Revista UAI

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¿A CADA SEXO, SU CEREBRO? El cerebro de nosotras, el cerebro de ellos. Lic. María Julia Pascuale. Maestría de Neuropsicología. Hospital Italiano.

INTRODUCCION Estoy interesada en recabar información que permita explorar de qué manera y en qué medida podemos hoy en día responder a partir de la anatomía y la fisiología del sistema nervioso, preguntas tales como: El sexo, ¿está determinado por la genética, por la anatomía, por la conducta o bien por cada una de ellas? ¿Qué ocurre con la orientación sexual? ¿Sentirse atraído por los miembros del sexo opuesto o por los del mismo sexo depende de experiencias de la infancia, de la estructura del cerebro o bien de ambas? ¿Por qué sentimos diferente? Y…¿nos atraen cosas diferentes desde los primeros años de vida? Preguntas estas que me parecen de suma importancia al momento de trabajar con pacientes tanto hombres como mujeres, de diferentes edades y en momentos hormonalmente diferentes, a la hora de decidir un tratamiento, no solo neuropsicológico sino también psicofarmacológico. Desarrollaré algunos puntos que me parecen importantes y veremos a que conclusiones nos permiten arribar.


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DESARROLLO. Hagamos un recorrido desde los orígenes de esta cuestión, es decir partamos de la genética, del origen de una persona. Los cromosomas sexuales son distintos, en el hombre (XY) y en la mujer (XX) y estos cromosomas hacen que, en el sexo masculino, durante las primeras semanas del embarazo se diferencien en el feto los testículos, fuente de hormonas masculinas, fundamentalmente de testosterona. Esta hormona es la causa de que ciertas estructuras cerebrales, localizadas principalmente en el hipotálamo, sean diferentes en el hombre y en la mujer. Si no circulase la testosterona en el feto, el cerebro sería siempre un cerebro femenino. En otras palabras, por defecto seríamos todos mujeres.1 La Genética del sexo. En el núcleo de cada célula humana el ADN proporciona el plano genético de una persona, este se organiza en 46 cromosomas: 23 procedentes del padre y 23 de la madre. Cada uno de nosotros posee dos versiones de cada cromosoma. La única excepción a este sistema de parejas son los cromosomas sexuales, X e Y. Las mujeres tenemos dos cromosomas X, uno de cada progenitor. Los hombres tienen un cromosoma X de la madre y un cromosoma Y del padre. Por lo que el genotipo femenino se indica con XX y el genotipo masculino con XY. Estos especifican el sexo genético de una persona. Ahora bien en comparación con el cromosoma X, el cromosoma Y, más pequeño, tiene pocos genes y sus funciones son menos diversas. Lo más relevante para la determinación del sexo es que contiene un gen llamado región del cromosoma Y determinante del sexo (SRY, sex region Y), que codifica para una proteína denominada 1

RUBIA Francisco J. El sexo del cerebro. La diferencia fundamental entre hombres y mujeres. Temas de

Hoy (Madrid), 2007.

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factor determinante testicular (TDF). Un ser humano con un cromosoma Y y el gen SRY se desarrollará como hombre, sin él, el individuo se desarrollará como mujer. Es decir que el sexo siempre lo determina la presencia o ausencia del cromosoma Y. Asimismo, la fisiología propia del hombre, como la producción de esperma, reside en otros genes del cromosoma Y. Ahora bien la expresión del gen SRY provoca el desarrollo de testículos, y las hormonas testiculares son en gran medida responsables de hacer que el feto masculino desarrolle de forma distinta que el feto femenino. Podemos preguntarnos entonces ¿cuándo y cómo se diferencia el feto hacia uno u otro sexo? A lo que debemos responder que durante las primeras seis semanas del embarazo, las gónadas se encuentran en un estado indiferenciado, que puede conducir tanto a la formación de ovarios como de testículos. Las gónadas indiferenciadas, poseen dos estructuras clave, el conducto de Müller y el conducto de Wolff. Si el feto tiene un cromosoma Y y un gen SRY, se produce testosterona y el conducto de Wolff se desarrolla hasta conformar el sistema reproductor masculino interno. Al mismo tiempo, se impide el desarrollo del conducto de Müller mediante una hormona llamada factor inhibidor mülleriano. A la inversa, si no hay cromosoma Y y no se produce el aumento de testosterona, el conducto de Müller se convierte en el sistema reproductor femenino interno y el conducto de Wolff degenera. 2 Los dimorfismos sexuales Teniendo en cuenta esta diferenciación genética, me interesa introducirme ahora en el hecho de por qué y en qué se diferencian los cerebros masculino y femenino. Hablemos entonces de los dimorfismos sexuales (del griego dimorphos, que tiene dos formas) en el cerebro. Una buena razón para pensar el por qué de este dimorfismo, sería que es de esperar que los cerebros masculino y femenino difieran ya que los cuerpos son también distintos. Las partes del cuerpo que son propias de cada sexo precisan sistemas neurales que han evolucionado específicamente para controlarlas. Las diferencias entre el cerebro humano masculino y el femenino, tienden a variar sobre un continuo, con un gran solapamiento.

