GUÍA DE LECTURA

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GUÍA DE LECTURA DEL VIAJERO DEL SIGLO A LAS ESCRITORAS ROMÁNTICAS

UNIVERSIDAD POPULAR DE PALENCIA CURSO ENCUENTROS EN LA LITERARURA


GUÍA DE LECTURA Del viajero del siglo a las escritoras románticas

CURSO ENCUENTROS EN LA LITERARURA Índice

1. INTRODUCCIÓN, 3 1.1 Objetivos de la Guía de Lectura, 4 1.2 Relación de Personas participantes en el Curso Encuentros en la Literatura, 5 2. EL VIAJERO DEL SIGLO, 6 2.1 Andrés Neuman, el autor, 6 2.2 Discurso de Andrés Neuman cuando recibió el Premio Alfaguara de novela, 9 2.3 Análisis de la novela, 13 2.3.1 Temas, 16 2.3.2 Estructura, 18 2.3.3 Personajes – Cartas escritas por las personas que participan en el curso, 20 2.3.4 Extractos del libro que hemos destacado, 28 2.3.5 Crónicas periodísticas decimonónicas escritas por los miembros del grupo, 33 3. EJERCICIOS DE CREACIÓN LITERARIA, 40 3.1 Tertulia Romántica, 40 3.2 Tertulia actual, 52 4. DEL VIAJERO DEL SIGLO A LAS ESCRITORAS ROMÁNTICAS, 61 4.1 4.2 4.3 4.4 4.5 4.6 4.7

Las Románticas. Las escritoras en el periodo romántico, 61 Carolina Coronado, 66 Gertrudis Gómez de Avellaneda, 68 Cecilia Böhl de Faber, Fernán Caballero, 71 Escritoras del s. XVIII, principios del s. XIX, 74 Otras escritoras románticas, 83 En busca de genealogía femenina: Safo en las poetas románticas españolas, 96

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1. Introducción La presente Guía de Lectura es el resultado del trabajo realizado desde el Curso Encuentros en la Literatura. En el periodo lectivo 2011 – 2012 nos hemos planteado trabajar a partir de grandes obras literarias e interrogar al periodo histórico al que aluden o en el que fueron escritas. Esta es la referencia que hacíamos del Programa en nuestro blog, un blog que permite seguir el curso de forma virtual y en el que se cuelgan nuestros ejercicios de creación literaria, artículos de interés o enlaces a páginas relacionadas con la materia que se está desarrollando en el aula. Nuestra dirección es: http://uppencuentrosenlaliteratura.blogspot.com

La buena letra "Lo mejor que me ha pasado en la vida ha sido aprender a leer" Mario Vargas Llosa

La buena letra, así se titula el libro de Rafael Chirbes considerado una pequeña obra maestra. Joyas de la Literatura, libros buenos, bien escritos, obras originales, novedosas, innovadoras e interesantes. Obras perdurables. A esto vamos a dedicar nuestro Curso de Encuentros, a leer, a compartir y analizar buenas letras de la Literatura Universal, de diversas nacionalidades y, con esta disculpa, profundizaremos en la corriente a la que pertenecen, la corriente que inauguran o perpetúan y su efecto sobre otras obras, experimentando con las claves más significativas de la Literatura Comparada. No olvidaremos, un año más, tomar nuestra propia pluma para llevar al papel nuestras creaciones.

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1.1 Objetivos de la Guía de Lectura -

Analizar la obra literaria de Andrés Neuman, el viajero del siglo. Realizar una análisis tanto de los aspectos propiamente literarios (estructura, lenguaje, etc.) como de los contenidos que aporta la obra.

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Poner en valor las obras literarias escritas por mujeres a través del estudio e investigación de la vida y el conocimiento de la obra de las escritoras románticas españolas.

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Realizar actividades de confrontación, comparación, análisis y síntesis de las diversas lecturas propuestas en el aula tal y como han sido vividas por cada participante.

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Potenciar la imaginación bajo sus dos formas: la imaginación concreta que permite a palabras y frases transformarse en imágenes mentales, y la capacidad de inventar, manipular, de crear, recrear y reescribir (desarrollo de los recursos creativos).

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Realizar ejercicios de creación literaria que permitan que las personas participantes en el curso puedan “decir su palabra”. Uno de los ejes de nuestro curso es la Creación Literaria, entendiendo ésta como:  La capacidad para concebir la Literatura como un placer.  El desarrollo de la creatividad.  La capacidad de expresarnos y comunicarnos a través de la palabra, de nuestra palabra. Se sugieren temas para que la gente escriba relatos que luego se leen en el grupo. Así mismo, se analizan contenidos teóricos, se realizan críticas literarias. Realizamos trabajos en grupos, por parejas, a través de distintas dinámicas que permiten el protagonismo del grupo.

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1.2 Relación de Personas participantes en el Curso Encuentros en la Literatura PROFESORA: Mª Concepción LOBEJÓN SÁNCHEZ PERSONAS PARTICIPANTES: Mª Jesús DEL AMO PÉREZ Pilar BAÑOS LOPEZ Ana BLANCO CASTRO Eloísa DE LOS BUEYS OLIVARES Paloma CALLE ARES Araceli CAÑAS URBON Luis Fernando GARCIA CHAMORRO Carlos DELGADO FERNÁNDEZ Esther DURÁNTEZ CAMINERO María Dolores ESGUEVILLAS SALAS Mª de los Ángeles FOMBELLIDA CABEZUDO Mª Begoña GAGO JUNOUERA José Antonio GIL DE LA VEGA Begoña GONZÁLEZ MONGE Mª Sagrario HERNÁNDEZ SÁNCHEZ María HOYOS MARCOS Mª Teresa LOBERA PORTILLO Mª Teresa LOZANO CALLEJA Benita MELERO GONZÁLEZ Mercedes OLIVA FERNANDEZ Justina PAREDES PÉREZ Luis Fernando PINAR PEÑAGARICANO Mª Antonia PONCIO VALÍN José María PORRAS ALONSO María Pilar RODRÍGUEZ BURÓN Elena VERDEJA MEDIAVILLA

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2. El viajero del siglo 2.1 Andrés Neuman, el autor

Andrés Neuman nació en 1977 en Buenos Aires, ciudad donde pasó su infancia. Hijo de músicos argentinos emigrados, terminó de crecer en Granada, en cuya Universidad fue profesor de literatura hispanoamericana. Actualmente es columnista en la Revista Ñ del diario Clarín (Argentina) y el suplemento cultural del diario ABC (España). Escribe regularmente en su blog Microrréplicas, considerado uno de los mejores blogs literarios en español según una encuesta de El Cultural de El Mundo. Mediante una votación convocada por el Hay Festival, formó parte de la lista Bogotá-39 entre los nuevos autores más destacados de Latinoamérica. Más tarde fue seleccionado por la revista británica Granta entre Los 22 mejores narradores jóvenes en español. A los 22 años publicó su primera novela, Bariloche (Anagrama, 1999, reeditada en bolsillo en 2008), que fue Finalista del Premio Herralde y elegida entre las revelaciones del año por El Cultural. Sus siguientes novelas fueron La vida en las ventanas (Espasa, 2002), la autoficción familiar Una vez Argentina (Anagrama, 2003, nuevamente Finalista del Premio Herralde) y El viajero del siglo (Alfaguara, 2009), que obtuvo el Premio Alfaguara, el Premio Tormenta y el Premio de la Crítica, otorgado por la Asociación Española de Críticos Literarios. Esta novela fue votada entre las 5 mejores del año en lengua española por los críticos de El País y El Mundo, figuró entre los libros del año en los principales diarios holandeses, NRC Handelsblad y De Volkskrant, y quedó finalista del Premio Rómulo Gallegos. Traducida a 10 lenguas, actualmente está siendo publicada en Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Italia, Brasil, China, Holanda, Polonia, Egipto, Portugal y Eslovenia. Es también autor de los libros de cuentos El que espera (Anagrama, 2000), El último minuto (Espasa, 2001, reeditado por Páginas de Espuma, 2007), Alumbramiento (Páginas de Espuma, 2006) y Hacerse el muerto (Páginas de Espuma, 2011). El volumen El fin de la lectura (Estruendomudo, Lima; y Cuneta, Santiago de Chile, 2011) recopila una selección de sus relatos. Neuman ha desarrollado una intensa labor de estudio y divulgación de la narrativa breve. Sus Universidad Popular de Palencia. Encuentros en la Literatura 6


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libros de cuentos incluyen apéndices teóricos sobre el género y es el coordinador de Pequeñas Resistencias, serie de antologías sobre el cuento actual en lengua española (Páginas de Espuma, 2002-2010). Cabe destacar además su prólogo a los Cuentos de amor de locura y de muerte, de Horacio Quiroga (Menoscuarto, 2004). Como poeta ha publicado los poemarios Métodos de la noche (Hiperión, 1998), El jugador de billar (Pre-Textos, 2000), El tobogán (Hiperión, 2002, Premio Hiperión), La canción del antílope (Pre-Textos, 2003) y Mística abajo (Acantilado, 2008), así como la colección de haikus urbanos Gotas negras (Plurabelle, 2003, reeditado por Berenice, 2007) y los Sonetos del extraño (Cuadernos del Vigía, 2007). Todos los poemarios anteriores, revisados y con dos libros inéditos, fueron reunidos en el volumen Década. Poesía 1997-2007 (Acantilado, 2008). El librodisco Alguien al otro lado (La Veleta, Comares, 2011) ofrece una breve antología de sus poemas, musicados y cantados por Juan Trova. Sus poemarios más recientes son Patio de locos (Estruendomudo, Lima; Textofilia, México DF, 2011) y No sé por qué (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2011). Es, finalmente, autor del libro de aforismos y microensayos El equilibrista (Acantilado, 2005), del libro de viajes por Latinoamérica Cómo viajar sin ver (Alfaguara, 2010) y de una traducción del Viaje de invierno, de Wilhelm Müller (Acantilado, 2003). Sobre el autor y su obra se ha escrito: «Tocado por la gracia. Ningún buen lector dejará de percibir en sus páginas algo que sólo es dable encontrar en la alta literatura, aquella que escriben los poetas verdaderos. La literatura del siglo XXI pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre.» (Roberto Bolaño, Entre paréntesis) «Una soberana lección de narrativa comprometida con algunos dolores del mundo y con el rigor artístico. Conjuga el sentido de la narración con un criterio del lirismo punzante y conmovedor.» (J. Ernesto Ayala-Dip, El País) «Brillante y desenvuelto. Un escritor muy inteligente y dueño de un idioma preciso, centelleante. Neuman llega a la literatura con impulso propio, con energía personal y poderosa.» (Miguel García-Posada, Abc) «Hermosa y estremecida, llena de poesía y ternura. Un acierto completo.» (Ángel Basanta, El Mundo) «Nos encontramos ante un escritor de altura, de aquellos que pueden llegar a crear adicción.» (Nuria Martínez Deaño, La Razón) «Insólita madurez. El resultado es deslumbrante. Hay escritor y de los grandes.» (Andrés Magro, Diario 16) «Ha de ser una de las figuras de referencia. Dotado de la tradición argentina y española a la vez, y condenado a elaborar una obra única, una isla literaria.» (Vicente Luis Mora, Diario Córdoba) «Andrés Neuman es el hombre de letras por excelencia de la nueva generación.» (José Luis García Martín, El Cultural)

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«El más prometedor de los últimos años. Hay que leerlo.» (Luis Antonio de Villena, La Esfera) «Tanto su obra poética como narrativa poseen lucidez, concisión y apertura hacia nuevos mundos posibles, sin prescindir de lo cotidiano. Sin duda es uno de los autores más sobresalientes de su generación.» (Francisco Véjar, Revista Carajo, Chile) «Si alguien representa algo así como el horizonte de las letras hispanoamericanas, esa persona es Neuman.» (T. Pinto, The Clinic, Chile) «Maduro narrador que practica con igual maestría cuento, novela, aforismo y, sobre todo, el miniensayo.» (Mario Bellatin, Revista Damas chinas, México) «Remite a las fulguraciones de los maestros: bellas acrobacias desencadenadas por un mecanismo vertiginoso y perfecto.» (Raúl Brasca, La Nación, Argentina) «Divertido, inteligente, ágil, muy agudo. Una prosa exquisita que se combina con la sensibilidad de un escritor que gusta de sacudir las certezas y los encasillamientos.» (Susana Rosano, Clarín, Argentina) «Andrés Neuman ha demostrado su competencia (o su talento, si prefieren) desde la primera novela. Su narrativa impresionaba por el conocimiento que un escritor que estaba prácticamente en pañales exhibía sobre cuestiones normalmente ajenas a la juventud.» (Joca Reiners Terron, La Folha de Sao Paulo, Brasil) «Un talento de maestro del arte narrativo.» (José Riço Direitinho, Diario Público, Portugal) «Este joven argentino se confirma como uno de los más grandes autores en castellano de la actualidad.» (João Morales, Os Meus Livros, Portugal) «Confirma el talento de un escritor designado como una de las grandes promesas de la literatura hispana. Neuman demuestra que una novela importante implica algo más que contar bien una historia atractiva.» (Ger Groot, NRC Handelsblad, Holanda) «Por fin la literatura latinoamericana tiene su largamente esperada novela europea, con la misma ambición, erudición y vitalidad que novelas como Cien años de soledad y La casa verde. Neuman no es solo una noticia brillante para América latina, sino también para la literatura europea.» (Maarten Steenmeijer, De Volkskrant, Holanda) «A sus 33 años, Neuman multiplica el lenguaje literario y tiene el paso de un clásico.» (Daria Galateria, La Repubblica, Italia)

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2.2 Discurso de Andrés Neuman cuando recibió el Premio Alfaguara de novela Discurso de agradecimiento de Andrés Neuman, Premio Alfaguara de Novela Andrés Neuman ha recibido este martes el Premio Alfaguara de Novela, dotado con 175.000 dólares (unos 133.306 €) y una escultura de Martín Chirino, por El viajero del siglo. Neuman ha estructurado su discurso de agradecimiento, bajo el título "Ficticios, sincronizados y extraterrestres", en cinco epígrafes: de la música a la madre, de la madre al personaje, del personaje a la ficción y de la ficción a la Europa del SXIX. FICTICIOS, SINCRONIZADOS Y EXTRATERRESTRES Andrés Neuman 1. De la música a la madre En la casa de mi infancia había música. Mejor dicho, la casa era de música. Además de pasarse el día escuchándola, mis padres también la hacían. Vivían de hacer música, hacían de la música una vida. Mi madre tocaba el violín y mi padre, el oboe. Yo no tocaba nada, excepto las afinadas narices de ambos. Mi madre disfrutaba especialmente de la música de cámara. Y tocaba, escuchaba, hablaba con mi padre de Franz Schubert. En la casa sonaban las canciones de Schubert, sobre todo el maravilloso ciclo titulado Viaje de invierno. Aprendí de memoria esas canciones sin saber qué decían, qué personaje las cantaba. Algún tiempo después, tras convertirme en alguien no mucho más alto y fracasar gloriosamente en mis estudios de violín, descubrí qué contaban las canciones de Schubert. Supe que las letras pertenecían al poeta Wilhelm Müller, que a su vez pertenece al olvido. Y conocí al misterioso personaje del Viaje de invierno, que abandona su casa y empieza a caminar para saber adónde va. Un viajero con vocación extranjera, sin ganas de norte, que sólo se detiene frente a un viejo organillero. Al contemplarlo moviendo la manivela bajo la nieve, tan solitario y tan acompañado por su propia melodía, tan seguro de estar donde quiere, el viajero se pregunta si debería quedarse a cantar con el viejo. Pero la música de Schubert termina justo entonces. Algún tiempo después se me ocurrió contar el encuentro entre ambos, un viajero que huye del pasado y un organillero que sólo tiene presente, sin sospechar que de esa pequeña escena nacerían otros muchos personajes, una novela entera que nada tendría que ver con Schubert. Algún tiempo después empecé a escribir esa novela. Y algún tiempo después, en mitad de la escritura, mi madre enfermó, murió joven y su violín guardó silencio. Estuve muchas veces a punto de callar esa novela. Me preguntaba qué sentido tendría seguir contándola, tocándola, si mi madre ya no estaba con nosotros, si su música nos faltaba. Finalmente decidí que la manivela de aquella historia debía seguir girando, que mantener vivos a sus personajes era una forma de oponerse a la muerte, que hay mucho más amor en cantar que en callar. Escribir tiene algo de esperanza desesperada, de acto de fe terrenal. Como ese viajero que camina para averiguar adónde va, hoy siento que ya sé para qué seguí escribiendo: para poder dedicarle la novela a mi madre. Para poder llegar hasta estas palabras que la nombran y le dan las gracias. 2. De la madre al personaje La ceremonia de la vida se repite, se celebra cada vez que empezamos a leer o escribir una novela. Igual que la experiencia de la muerte se anticipa, se palpa a pequeña escala en cada novela que termina. Los transmisores de esas experiencias extremas son los personajes, que nos acompañan durante un trecho, nos enseñan y después nos dejan solos, como huérfanos. Universidad Popular de Palencia. Encuentros en la Literatura 9


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Pero esa soledad está poblada. Y esa orfandad no es tal, porque la protección y el magisterio de los personajes perdura más allá de las páginas. Para tomar distancia de sí mismos en busca de alguna identidad, los niños inventan amigos invisibles. Los adultos somos más pudorosos y recurrimos a la narrativa, a las sombras familiares de los personajes. En su infinita amplitud, desde los más realistas a los más absurdos, desde los costumbristas a los paródicos, los personajes son el taller del alma. El alma, que es también un personaje, se construye con materiales de acarreo, con emociones ajenas, con experiencias robadas, con la piel de otra gente. Si no estamos vacíos es porque los personajes nos dan cuerpo. Como esas novelas que terminamos de leer despacio para que no se acaben todavía, recuerdo haber escrito los últimos capítulos de El viajero del siglo con extremada lentitud, casi con temor. Cuanto más cerca divisaba el final, más se frenaba la mano, menos giraba la manivela. ¿A qué frontera van a parar los personajes cuando su escritura se interrumpe? O quizás al revés: ¿no es el autor el que emigra a un limbo, flotando sin argumento? Dijo Cortázar que todo texto proviene de la insatisfacción que nos deja el texto anterior. Quizá todo personaje provenga de la soledad en que quedamos esos seres pretendidamente reales que somos nosotros, cuando nuestros personajes anteriores se han ido. 3. Del personaje a la ficción Así como sabemos que, durante el auge del positivismo, ni la imaginación ni la poesía sucumbieron, resultaría ingenuo suponer que la ficción es menos útil en nuestros días. Lo que cambian son las alegorías, no el pensamiento alegórico. La razón me parece evidente: antes y ahora, en el más remoto pasado y el más rabioso presente, la ficción es la otra mitad de lo real. Somos literalmente incapaces de interpretar la realidad sin pensar en las historias que leímos o nos contaron, en las películas que vimos, en las canciones que escuchamos. La ficción repercute hondamente en nuestra idea de la realidad y en nuestra participación en ella. Si se me permite el desliz argentino, ¿cómo no van a ser reales los símbolos, las conjeturas, las fantasías, si millones de personas le entregan su tangible dinero a un psicólogo para explicarse cosas que, desde un empirismo dogmático, serían todas inexistentes? Dicen que la ficción ha perdido influencia en nuestro mundo ansioso de actualidad e información. Pero olvidamos que, por poner el ejemplo de un arte tan contemporáneo y masivo como el cine, no es el género documental el que más atrae a los espectadores. Y olvidamos que hoy, como en tiempos del Quijote, muchos de los libros más leídos del mundo siguen siendo ficciones. Otra cosa es que algunos de esos libros, como hizo el Quijote, simulen integrarse en la Historia o refinen la forma de la crónica. Esta necesidad de ficción se mantiene a todas las edades, incluyendo las teóricamente menos propensas a la lectura. ¿Qué son los videojuegos, si no ficciones? ¿Y qué es o debe ser un internauta, si no un lector voraz, veloz y asociativo? La supuesta devaluación de la ficción está ligada a una segunda falacia: el pretendido debilitamiento del poder de la palabra en una sociedad audiovisual como la nuestra. Me subleva la costumbre de repetir, como dándolo por sentado, que una imagen vale más que mil palabras. Esta doctrina muda tampoco ha conseguido escapar de la palabra. Sino que ha sido expuesta y debatida en innumerables libros, artículos, simposios. Se trata de una paradoja milagrosa: siempre que nos quedamos boquiabiertos frente a una imagen elocuente y en apariencia definitiva, tarde o temprano surge la necesidad de comentarla, cuestionarla o certificar su perfección con alguna palabra. Todo ello sucede en ese fascinante híbrido entre la videoteca y la plaza pública que es Youtube. Donde por cierto es fácil comprobar que, cuantas más veces es visto un vídeo, más comentarios se escriben sobre él. «Pero las palabras», objetan los fanáticos de la mudez, «se las lleva el viento». Bueno, depende: las de Platón, Virgilio o Dante han perdurado con una terquedad que ya quisieran los medios audiovisuales. Una palabra nunca es lo contrario de un hecho, sino su posibilidad, su descripción

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o su recuerdo. Y una palabra tampoco es lo opuesto de una imagen, sino su complemento, su fábrica, su nombre. 4. De la ficción a la Europa del XIX «La Historia», escribe Claude Adrien Helvetius, «es la novela de los hechos». «Y la novela», añade, «es la historia de los sentimientos». Desde esta perspectiva, todas las novelas son históricas. No sólo porque toda narración propone un marco histórico explícito o implícito. Sino porque además los sentimientos, a los que a veces les atribuimos una incontaminada eternidad, se transforman a lo largo de las épocas. La Historia no es un tema ni un momento: es lo que condiciona nuestra aproximación al tema y lo que asocia los momentos. Nunca antes había intentado escribir una novela que sucediese fuera de mi siglo, que era y sigue siendo mi foco de interés. Pero siempre me ha parecido absurda la manía de dividir las novelas entre las que suceden ahora, las que suceden antes y las que suceden después. Las novelas, ante todo, están bien o mal escritas. Y su vigencia, por supuesto, no depende de cuándo tienen lugar sus argumentos. Hay novelas de actualidad que son conservadoras. Novelas futuristas que parecen antiguas. O novelas sobre el pasado que discuten los problemas y el lenguaje del presente. La curiosidad por estas últimas me condujo a escribir El viajero del siglo. La imaginación hace preguntas para que la ficción estudie lo real. Regresemos al viejo organillero y al viajero misterioso, a quien llamaremos Hans. Mientras imaginaba su encuentro, me pregunté cuándo podría tener lugar. Y pensé que lo justo sería que ambos se encontrasen el mismo año en que Wilhelm Müller publicó el Viaje de invierno. Ese año era 1827, que resultó ser también el de la muerte del poeta. Entonces me pregunté dónde podrían encontrarse Hans y el organillero. Y pensé que lo justo sería que lo hicieran a medio camino entre Dessau, la ciudad natal de Müller, y Berlín, la ciudad donde estudió. Entonces me pregunté cómo sería la Alemania de aquel tiempo. Y me puse a estudiar la vida cotidiana de la época, sus costumbres sociales. Entonces me pregunté por los salones literarios y sus anfitrionas, por aquellas mujeres educadas entre la Vindicación de los derechos de la mujer y las contradicciones misóginas de la Revolución Francesa, por la generación de Mary Shelley o George Sand. Y me puse a inventar el salón de Sophie, la otra protagonista de la novela, con quien Hans mantendrá una pasión conflictiva y basada en la traducción. Entonces me pregunté por la política europea de esos años. Y me di cuenta de que, en muchos sentidos, la Europa de la Restauración era el principio de la nuestra. Retorciendo a Vargas Llosa, si nos preguntáramos en qué momento se jodió Europa, la respuesta sería: en el siglo XIX. La Europa conservadora de la Restauración y los valores retrógrados de la Santa Alianza fueron posibles por el fracaso de Napoleón, que empezó proponiendo derechos, constituciones, libertades, y acabó convertido en un emperador que invadía países y pretendía poderes ilimitados. Hoy pasa algo parecido a nivel mundial. Los proyectos de la izquierda revolucionaria han degenerado en lamentables dictaduras o caudillos omnipotentes. Sobre las ruinas de ese desengaño se han aliado las potencias neoliberales que dirigen lo que llamamos Occidente, con la Europa del Vaticano, las multinacionales y la xenofobia a la cabeza. Mi intención, sin embargo, no era escribir un testimonio académico ni una crónica realista. Yo quería escribir un libro raro. Una novela futurista del pasado. Una ciencia ficción rebobinada. Por eso la novela no narra ningún acontecimiento histórico, ni presenta un solo personaje que haya existido realmente. Y por eso Wandernburgo, la ciudad donde transcurre el argumento, es una ciudad imaginaria. Un lugar para extranjeros, para desorientados. El lugar del que Hans, nómada inmóvil, no consigue marcharse. Un Ángel exterminador a escala europea. Espero que Buñuel esté muerto de verdad. De lo contrario, le pido mil disculpas.

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5. De la Europa del XIX al mundo del XXI Nunca he entendido por qué tantas novelas que ocurren en el pasado tienden al lenguaje tradicional, a un estilo simple y plano. Esas novelas suelen estar escritas como si nadie hubiera escrito nada desde el siglo diecinueve. Como si Joyce, Kafka, Nabokov, Borges, Beckett, Lispector, Monterroso, Perec o Carver no hubieran existido. Muchas de esas novelas no merecerían llamarse históricas. Porque, más que explorar el devenir histórico, lo niegan. En esto el cine, como arte joven, tiene mucho que enseñarle a su madre literaria. En vez de tender a un lenguaje visual anticuado, las películas históricas suelen emplear las técnicas más sofisticadas, los recursos más actuales. Digamos entonces que no hay historias del diecinueve, sino miradas decimonónicas. Por eso creo que hoy no hemos llegado todavía al siglo XIX. Es decir, no hemos vuelto a pensarlo desde nuestro presente. Intentar aprender de los maestros literarios del XIX no me parece incompatible con asumir los recursos de las vanguardias. De hecho, compaginar ambas herencias sería la manera más justa de homenajear a Tolstoi, Stendhal, Flaubert, Austen, Eça de Queiros, Clarín, Galdós, porque esos autores fueron la vanguardia narrativa de su tiempo. Por no hablar de los románticos de Jena, los Schlegel, Novalis, Kleist y compañía, fuente secreta de la literatura moderna, la posmoderna y la que vendrá. Al comenzar la novela, tuve precisamente en cuenta dos versos de Novalis: «Magnífico extranjero/ de ojos pensativos». Su protagonista viene de todas partes y ninguna. Es un ser migratorio que todo lo contempla con ojos forasteros. También tuve presentes, claro, los dos versos iniciales del Viaje de invierno: «Extranjero he llegado, / extranjero me voy». El propio libro está escrito en un castellano de todas partes y ninguna, que es la lengua natural de muchos emigrantes y de su mundo movedizo. Por eso Wandernburgo, la ciudad del viajero, también parece moverse por dentro, cambiar de lugares, mudar de plano. Algo así hizo Europa durante el siglo XIX. No otra cosa viene haciendo la desunida y necesaria Unión Europea. Durante buena parte del siglo pasado, la mejor literatura latinoamericana se sintió obligada a retratarse a sí misma. Como si se mirase a través de lo que otros esperaban ver en ella. ¿Qué ha cambiado hoy? Quizás el abandono del propósito de encarnar determinadas esencias nacionales y políticas. Las primeras tienen que ver con la idea de patria y exilio en su sentido ortodoxo. Las segundas, con cierta forma de entender el compromiso político. Que no se está perdiendo, sino reformulando. La literatura en español puede aspirar, al igual que otras grandes literaturas (como la norteamericana) u otras lenguas (como el francés o el alemán), a simbolizar cualquier espacio, a ser una metonimia del mundo. Puede que, desde los años 90, la sensación de muchos nuevos autores sea esa: el desprejuicio territorial. Esto lo han reflejado situando sus historias en lugares remotos, o bien proyectando una mirada extranjera sobre lugares teóricamente propios. Ante semejante sentimiento de desterritorialización, se me ocurre que podríamos dirigir una carta a los extraterrestres interesados en estudiarnos. Esa carta diría más o menos así: «Estimados señores extraterrestres, les presentamos a la típica literatura latinoamericana: una selva de libros escritos por hijos o nietos de inmigrantes, muchos de ellos europeos, que se educaron leyendo literatura del resto del planeta. Muchos de esos autores, o sus hijos, o sus nietos, emigraron igual que sus ancestros a lugares más o menos familiares donde los consideraron más o menos extranjeros. Ojalá, señores extraterrestres, que el asunto los divierta. Esperamos haber aclarado sus dudas, o al menos haberlas acrecentado. Atentamente ajenos, nosotros los otros.» Hasta aquí esta carta extraterrestre. Y a ustedes, a los otros, muchas gracias por este hermoso premio y por haber escuchado con tanta paciencia.

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2.3 Análisis de la novela «Tocado por la gracia. La literatura del siglo XXI pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre.» ROBERTO BOLAÑO Un viajero enigmático. Una ciudad en forma de laberinto de la que parece imposible salir. Cuando el viajero está a punto de marcharse, un insólito personaje lo detiene, cambiando para siempre su destino. Lo demás será amor y literatura: un amor memorable, que agitará por igual camas y libros; y un mundo imaginario que condensará, a pequeña escala, los conflictos de la Europa moderna. El viajero del siglo nos propone un ambicioso experimento literario: leer el siglo XIX con la mirada del XXI. Un diálogo entre la gran novela clásica y las narrativas de vanguardia. Un puente entre la historia y los debates de nuestro presente global: la extranjería, el multiculturalismo y los nacionalismos, la emancipación de la mujer. Andrés Neuman despliega un mosaico cultural al servicio de un intenso argumento, pleno de intrigas, humor y personajes emocionantes, con un estilo rompedor que ofrece a estas cuestiones un sorprendente cauce. Ficha técnica Colección: Hispánica Páginas: 544 Publicación: 20/05/2009 Género: Novela ISBN: 9788420422350 El viajero del siglo de Andrés Neuman: El viajero del siglo es un ambicioso experimento. Propone volver a mirar el siglo XIX con la perspectiva del XXI. Buscando una posada para pasar la noche, Hans detiene su coche de caballos en Wandernburgo, una ciudad entre Sajonia y Prusia. Se queda un día más y, al siguiente en la Plaza del Mercado, se fija en un anciano que toca el organillo. Emocionado por la música, se acerca a dejarle una propina y a conversar con él. Pronto entablan amistad y la estancia de Hans se alarga indefinidamente. En una recepción de personalidades y familias importantes, conoce a unos apasionados contertulios y, sobre todo, a Sophie, la hija de uno de ellos. Aunque la joven está comprometida, surge el amor al que amenaza un enmascarado asesino que ronda la ciudad. El viajero del siglo es un diálogo entre la Europa de la Restauración y los planteamientos de la Unión Europea; entre la educación sentimental actual y sus orígenes, entre la novela clásica y la narrativa moderna. Comparando el pasado y nuestro presente global, el relato analiza los conflictos actuales: la emigración, el multiculturalismo, las diferencias lingüísticas, la emancipación femenina y la transformación de los roles de género. Todo ello en un intenso argumento, no exento de intriga y humor, y con un estilo rompedor que ofrece a tan profundos asuntos un sorprendente cauce.

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Magalí Urcaray http://www.papelenblanco.com/novela/el-viajero-del-siglo-de-andres-neuman

El viajero del siglo, de Andrés Neuman, fue la obra merecedora del Premio Alfaguara de 2009, que el jurado calificó como una novela posmoderna en la que hay un esfuerzo por hacer una novela clásica desde nuestro tiempo. La historia creada por el autor argentino transcurre en la Alemania del siglo XIX, pero es narrada desde la perspectiva (lingüística, literaria, incluso política) del XXI. "Las novelas, ante todo, están bien o mal escritas. Y su vigencia (...) no depende de cuándo tienen lugar sus argumentos. Hay novelas de actualidad que son conservadoras. Novelas futuristas que parecen antiguas. O novelas sobre el pasado que discuten los problemas y el lenguaje del presente. La curiosidad por estas últimas me condujo a escribir „El viajero del siglo‟." Lo que Neuman ha escrito es “una novela futurista del pasado, una ciencia-ficción rebobinada”. Nada es real, ni la ciudad donde transcurre el argumento, Wandernburgo, ni los personajes que la habitan. Pero es real, y bien documentado, el contexto que nutre la historia y desencadena cada acción, desde las costumbres sociales de la época a los debates filosóficos y literarios que ocupan gran parte de la narración. "Wandernburgo es definida como una “ciudad móvil” ubicada en algún punto entre Dessau y Berlín. Es esta aparente movilidad la que hace de ella un personaje más de la obra: como Hans, como Sophie, como Álvaro, también ella fluye y cambia; las estaciones la desnudan y la visten, sus habitantes la rechazan y la aman a partes iguales, mientras su centro, sus fronteras, se desplazan mágicamente y hacen caso omiso a los puntos cardinales. Cada día la ciudad es diferente, cada día es más fuerte el deseo de quedarse y la necesidad de irse." Hans, un traductor nómada, llega a Wandernburgo con intención de pasar una sola noche. Su encuentro con un organillero ambulante (posiblemente el personaje más poético de toda la Universidad Popular de Palencia. Encuentros en la Literatura 14


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novela) le proporciona el primer motivo para retrasar la partida. Lo que comienza como una pequeña demora se convierte en una estancia que, sin verse nunca como definitiva, adquiere cada vez más fuerza. Tras el organillero, llega el señor Gottlieb y, con él, su hija Sophie, la dulce, la inconformista, la “fascinante y con carácter” Sophie. A partir de entonces, „El viajero del siglo‟ se transforma en la historia de amor entre Hans y Sophie, entre el que siempre se ha ido y la que no se puede marchar, entre el extranjero de provocador atuendo y la mujer cercada por las convenciones de género y sociedad. Un amor que crece, se intensifica y se materializa a partir del arte y del intelecto. Buena parte de la novela transcurre en la mansión Gottlieb y, en concreto, en los salones literarios que organiza Sophie la noche de los viernes. Allí se dan encuentro el profesor Mietter, el matrimonio Levin, la viuda Pietzine, el español Álvaro de Urquijo y el, lamentablemente para Hans, prometido de Sophie, Rudi Wilderhaus. Lo que alimenta la relación entre Hans y Sophie es el rechazo de los convencionalismos (en especial por parte de ella, a pesar de su matrimonio concertado) y la pasión por el pensamiento y la literatura. En cada agitado debate, en cada lectura y, después, en cada traducción conjunta el amor de Hans y Sophie se acrecienta, en lo físico y en lo espiritual. El foco histórico y político de la novela también se concentra en los mencionados Salones de los viernes; es en ellos donde más patente resulta la reflexión del presente a partir del pasado. La Alemania pos napoleónica que asiste al origen de los nacionalismos y de las alianzas europeístas nos traslada a un siglo XXI marcado por el neoliberalismo, las multinacionales y la xenofobia. Hans es el extranjero que vive intentando irse; Álvaro, un “republicano avant la lettre” en permanente conflicto interno con la patria a la que ansía volver y de la que se siente expulsado; Sophie, una mujer confinada al siglo XIX, a su familia y a Wandernburgo. Así, dos de las ideas principales que transitan estas más de 500 páginas son, por un lado, la de las fronteras (ya sean geográficas, ya sean las que nos imponemos nosotros mismos de forma constante) y, por otro, la del extranjero: En realidad es imposible estar completamente en un lugar o irse del todo. Los que se quedan siempre pudieron haberse ido o podrían hacerlo en cualquier momento, y los que se han marchado quizá pudieron quedarse o podrían volver. Casi todo el mundo vive así, ¿no?, entre irse y quedarse, como en una frontera. […] Lo mejor, dijo Hans, sería ser extranjero. ¿Extranjero de dónde?, dijo el organillero. Extranjero, se encogió de hombros Hans, así, a secas. No pertenecer a ningún lugar y, al mismo tiempo, no sentirse ajeno. El extranjero en todas partes. Al fin y al cabo, el mundo ya es el lugar. „El viajero del siglo‟ ha sido mi primera incursión en la literatura de Andrés Neuman y, en vista de lo mucho que he disfrutado en los últimos siete días, no será la última.

