Zine 1. Invierno en Letras

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UTZ GREGOR

INVIERNO EN LETRAS 07/21


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UTZ GREGOR PERIODISTA. ESCRITORA.

ME PRESENTO ¡Hola! Soy Utz Gregor (Lucía Gregorczuk), vivo en Unquillo, Córdoba. Soy periodista y escritora, aunque dicen los colegas de ambos oficios que uno no debe nombrarse como tales. (Cábalas, mantras y mandamientos, supongo)

Entonces digamos que soy una persona de letras tomar. Te agradezco haber apostado por mi arte y espero disfrutes esta breve muestra.

USO DE TEXTOS E IMÁGENES En este pequeño (tirada autopublicada) te comparto textos y fotos. Podés usarlos para compartir, editar, distribuir, siempre que me menciones/cites. En caso de utilizar este material con fines de lucro, por favor, avisame y coordinamos una ganancia mutua.

Las Estaciones. Año 1. 2021 Año Nuevo Invernal Zine 1. Invierno en Letras Edición en Canva


UTZ GREGOR

INVIERNO Tengo hielo frágil en el centro del pecho. La piel es rocío hecho escarcha. Lo siento en los dedos entumecidos, la piel enrojecida y áspera, la respiración que acuchilla y abre el cuerpo, los pulmones al cielo limpio y me desangro en lágrimas ante lo sublime de este frío que cala hondo. Sublime y silencioso asesino. Nos volvemos a la cueva, al hogar. Respiramos al ritmo de la tierra, en esta casa en la que somos todas criaturas de útero, sangre y fuego. Nos guardamos, nos abrazamos. Las gatas enemigas estrechan lazos, las perras se hacen un cúmulo en la sábana mugrosa del barro que quedó de la nevada y yo me guardo junto a la salamandra entre las brazas o en mi cama, mi nido, de sábanas frías que cuesta entibiar. Escucho el silencio entre los árboles que se van quedando sin hojas y el grito en la piel helada, el ardor en los ojos, el pecho que revienta, al fin, y se desarma en palabras. Bienvenido invierno. Bajo un cambio, quizás otro más. Siento. Escucho. Casi no pienso. Las emociones van por otro lado, no son compartidas ni compatibles con nadie, excepto conmigo y con la que me rodea. Los pensamientos discurren entre ese sentir lejano de la ciudad, el ruido y la gente. Y me doy cuenta que el silencio se posa en mi boca, como la última mariposa, muerta de escarcha y que eso que se abre en mí son raíces que vienen a aferrarse y a dormitar el invierno en mi pecho. Te comparto el enlace para leer el texto NIEVE


INSOMNIO Comenzaron a asustarme las noches de insomnio en invierno. Cuando no podía dormir era más consciente del frío, del paso lento de las horas nocturnas, del crujido de las ramas secas, de los animales que rondaban la casa. Y la quietud de mi cama helada me espantaba. Me subía por la espalda un escalofrío, un terror inexplicable, cada vez que no podía pegar un ojo. Veía a las paredes de la habitación escarcharse, crujir, el vidrio de la ventana a punto de quebrarse. Temía que al otro día no pudiera abrir los ojos, que se convertirían en dos bolitas de hielo marrón, como si estuvieran llenas de barro o sucias, que se saldrían de sus cuencas. Y me veía ciega, dos agujeros negros donde antes estaban mis ojos, escuchado impotente cómo las bolitas de hielo se hacían añicos contra el piso. Intentaba levantarme con violencia, pero el frío de la habitación me obligaba a volver a enredarme entre las colchas. No importaba cuántas pusiera, el invierno atravesaba las paredes y lo veía flotar encima mío como una bruma fantasmal. Y se acercaba a mí. Bajaba la niebla. Mi cabello se enfriaba, mi cabeza estaba helada. Llegaba hasta mis labios agrietados. La respiración entrecortada. Y si me atrevía a suspirar por fuera de las mantas que me abrigaban, sentía al frío tomar cuerpo y poder a mi alrededor, delante de mí, en el vaho de mi respiración. Un rostro humano transparente, que se desprendía de la bruma grisácea, de las paredes escarchadas, que se acercaba y me sonreía de manera piadosa, con lástima. Se me contraían los músculos, me metía debajo de las colchas temblando, la piel erizada dolía, hasta que no aguantaba más ese silencio, esa tensión que se volvía poco a poco en un pitido insoportable que llenaba mi cabeza. Y con rabia lograba levantarme, agarraba un poncho y corría hasta la salamandra del living, que todavía estaba prendida. Extendía mis manos, negras de tizne y cenizas, la piel partida, helada, la punta de los dedos azules. Pero no había fuego, ni estufa que alejara a aquel ser que me seguía lenta y pesadamente desde mi habitación. Duende cruel, espíritu anciano, dama de hielo eterna. Cuando “eso” llegaba a la puerta del living, las llamas perdían color y no importaba cuánto intentara remover el fuego, revivirlo, mi casa era invierno y el ser tomaba forma a medida que se me acercaba. Las noches pasaban en una lucha constante por permanecer viva, entrar en calor, reavivar el fuego, mantener el mate activo, cantar bajito para espantar el miedo. Pero el invierno comenzó a adentrarse en mis espejos, en mi sombra y me seguía más allá de las noches. Dejé de ser yo cada vez que me observaba. No era la del reflejo, no eran esos mis ojos, ni míos eran esos labios morados, ni la piel atravesada por líneas y quiebres que asemejaban los dibujos de las ramas desnudas contra el cielo.


