de mi sueño! “¡Tranquilo, voy por ti Blanki!”, dije yo, cerrando la puerta con un tubo de acero. Sí, yo sé que es raro ponerle nombre a la cura del mundo, pero él parecía que me entendía. Cuando la puerta estuvo bien cerrada, agarré a Blanki y lo metí en un frasco. Al voltear la cabeza vi un niño y una niña. El niño se llamaba Sekai y la niña Kane. Tenían una forma tan deprimida, que pensé que los Peligrosos los usaban como juguete. Los liberé de la jaula y me acordé de Blanki. Mezclé todos los ingredientes y lo de la vida fue algo desesperado. Cogí una jeringa y me la inyecté en el pecho. En vez de salir sangre, salió un líquido azul con naranja. Ésa era la vida propia: sangre de alguien con un corazón puro. Se lo eche a Blanki y éste tiró un líquido verde. En ese momento creo que me sonrió. Le di el frasco a Sekai y a Kane, diciéndoles: “Están libres. Vayan a liberar a los humanos de los espíritus de los Peligrosos lanzándoles este animal. Les daré un poco de tiempo.” Diciendo esto último, abrí la puerta y dejé que los Peligrosos entraran. Me abalancé sobre ellos y di buena pelea. Pero al final me lograron vencer. Me volví uno de ellos. Al cabo de siete horas, volví a despertarme de mi trance de Peligroso. Sekai y Kane estaban a mi lado con Blanki y -7-
otras personas. Decidí adoptar a Sekai y Kane como hijos y a Blanki como mascota. Los humanos estaban libres de los demonios, y si regresaban, teníamos a Blanki. Pero en el fondo de un abismo, había un Peligroso. Pero no cualquiera. Ése Peligroso, era su líder... Y no estaba contento. Fin… ¿o no?
Mención de honor
El descubrimiento de Jaime Elena Velásquez Vélez, 10 años Colegio Campestre Horizontes Inspirado en la pregunta: ¿Es real todo lo que percibimos con nuestros ojos?
Érase una vez un joven de 17 años que se llamaba Jaime, que pronto se iba a graduar. Él estaba interesado en estudiar Física y fotografía porque cuando era niño sus padres le regalaron una cámara. Le gustaba tomar muchas fotos y le tomaba fotos a todo lo que veía. Cuando tenía doce años le tomaba fotos al mismo paisaje en distintas horas del día. Jaime tenía un tío muy especial que los visitaba todos los sábados. Ellos hacían casitas pequeñas y las ponían en un bosque cercano a su casa y le tomaban fotos a esas casitas a diferentes horas del día, incluso de noche. Jaime estaba muy emocionado por su graduación que era en dos semanas. Aún no se decidía cual de las dos carreras iba a estudiar. Finalmente le preguntó a su padre, que era físico, que cómo era la Física y su padre se pasó toda la noche contándole sobre el -8-
universo, las estrellas y todo lo que sabía del tema. Al día siguiente le preguntó a su madre, que era fotógrafa, cómo funcionaba la fotografía y se quedaron hablando cuatro horas. Y finalmente se decidió por la Física. El día de su graduación, la verdad, no estaba seguro de qué carrera iba a seguir porque dos semanas antes había decidido la Física pero su tío le aconsejaba la fotografía. Por fin tomó la decisión de estudiar Física. Cuando comenzó la carrera se dio cuenta que la Física era muy difícil, pero no se rindió porque sabía que tenía que seguir adelante. Tres años después descubrió en una materia que había algo llamado holografía y le llamó la atención pues supo que un holograma era un objeto dentro de un vidrio, pero se asustó porque cuando miró detrás del vidrio el objeto no estaba, pero si miraba adelante sí veía el objeto. Esto le gustó mucho porque le recordaba a su tío pues un holograma es como una fotografía en 3D. Jaime se especializó en Holografía. Cuando