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Una estructura dimórfica que está relacionada con su función sexual de una manera evidente es la agrupación de motoneuronas espinales que inervan los músculos bulbocavernosos (BC) que rodean la base del pene. Estos músculos participan de la erección y ayudan a expulsar la orina. Tanto los hombres como las mujeres tienen un músculo BC. En las mujeres rodea la abertura de la vagina y la contrae levemente. El grupo de motoneuronas que controlan los músculos BC se denominan núcleo de Onuf y está localizado en la médula espinal sacra. El núcleo de Onuf es moderadamente dimórfico (contiene más motoneuronas en el hombre que en la mujer) debido a que los músculos BC de los hombres son mayores que los de las mujeres. Pasemos ahora al área preóptica del ser humano, es posible que ésta también presente dimorfismos. Existen cuatro agrupaciones de neuronas llamadas núcleos intersticiales del hipotálamo anterior (NIHA). En distintos estudios se ha descrito que el NIHA-1, el NIHA-2 y el NIHA-3 son más grandes en los hombres que en las mujeres. El dimorfismo más claro se da en el NIHA-3. Es posible que haya sutiles diferencias en el tamaño de determinados núcleos hipotalámicos que se correlacionen con la orientación sexual de las personas. Por otro lado me interesa dejar claro que si bien se han comunicado numerosos dimorfismos cerebrales humanos fuera del hipotálamo, es difícil demostrarlos de manera concluyente. Por ejemplo algunos estudios han encontrado que el cuerpo calloso es más grande en los hombres, pero esto podría deberse a que los hombres tienen un cerebro y un cuerpo ligeramente más grande que las mujeres. En otros informes el extremo posterior del cuerpo calloso, llamado esplenio, es selectivamente mayor en las mujeres que en los hombres ¿qué podría significar esto? Solo podrían hacerse suposiciones. El cuerpo calloso no tiene ninguna función obvia en la mediación de conductas relacionadas con el sexo, pero es importante para una amplia gama de funciones cognitivas que implican la actividad coordinada de los hemisferios. Hasta el momento los dimorfismos sexuales del cerebro han mostrado ser pequeños, sutiles, escasos y con funciones no muy bien establecidas. Ahora bien es necesario que miremos más adentro en los patrones de las conexiones sexuales, la neuroquímica del cerebro y la influencia de las hormonas relacionadas con