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2.3.1 Temas Los temas más relevantes que el grupo ha considerado que aporta el libro, son: - LA IGUALDAD DE MUJERES Y HOMBRES, reflejada en los personajes de: Sophie: coprotagonista de la novela y eje fundamental tanto en el desarrollo de la trama como en la temática que el autor quiere resaltar, es decir, la difusión de las ideas propugnadas por Mary Wollstonecraft en su obra, Vindicación de los derechos de la mujer que van a empezar a difundirse por Europa y EE.UU. y constituyen el punto de partida del movimiento sufragista y por ende, feminista, mundial. Ella es el alma de las Tertulias que se desarrollan en su casa. Demuestra ser un espíritu libre que rompe con el rol que se le tiene asignado por el hecho de haber nacido mujer. El final de la obra (muy acertado desde nuestro punto de vista, avala esta idea).

Retrato de Mary Wollstonecraft realizado por John Opie. Primera edición impresa de Vindicación de los derechos de la mujer: críticas acerca de asuntos políticos y morales. Lisa: la hija de los dueños de la pensión en la que se instala Hans (el viajero) a quien éste enseñará a leer. Tiene una inteligencia natural, le gusta mucho aprender pero el hecho de haber nacido mujer le impide ir a la escuela ya que tiene que ayudar en casa (frente a su hermano que si puede hacerlo aunque no muestre ni ganas ni aptitudes para aprender). Elsa: una criada nada típica, uña y carne de Sophie. También aborda el tema de LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES a través del acoso que sufren por un hombre enmascarado cuya identidad se desvelará hacia el final de la novela. Es magnífico el paralelismo que hace entre la escena en la que la bibliotecaria es asaltada por el enmascarado y de forma alterna, la descripción del esquileo de una oveja (págs. 261 a 263). - EL AMOR. Hay a lo largo de la obra muchas referencias al amor tanto en los personajes protagonistas que acabarán manteniendo una bella historia de amor entre dos seres libres Universidad Popular de Palencia. Encuentros en la Literatura 16


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(nos estamos refiriendo a Hans y a Sophie), como entre los distintos personajes que constituyen el coro de acompañamiento (Elsa y Urquijo, por ejemplo). Algunas de las escenas que reflejan los encuentros sexuales de ambos protagonistas (podremos leerlas en el capítulo 2.3.4.) son muy sensuales y bellas. - EL SENTIDO DE LOS VIAJES QUE REALIZADOS DE UN LUGAR A OTRO O PERMANECIENDO EN EL LUGAR QUE HABITAMOS. Son memorables las reflexiones que hacen Hans y el organillero en la cueva que habita éste último. No se trata tanto de cambiar de lugar como de “saber mirar el mundo” y apropiarnos de él (en el mejor sentido). - LA CONSTRUCCIÓN DE EUROPA. Creemos que no es casual que Andrés Neuman haya elegido el siglo XIX para ubicar el desarrollo de esta novela. Es en este periodo cuando se fragua la identidad de nuestro territorio y se configuran nuestros referentes sociales, culturales, políticos y económicos, aún en vigor. - LOS NACIONALISMOS, LA IDENTIDAD, LAS FRONTERAS, LA XENOFOBIA, EL MULTICULTURALISMO. En el mismo sentido que en el anterior, los temas que aún constituyen nuestro campo de batalla y que reaparecen como nuevos retos en la sociedad globalizada en la que hoy vivimos, empiezan a tomar cuerpo y a configurarse en la Europa del siglo XIX. - LA FILOSOFÍA, LA MÚSICA, LA RELIGIÓN, EL LIBERALISMO, LA LIBERTAD, EL CAMBIO DE COSTUMBRES, LA POLÍTICA, LA RAZÓN, LA ARQUITECTURA MODERNA… Dos son los ámbitos en los que se desarrollan estos temas de forma magistral, el ámbito de las Tertulias de Sophie en las que participa la burguesía de la ciudad y la cueva en la que vive el organillero con su perro y a la que acuden Reichardt y Lamberg, sus dos amigos provenientes de clases bajas. - LA SOCIEDAD BURGUESA (clasismo), EL MUNDO LABORAL, EL TRABAJO DE LA TIERRA. Estos temas también se abordan en ambas tertulias y son reflejados en la misma trama y a través de los personajes que construyen Andrés Neuman. - SOBRE LOS SONIDOS, LOS SILENCIOS, LOS RUMORES, LA MÚSICA, LA POESÍA, LA NOVELA HISTÓRICA (LA LITERATURA EN GENERAL), SOBRE LO CLÁSICO, LA INNOVACIÓN, LAS NORMAS, EL ARTE, LOS LIBROS, LA TRADUCCIÓN, LOS SUEÑOS. Veremos en el siguiente apartado 2.3.4. cómo el autor introduce y pone en boca de sus personajes, estos aspectos tan relevantes para entender la obra de una forma global. En resumen, se trata de una novela ambiciosa en su concepción temática, que Andrés Neuman ha resuelto construyendo una obra muy rica desde el punto de vista literario y muy fluida, atractiva y bella desde todos los demás puntos de vista. En este sentido, permite un debate muy intenso en nuestras aulas.

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2.3.2 Estructura Se trata de una novela lineal que tiene una estructura tradicional: presentación, nudo y desenlace. Temporalmente está concebida en un año. Comienza con la llegada del viajero a la ciudad de Wandernburgo en el invierno y terminará con su partida en el siguiente invierno. Los capítulos corresponden a las distintas estaciones que el viajero vivirá en la ciudad: AQUÍ LA LUZ ES VIEJA. Es invierno y el viajero ha llegado a la ciudad. “Aquí la luz es vieja, comentó el organillero, le cuesta salir, ¿no?” (pág. 126). Hace alusión tanto a las condiciones climáticas de la ciudad como a la idea de la vieja Europa. CASI UN CORAZÓN. Es primavera y todo el mundo está más vital. “El día en que la primavera se presentó en Wandernburgo la señora Zeit se levantó de un asombroso buen humor. Se movía por la casa con ansiedad, como si la luz fuera un huésped ilustre al que atender” (pág. 149). LA GRAN MANIVELA. Es verano. “Luz de miel repartida por el campo en reposo. Esperando la siega, las espigas brillantes peinaban la siesta al sur de Wandernburgo. Cada espiga tomaba una decisión y amarraba la brisa, que ondulaba como una cometa. Tibio, dulce grano expectante. Cielo limpio y barrido. Los colores goteaban sobre el trigal esparciendo cardos violetas, amapolas chillonas. El alboroto solar los derretía. Entre los álamos se escurría el Nulte, que ahora apenas alcanzaba para lavar la ropa, mojarse las piernas, mantener la vegetación de los flancos. Así flameaba la tarde recorrida por los labriegos. Por encima de todos, nítido como una cúpula, el sol martillaba el paisaje ensamblando sus piezas” (pág. 283). Veremos en el desarrollo del capítulo que la gran manivela son los SUEÑOS: “Al final de la ronda, Sophie contó una leyenda que había leído de niña. ¿Y si los sueños de las personas que se quieren estuvieran unidos mientras duermen por unos hilos muy finos?, recordó ella, ¿unos hilos que movieran a los personajes de sus sueños como marionetas encima de sus cabezas, manejando sus fantasías para que al despertar unos piensen en los otros? ¡Qué tontería!, soltó Reichart. A mí me parece cierto, defendió Hans. No, creo, dijo Lamberg. ¿Y si los hilos se enredan y al despertarse piensas en la persona equivocada?, bromeó Álvaro. Elsa lo miró ofendida. El organillero, que se había quedado pensativo y asintiendo, dijo de pronto: Como una manivela enorme, ¿no?, ¡la manivela de los sueños! Eso, sonrió Sophie, exactamente como eso” (pág. 402). ACORDE OSCURO. Es otoño. “El día de los difuntos amaneció destemplado, con corrientes que inclinaban las ramas como dándoles un susto. El cielo se cargaba de bultos aguachentos. El aire olía a nieve próxima. El empedrado resbalaba, rociado de algo turbio. Los caballos relinchaban más de lo normal. La plaza del Mercado se había llenado de sombras que la cruzaban en silencio. Sobre el alero de la torre, pegajosas, las agujas del reloj parecían lastradas por alguna polea. La veleta chirriaba sin encontrar su ritmo. A espaldas de la plaza, recién salidos de la misa de Noma, los feligreses desfilaban cabizbajos” (pág. 472). Consideramos que el acorde oscuro es la muerte del organillero, el gran vínculo (junto con Sophie) de Hans con la ciudad. En este capítulo se desvelará también, la identidad del hombre que abusaba de las mujeres.

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EL VIENTO ES ÚTIL. Es invierno nuevamente. Desde la página 528 hasta la 531 (final de la novela), se inicia una descripción del final de la trama que tiene como soporte y sonido de fondo el viento. Se trata de un texto magnífico. Comienza así: “El viento es un rastrillo, una polea, una palanca, el viento sabe, alisa el mapa, corre por todas partes y siempre es forastero, se acerca, toma forma, dibuja un cinturón en torno a Wandernburgo, se deja caer, planea entre los tejados, desnuda chimeneas, despierta farolas, araña muros, se desliza silbando, revuelve la nieve, se posa en los umbrales, llama a las puertas, el viento rueda, ronda, callejea, se dirige hacia la plaza, en la Plaza del Mercado no hay nadie, el empedrado resbala, los puestos navideños están sin terminar, de la fuente barroca mana casi una escarcha, el viento la sacude y la desprende, de pronto vira, acelera, remonta como una rampa, se encarama a la torre, el suelo empequeñece, los aleros vibran, la torre no se inmuta pero sí el tiempo dentro, ese tiempo que, atrapado, tose en el reloj…” Y así continúa hasta el final, sin utilizar ni un solo punto, solo comas, para resaltar la fuerza de ese viento que baña la ciudad de Wandernburgo de la que Hans se marchará finalmente.

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2.3.3 Personajes: Cartas escritas por las personas que participan en el Curso Aunque el personaje protagonista indiscutible de la novela es Hans, el viajero, otros dos van a completar el triángulo de esta maravillosa historia, Sophie y el organillero. La ciudad también es un personaje más de la novela ya que el autor la personifica, la humaniza en muchos casos y la incluye en la trama. Así mismo, la ciudad encierra un símbolo en la novela ya que dice que es cambiante, confusa, y que las calles se mueven y cambian de lugar.

Para analizar y sintetizar a cada uno de los personajes que aparecen en la novela, se sugirió al grupo escribir una carta dirigida a los mismos. No todo el mundo lo hizo finalmente pero a continuación reproducimos alguna de ellas:

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BEGOÑA GONZÁLEZ CARTA A SOPHIE Querida Sophie: Antes de que el viento te borre de mi memoria, quiero que llegue a ti mi testimonio sincero, has sido un feliz descubrimiento. Te encontré entre líneas hermosamente escritas, eras una más de los muchos personajes que iban apareciendo, todos emocionantes, pero junto a Hans cogías más y más protagonismo, enseguida me apropie de ti, quise saber lo que sentías, cómo amabas, tu interpretación del mundo femenino; se notaba que eras dueña absoluta de cuanta decisión tomabas; culta y atractiva con la belleza que generaba un pensamiento libre. Tu voz y tus manos hechizaban, ágil bailarina, entusiasta de la vida, defensora de la emancipación de la mujer, aún a pesar de haber venido al mundo en un siglo (el XIX) poco propicio para la conquista de los derechos femeninos. Línea tras línea, página a página he vivido muy cerca en tu espacio, unidas en este experimento literario, gracias a un maravilloso creador (Andrés Neuman). Cuando partiste envuelta por el aire confuso de aquella extraña ciudad, dos maletas contenían presente y pasado. Yo quedé triste oyendo música melancólica de un mágico organillo. Tu mirada en el siglo XIX quedó prendada en la mía aquí en el XXI, juntas viajarán en el mundo imaginario de la ficción y la historia. Tuya B.G.

ARACELI CAÑAS CARTA A LA CIUDAD DE WANDERNBURGO Querida ciudad de Wandernburgo: Hace tiempo te conocí y recorrí tus calles de adoquines de las que todavía recuerdo algunos nombres, como la calle del Ciervo, la del Caldero Viejo, la calle Ojival, el callejón de la Lana, y otras muchas, siempre cambiantes, jugando a desorientar sobre todo a forasteros como yo. También recuerdo con gran cariño la Plaza del Mercado, el centro donde todas las calles confluían, allí las gentes compraban a los mercaderes, produciéndose una concentración de alegría y movimiento. En esa plaza, tocando sus canciones siempre en el mismo lugar, conocí al organillero, aquel personaje amante de la naturaleza, lleno de bondad, y feliz a pesar de su pobreza. Él fue uno de los causantes de que me fuese quedando en la ciudad sin yo pretenderlo. No puedo olvidar tampoco la Torre del Viento, con su reloj cuadrado, ni tu Ayuntamiento de tejado rojo. El olor a estiércol, el frío, y la nieve formaban parte de ti, como también las arboledas estivales de las riveras del Nulte.

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¡Cómo me gustaría volver a pasar bajo la Puerta Alta, acompañado por mi añorado amigo Urquijo y poder hablar de nuestras cosas en la Taberna Central! Y la posada del Sr. Zeit y su familia donde me alojaba, y que me trae tan dulces recuerdos, ¿seguirá como la dejé? Cerca de la Plaza del Mercado, vivía la persona más especial que nunca he conocido, Sophie, el gran amor de mi vida, con la que pasé un tiempo que nunca podrá repetirse con nadie, ni en ningún otro lugar. Pero la perdí. Desde entonces mi corazón está vacío. ¿Sabrás tú donde está? Te preguntarás por qué te escribo; hay una sola razón, simplemente quiero que sepas que viviendo entre tus calles, fui completamente feliz. Deseo hacerte llegar esta carta, pero no sé si lo conseguiré, porque imagino que seguirás siendo la misma ciudad cambiante, que se desplaza sigilosamente. No sé si ahora estarás situada más cerca de Prusia que de Sajonia, quizás sigas siendo una ciudad ausente e irreal, pero que a la vez existes, sobre todo en mi recuerdo. Nunca te olvidaré. Hans PILAR BAÑOS CARTA A LISA (Lisa es la hija de los posaderos a la que Hans enseña a leer a escondidas de su padre). Querida Lisa: ¡Gracias por ser como eres! Rebelde pero muy consciente del trabajo por hacer. Mujer encerrada en tu cuerpo de niña, pero en ocasiones niña limitada por tu cabeza de mujer. Tan constante cuando te marcas un objetivo que solo la propia muerte sería capaz de hacerte abandonarlo. Reconocedora de la injusticia que sufres por el sólo hecho de ser mujer. Tan lista que sabes utilizar tu inteligencia tanto para aprender como para superar las trabas que la vida te propone. Está claro que las revoluciones tienen nombres rimbombantes y fechas concretas, pero un gesto de rebeldía como el tuyo, aprendiendo a leer a pesar de tener todas las circunstancias en contra, puede ser la chispa para que el saber traspase la barrera de los sexos y de las clases sociales.

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Tú, ahora no lo sabes, pero dentro de muchos años a las mujeres nos será más fácil acceder al conocimiento que está encerrado en los libros, porque tu esfuerzo no será individual y además intentarás que los miembros de tu familia, sin importar que sean hombres o mujeres, vayan al colegio y que todos ellos colaboren en las tareas de casa. Ellos verán las ventajas, sabrán transmitir a sus descendientes que ni hay límites para el saber ni el trabajo tiene sexo. Esa sí que será la verdadera gran revolución. Lo dicho, ¡Gracias por ser como eres! Sigue así y mucho ánimo para mantener la lucha en lo que te queda por vivir. Siempre admirándote, PILAR MARÍA HERNÁNDEZ CARTA AL SEÑOR GOTTLIEB Estimado Señor Gottlieb,

Me decido a escribirle estas palabras porque he sabido por Elsa la situación de desánimo en que se encuentra tras la partida de su queridísima hija la señorita Sophie. He podido conocer a su hija a través de un amigo común y creo que Vd. se ha comportado con ella como el mejor de los padres posibles porque ha procurado que creciera teniendo en cuenta que era una persona, no solo una mujer. Por eso la decisión que ahora ha tomado, abandonando la seguridad de una vida junto a Vd. o unida a un esposo con quién probablemente compartiría momentos de felicidad pero que, adivina, va a ignorarla en aspectos que para ella son ya imprescindibles, debe llenarle de orgullo. Sophie se ha hecho adulta y va a emprender un camino incierto y lleno de dificultades. Y lo ha hecho porque ha sido consecuente con lo que ha ido aprendido apoyándose en el respeto y confianza que Vd. la ha demostrado. El paso que Sophie da ahora recoge los que otras mujeres, antes que ella, dieron al querer formar parte de la sociedad de su tiempo cuestionándose e influyendo tanto en el pensamiento filosófico y político como en el científico o de las artes, y lo han hecho como Sophie, desde sus propias casas, desde los salones en los que han organizado reuniones con los personajes más influyentes de sus épocas. Esas mujeres dejaron huella y abrieron el camino a las que vinieron y vendrán después. Pero no lo consiguieron totalmente solas porque ellas, como todos nosotros, necesitaron personas fuertes y que les quisieran, que creyesen en ellas, que les animasen y les acompañasen, que supieran estar cerca cuando los contratiempos llegan. Ella le necesitará a Vd. más que nunca. Por eso debe animarse, tomar de nuevo las riendas de su vida que no termina sino que pasa por otro momento tan fructífero como lo ha sido hasta ahora. Pronto le llegarán sus noticias y podrá vivir con ella sus grandes y pequeñas conquistas. Que no le encuentre decaído, que siga siendo para ella el hombre fuerte y comprensivo que ha sido.

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Confíe en ella como lo ha hecho hasta ahora porque Vd. ha hecho un excelente trabajo de padre y sea el que sea el resultado de la decisión de Sophie se sentirá tan orgulloso que querrá comentarlo con sus amigos y les ayudará a comprenderla tan bien como Vd. lo hará. Quedo a su entera disposición. Su afectísima

Esperanza Ramírez

JOSÉ ANTONIO GIL A SU EXCELENCIA, CANONIGO DE WANDERNBURGO SEÑOR: Puesto que Dios, en su infinita misericordia, se ha complacido en mostrarnos los errores que su Iglesia comete, y nos ha dado la fuerza para seguir solo a Cristo y su verdad, consideramos nuestro deber decir unas palabras sobre las abominaciones del confesionario. Usted bien sabe que estas abominaciones son de una naturaleza tal, que es imposible para cualquier mujer hablar de ellas sin sonrojarse. ¿Cómo es que entre hombres cristianos civilizados, algunos han olvidado tanto la regla de la decencia moral, como para forzar a mujeres a revelar a los sacerdotes, pastores de la iglesia y hombres solteros a la vez, bajo pena de eterna perdición, sus pensamientos más secretos, sus deseos más pecaminosos, y sus acciones más privadas? ¿Cómo, a menos que lleven una máscara cubriendo sus rostros, osan ellos salir al mundo habiendo oído los relatos de miseria que no pueden sino contaminar a su portador, y que la mujer no puede contar sin haber puesto a un lado la modestia y todo sentido de vergüenza? El perjuicio no sería tan grande si la Iglesia hubiera permitido que nadie, excepto propia mujer, se acusara a sí misma, y obtener el perdón divino si así lo quiere el Creador. ¿Pero, qué podemos decir de las abominables preguntas que se hacen en confesión y que obligatoriamente deben contestarse? Llegado a este punto, las leyes de la decencia común nos prohíben estrictamente que entremos en detalles. Es suficiente decir como ejemplo, que si los maridos supieran una décima parte de lo que está sucediendo entre el confesor y sus esposas, ellos preferirían verlas muertas que degradadas a tal extremo. En cuanto a nosotras, las hijas, esposas y madres de Wandernburgo, que hemos conocido por experiencia la suciedad del confesionario, no podemos bendecir suficientemente a Dios por habernos mostrado el error que hemos cometido al buscar la salvación a los pies de un hombre débil y pecador como nosotras. Atentamente, Frederika Freiheit y otras cincuenta y tres mujeres más.

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BENITA MELERO CARTA AL PERRO DEL ORGANILLERO Wandernburgo, siglo XIX ¡Hola Franz! Quiero escribirte unas líneas aunque tú no podrás leerlas, pero al ser un perro inteligente intuirás lo que te quiero decir. Esta carta te la dirijo a ti, que en tus idas y venidas por la ciudad, descubres en ellas a personas que se convierten en vuestros mejores amigos y os acompañan en noches de fogatas y estrellas. Yo también quisiera pasear contigo en ese laberinto de calles, que me guiaras por el bosque y me enseñaras a escuchar el sonido del agua correr entre las piedras del rio. Un día tu buen amigo se alejará pero tú no estarás solo, vuestros compañeros de noches de intimidades, de compartir pequeñas cosas, serán tu familia. De no ser así, Franz, yo estaré esperándote para compartir tus experiencias en un sitio tan lejano. Un amigo. Mª ANTONIA PONCIO CARTA AL SEÑOR LAMBERG Wandernburgo 14 de Mayo de 1827 Sr. Lamberg: Como bien es sabido se ha constituido recientemente “La unión de trabajadores y obreros”, de la que usted es miembro y cuyo fin, es entre otros, combatir el exceso de poder y los abusos de la patronal. Por la presente se le convoca a la asamblea general extraordinaria que se celebrara el próximo día 29 de Mayo en el tinglado número 3 del río Nulte, a las 11 horas de la mañana en primera convocatoria, y a las 11,30 en segunda convocatoria. En la que se trataran como dos únicos puntos del día: A- Lectura y aprobación de los estatutos. B – Ruegos y preguntas. Una vez concluida la asamblea, se organizara una manifestación pacífica, desde dicho lugar hasta el Mercado Central donde se leerá un comunicado Contamos con su asistencia Los Delegados

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MAITE LOZANO Carta al Profesor Mietter Al magnífico profesor Mietter: Estimado profesor, leo con estupor, en la prensa de la mañana, que es usted el violador que tan inquieta, intranquila y angustiada ha tenido a nuestra querida Wandenburgo. Tengo que confesarle que estoy sorprendida y realmente espantada de que alguien tan serio, conservador, íntegro en sus ideas, maneras y formas de comportarse en todos los actos de su vida, pueda, en su intimidad, convertirse en un ser tan aborrecible. Siempre he pensado que no es fácil ser violador; tienes que contar con el factor suerte y poseer una mente rara, oculta, sucia y brillante. Hay algo que me gustaría saber ¿qué sentía en el momento en que rodeaba su cuerpo, ataba sus manos, veía cómo caían por sus mejillas las lágrimas de miedo y abrían surcos de dolor hasta que las humillaba sin compasión? Supongo que el goce que le producía era inexplicable, maravilloso…, aunque para los simples mortales, como yo, no exista justificación alguna para un acto tan despreciable. Afortunadamente, todos ustedes cometen algún fallo y, el suyo, fue la coquetería, gracias a su ungüento de manteca, la policía pudo descubrir y poner fin a sus desmanes. Ahora sólo queda que la justicia haga su trabajo y sus huesos acaben en la cárcel todo lo que resta de su miserable vida. Hasta nunca señor.

TERESA LOBERA Carta al Mayordomo Wandernburgo, a 14 de Agosto 1827 Muy Sr. Mío: Mi atrevimiento a escribirle se debe a mi necesidad por recibir su ayuda en la forma que le fuese posible. No osé hacerlo anteriormente, pero las circunstancias adversas a mis fines me obligan a dirigirme a Ud. Ambos conocemos a la Srta. Elsa. Ud. como mayordomo del Sr. Gortlied, la tiene presente diariamente, desde que entró a servir en dicha residencia hace cuatro años. Yo, como un loco enamorado desde el primer día que la vi aparecer en el mercado donde realizaba la compra de las viandas pertinentes para su señor. En ese instante supe con certeza que me había robado el corazón. Sin embargo, y a ello se debe mi premura, últimamente la veo muy bien acompañada por el Sr. Álvaro Urquijo, con el que se esconde en sus citas amorosas. Estas, se realizan a partir de las 15,00 horas, después de dejar a su señora, la Srta. Sophie, en el Mesón del Sr. Zeit, donde asiste puntualmente para escribir sus artículos junto al Sr. Hans. Universidad Popular de Palencia. Encuentros en la Literatura 26


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Lo sé a ciencia cierta porque he sido yo personalmente el que en ocasiones les he seguido y espiado, aunque me avergüence decirlo. Incluso he tenido la osadía de abusar de la confianza de su cuñado, quien me aconsejó recurriera a Ud. con esta misiva, conocedor de su buen hacer. No entenderá el motivo de mi intromisión en este asunto y le comprendería si rechazara tan perspicaz petición, pero le ruego encarecidamente que trate de ocupar a mi querida Elsa en tareas varias en la casa de su amo después de acompañar a la Srta. Sophie. Lo que evitaría los encuentros a los que le refiero. Me molesta que piense que le pido que haga de celestino en mis cuitas amorosas pero no me duelen prendas reconocerlo abiertamente; mi intención es hacerme el encontradizo cuando vuelva de nuevo a recoger a su Señora, así trataría de conquistarla. Mi posición es holgada por mi familia, como ya sabe, y podría disfrutar conmigo de la misma y así tendría una seguridad y estabilidad de la que actualmente carece, conocedor de la mala situación económica por la que su señor atraviesa en estos momentos. Le estaría tremendamente agradecido, incluso le ayudaría económicamente, si se dignara a colaborar en mi petición. Le ruego tercie a favor mío en la manera le sea posible. Piense siempre que actuó con mis mejores intenciones. Espero no haber abusado de su confianza al escribirle y sin otro particular le saluda atentamente su seguro servidor. Suyo afectísimo: Fdo.: Doctor Müller.

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2.3.4 Extractos del libro que hemos destacado El tiempo narrativo está marcado por las transformaciones del paisaje que determinan las estaciones. Hay magníficas descripciones, a lo largo de la obra, de los rincones de la ciudad. Encuentro con el organillero “Cuando el organillero empezó a tocar, algo rozó el límite de algo. Hans no añoraba nada: prefería pensar en el siguiente viaje. Pero al escuchar el organillo, su pasado metálico, le pareció que alguien, otro anterior a él, se estremecía en su interior. Siguiendo la melodía como se lee un papel al viento, a Hans le sucedió algo infrecuente: sintió cómo sentía, se contempló emocionándose. Su oído atendía porque el organillo sonaba, el organillo sonaba porque su oído atendía. Más que tocar, a Hans le pareció que el viejo hacía memoria. Con una mano de aire, los dedos ateridos, movía la manivela y la cola del perro, la plaza, la veleta, la luz, el mediodía giraban sin interrupción, porque cuando la melodía rozaba su final la mano relojera del organillero hacía no una pausa, ni siquiera un silencio, apenas una rasgadura en un manto, le daba la vuelta y la música volvía a comenzar, y todo seguía girando, y ya no hacía frío” (pág. 26). Van a la cueva (casa) del organillero. “Y discurriendo entre todo, sigiloso testigo, serpenteaba el Nulte. El Nulte era un río anémico, sin caudal para ser navegado. Sus aguas parecían viejas, resignadas. Custodiado por dos hileras de álamos, el Nulte surcaba el valle como pidiendo ayuda. Visto desde lo alto de las colinas, era un rizo de agua doblado por el viento. Menos que un río, era el recuerdo de un río. El río de Wandernburgo” (pág. 30). “Se fijó en el capote raído y sin espesor del organillero, en la flacidez de las costuras, en la erosión de los botones. Oiga, dijo Hans, ¿no tiene frío con ese capote? Bueno, contestó el viejo, ya no es lo que era. Pero me trae buenos recuerdos, y eso también abriga, ¿no?” (pág. 33). Salón de Sophie En él se abordan cuestiones literarias, filosóficas y políticas. Los CONTERTULIOS: “El viernes, acostumbrado al denso reposo de la casa Gottlieb, Hans se sorprendió al entrar en la sala y encontrar tanta animación. Mientras Bertold le retiraba el abrigo y se marchaba palpándose la cicatriz del labio, la primera impresión que recibió Hans fue la de un concierto de murmullos con percusión de tazas. El grupo principal estaba sentado en sillas y butacas dispuestas alrededor de la mesita baja. También había un hombre de pie junto a los ventanales en actitud pensativa, y otras dos personas intercambiando palabras más confidenciales en un rincón. Sophie se sentaba a la derecha de la chimenea de mármol, o mejor dicho rozaba su asiento con los encajes con los encajes de la falda, siempre a punto de levantarse. Con serena velocidad, Sophie se ponía en pie para servir más té, acercarse a algún invitado o pasearse alrededor de la sala como quien atiende un telar por partes. Ella era el discreto eje de la reunión, la mediadora que escuchaba, proponía, acotaba, buscaba asociaciones, suavizaba los choques, incitaba a la réplica, intercalando siempre comentarios oportunos o preguntas movilizadoras. Hans se quedó admirado. Vio a Sophie tan luminosa, alegre y dueña de sus movimientos que no

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terminó de traspasar la arcada principal y estuvo contemplándola durante un buen rato, hasta que ella misma vino a buscarlo, ¡pero no sea usted tímido!, trayéndolo hasta el centro de la sala. Uno por uno, con la única excepción de Rudi Wilderhaus, ausente aquella tarde, le fueron presentando a todos los contertulios del Salón. En primer lugar al profesor Mietter, Doctor en Filología, miembro honorario de la Sociedad Berlinesa para la Lengua Alemana, de la Academia Berlinesa de las Ciencias, y catedrático jubilado de la Universidad de Berlín. Verdadera eminencia cultural en Wandernburgo, había participado en varias ediciones del Almanaque de las Musas de Gotinga y cada domingo publicaba un poema o una crítica literaria en el diario local, El Formidable. El profesor Mietter mantenía un leve rictus en la boca, como si acabara de probar un grano de pimienta. Iba vestido de azul opaco y ostentaba sobre su calva una peluca de bucles blancos que ya no se estilaba. A Hans le llamó la atención su tranquila seriedad ante las risas que lo rodeaban, como si, más que desagradarle, al profesor le parecieran fruto de algún razonamiento fallido o un error metodológico. Frente a él se sentaba el dubitativo señor Levin, corredor de comercio aficionado a la teosofía, sosteniendo una taza a medio camino entre sus labios y el plato. El señor Levin no miraba a los ojos de sus interlocutores, sino más bien a las cejas. Hombre de contadas y misteriosas intervenciones, justo al contrario que el profesor Mietter, el señor Levin tenía la actitud nerviosa de quien se esfuerza en parecer honrado incluso cuando no mueve un músculo. A su lado se sentaba su esposa, la imperceptible señora Levin, que tenía la costumbre de participar tan solo cuando su marido lo hacía, ya fuera para apostillar lo dicho por él, darle la razón o, muy ocasionalmente, llamarlo al orden. A continuación le fue presentada a Hans la señora Pietzine, viuda de largo duelo, ferviente devota de los sermones del padre Pigherzog y de las joyas de Brasil. La señora Pietzine, que solía tener un bordado en el regazo con el que se entretenía mientras charlaba, se dejó besar la mano entornando los párpados. Hans se fijó en su boa de plumas amarillas, en la sortija de diamantes, en el collar de pesadas perlas que se hundían como dedos en la piel colorada del escote. Por último, Sophie se detuvo ante el caballero que Hans había visto de pie junto a los ventanales. Mein Herr Hans, dijo Sophie, tengo el gusto de presentarle al señor Urquiho, Álvaro de Urquiho. Urquijo, la corrigió él, es Urquijo, mi querida señorita” (págs. 62 – 63). Hablan sobre LA POLÍTICA EUROPEA, LOS NACIONALISMOS, EL LIBERALISMO, LA MEJOR FORMA DE GARANTIZAR LA LIBERTAD… En la página 79 hacen alusión a la novela LUCINDE DE SHLEGEL respecto a la revolución de las costumbres y en las páginas 80 – 81, a la IGUALDAD: “Por eso decía que, además de nuevos proyectos políticos, hacen falta subversiones privadas. Espero que coincida conmigo en que, si esa revolución íntima se hiciera como es debido, su consecuencia natural sería un cambio de las funciones públicas, ya me comprende, que las mujeres pudiéramos aspirar al parlamento además de al bordado”. Un poco más adelante, y en este mismo sentido, en la página 104 Sophie pedirá perdón por entrometerse en temas masculinos pero luego introduce una puya contra Schopenhauer en concreto, y contra los filósofos en general. Sobre la Ciudad “Pisando barro frío y orina seca, dejaron atrás la calle del Ciervo. Las farolas de gas le daban a la plaza del Mercado una realidad intermitente: su luminosidad aumentaba o disminuía como un instrumento cambia de acorde, el empedrado desierto variaba de grado, la fuente barroca se ausentaba por un instante y volvía, la Torre del Viento se emborronaba. Álvaro y Hans Universidad Popular de Palencia. Encuentros en la Literatura 29