ya era un experto y tenía su propio laboratorio empezó a hacer experimentos un poco locos agregándoles a los químicos esencias naturales. Un día estaba haciendo un holograma de un soldadito de plomo y le agregó esas extrañas esencias, pero todo fue normal, como los anteriores. Al día siguiente cuando entró al laboratorio vio que el soldadito estaba en otra posición distinta a la del día anterior. A Jaime se le juntaron muchos sentimientos: miedo, alegría, orgullo y mucha curiosidad. Lo primero que se le ocurrió fue pensar que los cambios los habían producido las esencias. Entonces se volvió loco y empezó a echarle diferentes esencias a otros hologramas de soldaditos. -9-
Le ocurrieron cosas cada vez más extrañas. Un día los soldaditos se pasaban de holograma en holograma. Unos estaban en contra de Jaime porque no les había puesto su color favorito o querían un vidrio más grande; en cambio otros estaban muy agradecidos porque los había inventado, y se empezó a crear una enemistad que poco a poco fue creciendo y terminó en una guerra. Los soldaditos no tenían armas y empezaron a coger todo lo que había en el laboratorio: frascos, sustancias y hasta los láseres, mientras que Jaime no se daba cuenta. Entonces perdió el control de los soldaditos y ellos se multiplicaron y esparcieron a todo el mundo, pero no fue ninguna molestia para nadie. Al contrario, fueron muy serviciales y colaboradores. Después de un tiempo se cansaron y quisieron regresar a sus vidrios. Le dijeron a Jaime que los regresara, pero él no sabía cómo hacerlo. Intentó con muchas sustancias y no pudo. Al fin intentó con flor de borrachero y le funcionó perfectamente. Así fue el extraño trabajo de Jaime.
Categoría II (13 a 17 años)
Primer lugar
Entrevista David Gómez Moreno, 17 años Gimnasio Los Alcázares Inspirado en la pregunta: ¿Cómo se relaciona Colombia con el mundo?
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La taza de café emitía un aroma agradable. A él nunca le había gustado mucho, pero había empezado a adquirir gusto por la amarga bebida a medida que sus años aumentaban. Se sentó en el sillón de cuero, teñido con tintas de un verde que quería asemejarse a una oliva y sin embargo no llegaba a ser del tono ideal, y contempló la biblioteca que tenía a su alrededor. La colección era amplia, e incluía desde clásicos que él consideraba necesarios, como la Ilíada, el Quijote, La Divina Comedia, Los Miserables, El Conde de Montecristo, Los Tres Mosqueteros y muchos otros que no es mi intención nombrar; hasta textos que su oficio haría necesarios, como una Constitución Colombiana y diversos códigos internacionales de comercio. Los libros estaban cuidadosamente empastados y organizados, tal como a él le gustaba. Se acercó la taza aún caliente a los labios, y bebió un poco del líquido negro que había en ella. La porcelana blanca contrastaba finamente con el café oscuro, pero suave, que contenía. Bajó la taza a la mesa que tenía a su diestra, e inhaló profundamente. Por algún motivo, estaba nervioso. Afuera llovía. Adentro, una chimenea llenaba la sala con el calor de las llamas crepitantes que estaban en ella. El rumor constante era un acompañante perfecto para las gotas de lluvia que chocaban contra asfalto y vidrio. Cerró sus ojos un momento, y recordó. En su mente se dibujaban nubes y un cielo azul, montañas de tonos de verdes variados -las más lejanas parecían más azules que verdes, incluso-, pájaros multicolores revoloteando por el cielo. Edificios que sin ser rascacielos eran altos, con un diseño bastante peculiar -¡había uno que se asemejaba a una aguja!-, vías estrechas. El valle, su lugar natal, tomaba forma con delicados trazos, y daba paso a los rostros habituales en su infancia. Su padre, su madre, sus hermanos y hermanas. Su amigo. Su ahora esposa. Sus profesores y maestros. Destacaba, especialmente, el de su primer profesor - 11 -
