Entrenamiento para vivir...

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LUNES 1 DE JUNIO 2015 NO. 479

ENTRENAMIENTO PARA VIVIR... La historia de c贸mo un sensei ense帽a a sus alumnos a salvar sus vidas bajo el lema de la paz.


2 VANGUARDIa Lunes 01 de junio de 2015 / www.semanariocoahuila.com

Semanario


Por Jesús Peña / Fotos de Héctor García y Jesús Peña

“L

o primero es estar alerta, voltear, mirar alrededor, sus ojos convertirlos en radar y todos sus sentidos alertas, de donde ustedes salgan…”, dice el profesor Juan Manuel Sánchez Ochoa a sus alumnos. Es sábado por la tarde y el grupo, como cada sábado por la tarde, se ha reunido en el gimnasio del parque Estanislao Flores “La Maquinita”, al poniente de Saltillo. Algunos están vestidos de impecable uniforme blanco, le llaman karategui, otros simplemente de pants, -o mallas las mujeres -, y playera. Todos descalzos. La mayoría de los discípulos son niños y niñas de entre siete y 17 años, el profesor Juan Manuel me dirá que ha tenido pupilos hasta de cuatro y cinco años, muchos son hoy ingenieros, abo-

gados, médicos. Cuento unos 30 chiquillos, el profesor me dice que en total son 50, pero que hay temporadas en que la asistencia sube a unos 200, venidos de todas las latitudes de la ciudad. Durante el entrenamiento de dos horas, en las cuales los alumnos se ejercitan y combaten, Aylín 14 años, estudiante de secundaria del Colegio María Álvarez de Rodríguez, me contará que una noche, de hace medio año cuando, ella regresaba a su casa de la Alberca Olímpica, también practica natación, un desconocido la fue siguiendo por varias cuadras. Era un chavo de unos veintialgo y se veía malandro.. El hombre la fue siguiendo, siguiendo y a Aylín le dio miedo, pero se acordó de las palabras que el profesor Juan Manuel repite en cada clase, que se tranquilicen, que respiren, les dice.



“ “

Si yo te enseñé a correr como un SWAT, a correr con el estrés, con la adrenalina, no quedarte tirado y congelado y te salvó la vida correr, que bueno que te salvó la vida correr. A veces correr es ganar”.

Juan Manuel, sensei.

Hay un dicho muy interesante que hemos adoptado ‘la fuerza es el derecho de las bestias’, y nosotros no somos bestias, somos seres humanos que razonan. Estamos con la ley, a favor de la paz”. Juan Manuel, sensei.

Tres calles antes de llegar a su domicilio el señor aquel trató de sujetarla por el cuello, Aylín no supo cómo, pero lo tiró, le dio una patada en los tanates y salió corriendo. Cuadras después Aylín echó un vistazo rápido atrás y vio que el tipo se quedó tirado. Ya no pudo levantarse. “Si yo te enseñé a correr como un SWAT, a correr con el estrés, con la adrenalina, no quedarte tirado y congelado y te salvó la vida correr, que bueno que te salvó la vida correr. A veces correr es ganar”. “Cuando viene un chico y me dice ‘profesor me asaltaron, me sacaron una navaja’, y yo le pregunto ‘¿qué hiciste?’, ‘me zafé y me eché a correr’, para nosotros eso ya justifica tu entrenamiento”, me explicará el profesor Juan Manuel Sánchez Ochoa una mañana que lo entrevisto afuera del 120 de la calle Malinche, en la colonia Mirasierra, su casa. En mitad del entrenamiento Leonardo, 12 años, alumno de primer grado en la Técnica 66, me relatará que una tarde

al pasar por un terreno baldío, cerca de su secundaria, le salieron al paso tres pandilleros que empezaron a insultarlo y a arrojarle piedras. Obedeciendo a los consejos del profesor, Leonardo no les hizo caso y se siguió de largo. Apenas avanzó algunos pasos miró que los pandilleros aquellos, que, por ciento, eran mucho más grandes que él, 18 ó 19 años de edad, calcula, se le echaron encima montados en bicicletas. Leonardo se puso en guardia y de una patada derribó a uno de los cholos y escapó corriendo. Los otros dos ya no lo persiguieron, se quedaron reanimando al adolorido. Cuando su mamá escuchó la historia sintió pánico, pero lo felicitó, Después en la escuela unos alumnos de su grupo intentaron golpearlo, bulearlo, él “simplemente” los azotó y los dejó tirados. Cuando ya todos se han ido Johana, 17 años, preparatoriana, me confía que es común que en la calle la aborden extraños para faltarle al respeto o hacerle