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el sexo en el desarrollo y el funcionamiento neurales, para poder determinar los motivos de la conducta sexualmente dimórfica. Comencemos a pensar un poquito en las hormonas sexuales. Hormonas sexuales que se encuentran circulando por la sangre y están determinadas por las gónadas, y que a su vez el dimorfismo de las mismas se encuentra determinado por nuestros genes. Es entonces que la diferenciación de testículos u ovarios desencadena una cascada de eventos de desarrollo en el cuerpo. Lo más relevante para la diferenciación sexual del cerebro es que los testículos producen andrógenos, que disparan la masculinización del sistema nervioso al regular la expresión de una amplia gama de genes relacionados con el sexo. En ausencia de andrógenos el cerebro se feminiza a través de un patrón de expresión genética diferente. No hay nada esencialmente distintivo en cuanto a la sensibilidad del cerebro a las hormonas. Se trata simplemente de un tejido corporal más a la espera de que una señal hormonal decida su patrón específico de crecimiento y desarrollo. Los andrógenos aportan una señal unitaria para la masculinización del cerebro, igual que en los demás tejidos del cuerpo que son sexualmente dimórficos. Los esteroides pueden influir sobre las neuronas de dos maneras distintas; pueden afectar directamente a la síntesis de neurotransmisores, a la liberación de neurotransmisores, o a los receptores postsinápticos de los neurotransmisores. Pueden influir indirectamente en la transcripción de genes. Es por tanto el estrógeno el que al unirse a los receptores del estradiol, desencadena la masculinización del sistema nervioso en desarrollo. Como las gónadas femeninas no producen una oleada de andrógenos en las etapas iniciales del desarrollo, los cerebros femeninos suelen escapar a esta transformación desencadenada por los esteroides. Mucho después de que las hormonas sexuales hayan determinado la estructura de los órganos reproductores, pueden ejercer efectos activadores sobre el cerebro. Estos efectos van desde modificaciones pasajeras de la organización cerebral hasta cambios en la estructura de los axones. En los hombres la testosterona interacciona con el sexo de dos formas. Por un lado, las cifras de testosterona aumentan antes de practicar el sexo o incluso cuando se tiene fantasías sexuales. A la inversa, unos valores bajos de testosterona se asocian a una disminución del interés sexual. Se ha descripto que es más

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probable que las mujeres tomen la iniciativa en el sexo cuando las concentraciones de estradiol alcanzan el máximo en el ciclo menstrual. A través de mecanismos que desconocemos, en ambos sexos los valores hormonales influyen en el cerebro y en el interés del individuo por la conducta sexual. Así es que la mayoría de las regiones sexualmente dimórficas del cerebro pertenecen al sistema límbico (Dulce Madeira y Lieberman, 1995). Este sistema también es conocido como el “cerebro primitivo” ya que emerge desde bien temprano en la escala evolutiva. Se le considera un “sistema” ya que los circuitos o núcleos que lo componen están altamente interconectados entre sí de manera que la actividad eléctrica y química de un núcleo puede influenciar la actividad de otro núcleo. No resulta sorprendente que la mayoría de los circuitos dimórficos del cerebro sean parte o estén íntimamente relacionados con el hipotálamo.3 El hipotálamo, entre otras funciones, regula las hormonas y representa una interfase anatómica y funcional entre el sistema nervioso y el sistema endocrino. De hecho, la mayor concentración de receptores de hormonas sexuales (andrógenos, estrógenos, y progesteronas) del cerebro se encuentran en el hipotálamo (revisado en Pfaff y Schwartz-Giblin, 1988). El hipotálamo tradicionalmente se conoce como el centro ejecutivo de funciones homeostáticas del cuerpo. En adición al control de hormonas (sexuales y no sexuales), el hipotálamo regula patrones de hambre, sed, sueño, temperatura del cuerpo, y conducta sexual. Como es de imaginar, la estructura del hipotálamo es compleja tanto en términos neuroanatómicos como neuroquímicos. Este se puede subdividir en 4 regiones y en más de 25 núcleos de acuerdo a criterios anatómicos y funcionales. Los núcleos dimórficos incluyen: el área preóptica, el núcleo ventromedial, el núcleo supraquiasmático ( todos éstos son subdivisiones del hipotálamo), la amígdala, y la stria terminalis.4 El Area Preóptica (APO) El APO fue el primero en describirse como sexualmente dimórfico y continúa siendo uno de los ejemplos más claros de dimorfismo tanto en animales de laboratorio como en 3

Modificado de Principles of Neural Science (1991), Kandel, Scwhartz, Jessel; (Editores). Conneticut: Appleton & Lange 4 The Whole Brain Atlas (http://count51.med.harvard.edu/AANLIB/home.html).