de francés. Era hijo de inmigrantes, y había llegado a Colombia en busca de trabajo como docente. Su piel era tan oscura como el café que disfrutaba beber, y le sacaba, por lo menos, una cabeza a la mayoría de las personas con las que convivía. Aunque nunca había estado en el país de sus padres, conocía su cultura y tradiciones; y las transmitía con ahínco a sus estudiantes mientras estaban en clase. Con sus historias, el ahora anciano recordaba cómo se imaginaba él el mundo, y qué tan equivocado estaba cuando creía que el mundo era Medellín y sus alrededores. El hombre, que antaño fuera rubio y hoy luciera en su cabeza una mata de cabello entre gris y blanco, no pudo evitar esbozar una sonrisa. ¡Qué ingenuo que era! Pero cuánto había disfrutado esos días de juventud. Estaba seguro que si no hubiese sido por esos hermosos días, nunca hubiese llegado a donde estaba hoy. Tomó la taza de café una vez más, y miró su reflejo. En él, vio un hombre algo mayor, no tanto como para no trabajar, pero sí como para estar pensando en un nieto. Su nariz era un poco amplia, no muy ganchuda ni respingona. Sus ojos eran grandes, pero no saltones. Su boca estaba torcida en media sonrisa. No estaba muy arrugado, o eso creía él, pero sí lo suficiente como para que los niños le gritaran “¡Abuelo!” cuando iba por la calle. ¡Si ellos supieran qué les hubiese hecho de haber podido! Sonó el teléfono, de la forma en la que lo hacen todos: fastidioso. Se levantó de su silla, descolgó el teléfono y musitó unas palabras en él antes de volver a dejarlo en su sitio. Respiró hondo, y oyó como el ruido de unas llantas rodando sobre el pavimento se aproximaban a él. El abrir y cerrar de puertas se escuchaba, por lejos que estuviera de ellas. Una mujer, vestida con un unifor- 12 -
me negro y blanco se le acercó. Tocó la puerta para anunciarse -¡como si él no supiera ya que ella estaba ahí!- y le dijo, con una voz delicada: -Monsieur Ambassadeur, le Ministre de Culture a arrivé. Él asintió, y sin voltear a mirarla, replicó en voz baja, pero audible: -Merci, Monique. Escuchó cómo sus pasos se alejaban, y miró al cielorraso, que estaba pintado con un tono azul pastel, con la intención de asemejarse cuan posible fuese a su contraparte real. Suspiró, y se dirigió al sillón verde casi oliva. Se sentó, aunque sabía que en un minuto, como máximo, tendría que levantarse de nuevo. Estaba nervioso. Era su trabajo, pero estaba nervioso. Sabía que estaba más que capacitado para el trabajo, pero estaba nervioso. Había leído, había estudiado, había observado, y aun así, seguía nervioso. Pero era su trabajo, y debía cumplir con sus compromisos, y sólo lo haría excelentemente. Cualquier cosa menos, sería vergonzoso. Escuchó pasos acercándose. Respiró hondo, se puso de pie, y se acercó a la puerta. -Bon Jour, Monsieur Ministre. Nous sommes très heureux de vous avoir ici, à l’Ambassade Colombien aujourd’hui -le dijo al señor bajito que se avecinaba. Así comenzó la primera entrevista del nuevo embajador de Colombia en Francia.
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Segundo lugar
Mi cumpleaños Simón Murillo Melo, 16 años Colegio San Ignacio Inspirado en la pregunta: ¿Cómo puede el cambio climático afectar nuestros litorales?
