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Safo

SAFO (Lesbos, 650/610-Léucade, 580 a. C.)

Mujeres bacanas

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Fuente:

https://www.google.com.bo/search?q=im%C3%A1genes+de+Safo&sxs rf=ALeKk021gHc0j2s3k6uawUFlVvYC71Qhcg Consultado Cbba., 15/agos/2021

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SAFO

Amadísima Diosa Afrodita, con el corazón en las manos te ruego ablandes tu corazón de piedra y me concedas el milagro de amar a Safo, la musa verde revolucionaria de mis desvelos, que me mire, que me ame, que me dé su corazón y solo entonces, viviré feliz, amando lo que más amo, dueña mía, reina mía y señora mía.

Celso Montaño Balderrama

Safo de Mitilene, Safo de Lesbos, para mis ojos Safo, cuántos hablan de ti como si no existieras o que, fueras mito, relación histórica lejana y olvidada poetisa griega entre los “nueve poetas líricos”. Musa de la Casa de las servidoras de las Musas Platón te llamó “la décima Musa”.

Reina mía, señora mía, dueña de mi ser a tus pies llego desde lejos, patria de mi amor, yo que por ti soy tierra, aire, agua, fuego, Safo diosa y musa verde revolucionaria, no puedo no gritarle al mundo que te amo y que decir mismo que te amo es poco porque te adoro de rodillas dueña mía.

Alceo, admira tu dulce sonrisa y tu blanca dentadura, llena de alabanzas tu negra y larga cabellera, yo de poco hablar y de dulce mirar y dulce decir, digo que tú eres todo amor y belleza, fuego devorador, toda la isla de Lesbos te alaba por tu hermosura,

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que no pocos se suicidan por tu singular belleza, y que no es mito, leyenda, decires o habladurías, no eres menos bella que la diosa Afrodita.

Cuenta la tradición filosófica y religiosa de la transmigración que reina en Egipto y Grecia, yo cuento que por ti fui pez, pájaro, Centauro, Orfeo, Zenón de Elea, Diógenes de Sinope y hoy, luz de Luna llena, por ti pienso no menos que Sócrates, Platón y Aristóteles, soñando con tus negros ojos y con tu negra cabellera, Musa verde revolucionaria que palpitas en mi corazón.

Con todo el derecho del mundo sueño contigo y me levanto cada mañana de lunes a domingo romántica, rebelde y censurada, para amarte cada vez más Safo, amas el arte, la filosofía, la cultura y la poesía, yo cuidador de La Casa de los Escritores Bolivianos, no menos que tú, leo libros, escribo poesía, promociono libros, motivo que las nuevas generaciones lean y escriban libros.

Diosa Safo, no menos bella que la diosa Afrodita, Creo en ti porque eres luz, arte, cultura, ciencia y filosofía, creo en ti como creo en la sangre que corre por mis venas, o en la niña de mis ojos que son espejo de tus pensamientos: “Lo que es bello es bueno, y lo que es bueno también llegará a ser bello”.

Es cierto: “En la cólera nada conviene más que el silencio”. Además, me dices: “Os aseguro que alguien se acordará de nosotras en el futuro”, que valga para los que te queremos.

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HIMNO A AFRODITA

Safo de Mitiline

Inmortal celeste, de ornado trono, dolotrenzadora, Afrodita, atiende: no atormentes más con pesar y angustias mi alma, señora, sino ven aquí, si mi voz de lejos otra vez oíste y me escuchaste y dejando atrás la dorada casa patria viniste, tras uncir el carro: gorriones lindos a la negra tierra tiraban prestos con sus fuertes alas batiendo el aire desde los cielos.

Y llegaron pronto, y tú, dichosa, con divino rostro me sonreías preguntando qué me pasaba, a qué otra vez te llamaba y que qué prefiero que en mi alma loca me suceda ahora: “¿A quién deseas que a tu amor yo lleve? Ay dime, Safo, ¿quién te hace daño?”

Pues, si huyó de ti, pronto irá a buscarte; si aceptar no quiso, dará regalos; te amará bien pronto, si no te ama, aun sin quererlo.

Ven también ahora y de amargas penas líbrame, y otorga lo que mi alma

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ver cumplido ansía, y en esta guerra, sé mi aliada.

¡Oh, tú en cien tronos Afrodita reina, hija de Zeus, inmortal, dolosa: No me acongojes con pesar y sexo ruégote, Cipria!

Antes acude como en otros días, mi voz oyendo y mi encendido ruego; por mi dejaste la del padre Zeus alta morada.