proposiciones indecorosas. Hace unos días mientras ella caminaba de la preparatoria a su casa un señor, como de 30 años, se le acercó demasiado y comenzó a hablarle: que tenía dinero, le dijo, y una escuela de karate. “Le empecé a hacer preguntas y obvio que me estaba mintiendo, porque no conocía al maestro (Juan Manuel), no pertenecía a ningún dojo. Ahí todos se conocen”. Johana le respondió que no estaba interesada en sus intenciones, que se fuera. El profesor le ha enseñado a ella y a sus compañeros que primero está el diálogo, antes que el uso de la fuerza bruta, y Johana siguió su camino. “Hay un dicho muy interesante que hemos adoptado ‘la fuerza es el derecho de las bestias’, y nosotros no somos bestias, somos seres humanos que razonan. Estamos con la ley, a favor de la paz”, me dirá el maestro Juan Manuel, no recuerda de quien es la frase, sólo que la escuchó desde chico, allá, cuando a los seis años comenzó a entrenar karate en

el Distrito Federal. El hombre caminó junto a johana por casi una hora, que tenía dinero, le iba diciendo, que una escuela de karate. Johana no quería problemas y volvió a intentar, de buen grado, que el hombre se alejara, pero no lo consiguió. El hombre siguió caminando con ella. Johana no soportó más el acoso, levantó la bolsa que llevaba colgada del brazo y le dio con ella un golpazo en la nariz que dejó viendo estrellitas. La chica huyó corriendo Aquel señor se quedó parado, borracho por el impacto y sobándose la cara. “Consiste más que nada en tratar de huir, antes de matar a alguien por defenderte”, me dice Johana. Dos maleantes quisieron asaltar a Roberto, 14 años, estudiante de la secundaria 13, cuando charlaba con una amiga afuera de una farmacia en la colonia Mirasierra. “Túmbate con lo traigas”, le dijeron los tipos, cubierto el rostro con un pañuelo, y comenzaron a golpearlo.


En eso uno de los agresores sacó un cuchillo y se lanzó contra Roberto. Después de forcejear con el delincuente Roberto consiguió desarmarlo y lo golpeó en la cara y el cuerpo. Cuando los ladrones vieron que se formaba una bola de gente en torno a la pelea y que alguien llamaba a la policía, se esfumaron. Antes que acabe el entrenamiento Carolina, 13 años, me dirá que ya nos les teme a los drogadictos de la colonia San Ramón que se juntan a la vuelta de su casa y la molestan cada vez que ella sale a la tienda, porque sabe cómo enfrentarlos; Blanca, 14 años, que aun no ha tenido la prueba de fuego, que es cuando viene un asaltante, te ataca y tú ganas; Guillermo, 10 años, que está listo para proteger a su familia, que es lo que más quiere; Ángel, ocho años, que entrena aquí para que no le hagan bullying y Diego, siete años, que se siente bien de estar protegido por él mismo, en la escuela y en todos lados. “Haz de cuenta que alguien está parado junto a mí y me quiere ahorcar. Meto la mano por aquí y me desplazo así y me ligo y luego lo tiro y corro. “Me quieren acuchillar en la panza, yo les hago así y los tiro, les pongo los pies en al cuello para ahorcarlos, es un ejemplo...”, me dice Diego.


Todos ellos forman parte de un programa de defensa personal llamado de “Antiasalto, antisecuestro, antiviolación”, que está basado en la enseñanza y práctica del karate policial militar. “Déjame formar a tu hijo, déjame darle disciplina, cerciorarme de que va a regresar vivo a tu casa y eso te va a ser sentir bien como padre. Yo le enseño, con técnicas SWAT – FBI, a quitar una pistola, un cuchillo. “Lo que nos interesa es que cuando tú esperas que tu hijo llegue vivo a tu casa, él llegue vivo. Tú esperas a un hijo vivo, no esperas que lo acuchillen en la escuela. Yo tengo que asegurarme de que tu hijo o tu hija regrese vivo a tu casa…”, dice Juan Manuel Sánchez Ochoa, el instructor Cinta Negra Sexto Dan, 49 años de experiencia en la práctica del karate samurái, del karate antiguo. Aquí no hay medallas ni trofeos tampoco viajes a competencias internacionales ni fotografía en los periódicos. La mejor y mayor presea, dice el profesor Juan Manuel, es salvar la vida, “Practicamos el karate samurái, el karate antiguo, en el cual no se compite, no hay medallas, no hay trofeos y en realidad lo que buscamos es que salves tu vida,



Convertimos tus brazos en cuchillos, tus manos en espadas, tus piernas en lanzas. Yo convierto tu cuerpo en un arma, pero te enseño a que esa arma no la debes de utilizar, a menos de que tu vida esté en peligro”.