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atravesaron la plaza escuchándose los pasos. A Hans no dejaba de impresionarlo el contraste entre las mañanas y las noches, entre el colorido de la fruta y la oscuridad amarilla, entre la maraña de transeúntes y esa quietud helada. Parecía, pensó Hans, que una de las dos plazas, la diurna o la nocturna, fuera un espejismo. Levantando la vista se divisaban las puntas asimétricas de la iglesia de San Nicolás, su silueta inclinada. Álvaro se quedó mirándola y dijo: Algún día tendrá que caerse” (pág. 81) “A diferencia del campo abierto y sus alrededores, donde las tardes caen poco a poco, en Wandernburgo los días se cierran de golpe, a la misma velocidad alarmada con que los postigos clausuran las ventanas. La luz del ocaso se absorbe como en un desagüe. Entonces los escasos viandantes empiezan a tropezar con los toneles de las bodegas, los enseres de los carruajes, los bordes de las baldosas, los leños extraviados, los sacos de desperdicios. Junto a cada portal la basura se licua con la noche, en torno a su hedor se reúnen perros y gatos a devorar al compás de las moscas. Vista desde el cielo, la ciudad parece una vela flotando en agua. En el centro de la vela, en el pabilo, el resplandor de gas de la plaza del Mercado. Alrededor de la plaza, amplificada en ondas, la oscuridad progresiva. Ramificándose, red de nervios, el resto de las calles se aleja del centro arrastrando hilos de luz. Surgiendo de los muros como pálidas hiedras, los faroles de aceite apenas dejan ver el suelo. La noche de Wandernburgo no es la boca del lobo: es lo que el lobo, ávido, mastica” (pág. 82) . El Acosador “Desde hace algún tiempo, algunas noches, adentrándose en los callejones cercanos a la plaza, huyendo de los serenos, mimetizado con los muros, apostado en la sombra, alguien espera. A veces en el callejón de la Lana, otras veces en la angosta calle de la Oración o al fondo del callejón del Señor, respirando hacia dentro, vestido con su abrigo largo y su sombrero de ala negra, medio brazo sumido en los bolsillos, las manos recubiertas de unos guantes ceñidos, entre los dedos un cuchillo, una máscara a un lado y una cuerda al otro, agazapado en las esquinas, alguien atiende a cada paso, cada mínimo ruido. Y como todas las noches y también esas noches, cerca de los oscuros callejones donde alguien espera, a veces incluso muy cerca, cruzan los lanzones con punta de farol de los serenos, que a cada hora en punto se descubren la cabeza, soplan su cuerno y dan la voz: ¡A casa, gente, vamos! En la iglesia han tocado ocho campanas, vigilad vuestro fuego y vuestras lámparas. ¡Loado Dios! ¡Loado! Y la plaza del Mercado a la deriva con su veleta helada. Y detrás las torres desiguales de san Nicolás. Y la torre puntiaguda de la iglesia pinchando el borde de la luna, que sigue perdiendo líquido” (págs. 82 – 83). Historia de la ciudad, oportunista y fronteriza - Págs. 85, 86 y 87 El libro sobre del estado de las almas - Págs. 93, 94 y 95

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Sobre la identidad y las patrias “Así que se lanzó a debatir sobre Fichte. A mí, dijo, me atrae bastante su teoría del individuo, y muy poco su teoría de Alemania. Si cada uno es su propia patria, entonces todo pueblo sería un país de países, ¿no?, pero entonces ningún individuo, por muy sagrado que se crea, puede encarnar a un país ni describir su esencia (díganos, objetó el señor Levin, ¿acaso Bach, Beethoven no nos representan de la mejor manera? Ah, touché!, exclamó el profesor Mietter intentando parecer divertido y sonando rencoroso. Pero Hans ya solo le hablaba a Sophie), no, no en ese sentido. Si algui9en llega a representar la sensibilidad de un país, si un músico o un poeta logra esa identificación, será siempre algo casual, un fenómeno histórico y no un programa metafísico. ¿O de verdad creen ustedes que Bach componía desde su alemanidad? Eso es lo que me hace desconfiar de Fichte, ¿cómo se puede defender una subjetividad radical y deducir de ella una nación entera? Cuando habla del alemán en sí, digo yo, ¿a qué demonios se refiere?, ¿quién sería el modelo?, ¿y quiénes se quedarían fuera? En sus discursos explica cómo las singularidades alemanas se forman emigrando, mientras el resto de tribus germánicas se quedaba en sus lugares de origen. Lo que me sorprende es que, después de admitir eso, Fichte se atreva a decir que el cambio de residencia no tuvo tanta importancia, que las características étnicas predominan sobre el lugar y bla, bla, bla. Profesor, usted mismo (Hans hablaba casi sin respirar y el profesor, que no encontraba un hueco en aquel monólogo veloz, desvió la mirada como si no se hubiera dado por aludido) ha viajado y lo sabe, cualquiera que se haya mudado sabe que los cambios de lugar taren cambios interiores. La historia demuestra que los pueblos son cambiantes como un río. Subestima la mezcla del linaje germánico con los pueblos conquistados, y después para colmo insinúa que nuestros males, nuestros viejos males, no son realmente alemanes sino de origen extranjero, ¡qué desfachatez!, ¿qué trata de decirnos con eso?, ¿de quién nos recomienda alejarnos para evitar contaminaciones? (El señor Levin tosió dos veces.) Todo lo que yo sé lo he aprendido viajando, o sea mezclándome con extraños. De acuerdo, supongamos que Fichte dijo lo que dijo para levantarnos el ánimo después de la ocupación francesa o lo que sea. Muchas gracias, Herr Fichte, ha sido usted muy estimulante para nuestras glándulas alemanas, y ahora que hemos recuperado el ánimo, busquemos principios comunes y no tribus germánicas” (págs. 97 – 98). Debate: la Europa de Kant frente a la Alemania de Fichte (pág. 101, pág. 346) Sobre el lugar en el que cada uno quiere estar – págs. 120, 121, 122 “los que creen que el lugar donde nacieron es su patria, sufren. Los que creen que cualquier lugar podría ser su patria, sufren menos. Y los que saben que ningún lugar será su patria, esos son invulnerables” (pág. 123). Sobre las novelas y los lectores – pág. 132 Sobre los sonidos, la música y la poesía – págs. 155, 156 La Semana Santa vivida por la señora Pietzine (pág. 157) y el señor y la señora Levin (pág. 158). Sobre las novelas históricas – págs. 173, 174 Reivindicaciones laborales; reflexiones del patrón – pág. 186, 187

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“La revolución fue una farsa. ¿Y sabes qué? Que mientras no la hagan los que trabajan en vez de los que hablan, no me creeré ninguna revolución” (pág. 192) Sobre el acosador. La función de las mujeres – págs. 195, 196 Debate sobre la religión, la razón, el protestantismo, el anticlericalismo – págs. 212, 213 Sobre la arquitectura moderna – pág. 222 Sobre la poesía, lo clásico, la innovación, las normas – págs. 223, 224, 225 Sobre el arte – págs. 226, 227 Sobre el trabajo en la tierra – pág. 233 Carta de amor entre Hans y Sophie – págs. 272, 273, 274 Sensualidad – págs. 276, 277 Sobre la Literatura universal – págs. 302, 303 Los ilustrados y los románticos – pág. 305 Poesía de la experiencia – págs. 306 a 308 Sobre la traducción (págs. 315 a 317) y la mentalidad nacional (pág. 320)

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2.3.5 Crónicas decimonónicas escritas por los miembros del grupo En esta ocasión la propuesta era escribir una CRÓNICA PERIODISTÍCA (a modo de crítica) sobre EL VIAJERO DEL SIGLO, considerando que se ha publicado en el mismo siglo al que hace alusión (siglo XIX, año 1827) y planteando la posible acogida que hubiera tenido en ese momento. En general el grupo coincide en creer que las críticas hubieran sido duras al plantear abiertamente muchos temas “modernos” para la época que aunque ya estaban en boca de muchos miembros de las élites intelectuales, no terminaban de encajar en la mayor parte de la población y menos entre la gente más conservadora. Algunas crónicas realizadas han sido las siguientes: BEGOÑA GONZÁLEZ FIEDRICHC de la revista AUTORES Estoy con una pinta en la mano, doy sorbos pausados, está templada y mitiga el ambiente frio que me rodea. Me siento observado por los clientes de este local tan deprimente y eso que se llama “TABERNA CENTRAL”; se mastica el olor a tabaco, a grasa, a guiso recocido, a ropa poco limpia, a vahos corporales, en suma hay mugre por doquier. Intento concentrarme en mi escritura, tengo que enviar hoy mismo la crítica de un libro polémico recién editado, ANDRÉS NEUMAN es su autor, aunque nacido en Buenos Aires, parece que Granada ha sido su tierra de acogida. Lo he leído con avaricia y también con una pizca de malicia, para que no me enganche el entendimiento frete al placer de saborear buena literatura. Mi trabajo de crítico literario me obliga a ser imparcial y poco sentimental, igualmente debo ser cauto y preciso y también debo conseguir una acidez algo difamatoria sobre lo que escribo, por lo que los sentimientos me están prohibidos sobre el papel. Empezaré diciendo que este libro, EL VIAJERO DEL SIGLO, es un tanto extenso sus 531 páginas, son muy ambiciosas en los tiempos actuales. La literatura Romántica está alcanzando en este siglo XIX gran expectación y cambio, pero de los autores que destacan ninguno como este joven autor, ha sido tan osado, parece ver el futuro imitando la pericia de un mago. A mí no me convence, da excesiva importancia al género femenino, lo eleva, avanzando su entendimiento en sabiduría, libertad y seguridad. Tamaña exageración ofende los valores masculinos e intenta humillarnos. En esta sociedad no es aceptado, pues llevamos arraigados todo el poderío en la masculinidad, y no digamos en el comportamiento sexual. Qué hombre que se precie de serlo va a querer en su hogar una mujer como la protagonista Sophie. Nos gusta que nuestras mujeres e hijas y hasta madres, sean cultas, finas, discretas, incluso que aprendan lenguas, pero no se puede obviar lo que las depara su condición, por lo que las buenas formas nunca deben sucumbir a sus pasiones. Creo que a este joven escritor le falta experiencia para dilucidar lo correcto de lo incorrecto, lo moral de lo amoral.

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Conozco tertulias mixtas sumamente interesantes donde se discute de política, economía, música, incluso de poesías y tendencias literarias. También he visto alguna anfitriona que participaba discretamente sin destacar. También es cierto que autores franceses como: NODIER, VICTOR HUGO, ALPHOSOE DE LAMARTINE, y los alemanes GOETHE, NOVALIS, BRENTANO, etc., son buenos percusores en el movimiento romántico, pero ninguno me ha causado tanto estupor como NEUMAN. Reconozco que esta ciudad (Wandemburgo) es proclive para ambientar una novela donde un mundo imaginario condensa los conflictos de la Europa de hoy y tal vez la de mañana. Desde aquí contemplo la TORRE DEL VIENTO y compruebo que ya es la hora de partir, también yo estoy deseando escapar de este laberinto. Aunque no recomiendo esta lectura, si puedo aconsejar que la interpreten mentes futuristas, los que sientan pasión por la filosofía, por el multiculturalismo, y los que sepan disfrutar con los cambios imaginativos de una ficción que tal vez mis nietos lean y hasta se sorprendan cuando comparen. Hoy por hoy y en mi calidad de crítico literario solo puedo decirles a mis queridos lectores que busquen otros autores con más estilo clásico. Aunque ya saben que para gustos se han hecho los colores. TERESA LOBERA AMANTES Y CAMINANTES Agencia de Bemhard Wolf Ayer, fue presentado en el Altes Museum de Berlín la novela titulada “El viajero del siglo” por sus autores, los escritores HANS y SOPHIE bajo el pseudónimo: “Nosotros A y C”. Así se apodan y se hacen llamar porque no desean ser conocidos, no dicen de dónde vienen ni de dónde proceden. Niegan apellidarse de forma alguna y residen en las ciudades del mundo. Como ellos vitorean: “Somos nosotros A y C” sin equipaje alguno. Mis averiguaciones como periodista me han llevado a situarlos en Wandernburgo como último destino en su continuo caminar. Según la crítica se trata de una novela fabulosa porque toca todos los palillos, en lo que a literatura se refiere. Es inmejorable en su contenido: escritura refinada, palabras musicales, poesía perfecta, diálogos novedosos, pura filosofía, conocimiento de escritores actuales de renombre y análisis fehacientes, de otros escritores desconocidos para algunos, pero de gran pureza narrativa. En cuanto al argumento: relaciones amorosas prohibidas aceptadas por los personajes principales y proclamadas a los cuatro vientos pero mal vista en una sociedad burguesa puritana y no permisiva en los tiempos que vivimos. La Iglesia ya se ha pronunciado y ha tomado partido. La tachan de provocativa llena de pecado y lujuria.

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Con esta mezcla de matices entre el burgo y el clero no deja de ser novedosa para los críticos, obscena para los puristas, sin tabúes para libertarios y completa para escritores de renombre. No faltaron los aplausos al finalizar el acto de la presentación de la novela pero tampoco faltaron los silbidos de alguno de los asistentes. El debate está servido, señores míos. ARACELI CAÑAS Crónica periodística sobre “El viajero del siglo” de Andrés Neuman a modo de crítica, como si efectivamente estuviéramos en el siglo XIX Fritz Kroner - octubre de 1827 La historia está ambientada en Wandernburgo, una ciudad irreal, sin fronteras conocidas, en las que sus calles cambian de lugar, y que produce en el misterioso viajero de nombre Hans una atracción inexplicable, aunque luego tampoco esto es real pues creo que la verdadera atracción la ejercen los personajes que la habitan. Esta ciudad, por lo demás, podría ser el reflejo de cualquier otra ciudad de nuestro país. Su ambiente, costumbres, personajes, están descritos fielmente. Aparecen representados todas las clases sociales: el clero, los criados, los burgueses, la aristocracia y la clase ilustrada. Esta última se reúne los viernes en el salón de Sophie Gottileb, a la que el narrador describe como una mujer joven, atractiva, inquieta y liberada mental y sexualmente, y con una formación cultural no habitual en las mujeres de hoy en día. En esta tertulia se habla de literatura, filosofía, política, religión, música, del exilio etc. Los que llevan la voz cantante en estos debates son el profesor Mietter, el Sr. Levin y Hans; el resto participa como meros oyentes: el Sr. y la Sra. Levin, la Sra. Pietzine, Urquijo, Rudi, e incluso Sophie; que se limita a asentir si está de acuerdo, modera la discusión, organiza los turnos de palabra, pero no opina. Hans y Sophie se van enamorando y están muy bien descritos los prolegómenos de este amor. A partir de este momento todo gira alrededor de la pareja para la cual lo único que importa es su amor-pasión y su erudición Toda la historia parece un pretexto, para el lucimiento cultural de los protagonistas, de la que hacen una verdadera exhibición. La novela está escrita de forma omnisciente, con un lenguaje muy rico, lleno de matices, dejando patente que el autor es un gran narrador. Aunque a mi parecer le sobran muchas páginas (la enfermedad y muerte del organillero se alarga demasiado), e insiste mucho en la repetición de las reuniones tanto en la cueva, como en las reuniones culturales del salón, o en los ardorosos encuentros amorosos en la posada, en medio de una enumeración interminable de poetas, literatos, o filósofos de cualquier época y condición, mostrando así, una capacidad cultural abrumadora, y en mi opinión excesiva. Toda la novela está influida por la nueva corriente artística que llaman Romanticismo, con la que se intenta cambiar lo que hasta ahora era inamovible. Las dos únicas mujeres jóvenes, Sophie y Elsa de las que nos habla el autor, son mujeres sin prejuicios y sin moral. ¿Cuándo se han conocido en nuestra pequeña ciudad casos de mujeres tan casquivanas, incapaces de reconocer como Sophie, la autoridad paterna, ni guardar el respeto debido a su futuro marido?

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Presentarnos esta clase de mujeres que no dudan en convertirse en amantes, como si su forma de actuar no fuera en modo alguno punible, es un escándalo inaceptable. ¡Qué ofensa para nuestras ejemplares esposas e hijas…! Defiendo la opinión del profesor Mietter, cuando critica el modo en que se visten hoy en día nuestras jóvenes, y con la idea que expone, cuando dice que las mujeres más refinadas, deberían pertenecer a una instancia espiritual más elevada. Aunque todo esto no justifique en absoluto, que en nombre de una moral estricta, acabara convirtiéndose en el asesino enmascarado. Moralmente es un libro censurable, que no debería caer en manos de ninguna mujer; mi obligación como crítico es denunciar este tipo de literatura que incita a desear una libertad intelectual y sexual, dando al traste con el ideal de mujer que debemos preservar por ser la base de la familia, pues si esto fallase, la sociedad tal como la conocemos, caería como un castillo de naipes. Al final los amantes se separan dejando atrás su amor y su trabajo, Hans debe seguir su camino y Sophie, “no quiere seguir a nadie” y se va sola, porque en la ciudad su vida ya sería imposible. Es el final lógico de una mujer cuyas veleidades intelectuales y su falta de moral, han abocado a un destino incierto. CARLOS DELGADO Crónica periodística del Viajero del Siglo Ateneo Literario Hay veces que no acertamos a comprender qué recorrido habrán llevado ciertas cosas hasta llegar a nuestras manos. Esto es lo que yo me preguntaba a medida que iba leyendo el libro que tengo sobre mi mesa y sobre el que pretendo hacer una crónica para la revista de nuestro Ateneo Literario. El citado libro, se titula El Viajero del Siglo y en él, el autor, nos presenta a un traductor literario que sin un motivo aparente, aparece un mal día por Wandernburgo, una ciudad esta, que no sé en qué lugar situar en el mapa. Cuando el traductor está decidido a abandonar la ciudad, es invitado a participar en unas tertulias en la mansión del señor Gottlieb. Su hija, Sophie Gottlieb, una joven ilustrada y rebelde, amante entre otras cosas, de la poesía y de la filosofía, ejerce de moderadora de los contertulios, entre los que se encuentra su prometido. Los debates unos días versan sobre filosofía, otros sobre religión o asuntos locales, pero el tema fundamental desde la derrota de Napoleón, es siempre el mismo: La organización de la nueva Europa. Los debates llegan a ser muy interesantes y a veces acalorados, pues de todos es sabido, el gran interés de nuestros compatriotas por llegar a conseguir un día, la unificación de todos los Pueblos Germánicos. Pero estos sugestivos debates, pasan a un segundo plano al comenzar una relación amorosa, la señorita Gottlieb y el viajero traductor. Pero lo peor, no es la importancia que adquieren los amores de los dos tortolitos, sino el relato de los procelosos encuentros amatorios que en lugar de hacer un esfuerzo intelectual para decir lo que se quiere decir, pero sin decirlo, que es lo que se suele hacer en estos casos, el autor se recrea en estos asuntos tan íntimos y, tan ladinamente los detalla, que pueden llegar a incitar al escándalo de los pudorosos lectores. En el afán de custodiar las más elementales normas de expresión literaria, no puedo pasar por alto algunas formas que utiliza el autor, como el de escatimar preguntas que en el texto no se hacen, pero se dan por hechas ante la evidencia de las respuestas. No sé que pretende tampoco cuando rechaza el uso de los puntos suspensivos, que es la formula por la que sabemos que uno ha sido interrumpido, cuando se encontraba en el uso de la palabra.

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Si al principio de esta crónica, me preguntaba por qué caminos habrá transitado esta obra hasta llegar a mis manos. Ahora me pregunto: ¿A quién va dirigida? Cierto es, que no lo sé, pero yo la doy un destino. La hoguera. Mª ÁNGELES FOMBELLIDA LA GACETA LITERARIA Diciembre de 1827 En ocasiones la maldad se esconde en las prometedoras líneas de un libro. Esto se podría aplicar a la novela que se presenta con el sugerente título de “El viajero del siglo”, en la que el autor crea unos personajes empeñados en socavar los cimientos sobre lo que se basa la moral y las buenas costumbres de nuestra sociedad. Todo gira alrededor de un viajero incapaz de asentarse en ningún lugar; un organillero anclado en la repetición mecánica y metálica de su música; una ciudad que parece moverse, un salón donde se habla de literatura, filosofía, política… Mientras poco a poco, y descrito con la complicidad del autor como algo encomiable, surge lo que él denomina amor, y yo llamaría concupiscencia y traición. En esta obra, casi nada queda a salvo de la mordacidad del autor, quien intenta, no digo que lo consiga, ridiculizar la obediencia y admiración que una mujer debe dispensar a su esposo. En su afán por mancillar no duda en describir a un sacerdote como un ser materialista, ocupado en anotar meticulosamente, como un usurero, las cantidades que le han pagado a la iglesia. Tampoco se detiene a la hora de insinuar que tras el fervor religioso, de uno de los personajes femeninos, se esconden una oscura obsesión por la suavidad de las manos del párroco o por el olor de su ropa. Se diría que el autor tiene una mirada insana ante las costumbres más arraigadas de nuestra sociedad, pero se muestra comprensivo y hasta idealiza con bellas palabras escenas y actitudes inadmisibles. ¿Cómo definir a Sophie? Una joven que no sólo se atreve a opinar sobre temas profundos como son la política o la filosofía, también osa llevar la contraria a hombres, por supuesto, mucho más preparados que ella. Pero lo más deleznable es que el escritor pretende presentarla como un modelo, con sus palabras parece querer decir: esta es la mujer del mañana. Una mujer que con el aplauso del autor abandona un ventajoso matrimonio para echarse en los brazos de un ser sin pasado y sin futuro. No quiero dedicar más espacio para disertar sobre este folletín, en las amadas páginas de nuestra Gaceta Literaria, pues seguramente, esta novela pasará desapercibida para los amantes de las letras, ella y su autor nunca ocuparan un lugar destacado en ninguna biblioteca, sus hojas servirán para envolver chucherías y, afortunadamente, en lugar del polvo, a los dos, obra y autor los cubrirá el manto del olvido. MARÍA HERNÁNDEZ Crítica al viajero del siglo He disfrutado con la historia desde la dedicatoria y la definición críptica de la ciudad, que en principio pensé era una definición errónea. Divertida e intrigada comencé a leer. Desde el comienzo el autor te obliga a interrogarte acerca del texto. Las sugerentes descripciones te sitúan en el tiempo y en el espacio. Es muy interesante la forma bellísima y certera de adjetivar,

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de describir los objetos, los ambientes y pronto te encuentras con los primeros aforismos (recordé las greguerías de Ramón Gómez de la Serna). Ves, oyes, hueles, sientes a través del personaje principal, Hans, pero no le ves a él. Caminas con él pero no sabes nada de él. Un narrador omnisciente, como si de una cámara cinematográfica se tratara, te conduce por el relato hasta que el misterio se desvele, solo a medias, más allá de la mitad o al final de la novela; pero estás empezando y aún no lo sabes, de forma que asistes al encuentro con la extraña ciudad cambiante, que parece moverse como si fuese diferente a cada nueva melodía que surge del organillo que el sensible oído de Hans escucha en la plaza. Conoces al organillero, poeta y filósofo y a fiel Franz y la cueva, más allá de la ciudad, a través del puente sobre el río Nulte, con los abedules de tronco blanco como sonoros centinelas que se mecen con el viento. Como ellos y en compañía de Reichardt el jornalero y Lamberg el obrero, puedes asistir al paso de las estaciones y los problemas sociales que se suceden a lo largo de la novela. Es delicioso el relato breve del encuentro con Sophie, el lenguaje de las manos, del abanico. Habrá otros, como el relato policíaco que va intercalado en la historia, en el que los dos policías, padre e hijo, los tenientes Glukc, me hacen sonreír al recordar a otros detectives aparentemente ineficaces. Más adelante, en cada tarde que Hans va a pasar en la tertulia a la que será invitado, van surgiendo una serie de conversaciones sobre temas políticos, filosóficos, sociales, literarios y económicos, que constituyen pequeños ensayos dentro de la novela. Las teorías que se exponen en los diálogos entre personajes de distintas nacionalidades, creencias religiosas y procedencias sociales que se dan cita en la casa de Sophie y que nos muestran la gran cultura del autor, me han incitado a buscar información sobre el pensamiento de los filósofos citados o los momentos históricos, en tantos sentidos contemporáneos, por lo que la lectura se ha hecho aún más interesante. Todo el relato es traspasado por una historia de amor tan bella y explícita que parece tener lugar entre personajes ajenos al momento histórico de la novela, más que de principios del siglo XIX, del XXI. Sophie Gottlieb es una joven de apariencia tradicional que es capaz de mantener un compromiso con su prometido Rudi a la vez que una relación amorosa con el liberal Hans tan desinhibida y atrevida que en ocasiones sorprende al propio Hans por su atrevimiento. Pero con lo que más he disfrutado ha sido con los encuentros con la poesía de los amantes, sus agudas observaciones, e interpretaciones de poemas concretos, las lecturas y traducciones. En ocasiones no he podido evitar la consulta de la obra de poetas románticos que se citan y otros que eran coetáneos. Es muy curiosa esta crónica de sociedad que realizó una de las compañeras del curso: BENITA MELERO La crónica de Wandernburgo Notas de sociedad El viernes pasado las Tertulias en casa de los Gottlieb cumplieron su aniversario. El acontecimiento fue una velada inolvidable, impregnada de un espíritu literario y musical. El señor Gottlieb y su hija Sophie celebraron dicho acontecimiento, con sus amigos más cercanos, a ellos se sumaron algunas personas más que no suelen ser habituales en el que ya se conoce como EL SALÓN DE SOPHIE. No faltaron los recitales poéticos y en el piano se interpretaron diferentes piezas de los compositores del momento. Los licores y demás viandas acompañaron abundantemente la velada.

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Cuando los invitados fueron despidiéndose de sus anfitriones, la noche caía sobre Wandernburgo; las calles parecían desaparecer entre la niebla.

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3. Ejercicios de Creación Literaria 3.1 Tertulia Romántica

Tomando como referencia el cuadro adjunto, el ejercicio consistía en imaginar y escribir, un diálogo o un relato, con los distintos personajes que aparecen (o algunos) que hablaran de temas que pudieran estar candentes en la época. Estos fueron algunos de los trabajos realizados: ARACELI CAÑAS Sobre una tertulia romántica - Llega usted muy tarde D. Leopoldo - Lo siento amigos, asuntos particulares me han complicado el día, pero ya estoy con ustedes, dijo mientras colgaba su sombrero y su gabán. Mi saludo a las señoras presentes; bueno, ¿y qué tema se traen hoy entre manos? - Estábamos hablando de la nueva corriente literaria que se está implantando en España procedente de Europa, el romanticismo. - Sí, conozco ese movimiento D. Antonio; sé por mi amigo Bretón de los Herreros, que pertenece a él, que el romanticismo ha ido rompiendo todos los esquemas del neoclasicismo, es una corriente literaria revolucionaria que sigue las teorías del librepensador alemán Krause. -Exacto, la vanguardia romántica nace en Alemania, apostilló D, Antonio. -Dña. Gertrudis, creo que usted sabe bastante sobre este tema, lo está demostrando con su poesía, se atrevió a comentar el tímido D. Luis Gabino. -En efecto, es muy atractivo trabajar dando rienda suelta a una especie de exaltación de las emociones, de lo sublime, de lo sobrenatural, del amor apasionado, del ansia de posesión del

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infinito… ¿Han leído ustedes “Werther” de Goethe, o su “Fausto”? ¿Y los poemas de Byron? Son los precursores de este fenómeno tan interesante. Sí, amigo Luis Gabino, seguiré la senda de los poetas románticos que me han precedido, entre otros Espronceda. -Ah! Pues a mí no me gusta Espronceda dijo Dña. Adelaida, son unos versos tan largos y tan épicos… -A mí en cambio me gustó mucho “El Estudiante de Salamanca”, sus versos son tétricos, llenos de crímenes y desamor…consiguió comentar D. Luis Gabino con su voz algo aflautada. -Bueno sí, pero prefiero a un poeta joven algo desconocido apellidado Bécquer, es mucho más lírico, más intimista. -He oído hablar de él, dijo D. Leopoldo. ¿Qué les parece si en la próxima reunión leemos sus poemas? ¿Y si leyéramos también algo de Carolina Coronado? -Me parece muy buena idea, dijo Adelaida; Don Antonio, usted podría recitarlos, modula tan bien y tiene un tono de voz tan apropiado… -Cuenten conmigo, pero a cambio me gustaría oír recitar a Dña. Gertrudis el precioso poema de Keats, “Oda a un ruiseñor”, además de algún poema suyo, desde luego. -¡Oh! Encantada, es uno de mis favoritos. -Por cierto, ¿saben qué fecha es hoy? Hace 30 años que murió el gran articulista Mariano José de Larra. -No se olvida usted nunca de esa fecha Sr. De los Ríos. -Pues no, no me olvido; siempre que releo sus escritos me digo: ¡cuánta razón tenía! Todos asienten en silencio; silencio que rompe Don Pedro anunciando la representación en el teatro El Príncipe, de la obra teatral “La conjuración de Venecia” de Martínez de la Rosa, de la que según dice se han hecho muy buenas críticas en la prensa, y que próximamente se estrenará D. Juan Tenorio en el Teatro Nacional. . -Yo iré a ver las dos obras ¿Alguno de ustedes se anima? -Lo acompañaré yo D. Pedro, no puedo perder la ocasión de ir acompañada por un entendido como usted. -Gracias D. ª Gertrudis, si, reconozco que el teatro es mi gran pasión. -¡Oh! Como pasa el tiempo…queridos tertulianos tengo que dejarles, dijo mirando su reloj D. Antonio. -Espere D. Antonio, nosotras también nos vamos ¿te parece, Adelaida?, dijo Gertrudis. Todos se levantaron, y entre despedidas fueron saliendo, dejando la sala vacía.

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Mª ANTONIA PONCIO Después del concierto

Una vez terminado el concierto de piano, las puertas del gran salón de los espejos se abrieron, las mujeres pasaron a él, arrastrando sus opulentos vestidos y dándose golpes en el pecho con sus abanicos. Enseguida formaron corrillos frente a los hombres que rellenaban sus pipas y paladeaban el exquisito champán francés que presentaban camareras con uniformes impolutos. Se ensalzaba la majestuosa interpretación del Nocturno -op.32 y 37, con el que su compositor, Fréderic Chopin acababa de deleitarles, cuando el mismo Maestro se incorporó al salón, y una vez más se le aplaudió, según hizo su entrada. ¿Os habéis fijado - dijo Leopoldina – qué aire misterioso tiene y qué refinado es? Qué sentimiento le pone a su música. Es un genio. Es maravilloso verlo deslizar sus manos por el piano. Margarita estaba sentada; el corsé le oprimía sus enormes pechos, y estos sobresalían más de lo normal por el escote. Se inclinó y en voz baja susurro: - Esa que está ahí con levita, hablando entre los hombres, me han dicho que es su amante. - ¿Cómo, otro hombre?- dijo otra No, es una mujer, es la baronesa Lucile Dúdevant; le gusta vestir así de masculina. Todas se giraron hacia ella, y vieron cómo la ofrecían rapé que ella, sin más, aceptaba. Se la ve en las tertulias de los cafés de París - continuó Margarita - Bueno, eso es lo que me han contado porque comprenderéis, yo a esos sitios no acudo. ¡Pero, si es mucho más mayor que él! - dijo Nicoleta - parece un niño a su lado. Otra voz que salió del fondo dijo: Shakespeare se casó a los dieciocho años con una de veintiséis, eso no es, ni era normal, luego la abandonó, cuando se cansó de ella, como le pasará a esta. - Uf .. - dijo la más joven - ya es hora de que las mujeres elijan maridos y amantes más jóvenes. ¿Pero qué tiene que ver aquí Shakespeare? - Increpó Leopoldina-. Es que me han dicho que es escritora. ¿De libros de repostería o de urbanidad? - No, no escribe novelas y textos de críticas literarias y políticas que interesan mucho a los hombres. No solo a los hombres -respondió otra voz fina y musical-, a algunas mujeres también nos interesan. Parece que usa un seudónimo, dice esta, aunque esto no lo puedo asegurar. El otro día el poeta Musset amigo de mi esposo, hacía comentarios de muy mal gusto, sobre una antigua amante suya, y por lo que pude hilar creo que es ella, sospecho que se hace llamar George Sand, pero como ya os he dicho, no lo puedo afirmar -. Serafine se levantó de su asiento, enderezó la flor que prendía en su cintura, - Señoras: les diré que el maestro Chopin y ella, acaban de regresar de Mallorca, una isla española, han pasado el invierno allí, el está enfermo. Sé todo esto porque hemos realizado parte del viaje juntos. Ella es una persona muy ilustrada y moderna, y les aseguro que no le importa nada lo que digan de ella. Sé que se ha dado perfectamente cuenta de que estamos hablando de su persona, pero créanme, le da exactamente igual, en cierta ocasión me dijo: “Hay que juzgar los sentimientos por los actos más que por las palabras”-.

