Semanario: ¡Ay San Francisco!, la plaza del pecado

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ÂĄay san francisco!

la plaza

del pecado

Sin temor de Dios, mujeres ofrecen su cuerpo a plena luz del dĂ­a


2 VANGUARDIA Lunes 19 de abril de 2010


La fauna

en un dos por tres Por Alfredo García

El escándalo de la pederastia

2.

Las tres o cuatro veces que aparece la palabra ‘legión’ en el Nuevo Testamento, es referida a Satán y las fuerzas infernales. Resulta curioso que Marcial Maciel la haya escogido para bautizar a su organización, y que El Vaticano hubiese aceptado ese nombre. En todo caso, es imposible afirmar que los curas pederastas sean una avanzada de Satanás en la Iglesia de Cristo. Baste sólo recordar que Jesús recomendó a sus discípulos que ninguno “escandalizara a los pequeños”, que libremente se le habían acercado durante una de sus prédicas. Hoy por hoy, algo huele a podrido en El Vaticano, y hasta el Papa parece contaminado por ese olor.

| Diccionario de autores

3.

La inviolabilidad de la infancia, por lo demás, es un mandato universal de las religiones, que la Iglesia ha violado en todas partes, de manera reiterada y sin plegarse a las leyes civiles de los países donde opera. Es cierto que la pederastia desgraciadamente ocurre también en las escuelas elementales (sobre todo católicas), en los equipos deportivos infantiles (sobre todo católicos), en los orfanatorios (sobre todo católicos). Sin embargo, lo que indigna es que la Iglesia no haya castigado a los sacerdotes culpables, de acuerdo a sus reglamentos internos, pero sobre todo, que no los haya entregado a la justicia civil para que respondan por sus crímenes. Esos inmundos curas son ahora una piedra en el cuello del Papa, y amenazan con hundirlo en el fango.

Semanario

Ilustración: Estefanía Barrera

Dictadura: Despiadada dictadura la de la opinión en las sociedades democráticas; no imploréis de ella ni caridad, ni indulgencia (Charles Baudelaire).

Si yo fuera presidente

¿Se imagina sentado en la silla que ahora ocupa Felipe Calderón? Miguel Ángel López Guerra,

tránsito

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Me gustaría que hubiera más valores en la sociedad, acerca de la familia y así. Entonces crearía sistemas psicológicos para la juventud, para que todo eso no se pierda.

2

Crearía una mayor cultura vial, y no lo digo porque sea oficial de tránsito, sino para que haya más conocimientos y más respeto.

Así habría menos accidentes.

3

Me acercaría a la gente, buscaría tener más contacto con ellos. Generaría diálogo para saber qué les incomoda, qué quieren, qué necesitan. Porque muchas veces eso es lo que falla.

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Pondría más atención a la gente marginada. Si observas Saltillo, crece

el centro, crece la parte industrial, los comercios y todo eso, pero a los demás los olvidan.

5

Generaría más trabajo, no importa de qué tipo. Todo sirve. Una vez que tengamos eso, podemos ayudar al desarrollo de esas personas para que no se estanque el país.

LA LICUADORA

Nadie es homogéneo, análogo, todos son una mezcla de… Una pizquita genética de fulanito, otra de menganito y una cucharadita de perenganito. Si no lo crees, ve cómo metes en una licuadora un tantito de éste, más del otro y un puñito de aquél, y luego verás quién sale:

Buzz Lightyear

Rodrigo Medina

Pablo Mármol

Gustavo De la Rosa

VANGUARDIa Lunes 19 de abril de 2010 / www.semanariocoahuila.com

1.

Maciel era una bomba de tiempo. Juan Pablo II murió oportunamente, antes de que le estallara en las manos, manchando para siempre su pontificado. No obstante, el vómito de la cloaca michoacana ha detenido, por lo pronto, el proceso de canonización del papa polaco. Además del caso del fundador de los Legionarios de Cristo, escándalos de abuso sexual infantil en Estados Unidos, Irlanda y Alemania han puesto a temblar el viejo edificio de la Iglesia de Roma, como no se veía desde tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando El Vaticano guardó un silencio cómplice ante el fascismo.

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Damas y caballeros

Autorretrato Con esta pálida estampa (autorretrato, se le llama en el argot literario) de quien esto escribe, llevo a su fin último y por 54 semanas seguidas este proyecto.