El día de mi cumpleaños número once insistieron en llevarme a dar un paseo por la costa. Normalmente mi salud no me lo permitiría, pero aquel día amanecí con algo más de color en las mejillas y mi madre insistió. A mi pesar, pues nunca he disfrutado de la naturaleza, ni siquiera cuando tengo suficientes energías para un paseo a caballo o una ida a la ciudad. Partimos a la primera hora de la mañana en los pasofinos de papá. El paisaje se mostraba gris y muerto en contraste con el sol que apenas levantándose se veía ya fiero. Cabalgaba al lado de un primo mío, mucho más extrovertido y efusivo que yo, que suelo ser reservado. Pronto se cansó de mi conversación de monosílabos y galopó hacia el horizonte. Justo al partir se acercó una tía que me entregó un paquete de seda amarrado con un moño fosforescente. Le di las gracias con una sonrisa rígida y apresuré el paso. A pesar de lo irritante de mi compañía, me sentía inexplicablemente feliz. Algo en el cercano olor del mar y el viento me excitaba. Cuando por fin se divisó en el horizonte la gran masa de agua, apresuré al caballo, para sorpresa de mi padre y la preocupación de mi madre. Sobre la costa se alzaba un pueblo minúsculo, de no - 14 -
más de treinta casas, pero que lograba verse tremendamente acogedor para viajeros cansados como nosotros. Decidimos pasar el día en la playa, y por primera vez tuve la fuerza de acompañar a mi primo en el mar. ¿Acaso será esta tierra el hogar donde podré librarme de las cadenas de la enfermedad y ser feliz? ¿De dónde venía esta fuerza? A la hora del almuerzo nos acercamos a una posada local. Las calles estaban desiertas y no parecía haber ningún comercio en el pueblo, aparte del hotel que era grande, cómodo y hasta lujoso. Semejantes características no son usuales en pueblos perdidos en la costa inglesa, pero, tomándolo como una excentricidad local y alejando cualquier sospecha de nuestras cabezas, entramos. Nos recibió una señora regordeta de pelo corto con una amplia sonrisa. Viendo su alegría y la de todos como un reflejo de la mía, le sonreí de regreso y pedí el plato más grande que tuvieran en el menú. Cuando me lo comí todo, mi mamá no creía lo que veían sus ojos, y mi padre me daba palmadas en la espalda y me miraba con orgullo. Pasé el resto del día jugando con mi primo que recibía con optimismo mi cambio de actitud. Yo mismo estaba cada vez más sorprendido por sentirme más saludable de lo que jamás tenía memoria. Pareciera que el mundo se me abría a una adolescencia activa y saludable, como mi padre tanto esperaba. Al caer la noche nos acostamos todos. La noche era fresca y nos cobijaba como una sábana. Antes de dormirme pensé en el pueblo que me había hecho feliz y en su único habitante, la amable - 15 -
gordita del hotel. Oré por ella y por el pueblo, y en medio del padrenuestro caí dormido. Debían de ser alrededor de las tres de la mañana cuando desperté. Mis pies se habían enfriado y los arropé con la cobija, sin efecto. Al mirar hacia abajo pude ver con incredulidad cómo la cama se había empezado a inundar. Ahora era una balsa que navegaba por la habitación, que ahora se revelaba a mis ojos como desprovista de cualquier otro mobiliario. Aterrorizado, salí nadando de la habitación. Los cadáveres de mi padre, mi madre, mi primo alegre y mi tía de regalos fosforescentes navegaban a la deriva. Yo vadeaba entre sus cuerpos todavía calientes, aterrorizado y con bilis en la boca. Grande fue mi sorpresa cuando vi que la marea nos había sumergido totalmente, y yo, por haber ocupado las habitaciones superiores del hotel, había sobrevivido. Me aferré a un tejado cercano y lloré. Entre lágrimas vislumbré a la distancia la figura de la señora regordeta sentada en una silla de playa sobre un risco que daba al pueblo. Llevaba unos binoculares en una mano, y en la otra, una pala de enterrador. Parecía saludarme con la mano.
Mención de honor
El arte es un cuento Camila Duque Pineda, 13 años Colegio Columbus School Inspirado en la pregunta: ¿Cómo cuentan sus historias los artistas? - 16 -