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humanos (Gorski y colaboradores, 1978; Swaab y Fliers, 1985). Originalmente se le designó como el “núcleo sexualmente dimórfico del área preóptica” (o SDN of the POA por sus sílabas en inglés). El nombre de la región varía dependiendo de la especie, y en algunos casos se debate si la correspondencia en términos de posición anatómica es suficiente para aceptar regiones de diferentes especies como “equivalentes”. En ratas, el área se le conoce como la porción medial del área preóptica (mPOA por sus sílabas en inglés) y en humanos como el núcleo intersticial del hipotálamo anterior-1 (NIHA-1 o INAH-1 por sus sílabas en inglés) (Allen y colaboradores, 1989). En adición al NIHA-1 se ha descrito NIHA-2 al 4 como regiones dimórficas. Sin embargo, debido a la proximidad anatómica de estas “islas” de neuronas, se debate si en realidad NIHA 1-4 representan grupos neuronales anatómica y funcionalmente independientes unas de las otras. LeVay (1991) confirmó dimorfismo sexual en el NIHA-3 pero no en NIHA 1, 2, y 4. Este mismo estudio también reporta dimorfismo en el NIHA-3 con relación a preferencia sexual. El NIHA-3 es mayor en hombres heterosexuales comparado con hombres homosexuales y mujeres (LeVay, 1991). Aún se debate la validez de estos resultados ya que algunas muestras de tejido nervioso provinieron de pacientes con SIDA y el número de casos de SIDA no estaban igualmente representados en los diferentes grupos experimentales. En el caso del NIHA-1, sin embargo, se ha determinado que en los hombres existen dos veces más células que en las mujeres (Swaab y Hoffman, 1988). Incluso se ha determinado que tanto niños como niñas poseen el mismo número de células al nacer y que este número aumenta exponencialmente hasta los 4-5 años de edad. La cantidad de células permanece constante hasta la pubertad pero en el caso de las niñas un gran porciento de las células muere (Swaab y colaboradores, 1988). Por lo tanto, el dimorfismo sexual del área preóptica en humanos no es aparente hasta la pubertad. ¿Qué implicaciones tiene que el área preóptica de los machos sea mayor que el de las hembras? Ya que teóricamente no existe una correlación lineal entre el número de neuronas de un circuito y su capacidad computacional, se desconoce si diferencias en tamaño reflejan diferencias cualitativas y/o cuantitativas en término de función neural. Modelos animales sin embargo, han sido útiles para determinar qué conductas controlan el área preóptica. En este tipo de experimento la estrategia consiste en destruir el circuito neuronal de interés, ya bien sea quirúrgicamente o por medio de compuestos

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tóxicos, y luego observar determinada conducta del animal en comparación con animales intactos. Es claro que si se destruye el área preóptica, las ratas machos no expresan conducta sexual en presencia de una hembra receptiva (Hansen y colaboradores, 1982; Heiman y colaboradores, 1966/1967; Szechtman y colaboradores, 1978). En las ratas hembras, el área preóptica es considerado como un circuito inhibidor de receptividad sexual (Pfaff y Schwartz-Giblin, 1988). También se ha determinado el rol del APO en conductas sexuales en primates. En macacos machos, el APO está asociado con iniciación del acto sexual, erección del pene, y el periodo refractario después del acto sexual. En las hembras el APO está asociado con iniciación del acto sexual (Oomura y colaboradores, 1989). Núcleo Ventromedial del Hipotálamo (NVM) El NVM (o VMN por sus sílabas en inglés) es facilitador de conducta sexual en las hembras (Davis y colaboradores, 1979; Pfaff y Sakuma, 1979a,b). En ratas, las hembras expresan receptividad sexual por medio de una conducta refleja que se conoce como “lordosis”. Durante lordosis la hembra flexiona su espina dorsal en forma de arco, levanta su cabeza en un ángulo de 90 grados, levanta sus patas traseras y mueve su cola hacia un lado al ser montada por un macho para darle acceso a la cavidad vaginal. Esta conducta de receptividad sexual se expresa durante niveles altos de hormonas sexuales (estrógeno y progesterona), de lo contrario la hembra rechaza los acercamientos sexuales del macho. El caso del dimorfismo sexual en el NVM es interesante porque no se debe a diferencias en tamaño o densidad del núcleo sino a la complejidad estructural de las neuronas. Las neuronas se comunican entre sí por medio de señales químicas (neurotransmisores) a través de contactos especializados conocidos como sinapsis. En el NVM, la densidad sináptica es mayor en machos que en hembras (Miller y Aoki, 1991). Aún más interesante, el número de contactos sinápticos en la rata hembra varía a través del ciclo de estrus (el equivalente al ciclo menstrual en la mujer) (Frankfurt y colaboradores, 1990; Cohen y Pfaff, 1992). Por lo tanto el dimorfismo del NVM está claramente controlado por las hormonas sexuales, y en el caso de las hembras es regulado a lo largo de los ciclos hormonales. En el caso de primates hembras, la actividad neurofisiológica del NVM está sincronizada con el acto sexual (Oomura y colaboradores, 1989).