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Semanario

Un año donde este retratista trató de ofrecer su particular visión de estetas universales con el único fin: celebrar, o condenar en algunos casos, la materia artística en cada ente abordado. ¿Lo logré?

Por Jesús R. Cedillo

V

ivo en una casa amplia, en pleno Centro de la ciudad de Saltillo. Parece un chorizo por la disposición de sus habitaciones (cinco, de forma continua, seguidas; son las que habito en la segunda planta. Abajo es una especie de cochera, con la misma disposición de arriba, la cual tengo habilitada como biblioteca. Dos baños completos, un medio baño y un cuarto de servicio y lavandería). No obstante su fachada un tanto mezquina (sólo hay una gran reja negra de metal, la cual ya perdió su brillo y elegancia con el paso del imbatible tiempo) y sus pocos metros de frente, es una buena, una excelente casa para vivir, en la cual estoy muy a gusto.

Pago la renta justa: ni más, pero tampoco menos. Por lo general, pago mi renta con meses de retraso. La supuesta bonanza y recuperación económica pregonada por Felipe Calderón, en mis bolsillos es letra muerta. Vivo en una casa con un gran ventanal en la habitación que da a la calle por la entrada principal, aquí está habilitado mi estudio, luego siguen la biblioteca y sala de estar (donde habita mi becaria. ¿Recuerdan que Brozo tenía una?, bueno, desde entonces agarré dicha y sabia enseñanza y Jesús Cedillo tiene su becaria), luego sigue un pequeño comedor donde hay más libros, luego la kitchen donde sigue habiendo más libros y finalmente mi recámara, donde amén de haber más libros y videos, hay una cama confortable para dormir y reposar un tanto del trajín del día. Mi casa huele en verano a nardos y a incienso. En diciembre, durante todo el invierno, huele a café recién hecho;

un café fuerte, oscuro, amargo, el cual duele en el gaznate e impregna los ropajes de quien esté presente. Mi casa por siempre huele a buen jazz y a buen rock; un tanto menos a música clásica (está muy cara, los buenos discos e intérpretes están por las nubes de dinero y apenas alcanza para comprarla). Cuando las esquivas musas llegan y se van, también huele a su aroma de mujer y a aquello que esconden como un secreto entre sus piernas. Damas y caballeros, con esta pálida estampa (autorretrato, se le llama en el argot literario) de quien esto escribe, llevo a su fin último y por 54 semanas seguidas, este proyecto acogido con entusiasmo por las páginas de Semanario. 54 retratos de damas y caballeros (escritores, pintores, pensadores, fotógrafos, poetas), ancilado el proyecto todo, en aquella memorable serie de don Juan Marsé titulada “Señoras y señores.”

Un año donde este retratista trató de ofrecer su particular visión de estetas nacionales y universales con un único fin: celebrar, o condenar en algunos casos, la materia artística en cada ente abordado. ¿Lo logré? El lector que siguió estos retratos tendrá su mejor opinión. Lo bien cierto es que sigo escribiendo a mano en mi residencia que mira al norte y no al sur. Emperrada en recibir la ventisca gélida, la cual se apiña y endurece en sus barandales, mi casa no cambia de sitio ni de humor, igual que su residente. Mas amargado que simpático, de gruesas gafas que enseñan una miopía feraz, este retratista se despide por lo pronto de esta sección, no sin avisar que pronto regresaré amparado en otra sección y otro manto; manto menos benigno y sí más crítico, el mismo que forma parte de mi alfabeto desde que empuñé una pluma por vez primera. Au revoir entonces…


Escríbele a: maximoverso@gmail.com

Por Máximo Verso

C

onocí a Karen en mi maestría y por la forma en cómo me mira cuando discutimos sobre política económica me hace pensar que es una perversa en la cama. Ese día mientras ella argumentaba