Bueno, pónganse cómodos para escuchar una historia que para algunos es una mentira, una alucinación, pero para mí fue una experiencia bastante extraña que cambió drásticamente mi punto de vista hacia el arte. La señora Martha era una mujer bastante exótica y veía en todo algo artístico. Es más, su casa parecía un museo. Tenía todo tipos de retratos, esculturas, discos, fotografías. Para mí que la señora tenía algún tipo de trauma o sueño frustrado relacionado con el arte. Además vestía los atuendos más extraños que podían existir. Pobrecita, de verdad que no sabía nada sobre combinar colores. Según ella eran los colores de su alma plasmados en la tela de sus excéntricos ropajes. Ya le estaba echando culpas a otro por su falta de estilo, y si hubiera sido cierto lo de los colores de su alma, necesitaba urgentemente que un espíritu asesor de imagen la poseyera. Bueno, todo comenzó la tarde en que me ofrecí a cuidar los siete gatos de la señora Martha, mientras ella iba a una exposición de arte surrealista. No era un trabajo difícil ya que los mininos dormían todo el día, así que empecé a pasearme discretamente por su extraña casa. “Sinceramente, no sé qué le ve esta señora al arte; es un trabajo para perdedores sin esperanzas”, me dije a mí misma. De repente se escuchó un ruido estruendoso en toda la casa. Subí las escaleras rápidamente para ver si alguno de los gatos había hecho algún desastre, pero no encontré más que a siete felinos, uno encima del otro, roncando armoniosamente. Otro fuerte sonido hizo retumbar el suelo y me caí. Oscuridad. No veía absolutamente nada, pero sí sentía el suelo frío bajo mis brazos. Al cabo de un rato pude abrir los ojos, pero, ¿dónde estaba? Era un cuarto bastante aterrador y oscuro. Lo único que se escuchaba era un constante tic toc. - 17 -
Me senté retomando la consciencia, pero justo cuando me paré algo chocó contra la ventana. Aterrada corrí hacia la puerta y traté de abrirla, pero fue en vano; no había poder humano en este mundo que pudiera abrirla. Y como si el dolor de cabeza ya no hubiera sido suficiente, un cuadro cayó de la nada y de nuevo mis ojos se cerraron a la oscuridad. Al despertar sentí un cosquilleo en mi cara, y lo más extraño es que había un raro señor en frente mío, un señor que se me hacía curiosamente conocido. Al cabo de un rato vi que este señor tomó una pintura y sumergió su pincel en ella y llevó el pincel a mi cara. Traté de gritar y derribar el pincel, pero no pude, no me podía mover. Me di cuenta que yo era parte de un lienzo. Sí, ya lo sé, suena bastante extraño, pero eso no era lo más peculiar. El señor que estaba enfrente mío era el mismísimo Leonardo da Vinci. Movía el pincel tan agraciadamente que cualquier sentimiento lo plasmaba en mí, digo, en el lienzo; bueno, la verdad es que no había mucha diferencia. Mientras más movía el pincel, más conexión sentía yo con su alma y sus sentimientos. Al cabo de unos minutos, da Vinci soltó el pincel y se marchó. Cerré mis ojos por un momento, pero al abrirlos estaba en otro lugar totalmente diferente; todo estaba a blanco y negro. Esta vez no estaba sola, había mucha gente que se movía rápidamente. Traté de preguntarle a una de las señoras que estaba a mi lado dónde estaba, pero ni una palabra salió de mi boca. De un momento a otro me percaté de que íbamos en un cohete directo al ojo de la Luna. Sí, a mí también me pareció extraño el hecho de que la Luna tuviera ojos. Cuando llegamos a la Luna se sentía la magia y la alegría de la escena. ¡Escena, eso era! En ese instante me di cuenta que estaba - 18 -
en una de las primeras películas creadas. Estaba en Viaje a la Luna de George Méliès. ¡Yo hacía parte de toda la fantasía e imaginación presentada al público! A través de mí, el cineasta expresaba lo que le quería transmitir al espectador. Con la emoción de estar apareciendo en una película me tropecé y caí. Caía al espacio, pero mientras gritaba (silenciosamente) asustada me acordé de que la gravedad no afectaba el espacio de la manera en que afectaba a la Tierra así que me elevé; mi cuerpo flotaba y subía. Por un segundo mis ojos se cerraron, pero al abrirlos estaba bailando con alguien. Él estaba cantando, bailando y tenía un estilizado copete negro. ¡Elvis Presley! Sí, no había duda de que yo estaba danzando con él. Sus tonadas alegres me hacían sonreír mientras movíamos nuestros pies con mucha gracia. Sus canciones narraban entretenidas historias rítmicamente. Elvis me tomó de la cintura y me lanzó al aire. ¿Qué creen? Mi querida amiga la gravedad me atrajo de nuevo al piso. Abrí mis ojos lentamente y me encontraba en un sofá con siete gatos encima. ¿Que si fue un sueño? No lo sé. Jamás volví a ver el cuarto oscuro en dónde todo comenzó, pero con el chichón que tenía en la cabeza nunca se me iba a olvidar lo ocurrido. Realidad o no, nunca lo supe, pero al ver todo lo que podían transmitir estos artistas a través de sus obras, nunca jamás volví a pensar en el arte de la misma manera.
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