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Y ahora queridas, es el momento de dirigirnos a ella y les aseguro que si tienen alguna pregunta que hacerle, ella les responderá con absoluta libertad. BEGOÑA GONZÁLEZ Tertulias en Igualdad El salón de madame Margaret siempre rebosaba público. Aquella tarde la velada prometía. Versaría sobre literatura y para mayor deleite disfrutarían de buena música. La anfitriona había invitado a Leonor, viuda, y que regentaba una afamada tienda de antigüedades. A la joven Líli, de tan solo 19 años y empedernida lectora. A Jacqueline, entusiasta de Flaubert y musicóloga. Faltaba Jimena, gran tertuliana, y cuñada de Margaret. Los caballeros solían ser los habituales, el barón Petillot, adinerado, algo pusilánime y buen orador. Louis, boticario, seguidor de Balzac, con ideas avanzada sobre fórmulas curativas. Bernad, político en ciernes y conquistador nato. Ferdinad, propietario de una fábrica de embutidos, culto y algo envarado. Claude, profesor de filosofía, y Hugo, el pintor de moda, siempre defensor de la igualdad y la justicia. Les solía acompañar algún alumno aventajado como Paul, enamorado perpetuo de Líli. Aquel salón era amplio, con grandes ventanales, por cuyas cortinas se filtraba una luz sinuosa y velada; al caer la tarde la campanilla sonaba y el mayordomo hacía su aparición, encendiendo los apliques y la hermosa lámpara del techo. Era otoño, la temperatura refrescaba y la chimenea chisporroteaba, fusionándose madera y fuego. Leonor fue la primera en aparecer. La recibió Louise, la primera doncella; la acompañó hasta donde Margaret aguardaba la llegada de los invitados, sentada con un pequeño libro sobre el regazo. ¡Hola querida! Eres la primera en llegar. Me alegro, así puedo comentarte que el comisario Leman ha estado en la tienda y me ha formulado extrañas preguntas sobre nuestras reuniones. ¡Bah! no te preocupes; es curioso e impertinente, pero inofensivo. Hace tiempo que desea ser invitado pero no tengo ninguna intención de hacerlo. Puntuales, uno tras otro fueron apareciendo los invitados, las mujeres se iban desprendiendo de sus capelinas, chales y limosneras, las depositaron con orden y finura sobre las manos de Louise. Los hombres se alijeraron de sus capotes, sombreros y fulares; el mayordomo recogía los objetos con una discreta reverencia. Me alegro mucho de contar con vuestra presencia. Líli, estás preciosas con ese vestido tan vaporoso. Gracias Margaret.

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¡Bravo Jimena! al final has podido venir. Sí, por fin he encontrado una disculpa razonable. Tu hermano es bastante inquisidor ¿sabes? Por supuesto, fue el peor educado y el más consentido en la familia. ¡Paciencia cuñada! ¡Hola Jacqueline! Al fin llegas. Sí querida, hemos tenido un percance en una rueda del carruaje, pero ya estoy aquí. Dame un abrazo. Margaret continuó saludando a los caballeros. Todos se deshicieron en elogios hacia ella. El barón besándola la mano, dijo: Amiga mía, este es el momento más reconfortante de toda la semana. Exageras Petillot, pero sabes que es un honor recibirte en mi casa. Hola Louis, qué tal tus formulas maravillosas. No me hable adorada Margaret, ha sido una semana agotadora. Bueno querido, ya puedes descansar y relajarte. Bernad, adelante, toma asiento. Pronto comenzará la tertulia. Lo estoy deseando, mientras tomaré un jerez. ¡Ferdinad, qué flores tan hermosas! No tanto como tú, Margaret. Claude y Hugo, se inclinaron respetuosamente ante la anfitriona. ¡Mis queridos profesores!, sed bienvenidos. El tímido Paul aguardaba a ser recibido el último: ¡señora, soy su más fiel admirador! Paul, es usted encantador pero demasiado adulador. Después del refrigerio el ánimo de los asistentes crecía entre copas de jerez y brandy, dialogando sobre romanticismo. Tenían claro que era un movimiento cultural y político, originado a finales del siglo XVIII, como una reacción revolucionaria contra el racionalismo de la ilustración y el clasicismo. Líli opino que daba prioridad a los sentimientos, el barón había leído a Rousseau (autor de confesiones), Jimena conocía a Goethe, el profesor disfrutaba con Novalis, Margaret cito a Víctor Hugo y Jacqueline ponderó hasta el infinito a Alexander Dumas. Llegaron a la conclusión de que el romanticismo como movimiento era extenso en autores de diferentes países, una vez llegado a ese punto dieron paso a la música. El concierto consistió en la composición de un aria operística, interpretado por un terceto de mujeres, compuesto de arpa, clavicordio y voz. Fue una velada encantadora. CARLOS DELGADO Tardes en Palacio Toda la ciudad sabía que Doña Amelia era descendiente directa de los Antúnez. Este apellido era el más común en la localidad, pero ello no daba pie a ninguna confusión, cuando en algún lugar se hablaba de los Antúnez no era necesario añadir más referencias, en muchos kilómetros

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a la redonda, todos sabían que se referían al Antúnez con abolengo de la familia de Doña Amelia. En su día, el palacete que habitaba se edificó en el lugar que su abuelo paterno había designado para que fuese el centro de la ciudad y, para que con el tiempo se convirtiese en lo que hoy se conoce como la plaza mayor. La casa, aparte de habitaciones, vestidores, salas y, recibidores disponía de un inmenso salón cuadrado, con chimenea francesa que, se mantenía encendida desde primeros de Septiembre hasta bien avanzado el mes de Junio, tenía tres puertas por las que se accedía al gran balcón que daba a la plaza y, por donde su difunto marido había lanzado tantas arengas contra los liberales o, por el contrario, convocaba al vecindario para agradecer el apoyo de la Santa Alianza o, para dar la bienvenida a los Cien mil hijos de San Luis. Así pues, en este salón se había hecho ya costumbre que, una vez a la semana, un escogido grupo de amigos unos y parientes otros, acudían después de la siesta y, en torno de una elegante mesa de caoba, bien servida de pastas, licores y café mantenían no siempre, amenas tertulias. Era normal por lo común, comentar y dar sus puntos de vista sobre las noticias que llegaban de los mentideros políticos de Madrid. Se repasaban también, los asuntos que afectaban al común de los vecinos y, hubo tardes, en que el acaloramiento de las discusiones llego a tal punto que, Doña Amelia, no se veía capaz de apaciguar a los contertulios y no le quedaba otro remedio que, apelar a las buenas dotes del reverendo Don Gregorio, para poner las cosas en su sitio cuando los coloquios se le iban de las manos. Dispuesto a honrar con su presencia a la dueña de la casa y a sus invitados, paró junto al portón, descabalgó de su montura y entregó las bridas al criado que esperaba en el umbral. - Le están esperando Don Ramiro, están todos impacientes, no se espera esta tarde a nadie más, deje aquí el caballo que, enseguida me hago cargo de él, sígame, sígame que le acompaño hasta el salón, estaba ya preocupada la señora Doña Amelia, reñía cariñosamente a las muchachas que no dejaban de reírse al ver la cara de sueño de Don Fermín. Este trataba de justificar su falta de atención y decía que había pasado buena parte de la noche atendiendo a un enfermo atacado por un cólico y, ¡vive Dios que me costó dominarle! pues llegue a pensar que el hombre no vería amanecer. Pero gracias a Dios, esta vez podrá contar el hombre lo mal que lo pasó. Espero que tengan en consideración mis circunstancias y, disculpen si me ven dar alguna cabezadita. Este era el cuadro con el que se encontró Ramiro al abrir la puerta. Al verle, todos se pusieron en pie, excepto Doña Amelia que ya lo estaba y, después de los besamanos a Don Gregorio y a las damas, Ramiro saludó efusivamente, uno a uno a los restantes. - ¡Benditos los ojos que te ven… que larga se nos ha hecho tu ausencia¡ pero dinos, decía Doña Amelia, ¿qué tal te ha ido por allá? Cuenta, anda, cuéntanos que, ya estábamos aburriéndonos y el doctor, pobrecillo, esta ya medio dormido - .No se imagina usted, señora, cuanto alago supone para mi esta invitación, el ser parte de esta reputada sobremesa… qué más quisiera yo…. - Pero vamos señores, tomen asiento, le interrumpió la señora, y tu María Eugenia hija, avisa a Juana que nos sirvan el café. …. les decía, señores, lo alagado que me siento, pero ya saben ustedes lo delicado de salud que anda mi padre y, los negocios de ultramar tal y como andan las cosas… requieren de un seguimiento muy cercano y, el viaje a aquellas tierras, ¡ cuánto tiempo ocupa!….

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- Claro hijo, claro, nos hacemos cargo, dijo Don Claudio mientras encendía un hermoso habano. Pero, que es lo que está pasando allá, porque las noticias que llegan a mi periódico, cada día son más contradictorias - Igual que aquí Don Claudio. En todas partes hay revueltas y, allá, han prendido más que aquí las ideas de la revolución francesa, los negros, quieren ser libres y, los blancos no permiten que lo sean. Y en esas estamos, caballeros, el caso es que no hay un día, en que no arda una plantación. María Eugenia y sus primas, Elvira y Eloísa, se habían retirado al otro extremo de la sala, aburridas por el rumbo que había tomado la tertulia. - A ver señoritas, que son esos cuchicheos o, es que no os interesa lo que cuenta Ramiro, de su viaje a las Américas. - Como no va a interesarnos madre, estamos escuchando. Entonces, a qué vienen esas risitas. - Decíamos, madre, que la Lorenza ya no puede ocultarlo y…. - Así que son esas las risitas, intervino el señor cura que, estaba dando buena cuenta de las pastas. Pues no veo yo la gracia, jovencitas. Mucho va a necesitar la pobre, de vuestras oraciones y, de de la caridad de todos nosotros. - ¡Lo que faltaba para el duro¡ no, no, si al final, lo de siempre, bramo Don Fermín que, a estas alturas, con el café y un par de copitas, parecía haberse despejado. ¡Ale! ¡Ale! Unos todo el santo día de parranda, pero claro, luego, a expensas de la caridad, de los que llevamos una vida como Dios manda. - El libre albedrio, Don Fermín, eso es lo que está de moda y, así le luce el pelo a este granero de Europa y, usted perdone, Don Gregorio, pero más nos valdría a todos, no entretener a la gente con tanto rosario y tanta novena. La gente, a roturar el monte. A ver si conseguimos de una puñetera vez, que algún día sea productivo. - Ya, ya, Don Aurelio, pero…. - Ni pero, ni peras y, escuchemos a nuestro amigo Ramiro, haber qué opinión tiene, sobre el asunto de la Lorenza. - Que quieren que les diga, no sé, me parecen muy atinadas las observaciones de Don Gregorio, porque, al fin y al cabo, será ella quien padezca las miserias de su poca sensatez. Compadezcámosla y, no la carguemos con toda la responsabilidad, pues si somos piezas de ajedrez en el tablero de la vida y, es Dios dueño y señor de nuestras voluntades, ¿qué queda pues al libre albedrio? ¿O acaso creen ustedes que, sin la traición de Judas, no hubiera sido el hijo de Dios crucificado? - ¡En buena hora fui a pedirle la opinión! Eso que dice usted Ramiro, que es, la Ilustración? Pues tenga usted cuidado y, mire a ver, a quien cuenta y, donde, toda esa palabrería. Yo, en esto, la

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verdad, no es que sea una eminencia. Ya saben ustedes, recaudando impuestos me muevo mas en lo concreto, pero esto, está ya clamando al cielo. ¡Por Dios Don Gregorio! ponga usted las cosas en su sitio. - A estas niñas, Doña Amelia, no les hace nada bien estos debates, dijo el señor cura, levantándose y, empezándose a poner la capa, ahora señores, sintiéndolo mucho, debo acudir a mis obligaciones, pues tengo que visitar a un enfermo, pero antes, Don Aurelio, quiero decirle, que en estos asuntos de tanta controversia, doctores tiene la Santa Madre Iglesia y, a nosotros, humildes servidores, no nos queda más que acatar los designios divinos. - Ya habéis oído señoritas, acompañad al señor cura y, si él lo cree conveniente, le acompañáis en su visita y, de paso, avisa a Juana, hija, que encienda las velas de las lámparas, porque madre de Dios, como merman ya los días. Más tarde, cuando el sol no alumbraba ya los campos, en la cantina, unos hombres, en torno a una desvencijada mesa, bebían un vino agrio, con regusto a cepa vieja. Maldecían su fortuna. No había sido mala la cosecha de este año. En eso estaban de acuerdo, pero no les quedaba dinero para comprar semilla y, tendrían que acudir a prestamistas. Por el monte, se acercaba un tropel de nubes negras, se cernían sobre el cielo y, auguraban, tal vez, una tormenta. TERESA LOBERA Tertulias Románticas Desde la muerte de José Espronceda, su gran amiga Carolina Coronado le rendía homenaje desarrollando sus famosas tertulias literarias. Estaba enamorada de su poesía y concretamente de una que este la había dedicado personalmente y que permanecía intacta en un marco victoriano que colgaba impoluto en el salón verde de su casa donde se desarrollaban las tertulias. De la misma pared colgaba un óleo de Valeriano Domínguez Bécquer hermano del poeta que representaba una escena familiar costumbrista. A su lado el cuadro de Goya “Jugadores de cartas” en los que el contraste de luces y sombras se resaltaba con una suelta pincelada. No podía faltar tampoco “El suspiro del moro” que había comprado a su queridísimo Joaquín Espalter Rull después de su exposición en Paris. En las otras paredes brillaban óleos de pintores de renombre en aquélla época y que asistían a sus conocidas tertulias. Toda la burguesía madrileña conocía a esta mujer por su notable belleza y elegancia. Tenía una gran cultura musical. Hablaba cuatro idiomas Era de ideas anticonformistas y algo excéntricas pero llevó una vida discreta propia de una dama de la alta sociedad. Solían reunirse todos los primeros viernes de mes para que así pudiesen asistir literatos, pintores, músicos, actores, etc. que residían fuera de Madrid. Sin embargo dos veces por semana se reunía la mayoría de ellos en el famoso café “El Parnasillo”. Allí tranquilamente charlaban sobre los acontecimientos acaecidos durante la semana.

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Eran las siete de la tarde cuando iban llegando los ilustres invitados aunque no empezaban hasta las ocho sus debates. Los hombres venían con sus nuevos fraques, dejando aparte los trajes dieciochescos de casaca y media corta sustituyéndolos por pantalones ajustados, anudado al cuello un pañuelo negro y un sombrero de copa que sustituía al antiguo hongo. Las mujeres también cambiaron su elegante traje “Imperio” de la época napoleónica por el meriñaque que suponía elegancia, comodidad y economía pues así evitaban llevar 4 o 5 enaguas para dar pomposidad a sus vestidos. La primera en aparecer fue su queridísima amiga Gertrudis Gómez de Avellaneda que llevaba 2 años sin visitar su casa debido a los tiempos difíciles que atravesaba por el fallecimiento prematuro de su hija María a los 7 meses, y que se fue sin conocer a su padre Ignacio de Cepeda y Alcalde, el gran amor de la escritora y con el que vivió una atormentada relación amorosa nunca correspondida. ¿Cómo te encuentras querida? preguntó Carolina. Mejor, aunque más que nadie conoces lo que supone perder a un hijo. Además, tampoco tengo suerte en el amor como tú. He acabado también con Gabriel García Tassara porque me tachaba de ególatra, ligera y frívola y nuevamente no quería casarse conmigo. Y yo como mujer, no puedo permitírselo. Sé que estás muy afectada por no haber sido admitida en la Real Academia Española. Nuestra condición de mujer nos cierra todas las puertas únicas y exclusivas de los hombres. Parece que nuestra feminidad hiere su orgullo varonil. Tendremos que seguir luchando. Bien sabes que lo estamos haciendo. Perdona Getru. Vete acomodándote. Sabes que estás en tu casa, querida. Llegan otros invitados y voy a recibirles. Juntos entraban charlando plácidamente Ángel María Saavedra (Duque de Rivas) con su esposa Encarnación Cuato. ¿Qué tal están?, preguntó la anfitriona. Bien, gracias. Conoces de sobra que nos encantan tus famosas veladas a las que no podemos faltar. Sé de la buena crítica que ha tenido tu obra “Don Álvaro o la fuerza del sino”. Te pronostiqué en su día que sería un éxito y no suelo equivocarme. Lo sé. Lo sé. Pero no podría haber sido de otro modo siendo la protagonista nuestra amadísima Bárbara Lamadrid. Como siempre, estuvo fantástica. Mira dónde las tenemos. Como de costumbre las hermanas Teodora y Bárbara, actrices de renombre en esa época, hacían su aparición con sus importados modelos.

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No dejaremos de envidiar vuestros últimos diseños. Les dijo Carolina. Pasad. Pasad queridas. Poneos cómodas. Perdonadme. El músico Eduardo Pardo llegaba en ese momento. Este interpretaría al piano los “Preludios” de Franz Liszt. Cada mes interpretaba a músicos diferentes: Franz Liszt, Félix Mendelssohn, Richard Wagner, Wolfgang Amadeus Mozart, etc. También incluía temas propios en el repertorio. El mes pasado había tocado “Rapsodias húngaras” de Franz Shubert. Buenas noches, Eduardo. ¿Con qué nos vas a deleitar esta noche? Espero que sea tan agradable como la última vez. Los invitados te demostraron con sus aplausos que estuvieron encantados. Es una sorpresa, mi querida Carolina; como siempre la contestó haciéndola un gesto cómplice y besándola la mano que retenía entre las suyas. Te adoro. No tengo duda alguna de que estarás fantástico. Claudio te servirá tu brandy preferido. Únete a nuestros amigos. Seguidamente fueron apareciendo todos los demás. Después de recibir la bienvenida cariñosa de Carolina, se iban mezclando, saludando y acomodando. Los criados les servían los mejores licores y los manjares exquisitos que la anfitriona hacía preparar con esmero, ateniéndose a las últimas novedades en lo que a gastronomía se refería. Siguieron entrando Antonio García Gutiérrez asiduo del “Parnasillo”, Manuel Bretón de los Herreros, Bécquer, Gaspar Núñez de Arce, Donoso Cortés, Zorrilla, Jean Eugenio Hartzenbusch, etc. Se acercaba la hora prevista y aún no habían aparecido Rosalía de Castro y Pablo Piferrer, gallega y catalán respectivamente. Solían llegar los últimos porque no residían en Madrid, pero eran fijos en estas citas. Hechas las presentaciones previas entre los contertulios, estos se fueron aposentando en cómodos sillones colocados circularmente. Las mesas contenían las copas y viandas pertinentes. Varios ceniceros contenían las cenizas de sus grandes puros que cuidadosamente los invitados apagaban una vez terminados. Estaban intercalados indistintamente para que la conversación entre ellos fuera más fluida. Carolina iniciaba la conversación y hacia de moderadora. Su segundo marido Don Justo Horacio Perry, secretario de la embajada de E.E.U.U., se ocupaba de iniciar los temas a debatir que previamente el matrimonio había seleccionado y analizado arduamente. Comenzaba la tertulia con el acontecimiento más significativo del mes. Con este inicio disipaban rivalidades entes los tertulianos.

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En primer lugar dieron la enhorabuena a Gertrudis Gómez de Avellaneda por haber sido proclamada poetisa Nacional en la Habana. Zorrilla la comparó por sus análisis de los estados emocionales derivados de la experiencia amorosa, a las escritoras Louise Victorina Ackemamm y Elizabeth Barret Browing. Estuvieron de acuerdo con él alguno de los contertulios. Otros las desconocían. Continuaron hablando del gran éxito de “Los amantes de Teruel” del prestigioso académico Hartzenbusch. Siguieron a “Don Juan Tenorio” de Zorrilla, las Poesías del catalán Piferrer, luego los “Cantares gallegos” de Rosalía de Castro y comentaron Historia de los Templos de España del jovencísimo Bécquer ya conocido por su mecenas y hermano Valeriano. También debatieron la obra de “Don Álvaro y la fuerza del sino” del Duque de Rivas. Este les habló de su pasión por los escritores Byron y Shakespeare. En medio del debate las hermanas Lamadrid cuchicheaban sobre la mala relación entre Matilde Diez (rival acérrima de Teodora) actriz como ellas y su marido Julián Romea. A su lado se encontraba Concepción Rodríguez también actriz y les contó que como sabían, seguía en América triunfando, algo que no había conseguido en su tierra. Doña Carolina puso un dedo en la boca y chisto suavemente. Las tres callaron al unísono. Nombraron a Madame de Stäel del Allenque como la gran precursora del Romanticismo alemán, debatiendo a continuación, sobre dicho movimiento en España. Hicieron una mención honorífica a Juan Arolasal, al no poder asistir a la tertulia pues le había sido imposible trasladarse desde Valencia, donde residía. Siguieron otros temas y dieron por terminada la reunión a la diez de la noche, como siempre. Según iban pasando al salón azul a degustar las estofadas perdices rojas avilenses cazadas por el propio Don Horacio, sonaban los primeros acordes de “Preludios” de Franz Liszt. JOSÉ ANTONIO GIL Delirio de una tarde cualquiera Aquella sala del museo estaba apartada, como si quisiese esconderse de todo y de todos, pero yo estaba allí. En ella no había ningún mueble y sus paredes estaban ajadas y sucias, sin embargo, enfrente de mí, un cuadro, un solitario cuadro donde un grupo de hombres y mujeres parecían estar reunidos me observaba. Posé en él mi mirada y me estremecí, parecía querer salir de su plana y silenciosa realidad para cobrar vida. De repente, oí una voz, pero, ¿cómo era eso posible si estaba solo? El miedo me atenazo y fue entonces cuando todo comenzó. - ¿Qué significa para ti el amor? Dijo una voz masculina mientras sujetaba la mano de una de las mujeres con cariño y emoción y sin dejar de mirarla a los ojos con mucho amor. - ¿El amor? o ¿Mi amor por ti?, respondió ella con una dulce voz femenina sin dejar de mimarlo con su mirada. Pienso que me preguntas lo que siento por ti, si así es, te diré que siento algo tan especial que es difícil explicarlo. Estoy y me siento viva, llena de ti.

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El resto de contertulios se embarcaron en una algarabía ininteligible, solo la mujer de la esquina permanecía callada. Él hizo un ademán de abrazarla y besarla por lo que acababa de escuchar y sentir, pero también necesitaba conocer su definición del amor que ambos tenían y como podía desarrollarse, necesitaba saber la opinión de quien tanto quería. Con su mirada él la invitó a que siguiera hablando. Ella prosiguió con su definición y todos callaron. - Mi amor ideal, el amor que creo tener contigo, siempre se construirá con los cimientos fuertes de la libertad, libertad para amar, confiar, entender, dar y recibir, no concibo un amor con egoísmos, mi amor es darte todo lo que tengo, tu amor es compartir conmigo lo que te doy, sin imponernos normas o comportamientos que impidan expresarlo y vivirlo. Él la miraba enamorado, ella seguía llenando con su dulce voz la sala y todos escuchaban atentamente. - Mi amor por ti es pensar en ti, en lo que te agrada, te gusta, deseas y necesitas y sin cambiar mi personalidad o forma de ser, darte todo aquello que precisas para darte la felicidad que esperas de mí, por tu parte tu decidirás sobre ti, como hacer para compartir, y se que nunca pensarás en ti cuando quieras compartir, sino en la persona que amas y así darle lo mismo que tu deseas recibir. Un murmullo rompió el silencio, hubo gestos de aprobación y de nuevo el silencio. Él había quedado encantado con la respuesta, pero le hizo una última pregunta: - ¿Y si nuestro amor está basado en la libertad, cómo podremos estar seguros de nuestro propio amor? Ella acarició su cara, lo besó dulcemente en la comisura de sus labios, lo miró con ojos de enamorada y le dijo: - Mi amor, si confiamos el uno en el otro, en nuestro amor, en lo que tenemos, en lo que necesitamos y deseamos, nunca habrá malos entendidos ni celos infundados. Nuestro amor basado en la libertad será la base más fuerte y sólida para continuar amándonos. Las mujeres jaleaban la respuesta y los hombres asentían. Fue en ese punto cuando una voz masculina, diferente de la que había oído hasta entonces dijo: - Caballero, vamos a cerrar el museo, y si me lo permite, le diré que debe tener algún tipo de problema, lleva hablando solo un buen rato.

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3.2 Tertulia actual

Ángeles Santos. La tertulia. Por contraste con el ejercicio anterior que correspondía al Romanticismo, el punto de partida de la siguiente propuesta de creación literaria, fue la realización de un relato o de un posible diálogo que pudieran estar manteniendo las mujeres protagonistas del cuadro de Ángeles Santos. Con este ejercicio se pretendía proyectar la lectura del libro hacia la actualidad y el protagonismo de las mujeres como sujetos creadores. Estos fueron algunos resultados: Mª ANTONIA PONCIO Desde la ventana La rotura de la tibia y el peroné, a causa de una mala caída, le mantenían desde hace días, postrado en casa, sin otra compañía que su gato Kandi, y una amiga, Paulina, que una o dos veces por semana le abastecía. La humedad y el calor pegajoso del verano de Barcelona mas el peso de la escayola, hacían que Juan pasara el día desazonado. Se engancho al serial radiofónico “Matilde Perico y Periquín” que día tras día relataba las travesuras de Periquín el hijo de una familia típica española, puesta siempre en evidencia por la sinceridad de su hijo pequeño. Juan, solo encontraba aliciente los martes y los viernes, días en los que miraba el reloj cada momento y hacia la cuenta atrás para observar a las muchachas, que había descubierto en el saloncito de la casa de enfrente, a través de la ventana de su cocina. Eran jóvenes de unos veintitantos años, alegres, guapas. Discutían, reían, se hacían confidencias, se leían unas a otras cuartillas o quizá cartas no sabía muy bien. Mostro, especial interés por una de ellas, de aspecto un poco nórdico, al parecer era la inquilina del piso, ya que hacía de anfitriona. Un día su amiga Paulina, además de traerle, fruta, cuchillas de afeitar y otras cosillas, le mostro un libro. – Mira Juan – te traigo esta novela, que yo acabo de leer, para que el tiempo se pase más ameno. Refleja de forma magistral la España en la que vivimos con sus tres clases sociales, se desarrolla aquí en Barcelona, la autora es joven, expone sus inquietudes enfrentadas a la mentalidad anticuada y cerrada de sus mayores, trata un buen número de temas existenciales. Sé que te va a gustar. Universidad Popular de Palencia. Encuentros en la Literatura 52


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Juan, tomó el libro, leyó el titulo “Nada”, de Carmen Laforet, abrió la contraportada y se sorprendió de una forma especial al descubrir la foto de su autora, y en ella reconocer el rostro nórdico de su vecina. Acercó a Paulina a la ventana de la cocina y dijo: mira esta foto y a esa muchacha de la casa de ahí enfrente ¿no son la misma? - la autora de este libro. La misma, Juan. Y continuó diciendo ella: La otra que está ahí creo que es Elena Quiroga, he visto su foto en una librería del paseo de Gracia, le acaban de otorgar el premio Nadal este año, por “Viento del Norte”. La de la falda pitillo y media melena no sé quién es, la curiosidad me mata, tengo que averiguarlo, he de preguntar al portero. –¡Ah! y mañana entro en la librería y me informo sobre “ Viento del Norte”. A los dos días Paulina volvió a casa. –Mira, Juan, no he podido aguantar la tentación y compré el libro de “Quiroga”. Se trata de la historia de una joven sirvienta y un anciano señor. El librero me ha dicho que su prosa es elegante y depurada, y narra en él, los recuerdos de su infancia y adolescencia. Juan, vamos a la cocina a fisgar por la ventana a ver si están. –Claro que están. En efecto, en ese momento una leía y las demás escuchaban atónitas, más tarde aplaudieron. Juan dijo: ¿Te enteraste de quién es la otra, que acaba de leer, la más joven, la de la falda pitillo? Si las tres llevan falda pitillo, pegada y larga– Dijo Paulina. –Ya me has entendido. –No, pero lo voy hacer ahora, llamaré a su casa y les preguntaré que si han visto a tu gato Kandi, que desde hace días anda desaparecido. A ver qué descubro. –¡Qué cara tienes! – Ahora regreso. Juan, llegó una vez más hasta la cocina arrastrado su escayola, miró a través de la ventana y vio cómo todas buscaban el gato, debajo de la mesa y las sillas del salón. Carmen se fue al dormitorio y miró debajo de la cama. La más joven dejó sobre la mesa los folios que al parecer estaban corrigiendo y se fue a la salita contigua, momento en que Paulina aprovechó para lanzar una mirada curiosa sobre los folios, y leyó “Pequeño teatro” y más abajo, por Ana María Matute. No se ha colado el gato por la ventana, dijo Carmen. – aquí no está– A lo que Paulina respondió: igual salió por la puerta según entraba alguien en casa, y está en la calle; perdón por las molestias, gracias por todo. Juan – las jóvenes son escritoras, ¡Ya me gustaría a mí tener vecinas así! El próximo día me las intentaré arreglar para que me dediquen los libros. BEGOÑA GONZÁLEZ Miradas Pertenecían al grupo de teatro independiente “NOSOTRAS”. Maribel hacía de directora y guionista, seria en apariencia, pero con una ironía innata, controlaba al grupo, repasaba el libreto y hacia repetir una y otra vez cada escena. En aquel espacio reducido casi se tocaban. Sus voces interpretativas producción un efecto de eco sonoro. Unas a otras se corregían y ayudaban. Berta, descansaba indolente, miraba y escuchaba, de vez en cuando saltaba como un resorte y opinaba algo nuevo. Paula daba la espalda, arqueando su hermoso cuerpo, fumaba un pitillo muy pendiente de lo que estaba recitando Sara. Perdonad, pero aún no me ha producido efecto la terapia para dejar de fumar. Pues ya es hora de que lo tomes en serio, dijo Maribel. Sabes que tu garganta se resiente a veces. Cierto pero solo os pido un poco de compresión. No agobies Maribel, intervino Berta. A

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ti te costó lo tuyo y aquí estábamos las demás aguantando. Mira quién habló. Y, ¿cuándo piensas dejar tú los dulces? Sabes cómo tienes las cifras de glucosa. ¡Dejad la discusión! y centrémonos en la obra, que no es nada sencilla, sentencio Sara. Debemos poner el alma en ella. Así me gusta, chicas, intervino la directora. Volvamos a la segunda escena. Entras tú, Berta. La pequeña habitación abuhardillada acogía a las cuatro amigas actrices, tanto sus posturas como su físico componían una escena digna de ser vista, oída y discutida; sus miradas ocupaban diferentes planos. El título era “SABER MIRAR”. MARÍA HERNÁNDEZ La Tertulia Hacía un rato que habían llegado. Tenían la costumbre de acudir a la casa de una de ellas cada tarde. Tomaban el té, conversaban sobre actualidad, leían poemas u obras de teatro que en ocasiones representaban, comentaban las cosas del día a día, sus inquietudes, sus deseos, sus sueños… Estaban bien esos ratos solo para ellas. Los hombres organizaban sus tertulias en otros espacios, como lo hacían quienes acudían a la del café Pombo los sábados por la noche. Allí rara vez tenía cabida una mujer por mucho que alguno presumiese de futurista cuando hablaba de liberar a las mujeres para que pudiesen tomar parte en la vida al mismo nivel que ellos. Aceptaban a las mujeres como sus inspiradoras, alentadoras de sus proyectos más que como compañeras en la tarea de explorar nuevos caminos de expresión artística. La conversación hoy, como en otras ocasiones, versaba sobre los mundillos de las vanguardias literarias y artísticas de Madrid. Algunas veces buscando el protagonismo de otras mujeres en ese ambiente, en el que escaseaban representantes de su mismo género, como no fuera como figurantes de un territorio vedado. Carmen, una muchacha elegante, espigada, atlética, de piel clara y ojos inteligentes exclamó: - ¡Es precioso! - ¿Qué lees? -Preguntó Rosa reclinándose en la mesa para observar más cerca el libro que tenía su amiga en las manos. - Poemas de Juan Ramón Jiménez. No me canso de admirar esa manera delicada y profunda de expresarse que tiene en ocasiones. - Pues me han dicho que en persona resulta un poco difícil en el trato, comenta Rosa. Su esposa Zenobia, con quien se ha casado recientemente tras abrumarla con sus demostraciones de cariño, pierde el aliento por ayudarle, por estar pendiente de todo.

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Menchu que estaba recostada en el diván gracias a la libertad de movimientos que le daba su falda tableada terció: - Hoy he sabido de una pintora casi niña que se ha inspirado en uno de sus poemas para realizar un cuadro. Se llama Ángeles Santos. Con apenas 16 años pintó su primer cuadro. - Sí, es verdad, afirmó Carmen. También yo he leído en la Gaceta Literaria que ha participado en una exposición en la que su obra ha resultado una gran revelación. Por otro lado diría que el autor del artículo, Ramón Gómez de la Serna, está un poco enamorado de ella por las cosas tan encendidas que escribe. - Precisamente, -explica Rosa exhalando el humo de su cigarrillo francés-, quería contaros que hemos estado en la exposición del Lyceum Club Femenino. Su junta directiva, como sabéis, está formada por María de Maeztu, Victoria Kent y la propia Zenobia Camprubí entre otras, y se esfuerzan por promocionar la expresión artística de las mujeres. Así que en la entrada estaban expuestos algunos de los cuadros de Angelita, como la llaman cariñosamente. Y me he quedado impresionada. Es la segunda exposición que hace porque la primera fue en el IX Salón de Otoño que tanta resonancia tuvo en los ambientes artísticos internacionales, ¿recordáis? Lo que más me ha llamado la atención ha sido el lienzo del que hablas. Sí, ese en el que la inspiración le vino al leer un poema de Juan Ramón Jiménez: Vagos ángeles malvas Apagan las verdes estrellas. Una cinta tranquila De suaves violetas Abraza amorosa a la pálida tierra. Lo titula “Un mundo”. Pero el mundo para ella es un gran cubo que ha llenado de seres y cosas, gente y ciudades, ríos, incluso cementerios. Es llamativa la escalera que sale del sol por la que unos personajes como de alambre descienden. Ella dice que son ángeles que encienden las estrellas del universo con sus antorchas. Mientras lo pintaba y para descansar tocaba al piano obras de Albéniz o Granados porque aunque el piano también le gusta mucho ha decidido dedicarse a la pintura. - ¡Qué muchacha tan excepcional! Exclamó Carmen. - Y tú, ¿qué lees ahí tan concentrada? Desde luego no escuchas lo que contamos, -pregunta Menchu recobrando la compostura para dirigirse con atención a Teresa que ha permanecido concentrada en su lectura mientras sus amigas hablan animadamente.

