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REPENSAR EL LIDERAZGO
por Guillermo Vega Zaragoza
Vale la pena abrir un espacio de reflexión profunda para encontrar nuevos perfiles de liderazgo, basados en los valores del presente y el aprendizaje de experiencias pasadas.
Para nadie es un secreto que vivimos una crisis de liderazgo en todos los niveles: familiar, religioso, educativo, empresarial, social, cultural, político. El concepto mismo de liderazgo se ha desgastado y en ocasiones no parece significar mucho cuando se recurre a él. ¿Liderazgo, para qué, para quiénes?
El liderazgo implica una serie de aptitudes que no se dan en maceta ni se compran en el supermercado. Esos talentos se descubren, se cultivan y se ejercen desde una edad temprana y en los ámbitos de convivencia social más inmediatos, como la familia, la escuela y la comunidad vecinal. En estos espacios se desarrollan lo que podríamos llamar microliderazgos, que sientan las bases para formar líderes en esferas más amplias, como la política, la social y la empresarial.
Los primeros líderes naturales a los que nos enfrentamos en la vida son los padres. Con su acción y ejemplo, nos inculcan valores y conductas que determinan nuestro comportamiento en la interacción social. Lamentablemente, por las circunstancias de la vida moderna en las urbes, los padres o tutores no guían adecuadamente el destino de las familias, ya sea por ausencia o negligencia, sino que en muchos casos delegan la formación de los niños y jóvenes al sistema escolar, en el que los maestros tienen que asumir responsabilidades que no les corresponden.
Así, las escuelas se convierten en inmensas guarderías, incluso para adolescentes y casi adultos, y las generaciones más recientes han crecido con ejemplos y figuras de liderazgo y autoridad disfuncionales y rebasadas.
En otras épocas, los líderes de las comunidades eran los maestros y los ministros religiosos. Ya después venía la autoridad, la policía y el servidor público, a los que todavía se les tenía alguna consideración. A esas figuras se acudía para encauzar las soluciones a los problemas comunitarios. Todo esto se ha perdido. Quizás en algunas poblaciones rurales aún subsisten resabios de ello, pero son cada vez menos.
Aquí radica la importancia de las instituciones de educación superior para replantear esta formación de liderazgos. Tan sólo por haber logrado llegar a los niveles educativos más altos, los jóvenes están llamados a formar parte de la élite directiva de su familia, de sus comunidades, de su país y –¿por qué no?–, del mundo.
Para impulsar la formación de estos microliderazgos, las universidades podrían repensar el tipo de liderazgo que quieren inculcar en los estudiantes y dirigirlo hacia objetivos, digamos, más modestos, antes de pensar en la transformación social, la creación de empresas o la dominación mundial.
Habría que empezar a formar líderes de su propia vida, sus propias familias, sus propias comunidades, para así reforzar desde los cimientos un edificio social que a veces parece estar a punto del derrumbe.
Desde luego, este esfuerzo implica un replanteamiento importante de los objetivos, estructuras y recursos institucionales para integrar esta nueva misión. Se podría empezar con un par de horas a la semana dedicadas a esas actividades, hasta conformar programas más amplios y ambiciosos.
Algunas ideas al vuelo:
1. Organizar actividades culturales y de convivencia dirigidas específicamente a la familia de los estudiantes.
2. Que los jóvenes participen en proyectos de mejora y participación social de las colonias o barrios donde se encuentra la universidad.
3. Formar brigadas de orientación y apoyo sobre problemáticas sociales en temas de salud en conjunción con las autoridades respectivas.
4. Apoyar y asesorar microempresas en aspectos administrativos, fiscales y de mejoramiento de la productividad.
Algunas instituciones de educación ya tienen programas parecidos, pero debería haber más. Lo más importante es que las ideas específicas de estas iniciativas y su implementación surjan del entusiasmo y la creatividad de los estudiantes, y sean apoyadas y asesoradas por sus maestros.
Así, con la debida supervisión y guía de maestros y autoridades, los estudiantes se involucrarían más activamente con la realidad que los circunda, en la búsqueda de resolver problemas, en un principio pequeños si se quiere, pero significativos para su formación humana y de liderazgo, más allá de las actividades académicas.
¿Suena utópico? Sin duda. Pero por algo se tiene que empezar y las instituciones de educación superior pueden jugar un papel fundamental en esta tarea.
Guillermo Vega Zaragoza es escritor, periodista cultural y profesor. Es autor de una docena de libros de ensayo literario, cuento y poesía. Colabora cotidianamente en las principales revistas y suplementos culturales del país y ha impartido clases de comunicación y creación literaria en diversas instituciones de educación superior.
Chuma Montemayor es un artista visual mexicano nacido en Ciudad Victoria. Su trabajo parte de la idea de entender el arte como una ventana a la empatía y un espacio que puede movilizar las sensibilidades sociales para generar un cambio profundo. chuma.blog | Instagram @chuma.montemayor