No seamos egoístas que la estrategia de EU para salir de la crisis es un rotundo fracaso, yo me la imaginaba con una falda diminuta de cuero y látigo en mano, tocando la puerta de mi departamento. Por más que hacía un esfuerzo para concentrarme y no dejarme dominar en aquel debate intelectual, sus detalles me distraían. A Karen los cuarenta le sientan más que bien, su piel es tan impecable que no necesita

maquillaje, los rizos de su cabello tienen una caída perfecta sobre su espalda y su delgadez es la de alguien que corre por lo menos diez kilómetros todas las mañanas. Finalmente con todo eso en mi contra no pude hilar ninguna teoría así que le pedí que trasladáramos nuestra plática a una mesa con buen vino. Con el paso de las horas y de las copas, supe que vive sola, que le gustan las plantas y que tiene un perro llamado Coli. Del amor... pues como me lo suponía, el amor de su vida la engañó, se fue a vivir con ella y resulta que tenía en otra ciudad una esposa e hijos esperándolo los fines de semana. Creo que todavía respira furia cuando se acuerda y aquellos ojos dominadores me veían entonces como el gran amigo y confidente. Yo quería revertir eso pero ella estaba tan metida en su drama que nomás no pude. Del sexo... ijole pues como ya me había convertido yo en paño de lágrimas pues me confesó así con palabras

| Ménage à trois

entrecortadas y varios ¡Salud! de por medio que no le había ido nada bien. -Pero cómo, aparte de todo ¿el tipo era un mal amante?, le pregunto. -Más o menos. -Cómo que más o menos, o cumple o no cumple para mi no hay más. -Es que no sé...era raro. -Mmm ¿raro? ¿cómo que raro? ¿homosexual? ¿precoz? ¿pervertido? habla claro. -Pues nada de eso, digamos que muy macho, me dijo antes de apresurarse el vino como agua. -¿No me digas que te pegaba? -No, más bien... ¿cómo te explico? era un egoísta pues. -Ah entiendo. Bueno pero entonces dime ¿cuándo fue la última vez que tuviste un orgasmo? -Mmm... es que la verdad creo que nunca lo tuve, no estoy segura. Enmudecí, juro que enmudecí, no podía creer que esta mujer, así con sus cuarenta encima, segura, inteligente, guapa, con esa mirada de Dominatrix pudiera vivir en ese infortunio. Hasta escribirlo me parece inverosímil. ¿Están de acuerdo que ese era mi momento? Prohibido no tocar.

Únete al trío y opina en: http://untriodetres.blogspot.com/

El Renaut… Él dice: ¿Registraste tu línea en el último minuto porque creías que la compañía con la que tienes contratado el servicio te lo cortaría? ¡Pues qué ingenuo! Tomaste esa decisión porque olvidaste varias cosas: 1. La ley que obliga a darse de alta en el Renaut fue elaborada por diputados mexicanos, es decir, está mal hecha y no sirve absolutamente para nada. 2. Los encargados de diseñar y poner en operación el Renaut son funcionarios mexicanos, es decir, personas altamente entrenadas (y altamente eficaces) en el arte de hacer meter la pata, de echar a perder cualquier buena idea y; 3. Las empresas telefónicas que prestan el servicio celular en México saben bien todo lo anterior y conocen a la perfección el camino para sacarle la vuelta a normas y funcionarios estúpidos. Pero tampoco te lamentes mucho: si te registraste, al menos ya sabes cómo se hace y eso te ayudará cuando debas darte de alta en el Renaut II, un registro que “ahora sí” va a funcionar y que ya estamos preparando para que vivas mejor. Ella dice: ¿Qué si me registré en el Renaut? Sí lo hice y con mi nombre real, porque tengo amigos que decidieron hacer su protesta a la mexicana y adoptar seudónimos como María Félix, Felipe Calderón, Carlos Slim y otras lindezas. ¿Qué si creo que sirve? Por supuesto que no, desde el principio se vieron las inconsistencias de esta súper idea

Dicen que tres cabezas piensan mejor que una... ¿será?

creada por nuestros altamente eficaces funcionarios públicos. Pero no fui de los que motivados por la desesperación estaban mandando su mensajito a las 11:59 de la noche del día límite. Ya sabemos que “los mexicanos dejamos todo al último”, y aunque no creo en las bondades del Renaut, pensé que si me la paso mandando mensajitos a todos mis amigos y subiendo mis pensamientos más profundos al Twitter, no perdería nada con darme de alta en esa novísima y revolucionaria iniciativa, así como tampoco el país ganará nada en materia de seguridad. Gay dice: Pues con la novedad de que una iniciativa que se realizó para proteger a los ciudadanos de extorsionadores y secuestradores, arrancó con el registro puntual, ¡pero de los mismo delincuentes!, quienes ni tardos ni perezosos se adjudicaron el CURP de otra persona y listo. ¡Mis vidaaaaaaaaas los del Renaut!, fue lo que pensé cuando me enteré del chistecito, pues ahora que alguien secuestre a una persona, tendrán que ir detrás de Carlos Slim, Felipe Calderón o Carmen Salinas (bueno fuera que metieran a esa bocona y vulgar a la cárcel), y de otra gran cantidad de personas de a pie, como usté y como yo, incluso los que no cuentan con teléfono celular y que ya estamos muy registraditos por obra y gracia de algunos graciositos y de esos, de los que supuestamente nos iban a proteger y resulta que se les adelantaron en el camino. Otra iniciativa pirata, para un país pirata.

