lunes 10 de noviembre de 2014 No. 451
Los Olvidados de ‘La Gloria’ Entre hedores y falsas promesas, en esta colonia luchan por tener esperanza
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Dr. Arturo Valdés Álvarez Cirugía Avanzada de Mínima Invasión Cirugía Bariátrica y Metabólica
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Olvidados en ‘La Gloria’ Entre hedores y falsas promesas, en esta colonia luchan por tener esperanza Te x t o p o r : J e sú s P é na Fot o s : Fe d e r i co J or dá n
S
i la nada tuviera nombre, se llamaría “La Gloria”, digo para mis adentros mientras recorro las calles de tierra de esta colonia perdida, hundida, como fuera del mundo, en algún lugar del norponiente de Saltillo, que no figura en el mapa de la ciudad y, por lo que se ve, tampoco en los programas y políticas gubernamentales. Lo comprobé días antes de venir aquí, una mañana que telefoneé a las oficinas de la Secretaría de Desarrollo Social de Coahuila, para preguntar si acaso tenían algún estudio situacional o radiográfico, que me arrojara alguna luz sobre este sector..
Ni siquiera sabían que existía, me dijo una funcionaria por el auricular. Llamé entonces a la Dirección de Desarrollo Municipal y otra burócrata me respondió que nunca había oído hablar de esta comunidad, y por lo mismo no la tenía en la lista de colonias marginadas a las que el Ayuntamiento, recién, había entregado algún beneficio. “Cómo dice que se llama la colonia?”, preguntó aquella mujer: “La Gloria”, contesté, “Ah pues… yo creo que como están en la gloria…“, reviró la empleada riendo. Por eso es que ahora estoy aquí. Quiero sentir, palpar, oler y ver de cerca la realidad que día a día, y desde hace más
de 30 años, impera en este barrio de casas de lámina y perros escuálidos echados al sol, que ladran al paso de los desconocidos. Hace un mediodía soleado y Blanca Aurora Ibarra Juárez, quien es voluntaria de la “Casa San Juan El Apóstol”, un centro comunitario auspiciado por el Colegio San Roberto de Monterrey, institución de inspiración católica que llegó a esta colonia hace tres años con el objeto de brindar asistencia social a las cerca de 300 familias que sobreviven aquí, ha accedido mostrarme algunos rostros de “La Gloria”. Caminamos las calles polvorientas y pedregosas de este territorio. Blan-
ca me cuenta que desde que llegó aquí, hará cosa de algunos 10 años, “La Gloria”, también conocida con los nombres de “Tierra Digna” y “Heberto Castillo”, al menos le sobran nombres, ha cambiado poco, si no es que nada. Toda le gente aquí se roba la luz, y también se abastecen de tomas de agua comunitarias: 10, que aparte de ser caras – los vecinos de “La Gloria” paga entre 2 mil y tres mil pesos mensuales por cada una de estas llaves colectivas - ,son insuficientes y no tienen drenaje, orinan y defecan en fosas que han cavado dentro de sus viviendas, construidas con materiales precarios, y los que no cavan fosas, tiran para el arroyo.