Juan Manuel, sensei.

“Convertimos tus brazos en cuchillos, tus manos en espadas, tus piernas en lanzas. Yo convierto tu cuerpo en un arma, pero te enseño a que esa arma no la debes de utilizar, a menos de que tu vida esté en peligro”, dice el maestro. La otra parte importante del programa es la realización personal y profesional de los chicos, que cumplan sus sueños. Por eso es que todos los niños que asisten a este entrenamiento tienen calificaciones de excelencia, nueve y 10, aun en matemáticas. “Nos empezaron a llegar alumnas, alumnitos, que intentaron suicidarse, que se cortaron las venas, que intentaron quemar su casa, que se iban de pinta todos los días. ‘La maquinita’ es un sector un poco conflictivo, tengo chicos en el karate que eran halcones, que asaltaban gente, que vendían droga. Los invitamos a tomar clases, los transformamos, ahora se sienten muy a gusto”. Juan Manuel es moreno, delgado, digamos que alto, tiene el cabello rizado y negro, el rostro afilado, las manos nudosas, barba de candado entrecana, como la de un samurái auténtico, 55 años, no fuma ni bebe, come más bien poco y hoy

está vestido de karategui. Su historia, por lo que veo, es muy parecida a la de muchos de los chicos que entrenan con él. Juan Manuel también tenía seis años cuando su madre, que era madre soltera y una ruda, “ruda”, dice él, maestra de taquimecanografía, hija de militares, lo llevó al karate por primera vez. Él no quería, pero ella lo llevó casi arrastrando de los pelos. “Entrar al karate sin tener papá, me dio disciplina, me dio respeto”, dice el sensei. Era la época en que el karate llegó a México. Juan Manuel vivía cerca de la Basílica de Guadalupe, por el rumbo de las colonias Guadalupe Insurgentes, Ticomán, Miramontes, en las adyacencias de Xochimilco. Barrios bravos, difíciles, peligrosos, peliagudos aquellos, donde reinaban pandillas de hasta 400 y 500 miembros. “Si no formabas parte de una pandilla estabas en peligro. Tal como pasa a veces en algunos centros de readaptación social. Tienes que formar parte de un grupo, un grupo que te proteja y que tú protejas”, explica el sensei.


Sobra decir, pero lo diré, que en cada riña había varios muertos, baleados, acuchillados, macheteados y que nadie, nadie que transitara por esos territorios, se salvaba de ser atacado, Juan Manuel tenía que aprender a sobrevivir en aquel medio y defender a sus hermanos pequeños. El entrenamiento que recibía de sus maestros, grandes maestros japoneses como Hiroshi Ishikawa, dice Juan Manuel, era rudo, rudo, porque para enseñar el profesor golpeaba a sus alumnos. Sólo así podía conseguir que sus cerebros reaccionaran y ellos se defendieran. “Tiraba con fuerza el profesor, aun siendo niños. Era rudo”. Y no pasaba semana sin que Juan Manuel no trajera un dedo fracturado, la nariz volteada o los ojos amoratados. “Salías todo moreteado, había fracturas, narices desviadas. El entrenamiento del karate japonés es rudo, pero la vida es ruda, “La enseñanza japonesa era muy ruda. Ahora la hemos hecho de tal manera que se adapte a la persona y no haya lesionados. Tenemos que cuidar la integridad del alumno”, dice el profesor. ¿Sus discípulos salen muy golpeados del entrenamiento?, le pregunto. Les he tenido que enderezar la nariz, porque se las voltean aquí, acomodar un brazo… Ellos saben muy bien que es preferible una nariz rota aquí, a perder la vida en la calle. ¿Y los papás que dicen? “Lo prefiero vivo que muerto”. Desde crío el maestro Juan Manuel llevó una vida ajetreada, lejos de los juegos y de las fiestas. Aprendió a dividir su tiempo entre el karate, la escuela y su trabajo en un puesto de tacos y en un taller mecánico, lavando motores de carros, con petróleo. El profesor Juan Manuel andaba apestando a petróleo todo el día, con la ropa manchada de grasa, pero tenía que llevar plata a su casa. Algunas veces, después del entrenamiento, Juan Manuel se quedaba tirado en las escaleras del edificio donde vivía. Entonces sus vecinos lo levantaban y le rogaban que ya no fuera al karate, “niño ya no vayas”, le decían, pero él siguió yendo, no se dio por vencido, so-