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- Es que estuvimos ayer el matrimonio Luque, mi madre y yo en una Lectura de poemas en la Residencia de Estudiantes. Yo llevaba en la mano “Romancero Gitano” y Federico García Lorca, muy cariñoso, me lo firmó y también a Jorge Guillén que estaba allí. Leía ahora el poema “Thamar y Amnón”. Por eso estaba ausente. Todo él resuena con el dramatismo, colmado de pasión, de un zapateado sobre el tablao. Tras el coro de “vírgenes gitanas” que gritan en torno a la Thamar desflorada, termina bruscamente con un batir de palmas y el taconeo del bailador que sugiere la resonancia de los cascos del caballo en el que huye el violador de su hermana Amnón. El poema se cierra con una imagen que produce sorpresa, Y cuando los cuatro cascos Eran cuatro resonancias, David con unas tijeras Cortó las cuerdas del arpa. Es como si el propio rey David ha narrado al son del arpa el romance. Yo creo que David, el rey cantor, corta con furor las cuerdas, como si quisiera dar a entender que, por amor a su primogénito Amnón, el canto no debe repetirse. Tal vez no sea casual que estos versos cierren el Primer romancero gitano - Ahora tienes que leérnoslo completo, -la anima Menchu- para que podamos disfrutar contigo. Yo aún no lo he leído, ¿y vosotras?... - Es una buena idea –contesta Teresa, mirando su reloj-. Mañana podemos dedicar nuestro tiempo a una lectura en voz alta. Hoy hemos de dejarlo. Se está haciendo un poco tarde… Las amigas se despiden cariñosamente. Se dirigen al recibidor donde recogen sus sombreros, bolsos y guantes de malla y van saliendo alegremente. CHEMA PORRAS Las cuatro chicas del cuadro Lourdes, María, Alicia y Simone se conocen desde hace más de diez años. La vida las puso en contacto por caminos diversos, pero lo cierto es que cuando están juntas el tiempo se para. Son cuatro espíritus diferentes, con experiencias vitales muy distintas, pero a fuerza de “desnudar sus ideas y sentimientos” han encontrado un sitio común que las reconforta y de alguna manera las sacude para huir de la rutina y la monotonía. Hoy es jueves, el último jueves del mes, el día que desde hace tres años eligieron para verse y arreglar su mundo, reconfortarse, cargar las pilas. Se reúnen en el apartamento de Simone, pequeño, coqueto. El sitio perfecto. Simone vive sola, tiene 43 años y es profesora en el Liceo Francés. Va ya para 20 años que llegó a Madrid desde una pequeña ciudad de la Normandie, donde todos los años vuelve para no perder sus raíces.

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Lourdes y Alicia llegaron puntuales y al mismo tiempo, a las ocho de la tarde. Lourdes, 45 años, casada desde hace 20, trabajó de administrativa unos años en una compañía de seguros. El trabajo no la motivaba y lo dejó. Ahora ejerce de ama de casa y cuida a Pedro su marido, abogado brillante y copropietario de un bufete con otros tres amigos. Alicia es la más joven, sus 30 años así lo atestiguaban. Fue alumna de Simone y a pesar de la diferencia de edad, siempre hubo una gran complicidad entre ellas. Tuvo pareja estable durante cinco años, ahora se ve esporádicamente con un buen amigo. Trabaja de secretaria de dirección en una multinacional francesa. María como siempre, se hizo esperar. La puntualidad no era su fuerte, pero su imaginación desbordante y siempre recurrente, justificaba la tardanza con las más peregrinas y fantásticas excusas que a modo de anécdotas a veces eran objeto del primer tema de conversación. Morena, 38 años y bien plantada con sus 175 cm. Se sabe atractiva, su melena de color castaño, aleonada y siempre en movimiento era su bandera. Trabaja en el departamento de recursos humanos de una entidad bancaria. Estudió sicología y tres cursos de derecho. Su trabajo, bien remunerado, le permite vivir holgadamente y viajar por todo el mundo, eso sí, acompañada siempre de su nuevo amor. Se podía decir que su segunda actividad era “fagocitar hombres” a velocidad de vértigo. Ninguna relación pasaba del medio año. Pero a diferencia de la Manthis Religiosa, María no los mataba, seguía manteniendo una buena relación con ellos y de vez en cuando los invitaba a una cena romántica en su casa, que en más de una ocasión acabó como el rosario de la aurora. Hoy al entrar en el apartamento de Simone, hizo un ademán con la mano a modo de saludo y comenzó a hablar a borbotones: Disculpad. Tenía a la seis hora con el fisio. Se ha retrasado y me ha atendido media hora más tarde, pero ha merecido la pena: tiene unas manos. Me ha dejado nueva y acompañó el comentario pasando suavemente su mano izquierda por la zona lumbar. Unas risitas maliciosas se oyeron en el salón a modo de saludo. ¿Nos vas a contar con detalle “toda la sesión” con tratamiento incluido de tu “fisio” particular? preguntó Simone. ¿Adivino un tono sarcástico en tu pregunta querida Simone? ¿O es fina envidia por no emplear otro epíteto? Anda tonta, ven, siéntate, aquí tienes tu café bien cargado y cuenta, cuéntanoslo todo, susurró Simone. Alicia y Lourdes asintieron complacientes y las cuatro mujeres se acomodaron muy juntas en distintas y variopintas posturas. María con sus ojos encandilados que transmitían gran contento se dispuso a contar a sus amigas su nueva aventura con Álvaro, su fisioterapeuta particular, quien después de varias

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sesiones durante el último mes, había conseguido arreglarla un pinzamiento en la L-4 que traía a María por la calle de la amargura. Hoy al terminar la sesión después de un relajante masaje, Álvaro se la había declarado de forma torpe y azorada, muy propia de sus 25 años para a continuación atraerla hacia sus brazos y fundirse en un profundo y tierno abrazo como dos adolescentes. ¡Lo estáis oyendo! ¡Se me ha declarado! ¡Se me ha declarado! No os lo podéis imaginar. Ha sido tan lindo. Sentí una enorme sacudida interior. Me hizo volver a mi adolescencia recordando con ternura cuando Pablo, su vecino de piso, se la declaró con tan solo 15 años. Según desgranaba su emocionante encuentro, por su mejilla se deslizaron dos lágrimas y su rostro irradiaba una serena belleza que emanaba de su interior. Simone y Alicia se fundieron en un abrazo con María compartiendo su inmensa felicidad. La devoradora de hombres se había enamorado. No se lo podían creer. Lourdes, siempre tan negativa, terció con voz avinagrada: ¿te has dado cuenta de que te lleva 13 años? Pronto se cansará de ti y te arrojará a la basura. No me importa contestó María, viviré el momento con total plenitud. Simone y Alicia asintieron con complicidad. Lourdes farfulló entre dientes “esta chica no tiene remedio, se pegará el tortazo otra vez”. Al recolocarse en la estrecha silla y refugiarse en las páginas de un libro, un pensamiento se le vino a la cabeza. Quizás a ella le vendría bien romper su monotonía conyugal, donde desde hace unos años “nunca pasaba nada”. TERESA LOBERA Tertulia de Mujeres Gracias al empeño mostrado por tus pinturas, de la Directora del Museo Patio Herreriano en Valladolid en el año 2003, entendí mejor, en dicha exposición, ese gran misterio que durante mi infancia fuiste para mí. Como hijo y pintor conocía de sobra tu obra, pero desconocía esa época negra que tuviste entre 1029 y 1930, momento de tu mayor creación pictórica, la que fue tu destrucción personal. Siempre rechazaste esa etapa tan prolífica..Sin embargo hoy es la más reconocida por ser la más vanguardista. Tu internamiento en el psiquiátrico madrileño contribuyó a que tu vida se recompusiera. Allí dejaste de pensar tanto en la muerte, en el suicidio, el mas allá... etc. Te querían convertir en un animal casero, según escribiste, en su día, a tu gran amigo Ramón Gómez de la Serna. Pero no lo consiguieron. Tus sueños fueron una pesadilla constante que vieron la luz con el tiempo y te convertiste en una mujer muy personal viviendo para pintar. Sabes que, de tus cuadros, estoy enamorado de “LA TERTULIA”. La estudio y analizo en el Museo Reina Sofía, donde se exhibe. Como pintor, le visito a menudo. Plasmaste con tus pinceles lo que significaba la mujer moderna de principios del s. XX, la llamada nueva Eva o la nueva mujer. Una mujer autónoma, independiente económicamente,

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ansiosa buscadora de la libertad y luchadora por conseguir lo que el hombre las negaba por género. Las cuatro mujeres me recuerdan a tus queridas amigas Maruja Mallo, María Zambrano, Remedios Varo y a ti misma leyendo las poesías que inspiraron algunos de tus cuadros, de tu adorado Juan Ramón Jiménez. Aunque fueron mis tías las modelos de este cuadro. Muestras unas mujeres relajadas, concentradas en su lectura, dialogando y discutiendo sus distintos puntos de vista, en un ambiente plácido y tranquilo. Una tertulia casera donde podíais reuniros sin la presencia masculina. La oscuridad del fondo, marcado por las diferentes tonalidades de grises, dan al óleo una sensación de apagamiento que desaparece totalmente con la luminosidad en las ropas de las cuatro mujeres. Me atrevo a decir que esa fue tu luz de esperanza. Mª ÁNGELES FOMBELLIDA Cuadro de cuatro mujeres El tiempo transcurría lento, como detenido, en medio de la ausencia y el recuerdo. Las cuatro amigas guardaban silencio. María sostenía en su mano la última foto de las cinco juntas. Su mente abarcaba un espacio mucho más amplio, un espacio que la pequeña cartulina no podía contener. Luisa miraba al frente, sus grandes ojos, más que una pregunta, transmitían la urgencia, la imperiosa necesidad de una respuesta. A su lado Carmen, apoyada en el brazo del sofá, fingía estar absorta en el humo del cigarrillo para ocultar las lágrimas. Rosa, sentada en el suelo, acariciaba un libro de poemas que repetía mentalmente, mientras levantaba su rostro y su pensamiento hacia un elevado e indefinido punto. Eran muy distintas, Rosa era una persona alegre y locuaz, siempre encontraba el lado bueno de las cosas, o al menos se empeñaba en buscarlo, y en esa búsqueda estaba dispuesta a acompañar a sus amigas, pero esta tarde, no tenía palabras, se habían secado todas en su garganta y no encontraba ninguna luz capaz de iluminar el pozo de sombras en que se había convertido el salón. Carmen acostumbraba a ocultar su sensibilidad bajo una capa de fingida dureza. Todas sabían que su aparente seguridad, escondía un terrible miedo a estar sola, a no encontrar la voz esperada al otro lado del teléfono. Luisa era la sensatez en persona. Ella siempre necesitaba una razón que diera sentido a cualquier acto. Por eso, cariñosamente, la llamaban doña Porqué. María era la soñadora, la que siempre estaba haciendo planes, la que imaginaba el verano o el invierno mucho antes de que llegaran, la que nunca imaginó que el futuro se rompería de pronto con varios golpes y algunos gritos. Milagros no estaba, pero estaba más presente que nunca, aunque esa tarde no había acudido a la cita semanal. Milagros era silenciosa y abnegada. Celebraba un chiste con las risas más sonoras, disfrutaba de cada momento que pasaban juntas. Era cómo un niño al que le han prohibido los dulces, y por eso, aprovechaba la menor oportunidad para ser feliz con pasión, casi con glotonería. Todas sabían que Antonio, su marido, no era una persona amable, pero nunca imaginaron que bajo su frialdad se escondiera un asesino. “Todas las mujeres son iguales”, dijo cuando lo detuvo la policía. Ellas sabían que eran muy distintas y también que los hombres son muy diferentes unos de otros, aunque aquel día, todo aparecía cubierto por una extraña bruma invernal como si de pronto todo se hubiera oscurecido.

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ELENA VERDEJA Queridas Amigas “Queridas amigas: Si algún día leéis esta carta, es porque ya no estaré con vosotras en las tertulias de los martes por la tarde. Como bien sabéis las cuatro, hace mucho tiempo que me sentía amenazada.” Mientras leía Maribel, Carmen expulsaba pensativa la primera bocanada de humo del cigarrillo que acababa de encender; Aurora miraba al infinito, contemplando las huellas que el tabaco de su compañera iba dejando a su paso por el aire y Ana fijaba su mirada en el infinito imaginando ser la que escribía en el lugar en el que se encontraba… “Tuve que tomar esta drástica y repentina decisión y no fue tomada a la ligera. Las circunstancias me obligaron a decidir entre la vida o la muerte; tuve que elegir entre mis hijos, vosotras, un puñal en la espalda o seguir viviendo en las condiciones en las que estoy ahora. No sé por cuánto tiempo; quizás meses, un año, quizás dos; lo que sí sé es que estoy viva, a pesar de todo y, tarde o temprano, volveré a retomar lo que dejé ahí, sin el temor de mirar atrás y ver un charco de sangre a mi alrededor. Era él o yo. Y alegraos por mí, no os sintáis mal; hice lo que tenía que hacer; desde este lugar, os hago saber que, por muchos barrotes que haya en las ventanas y muchas llaves que cierren las puertas, me siento más libre que nunca por primera vez en treinta años… Esperadme y recordadme con cariño: Amanda.

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4. Del viajero del siglo a las Escritoras Románticas 4.1 Las Románticas. Las escritoras en el periodo romántico Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado y Cecilia Böhl crearon sus obras en pleno Romanticismo y durante la primera ola de liberalismo. Escribieron en contacto con el movimiento cultural que construyó en la literatura una subjetividad particular, un yo romántico, y lo hicieron estableciendo con el mismo una relación compleja de coincidencia y contradicción que dio lugar a una escritura propia. Esta puso en circulación un lenguaje del yo femenino que inicia, en el siglo XIX, una tradición de literatura escrita por mujeres.

KIRKPATRICK, SUSAN (1991). Las Románticas. Escritoras y subjetividad en España, 1835–1850. Madrid, Ediciones Cátedra. Colección Feminismos. En un momento en el que las ideas románticas y liberales de independencia personal y libertad individual estaban comenzando a introducirse en las estructuras culturales de la España tradicional, las mujeres que fueron conscientes de esta evolución se enfrentaron a una verdad amarga: incluso los esquemas ideológicos más progresistas adoptados por la élite política y cultural, negaban a las mujeres la condición de individuos independientes en la esfera pública y basaban su subjetividad en las funciones domésticas y reproductoras que la sociedad tradicional les había asignado.

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Hacia 1840 Carolina Coronado nos dejó un testimonio conmovedor de la frustración y el desánimo que experimentaron las mujeres que trataron de dar cabida a la actividad creativa más allá del círculo doméstico al que la sociedad española las había confinado: “Mi pueblo impone una vigorosa resistencia a toda innovación en las ocupaciones de las jóvenes, que después de terminar sus labores domésticas deben retirarse a murmurar con las amigas… La capital ha dado un paso más pero tan tímido y vacilante que sólo concede a las mujeres la lectura de alguna novela de distracción… Los hombres mismos a quienes la voz Progreso entusiasma en política, arrugan el entrecejo si ven a sus hijas dejar un instante la monótona calceta para leer el folletín de un periódico. Calcule V. los enemigos que tendrá la mujer atrevida que se oponga a estas costumbres y su lucha desigual y sostenida no debe al cabo fatigarla”. (Cartas, carta 228 – Fonseca data esta carta como escrita en 1842. Colección de cartas dirigidas al dramaturgo Juan Eugenio Hartzenbusch que se conservan en la Biblioteca Nacional). Otros testimonios personales escritos por otras mujeres aproximadamente en el mismo momento –por ejemplo, la autobiografía de Gertrudis Gómez de Avellaneda, otra escritora que también sería muy conocida– demuestran que la frustración expresada por Coronado era muy compartida. Sin embargo, paradójicamente, la prensa española de la siguiente década documenta un auge sin precedentes de mujeres escritoras. Los nombres de unas pocas mujeres habían salpicado la prensa de finales del siglo XVIII –la erudita Josefa Amar y Borbón, la poeta María Gertrudis Hore, la periodista Beatriz de Cienfuegos– pero los desórdenes ocasionados por la guerra napoleónica y sus secuelas, no propiciaron la actividad literaria entre las mujeres. En la década de los veinte y la década de los treinta no hay testimonios de mujeres que escriban en la prensa y solo un número muy reducido publica novelas o traducciones, por lo general de forma anónima (tal es el caso de Vicenta Maturana y Gutiérrez). Solo después de 1840 empezaron a aparecer artículos escritos por mujeres con cierta frecuencia en los periódicos y revistas, y se empezó a prestar atención a varios libros escritos por mujeres. Con mucho, la mayoría de estas obras escritas por mujeres eran poesía. Josefa Massanés, catalana, inició la tendencia con sus Poesías, publicadas en 1841. Gómez de Avellaneda la siguió en seguida en ese mismo año, en primer lugar con un volumen de poemas y a continuación con su novela Sab. Coronado, que había publicado poemas en la prensa de Madrid desde 1839, publicó su primer libro en 1843. La poeta valenciana Amalia Fenollosa comenzó a publicar poemas en diarios locales en 1841; hacia 1845 su poesía aparecía en una revista popular y de gran tirada de Madrid, El Semanario Pintoresco Español. Hacia mediados de la década las publicaciones españolas solicitaban de forma apremiante obras escritas por mujeres, demanda que fue abastecida por toda la península: además de las escritoras mencionadas, Dolores Armiño en Asturias, Dolores Cabrera Heredia en Aragón, Manuela Cambronero en Galicia, Vicenta García Miranda en Extremadura, Rogelia León en Andalucía, y Victoria Peña en las Islas Baleares, publicaban regularmente a partir de 1845; cada una de ellas había publicado un volumen de poesía hacia comienzos de la década de los 50 como muy tarde. No eran en absoluto las únicas poetas que publicaban, ni fue la poesía el único género que las mujeres cultivaban durante esta década. Una lista de dramaturgos contemporáneos de mediados de la década incluye a las barcelonesas Ángela Grassi y Josefa Robisora de Torrens, así como a Coronado, Gómez de Avellaneda y Cambronero. Al final de la década, Cecilia Böhl comenzó su carrera meteórica como novelista, dejando atrás los éxitos moderados de Coronado y Gómez de Avellaneda.

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¿Pudo semejante explosión de literatura femenina producirse en una cultura enteramente hostil a la actividad literaria de las mujeres? Obviamente, hacia la década de los cuarenta los tabúes tradicionales españoles contra el acceso de la mujer a la producción intelectual, no eran tan eficaces como Coronado los había sentido en el momento de desaliento del que habla en su carta. En la fachada intimidatoria de las actitudes machistas habían empezado a abrirse grietas por las que la iniciativa intelectual femenina podía abrirse paso. La cronología hace pensar que las mujeres españolas consiguieron un acceso limitado a la producción literaria en parte como consecuencia de la intrusión de dos movimientos relacionados entre sí en la cultura de clase alta: el liberalismo y el romanticismo. La aparición decisiva de las escritoras en España tuvo lugar en el momento en que las reformas liberales y el prestigio del romanticismo literario alcanzaban su cumbre, a comienzos de la década de los 40. Las nuevas ideas acerca del individuo y de la importancia de la vida íntima, fueron cruciales a la hora de crear un ambiente en el que las mujeres pudieran afirmarse como sujetos y no como objetos de la Literatura. ¡Oh, mujeres! Luchar a vida o muerte, sin que el ánimo fuerte desmaye en la pelea a que briosas algunas se han lanzado del sexo esclavizado por romper las cadenas ominosas García Miranda “A las españolas” Si bien las mujeres encontraron algo en la dinámica cultural del periodo que les permitió dar el difícil paso de presentarse ante el público en las publicaciones, en bastantes ocasiones las reacciones que se produjeron ante su obra fueron adversas. El arma más fuerte del arsenal de aquellos que se opusieron a la participación de la mujer en la cultura impresa, la afirmación de que el hecho de escribir era incompatible con la virtud femenina, se esgrimió de forma amenazadora sobre las primeras escritoras. Un ejemplo es la crítica que Tomás Rodríguez Rubí hace al volumen de Massanés de 1851. Aunque el crítico reconoce la alta calidad moral de la poesía de Massanés, tiene sus reservas acerca de la invitación implícita en el libro a que otras mujeres participen en la vida intelectual: [N]os parece que la emancipación intelectual de la mujer ofrece graves inconvenientes sociales… ¿Quién puede asegurar que la multitud de violentas pasiones que abriga el corazón de la mujer, la infinita variedad de sus afectos e inclinaciones, enfrenadas y adormecidas ahora por creencias que luego desaparecerían, no darían un giro diferente del propuesto al prodigarse esos conocimientos?... Ejemplos funestos nos suministran esas naciones cuya civilización y cultura tanto se decantan, donde hay mujeres que por su erudición y facultades intelectuales están a igual altura que los primeros talentos de su país y sin embargo no son los mejores apóstoles de esa virtud tan pura que afirma y robustece los vínculos sociales”. Las objeciones a las diferentes formas de emancipación de la mujer se basaban en el peligro que para la sociedad suponía una subjetividad femenina que pudiera romper los lazos de la devoción amorosa a la familia. En su ensayo sobre el destino de la mujer, Fermín González Morón recomendaba que se les permitiera a las mujeres cultivar el arte, pero siempre evitando que “jamás se pierda el sentimiento de pudor y del recogimiento,… ni se despierten peligrosas pasiones”.

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Así, a voces como la de Carolina Coronado, que reclamaban para la mujer una vocación poética natural, incluso otorgada por dios, una parte importante de la cultura española, contestaba que la naturaleza femenina requería la subordinación de las mujeres a los hombres, en una función estrictamente doméstica. Mientras que la tradición española, profundamente misógina, encabezaba una reacción contra la participación de la mujer en la literatura, fuerzas favorables a la suerte de las mujeres en el mundo de la letra impresa mostraban su apoyo. En muchos círculos literarios de capitales de provincias fueron premiadas, en otros se las nombró miembros honorarios, desde otros se enviaron cartas de felicitación. Por ejemplo, Amalia Fenollosa fue nombrada miembro honorario de la Academia Literaria de Santiago de Compostela, de los liceos de Valladolid y Valencia, y de la Sociedad Filomática de Barcelona y recibió una carta de felicitación de la Sociedad Económica de Valencia. En 1846 el Liceo de Badajoz admitió a cuatro mujeres como miembros honorarios: Encarnación Calero de los Ríos, Vicenta García Miranda, Joaquina Ruiz de Mendoza y Robustiana Armiño. El gran Liceo de Madrid, diferenciado de la otra sociedad intelectual de la capital, el Ateneo, por su énfasis en las artes creativas y escénicas y su admisión de las mujeres como miembros, fue el escenario de triunfos importantes para Gómez de Avellaneda y Coronado. La respuesta de estas instituciones literarias fue en gran medida simplemente un reflejo del tipo de reacción positiva que tenía más influencia en las mujeres escritoras: la voluntad de muchos escritores de actuar como mentores o publicistas de las jóvenes que daban los primeros pasos en el mundo de las publicaciones. Lo que la cultura española ofrecía a las escritoras de la década de los cuarenta, cuando no era una presentación horrorosa de ellas mismas como monstruos psicológicos, o profundamente inmorales, fue una imagen muy condicionada por el concepto de la diferencia femenina. De hecho, las visiones positiva y negativa de la vocación poética femenina no eran en ningún sentido contradictorias. El modo en que la definición de la diferenciación sexual y algunas premisas románticas modificadas se reunieron en una definición aceptable de la poeta y su subjetividad, se expone en un artículo de 1844 que fue de gran interés para las damas literarias de la época porque trataba de ellas. En “Influencia de las poetas españolas en la literatura” Gustave Deville, un escritor francés que había residido en España durante algún tiempo, expresó lo que se consideró una opinión moderada, aunque culta, sobre el tema de la mujer en la literatura: Pero precisamente por lo mismo que contemplo gozoso el desarrollo de sus cualidades creadoras y esenciales, combatir con todas mis fuerzas el móvil que impulsa a algunas a despojarse de su virginal e inefable sensibilidad, a perder su candor innato… La mujer deber ser mujer, y no traspasar la esfera de los duros e ímprobos destinos reservados al hombre sobre la tierra. Sea enhorabuena poeta, artista; pero nunca sabia. Sea observadora y analice; pero sin tratar por ello de destruir el orden de cosas establecido. (pág. 193) El genio de la mujer es impresionable y versátil, más expansivo que reflexivo; las mujeres son accesibles a las pasiones dulces pero no son capaces de reproducir las emociones letales de un corazón entregado al desenfreno y a excesos tumultuosos. (pág. 193)

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En consecuencia, las mujeres no deberían intentar escribir teatro ni novelas históricas, que requieren conocimiento de una realidad pública dura y conflictiva; en vez de ello las escritoras han de atender tan solo a las pacíficas investigaciones de la vida íntima, a las nobles y santas emanaciones del corazón y a la expresión coloreada y simpática de los sentimientos tiernos y religiosos. (pág. 194) Cesad, pues, cesad, mujeres jóvenes de cubrir vuestro hechicero rostro con esa máscara lúgubre y prestada… Presentadnos con preferencia el espectáculo de vuestra filial ternura y de vuestros desvelos maternales… A vosotras pertenece el derramar raudales de sublime poesía sobre las mezquinas necesidades del hogar doméstico… Puesto que fuisteis creadas para hacer gustar las delicias de la tierra, volved a ella, y ocupad el puesto en donde nosotros gozaremos viéndoos y tributándoos un culto que no podríamos rehusar nunca a vuestro talento y virtudes. (págs. 198-199) La formulación de Deville ofrece una muestra de los términos positivos con los que se recibió a la figura de la lectora y a la escritora en la prensa de la década de los cuarenta: las imágenes tremendamente emocionales y emotivas de Safo, Corinne (novela de Madame Staël), la mujer sensible, y la cantora pura y confortante que imaginaba Balanguer. Por lo tanto, Deville ayudó a expresar en términos literarios el sutil reordenamiento de los códigos de la diferenciación sexual. En el mismo momento en el que la prensa requería escritores para un público femenino, el avance de las ideas románticas y liberales hizo que pareciera natural que la mujer como individuo buscara la expresión artística, que su asociación tradicional a la emoción debería concederles autoridad poética; así, se le concedió a la mujer un espacio en la producción literaria que anteriormente le había sido negado. Sin embargo, la continua diferenciación de los papeles sexuales, definió estrictamente ese espacio como análogo al lugar de la mujer en la casa. Y el mecanismo que aseguraba que el papel de la mujer en la producción literaria tenía que reflejar su papel en la familia, era la concepción normativa de la subjetividad femenina. El sujeto femenino, sensible y expresivo en lo que respecta a las múltiples formas de amor, la devoción y la piedad, pero incapaz de emociones más oscuras, era considerado como igualmente adecuado para la vida doméstica y para la poesía sentimental. Al elaborar un discurso literario de la subjetividad, el romanticismo español reflejó la visión dominante de las mujeres. Figuraban en casi todos los textos románticos como objetos de deseo o como símbolos a través de los cuales se representaban los miedos o las aspiraciones de los hombres. Cuando los escritores que se situaron dentro de los paradigmas románticos españoles en la década de los treinta representaban a las mujeres como sujetos, se apartaban muy poco de la imagen de la psique femenina desarrollada en la literatura que hablaba del ángel del hogar: a diferencias del héroe romántico, estas heroínas gozaron de poca individualidad, y su ámbito emocional raramente iba más allá del amor sacrificado y de un cierto sentido del honor. Esta exclusión sistemática del sujeto femenino de la plenitud de sentimiento y de la imaginación, incorporó en el yo romántico el problema textual principal al que se enfrentaban las poetas de la década de los cuarenta. Para romper los vínculos del ámbito estrecho del sentimiento que les era permitido, tenían que encontrar en su estilo algún modo de luchar con esta “masculinización” de la pasión.

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4.2 Carolina Coronado

Federico de Madrazo y Küntz. Recorte de retrato pintado en 1855. Óleo sobre lienzo. 65 x 54 cm. Museo del Prado. http://escritoras.com/escritoras/escritora.php?i=22 Carolina Coronado nació el 12 de diciembre de 1821 en Almendralejo, Badajoz. A los cuatro años se trasladó a vivir a Badajoz al ser su padre encarcelado por cuestiones políticas. Con una temprana afición literaria, escribió su primer poema a los diez años y tenía trece cuando Espronceda le dedicó unos versos. Fue amiga de Robustiana de Armiño y del poeta Quintana y aparece varias veces como protectora de las autoras nacidas en su provincia. En 1844 se publica la noticia de su falsa muerte. Entonces escribe Dos muertes en una vida, que se publicaría tras su fallecimiento. Ya entonces había sido admitida en el Instituto Español y en casi todos los Liceos de España. Cuatro años más tarde una enfermedad nerviosa la deja medio paralítica en Cádiz y los médicos le recomiendan tomar aguas cerca de Madrid, por lo que traslada su residencia a la capital. El Liceo madrileño la dedica una velada. Se casó con Justo Horacio Perry, diplomático norteamericano, secretario de la embajada de su país. Su casa en la calle de Lagasca se convirtió en lugar importante de la vida literaria madrileña y refugio de políticos tras la intentona de 1866. En 1860 compra una finca en Poço do Bispo, cerca de Lisboa, conocida como Mitra. Allí vivirá con su esposo y su hija Matilde desde 1870, después de viajar por el extranjero. Falleció el 15 de enero de 1911. Obras 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11.

Alfonso IV de León El cuadro de la Esperanza El divino Figueroa La exclaustrada Poesías. Madrid: Alegría y Charlain, 1843 Paquita. La luz del Tajo. Adoración. San Fernando: Lib. Española, 1850 Jarilla, 1851 Páginas de un diario. Adoración, 1851 El siglo de las Reynas. Madrid: Semanario Pintoresco, 1852 La Sigea. Madrid: Anselmo de Santa Coloma, 1854 ¡No hay nada más triste que el último adiós. Madrid: Bernabé Carrafa, 1859

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12. 13. 14. 15. 16. 17.

España y Napoleón. Madrid: M. Galiano, 1861 La rueda de la desgracia. Manuscrito de un conde. Madrid: Tello, 1873 A un poeta del porvenir. Madrid: Nacional, 1874 Vanidad de vanidades, 1875 Anales del Tajo. Lisboa. Descripción en prosa. Lisboa: Lallemant Freres, 1875 Se va mi sombra, pero yo me quedo. Madrid: Torremozas, 2001

Flor del agua. La autorrepresentación lírica de Carolina Coronado Susan Kirkpatrich Las románticas Así como Gertrudis Gómez de Avellaneda decidió escalar el Parnaso literario de Madrid en persona, su contemporánea Carolina Coronado se hizo escuchar en la capital desde un pueblo remoto de Extremadura. “A la palma”, un poema que Coronado escribió a los 14 años, llegó a publicarse en Madrid gracias a las relaciones familiares de la joven poeta con los liberales de Madrid. El poema despertó el interés nada menos que de la gran figura liberal y romántica que fue Espronceda, quien aclamó el advenimiento de Coronado como poeta, en unos versos que a la vez celebraban la pureza armoniosa de la nueva voz lírica, e insinuaban un interés erótico por su joven compatriota (Espronceda nació en una casa cercana a la de la familia de Coronado). Con la ayuda del dramaturgo Juan Eugenio Hartzenbusch, a quien escribió por primera vez en 1840, siguió publicando poemas en periódicos de provincias y en la capital en 1841 y 1842. Animada por estos éxitos y con la intención de publicar un libro de poemas, pidió ayuda a Hartzenbusch para preparar la colección y encontrar un editor. El libro apareció en 1843. Con este primer libro se convirtió en una figura literaria reconocida en Madrid, aunque aún no había pisado la capital; en 1844 su nombre comenzó a aparecer en listas de escritores contemporáneos y de colaboradores y redactores de publicaciones literarias. Si bien es cierto que Coronado y Avellaneda empezaron a hacerse conocidas aproximadamente al mismo tiempo, llegando incluso a publicar en un mismo periódico, hay una diferencia clarísima entre ambas: la voz lírica de Coronado está codificada mucho más explícitamente como femenina de acuerdo a las convenciones culturales (págs. 195 – 196).