Una noche decidí hacer un experimento, tomarme una foto ante un espejo y ver el resultado. Quizás podría enviársela a mis amigos, para que me creyeran que yo era una criatura transmutada en hija del invierno. Para mi sorpresa la foto salió en blanco y negro, pero ahí estaba mi rostro, mi piel blanca, mis labios tenues. Sin embargo, mientras más miraba la foto, más cosas veía a mi alrededor. Unos ojos en la oscuridad, escarcha en mi pelo, las manos envejecidas, mi rostro que se transformaba, que se hundía, seco, momificado, con los ojos con las cuencas vacías. Envié a mi grupo la foto “dramática”, “oscura”, como dijeron mis viejos amigos y amigas, esas personas que no vería más, que habían quedado atrapados en su humanidad en sus casas y departamentos cómodos y cálidos. Están enfermos de tanta cordura, que no pueden verlo. Que no pueden verme. Yo soy el invierno. Y esta piel agrietada es mi morada.

UTZ GREGOR


CARTA A NADIE Para: Remitente. CC. CCO, INVIERNO 2021 Gran parte de las plantas murieron. No sé si te conté eso. Me confié, a decir verdad, porque el año pasado a pesar de la helada, las plantas sobrevivieron al invierno (no así a las perras... esas malditas perras). El cina-cina tampoco sobrevivió a la bronca de la más Vieja. La maldita se la agarra con las plantas cuando me voy demasiadas horas. Muerde con bronca, rabiando la soledad y me imagino a las otras dos diciéndole "te bancás después los gritos de la humana, ella sabe que sos vos". El pomelero largó casi cuatro o cinco kilos de pomelos y todavía le quedan. Los jugos que me hago los mezclo con naranjas dulces, porque sino el líquido es como un patadón a la mucosa. No te queda virus vivo. Lo comprobé el día que creía estar resfriada o con mucha alergia y el jugo espantó cualquier síntoma. El resto de las plantas y árboles bien, excepto la pobre palta gigante, que siempre queda chuza después de alguna helada. Pero se recupera y no tira paltas. Como siempre. Más allá de eso, vengo viviendo bien el invierno. Es quizás el año que más frío he sentido desde que vivo aquí, al lado del arroyo, en un vallecito rodeado de sierras y casitas bajas. Disfruté de la nieve, lo admito. Tenía esa felicidad loca, una risa infantil, que se me escapaba mientras jugaba con la perra Grande y le tiraba bolas de nieve que atajaba con la boca abierta. Al principio la pavota parecía sorprendida y cuando se recuperaba saltaba delante mío como diciendo "otra vez, ooootra vez". Yo reía y reía y chillaba cada tanto. Tenía esa felicidad que sentí en verano, cuando me fui a disfrutar del mar con mi hermana. Es como una constante, ¿no? Creo que el agua, en todos sus estados, me genera felicidad de criatura. Admito que la nieve revivió mi viejo sueño de irme a vivir a Ushuaia. ¿Te acordás? "De loca mala del monte a loca mala de la montaña", me dijiste cuando te hablé de Estancia Túnel y de qué lindo sería irme a vivir en un lugar tan silencioso.