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Vivir entre porquería
Blanca me dice que ya está cansada de mandarle mensajes por Facebook al alcalde de la ciudad, Isidro López Villarreal, invitándolo a que un día de estos se tome un tiempo, se eche una vuelta por la colonia y mire las condiciones en que viven, sobreviven, sus moradores. Nunca le contesta. “Le digo: ‘Venga a aquí a La Gloria’. Nada… ‘Venga a ver cómo está la colonia, nos estamos robando la luz, ¡porque nos la estamos robando!”. Y eso no es todo, me dice, la colonia está sin pavimentar, porque los terrenos son irregulares, se encuentran en disputa legal en un juzgado desde hace años, entre al menos dos particulares que se dicen propietarios. No hay escuela cerca para los niños, tampoco transporte público. Nos adentramos más en esta comuna con apariencia de ejido o rancho subdesarrollado, donde puebla la yerba y la basura por todas partes: basura de ropa, animales muertos y escombros que camionetas y camiones, venidos quién
sabe de dónde, depositan a hurtadillas por las noches aquí, en “La Gloria”, que parece un tiradero clandestino a cielo abierto. No hay estudio epidemiológico sobre las enfermedades que padece “La Gloria”- la colonia no existe para la autoridades -, pero tampoco es necesario ir tan lejos para enterarse de que las infecciones estomacales, respiratorias, de ojos y piel – niños con granos, conjuntivitis, lombrices, anemia, estómagos hinchados por la desnutrición - , están a la orden del día. Y dice Blanca que a lo único que no han podido acostumbrarse, es al hedor y a las nubes de moscas que provienen de las marraneras, que son la mortificación diaria para los de “La Gloria”, sobre todo en tiempo de calor y a la hora de sentarse a la mesa para comer. “Huele muy feo, está uno comiendo y está comiendo moscas. Hay mucha cochinada por eso anda enferma la gente. A nosotros no nos hacen caso a ver si a ustedes sí, de que vengan y los quiten de aquí (los chiqueros)”, me dijo don Mo-
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desto Palma, 75 años, pepenador, un atardecer que platicamos a las afueras de su tejaban, plantado cerca de las porquerizas. El olor de las marraneras nos llegaba de lleno a la cara con el viento cálido que azotaba aquella tarde. Perdida en la nada
Sigo caminando con Blanca y de pronto a mí me da como una especie de pánico, escozor, cuando ella me cuenta que es común que por las calles de “La Gloria” salgan al paso de los transeúntes entre la yerba serpientes de todas las longitudes y grosores, también alacranes y tarántulas, que son el terror de los habitantes, a donde ni las ambulancias ni las patrullas entran, porque simplemente no dan con la colonia. En eso me acuerdo de la madre del taxista, que una mañana me dejó tirado a la entrada de “La Gloria”, justo donde empieza la terracería, porque dijo le acababa de cambiar los amortiguadores a su Nissan. Tomamos ahora por
algunas calles de esta colonia, si es que se puede llamar calles a estos caminos desnivelados de subidas y bajadas, de tierra y piedras que de vez en vez nos hacen tropezar. Conforme avanzamos vemos algunas casas levantadas con láminas, cartón, madera, hule, tela, lonas y lo que sea que sirva para resguardar del frío y del calor a sus habitantes. Más allá se observan algunas construcciones de bloque que han desplazado a los tejabanes. Sin duda el signo del exiguo progreso que han conseguido algunos vecinos de “La Gloria”, comiendo sopa y frijoles para modo de ahorrar y hacerse un cuarto decente. Le pregunto a Blanca que en qué trabajan, que a qué se dedican, que cómo hacen los hombres y mujeres de esta colonia para mantener a sus familias. Dice que la mayoría de los señores aquí son albañiles y los que no, pepenadores. Trabajan juntando botellas en el Relleno Sanitario, o por las calles de Las Torres y Saltillo 2000, sectores situados en las adyacencias de “La Gloria”.
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Migrantes en su ciudad
El analfabetismo en la “La Gloria” es alto, y aunque no hay estadísticas oficiales – la colonia no existe para la autoridades -, dice Blanca que es considerable el número de hombres y mujeres que no sabe leer ni escribir. “Como no tienen estudio no pueden ir a las fábricas a pedir trabajo, porque saben que cuando menos les van a pedir la primaria”, me dirá días después Alma Rosa Aguirre Torres, voluntaria encargada del Centro Comunitario Casa San Juan El Apóstol. La totalidad de las familias que viven, o mejor dicho sobreviven, en “La Gloria”, vinieron de algunos otros centros urbanos como La Guayulera y Tetillas, o de rancherías del sur de Saltillo y de estados como Zacatecas, San Luis Potosí o Oaxaca, sólo para hacer más cruda y lacerante su pobreza. Los habitantes de “La Gloria” son los migrantes mexicanos en busca del sueño mexicano del progreso.