Semanario

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| Prohibido NO Tocar

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“Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén, y halló en el templo vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y cambistas sentados. Hizo un azote de cuerdas, y los echó a todos del Templo con las ovejas y los bueyes, tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas. Y dijo a los vendedores de palomas: “Quitad esto de aquí: no hagáis de la casa de mi Padre un mercado”. Sus discípulos se acordaron que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Evangelio de San Juan, 2:13-22

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la plaza del pecado

Con San Francisco de Asís como testigo, mujeres cuarentonas han tomado como suya esta plazuela para vender ratos de placer a los hombres mayores que ocupan las bancas en busca de esparcimiento. El mercadeo ocurre a plena luz del día, sin temor de Dios y menos de las autoridades p o r J E S Ú S pe ñ a f o t o s : h ect o r ga r c í a y o sca r de l a r o sa

A

quí uno fácilmente puede conseguir desde una indulgencia hasta unas enchiladas verdes con lechuga y jitomate, desde un buen libro, hasta unas papas fritas bañadas en salsa Valentina y limón; desde un dulce de camote, hasta una artesanía típica; desde una imagen de San Francisco de Asís, hasta un rato de placer con una mujer cuarentona por sólo 150 pesos. O al menos, es lo que cuenta un bolero moreno y regordete, que todas las tardes suele hacer sitio en este lugar.

Atraído por semejante oferta, una mañana de un sol que hace chorrear la piel, me encuentro sentado en una de las bancas despintadas que rodean la fuente sin agua de la Plaza San Francisco que, según las crónicas, antes se llamó de Santiago y cuyo nombre oficial es hoy de Zaragoza. Es la víspera de la Semana Mayor. A mi espalda se levanta imponente la fachada del templo franciscano, una de las iglesias más antiguas de la ciudad, construida en 1787, y que a esta hora luce con las puertas cerradas y las campanas dormidas. Cerca de mí, en las bancas de más

allá, se ven hombres de sombrero y rostros como de 60 años, con aire de jubilados o campesinos metidos a obreros o albañiles de la ciudad, que charlan con desenfado o toman el fresco solitarios bajo los árboles espesos que cubren con sus ramales la fuente, en el corazón de la plazoleta. De pronto llega hasta acá una alharaca de voces y carcajadas que ha formado un grupo de mujeres reunidas en la banca que se halla en uno de los accesos al jardín, por la calle de Ateneo, justo al lado del puesto de dulces tradicionales que se halla frente al Edificio Coahuila, lugar que antaño ocupó el

Ateneo Fuente. Desde aquí alcanzo a ver blusas escotadas de colores chillantes, minifaldas o pantalones de mezclilla ajustados, que dejan ver cuerpos nada esculturales. Varios de los hombres que reposan en torno a la fuente miran con insistencia hacia aquel lugar, hablan bajo y, de vez en cuando, dejan escapar una que otra risa maliciosa. Avanza la tarde, el silbido de los pájaros se confunde con el ruido de los motores de los coches que circulan por el centro. EL olor penetrante de la a resina, escurriendo por los árboles, inunda toda la plaza. *** Al cabo de un rato echo a caminar rumbo a la calle de Ateneo, sobre el corredor bordeado por troenos y árboles que conducen a la banca donde se encuentran aquellas mujeres de blusas abiertas y pantalones apretados. “¡Eh!, ¿vamos?, ¿vamos al cuarto?”, me dice una de las chicas en cuanto me mira pasar frente al grupo. Con ella hay otras dos mujeres. “¿Cuánto?”, le pregunto nervioso. “100 y 50 del cuarto”, responde la muchacha, que es más bien de rostro aseñorado, lleva el pelo rubio hasta los