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Núcleo Supraquiasmático (NSQ) El NSQ (o SCN por sus sílabas en inglés) regula los ritmos cíclicos o ritmos circadianos del cuerpo. EL NSQ genera y coordina ritmos hormonales, fisiológicos, y conductuales con una periodicidad de cerca de 24 horas. Se ha encontrado que el NSQ difiere en forma entre hombres y mujeres; esférico en hombres y oblongado en mujeres (Swaab y colaboradores, 1985). El impacto funcional de este tipo de dimorfismo no se ha determinado. Se ha sugerido que la forma de un circuito neuronal pudiese depender del tipo de conexiones (aferentes y eferentes) que éste establezca con otros circuitos. De todos modos, existe una diferencia clara en términos del volumen y el número de células del NSQ entre hombres heterosexuales y hombres homosexuales. Swaab y Hoffman (1990) encontraron que tanto el volumen como el número de neuronas es el doble en el NSQ de homosexuales en comparación con heterosexuales. La neuroquímica de este núcleo también difiere entre homosexuales y heterosexuales; el NSQ de homosexuales contiene el doble de neuronas inmunoreactivas a vasopresina en comparación con heterosexuales (Swaab y Hoffman, 1990). En roedores de la pradera, se ha demostrado que la vasopresina media conductas asociadas a la reproducción: agresividad, territorialidad, monogamia, y conducta paternal. Curiosamente, la vasopresina aumenta todas estas conductas exclusivamente en machos (Young y colaboradores, 1998). En el caso de animales de laboratorio se ha establecido que el NSQ también está asociado con conductas sexuales. Sördersten y colaboradores (1981) determinaron que la amplitud de los ritmos circadianos en conducta sexual es mayor en ratas tratadas con anti-estrógenos durante el periodo neonatal. De igual modo, si se administran antiestrógenos durante el periodo prenatal y postnatal, se encuentra un aumento en un 59% de neuronas que contienen vasopresina en el NSQ, así como conducta “bisexual” en ratas. Si el tratamiento con antiestrógenos se limita al periodo prenatal no se observan estos cambios (Swaab y colaboradores, 1995). En términos de conducta sexual, Krujiver y colaboradores (1993) lesionaron el NSQ en ratas machos para determinar si expresaban conducta “homosexual” o “bisexual” pero no se encontró tal efecto. Curiosamente, se ha observado que ratas tratadas con anti-estrógenos expresan conducta “bisexual” temprano en el ciclo nocturno y conducta “heterosexual” a finales del ciclo nocturno, lo cual continúa apuntando al NSQ como importante en expresión de conducta sexual, al menos en ratas (Bakker y colaboradores, 1993). En estos momentos