ñaba con ser cinta negra, me cuenta una mañana que almorzamos huevos con chorizo en su casa de Mirasierra. En la pared de la sala, donde sus nietos ven la televisión, miro el diploma que ”Por su vocación de servicio a la juventud de Saltillo”, dice el papel, le entregaron, recién, los padres de sus alumnos. Me han dicho que lo admiran. A los 15 años Juan Manuel se enlistó en las filas de la Marina Armada de México, como alumno del comando de paracaidismo y del grupo de desembarco. Allí estudió además artes marciales, criminología, medicina deportiva y administración. Y sus dos últimos años en la Armada, estuvo cinco, destacó como instructor de un grupo de marinos de la Oficialía Mayor de Inteligencia Militar. A principios de los ochenta la Marina lo asignó una comisión especial: la de ser guardaespaldas del entonces presidente de la república Miguel de la Madrid Hurtado. Antes el maestro Juan Manuel recibió un entrenamiento de SWAT (Equipo de Armas y Tácticas Especiales), por parte del Buró Federal de Investigación (FBI), de Estados Unidos. 30 años después el maestro Juan Manuel, enseña a niños de Saltillo a ser los guardaespaldas de sí mismos. “Convierto a tu hijo en un guardaespaldas, que se protege y que puede proteger, dominar al oponente con su peso, con una llave, con un candado. Evitar que lo tiren, que lo acuchillen, que lo violen o que lo suban a una camioneta”, dice el maestro. Regresamos a la capital. El profesor Juan Manuel se ha casado ya y vive con su mujer y su hija en una casa de adobe a las faldas del Nevado de Toluca, en el corazón de un pueblo con un curioso nombre: Cacalomacán. Un bonito lugar con sembradíos de trigo, conejos, ardillas y venados a la orilla del Volcán Xinantécatl, camino a Valle de Bravo. Un pueblo donde si que querías tomar leche, tenías que ordeñar a la vaca, ir donde las vacas, ordeñarlas y pagar tu leche. Pero un día terrible una lluvia terrible cayó sobre Cacalomacán y la crecida de una laguna se llevó las 20 chozas del poblado.


Cuando Juan Manuel regresaba de visitar la casa de su suegra encontró la suya arrasada y sus muebles hechos astillas. Ya no tenía nada. Juan Manuel y su mujer se quedaron contemplando aquella devastación. Lloraban. No hubo muertos, porque la gente del lugar que ya conocía de esas crecidas, corrió a refugiarse en otras villas, la víspera del diluvio. Un vecino que tenía un camión platanero y que ese día salía a Saltillo para entregar una carga, le ofreció a Juan Manuel y a su esposa llevarlos con él, La familia, aceptó, trepó en el camión y viajó más de nueve horas atrás, entre plátanos, Juan Manuel, su esposa y su hija. Lo mejor que encontraron para vivir fue el garage de una casa en la colonia Oceanía. Juan Manuel no tenía empleo y estaba desesperado. Su madre, le aconsejó entonces que abriera una escuela de karate al aire libre, para niños y jóvenes, en algún par-

que o plaza del sector. Al rato Juan Manuel ya era el maestro del club de karate de la Secundaria 41, de la 18, de la 57, de la 18, de la 80, del Cetis 48, del Cbetis 235 y del Conalep. Trabajando como guardia de seguridad en un negocio de renta de películas, el maestro Juan Manuel se distinguió entre los demás empleados por atrapar a los ladrones que intentaban sustraer vehículos del estacionamiento y ponerlos en manos de la policía. Las autoridades supieron de su desempeño y lo mandaron llamar. Al rato el profesor era ya instructor de karate en el C – 4, luego agente investigador y después miembro del Grupo Antisecuestros, de la Procuraduría General de Justicia del Estado. “Nos exigían llegar a cualquier homicidio, violación, secuestro, primero que nadie. Empezar a investigar y ahora no, ahora te puedes quedar todo el día sin que ellos lleguen. “Nos exigía llegar primero a un asalto bancario. Donde no llegabas, quedabas arrestado. Y ahora no, puede pasar una

hora y no llega la patrulla”. Tiempo después el maestro Juan Manuel dejó el servicio público, volvió a sus clubes de karate en las secundarias e instaló un puesto ambulante, una mesa, un paraguas, de reparación de celulares en la esquina de Otilio y Azteca. Una mañana llegaron hasta allí dos hombres en un automóvil, que querían cuota, le dijeron y que de ahora en adelante el maestro Juan Manuel sería su informante, su halcón, con teléfono celular. El profesor se negó: “Les dije, ¿por qué les voy a dar si no tengo para mí?, yo no puedo darles, tengo nietos, familia, no puedo. Uno de los tipos trató de sacar la pistola: “Le digo ‘saca la pistola. Cuando tú la vayas a sacar yo te voy a destrozar y vas a caer muerto, estoy entrenado para tocarte la tráquea en tres segundos, pero tú no estás entrenado para sacar tu pistola en menos de ese tiempo’. Los hombres aquellos subieron al carro y se hicieron polvo. Nunca más volvieron a molestarlo.


