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1 de Julio de 1974. Fallecimiento de Juan Domingo Perón

Por Dr. Martín Salvadé

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A 46 años de la partida de Juan Domingo Perón, "el General", como cariñosamente lo llamamos muchos, el pueblo peronista aún lo llora y lo recuerda. Fue Perón, el inobjetable constructor del movimiento más importante y reivindicatorio de la Argentina. Fue quien devolvió la dignidad a millones de trabajadores y humildes de nuestra Patria, quienes se encontraban desde siempre relegados a la pobreza y al oprobio de tantas y tantas privaciones. Fue El, quien en materia de derechos, colocó a los trabajadores en el mismo lugar que los patrones, y quien les devolvió a los pobres la dignidad de aspirar a los mismos lugares a los que solo aspiraban los ricos. A casi medio siglo de la muerte del General, y con toda el agua (y la sangre) que ha corrido bajo el puente, su fuerte recuerdo nos interpela, al igual que en vida, a pensar y repensar que país queremos. ¿Qué país queremos?... Un país donde el capital especulativo y los intereses financieros pongan de rodillas a millones y millones de argentinas y argentinos? O todo lo contrario? Pues la verdad, es que los peronistas, queremos todo lo contrario. Queremos un país donde flameen las tres banderas peronistas, en lo más alto y con todo el orgullo posible, Soberanía Política, Independencia Económica y Justicia Social. Debemos, porque así hemos aprendido con el ejemplo de Perón, trabajar por un país más justo, más igualitario, con todos, para todos. Donde los trabajadores sean dignos engranajes de la recuperación y de la potenciación nacional. Donde los trabajadores sean protagonistas del resurgir invencible de nuestra nación. Donde primero esté la Patria, luego el movimiento y finalmente los nombres. Donde para un argentino, no haya nada mejor que otro argentino. En definitiva, a 46 años de su partida, recordamos cariñosamente a nuestro gran conductor y es imperioso que sigamos aprendiendo de él. Lo cierto es que las enseñanzas del General, están más vigentes que nunca y desde lo profundo del corazón de millones de argentinos y argentinas (donde aún vive y vivirá) nos guía firme y dignamente en el avance hacia una sociedad más justa, más libre y más soberana. En fin, hacia una sociedad peronista.

Por Juan Fernando Trcka

Nosotros, lo nuestro.

El problema no es que se levanten los ramales y se echen abajo las estaciones, los puentes y los talleres. El problema es perder la especialidad de ferroviario y todo el conocimiento que ello implica.

Juan Carlos Cena, citado de memoria.

¿Cuál será la cabeza que concibió la necesidad? ¿Y la pluma que trazó el primer bosquejo? ¿Y la mano que clavó la primera estaca? ¿Y la pala que se hendió en este solar aún virgen de industrias? ¿El primer ladrillo asentado en argamasa? ¿El primer riel en altura para puente grúa? ¿El grito inicial para izar?

Era una ciudad con latido propio.

Talleres Córdoba, tenía calles y una población políglota en la que lo único en común era la dedicación a hacer cada uno bien su trabajo, su especialidad. Como engranajes de un intrincado sistema. Después venían la familia y la actividad social. El club, la asociación, los picnics multitudinarios de sus respectivas colectividades o grupos vecinales. Esto era el merecido premio a aquello, era el fruto esperado de aquel árbol.

Cuando decidieron trasladar aquí los Talleres, lo primero que debió hacerse fue cavar el pozo para la disponibilidad de agua. Inmediatamente erigieron la caldera, que además de vapor producía electricidad mediante el aprovechamiento de su fuerza motriz. Al sistema cloacal y de desagües pluviales siguieron el resto de edificaciones. Con el tiempo fue proveyéndose de fundición, taller de tratamientos térmicos. Una serie de tres nuevas calderas. Luego vino una usina mucho más grande –esto atendiendo que el vapor cedía paso a la electricidad–, con una potencia instalada de 9,15 megavatios. La planta de generación de oxígeno producía el tipo clínico. Un sector de vulcanizado, donde se fabricaban todo tipo de piezas de excelente calidad, brindaba elementos esenciales tanto para los motores diesel, como para las instalaciones. Desde esa época –y hasta un momento que ya citaremos con todas sus letras–, esta ciudad no paró paraba de crecer.

Así las cosas, se podían contar: agua, generación de energía y fabricación de elementos básicos lo cual le daba autonomía frente al desafío de producir para que sus 5.000 operarios, entre quienes se contaban torneros, mecánicos de motores diesel y motores nafteros, mecánicos de mantenimiento, caldereros, soldadores de todo tipo, pintores, pintores de obras, albañiles, plomeros, electricistas de locomotoras, electricistas de instalaciones fijas, electromecánicos, carpinteros, grueros, relojeros, serenos, oficinistas administrativos, oficinistas de contabilidad, médicos, enfermeros, contadores, choferes y aprendices de las distintas especialidades, pero todos ferroviarios. Todos aportando lo suyo para mover el que fuera en el mundo entero el sistema más poderoso de transporte terrestre de la historia: el ferrocarril.