El áureo carro que veloces llevan lindos gorriones, sacudiendo el ala, al negro suelo, desde el éter puro raudo bajaba.

Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante te sonreías: ¿Para qué me llamas? ¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces hora? —me preguntabas—

¿Arde de nuevo el corazón inquieto? ¿A quién pretendes enredar en suave ¿Lazo de amores? ¿Quién tu red evita, ¿Mísera Safo?

Que, si te huye, tornará a tus brazos, y más propicio ofrecerte dones, y cuando esquives el ardiente beso, querrá besarte.

Ven, pues, ¡Oh diosa! y mis anhelos cumple,

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liberta el alma de su dura pena; cual protectora, en la batalla lidia siempre a mi lado.

Fuente: Editorial Mondadori. Traducción de Juan Manuel Rodríguez Tobal

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CONSIDERACIONES BIOGRÁFICAS Y CONTEXTUALES

A continuación, con el debido respeto recojo el texto biográfico y literario que sigue, porque me parece de singular importancia, con fines enteramente gratuitos.

Cuando Peter Green (1996: 256-257), hace con la vida de Safo una interesante novela histórica ambientada en el mundo clásico, pone en boca de la poeta la siguiente descripción de su “Casa de las Musas”: “Pronto tendré que dar cuenta –para satisfacerme a mí misma al igual que a futuras generaciones curiosas- del grupo, círculo, salón, centro artístico (¿cómo debería llamarlo una?) que llegó a ser conocido, un poco irónicamente, como la “Casa de las Musas”, y que durante casi dos décadas gozó, bajo mi dirección, de una notable reputación que alcanzó trascendencia internacional. Pero por su carácter degeneró siempre en controversia; y, sólo tres años después de su disolución, ya se está convirtiendo rápidamente en un mito.

O, más bien, como cabía esperar, en dos mitos en conflicto. Por un lado, está el establecimiento descrito por mis más fervientes admiradores, celosos de lo que consideran una calumnia a mi carácter, ávidos de idealizar el pasado. Su Casa de las Musas está entre un salón de filosofía y una escuela particular de educación social para señoritas, y yo, la maestra brillante y exigente a los pies de la cual se sentaban chicas venidas de tan lejos como Salamina o Panfilia para ser instruidas en poesías y modelos elegantes, quizá incluso, como Erina y Damófila, para atrapar la chispa de mi inspiración y convertirse ellas mismas en poetisas. Algunos incluso se han atrevido a describirme como una sacerdotisa de Afrodita: el propósito, sin duda alguna, era enfatizar mi castidad y mi devoción por las cuestiones religiosas, pero –como cabía esperar- personas menos caritativas criticaron la expresión y le dieron una interpretación muy distinta.

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Según ellas mi Casa de las Musas era poco más que un burdel de clase alta, en el que las únicas artes que se enseñaban eran las de las cortesanas; y yo, monstruo sexualmente insaciable, que seducía a la mayoría de mis seguidoras, haciendo la vista gorda, o incluso proporcionándoles yo misma a sus amantes varones (cuyas atenciones compartía luego), e infligiendo un indecoroso abuso público a miembros de un grupo rival similar cuando tramaban persuadir a una de mis preferidas para que me abandonara. Además, se suponía que yo obtenía de este tráfico un muy sustancioso beneficio económico.

Ni qué decir que estos dos mitos (al igual que las facciones contrarias que los propalaban) reflejan, de manera inequívoca, las rivalidades políticas y sociales que han desgarrado nuestra infeliz ciudad a lo largo de mi vida. La Casa de las Musas se creó, especialmente, por y para la vieja aristocracia, cuyos ideales defendía con firme adhesión, y con cuyo apoyo contaba, por tanto. (…) No fui consciente, en ningún momento, de ser una figura política en el verdadero sentido de la palabra; la Casa de las Musas existía simple y llanamente porque me gustaba y, últimamente, porque se constituyó en una muy necesitada fuente de ingresos. Por lo que se refiere al estilo de vida que yo exponía, no era nada más que mi patrimonio natural: hablaba por mí misma y, al hacerlo, me convertí, sin darme cuenta, en un símbolo público de la clase que me había criado.

¿Cuánta verdad había en cada uno de estos dos mitos? Sería tentador aceptar la versión divulgada por mis amigos: después de todo, ya la he aceptado tácitamente en la mayor parte de lo que he escrito. Pero unos subterfugios tan pobres son para los vivos, que aún son vulnerables. En el Hades no hay, imagino yo, mucha turbación”.

Fuente: Fragmento: “Safo e Isócrates. Dos modelos para la formación de los jóvenes en la Grecia clásica”.

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