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no se ha encontrado evidencia que demuestre el rol del NSQ en el establecimiento de preferencia sexual, a pesar de que el dimorfismo es claro entre homosexuales y heterosexuales. Al igual que en el área preóptica, el dimorfismo del NSQ se observa entre los 4 y 12 años de edad (Swaab y colaboradores, 1987). Este resultado implica que el dimorfismo de este núcleo está bajo control de las hormonas sexuales y que factores postnatales juegan un rol en el establecimiento del dimorfismo del NSQ como es en el caso del área preóptica. Amígdala La amígdala medial es 85% mayor en volumen en los hombres que en las mujeres (Hines y colaboradores, 1992). La amígdala es considerada como el centro de las emociones, y regulador de reacciones de agresividad, miedo, y ansiedad. Recientemente se ha demostrado que en humanos la amígdala está asociada con aprendizaje emocional y (Morris y colaboradores, 1998) conducta social (Adolphs y colaboradores, 1998). La amígdala también juega un rol importante en conducta sexual. En el caso del Síndrome Klüver-Bucy tanto humanos como monos expresan hipersexualidad, lo cual incluye interés sexual por objetos inanimados. Este síndrome está asociado con pérdida de función de la amígdala. La amígdala es también un centro de integración de información olfativa, lo cual juega un rol bien importante en la expresión de conducta sexual. La amígdala, al igual que el hipotálamo, se subdividide en varios subnúcleos por criterios anatómicos y funcionales. La porción anterior de la amígdala corticomedial aumenta receptividad en ratas hembras mientras que la porción posterior del núcleo lateral reduce receptividad (Masco y Carrer; 1980). En contraste con el NVM, se cree que la amígdala no media directamente respuestas lordóticas en las hembras sino que contribuye a la motivación o excitación sexual. En el caso de las ratas machos esta posibilidad es más clara ya que se ha demostrado que la amígdala medial contribuye a excitación sexual (evidenciado por erección) sin contacto sexual (Kondo y colaboradores, 1997). Stria Terminalis (ST) La Stria Terminalis (ST) es la conección eferente principal de la amígdala (Weller y Smith, 1982). La ST es un tracto y se puede dividir en varias regiones.

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La porción base de la ST (bed nucleus of the stria terminalis, BNST) es 97% más grande en volumen en hombres que en mujeres (Hines y colaboradores, 1992). En ratas, lesión del BNST altera la secuencia de copulación en machos, es decir, los machos aumentan la cantidad de penetraciones antes de lograr eyaculación y en casos severos, no logran eyaculación a pesar de que otros aspectos del repertorio sexual aparecen inalterados (Emery y Sachs, 1976; Claro y colaboradores, 1995). En un estudio reciente se demostró que animales con lesiones en el BNST no logran excitación sexual (Liu y colaboradores, 1997). En humanos, se desconoce qué rol juega el BNST en conductas sexuales. Sin embargo, se ha encontrado dimorfismo en la subdivisión central de éste núcleo. Zhou y colaboradores (1995) encontraron el BNST típico de mujeres en transexuales que cambiaron su sexo de hombre a mujer. Es impresionante que este dimorfismo con relación a identidad de género no fue influenciado por tratamiento hormonal durante la adultez, y tampoco correlaciona con la preferencia sexual de los sujetos. Este es el primer estudio que reporta una estructura dimórfica del sexo femenino en individuos genéticamente del sexo masculino.5 Ahora bien me gustaría teniendo en cuenta todo lo anteriormente explicitado, que podamos pensar en el correlato conductual que implican estos dimorfismos desde muy temprano en la vida de hombres y mujeres. Así es que una de las habilidades que posee el cerebro femenino, es el hacer contacto visual y observar con detenimiento rostros humanos. Esto se debe a que su centro de comunicación, observación y procesamiento de emociones no fue afectado por la testosterona en el útero. La habilidad de hacer y mantener contacto visual durante los primeros tres meses de su infancia, aumenta en el cerebro femenino en un 400%, mientras que no hay aumento en el masculino. Además, el cerebro femenino se desarrolla uno o dos años más rápido que el del varón. Las niñas nacen interesadas en las expresiones emocionales. Si le presentas un rostro sin expresión emocional la niña hará lo posible por provocar una expresión, pues no tolera la falta de expresión en los rostros. Las niñas piensan que están haciendo algo mal si no reciben la retroalimentación de expresión facial que esperan. Esto tendrá un 5