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Huele muy feo, está uno comiendo y está comiendo moscas. Hay mucha cochinada por eso anda enferma la gente”. Modesto Palma, pepenador
Blanca me cuenta que llegó a esta colonia procedente de Las Teresitas, un sector popular al sur de ciudad donde vivía en una casa de renta, buscando un pedazo de tierra en el que establecer el patrimonio de sus hijos. Alguien en la calle le dio a su esposo un volante en el que se publicitaba la venta en abonos de predios en “La Gloria”. Al rato Blanca, su esposo y sus dos hijas, estaban viviendo en un tejabán y luego en unas piezas de bloque que consiguió levantar su marido a base de ahorros. Cuando la familia descubrió el fraude de la venta de lotes irregulares, ya era demasiado tarde. La historia de Blanca es como la de muchos en esta comuna, que están temiendo morirse sin tener ese papel que los acredite como dueños legítimos de sus tierras y sus casas. Pobres sin esperanza
“En este tiempo que he estado aquí, han fallecido como siete u ocho jefas de familia, señoras que se vinieron con una esperanza de tener un pedacito de tierra y que ya fallecieron y no lograron su sueño de tener su escritura, ni el sueño de dejarles a sus hijos un patrimonio”, me dijo una mañana que la entrevisté en su casa de Las Torres, María Delfina Guerrero, presidente de la fundación “María Delfina A.C.”, la primera que instaló en “La Gloria” un comedor y un centro comunitario. Enfilamos por otra vereda igual de terregosa que las demás, que todas. Blanca dice que me quiere llevar a la casa de un
señor que se llama “Don Beto”, otro de los preocupados por saber quién se irá a quedar con su vivienda una vez que él muera, porque, lo mismo que sus coterráneos de “La Gloria“, no tiene escrituras. Nos acercamos hasta la casa aquella, que parece, más bien, un palacio: paredes bien enjarradas, pintadas, puertas y ventanales de forja y pisos relucientes, entre la pila de tejabanes que la circunda, Le digo a Blanca que en todo caso preferiría me presentara a alguna de las familias que habitan en los tecuruchos de lámina, el reportaje es sobre pobreza, le aclaro, y su cara se contrae en una mueca de enfado: Blanca me dice que Don Beto, es uno de tantos vecinos que llegaron a esta comunidad levantando su tejaban de lámina, pero que con esfuerzo y trabajo ha conseguido edificar esta vivienda que resalta como parte de los contrates de “La Gloria”. “A mí me gustaría que supiera que todos tenemos… la oportunidad de tener una casa así o mejor, pero que no la tenemos porque creemos que nacimos pobres, que vivimos en una colonia pobre y pobres nos vamos a quedar”. Llamamos a la puerta, pero parece que Don Beto salió, que no está en casa, porque nadie abre. Blanca dice que, tal y como ocurre en otras colonias irregulares de Saltillo, la gente de “La Gloria”, no ha querido tirar sus tejabanes y construir cuartos de concreto y bloque por temor a que un día los desalojen.
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Sin embargo eso de cohabitar en chozas de lámina les ha traído a los de “La Gloria” algunas prebendas. “Cuando es tiempo de frío, vienen los de Protección Civil a dar cobijas, ah, pero nada más a los que tengan tejaban, por eso no lo quitan, porque va a venir Protección Civil y ‘nos va a dar despensas’”, me explica. Desgraciadamente, esos no son los únicos problemas que tienen hundido al barrio, dice Blanca: Aquí los fines de semana son normales las escenas de hombres embriagándose con cerveza; y aún entresemana de jóvenes, hombres y mujeres, en las esquinas, o afuera de sus casas, drogándose con resistol 5000. “¿Mi hijo va a crecer en este ambiente?, es lo que a mí me preocupa, lamentablemente no puedes tenerlos en una cajita de cristal”, me dijo Blanca otro día que platicamos en el comedor de la “Casa San Juna”, mientras un grupo de voluntarias preparaba chicharrón en salsa verde, sopa aguada y arroz con leche para las familias pobres de “La Gloria”.
