Frío y solo permanece un alguien que no está acostumbrado a gozar de tal tranquilidad. Siente la soledad con el máximo fulgor de sus emociones, pero no se siente melancólico; disfruta de ello.
Otro día igual. Él se lo toma con calma. Respira el aire puro con el que la naturaleza le obsequia y se sosiega, pensativo. Calcula si esos días de angustia volverán pronto mientras desea lo contrario con todas sus fuerzas. Su nivel de relax está en auge, pero de pronto presagia que algo va a romper con su calma.
Prontamente, una multitud se acerca para a cortar con su paz. Ahora ve a niños y niñas que a penas saben atarse los cordones de los zapatos, correteando por delante suyo como si de una persecución se tratara. No podría establecer un intervalo de tiempo entre que la muchedumbre llega y se va, pero más o menos calcula entre cinco y diez minutos. Después la calma.
Otro día diferente a la par que igual. Hoy, dos mocosos de estatura “mediometro” discuten sobre las heterogéneas funcionalidades de las canicas. Ayer lanzóle una con potencia al hermano mío, no decía mucho del ingenio del pequeño mozo de pequeña, también, complexión. El otro no hacía más que fanfarronear y parlotear estupideces y seguir marchando con su caminar titubeante de camino a su casa.