Pocos entienden. No sé si vos lo entendés. O sea, comprendo que la gente le tema al silencio. Pero también se que el miedo es más a lo que hay más allá del silencio: es terror a esa voz tenue, propia, que te empieza a cantar las 40 y te dice "vos y yo tendríamos que estar en otro lugar, haciendo otra cosa, en este momento de nuestras vidas"... o a esa niña que soñaba con ser algo más grande, mágico, raro. Pero al silencio lo escucho con atención, hasta encontrarle variaciones, sonidos sutiles, música propia. Lo respiro, lo moldeo, lo analizo. Escribo en el silencio. Y se llena de ruido a teclas, sorbido de mate, gatas que me piden suavecito dormir en mi regazo porque les hace mucho frío. Y a mi voz, a mis voces, las escucho atentamente. Porque me han salvado más de una vez. Mi niña interna no llora, nunca lloró, esperó paciente a que yo la buscara. Hace unos años, cuando estaba perdida entre tanta niebla, la niña de 8 años, con anteojos de pasta rosa enormes, me salvó y me devolvió al camino. ¿Sabés cómo la vi? Con pantaloncitos mugrosos y remera de changuito, sentada debajo de un árbol, a través de cuyas hojas se colaba el sol. Cuando la vi, la niebla quedó atrás y yo me acerqué a ella. Leía un libro rojo. Uno de Verne, estoy casi segura, aunque podría haber sido uno de Kelly o de Christie. En esa época leía aventuras o misterio. Después de los 11 empecé con los de terror. Me acuerdo que esa vez, después de tanta oscuridad y cansancio, cuando me acerqué, ella, sin mirarme, palmeó el pastito a su lado y no dijo nada. Me senté y cuando la miré, levantó un dedito, advirtiéndome que esperara, que pronto terminaba el capítulo. Me quedé en silencio, observando alrededor. Más allá de la niebla, no veía nada, pero sabía dónde estaba la niña: la casa de Cabana a la que íbamos de vacaciones. Me pasaba todo el verano leyendo, dibujando, paseaba con mi hermano, mi hermana y mis primas, nos tirábamos de cabeza a la pileta, nos escapábamos en bici, explorábamos la zona con total libertad. Yo, con 8, era la mayor. La más chica del grupo tenía 2 añitos, pero igual íbamos y veníamos juntos por todas partes. Observé el sol a través de las hojas del árbol, recordando las risas, los raspones, los juegos. Recordé los libros que leí en esa casa. También pensé qué era lo que hacía ahí, qué buscaba y qué podía enseñarme una ñoñita de 8 años que no paraba de leer. Me reí sola cuando me vi tan pequeña y seria.


En eso soltó el libro y me miró con la mejor cara de ojete (esa que conocés bien y tengo por defecto). Vi mis ojazos marrones y aniñados, a través de sus anteojos enormes. Tenía una trenza larga y oscura, la piel quemada por el sol del verano. Había más libros, un cuaderno y colores a un costado de ella. Me recordó que lo más preciado para nosotras era el tiempo para leer. Yo hablé de productividad, hacer, trabajar, crear. Hasta que ella bostezó. "Leer", dijo y señaló el libro. Remarcó que necesitábamos el tiempo para leer tanto como para respirar. No había un secreto para la felicidad. Nada. Sólo leer. Cuando me fui de ese limbo del recuerdo de mi yo de 8 años lloré mucho, pero escuché esa voz y me dediqué a hacer tiempo para leer. Libros cortos para los viajes, las esperas. Libros gordos para antes de dormir. Fanzines y cómics para ir al baño. Libros de temáticas de interés para tiempos muertos. Aprecié el tiempo en la escalera de mi casa, mate, libro, perras dando vueltas en el patio, gatas sentándose a mi lado. Ahora le pedí la hamaca paraguaya al Oso y los días templados la tiendo en la parte de atrás que tiene sol de 14 a 17:30, Me quedo leyendo todo lo que puedo, sin culpa. Es increíble lo mucho que leo ahora que volví a acostumbrarme, a que mis horarios de trabajo freelance no pisaran mis espacios de lectura. Y después pasó: creé horarios de escritura, momentos de ejercitación física y de cocina saludable. Algo se acomodó cuando recuperé ese momento. Busco el sol, con necesidad de hogar. Me quedo en la hamaca o en el asiento que tengo en la parte de atrás, leyendo. A vece salgo a caminar y observo a la gente en este invierno que parecía tan frío, tan solitario. Muchas personas pasan la tarde en el vano de sus puertas, tomando mate, leyendo, hablando con alguien por celular. Hoy vi una chica que abrazaba a su gata y ambas se miraban con un amor infinito. Me guardé esa imagen tan cotidiana y llena de corazón. Busco el sol, con necesidad casi animal. Y me voy al arroyo, camino por la tarde, bicicleteo sierra arriba, elijo un lugar donde haya mucha luz y me quedo ahí leyendo, sacando fotos o, simplemente, escuchando el agua, los pájaros o el Monte. Falta agosto. Agosto siempre me pega falta, por la alergia, lo sabés... pero veremos cómo me adapto a danzar el aire frío, los vientos de agosto, entre la luz de los árboles, el sol y los libros. Quizás hasta prefiera el encierro, la salamandra, el poncho y el café. Y eso también está bien.


UTZ GREGOR

Te comparto el enlace para leer el texto de la CARTA DE OTOÑO También, este #relatosreales que habla un poco de la última foto que vas a encontrar en este doctumento: HAY MAGIA A MI ALREDEDOR.


UTZ GREGOR


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