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impacto negativo en su vida, será muy confuso y podría creer que no es querida. La habilidad femenina de reconocer el significado de rostros y sonidos lleva a éstas a comprender mejor la expresión de aprobación social de otros. Un estudio en la Universidad de Stanford con infantes de dos meses demostró que existe una diferencia entre éstos en el deseo y habilidad para observar. Se colocaron a la madre y su infante solos en un cuarto, se les dio la instrucción de no tocar el juguete allí presente. Muy pocas niñas tocaron el juguete aún cuando no recibieron dicha instrucción de parte su madre. Las niñas miraron más a sus madres que los niños, en búsqueda de aprobación. En cambio, los varones se paseaban por el cuarto tocando el juguete aún cuando su madres les gritaban “¡No!” El cerebro masculino movido por la testosterona impulsa a que el niño investigue su ambiente, aún aquellos objetos prohibidos. El hecho que lo niños ignoren lo que su madre les diga, no es por desobedientes si no porque no interpretan los mensajes igual que las niñas. Las niñas pueden leer emociones en los tonos vocales que no pueden ser identificados por los niños. Además, se encontró que las niñas interpretan la falta de contacto visual como que no se les está escuchando. Las niñas desarrollan rápidamente la empatía que hace que respondan más rápido en calmar su conducta y detener su llanto, acción que no ocurre en los varones. Las niñas con sólo horas de nacidas responde al llanto de otros recién nacidos y a rostros humanos más que los varones. Las niñas pueden identificar las emociones de una persona por las expresiones faciales de éstas, por ejemplo si están tristes. El estrógeno producido en las niñas en una etapa conocida como pubertad infantil, promueve los circuitos cerebrales de observación, comunicación, sentimientos, atención y preocupación. Esto lleva a que afine la habilidad de expresar sus emociones, capacidad que le ayudará al momento de quererse procrear. Las niñas incorporan el sistema nervioso de la madre a través de la habilidad de observación. Lo que la niña absorba de su ambiente durante los primeros dos años de vida se convertirá en su visión de la realidad, que la afectará el resto de su vida. Estudios en mamíferos muestran que el efecto de la exposición temprana al estrés o calma puede ser pasado de generación a generación. Esto no es aprendido

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cognitivamente, sino que es absorbido por el microcircuito de células a nivel neurológico. Esta absorción comienza desde el embarazo. Este sistema de reconocer emociones faciales y sonidos es útil para la sobrevivencia. Ayuda a las madres a reconocer las necesidades de su prole, predecir las intenciones de un varón, mantener relaciones más armoniosas y basadas en la comunicación y compromiso. Además las niñas pueden emplear su habilidad de lenguaje para influenciar en otros sin necesariamente decirles que hacer, los varones poseen esta habilidad pero no la usan, prefieren utilizar un lenguaje de comando directo. El cerebro masculino simplemente no se conecta de la misma forma que el femenino. Los desordenes que no permiten que la persona reconozca la diferencia de expresión, significado y respuesta emocional, son ocho veces más comunes en los varones que en las mujeres. Científicos piensan que el cerebro masculino tiene más probabilidad de llegar a ser socialmente discapacitado por la gran cantidad de testosterona. Luego de la etapa de pubertad infantil, la cual concluye a los dos años, comienza la pausa juvenil hasta que la niña llega a su pubertad. La niña va enfocarse en sus amigas y raramente jugará con varones. Investigaciones han descubierto este patrón en todas las culturas que han estudiado. Otros estudios demuestran que las niñas pueden esperar turnos 20 veces más que los varones y sus juegos son de cuidar y atender relaciones con sus pares. Un estudio en Inglaterra, con niñas y niños de cuatro años, demostró que las niñas tienen mejor habilidad social. Los niños que tenían mejor habilidad social eran aquellos con sus niveles de testosterona más bajos.