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4.3 Gertrudis Gómez de Avellaneda

Apunte biográfico http://bib.cervantesvirtual.com/bib_autor/gomezavellaneda/pcuartonivel.jsp?conten=autor La información y datos biográficos más fidedignos con que contamos para esbozar la trayectoria personal y profesional de Gertrudis Gómez de Avellaneda corresponden a los numerosos textos autobiográficos -cartas y memorias- escritos por la propia autora a lo largo de su vida. La escritora nace en Puerto Príncipe, hoy Camagüey (Cuba), el 23 de marzo de 1814. Hija de padre español, D. Manuel Gómez de Avellaneda, comandante de Marina, destinado en Cuba y madre cubana, doña Francisca de Arteaga y Betancourt, perteneciente a una ilustre y acaudalada familia isleña. Su infancia transcurre sin contratiempos hasta la muerte de su padre (1823) y posterior casamiento de su madre con D. Gaspar de Escalada y López de la Peña en este mismo año. Matrimonio que Tula nunca terminará de aceptar. Su educación fue esmerada, tal como le correspondía por la clase social a la que pertenecía. Sus aficiones favoritas en este tiempo -representar comedias, redactar cuentos, lectura de novelas, poesías y comedias- indican claramente su inclinación por la literatura. La lectura de escritores románticos franceses e ingleses -Byron, Víctor Hugo, Lamartine, Chateaubriand, Madame de Staël, George Sandreforzaría, sin duda, su vocación literaria. A los catorce años, 1830, rechaza el matrimonio concertado por su familia y como consecuencia pierde la herencia de su abuelo. En 1836 la familia decide establecerse en España, instalándose en La Coruña tras varios meses de viaje. El ambiente conservador de la ciudad no es del agrado de Gertrudis Gómez de Avellaneda y tras visitar Andalucía, acompañada por su hermano Manuel, la escritora fija su residencia en Sevilla. El animado ambiente cultural de la ciudad estimula la actividad creadora de Tula y da a conocer sus primeros trabajos literarios. En 1839 publica sus versos bajo el pseudónimo de La Peregrina en periódicos y revistas de esta ciudad y, más tarde, en algunos de Cádiz. En junio de 1840 estrena su primera obra dramática Leoncia, que es muy bien acogida por los espectadores sevillanos. En Sevilla conocerá a Ignacio de Cepeda, el hombre que despertó un apasionado amor en la joven escritora que se mantendrá vivo, a pesar de que él nunca le correspondió con la misma intensidad, a lo largo de casi toda su vida. Sentimiento amoroso que ella recreó con admirable maestría en la Autobiografía y cartas publicadas por Lorenzo Cruz en 1837. A partir de 1840 la escritora se instala en Madrid y comienza un periodo de fecunda actividad literaria. Entre 1840 y 1846 Gertrudis da a conocer parte de su producción poética -

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Poesías (1841)-; publica novelas -Sab (1841), Dos mujeres (1842-1843), Espatolino (1844), Guatimozín (1845)-, artículos de costumbres -La dama de gran tono (1843) y leyendas -La baronesa de Joux (1844)-; estrena en 1844 los dramas titulados Alfonso Munio y El príncipe de Viana y en 1846, Egilona. Son los años donde se consolida su prestigio literario. Participa en las veladas literarias del reconocido Liceo madrileño, donde se relaciona con los grandes escritores e intelectuales de la época: Alberto Lista, Juan Nicasio Gallego, Manuel Quintana, Bernardino Fernández de Velasco, duque de Frías, Nicomedes Pastor Díaz, José Zorilla, Francisco de Paula y Mellado, entre otros, se convertirán en sus protectores y amigos. Éxito literario que coincide con la relación amorosa que la escritora mantiene durante 1844 y 1845 con el poeta Gabriel García Tassara. Fruto de esta relación es el nacimiento de una niña en abril de 1845 que sólo sobrevivirá siete meses, sin que su padre se digne a verla, ni mucho menos reconocerla como suya. Gertrudis Gómez de Avellaneda acepta en mayo de 1846 contraer matrimonio con Pedro Sabater, gobernador civil de Madrid en aquel entonces. La unión dura poco más de seis meses, pues Sabater morirá de una afección en la laringe en Burdeos en agosto de 1846. Gertrudis Gómez de Avellaneda, tras pasar algunos meses en el convento de Nuestra Señora del Loreto de Burdeos reponiéndose de su pérdida, regresa a Madrid. Reanuda su relación amorosa con Ignacio de Cepeda con idéntico resultado que la primera vez, pues Cepeda, de nuevo, no está a la altura de la apasionada Tula. Años, pues, de soledad afectiva, pero años de éxito literario. Entre 1849 y 1853 estrena siete obras dramáticas: Saúl (1849) tragedia bíblica calurosamente acogida por el público, Flavio Recaredo (1851), La verdad vence apariencias (1852), Errores del corazón (1852), El donativo del diablo (1852), La hija de las flores (1852) y La Aventurera (1853). Reedita sus Poesías (1851) y publica un relato de tema histórico Dolores. Páginas de una crónica de familia. Asimismo en el Semanario Pintoresco Español aparecen dos nuevas leyendas: La velada del helecho (1849) y La montaña maldita (1851). El éxito literario alcanzado, no impide, sin embargo, que Gertrudis Gómez de Avellaneda vea rechazada su pretensión de ingresar en la Real Academia Española de la Lengua en 1853. Tras una relación amorosa con Antonio Romero Ortiz, la escritora se casará en 1855 con Domingo Verdugo y Massieu, coronel y diputado a Cortes. Su labor literaria no decae en estos años. Escribe varias leyendas que recogerá más tarde en sus Obras literarias y estrena Simpatía y antipatía (1855), La hija del rey René (1855), Oráculos de Talía o los duendes de palacio (1855), Los tres amores (1858) y Baltasar (1858), una de las mejores obras dramáticas de la autora. Producción que se verá alterada cuando Domingo Verdugo resulta gravemente herido en una disputa originada, precisamente, a raíz del estreno de Los tres amores. En 1859 el matrimonio se traslada a Cuba, donde el coronel Verdugo morirá en 1863 a consecuencia de la herida recibida en Madrid. Tras veintitrés años de ausencia, pues, Gertrudis Gómez de Avellaneda regresa a su tierra natal. Allí continuará sus trabajos literarios. Dirige en 1860 la revista El Álbum Cubano y en este medio publica, además de sus leyendas La montaña maldita, La dama de Amboto y La flor del ángel, sus discutidos artículos sobre La mujer. El 1 de febrero de 1873 muere en Madrid Gertrudis Gómez de Avellaneda, después de regresar a España (1864), y haber permanecido dos años en Sevilla y el resto en Madrid, dedicándose, casi exclusivamente, a la tarea de corregir sus obras y preparar la edición completa de las mismas, Obras literarias, dramáticas y poéticas (1869-1871).

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Feminización del sujeto romántico en la narrativa: Gómez de Avellaneda Susan Kirkpatrich Las románticas Cuando en 1841 Gertrudis Gómez de Avellaneda, presentó su declaración en la república de las letras con la publicación de un libro de poesía y una novela, entró valientemente en un territorio hostil a las mujeres. No solo la sociedad en general rechazaba cualquier actividad no doméstica por parte de una mujer, sino que los paradigmas románticos imperantes proporcionaban a las mujeres pocas posibilidades de imaginarse a sí mismas como escritoras. Gómez de Avellaneda inauguró un terreno insondado al presentarse a sí misma como sujeto escritor de sexo femenino. A la vez que utilizaba los paradigmas básicos del yo que habían surgido durante el período romántico, los contextualizaba de formas diferentes, asociando la conciencia con una posición marginada por la autoridad social: la de la mujer. Al hacerlo, no entraba en un territorio completamente desconocido, sino que se oponía a los paradigmas desarrollados por los románticos españoles de finales de la década de los treinta, una tradición de literatura femenina no española que también reflejaba la ideología liberal y los valores románticos. Esta tradición incluye a Mary Wollstonecraft, Mme. De Staël y George Sand (autoras que había leído) (págs. 131 – 132).

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4.4 Cecilia Bölh de Faber, Fernán Caballero

Apunte biográfico http://bib.cervantesvirtual.com/bib_autor/fernancaballero/pcuartonivel.jsp?conten=autor&tit3=Biog raf%EDa Cecilia Böhl de Faber (Morges, Suiza 1796- Sevilla, 1877). Escritora que firmaba su obra con el pseudónimo de Fernán Caballero. Fue hija del hispanófilo alemán Juan Nicolás Böhl de Faber. Su padre la educó en el catolicismo. A los diecinueve años se casó con un joven capitán de infantería que murió al año siguiente en Puerto Rico. En 1822 se casó en segundas nupcias con el marqués de Arco Hermoso, y con él vivió en sus casas de Sevilla y el campo, de donde sacó material para sus novelas y sus cuadros rurales y de costumbres. Después de la muerte del marqués, Cecilia casó, por tercera y última vez, con Antonio Arrom de Ayala. Fue a causa de su precaria situación económica que consideró la publicación de sus obras. La Gaviota se publicó por entregas en El Heraldo en 1849. De inmediato esta novela escrita originalmente en francés, fue considerada como digna de Walter Scott. La escribió como reacción contra los folletines sensacionalistas que eran muy populares en los periódicos; además, daba una visión muy real de cómo se comportaban y hablaban los españoles de la época. La obra trata del matrimonio fracasado del doctor Stein con la hija de un pescador, a quien llaman «la Gaviota». La mujer se enamora de un torero y abandona a su marido para convertirse en cantante profesional. El doctor Stein sale para los Estados Unidos y «la Gaviota» regresa finalmente al hogar; perdida la voz, sólo le queda casarse con el barbero. Las escenas de la vida andaluza, que son la

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verdadera razón de ser de la novela, son absolutamente convincentes, pero evidentemente, no reflejan la vida española, ya que la autora seleccionó lo que consideró más pintoresco. Su novela siguiente fue Clemencia, en la que una mujer desdichada en su matrimonio acepta esa carga con resignación; Cuadros de costumbres populares andaluces (1852); La Farisea (1853); Lágrimas, novela de costumbres contemporáneas (1853); y La familia de Alvareda, novela original de costumbres populares (1856), escrita en alemán treinta años antes de su publicación en España. Otras obras suyas son Una en otra, Callar en vida y perdonar en muerte y Con mal o con bien a los tuyos te ten (todas de 1856); Un servilón y un liberalito, o tres almas de Dios (1857); Relaciones (1857) y el cuadro de costumbres breve Deudas pagadas (1860). El papel de Cecilia Böhl de Faber en la narrativa hispánica es clave. Ha sido considerada como la impulsora de la renovación de la novela española, que durante los siglos XVIII y primera del XIX había perdido el brillo que tuvo en la Edad de Oro. La obra narrativa de Fernán Caballero se conecta con su vida de modo muy vigoroso. En sus ficciones defenderá las ideas tradicionales: sobre cualquier canon novelístico predominaba, para ella, el dogma antiliberal. Entendió su labor creativa como la de un investigador del folclore dedicado a rastrear costumbres llamadas a desaparecer por el empuje del progreso y de las ideas llegadas del exterior. Sus novelas presentan una serie de escenas hilvanadas por un hilo conductor de clara ascendencia romántica, regido por la ideología de la tradición; realidad poetizada por un fuerte deje idealista y deformada por el gusto moralizanda y por las frecuentes digresiones de la autora. Aun así, la resonancia de sus novelas y su influencia fue considerable, especialmente entre escritores como Antonio Trueba o Luis Coloma. Galdós reconoció las aportaciones de Caballero al renacimiento del arte de novelar.

Negación del yo Susan Kirkpatrich Las románticas El profundo compromiso de Gertrudis Gómez de Avellaneda y Carolina Coronado por crear un espacio para las escritoras dentro del mundo literario no fue compartido por todas las mujeres de talento e intereses similares. Mientras que estas escritoras pioneras se enfrentaron de un modo u otro al ideal de la mujer doméstica, aunque sin rechazarlo completamente, otra opción que podían elegir las mujeres era tratar de escribir desde la posición que se les había asignado por el concepto cultural de feminidad. El proyecto de construir un sujeto femenino de la literatura dentro de las fronteras prescritas para el ángel doméstico fue, sin embargo, inevitablemente contradictorio, como lo demuestra el caso de Cecilia Bölh, conocida por el público como Fernán Caballero. Las paradojas de la actitud de Bölh se ponen de manifiesto en hechos concretos de su relación con la actividad literaria. A pesar de que fue la primera escritora que publicó una obra en la prensa romántica, se oponía rotundamente a la participación de las mujeres en la producción literaria. Cecilia, que desde una edad muy temprana había escrito para entretenimiento de sus familiares y amigos, protestó cuando vio una de sus historias, “La madre o el combate de Trafalgar” publicada en un ejemplar de 1835 del periódico romántico El Artista. En una carta a los editores en la que insistía en que no publicaran más obras suyas, aseguraba que su madre les

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había enviado el manuscrito sin consultárselo a ella. En años posteriores invirtió su posición, al menos en la práctica, ya que comenzó a publicar con asiduidad. La identificación de Cecilia Bölh con los valores encarnados en el ángel del hogar como imagen de la plenitud femenina la sitúan en directa oposición a las elaboraciones románticas del yo que adoptaron y modificaron Gómez de Avellaneda y Coronado. De hecho, las novelas que Bölh publicó en 1849 pueden interpretarse como intentos de desacreditar las ideas románticas del yo y la revolución cultural de la que formaban parte. Sin embargo el enemigo al que se oponía se insinuaba en el núcleo mismo de sus obras, contradiciendo y subvirtiendo sus ideas más queridas. Este proceso es especialmente significativo en La gaviota, la primera de las novelas publicadas en 1849 y la más ambiciosa como representación y condena de la revolución cultural (págs. 227 – 228 y 229).

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4.5 Escritoras del s. XVIII, principios del s. XIX Josefa Amar y Borbón (1749 – 1833) Personajes ilustres de nuestra historia: Josefa Amar y Borbón Blog de Historia de España Departamento de Geografía e Historia. IES José Manuel Blecua (Zaragoza) http://historiadees.wordpress.com/2011/04/28/personajes-ilustres-de-nuestra-historiajosefa-amar-y-borbon/

Josefa Amar y Borbón nació en 1749 en Zaragoza. Fue socia de mérito de la Real Sociedad Aragonesa de los Amigos del País. Escribió numerosas obras, «entre las que destacan aquellas dedicadas a valorar el papel de la mujer en la sociedad y a defender su igualdad de talentos ante el hombre» (J. A. Blasco). Era hija del famoso médico de cámara de Fernando VI, José Amar, y de Ignacia de Borbón; estaba emparentada con muy ilustres familias de la región e incluso con el Conde de Aranda. En toda su familia destacaban las profesiones liberales de médico o abogado. Sus hermanos se dedicaron a la milicia y a la Iglesia. Josefa tuvo eruditos preceptores y fue una lectora apasionada. Para poder satisfacer su ansia de saber aprendió latín, griego, italiano, inglés, francés, portugués, catalán y un poco de alemán. También le interesaron las cuestiones bibliográficas. Alcanzó, pues, una erudición más que notable, que ejerció con independencia de juicio y en los parámetros de un europeísmo universalista y no tuvo igual entre las escritoras españolas de su siglo. Conocía toda la obra de los ilustrados e ideólogos franceses y la de John Locke, y su pensamiento pasó de una Ilustración avanzada a un liberalismo convencido. Aborreció la extrema religiosidad de la cultura de la época y se mostró en todo como una laica convencida; nunca citó a escritoras religiosas: para ella, fue como si Santa Teresa y sor Juana de la Cruz no hubieran existido. En ese sentido, su feminismo fue

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más radical incluso que el de su contemporánea Margarita Hickey. Desaprueba que las niñas se eduquen en conventos de monjas y que incluso existan los conventos de monjas. Se casó a los 23 años con un hombre viudo al que apenas conocía, mucho mayor que ella: Joaquín Fuentes Piquer, oidor de la Audiencia de Aragón, quien murió tras una grave enfermedad en 1798. También murió trágicamente su hijo Felipe. En 1782 fue nombrada socia de mérito de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. En 1787 lo fue de la Junta de Damas, vinculada a la Real Sociedad de Madrid, y posteriormente de la Real Sociedad Médica de Barcelona. Se dedicó principalmente a la traducción de obras extranjeras, mayoritariamente científicas. Entre 1782 y 1784 tradujo anotados los seis tomos del Ensayo histórico-apologético de la literatura española contra las opiniones preocupadas de algunos escritores modernos italianos del abate Francisco Javier Lampillas contra Girolamo Tiraboschi (1786). A éste añade además un Índice de autores y materias. La Sociedad de Amigos del País de Zaragoza le encargó además la traducción del Discurso sobre el problema de si corresponde a los párrocos y curas de aldea instruir a los labradores en los elementos de la economía campestre, acompañado del plan de Francesco Griselini. Prologó la edición en 1783. En 1783 estaba escribiendo una Aritmética española y tradujo el Diario de Mequinez. Vivió casi toda su vida en Aragón (Zaragoza, Tarazona, Borja). Defendió en la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País de que formaba parte la independencia y dignidad de la mujer, por medio de su traducción de uno de los libros europeos más famosos sobre el tema, el de Knox, Essay moral and literary, y de varios discursos que escribió y pronunció entre 1786 y 1790: Discurso en defensa del talento de las mugeres (1786), Oración gratulatoria . . . a la junta de Señoras (1787) y Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres (1790). En todos estos defiende el feminismo de la igualdad: el cerebro no tiene sexo, y la aptitud de las mujeres para el desempeño de cualquier función política o social.

Su actuación durante los dos Sitios que sufrió la ciudad a manos de los franceses en 1808 y 1809, fue muy destacada, a través de generosas ayudas tanto en efectos materiales, como en su participación personal en la defensa de la ciudad. Estos esfuerzos le llevaron a sufrir un aborto, perdiendo el hijo que esperaba. Josefa Amar y Borbón murió en Zaragoza en 1833. Está enterrada en la Iglesia de San Felipe de Zaragoza. En la actualidad, un Colegio de Infantil y Primaria de la ciudad de Zaragoza lleva su nombre.

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María Gertrudis Hore Ley [1742-1801] Mujeres andaluzas, biografías http://www.andalucia.cc/viva/mujer/aavcadiz.html#HoreLey

Poeta gaditana cuyo recuerdo se nos revela bajo un perfil biográfico que se despliega entre la oscuridad y la leyenda. Nacida en el Cádiz abigarrado y cosmopolita del Setecientos, en el seno de una familia irlandesa establecida en Cádiz, con dedicación a la actividad comercial, vio la luz en la década en que la ciudad se preparaba para su fase de mayor expansión y actividad en el tráfico de personas y mercancías con la América Hispana. Como si esto fuera una premonición, a pesar de que sus padres, Miguel Hore y María Ley, la bautizaron con los nombres de María, Gertrudis, Catalina, Margarita, Josefa y Sabad, sus contemporáneos la conocerían con el sobrenombre de «La Hija del Sol», con el que ella reconoció la autoría de sus poemas. Aunque se desconoce la formación que Gertrudis Hore recibió, podemos imaginarla cultivando su inteligencia con las típicas disciplinas «de adorno» con las que, por entonces, las familias pudientes formaban a sus hijas -música, lenguas extranjeras, baile y religión-, y sí parece que pronto empezó a brillar en los círculos sociales que frecuentaba, además de por su belleza, por su talento, una afición constante por la lectura y una gran facilidad para versificar. De hecho Cambiaso y Verdes en sus Memorias la hace asidua de círculos literarios e intelectuales de Madrid, ciudad que visitó en varias ocasiones a lo largo de la década de los setenta, y de la tertulia gaditana del científico Jorge Juan. Por entonces los salones literarios se abrían para las mujeres; en ellos, bien a título de invitadas o de anfitrionas, hallaron la posibilidad de conversar y discutir con los hombres, de igual a igual, de las más variadas disciplinas y saberes. Éste debió ser el caso de Gertrudis Hore. Había contraído matrimonio -según la partida de casamiento fue un matrimonio secreto, con dispensa de amonestaciones, algo que no era infrecuente entre los comerciantes de la ciudadcon Esteban Fleming, natural de El Puerto de Santa María, donde fijará el matrimonio su residencia. Cuando se casa, en agosto de 1762, Gertrudis aún no ha cumplido los veinte años y dieciséis años después, con 35 años, entra en el convento de religiosas concepcionistas de Santa María en Cádiz, donde profesará y permanecerá hasta su muerte escribiendo poemas y guardando clausura. Las razones por las que Gertrudis Hore abandona el siglo y decide hacerse monja son desconocidas. En la licencia que otorga su marido para que pueda tomar hábito, éste declara Universidad Popular de Palencia. Encuentros en la Literatura 76


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únicamente que «desea cooperar a la satisfacción espiritual» de su mujer. Por otra parte, en los interrogatorios previos a la toma de hábito y profesión, a las preguntas que el obispo fray Juan Bautista Cervera dirige a la propia Gertrudis para conocer su grado de libertad en la decisión, ella contesta que no ha sido obligada ni inducida a entrar en religión, y que con ello sólo cumple su deseo de ser religiosa. Las historias que circularon entre sus contemporáneos, sin embargo, hablaban de un adulterio y de un arrepentimiento, y estos rumores fueron recogidos por Cecilia Böhl de Faber en su cuento «La Hija del Sol», asegurando que la historia era verídica. Según esta famosa historia, la Hija del Sol, conocida así por su belleza y sus innumerables atractivos, es enviada a la Isla de León a pasar una temporada mientras su marido se ausenta en un viaje de negocios a América. En la Isla se enamora de un brigadier de los guardias marinas y, a punto de convertirlo en su amante, anticipa en un sueño premonitorio el castigo que les espera -la muerte del amado- si mantienen la relación ilícita. Arrepentida, cuenta la verdad a su marido y decide, con su autorización, entrar en un convento. Cuánto de verdad o de leyenda hay en la misma es algo que, con los datos que poseemos, es imposible dilucidar. Su actividad como poeta continúa en el convento. De hecho publicó numerosas poesías, entre 1786 y 1796, en periódicos de ámbito nacional como el Correo de Madrid, Diario de Madrid, Semanario erudito y curioso de Salamanca, y Diario de Barcelona, entre otros. Aunque es difícil valorar su obra, a falta de ediciones críticas sobre la misma, sí se descubre en ella la marcada presencia de una interioridad subjetiva de profundas emociones, pues aunque cultivó la poesía de circunstancias propia del siglo, su producción también esta dirigida por su propia experiencia vital en la que no falta el desengaño, la soledad y la tristeza. ¿Hasta cuándo, Gerarda, tu peregrino ingenio en frívolos asuntos malgastará conceptos? (…) Yo también invocaba al que llaman Dios ciego e hice (¡rara locura!) me prohijará Febo. (…) No tejas más laureles a ese contrario sexo que sólo en nuestra ruina fabrica sus trofeos. (…) Verás caer marchitas esas rosas de Venus, y perder la fragancia, que te encanto algún tiempo

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Beatriz Cienfuegos, la primera mujer periodista Pilar M. Clarés http://lapistoladelarra.blogspot.com/2006/06/la-primera-mujer-periodista-beatriz_09.html

Beatriz Cienfuegos la primera mujer periodista española desde que publicara entre 1763 y 1764 La Pensadora gaditana, periódico semanal crítico sobre las costumbres masculinas y femeninas y otros temas de interés en la época. En total se publicaron 52 Pensamientos, con los que la autora se apuntaba al costumbrismo social iniciado con el periódico inglés The Spectator, del que eran frecuentes las traducciones difundidas por Europa. Se trataba de un periodismo reflexivo y revisionista, más literario que noticioso y sometido a unas precarias vías de comunicación por lo que la inmediatez no contaba como factor de importancia. A un siglo escaso del inicio del periodismo con las Gacetas, la burguesía ilustrada del XVIII contó con los avances técnicos y los medios económicos suficientes para satisfacer a un público con deseos de leer sus propios ideales culturales y políticos. Mientras tanto, el pueblo, mayoritariamente analfabeto, sólo tenía acceso a almanaques y pronósticos. En ocasiones se ha dudado de la identidad que se esconde tras la firma de Beatriz Cienfuegos, incluso de su condición de mujer. Tanto en Inglaterra como en Francia hay constancia de una prensa escrita por mujeres que se dedicaba a la crítica social, por lo tanto no tendría que resultar extraño que fuese realmente una mujer, como asegura la última revisión sobre el tema. Cinta Canterla, de la Universidad de Cádiz, ha estudiado ampliamente esta cuestión y publicado una edición antológica del periódico en la que hace ver que la legislación de la época prohibía publicar libros o papeles con nombre falso, y la publicación contaba con licencia de impresión. Beatriz Cienfuegos fue sin duda una mujer peculiar, independiente y culta, que supo aprovechar la reorganización de Carlos III sobre tasaciones, precios de publicaciones e inquisición para favorecer el mundo editorial. Después, el fantasma de la revolución francesa traería con su sucesor, Carlos IV, las más estrictas prohibiciones.

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Vicenta Maturana, Poesía entre sables Helio Ceballos Merino http://porlascallesdealcala.blogspot.com/2010/11/vicenta-maturana-poesia-entre-sables.html

El dominical EL MUNDO PINTORESCO de 29 de mayo de 1859 publicaba en su Suplemento la siguiente noticia: "Acaba de fallecer en Alcalá de Henares la señora doña Vicenta Maturana, camarista que fue de la reina doña María Isabel Luisa de Borbón, decana de las poetas españolas, que poco antes de morir ha tenido el placer de ver reunidas en una linda edición sus obras poéticas, elogiadas por toda la prensa". El gaditano Adolfo de Castro, en la entusiasta y laudatoria nota publicada en el mismo semanario el 9 de octubre, daba así noticia de este hecho: "La muerte, pirata en el mar, salteadora en los caminos, forajida en las montañas, ciudadana en las poblaciones, acaba de herir en Alcalá de Henares a una señora de nobilísimas prendas, de gran talento, de fecunda fantasía" El 16 de mayo había sido enterrada en la galería nº 3, nicho 25 del Cementerio de San Roque de Alcalá de Henares. Al extender hoy la vista por este viejo cementerio no podemos sino lamentar que el paso del tiempo y el olvido hayan desbaratado los deseos que expresó en su emotiva oda "A la orilla del mar una noche de luna" con estos versos: Y cuando tu luz refleje sobre mi sepulcro frío, quizás le verás de flores y noble laurel ceñido Llevaba viviendo en Alcalá desde 1847. Hasta instalarse en esta ciudad su vida transcurrió por diversos lugares, siguiendo los numerosos cambios de destino, primero de su padre, luego de su marido y después de su hijo, todos ellos militares y todos con un amplio y glorioso historial. Nació en la luminosa Cádiz el 6 de julio de 1793; ya a los cuatro años sus padres se trasladan a Madrid. Empieza aquí su educación, la escasa educación que se daba en esas fechas a las mujeres que entonces tenían ese privilegio. En su caso se limitó al aprendizaje del francés, la

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danza y el dibujo. Pero ella desde muy joven se dejó llevar por una gran afición por la literatura y en especial por la poesía. En el prólogo de su primer libro de poesías proclamaba esta su "afición que no ha sido de ningún modo cultivada, me he dejado dominar de ella para pintar mis propios sentimientos". Trasladado su padre a Sevilla en 1807 entra en contacto con el circulo poético de la Academia de las Letras de dicha ciudad; esta relación, sobre todo con Félix José Reinoso, fue fundamental en su formación literaria y su huella se observa en sus creaciones poéticas posteriores y en gran medida en la primera colección que editaría en 1825, en la que las odas intercambiadas entre Fileno (F. J. Reinoso) y Celmira (Vicenta Maturana) ocupan varias páginas. Su padre, el Mariscal de Campo Vicente Maturana y Altemir muere en Sevilla el 12 de noviembre de 1809 después de un enfrentamiento con las tropas francesas. Nuestra poeta se tiene que trasladar a Lisboa con su madre. Al poco tiempo muere ésta y Vicenta regresa a España en 1811. Instalado en el trono Fernando VII obtiene una pensión vitalicia por el fallecimiento heroico de su padre y en 1816 es designada camarista de la Reina, primero con Isabel Luisa de Braganza y Borbón, y después con la tercera esposa de Fernando VII María Josefa Amalia de Sajonia. De su buena relación con Isabel de Portugal dejó constancia en los versos compuestos con motivo del nacimiento y posterior muerte de su hija la Infanta María Isabel Luisa, y en especial en el soneto escrito al fallecimiento de esta reina: Mi corazón de suspirar cansado a los pies de Isabel dulce latía; mi existencia a su sombra bendecía, juzgándome en el puesto deseado. María Josefa Amalia, joven piadosa y recatada hasta el histerismo (parece que la noche de bodas con el fogoso Fernando fue sonada y que tuvo que intervenir el mismo Papa Pío VIII para convencerla de que yacer con el marido no era pecaminoso), coincidía con su azafata en el gusto por la poesía, por lo que la relación entre ambas fue muy intensa, siendo habitual el mutuo intercambio de opiniones y comentarios sobre las composiciones poéticas de cada una de ellas. Con objeto de privarla del particular afecto de la Reina, se había esparcido en la Corte el rumor de que era Vicenta la autora de las poesías que hacía la Reina y que era la propia Vicenta quien lo iba diciendo. Para dejar constancia escrita de cuán diferente era su estilo respecto al de la Reina, nuestra poeta se vio obligada a dar a la luz su primera colección de poesías que editó en 1825 bajo el título de Ensayos Poéticos. Hasta entonces había publicado algunos poemas en Diario de Mallorca (5-10-1814), en el Diario Mercantil de Cádiz ( entre 1814 y 1819) y en el Correo Literario y Mercantil de Madrid, bien con el seudónimo de Celmira, bien con sólo sus iniciales. En el mismo año de 1825 publicó también bajo otro nombre la novela "Teodoro o el Huérfano Agradecido". Su segunda novela conocida "Sofía y Enrique" la publico en 1829. Entretanto había tenido los dos hijos, José y Vicenta, que nacieron de su matrimonio con el coronel Joaquín Gutiérrez Pérez Gálvez, con quien se había casado en 1820. Iniciada la primera guerra carlista su marido, el coronel Gutiérrez, se incorpora a las tropas partidarias de Don Carlos, por lo que Doña Vicenta debe exiliarse a Francia con sus hijos. Allí vive con las dificultades de todo expatriado y la preocupación constante por la vida de su marido y de su hijo José, pues éste se había incorporado también al ejército carlista pese a su corta edad.

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En 1836 regresa a España y reside en Beriguistain, localidad cercana a Tolosa situada en zona carlista. Allí compone el cuarto canto del Himno a la Luna, dando por fin término a este poema en prosa que había iniciado en 1830, al estilo del Himno al Sol del abate Reyrac cuya lectura le había impresionado, Este Himno lo publicó en Bayona en 1838, pero con gran dolor de su corazón tuvo que retirarlo de la circulación por mandato del Gobierno carlista; Pío Baroja irónicamente dijo sobre este asunto "no saber si el Gobierno carlista lo prohibió por resentimiento hacia Doña Vicenta o hacia la luna". Su marido muere el 1 de octubre de 1838 en la ciudad francesa de Perigueux y a Francia se marcha ella de nuevo. De allí ya no regresará a España hasta el año 1847, que es cuando viene a vivir a Alcalá de Henares. Para ayudar al sustento de su familia en Francia, en 1841 publicó una segunda edición de sus Poesías aunque dirigida exclusivamente al mercado americano. En marzo de 1859, sólo dos meses antes de su muerte, publica una nueva y actualizada edición de sus Poesías, sin titularlas ya como Ensayos Poéticos. En el prólogo explica: "Me he decidido a hacer esta tercera edición, aumentada con algunas composiciones inéditas y con los tres primeros cantos del Himno a la Luna, pues, a los deseos de mis amigos, se han unido los de mis hijos que quieren les deje esta memoria". Es un extenso libro de casi trescientas páginas que comprende una gran variedad de tipos de poemas (odas, letrillas, canciones, romances, décimas, liras, ovillejos y sonetos). Esta definitiva y última edición permite ver la evolución de la poeta, que, instalada desde sus orígenes en el neoclasicismo, acaba apuntando rasgos ya característicos del romanticismo y que sabe dejar a un lado la sencilla ingenuidad, y a veces ser irónica e incluso llegar a la sátira mordaz.

Las opiniones de los comentaristas de su época fueron dispares. Frente a la posición benévola de Eugenio de Ochoa y la excesivamente favorable de su paisano Adolfo de Castro, hubo críticas en otros tonos como la exigente de David Canalejas en La Ilustración Española y Americana; no obstante éste tuvo que reconocer que "la producción poética de Dª Vicenta Maturana peca de desaliño y de exagerada inocencia de forma, pero son composiciones de una ternura, de una ingenuidad y de una sencillez encantadoras". En los tiempos actuales hay que aplaudir el trabajo presentado, en el I Coloquio de la Sociedad de Literatura Española de „siglo Universidad Popular de Palencia. Encuentros en la Literatura 81


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XIX (Barcelona 1996), por Sara Pujol Russell; es un interesante estudio hecho con profundidad y con cariño, que termina con el deseo de la autora de que "ojalá mi intervención haya contribuido a reparar en una mínima parte el nombre, los versos y el olvido de Dª Vicenta Maturana". Por mi parte terminaré expresando la satisfacción que me ha producido el hallazgo y conocimiento de esta antigua poeta, que durante los últimos doce años de su vida callejeó por esta ciudad de Alcalá de Henares. Aquí dejó de vivir. Para revivirla nada mejor que algunos de sus versos. Mi temor único No me hace estremecer el silbo fiero del terrible huracán, cuando agitado forma montañas en el mar salado, llenando de pavor al marinero; ni el trueno que retumba, ni el ligero rayo, de oscura nube disparado, ni el torrente que arrastra mi ganado, ni ver entre humo y llamas el granero: Con pecho firme, con serena frente miraré el universo conmovido, sin que el corazón mío se amedrente; mas este corazón tan atrevido tiembla, palpita, mil temores siente si sueña de tu amor helado olvido.