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Perez Treviño #444

Esta foto, cortesía de Carlos Carmona, muestra la cotidianidad del Saltillo de antaño, que ante la investigación de Jesús Peña, no se parece en nada al Saltillo de hoy.

hombres, una blusa azul turquesa y un pantalón corto. Le pregunto entonces que si puedo regresar más tarde y responde que sí, que ella se irá de aquí alrededor de las 3:00 de la tarde. Pasado el mediodía arribo de nuevo a la plaza, busco a la chica con la mirada y entre las ramas de los árboles la distingo sentada en una de las bancas que rodean la fuente. ¿Ya?, me pregunta apenas me acerco. La acompañan las dos mujeres que vi antes, una de ellas gruesa, de unos 45 años. La otra delgada, de cutis veinteañero, chongo castaño, blusa negra y pantalón de mezclilla. “Entonces... ¿vamos?”, insiste la mujer de la blusa turquesa. “¿Con quién?”, la interrogo. “Conmigo”, responde. Le pregunto entonces que si

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puedo llevarme a otra de las mujeres que están con ella. “Pero él es hombre!, ¿no hay problema?”, dice señalando con el índice a la chica joven del chongo castaño. “No, mejor con usted”, le digo a la mujer y ambos la emprendemos hacia la calle de Ateneo. En el trayecto nos topamos con un grupo de hombres maduros que se hallan sentados en una banca. Cuando pasamos frente a ellos siento que me traspasan con la mirada, sonríen y la mujer los saluda con cierto dejo de coquetería. Sigo con la mujer por la calle de Ateneo y justo cuando doblamos a la derecha, me informa que iremos a una casa donde un señor de nombre Agustín renta un cuarto a las chicas que, como ella, “trabajan” en la plaza. Luego me explica que este Agustín es además padre del ho-

mosexual que hace rato la acompañaba y del que después me entero es el encargado de cobrar la renta del cuarto y de contactar a los clientes con las muchachas de la plaza, tal y como lo hacen, propina de por medio, los boleros que laboran en este lugar. “¿Y no hay chicas más jóvenes?”, le pregunto a la mujer, que más tarde sabré se hace llamar Laura. “No, de esas no hay aquí, son puras señoras de 30 pa arriba, nomás anda el muchacho, pero es jotito... ¿A ti te gusta eso?, ¿sí te lo echabas?”, me dice entre carcajadas. “No”, le contesto tajante. Luego me platica que es común que a esta plaza vengan hombres jóvenes y no tan jóvenes a buscar encuentros sexuales con este homosexual. “Tiene sus clientes”, me cuenta

entre sonrisas. “¿Lo buscan?, insisto. “Seguido, dos señores, uno de ellos es maestro del Tecnológico”, responde. “¿Ah sí?”, vuelvo a interrogarla. “Sí, dice que el maestro y el otro señor están bien chilu...”, suelta. En unos minutos entro con la chica en una casa sin número ni ventanas. *** De pronto y mientras estoy con la mujer en el cuarto oscuro y hediondo a humo de cigarro y sudor de pies, me viene a la cabeza la conversación que otra tarde calurosa tuve con un bolero de la plaza, a quien pregunté si es que era verdad que a este lugar concurren mujeres de esas para pasar el rato. “¿Quién te mandó?”, me preguntó aquel bolero y le contesté


que un amigo taquero que suele venir de vez en cuando a este lugar para echarse una canita al aire. El hombre cogió con sus manos renegridas el bote de tinta fuerte, esbozó un sonrisa pícara y comenzó a untar con grasa mis burdos zapatos de reportero de calle. Luego me contó que en esta plaza, de lunes a domingo, entre 9:00 de la mañana y 6:00 de la tarde se mueve un grupo de entre 10 y 20 chamacas, que van de banca en banca en el sitio donde está la fuente, ofreciendo servicios sexuales entre los hombres madurones que gustan de venir a este jardín para reposar. Me confió además que muchas de estas mujeres, bajan al centro de la ciudad desde colonias populares porque tienen su cuartel a unas cuadras. ¿Hay de todas las edades aquí?”, le pregunté.