Violencia extrema
Los periódicos de sucesos han noticiado incluso algunos hechos tremebundos ocurridos en “La Gloria”, como el caso de aquel adolescente que se autoinmoló colgándose de un alambre, nadie supo por qué, o el de un hombre que mató a golpes a su padrastro, mientras los dos se intoxicaban con resistol amarillo, también la noticia del que, alcoholizado, quemó vivo a su hermano. “Los peores pecados se cometen en ‘La Gloria’, hay de todo aquí. Yo digo que es la falta de consejo de los padres. La disciplina debe de empezar en el hogar”, recuerdo que me dijo Emilio Prado García, el pastor de la Iglesia de Cristo, una congregación que llegó a esta colonia hace 15 años para tratar de aliviar un poco la pobreza de los lugareños. En “La Gloria” es fácil que la gente cambie de religión por un plato de comida, o por un regalo el día Navidad. No hay padrones ni cifras oficiales – porque para el gobierno “La Gloria”, simplemente no existe - , pero el embarazo adolescente, es uno de los
emblemas o rasgos principales de este sector. Al menos me dirá Alma Rosa Aguirre Torres, la voluntaria encargada del Centro Comunitario “Casa San Juan El Apóstol”, se han contabilizado en los últimos meses alrededor de 12 niñas, de entre 13 y 16 años, que ya son madres o están a punto de serlo. La mayoría están solas, sus parejas no pudieron apoyarlas por considerarse demasiado jóvenes para ser padres. “Abunda eso aquí, pura mamá adolescente, ahora sí que niñas criando niños”, me dirá después Hilda Escobar Cárdenas, representante de la comuna y dirigente de la Unión de Colonos “Por el bien de Todos A.C.”. Y hay en “La Gloria” casos de niños y muchachos (hombres y mujeres), que no van a la escuela, que no terminaron la primaria o la secundaria, y hoy se dedican a hacer nada. “Esa gente tiene hambre de todo, tiene hambre de estudiar, de salir adelante, de progresar, de tener una esperanza, pero no tienen un proyecto de vida que dijeran ‘yo voy a ser costurera, policía,
panadero’, ya de perdido…”, me dijo María Delfina Guerrero. Hará cosa de unos tres años que al lado de “La Gloria” vino a instalarse una colonia nueva, con casas al estilo Infonavit, y totalmente urbanizada, que se llama “La Valencia”. Una Gloria que ya no existe
Blanca y el resto de los vecinos de “La Gloria”, de la que parece que ha sido desterrada por completo la palabra esperanza, no entiende por qué el gobierno los ha mantenido en el olvido por tanto tiempo, cuando los primeros pobladores que tuvo esta comunidad llegaron hace casi 30 años. Al parecer no existen antecedentes históricos de esta colonia conservados en algún archivo público, o particular. Todo lo que pude averiguar es que en estos terrenos agrestes estaba asentado un rancho o hacienda, que por su belleza natural, fue bautizada como “La Gloria”. Poco a poco, y casi a cuenta gotas, el lugar se fue poblando de gente salida, en su mayoría, de áreas rurales.
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Los niños se tomaban el agua de los tambos, el agua llena de tepocatas, de animalillos”.
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Los niños se tomaban el agua de los tambos, el agua llena de tepocatas, de animalillos”.
Doña Paulina Rubio, porque “La Gloria“, tiene a su Paulina Rubio, aunque no es como la del “Canal de las Estrellas”, fue la primera en llegar aquí, procedente de “Las Ánimas”, Coahuila, un ejido al sur de Saltillo. “Era puro monte, nosotros fuimos los que empezamos a construir, Puro monte ni gente con quién hablar uno…”, me dice otra tarde que platico con ella en la sala de su casa, de su casa que no es de lámina ni de bloque, como las demás aquí, si no de adobe. Entonces la gente de la “La Gloria” se alumbraban con lámparas de petróleo, velas o veladoras. Paulina había migrado a Saltillo con su esposo y sus 10 hijos, en busca de trabajo, porque en “Las Ánimas”, los campesinos no tienen otra forma de sobrevivencia que tallar lechuguilla. Las cosas no cambiaron para Paulina, que ahora vive tan pobre como antes. “Nos sentimos muy olvidados, pero ¿qué hacemos?, aquí estamos, ¿a dónde más nos vamos?”, dice.
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Con el tiempo “La Gloria”, se pobló de tejabanes, de gentes, unas 800; de familias, unas 300. Disputa por la tierra
De todas partes llegaron a vivir aquí, atraídos por muchos “alguien” que les ofrecieron y vendieron un terreno en esta colonia, sin advertirles que era irregular y que estaba en disputa entre al menos dos presuntos dueños: un arquitecto de nombre José Juan Ríos Leal y otro señor llamado Vidal Vargas Loa. Y es fecha que el litigio aun se ventila en algún juzgado civil de la ciudad. Nadie sabe para cuándo saldrá el veredicto. “El profesor Humberto Moreira decía ‘Vidal, nomás que salga el papel del juzgado y metemos todos los servicios’. Sabemos que en ese juicio somos los ganones y vamos a regularizarle a toda la gente’”, me dice un mediodía Martín Hernández Martínez, el encargado de una oficina en “La Gloria” que se dedica a comercializar estos terrenos pro-
piedad, presuntamente, del particular Vidal Vargas Loa, a un precio de 35 mil pesos. La gente de la colonia aún aguarda el momento de la regularización. “La gente estaba presionando a Martín que ya nos arreglara los terrenos, nomás vino y nos prometió que en agosto, ese agosto no se ha llegado, de eso hace tres o cuatro años”, me platica Blanca. Entonces la colonia que ya era conocida como “La Gloria”, adoptó simultáneamente, y como resultados del pleito, los nombre de “Tierra Digna” y “Heberto Castillo”. Heberto Castillo fue uno de los líderes sociales mexicanos, defensor de la democracia y la libertad de expresión, más importantes, surgidos del movimiento estudiantil de 1968. “La Gloria”, “Tierra digna”, “Heberto Castillo”, tres nombres que sonaban como a burla en una colonia que, desde que nació estuvo condenada a la pobreza, porque nació pobre como la mayoría de sus moradores pobres.