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4.6 Otras escritoras románticas Amalia Fenollosa Peris, escritora del periodo Romántico. Florián Yubero http://lanaveva.wordpress.com/2010/05/31/amalia-fenollosa-peris-escritora-del-periodoromantico/

El Romanticismo en España fue propiciado por la prensa literaria, que colaboro y facilito que muchas escritoras publicaran por primera vez en nuestro país. Hasta el siglo XIX, los escritos de mujeres no se habían publicado, con la excepción de dos religiosas: Santa Teresa de Ávila y sor Isabel de Villena en Valencia. Las escritoras que tomaron como guía los postulados románticos, cuestionan el rol social de las mujeres de su tiempo, sobre la base de desigualdad. “Nace la mujer siendo esclava de sus padres, vive siendo esclava de su marido, muere siendo esclava de sus hijos”. La reivindicación de la libertad, era una de las grandes causas románticas, como también la justicia. El Romanticismo había surgido en centroeuropea, y tardó mucho en llegar a España a pesar de que era ejemplo de libertad creativa, fue tardío y breve…, más intenso, Amalia Fenollosa, fue una de las escritoras perteneciente al movimiento artístico del periodo romántico, era la hija de un médico de Castellón de la Plana, ciudad en la que nació cuando, cuando todavía era un núcleo urbano de solamente 15.000 habitantes, cuyas familias tenían como dedicación laboral la agricultura. Gran poeta, novelista, dramaturga, vivió la crueldad de la guerra Carlista, y quedó impresionada de cuando las fuerzas del General Cabrera, acantonados en la fortaleza de Morelia, descendieron a Castellón, acuchillando a indefensos vecinos desarmados. Poco después perdió a su padre cuando ella tenía solamente trece años. Con estos acontecimientos fue marcada en la tragedia de la vida. Mujer de su tiempo y circunstancias, Amalia traslado su pesimismo vital por medio de sus creaciones literarias, en muchas ocasiones dramatizando: «Yo, víctima de la suerte, huérfana y desventurada desde el nacer entregada al aflictivo dolor». Empezó a crear sus poemas de tristeza, adoptó la melancolía como señas de identidad. Amalia pública en revistas y periódicos de toda España, en El Idólatra de Galicia, en 1841 publica su poema «El suspiro de la brisa» y la presentan como «uno de aquellos raros portentos de fondo tétrico y sentimental, como el de persona habituada al padecer». Colaboro Amalia en la prensa valenciana: El Fénix, La Psiquis o El Celtíbero de Segorbe, y las prestigiosas revistas españolas,

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como La Lira Española de Barcelona, La Sílfide, Revista Vascongada, El Defensor del Bello Sexo, Álbum de las Bellas o El Pensil del Bello Sexo, la primera antología de escritoras españolas. Víctor Balaguer, mentor de Amalia, fue promotor del movimiento cultura de la Renaixença, la conecto a «Hermandad Lírica» un movimiento feminista, que abogaba por el progreso de la mujer en la España tradicional, desde donde critica el sumiso rol tradicional femenino del siglo XIX, con la que afrontar los sinsabores literarios y personales. Primero poeta y con posterioridad autora de folletines y dramas, se adhiere al movimiento de escritoras dedicándose poemas y apoyándose en torno a la “Hermandad Lírica”, persiste en su atormentado pesimismo, en cuyo campo se destaca por la belleza trágica de sus escritos, hizo amistad con el poeta Ramón de Campoamor, por entonces gobernador civil de la provincia de Castellón, y conoce a Juan Mañe, director del Diario de Barcelona, con quien la poeta romántica conoce el amor. “Lo más hermoso que le ocurrió a la artista” y que fue aliciente para cambiar su vida. Tras casarse en 1851, marcha a Barcelona y determinó su diferente faceta en la vida, comunica a sus amigas: «Heme retirado de la literatura, renunciando a la gloria literaria, porque todo lo que no sea él me parece robado a su culto». En su clausura literaria, se dedica a la vida matrimonial, con la mala fortuna que en su vida le acompaño, su esposo Juan enferma y tienen que trasladarse a Sarriá, buscando el aire puro, Amalia se separa así del ambiente cultural barcelonés, al que se había adherido. Luego enferma su madre, nace su hija y al no poder amamantarla la cede en crianza a una distante nodriza, por lo que muy poco disfruto de la niña. Su pluma se pliega escondida en el silencio en 1869, cuando contaba solamente cuarenta y cuatro años. Una necrológica del Diario de Barcelona (que dirigía su esposo), comunica su muerte y recuerda sus «dotes nada comunes de versificación y estilo» “¡Cuán largas pasan las volubles horas para el que siente fatigoso afán, para el que en vez de dichas seductoras, lleva en su pecho destructor volcán! [...]“

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Josefa Massanés María del Pilar Sinués de Marco http://seguicollar.wordpress.com/2008/01/26/524/

Continuamos la serie de biografías de escritoras españolas que Pilar Sinués de Marco publicó en la revista madrileña destinada al público femenino: <El Correo de la Moda>, el dedicado a María Josefa Massanes i Dalmau vio la luz en el numero 397, del año XI del día 8 de abril de 1861. Para ilustrar esta entrada hemos seleccionado el retrato de la escritora biografiada, la cabecera de <El Parthenon>, publicación barcelonesa en la que colaboró, y el grabado, obra de Eusebio Planas, que ilustraba su artículo: <Las Floristas>, con el que participó en la publicación que bajo la dirección literaria de Faustina Sáez de Melgar editó Juan Pons en Barcelona a finales de 1881: <Las Mujeres Españolas, Americanas y Lusitanas pintadas por sí mismas>. Respetamos la ortografía original. Si por órden de rigurosa antigüedad hubiéramos de haber empezado y seguido este trabajo, María Josefa Massanés debiera haber sido la primera á quien se diese un lugar en él, puesto que algunos años antes que la señora Avellaneda empezaron á resonar los dulces acordes de su lira. Pero inconvenientes independientes de nuestra voluntad, han dilatado la publicación del artículo que la concierne, y que hoy damos a la luz. Hermoso es el nombre de Josefa Massanés como escritora. Cataluña se enorgullece de haber merecido su cuna: y al nivel de su gloria literaria esta la gloria de sus virtudes domésticas, y especialmente la de su caridad. María Josefa Massanés, hija del coronel de infantería D José Massanés y de doña Antonia Dalmau nació en Tarragona, en el día 19 de marzo de 1811. Perdió á su buena madre cuando apenas contaba cinco años, y fue educada por sus abuelos paternos, señores de rígido carácter y costumbres patriarcales: el profundo y tierno amor que la señora Massanes sentía hacía ellos, se deja ver en algunas de sus composiciones, y aquel sentimiento la inspiró sin duda ese respeto hacia la ancianidad, que es uno de los distintivos de su carácter. Desde su edad más tierna, manifestó una grande inclinación hacia las bellas artes, y sobre todo el estudio de la literatura: mas si bien su familia protegió sus disposiciones naturales en lo respectivo á la música y pintura, no fue lo mismo en cuanto á sus tendencias literarias, que la fueron contrariadas con gran empeño, y conforme á las preocupaciones que en aquella época dominaban, respecto á la educación de las señoritas. Sin embargo, como el poeta nace con una vocación irresistible, como tiene que satisfacer la sed de su alma ó morir, la señorita Massanes, obediente, dulcísima y cariñosa para los ancianos que

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habían velado su cuna, no halló otro medio de leer y estudiar, que privarse de las horas de sueño, con tal afán y perseverancia, que su salud se debilitó hasta el extremo de no haberla vuelto a recobrar. ¿Quién inspiraba á Josefa Massanes tal valor, tanta constancia? Dios, que al nacer, habíale dicho desde el cielo: – ¡Tu cantarás, es tu misión, y para eso te he formado! Porque las poetas que hemos venido al mundo desde el año 1830 al 1840, hemos tenido para animarnos el ejemplo de las que nos han precedido, el estímulo de su gloria, la lección de su paciencia; pero cuando Josefa Massanes dejó escapar de su pecho á la edad de diez años su primer canto poético, ninguna mujer en España había ceñido aun sus sienes con la corona de la poesía. Mucho tiempo pasó, sin que la señorita Massanes diese nada á la prensa: como ya he dicho, hacia versos desde la edad de diez años, pero los hacía para satisfacer una imperiosa necesidad de su alma, y sin que la vanidad tuviese parte en sus cantos. En el año 1835 empezó á publicar sus inspiraciones en los acreditados periódicos: El Vapor, El Guardia Nacional y La Religión: y aquellas composiciones, llenas de ternura y de sentimientos religiosos, revelaron á la gran poetisa que más tarde había de ocupar un sitio tan elevado en la literatura patria. Reprodujéronla, y fueron extraordinariamente elogiadas en la prensa nacional y extranjera, sobre todo, la que lleva por título El beso maternal, que copiaron casi todos los periódicos de España. En los Estados-Unidos, no solo la insertó El Noticioso de ambos mundos de Nueva York, sino que también fue traducida al inglés por órden del gobierno de aquel país, y recomendada á los establecimientos de educación primaria. Desde el 37 al 40, publicaron sus composiciones los periódicos más acreditados de Barcelona. En 1841 dio á luz el primer tomo de la Colección de sus poesías, y en 1850 el segundo, con el título de Flores marchitas. En el día está en prensa el tercero, que bajo el nombre de Frutos de Otoño, publicará La Maravilla, gran sociedad de publicaciones establecida en Barcelona: estos volúmenes, así como otras poesías sueltas de la señora Massanes, han inspirado extensos artículos, ó más bien brillantes y merecidos elogios, á muchos de nuestros más distinguidos escritores. No ha celebrado Cataluña una solemnidad nacional, no ha expresado una sola de sus alegrías patrias, en que no haya acudido á pedir sus inspirados cantos á la señora Massanes: es además socia de muchas corporaciones científicas, artísticas y literarias, y ha recibido infinitas muestras de cariño y de aprecio en los altos personajes, que a su paso por Barcelona han tenido ocasión de estimar lo sobresalientes de su talento y el mérito de su modestia. Sus poesías son casi populares, y muchas de ellas se han impreso con gran lujo tipográfico. Hace dos años que por primera vez, y á ruegos de varios amigos, escribió en su lengua nativa algunas composiciones, que publicó con general aceptación el editor Sr. Manero en sus dos colecciones de Autores catalanes. La señora Massanes, aunque nacida en Tarragona, solo residió en esta ciudad los dos primeros meses de su vida, habiendo habitado después casi siempre en Barcelona. En 1843 quiso unir á los goces que le proporcionaba la literatura, los dulces placeres de la familia, y se unió con los lazos del matrimonio al Sr. D. Fernando González de Ortega, entonces capitán, y hoy teniente coronel de infantería. Su enlace se verificó por poderes en Barcelona, y se ratificó en Madrid, adonde la señora Massanes vino á reunirse con su esposo, permaneciendo poco tiempo en la corte. Todos los que han tenido la dicha de tratar á la distinguida poeta, convienen en la excelencia de su carácter y de sus sentimientos: es afable, sencilla, jovial, tierna en sus afecciones, y generosa hasta la abnegación: dotada de extrema franqueza, es sin embargo benévola, tan cariñosa, tan dulce, que cautiva todas las voluntades.

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<Yo no he recibido desengaños en mi vida literaria>, dice en una de sus cartas á la que suscribe este pobre artículo, <solo he hallado generosidad, tolerancia, amigos fieles y entusiastas.> Mas cómo, la diremos nosotros, ¿cómo podía suceder de otra manera? La que ignorando su propio mérito se dedica á amar y á derramar beneficios sobre sus semejantes: la que teniendo incontestables derechos para ser admirada, es modesta, dulce y buena; la que es el verdadero ángel de los tristes, ¿cómo podía de hallar hiel en derredor suyo? Ya nos han precedido en la grata tarea de hacer una biografía de esta distinguida poeta algunos escritores de justa reputación. Además de los trabajos publicados de la señora Massanes, de que hemos hecho mención, y del tercer tomo de sus poesías, en prensa, tiene inéditos un drama, varios opúsculos, y un tratado sobre los deberes morales y sociales de la mujer. Este libro será notable por más de un concepto, pues su autora, además de poseer una vastísima erudición, fruto de sus largos estudios, conoce muy bien por la excelencia de su corazón y de su talento todos los deberes que su sexo impone y debe cumplir. La señora Massanes es sencilla en sus hábitos, pero distinguida en sus maneras: su figura está á un tiempo llena de nobleza y de dulzura, y el talento y la inspiración reverberan en sus hermosos ojos. No elogiamos en particular ninguna de sus poesía; no sabemos juzgar sino alabar lo que creemos bueno, y todo cuanto su pluma ha producido nos parece admirable: la culta Cataluña, idólatra del nombre de Josefa Massanes, la ha levantado ya un pedestal en cada corazón; y la literatura patria la ha concedido con justicia uno de los asientos más elevados en el Parnaso español, al mismo tiempo que todas las mujeres que sostenemos la pluma en nuestras débiles manos, la debemos la más tierna gratitud por haber iniciado el camino de la poesía femenina, y haberle alumbrado con la hermosa luz de sus virtudes.

Como podemos comprobar, el texto no tiene desperdicio para ser comentando y trabajo en un aula.

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Dolores Cabrera y Heredia J. R. Fernández de Cano. http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=cabrera-y-heredia-de-miranda-mariadolores Poeta y narradora española, nacida en Tamarite de Litera (Huesca) el 15 de septiembre de 1826, y fallecida en fecha y lugar desconocidos. Nacida en el seno de una familia influyente y acomodada (era hija de don Lorenzo Cabrera Purroy, que ocupó altos cargos en la administración política del país, y de doña Gregoria Heredia Godino), recibió desde niña una esmerada educación que le permitió desarrollar muy pronto su innata capacidad creativa. Su primera instrucción le fue impartida en el Monasterio de Religiosas Salesas de Calatayud (Zaragoza), pero pronto se vio obligada, a causa de los diferentes destinos a los que era enviado su progenitor, a cambiar de domicilio y -en consecuencia- de centro de estudios. Así, de Calatayud pasó a Pamplona, en donde residió hasta 1846; durante el lustro siguiente (1846-1851), la familia Cabrera-Heredia vivió en Madrid; en 1851, don Lorenzo Cabrera fue nombrado Gobernador militar de la zona norte del país, por lo que se instaló con los suyos en Jaca (Huesca). En 1856, con treinta años de edad, María Dolores Cabrera y Heredia regresó a la capital del Reino, en donde contrajo nupcias con don Joaquín María Miranda. El hecho de que los Reyes de España fueran padrinos de este enlace constituye una buena prueba de la elevada posición social que, a la sazón, ocupaban ambos contrayentes. Por aquellos años, la escritora aragonesa ya se había dado a conocer como poeta, tanto en algunos medios de comunicación como por medio de su primer poemario impreso, titulado Las Violetas (Madrid: Imprenta de la Reforma, 1850). Este volumen, que contiene numerosos poemas dedicados a los propios familiares de la autora (sobre todo, a su madre y a su hermana), está prologado por el escritor y periodista madrileño Gregorio Romero Larrañaga; su aparición fue recibida con benevolencia por parte de críticos y lectores, e incluso mereció una reseña elogiosa en la revista La Esperanza (28 de junio de 1850). Aquel mismo año de 1850 vio la luz otra obra poética de María Dolores Cabrera y Heredia, la titulada Poesía. A S.M. el Rey (D. Francisco de Asís) en la muerte de su hijo (D. Luis) el Príncipe de Asturias. Madrid, 12 de julio de 1850. Además de estos dos títulos individuales, la autora oscense publicó también algunas composiciones en varias de esas obras colectivas que tanto auge y difusión alcanzaron durante la segunda mitad del siglo XIX. Así, en Corona poética a Ysabel II... en conmemoración del fausto natalicio... (Madrid, 1851), dejó impreso el poema "A S.M. la Reina ("¡Reina, sois muy feliz! Tenéis ahora..."); y en Escritoras españolas contemporáneas (Madrid: Perlado, Páez y Cª, 1909), publicó una oda "A Nuestra Señora de Atocha" ("Junto a la hermosa Corte de Castilla"). Asimismo, colaboró en La Esperanza, La Reforma, Las Hijas de Eva, El Trono y La Nobleza, Álbum de Señoritas, Libro de la Caridad, Álbum de la Avellaneda (1860), Brisas de Cuba, etc. Como era habitual en su época, la mayor parte de la producción lírica de María Dolores Cabrera y Heredia vio la luz en diferentes periódicos y revistas de su tiempo. Así, en Las Hijas de Eva (de Alicante-Madrid) publicó los poemas titulados "Al amanecer" ("Levántate de tu lecho...", octubre de 1849) y "Al Tajo en Toledo" ("¿A dónde vas, oh río, que bañas dulcemente...", 1 de diciembre de 1849); en Ellas (de Madrid), dejó estampadas las siguientes composiciones: "La voz de las campanas" ("Cuando silban, el aire rompiendo...", 8 de enero de 1852), "El pañuelo bordado" (8 de marzo de 1852), "Las ilusiones" ("Junto a la hermosa fuente, hermana mía...", 8 de junio de 1852), "El valor del tiempo" (15 de julio de 1852) y "La amistad y el amor" ("¡Santa amistad, mi corazón te implora...", 30 de julio de 1852); en Álbum de señoritas (Madrid), la poetisa oscense publicó, entre otros escritos, "Para un álbum" (30 de abril de 1852), "Los campos de mi país"

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("¡Oh!, soledad augusta, acógeme en tu seno", 23 de junio de 1852), "Las tardes de otoño" ("El otoño se acerca; ya escucho su brisa...", 8 de octubre de 1852), "El cementerio" ("Cristina, ven al campo de reposo...", 8 de noviembre de 1852) y "Las auras de octubre" ("Con su soplo de otoño...", 30 de noviembre de 1852); en Educación Pintoresca (Madrid), publicó "El amor fraternal" (1857), "La buena Cristel" (1857), "Las hachas" (1859) y varios villancicos; y en El Correo de la Moda, dejó impresos los poemas "¿Por qué vivo" ("Tengo aquí seres que mi pecho adora", 2 de enero de 1875) y "A la Serenísima infanta doña María de las Mercedes de Orleans y Borbón" ("Por la postrera vez suena mi acento...", 2 de febrero de 1878). Tras esta fecunda etapa de dedicación a la creación literaria (en la que no hubo sólo poemas, ya que ha llegado noticia hasta nuestro días de dos novelas de María Dolores Cabrera y Heredia: Quien ama nunca olvida y Una perla y una lágrima), la escritora aragonesa dejó de escribir, a causa de una afección visual que la condenó a la ceguera total durante sus últimos años de existencia.

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Ángela Grassi (1823-1883), la voz de una escritora de mujeres y para mujeres. Francisco Arias Solís http://blogs.eldiariomontanes.es/franciscoarias/2007/12/01/angela-grassi-francisco-arias-solis/

“Mujer, ay, flor ignorada en un desierto perdida, por los vientos combatida y por el sol calcinada.” Ángela Grassi. De entre las numerosas escritoras olvidadas del siglo XIX, Ángela Grassi resulta un caso particularmente interesante, tanto por su obra como por su personalidad, y que hacen de ella una mujer influyente en ciertos medios sociales y representativa de un modo de pensar y de actuar al servicio de una causa. Ángela Grassi nació en Crema (Italia), el 2 de agosto de 1823, hija de un músico modesto que se estableció en Barcelona en 1829. Fue una especie de niña prodigio que destacó en seguida entre sus compañeras por su aplicación y sus dotes para la música -tocaba el arpa-, los idiomas, -además del catalán y el castellano dominaba el francés y el italiano- y sobre todo para la literatura. A los quince años estrenó en Barcelona un drama titulado Lealtad de un juramento lo que puede darnos una idea de su precocidad. Vivió en Cataluña y en Madrid, ciudad en la que desarrolló la mayor parte de su actividad. Fue escritora infatigable de poesía y novela, periodista, y persona muy vinculada a los ideales católicos y conservadores a cuya propagación dedicó sus máximos afanes. Fue directora de El Correo de la Moda entre 1867 y 1883, año de su muerte. Por su matrimonio con el Sr. Cuenca llegó a ser copropietaria de este semanario hasta 1881, Universidad Popular de Palencia. Encuentros en la Literatura 90


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año de la muerte de su marido. Ángela Grassi falleció en Madrid el 17 de septiembre del mencionado 1883. El lema de su vida y de su obra bien podría ser este: Guiar a la mujer por la buena senda. Las novelas de Ángela Grassi tienen una finalidad fundamentalmente didáctica, de igual modo que tienen sus artículos periodísticos. Grassi se dirige fundamentalmente a un público femenino. El Correo de la Moda era un “periódico ilustrado para señoras” y también un “periódico de modas, labores y literatura”. El sentido de consejo que tienen muchos de sus artículos puede advertirse perfectamente en el titulado “El año nuevo” del que está tomado el siguiente párrafo: “Muchos años ha que os dirijo mi débil voz; muchos años ha que procuro, por cuantos medios se hallan a mi alcance, guiaros por el camino estrecho, pero seguro, del bien y de la virtud”. Sus colaboraciones periodísticas, aunque de modo esporádico, le llevaron también a colaborar en otras publicaciones distintas a la suya como Los Niños, La Niñez o La Ilustración Católica en cuyo primer número escribe, precisamente un artículo sobre la infancia, “La predicación de los niños”. Fue este tema del mundo de los niños uno de los más queridos por Ángela Grassi y aparece de modo habitual en sus novelas. En El capital de la virtud, Marta, una niña de nueve años que había sido abandonada y es recogida por un matrimonio pobre y cargado de hijos, revela su abnegada personalidad al hacerse cargo de la casa ante la muerte del padre y la grave dolencia de la madre. En La paloma del diluvio un niño pobre llamado Benjamín se gana la vida en compañía de sus dos hermanitos que cantan y tocan la guitarra para conseguir unas monedas de los viandantes que pasan por la calle de Alcalá. En Dos mujeres, Carlos, un niño lleno de bondad y belleza que ha visto morir a su padre y tiene a su madre enferma, pide limosna por los caminos y nadie se compadece de su miseria. Pero Ángela Grassi es, ante todo y sobre todo, una escritora de mujeres y para mujeres. Los personajes femeninos dominan, por lo general, sobre los masculinos y son fundamentalmente los problemas de la mujer -de la madre, de la esposa, también de la hija- los que preocupan más constante y profundamente a la escritora. En este sentido la visión que tiene Grassi de la mujer es fundamentalmente tradicional aunque de vez en cuando surjan juicios y protestas de cierto sabor feminista, reivindicadores de los derechos y la dignidad de la mujer. Otro aspecto importante en la obra de Ángela Grassi lo constituye el fervor patriótico que resulta, además muy español pese a los orígenes italianos de la escritora. En la novela Zinska el sentido patriótico está desarrollado de manera especial. Al comienzo de la novela se dice: “¿Por qué hemos de pedir prestados sus héroes a las naciones extrañas si nuestros héroes son gigantescas figuras y resaltan perfectamente sobre el rico matiz de nuestros campos?” El que cada cual debe resignarse con el puesto que le ha conferido la vida es la tesis que defiende Ángela Grassi en su novela El lujo. En otras palabras, la escritora está haciendo una defensa de la división en clases sociales con el pretexto de que lo verdaderamente importante es la virtud y ésta puede encontrarse en cualquier status. Grassi ve y denuncia las injusticias de la España de su tiempo y nos propone una solución. Pero esa solución es tan ingenua como paternalista. El rico debe compartir una parte de su riqueza con el pobre y esto debe hacerse no a través de unas leyes que le quiten a los ricos lo suyo -la novelista es siempre respetuosa con la propiedad privada saliendo así en defensa del orden establecido y contra los nuevos vientos de la ideología socialista que empezaba a infiltrarse en España- sino por medio de la buena voluntad. En su mundo poético encontramos también elementos coincidentes con los que Ángela Grassi había expuesto en sus novelas. El amor a la patria y a la religión, el canto a la maternidad, la

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defensa de la mujer y el amor ocupan un lugar destacado de su creación poética. Sus versos aparecieron reunidos en sus Poesías, editados en 1871. Carolina Coronado dijo de Grassi: “Posee la gracia de ocultar su sabiduría, y es seguro que ésta es de todas las gracias la más necesaria a nuestro sexo”. Melodramática y conservadora, imaginativa y sensible, fiel a sus creencias, educadora y guía de sus muchas lectoras, trabajadora incansable, culta y maternal, pero también con un secreto deje de melancolía contenida y disimulada Ángela Grassi bien merecía rescatarla del olvido. Y como dijo nuestra poeta: “¡Feliz mil veces quien comprende y siente esa música dulce, embriagadora esa atracción que enlaza el universo con cadena invisible y misteriosa!”.

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Manuela Cambronero de la Peña J. R. Fernández de Cano. http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=cambronero-de-la-penna-manuela Poeta, narradora y dramaturga española, nacida alrededor de 1820 -probablemente, en alguna localidad de Galicia-, y fallecida en lugar y fecha desconocidos. Dada la escasez de datos conservados acerca de su biografía, los estudiosos de su vida y obra también han propuesto la ciudad de Valladolid como posible cuna de Manuela Cambronero de la Peña, a pesar de que una publicación periódica contemporánea a la autora, El Álbum de la Caridad, da noticia de su origen gallego. Del resto de su peripecia vital sólo se sabe que estuvo aderezada por los ingredientes típicos de la época romántica que le tocó vivir, hasta el punto de que su propia existencia guarda una enorme similitud con cualquiera de los dramas románticos que estuvieron tan de moda en su tiempo: trágica desaparición de la figura paterna, enajenación mental del hermano (víctima de la locura), y graves dolencias de la propia Manuela Cambronero y de su cónyuge, Lorenzo Caballero. Se sabe que residió en diferentes capitales de provincia, entre ellas Cádiz y Valladolid. En esta última ciudad se dio a conocer como escritora, con el estreno de su obra teatral Sáfira, que tuvo lugar en 1842, año en el que también mereció los honores de la imprenta (Valladolid: Imprenta de Julián Pastor, 1842). Se trata de un drama histórico, escrito en prosa y formado por cinco actos, cuya acción transcurre en Segovia, durante el año de 1409. En él se refleja el turbulento amor de una musulmana (Sáfira) hacia un cristiano al que ella misma ha salvado la vida (don Manrique), en medio de una trama de venganzas y muertes que desembocan en un final feliz. Sin duda, el estreno de Sáfira debió de ser bien acogido por la crítica teatral y por el público en general, ya que el nombre de Manuela Cambronero de la Peña comenzó a difundirse a partir de entonces por diversas publicaciones culturales de todo el país, como El Vergel de Andalucía (de Córdoba), La Moda de Cádiz y El Pensil del Bello Sexo (de Madrid). Durante el bienio de 18441846, firmó en estas publicaciones varios poemas originales, y editó algunas composiciones de otros autores; y en 1852 dio a la imprenta una recopilación de sus poemas y sus novelas cortas, que salió a la calle bajo el título de Días de convalecencia (La Coruña: Imprenta de Domingo Puja, 1852). Y en 1846 vio la luz su novela corta llamada El Ramillete: Inés, dedicada a su amiga y compañera de aventura poética, la escritora castellonense Amalia Fenollosa y Peris. Fruto de esta entrañable y fecunda amistad fueron también las numerosas cartas que intercambiaron ambas literatas.

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Vicenta García Miranda G.F.S. E. http://mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=garcia-miranda-vicenta Poeta pacense, natural de Campanario. Desde su infancia quiso estudiar y dedicarse a la literatura, pero la invalidez de su padre hizo recaer el peso de la familia sobre un hermano suyo, tío por tanto de la autora que nos ocupa, que le impidió estudiar o escribir. Hubo, por ello, de aprender a escondidas, gracias a la ayuda de una hermana suya, monja dominica, libre por su estado de la tutela del tío, y de un amigo de la familia, Bartolomé Baldivia, que hicieron posible que Vicenta accediera a una cierta educación. En 1833, se casa con el médico del pueblo y en 1841 asiste al nacimiento y la muerte de su único hijo. Dos años después fallece su marido. Siempre inquieta, mantuvo en su casa una tertulia donde acudían intelectuales progresistas. La lectura de los poemas de Carolina Coronado, y la influencia de la propia Carolina la incitan a escribir. De este modo, lleva a cabo sus Flores del valle publicadas en 1855 y escribe los poemas con los que colaboró en revistas como El Guadiana; Revista Vascongada; El defensor del bello sexo; El Correo de la moda; El eco del Comercio y El celtíbero. Ignoramos la fecha de su muerte, aunque sí sabemos que en los últimos años de su vida padeció de ceguera.

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Rogelia León (1828 – 1870). La voz de una andaluza abolicionista Francisco Arias Solis http://franciscoarias.blogcindario.com/2007/06/01506-rogelia-leon-por-francisco-ariassolis.html

“Soy esclavo, nombre infausto; nombre odioso y maldecido; soy el perro escarnecido que castiga su señor. Mientras el duerme en la hamaca, yo en el suelo recostado siento el cuerpo lacerado de trabajo y de dolor.” El romanticismo fue un movimiento altamente político hasta en su culto de la subjetividad. A pesar de la presión inhibitoria del modelo normativo de la domesticidad femenina, las poetas románticas, formadas en una época de turbulencia revolucionaria, no quedaron ajenas a este aspecto del movimiento en que participaban. La ideología basada en la imagen del ángel del hogar da a la mujer cierta autoridad frente al hombre desde la cual no sólo puede afirmarse como autora, sino también puede protestar ante ciertas injusticias sociales. La institución que casi con unanimidad denunciaron las poetas hispanas del XIX -como sus hermanas norteamericanas e inglesas- era la esclavitud. Si este fenómeno tenía su aspecto activista en la Sociedad Abolicionista Española, cuyos líderes incluían a algunas de las poetas más importantes de la época -Concepción Arenal y Carolina Coronado fueron dos miembros destacados de esta sociedad-, tenían también sus facetas literarias, entre las cuales se encuentran los numerosos cantos o monólogos poéticos del esclavo escritos por mujeres. Rogelia León nació en Granada, en 1828. Esta poeta mantuvo una activa vida literaria haciéndose conocida no sólo en Andalucía sino en toda España. Sus producciones no empezaron a aparecer hasta después de 1850, aunque por estas fechas se estaba carteando con la poeta extremeña Vicenta García Miranda. Rogelia llegó a ser académica-profesora del Liceo de Granada, socia del Círculo Científico, Literario y Artístico de Málaga, y socia de mérito de la Academia Científico-Literaria de Madrid. Publicó en 1857 una colección de poemas, Auras de la Alhambra, y en el mismo año estrenó con éxito su drama Jeannie la escocesa. En 1878, después de su muerte, salió una novela, Los juramentos, en Madrid. Entre 1862 y 1866 colaboró muy activamente con poesía, cuentos y artículos en la revista La Violeta de Madrid. “La canción del esclavo”, de Rogelia León, sigue fielmente la pauta esproncediana tanto en la versificación como en la denuncia de una sociedad injusta desde la marginalidad. Al tomar esta actitud de denuncia, la poeta se apoya sin duda en el modelo de identidad femenina que autorizaba a las mujeres a preocuparse por los débiles como extensión de su función maternal. Por otra parte, ejerce esta autoridad en relación a una institución bastante alejada de la estructura social inmediata de España. Y sin embargo, los tonos apasionados en que se expresan la pena y la ira del esclavo sugieren que se ha activado en la imaginación poética la identificación de la posición de la mujer con la del esclavo. Y como dijo la poeti granadina: “¡Ay! también ellos, también / fueron como yo vendidos / sin piedad a los gemidos / que lanzaban al partir”.

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4.7 En busca de genealogía femenina: Safo en las poetas románticas españolas Grupo de Investigación Escritoras y Escrituras http://www.escritorasyescrituras.com Soler Arteaga, Mª Jesús

Introducción La historia de Safo está envuelta en la oscuridad, y confundida con la de otra Safo, griega también y poeta célebre. Algunos autores, y entre ellos los que con más seguridad afirman que hubo dos Safos, Suda y Eliano. Dicen que la primera floreció en los tiempos de Alceo; pero no señalan la época de la segunda ni expresan con claridad cuál de las dos fue más célebre. A una de estas atribuyen por tradición costumbres deshonestas, y todo nos induce a creer que no es a la Safo autora de la Oda a Faón; porque está afirmado con el testimonio de escritores notables y por la inscripción que se lee distintamente sobre el mármol en la crónica de Paros... (Coronado, 1850, 178). El personaje de Safo ha inspirado numerosos textos a lo largo de la historia. Sin embargo, el romanticismo es una de las etapas en las que este hecho se hace más evidente. La poeta griega cuya biografía está envuelta en el misterio despertó el interés de los escritores y sobre todo de las escritoras. En esta introducción nos detendremos en las causas que podemos aducir y seguidamente pasaremos a analizar diversos poemas de escritoras románticas españolas, que sintieron un gran interés por la autora de Lesbos. La cita con la que comenzamos pertenece al texto de Carolina Coronado “Los genios gemelos. Primer paralelo: Safo y Santa Teresa de Jesús”, publicado en 1850 en el Semanario pintoresco español. En ella se hace referencia a un hecho documentado aunque no probado; la existencia de dos mujeres llamadas Safo, la primera la escritora, la segunda una cortesana y prostituta de la época. La escritora extremeña acude a dos fuentes históricas que recoge Aurora Luque en su edición de los poemas de Safo, se trata de Suda y Eliano, que constatan la existencia de las dos mujeres. Los escasos datos sobre su vida y la desigual suerte que sufrió su fama y su obra hicieron que haya testimonios en los que se alaba a la escritora y otros, por ejemplo en los pertenecientes a los autores latinos, en los que se ridiculiza su figura. En cuanto a la homosexualidad de la escritora no es arriesgado decir, como sugieren distintos autores, que los poemas en los que se trata el erotismo homosexual, así como sus relaciones con sus amigas o sus discípulas, no son infundios. Ana Morilla Palacios en su análisis sobre la influencia de Safo en la autora cubana Mercedes Matamoros lo explica con gran claridad: En la antigua Grecia el matrimonio estaba relacionado con la estirpe y la descendencia, mientras que el amor pasional pertenece a la esfera privada y no tenía como objetivo la procreación; dentro de este contexto hay que entender el papel de la bisexualidad como una condición natural a hombres y mujeres en un mundo que no podemos juzgar con parámetros actuales. La crítica hasta el siglo XX ha evitado o falsado la condición sexual de Safo. Actualmente nadie niega su bisexualidad: las destinatarias de su pasión son sus amigas, compañeras o alumnas, las cuales mantenían relaciones sexuales entre sí y con la poeta (Morilla, 2007: 285).