Este conjunto fue sobre rieles, valga la alusión, hasta que en 1961 hubo que cargar –como ocurre con todo país neocolonial, que paga los gastos de fiestas ajenas– con la crisis automotriz de Estados Unidos. Como si de un premio se tratase, el teniente general Thomas Bernard Larkin trajo, por orden del Banco Mundial, su polémico plan para reemplazar el transporte ferroviario con el automotor, y en cuyo marco se trazaron las carreteras paralelas a las vías. Plan que generó cierre de ramales y despido de miles de trabajadores y empleados. Como una burla cruel, que sin embargo no sirve de nada, este militar norteamericano falleció un 17 de octubre, siete años después de su malévolo plan.

Verdad es que no fue tomado así nada más, dicho descalabro. Hubo una huelga de cuarenta días (Huelga Grande, la llamaban los viejos compañeros, sin dejar de enderezar un poco la espalda), que fue desde el 30 de octubre al 10 de diciembre de aquel 1961. Hubo un trabajador, comunista, que consiguió bolsas de papas para repartir entre los reclamantes. Era el padre del ingeniero Edgardo Moya, Jefe de Talleres a comienzo de los ’80. También había actos de solidaridad entre los comerciantes del sector que fiaban sin apuro, y cada quien aportaba un cabal granito de arena: por ejemplo si había un compañero peluquero arrimaba su oficio a los jefes de familia y a los hijos de éstos, comprometidos en la medida de fuerza. Lo mismo ocurría con las distintas especialidades a que se dedicaba cada quien. Uno de los lados oscuros de tan importante hecho, fue el de los militares que, asistidos por carneros, manejaron locomotoras haciendo daño irreparable a muchas unidades.

Este plan fue el verdadero disparo al corazón del sistema ferroviario, de la mano de desarrollistas (dicho esto para saber a qué atenernos cuando leamos tal título) del gobierno de Arturo Frondizi.

A la masacre perpetrada por los elucubradores de esa larga noche que comenzara el 24 de Marzo de 1976, debemos también sumar la tarea de Martínez de Hoz, con quita de servicios y el consabido cierre de ramales y talleres (esa herida aún abierta que significa la clausura de los Talleres de Cruz del Eje). Muy curiosamente en la segunda mitad del año 1981 apareció por televisión una propaganda promocionando al tren. La misma decía: “Antes, donde yo paraba, nacía un pueblo. Ahora, algo está cambiando”. Poco después, los militares volvieron a su sitio, de donde nunca debieron salir.

Ya con Alfonsín se comenzó a hablar de privatizaciones con la previsible merma de personal y servicios, pero debido a su poca popularidad entre los gremialistas no prosperó su idea.

Lo de Menem y su “Ramal que para, ramal que se cierra”, ya era el tiro de gracia. O no tanto. Si bien fue famosa la política de achicamiento del estado (mengua muy relativa por cierto, puesto que tal acción se hizo desde el mismísimo gobierno nacional y se premiaba con jugosos subsidios a quienes tomaban los servicios, a la sazón empresarios particulares). Esto en tanto dar empleo y aportes sociales, porque hubo muchos empresarios nacionales y extranjeros beneficiados con la concesión de servicios generosamente subvencionados por el gobierno federal. Servicios estos que enseguida comenzaron a hacer agua por todos lados, pero claro, con la prensa cómplice, como siempre, en aquella oportunidad también victimizó al poderoso y criminalizó al necesitado. Es decir: era más plata en subsidios con la que tanto alarde hacía la doña Rosa de Nuestadt, pero repartida en poquísimas manos. Ya no había 100.000 sueldos (entiéndase: 100.000 familias beneficiadas con una vida medianamente digna económica y socialmente), sino unos pocos empresarios pagando sueldos miserables, permitidos por la necesidad debida a la falta de empleo. Y ahí andábamos los Quijotes, los defensores del camino de acero, en rondas de amigos o reuniones familiares. Como sombras, siluetas contra los fuegos fatuos de los festejos de posmodernos, que no demorarían en masticar la arena de la realidad en diciembre de 2001.

Hoy en día es imposible encontrar un servicio verdadero y serio de pasajeros que una dos ciudades medianamente distantes, al sur del Río Bravo. Eso es sólo para los gringos del norte, los europeos o los japoneses, donde el tren sobrevivió a la destrucción íntegra de sus ramales, durante la Segunda Guerra Mundial, donde no sólo se los reconstruyó desde cero prácticamente, sino que siguieron apostando a su progreso, siendo en la actualidad los más mordernos del mundo, estatales en muchos casos y cuyo servicio supera en comodidad y practicidad a los aéreos.

Que las cosas vuelvan a ser lo que eran, que el ferrocarril vuelva a ser lo que era, depende en gran parte del Estado y el Estado depende del gobierno de turno, y cuando los gobiernos hacen lo que quieren por sobre el pueblo, dicen: fue la voluntad popular, o de la gente, dependiendo del partido de gobierno. Tal parece que no quisieran más que servicios de pasajeros que son como juegos de parque de diversiones para nostálgicos.

Cuando brevemente les regresó aquel Tren de las Sierras, la gente de Cruz del Eje lo advirtió con absoluta certeza, claridad y derecho: “Esto no es lo que nos quitaron”(1).

(1)Tomado de la entrañable película “Ferroviarios. Memoria de Acero de Una Ciudad Sin Tren”, de Verónica Rocha.

“Nadie se salva solo”.

Alberto Fernandez

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