Estudios en primates femeninos a las que se les inyectaron testosterona, demostró una rudeza mayor en éstas a la hora de jugar, que en las otras primates. En las mujeres este efecto de la testosterona se puede observar en aquellas que poseen una condición en sus enzimas, conocida, como CAH (Congenital Adrenal Hyperplasia). Las niñas que presentan este problema lo deben a que durante su etapa fetal su cerebro fue bañado de grandes cantidades de testosterona. Estas niñas tendrán menos habilidad verbal, menor

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empatía, tendencia a intimidad psicológica y cuidado hacia otros, en cambio serán más parecidas a los varones. Además de todas las habilidades de empatía que posee una niña ésta hará los imposible por conseguir lo que ella desea, crear comunicación y organizar el mundo para que gire alrededor de ella. Esta agresión femenina podría alejar a otros. Dicha agresión es verbal, estas utilizan su habilidad verbal para obtener lo que desean sin arruinar su relación con otros(as). Aun así los varones son 20 veces más agresivos que las niñas. En el cerebro de una adolescente, la agresión juega un gran papel. Ella se sentirá poderosa y que tiene la razón no importa las consecuencias.6 Un poco de filogenia… ¿De dónde proceden estas diferencias? Pensemos un poco en la historia de la humanidad…se ha propuesto que la división del trabajo que los humanos tuvieron en épocas remotas, cuando el hombre, por su mayor fortaleza física, iba a cazar y la mujer permanecía con otras mujeres en el poblado al cuidado de la prole, fue la responsable de estas diferencias en las habilidades o capacidades de cada sexo, una división del trabajo que no es exclusiva del ser humano, sino que también la encontramos en otros primates menos desarrollados desde el punto de vista cerebral. De esta manera puede explicarse que la visuoespacialidad era necesaria para la caza de la misma manera que la fluidez verbal es superior en la mujer porque el hombre, obligado a cazar en grupo, tenía que guardar más tiempo silencio para no espantar a sus presas. La función recolectora podría haber hecho, por su parte, que la motricidad fina fuera superior en la mujer que en el hombre y, desde luego, es lógico que la puntería a la hora de arrojar proyectiles fuese superior en el hombre.

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http://stephaniemelendez.webs.com/cerebrofemenino.htm

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CONCLUSIONES Afirmemos entonces “A cada sexo, su cerebro”, los estudios neurocientíficos están dejando cada vez más claro que la diferencia entre la mujer y el varón no sólo es manifiesta en los atributos físicos y en su función reproductora, sino que también aparece, por ejemplo, en la manera como los dos sexos resuelven problemas de índole cognitiva o establecen patrones de comunicación a través del lenguaje. Brevemente, se puede decir que el dimorfismo sexual ha podido demostrarse en el ser humano por múltiples parámetros anatómicos, fisiológicos y psicológicos, y este dimorfismo está moldeado por influencias internas (genéticas y endocrinas) y externas (psicosociales y ambientales) (Harasty et al., 1997). También es importante señalar que, aunque durante

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los últimos años se ha insistido en que estas diferencias entre las capacidades cognitivas de la mujer y del varón son pequeñas, la realidad parece indicar que las hormonas sexuales condicionan la organización del sistema nervioso central desde los primeros estadios del desarrollo del individuo. De todos modos, aunque todo indica que esta disparidad de partida existe, todavía no se han conseguido evaluar con absoluta precisión los efectos que tienen, por ejemplo, la experiencia y el entorno externo sobre el desarrollo del cerebro de la mujer y del varón. Lo que somos es el resultado de la biología y la educación de género. Las diferencias del cerebro femenino y masculino son evidentes pero no se puede descartar el ambiente. El ambiente no borrará las estructuras biológicamente formadas en el cerebro, pero podrá moldearlo en cierto grado. Creo que aún hoy a pesar de toda la tecnología de la que disponemos para estudiar hay preguntas que nos quedan inconclusas, creo además que no debemos caer en determinismos, debemos pensar al ser humano, debemos pensarnos como seres integrales, seres de materia orgánica, pero sumidos en la cultura. Cultura que nos permite estudiarnos a nosotros mismos. Considero que todavía nos falta mucho por investigar y aprender en materia del hombre en general y de las diferencias sexuales en particular. De algún modo pienso que la naturaleza es sabia y no por nada nos marca la diferencia y nos permite en la medida de lo posible complementarnos.

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