Luego vino lo de la aparición en “La Gloria” de algunas organizaciones no gubernamentales, cinco para ser exactos, religiosas, no religiosas y apartidistas, que establecieron comedores y centros comunitarios en los que se distribuían alimentos a bajo costo y se impartían talleres de superación personal para los niños, jóvenes y adultos, hombres y mujeres de este sector. Y yo no entiendo por qué si hay tantas oeneges con las narices metidas aquí, “La Gloria” sigue estando como está. Desaprovechan oportunidades
“Nadie hemos hecho nada por “La Gloria’, oiga”, me dijo Alma Rosa Aguirre Torres, la voluntaria encargada de “Casa San Juan El Apóstol”, un centro comunitario auspiciado por el Colegio San Roberto de Monterrey, institución de inspiración católica, que adoptó a esta comunidad como parte de una obra de responsabilidad social y personal, la mañana que la llamé para decirle que quería platicar con ella.
A pesar de eso, me contó Alma Rosa, la mañana que la visité en la “Casa San Juan”, un edificio con capilla, cocina comunitaria, aulas, canchas y área de juegos infantiles, han conseguido que hoy 18 niños y jóvenes de “La Gloria”, estudien becados en escuelas públicas y privadas de la ciudad, gracias al patrocino de alumnos, padres y maestros del Colegio San Roberto de Monterrey. Sin embargo tampoco entiende, como yo, por qué algunos de los chicos que en un tiempo fueron beneficiarios de estas becas académicas, dejaron la escuela, así nomás, para dedicarse a hacer nada. Tal y como sucedió con la hija de Blanca, una ex - becaria del Colegio San Juan Bosco, que tras quedar embarazada a los 16 años de un muchacho desempleado de “La Gloria”, abandonó sus estudios de bachillerato y se fue a vivir con él. “Mi hija tenía taxi a la puerta de la casa para ir y venir al colegio. Salió embarazada. Iba a cursar el tercer semestre, ya no lo terminó”, me dijo la madre,
aquella tarde que me acompañó a recorrer la colonia. Un Ángel en ‘La Gloria’
Un viernes lluvioso me encuentro en la casa de doña María Delfina Guerrero, la presidenta de una fundación que lleva su nombre y que fue la primera en instalar en “La Gloria” un comedor comunitario, al principio bajo un tejaban, después en un sencillo edificio que construyó, dice, con ayuda de sus hijos. Doña Delfina me está contando de una mañana, a la hora en que los vecinos de “La Torres” acostumbran sacar sus basuras a la calle, ella miró a una mujer que hurgando en los desperdicios, encontró unas cáscaras de naranja y se las dio de comer a sus dos hijos pequeños que aguardaban sentados en la banqueta. Ella la llamó, le preguntó que de dónde era, le compartió algo de su despensa y le propuso que todos los miércoles pasara por algunos comestibles para ella y sus críos.
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Calentaban las tortillas en una tapa de tambo, ái le metían unos palos”.