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Para las autoras románticas la explicación que ofrecía Carolina Coronado, apoyándose en los autores de la época, y la alabanza que hacía de ella como una mujer virtuosa, incluso citando frases atribuidas a la propia Safo, era la más aceptable en sus circunstancias: “Yo he recibido el amor de los placeres y el de la virtud en partes iguales. Sin ella nada es tan peligroso como la riqueza; y la felicidad consiste en la reunión de ambas” (Coronado, 1850, 178). La dedicación a la escritura no era vista con buenos ojos por parte de la sociedad. La misma Carolina Coronado expresó en numerosas ocasiones la frustración que suponía el ejercicio de las letras. Las autoras románticas en cualquiera de los géneros debían subvertir la imagen que de ellas como mujeres se había codificado, debían recurrir a la autoridad de su propia subjetividad y crear sus propias formas de representación, teniendo en cuenta que estas formas debían contenerlas a ellas mismas, es decir, tenían que crear tipos con los que ellas se identificaran y que a la vez erosionaran los existentes eligiendo entre atentar o no contra ellas mismas como sujetos sociales reales. En muchos casos las autoras se enfrentaron a la sociedad, a sus familias, que en algunos casos no deseaban que se dedicaran a la escritura, e incluso a ellas mismas, puesto que se autocensuraron por temor a las consecuencias que la publicación de ciertos textos podría acarrearles. Este es el caso de Carolina Coronado o de Amparo López del Baño, que censuraron poemas de contenido amoroso. Un problema añadido era la falta de modelos. Como decíamos antes, estas autoras debían recurrir a su propia subjetividad, debido a la falta de autoras que pudieran sustentar el principio de autoridad. Safo encarnaría este papel a la perfección al ser poeta reconocida por sus contemporáneos, por el halo de misterio que despierta su figura y porque la existencia de dos personajes con el mismo nombre hace que la Safo poeta se desligue de todos los comportamientos censurables y se convierta en modelo de virtud en la poesía y también en su vida, por lo tanto imitarla daba licencia a estas autoras para escribir poemas de amistad, (1) de amor e incluso de pasión desgarrada, si es para cantar la pasión de la autora griega, cuyo suicidio también deja de ser reprobable. Así lo explica Carolina Coronado en su texto “Los genios gemelos”: Safo fue a Leucades a buscar remedio contra su pasión desgraciada. Tres oráculos había consultado y estaban conformes. La adivina Manto se lo había predicho. Un sacrificio que se consagra a un dios y que era aprobado por los oráculos y bendecido por los sacerdotes, no era en Grecia un crimen sino una virtud heroica. Safo no fue, no pudo ser criminal sino con relación a nuestras doctrinas, según la religión que desgraciadamente profesaba, por no conocer la luz del catolicismo, Safo descendió a los mares para subir al Olimpo (Coronado, 1850, 178). En el siglo XIX la obra de Safo era bien conocida, como explica Marta González González en su artículo “Versiones decimonónicas en castellano de la Oda a Afrodita y de la Oda a una mujer amada de Safo”. En este artículo menciona algunas traducciones que fueron de gran importancia para que la obra de la autora de Lesbos se difundiera. Del siglo XVIII nombra la traducción de los hermanos José y Bernabé Canga Argüelles que publicaron en 1797 una colección titulada Obras de Sapho, Erinna, Alcman, Stesicoro, Alceo, Ibico, Simonides, Bachilides, Archiloco, Alpheo, Pratino, Menalipides. Traducidas del griego en verso por D. Joseph y D. Bernabé Canga Argüelles y en ese mismo año también apareció Poesías de Saffo, Meleagro y Museo, traducidas del griego por D. Joseph Antonio Conde. En el siglo XIX el primer texto es de 1832 Anacreonte, Safo y Tirteo, traducido del griego en prosa y verso por don José del Castillo y Ayensa, (2) el siguiente es el de 1838 publicado en El Museo de las familias por A. Bergnes de las Casas, en

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1878 Marcelino Menéndez Pelayo traduce algunos poemas de Safo en su obra Estudios poéticos, en ese mismo año Víctor Balaguer publicó la tragedia titulada Safo y de 1884 es Antiguos poetas griegos. La musa helénica. Traducido en verso por D. Ángel Lasso de la Vega. Finalmente Marta González cita dos textos de gran interés, el “Soneto imitando a una oda de Safo” de Gertrudis Gómez de Avellaneda, al que nos referiremos más adelante, y “Los genios gemelos” de Carolina Coronado, del que ya hemos extraído algunas citas. Para la investigadora, ambos textos demuestran el conocimiento que ambas autoras tenían de la traducción francesa de Boileau y en el caso de Gertrudis Gómez seguramente también era conocido el libreto de ópera de Emphis y Cournol, Sapho, tragédie lyrique en trois actes (París, 1818). También debemos reseñar las aportaciones de Óscar Barrero en su artículo “Imágenes de Safo en la literatura española (II). El Romanticismo”, (3) en el que recoge los datos aportados por Marta González y añade nuevos testimonios que nos ayudan a comprender cómo era el conocimiento que se tenía en el siglo XIX de Safo. Entre esas nuevas referencias están el estreno Saffo, (ópera seria en tres actos, con letra de Cammanaro y música de Paccini) el 9 de agosto de 1842, que a partir de junio del año siguiente siguió representándose y sirvió de inspiración y modelo para otras óperas, entre las que destacan las de Charles Gounod y Jules Massenet. Otra referencia importante es la publicación en el Semanario pintoresco español de una semblanza de Safo. Este artículo, que hemos mencionado anteriormente, pertenece a un proyecto muy amplio en el que se buscaba ver la trascendencia de la obra de la poeta griega en la literatura española durante los siglos XVIII y XIX, en cuanto a los autores que menciona se refiere a los citados por Marta González y añade estos nombres: Por entonces Safo era, pese al escepticismo de Feijoo, más pasto de la leyenda que de la Historia. La citan, por ejemplo, Montengón, Leandro Fernández de Moratín y Quintana, aunque fueron Cienfuegos, María Gertrudis de Hore y María Rosa Gálvez quienes más espacio le dedicaron en sus obras. El repaso histórico termina con un texto de Arriaza y la conclusión de que Safo no era una figura desconocida en la España del siglo XVIII, pero no tanto por su obra y su personalidad histórica como por la leyenda creada en torno a ella (Barrero: 2005:pág. 1). De hecho en María Gertrudis de Hore ha señalado la crítica un romanticismo incipiente más por su biografía que por su poesía, en la que destacan las anacreónticas de estilo rococó con su agitado ritmo musical, su lenguaje vitalista, sus recursos formales característicos (adjetivación, diminutivo, ornamentación mitológica; verso breve). Entre su producción destacan los poemas amorosos en ocasiones cargados de sensualidad y erotismo. Nosotros nos detendremos en uno de los poemas que recogen una referencia a Safo, en el que como se puede apreciar M.ª Gertrudis de Hore se acerca a las poetas románticas: Sabré desesperada borrar como conviene, cual la de Mitilene poetisa desgraciada, la culpa de vivir enamorada.

El siglo XIX La primera mitad del siglo XIX estuvo marcada por el desarrollo de dos movimientos fundamentales: el liberalismo y el romanticismo. Comenzaremos teniendo en cuenta que el romanticismo es un movimiento de límites imprecisos. Las fechas de iniciación y de conclusión

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del periodo romántico han planteado numerosas dificultades. Así, Guillermo Díaz-Plaja (1980) reunía en su estudio del romanticismo español las fechas propuestas por el Marqués de Valmar, que situaba el “límite moral” del siglo XVIII en la invasión napoleónica de 1808, también la de Menéndez Pelayo, que consideraba que el siglo XIX no había comenzado para la literatura y la ciencia española antes de 1834, así como la opinión del padre Blanco García, que encontraba ambas fechas demasiado retrasadas. Marina Mayoral, en cambio, (1990) considera que las fechas aproximadas que comprenden el periodo romántico son 1830-1870. Gracias a determinados factores, entre los que debemos mencionar el desarrollo de la prensa periódica, durante el siglo XIX se produjo la aparición de numerosas escritoras en el panorama literario, autoras que según los estudios bibliográficos que emplea Marina Mayoral en la introducción a la obra Escritoras Románticas españolas, que ella misma coordinó, se puede afirmar que sobrepasan el millar. Sin embargo, son escasísimos los datos que tenemos tanto sobre ellas como sobre sus obras. Por otra parte, Susan Kirkpatrick comenzaba su estudio sobre las autoras románticas españolas entre 1835-1850 con la afirmación de Rosa Chacel: “En España no hubo romanticismo”. La autora americana la tomaba como punto de partida para inmediatamente aclarar que sus conclusiones eran “contrarias a la convicción de Chacel de que la expresión femenina de la sensibilidad romántica no apareció en España antes del siglo XX” (Kirkpatrick, 1991: 11). No obstante, hemos reservado para finalizar las conclusiones de Díaz-Plaja por parecernos las más acertadas: He aquí lo que únicamente puede afirmarse a las luz de nuestros conocimientos actuales: o el Romanticismo es una constante de la historia de la cultura, y en este caso debemos buscar su influencia, visible o subterránea, a lo largo de todos los siglos, o bien es un fenómeno específico de determinado periodo; entonces deberemos advertir en él una larga época de preparación que, sin exagerar, podemos señalar por todo el siglo XVIII, una época de florecimiento mucho más breve de lo que se cree en general, y un período de liquidación, que se inicia a mediados del siglo XIX y que dura -con el fin de siglo- hasta 1914 (Díaz-Plaja, 1980: 31-32). La autora americana empleaba también unos límites lo bastante amplios como para establecer tres generaciones de autoras románticas: -

A la primera generación le correspondió la tarea de acomodar el lenguaje poético a las nuevas necesidades, se trataba de autoras nacidas entre 1811 y 1821 y que comenzaron su andadura en 1840: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Josefa Massanés y Carolina Coronado.

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La segunda generación está dominada por el triunfo del estereotipo femenino del ángel del hogar; a ella pertenecen las autoras que comenzaron a publicar entre 1850 y 1868: Pilar Sinués, Robustiana Armiño y Josefa Estévez.

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La tercera generación, a la que pertenecen las autoras nacidas después de 1850, tenían una educación más cuidada, que les permitía no solo cultivar la poesía o la prosa, sino dedicarse a otros campos como el ensayo. La oleada romántica estaba terminando, sin embargo las autoras pertenecientes a esta generación continuarán la tradición que ya habían modificado Rosalía de Castro o Gustavo Adolfo Bécquer en los que la crítica ve un adelanto de corrientes venideras.

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En cuanto al liberalismo, debemos recordar que la teoría liberal consideró al yo como sujeto racional neutro en cuanto al sexo, sin estar sometido por la naturaleza a ninguna autoridad. Esta nueva consideración del yo dio lugar a nuevos modos de representación. De aquellas transformaciones culturales y económicas surgió una reestructuración de los modos de vida y la diferenciación drástica entre dos ámbitos: el privado y el público; esto podía apreciarse en una importante institución social: la familia. Los cambios en el modelo familiar y la teoría liberal no tuvieron un correlato ni en la consecución de la igualdad ni para el feminismo, que había surgido con la Ilustración y la Revolución francesa. La nueva interpretación de la mujer y particularmente del cuerpo femenino propuesta por la Ilustración y por Rousseau contribuyó a desarrollar una ideología típicamente burguesa sobre la mujer y las prácticas sociales correspondientes. Esta imagen estaba limitada a los deberes familiares y sobre todo a la maternidad y fue el ideal aceptado. Esta diferenciación sexual era real en la práctica y circunscribía a la mujer burguesa en un círculo cerrado y pequeño en el que la dominación política masculina era un hecho, además esto tuvo consecuencias contradictorias en el discurso de la subjetividad. El movimiento romántico tenía un carácter introspectivo, dado el compromiso de los románticos con el sujeto individual y con su intención de convertirlo en un punto de vista y consecuencia de esto fue que descubrieron y describieron el mundo y la intimidad con su reescritura. La literatura romántica prestó atención a los procesos psicológicos, a los estados del yo y a sus impulsos, incluidos los libidinosos, y consiguió sacar a la luz las complejidades de la intimidad con la convicción de que estas eran un reflejo de las complejidades del universo. El yo que representaban los románticos era un sujeto en el proceso de construirse a sí mismo, en constante búsqueda, independiente y ordenador que relaciona arte y experiencia y se identifica con tres arquetipos fundamentales: el transgresor prometeico, el individuo superior y alienado y la conciencia autodividida. Cada uno de ellos da lugar a visiones distintas: la irónica, la sublimación de la frustración del deseo, la separación radical entre subjetividad íntima y mundo exterior, la identificación de un sujeto alienado con la naturaleza, etc. Todas estas reacciones implicaban un escapismo hacia el interior para buscar un punto de partida desde el que comprender y dominar la realidad. Las formas de representación románticas suponían un conflicto para las mujeres escritoras que no podían asumir la oportunidad que les ofrecían para desvelar la experiencia personal y el lenguaje cotidiano, por tanto no podían identificarse con el sujeto creador masculino y tampoco con el objeto femenino que estos reproducían. Las soluciones que las autoras aportaron pasaban por el cuestionamiento del yo romántico paradigmático y por la rebeldía hacia el modelo del ángel doméstico. La tradición romántica identifica a la mujer con la otredad, con la naturaleza vista alternativamente de forma positiva o negativa, es decir, como la fuente de la vida o el fin de la misma. La subjetividad femenina podía identificarse con la naturaleza o presentarse como una naturaleza afeminada, pero que nunca le pertenecía; la diferenciación sexual dotaba a las mujeres de una subjetividad propia, se les concedía este poder pero a cambio de que redujeran sus deseos: Como encarnación de los ideales puros de las clases medias en el siglo XIX se admiraba a las mujeres por su superioridad a todos los deseos mundanos. El ángel de la casa victoriano, descrito como absolutamente carente de deseo sexual, tan sumamente

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delicado como para ser débil, deseoso no solo de ser dependiente sino de cultivar y demostrar esa dependencia, tenía que estar absolutamente liberado de todo conocimiento corruptor del mundo material -y materialista. Por supuesto, en su propia esfera la mujer era la reina (Poovey, 1984: 35). En otra cita tomada del colaborador del periódico liberal El Español, Juan López Pelegrín hablaba de la conquista de las libertades por parte de las mujeres y hacía hincapié en las limitaciones “La mujer ha conquistado su independencia hasta donde lo han permitido las leyes del pudor y del decoro” (López Pelegrín, 1836: 3). Ana Navarro señalaba en su Antología poética de escritoras de los siglos XVI y XVII: “El pundonor exigido por la sociedad a la mujer española la obligaba al fingimiento de una exagerada virtud, que, sin duda, no siempre tenía” (Navarro, 1989: 51). En la literatura de la época escrita por hombres se presentaba a las mujeres como sujetos que no tenían pasiones, puesto que en las mujeres los amores no eran pasiones sino devaneos, es decir, se invalidaban sus emociones, sus deseos y su imaginación, y se acentuaba la reproducción como la única función propia y apropiada. La mujer no tenía por tanto variedad de afectos, puesto que el deseo le estaba vedado, y solo podía identificarse con un arquetipo prefijado del ángel del hogar, que por supuesto entre sus cualidades no poseía ninguna de carácter intelectual. Las autoras románticas en cualquiera de los géneros debían subvertir la imagen que de ellas como mujeres se había codificado, debían recurrir a la autoridad de su propia subjetividad y crear sus propias formas de representación, teniendo en cuenta que estas formas debían contenerlas a ellas mismas, es decir, tenían que crear tipos con los que ellas se identificaran y que a la vez erosionaran los existentes eligiendo entre atentar o no contra ellas mismas como sujetos sociales reales.

Safo en las poéticas románticas españolas La incorporación de las autoras españolas al panorama literario coincidió con el apogeo del movimiento romántico unido a las ideas liberales. Nos referimos a la década de los 40. Estas autoras desearon afirmarse como sujetos a través de la escritura y la realización de este deseo coincidió con años en los que los ataques contra ellas fueron menos virulentos en un principio, aunque con el tiempo esto solo significó un cambio de estrategia. El argumento que se esgrimió fue la inmoralidad de las mujeres que se dedicaban a escribir; la literatura y la virtud femenina eran a todas luces incompatibles. Sin embargo, en esta década numerosas poetas, entre ellas Carolina Coronado, tuvieron la oportunidad de ver sus poemas publicados. Esto se debió entre otros factores al desarrollo de la prensa periódica en la que sus colaboraciones fueron bien acogidas. La diferenciación sexual era real en la práctica y circunscribía a la mujer burguesa al ámbito de lo privado, al considerar la escritura y la publicación de lo escrito como perteneciente al ámbito público, el sujeto femenino incurría en una contradicción, puesto que estaba saliendo de los estrechos márgenes que la sociedad le permitía. Sacar a la luz pública el sujeto individual y la intimidad de éste como proponían los románticos era algo vedado. El romanticismo soñaba con una mujer inmaterial, un ser abnegado al cuidado de la casa y de los hijos, desprovisto de deseos y de pulsiones sexuales. La sexualidad femenina debía estar supeditada a la procreación según la rígida normativa social, así lo explica Judith Walkowitz: “Aunque los médicos discutían

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acerca del grado de desapasionamiento femenino, estaban en general de acuerdo en atribuir a las mujeres respetables, como máximo, una sexualidad secundaria, de segunda mano, subordinada al placer masculino, carente de autonomía, una pálida imitación del deseo erótico del varón” (Walkowitz, 2000: 390). La situación en España no era mucho mejor, la construcción cultural de género restringía el ámbito de acción y la función social de la mujer. La sociedad española ejerció un poder represivo que delimitaba los estrechos márgenes de su actuación. El discurso de la domesticidad fue decisivo en el asentamiento de las bases ideológicas de género en la sociedad. Esta construcción ideológica configuraba un prototipo de mujer modelo -la “Perfecta Casada”- basada en el ideario de la domesticidad y el culto a la maternidad como máximo horizonte de realización de la mujer. Desde esta perspectiva, la trayectoria social de las mujeres se limitaba por completo a un proyecto de vida cuyo eje era la familia, en el que su identidad personal propia se desarrollaba a partir del matrimonio y de la maternidad sin que fuera posible crear un proyecto social, cultural o laboral independiente (Nash, 2000: 614). En estos estrechos márgenes se insertan los textos de asunto amoroso que planteaban una cuestión espinosa a las escritoras románticas, tanto en verso o como en prosa. La expresión del sentimiento amoroso y de la pasión, emociones que le habían sido negadas a la mujer en la codificación genérica vigente en esos años, suponía un reto para ellas. Susan Kirkpatrick lo explica de este modo: “Esta exclusión sistemática del sujeto femenino de la plenitud de sentimiento y de la imaginación, incorporó en el yo romántico el problema textual principal al que se enfrentaban las poetas de la década de los cuarenta. A fin de romper los vínculos del ámbito estrecho del sentimiento que les eran permitidos, tenían que encontrar en su estilo algún modo de luchar con esta “masculinización” de la pasión” (Kirkpatrick, 1991: 99). Para estas autoras las ideas románticas y liberales de independencia personal suponían un amargo desengaño, puesto que, incluso en las más avanzadas, se negaba a las mujeres la condición de individuos independientes y con acceso a la esfera pública. El descubrimiento de Safo supuso para las escritoras románticas no solo un modelo como autora de una obra sino también como espejo en el que mirarse como mujer poeta. Para Susan Kirkpatrick “La vinculación de Safo, Corinne y el alma sensible, como elementos de una tradición que autorizaba y conformaba la voz femenina en la poesía, tuvo un efecto importante sobre las primeras poetas románticas en España. Tanto Coronado como Avellaneda incluyen en sus primeras colecciones de poesías imitaciones de Safo, como para identificarse a sí mismas con lo que la poeta griega representaba en España en aquella época” (Kirkpatrick, 1991: 86). ¡Feliz quien junto a ti por ti suspira! ¡Quien oye el eco de tu voz sonora! ¡Quien el halago de tu risa adora Y el blando aroma de tu aliento aspira! Ventura tanta -que envidioso admira El querubín que en el empíreo moraEl alma turba, al corazón devora, Y el torpe acento, al expresarla, espira.

Ante mis ojos desparece el mundo, Y por mis venas circular ligero El fuego siento del amor profundo. Trémula, en vano resistirte quiero... De ardiente llanto mi mejilla inundo, ¡Deliro, gozo, te bendigo y muero! (Gómez de Avellaneda: 1850: 163)

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Este poema de Gertrudis Gómez de Avellaneda es un buen ejemplo de estos aspectos que señalábamos. La autora lo tituló “Imitando una oda de Safo” y esta imitación, utilizando la palabra que emplea la autora romántica, da licencia a Gertrudis para expresar sin pudor la pasión que probablemente sí sentía. En el soneto, como corresponde a esta estrofa se va exponiendo el sentimiento de forma gradual hasta culminar en el segundo terceto, puesto que en los dos tercetos se representa el éxtasis erótico hasta llegar al último verso en el que se llega a la muerte, única vía para el placer femenino en la época. En nuestra introducción señalábamos que el conocimiento de Safo en la época era más biográfico que de su obra y que su vida no se desdecía de las normas morales imperantes. Incluso su suicidio como señalaba Carolina Coronado en el texto, antes citado, era visto desde una perspectiva casi heroica, como la poeta extremeña se afanaba en explicar que al arrojarse al mar, para cumplir el oráculo con la bendición de los sacerdotes y como ofrenda a un dios, Safo estaba cumpliendo con los preceptos de su religión. Por tanto contar estos hechos suponía cantar una hazaña. La autora extremeña dedicó dos poemas a este asunto el primero titulado “Los cantos de Safo” y el segundo “El salto de Leucades”. El primero es un largo poema narrativo dividido en cuatro cantos en los que Carolina Coronado desempeña el papel de narradora para presentar a Safo que cuenta su historia y para finalizar el texto identificándose con la autora, puesto que ella también siente despecho, al que alude Juan Eugenio Hartzenbusch en su prólogo indicando que solo en esos momentos se expresa con vigor y vehemencia. En este texto son constantes las referencias a la ocupación de Safo expresada metonímicamente con mención reiterada de la lira y la cítara, instrumentos propios de la lírica y la oposición entre belleza y talento, entre conseguir la atención de los hombres y la gloria. En el texto Safo toma la palabra para expresar sus sentimientos que van desde el amor a la envidia, pasando por los celos y el odio. Finalmente habla Carolina para identificarse con los sentimientos de la poeta griega: “Ayer mi seno de placer latía, / y hoy de despecho y de dolor se abrasa...” (Coronado, 1852: 13). El segundo poema está formado por cuatro cuartetos en los que se describe el instante en el que Safo se arroja al mar, explicando cada uno de los detalles del paisaje como si estuviera pintando una escena que termina con su muerte, como ocurría en el poema de Gertrudis Gómez de Avellaneda. De nuevo en el poema presta su voz a Safo que murmura palabras ininteligibles y en el último momento grita el nombre de su amado, para Susan Kirkpatrick (1991) esto simboliza el ahogamiento de la voz poética que se ha atrevido a cantar en una sociedad que niega a la mujer la expresión de su subjetividad: El sol a la mitad de su carrera rueda entre rojas nubes escondido contra las rocas la oleada fiera rompe el Leucadio mar embravecido. Safo aparece en la escarpada orilla, triste corona funeral ciñendo: fuego en sus ojos sobrehumano brilla, el asombroso espacio audaz midiendo. Los brazos tiende, en lúgubre gemido

misteriosas palabras murmurando; y el cuerpo de las rocas prendido “Faón” dice, a los aires entregando. Giró un punto en el éter vacilante; luego en las aguas se desploma y hunde: el eco entre las olas fluctuante el sonido tristísimo difunde (Coronado, 1852: 13).

Estos dos casos son los mejor conocidos por tratarse de dos poetas que han gozado de mayor fama que otras autoras del mismo periodo, entre las que Safo también fue una importante fuente de inspiración. La primera de estas románticas a las que nos referiremos es una escritora sevillana llamada Amparo López del Baño de biografía escasamente conocida (4) y autora de

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un solo libro que dejó preparado para ser publicado póstumamente, en el que predominan los textos de carácter amoroso. La publicación se la dejó encargada a D. Santiago López Moreno que en 1892 se ocupó de la preparación del volumen y del prólogo. En él daba noticia de la autora y trataba de explicar el motivo por el que no quiso que los poemas en los que exponía los deseos de su alma estuvieran al alcance del público, puesto que en sus textos expresaba su amor con total libertad, sin emplear la modestia o las perífrasis y eufemismos de otras escritoras: Difícilmente puede pintarse con más sencillez, con más verdad, con más vivos colores lo que hace falta a una mujer amante, que no ha realizado nunca su amor en este mundo; ¡un alma! Pero como por aquí no andan las almas sin la envoltura corporal quien pedía un alma pedía también un cuerpo, y como es sabido que en el amor no impera la ley de los semejantes siendo cosa notoria que la oposición de los contrarios produce la armonía, bien se refleja en tan sentido lamento el vacío insustituible del amor humano que en su alma sentía (López del Baño, 1892: 10). Entre ellos destaca el poema titulado “Cleobulina” dedicado a Safo, aunque por este nombre se conocía a otra escritora, la historia que se desarrolla en él es la de Safo. Su presencia en todos los poemarios de la época refuerza la idea de que ante la falta de figuras femeninas a las que tomar como modelo, las autoras tienen que volver sus ojos hasta la antigüedad grecolatina y tomar como modelo a la poeta griega. Se trata de un largo romance dividido en varios fragmentos. En el primero de ellos la presenta: “Célebre en la Grecia un día / brilló en su frente radiosa / de la cantora de Lesbos / la deslumbrante corona: / mas ¡ay! el laurel que abrasa / cuanto con sus ramas toca, / no perdonó ni aún la suya” [...]. En estos primeros versos expone un asunto que tratan otras autoras y sobre el que insiste más adelante: la gloria para la mujer tiene una contrapartida y conseguirla lleva aparejada la desgracia, de hecho estos versos son casi una advertencia: ¡Ay de la osada que intente, soñando esperanzas locas, con su planta delicada hollar la senda escabrosa, que brinda a la vista flores y abrojos tan solo brota, con las lágrimas regada de todas las que en mal hora sus pies en ella imprimieron, y entre tormentos, que agotan el sufrimiento espiraron abandonadas y solas, maldiciendo en su agonía esas palmas irrisorias, que en cambio de la ventura les brinda el mundo por mofa! (López del Baño, 1892: 39). Tras esto nos presenta la figura de una mujer que vaga por las alamedas y que ya no canta aunque esté sentada sobre laureles, hace referencia al despecho y al vano intento que hace de cantar acompañada de la lira. En la segunda parte indica que la vieron sobre unas altas rocas de Colona, la referencia geográfica indica un lugar que es parte de Atenas probablemente la autora

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lo utilice de forma metonímica, y que desde unas playas remotas se lanzó al turbulento mar. A partir de la tercera parte toma la palabra Safo para despedirse de la vida y recuerda cuáles son los motivos que la han llevado hasta allí: ¡Sueños de amor y poesía! ¡Ilusiones seductoras de mis años infantiles! Dulces y vagas memorias, ¡de un mundo que no ha existido más que aquí en mi mente loca! Sostenedme en vuestros brazos, sembrad mi lecho de rosas; borrad todos mis recuerdos... haced que las dichas todas a la luz de la esperanza, halaguen mi última hora. Arrancad el dardo agudo que mi corazón destroza... y en el seno de la muerte, donde la eterna paz mora, ¡ay! reclinad mi cabeza, que la desventura agobia... (López del Baño, 1892: 39). En esta primera generación de escritoras encontramos a Rogelia León, nacida en Granada en 1828. En 1857 recogió sus poemas en una colección titulada Auras de la Alhambra, que contenía un largo poema narrativo titulado “¡Pobre Safo!”. La autora granadina era académica profesora del Liceo de Granada, socia del Círculo Científico, Literario y Artístico de Málaga, y socia de mérito de la Academia Científico Literaria de Madrid y podemos suponer que no solo conocía la figura de la autora griega, puesto que el poema lleva una cita suya: “Mira por fin compasiva / las lágrimas que derramo, / y haz que ese ingrato a quien amo / se apiade de mi dolor...”. En él se volvían a recrear los instantes últimos antes del suicidio, la invocación a Venus, la despedida de Faón y hasta de su rival a la que le pide que lo quiera tanto como ella. Sin embargo hay un detalle en el que se diferencia de los demás, Safo reniega de su condición de poeta en unas estrofas que se encuentran hacia la mitad del texto: ...¿Dónde el talento está? ¿Por qué me aplaude doquier el grito general de Lesbos si en inmenso raudal de lava ardiente no he podido trocar su alma de hielo? ¡Maldición a los lauros y coronas que espinas guarda y sutil veneno, para herir e impregnar en las heridas una existencia de voraz tormento!... (León, 1857: 74). En la segunda generación de poetas románticas se sitúa Eduarda Moreno. Susan Kirkpatrick indica en su edición Antología poética de escritoras del siglo XIX, que son muy escasos los datos

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existentes de esta poeta granadina que fue académica profesora de la Academia de Bellas Artes de Granada y colaboró en revistas y coronas. En su primer libro de poemas, publicado en 1857 y titulado Ayes del alma, incluyó un largo poema titulado “Safo” del que la autora americana seleccionó la última sección para su antología. El texto lleva una cita de la poeta de Lesbos: “Ya sumergiose la luna; / ya las pléyades cayeron”. Se trata de un poema descriptivo en el que el paisaje tiene un gran protagonismo, especialmente la luna oculta entre las nubes, un paisaje típicamente romántico que sirve a la voz poética, que representa a Safo, para preguntarse por el porvenir, por el día de mañana que quizás no se conozca y la única certeza la de la muerte “Solo una tumba silenciosa y fría / nuestros tristes delirios calmará”. De nuevo vemos, cómo la muerte, es el único fin para la mujer que canta y para la que ama. Desde el inicio del poema la autora busca la complicidad de los elementos de la naturaleza, de las brisas, las olas, las flores, etc., para que vayan hasta Faón y le digan que lo sigue amando, al final del poema es ella la que lo llama, la que se dirige a él sin intermediarios para declararle la pasión que la consume, por tanto el uso de palabras como “placer” o “ardiente”, que habría planteado problemas a estas autoras de referirse a sus propios sentimientos, no supone ninguna dificultad si se refiere a la poeta griega: ¡Ven, ven, Faón! ¡La luna sumergiose! ¡Mi corazón te llama con afán! ¡Un suspiro, un suspiro de tus labios! Una dulce palabra, nada más. Yo en cambio te daré mi vida toda, y un mundo de placer y de verdad, y el infinito fuego de mi alma, ardiente como el seno del volcán (Kirpatrick, 1992: 255). La siguiente poeta a la que nos referiremos es Mercedes de Velilla, también sevillana y perteneciente a la tercera generación de escritoras románticas, puesto que nació en 1852. En el soneto titulado “Safo” recordaba a la poeta griega. En esos versos aparecen varios aspectos fundamentales en sus poemas: la visión de la mujer, y la pena y el dolor real como materia poética. Mercedes presenta a la poeta griega como un personaje romántico propio de una leyenda de Bécquer. En este texto se hace referencia de nuevo a su papel de poeta, al igual que en el poema de C. Coronado, aunque en este caso su canto es triste por su “doliente cuita”, es decir, por su malogrado anhelo. En el texto “Los cantos de Safo” el ejercicio de la poesía lleva siempre adjetivos positivos “tierna lira”, “deliciosos tonos”, etc. De nuevo el mar cobra protagonismo para convertirse en una tumba inmensa, recordemos que las tumbas, los cementerios, etc., formaban parte de los escenarios en los que se ambientan numerosos textos de este periodo: Una mujer, como visión o hada, en la roca de Léucades se agita; retrátase en su faz pena infinita, la desesperación en su mirada. Es Safo, la poetisa enamorada que el arpa hiere con doliente cuita, y en su última canción llora y palpita la pasión infeliz y desdeñada.

Tú fuiste, oh mar, de su dolor testigo, y en tu seno aquel cuerpo recibiste, que al sacro numen y al amor dio abrigo. Así, en tu inmensidad tumba le diste; en tus amargas olas, llanto amigo, y en tu eterno rumor, funeral triste (Velilla, 1918: 29).

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A esta tercera generación pertenece Josefa Ugarte Barrientos nacida en 1854 en Málaga, recibió una excelente formación en literatura e historia, autora teatral, prosista y poeta. Su obra poética fue recogida por su hijo póstumamente en el volumen Poesías selectas. A este libro pertenece “Saffo” un soneto que puede compararse a los textos ya citados, puesto que en él se trata de nuevo el momento en el que la poeta griega se lanza al mar desde la roca de Leucades, nos encontramos en este caso con una protagonista que llora con desesperación en el momento de su muerte, es cierto que en casi todos los poemas Safo muestra su tristeza y llora, como acabamos de ver, pero en este caso lloran incluso las musas, Safo llora de amor y su fin es irremisiblemente la muerte: Sobre alta roca, desceñido el manto, los ojos fijos en el claro cielo, rota la lira sobre el duro suelo, doliente exhala su postrero canto. Absortas de su voz por el encanto, gimen las musas en amargo duelo; y vierte Saffo con febril anhelo triste raudal de inspiración y llanto. Llora de amor; el fuego que la inflama el piélago no apaga, que se extiende sobre sus miembros, e iracundo brama. Su noble acento las edades hiende; que es poco el mar para extinguir la llama que genio nombran, y que Dios enciende (Kirpatrick, 1992: 354).

Conclusiones Durante los siglos XVIII y XIX la obra de Safo se difundió gracias a las traducciones que se publicaron de esta autora en antologías de poetas griegos, la fama que la autora ya tenía en su época y después de su muerte como atestiguan los testimonios de los escritores griegos también había perdurado. Su figura envuelta en el misterio de los escasísimos datos conocidos sobre su biografía supuso para las escritoras románticas un espejo en el que mirarse como mujeres poetas así como también un referente que tomar como principio de autoridad. Su amor apasionado y no correspondido por Faón fue una fuente inspiración, que las autoras de este periodo supieron aprovechar también para expresar sus propios sentimientos puestos en los labios de la poeta griega. En una sociedad en la que la mujer tenía muy bien delimitado el ámbito de su actuación a la esfera de lo privado, debiendo encarnar al arquetipo romántico del ángel del hogar, las autoras de este periodo encontraron un personaje femenino que legitimaba sus ansias de ocupar también el espacio de lo público y la expresión de la pasión, aunque ambas llevasen consigo la muerte. Una muerte gloriosa como en el caso de Safo merecía ser cantada por quienes, como ella, eran mujeres, poetas y amantes. Por todo ello podemos encontrar numerosos ejemplos de poemas en los que las autoras románticas se hicieron eco de sus amores y de su suicidio, así escribieron poemas dedicados a ella Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado, Amparo López del Baño, Rogelia León, Eduarda Moreno, Mercedes de Velilla y Josefa Ugarte.


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Notas

1) Marina Mayoral es autora de un artículo titulado “Las escritoras románticas: confusión de fórmulas y sentimientos” que se encuentra en el volumen Escritoras románticas españolas, coordinado por ella misma. En este texto estudiaba la amistad entre las autoras de este periodo a través de los poemas que se dedicaron en los que se canta a un sentimiento denominado amor, que bien puede identificarse con un amor espiritual y que ella explica de este modo: La impresión equivoca que producen hoy muchos de estos poemas procede en gran parte del uso de un lenguaje y unas fórmulas expresivas tomadas de la poesía erótica masculina y que por su reiteración hay que considerar tópicos. Así nos encontramos con que se llaman unas a otras “vida mía”, “ángel mío”, “alma mía”, “hermosa mía”, “mi bien”, y utilizan expresiones como Universidad Popular de Palencia. Encuentros en la Literatura 108


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“abrazarse con pasión”, o el adjetivo “ardiente” para calificar sus manifestaciones de cariño. A eso hay que añadir cierta ambigüedad en la índole misma de los sentimientos expresados. Las mujeres escritoras parecen encontrar en el trato con otras mujeres una complacencia y una afinidad espiritual que no se da en su relación con los hombres y provoca en ocasiones un entusiasmo sentimental que si no es enamoramiento lo parece... (Mayoral, 1989: 44). La aparición de estos poemas, como justifica Mayoral, se debe a la afinidad que las escritoras de este periodo encontraron entre sus iguales, puesto que las experiencias que compartían eran las mismas y entre ellas se dio en muchos casos un apoyo y aliento que no recibían de los hombres. Si las autoras tuvieron noticia de la relación de Safo y sus discípulas debió ser, al igual que el resto de su biografía, acorde a la moral romántica y un motivo más para que las escritoras románticas escribieran estos poemas con toda normalidad. 2) Marta González aclara que el autor demuestra conocer las traducciones de los autores franceses como las de Tanneguy Le Fèvre, la de Anne Le Fèvre Dacier y la de Boileau. 3) En el segundo apartado menciona la obra teatral de Balaguer y los textos de Pascual de Sanjuán, de Menéndez Pelayo y de Fernández Merino. 4) Nacida en el primer tercio del siglo, aunque se desconoce el año exacto. El presente texto aparece publicado en: Las mujeres en las escrituras antiguas Revista Número: 8 Publicación: Octubre 2009 Revista semestral del Grupo de Investigación de la Junta de Andalucía y de la Universidad de Sevilla ESCRITORAS Y ESCRITURAS ISSN: 1885-3625 Plan Andaluz de Investigación HUM 753 - Directora: Mercedes Arriaga Flórez Diseño Web: Bane®

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