“Señoras y viejitas pa’ los maistros, ellos ya las conocen a todas”, respondió. Después me contó que algunas de las chicas que “talonean” en la plaza San Francisco, trabajan en un bar cerca de ahí y en donde las noches de fines de semana hay pista de baile. “¡Listo!”, soltó de pronto tras la última cepillada. “¿Y ahorita hay muchachas?”, lo interrogué y apuntó con la cabeza hacia el puesto de dulces típicos que está por la calle de Ateneo. Sin más me despedí. “¡Ah yo pensé que querías alguna!, ¿les hablo?, ái nomás me das 20 pesos...”, le oí decir y me alejé rumbo al centro. *** Es Semana Mayor. La tarde de un lunes regreso a

la plaza, donde otra vez se ve a los hombres de sombrero y aspecto campirano descansar en las bancas alrededor de la fuente. El olor dulzón a resina que mana de los arboles colma la atmósfera. Esta vez las puertas del Templo de San Francisco lucen abiertas de par en par y sobre la explanada se observa el ir y venir de familias entre los puestos de comida y artesanías que empiezan a instalarse. Recargado en una cerca del jardín miro cómo algunas mujeres, vestidas con blusas que dejan ver la mitad de sus senos caídos y pantalones que resaltan sus caderas ensanchadas, se pasean de banca en banca e intercambian palabras con algunos caballeros. “¿Vamos?, ¡ándale, vamos, corazón!”, se les oye decir desde acá sin recato, al tiempo que varios

niños y algunas parejas de novios permanecen sentados sobre los bordes de la fuente, contemplando la tarde y escuchando el hurlar de las palomas, que vuelan desde el campanario al pico de la fuente. De repente algo parece llamar la atencion de la gente, es un hombre de portafolio con camisa roja, pantalón gris y zapatos boleados, que a simple vista parece cuerdo, a no ser porque la gente lo oye entonar a toda voz una canción de José José, la de “Payaso”. “Y es verdad soy payaso, pero qué le voy a hacer, uno no es lo que quiere...” La escena de la gente riéndose sin disimulo de este hombre es realmente surrealista. En todo este tiempo ningún policía se ha visto rondar por la plaza en la que, cuenta la historia, fue colocado un kiosko el 2 de abril de 1906 que permaneció aquí hasta Lunes 19 de abril de 2010 VANGUARDIA 9


Todavía hace poco los refugios estaban sobreocupados, algunos tenemos capacidad para 10 familias, sin embargo llegamos a alojar hasta 12 y quedan otras en lista de espera, no hallábamos dónde acomodarlas, ellas eran expulsadas de su hogar y venían solicitando apoyo, corría peligro su vida y la de sus hijos”. Alma Rosa Hernández, directora del refugio Nuevas Opciones de Vida.

Aparentemente venden dulces pero si les sale una oferta...

Laura y su amigo pasan las mañanas buscando posibles clientes.

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la década de los setentas, del siglo XX. Veo venir entre la muchedumbre a Laura, la mujer con la que estuve el sábado. La acompaña el homosexual del chongo castaño. “¿Vamos?”, dice la mujer sin saludar. “¿Contigo?”, le pregunto. “Pues hay otras señoras y la muchacha que despacha el puesto, pero esa no jala”, dice señalando el estanquillo de los dulces tradicionales que está frente al Edificio Coahuila, y desde donde se ve a una mujer joven de cabello azabache, tez morena y que está vestida con un pants rojo que ciñe su cuerpo voluptuoso. “¿Quién es?”, le pregunto a Laura. “Mija”, replica. Luego me cuenta que por la calle de Lerdo y Xicoténcatl hay una peluquería, en la que un tal Emilio renta cuartos para mujeres que ofrecen servicios sexuales. “Si quieres te llevo”, dice. Lo que ella ignora es que hace más de un año Semanario exhibió lo que había detrás de esa peluquería. “Otro día”, contesto y enseguida le pregunto si sabe de una casa cercana donde haya mujeres y cerveza. Poniendo cara como de asustada, me advierte que en esa casa es frecuente que caiga la policía y que además las señoras que acuden ahí son “gordas y feas”. “Pero, si así te gustan...”, balbucea con ironía. “¿Vienen a la plaza?”. “Pasan a la tienda”, responde y deja escapar la frase de rigor: “¿Entonces qué? ¿vamos al cuarto?”. “No, otro día”, respondo. Laura se da la media vuelta y, como las