“‘Ah muy machito’, me dicen, ‘sí señor, saque la pistola, sáquela’, se fueron, me dejaron en paz. No es el hecho de que en un parpadeo te ponemos tres golpes, no. Es el hecho de que si me estás mirando, te puedo comunicar, a una buena distancia que me proteja la vida, que tú vas a arriesgar la vida conmigo. Estás poniendo en riesgo tu vida, porque yo estoy capacitado. Tú me quieres infundir miedo, pero yo también soy un tigre, si tú eres un tigre”. Otro día que el profesor y su hijo abordaban su coche, un vejo Neón blanco, después que pararon en un oxxo para comprar unos cafés, notaron que detrás de ellos se estacionó un carro del que bajaron dos individuos enseñando pistolas. Querían que les entregaran el Neón. “Bájense, bájense”, nos dijeron y nos enseñaron las pistolas, la sacaron y las volvieron a meter. Bajé mi cristal, le dije a uno asaltantes ‘acércate, ven’, le toque el hombro y le digo ‘¡estás viendo al demonio!’, y se espantó muchísimo, fue a hablar con el otro, se subieron a su ve-

hículo y se fueron despavoridos, como si hubieran visto al diablo”. “La actitud con la que vas a enfrentar a esa persona es muy importante. Ella llega para congelarte, para someterte, emocionalmente primero. Si te perfila como un animal débil, una persona con baja autoestima, vas a ser víctima de ella, pero si al mirarte ve a una persona decidida, llena de autoestima, no vas a ser su víctima”. Y es precisamente lo que el profesor Juan Manuel les enseña a sus pequeños pupilos en cada clase. Y recorre las primarias y las secundarias de la ciudad entregando folletos y pegando posters amarrillos con la propaganda del Programa “Antiasalto, antisecuestro y antiviolación”, como el que vi por primera vez en la puerta de la escuela “Federico Berrueto Ramón”, una tarde que caminaba por allí. “Les digo a los muchachos ‘tienen que ser suaves, nobles como las palomas, pero peligrosos como los tigres”, dice Juan Manuel mientras me enseña el álbum con las fotografías familiares en el comedor de su casa.

Les digo a los muchachos ‘tienen que ser suaves, nobles como las palomas, pero peligrosos como los tigres”.

Juan Manuel, sensei.


El dato

>Deseas formar parte del Programa “Antiasalto, antisecuestro, Amtiviolación”, llama al 143 48 64 y 251 69 08

Juan Manuel con su esposa en el defe, bien jovencitos ellos; el niño Juan Manuel y su abuelo, vestido con el uniforme de los famosos tamarindos de Policía y Tránsito del defe; el Niño Juan Manuel con Santo Clos en la Alameda Central, Juan Manuel y su esposa en la cima del nevado de Toluca, arrojándose pelotas de nieve; Juan Manuel con todo el equipo de instructores de la Asociación Japonesa de Karate y Juan Manuel disfrazado de payaso, en un cumpleaños de su hija. Es un sábado más de entrenamiento en el gimnasio de “La Maquinita”, platico con algunos padres que suelen acom-

pañar a sus hijos al karate. Ivette Corpus, por ejemplo, me cuenta de los cambios que han experimentado sus chicos desde que asisten al programa “Antiasalto, antisecuestro, antiviolación”. “Se les hace una disciplina, se les forma un carácter, se hacen más seguros, elevan su autoestima y aparte tienen mucha defensa personal”, dice. Mario Martínez trae aquí a su hija porque quiere que se forje una meta en la vida y nunca pruebe las drogas. José Juan Reynosa confía en que sus hijos se pueden defender de cualquier

agresión en las calles, usando lo que han aprendo aquí. Juany Carlos me dice que está contenta de ver cómo sus muchachos ya son más obedientes y respetan su autoridad. Disfruta mucho venir al entrenamiento con ellos. Y a Hilda Contreras no le cabe la menor duda de que sus hijos ahora están más seguros en todas partes y eso le da tranquilidad. “Digo ‘mijo se está preparando bien para el día de mañana que llegue a estar en peligro y sé que a lo mejor hasta a mí me puede defender”.


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