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Al rato la mujer volvió con más señoras y más niños. Después la gente vio a Delfina en “La Gloria”, repartiendo comida de unas cazuelas debajo de un pirul. “En ese tiempo les llevaban el agua en pipas. Cuando llegué allá los niños se tomaban el agua de los tambos, el agua llena de tepocatas, de animalillos. Nomás le soplaban y metían el vaso para tomarse agua. Calentaban las tortillas en una tapa de tambo, ái le metían unos palos y… Cuando hacía frío prendían una fogata grande y ahí se arrimaba la mayoría de los niños para calmarse. Un día un señor me dijo ‘Profesora, el frío me lo aguanto, pero el hambre no me lo puedo aguantar”, me platica. De aquellos días hay una escena que se quedó muy grabada en la memoria de Delfina: la de una pareja de la “La Gloria”, drogándose y drogando a sus dos hijos pequeños con resistol 5000, le dijeron, para matar el hambre. De a poco, Delfina se convirtió en una mujer controvertida para los ve-
cinos de “La Gloria”. “Es a conveniencia, quienes pertenecen y hacen lo que ella dice están, quienes no, hasta los corre”, me dijo una vecina que prefirió no dar su nombre. Muchos en la colonia coinciden con ella. Es otro día en “La Gloria” y esta vez me encuentro andando sus calles sin pavimentar con Hilda Escobar Cárdenas, quien se dice representante de la colonia y dirigente de una unión llamada “Colonos por el bien de todos A.C.”. Hilda es quizá, una de las personalidades más polémicas de esta comuna. La gente de “La Gloria”, dice de ella que se ha beneficiado vendiendo y revendiendo terrenos aquí y la última que les hizo fue haberles cobrado tres mil pesos por familia para la introducción de energía eléctrica, a través de una compañía particular, proyecto que canceló la CFE por ser “La Gloria” una colonia irregular.
“Va encontrar opiniones encontradas, a quien he ayudado obviamente la van a decir de lo mejor, a quien no le convengo le van a hablar mal de mí. Sobre mí pueden decir lo peor, más nada ni comprobable, ni que sea cierto, verídico a excepción de que también soy colono…”, me dice. Y asegura que si hay alguien que ha hecho por esta comunidad es ella, en primera porque logró, a base de luchas, que se trazara un plano oficial de la colonia; la asignación de números oficiales para las viviendas y la construcción, con ayuda de unos misioneros americanos, de un centro comunitario, otro más en “La Gloria”, donde eventualmente se realizan brigadas de salud, entrega de despensas y talleres de alfabetización. Mientras caminamos hacia un cerro,
desde donde Hilda ha sugerido que tomemos algunas fotografías panorámicas de la colonia, le pregunto que cómo llego aquí, que quién la trajo: “Compré para venir un fin de semana, estaba muy bonito, sin imaginarme que me iba a quedar aquí. A mí también me defraudaron, me robaron… Después la gente, como vio que yo era la que andaba de arriba para abajo, decidió que la representara”, contesta. Mi último día en la Gloria, y Blanca ha accedido llevarme a visitar a algunas de las familias emblemáticamente pobres de esta comunidad. Durante el trayecto hacia el corazón de la colonia nos topamos con Checo, un niño de 14 años, que hace no mucho dejó la secundaria porque no le gustaba, con todo y el apoyo de la “Casa San Juan”, y ahora se dedica a vaguear.
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Checo, que en este momento está sentado entre un montón de muchachos, seguramente sus amigos, viendo rodar el mundo, es parco para hablar, como algunos en “La Gloria”: “No pos nada, nada“, responde, cuando le pregunto que qué hace. Más allá encontramos a Don Modesto, viudo, 75 años, justo cuando acaba de llegar de recoger botellas de pet, que luego cambiará por unos centavos en una recicladora. No tiene pensión, Don Modesto fue minero y albañil, y por eso es que todos los días se levanta a las 06:00 de la mañana para ir rumbo a la colonia Saltillo 2000 a pepenar los envases de plásticos que se halla tirados por las calles. Al final de la jornada diaria obtiene por la venta del material unos 150 pesos que le permiten comer y no andarle pi-
diendo frías a nadie, ni a sus hijos, todos casados y alejados de la colonia. De paso Blanca me conduce hasta la casa de Jeymi, una adolescente de 15 años que también abandonó la secundaria y ahora carga en sus brazos a un bebé de 15 días de nacido. Su bebé. Jeymi habla poco, pero no parece realmente tímida, y cuando le pregunto que cómo ha sido su infancia en esta colonia y que si de verdad le gusta “La Gloria”, se limita a responder con un “chido”. Parece como si a su alrededor todo careciera de importancia y la vida, su propia vida, le fuera indiferente. “Que quisieras para tu hijo”, le pregunto: “Que sea alguien en la vida”, dispara, “Y qué les pedirías a las autoridades para tu colonia”, vuelvo a interrogarla: “No pos que arreglen, si quieren, si no… que así dejen…”, suelta. /marco vinicio ramírez ramírez
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