demás mujeres, empieza a ir de banca en banca o detiene a los señores que caminan por la plaza. Pasados unos minutos enfilo hacia el centro, no bien camino unos metros cuando oigo detrás de mí la voz del homosexual. “¡Eh!, dice la señora que si te quieres ir con la muchacha del puesto”, me pregunta y juntos retornamos al corazón de la plaza, cuyo terreno, dicen las memorias, fue utilizado como cementerio a finales del siglo XVll y principios del XVlll. Minutos después me veo caminando detrás de la muchacha del pants rojo y cuerpo voluptuoso, pensando cómo su madre pudo habérmela ofrecido. La chica, que asegura tener 18 años, me pide que no quiere que las demás mujeres se enteren y vayan con el chisme al dueño del puesto de dulces típicos. “Son bien chismosas”, me advierte. Yo le digo que mejor otro día. *** Es la mañana del Miércoles Santo y el olor a churros dorados en aceite y enchiladas de queso con lechuga y jitomate llena toda la plaza. El reloj no ha marcado las 10:00 cuando ya se observa a grupos de hombres charlando en las bancas con algunas mujeres de blusas descubiertas y minifalda. Hay relajo, jolgorio y algunos de estos hombres hablan de irse con estas mujeres a tomar unas caguamas heladas. Parece como si en la plaza, que hace años fuera paseo de estudiantes y parejas de novios que venían aquí para escuchar las se-


renatas que daban las orquestas las noches de jueves, todos se conocieran de siempre, desde el barrendero del Municipio que charla con las mujeres mientras vacía en su carrito los tambos de basura, hasta el vendedor de la Coca Cola que hace un alto en la plaza para saludar de beso en el cachete a la comitiva de prostitutas. Allá se ve un tumulto de gente que entra y sale de misa en el templo de San Francisco. Apenas me siento en una de las bancas me aborda una mujer pelirroja, chaparra, de senos desbordados, rostro burdo y henchido cuerpo, que lleva puesta una blusa amarillo mostaza y un pantalón de mezclilla desteñida. “¿No vas a querer?”, dispara mientras degusta una bolsa de papas fritas bañadas en salsa y limón. “Siéntese a echar una platicada”, le pido. La mujer, que por boca de sus amigas me entero, se llama Claudia, me dice que hace de todo, sólo tengo que pagarle 100 pesos y 50 por la renta del cuarto de una casa que está cercana a un callejón. “¿Vas a ir?”, dice con impaciencia. “Vamos a platicar”, respondo y sin decir nada se va. *** A través del jardín alcanzo a ver que se aproxima el homosexual seguido de Laura, la mujer que desde un principio, sin querer, se ha vuelto mi informante en la plaza. “¿Qué te decía la güera mariguana?“, me pregunta. “Nada”, respondo. “¿Que te fueras con ella, ver-

dá?”, vuelve a interrogarme, mientras observo en el suelo a una paloma plomiza persiguiendo a otra para arrebatarle del pico una cáscara de pepita que se encontró en el suelo. El homosexual permanece de pie junto a nosotros sin decir palabra. Después, Laura me cuenta que es frecuente que la chica pelirroja y de blusa mostaza se pasee por aquí con otras mujeres a plena luz del día, intoxicándose a la vista de las familias que vienen de paseo. Y refiere en cambio que por esta plaza es poco común ver a algún policía montando guardia o haciendo rondines de vigilancia. “Casi nunca vienen...”, dice. “¿Y cuándo llegan a venir?”, la interrumpo. “Nos vamos”, remata y platica cómo algunos policletos han intentado cobrar a estas mujeres derecho de piso con favores sexuales. “De repente llegan y te dicen ‘móchate ¿no?’, nosotras mejor nos retiramos”, revela, al tiempo que me señala con la mirada a un hombre con trazas de indigente que se halla orinando dentro del jardín. “Mira, ese ya ni la friega, en peligro venga la ley y se lo cargue”. *** Cae la tarde del Jueves Santo y la plaza se ve atestada de más y más familias que acuden a los oficios de Semana Santa o permanecen en torno a la fuente que esta vez luce encendida y rebosante de agua. Desde hace rato que estoy sentado en una banca acompañado por Laura, mi informante, quien se

De repente llegan y te dicen (los policías) móchate ¿no?, nosotras mejor nos retiramos”. Laura.

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Ahorita me dice uno ‘no, porque es pecado, hoy no es día de carne’”. Laura

queja de que éste es uno de esos días malos en que no ha pescado un sólo cliente. “¿Está flojo?”, pregunto, la mujer afirma con la cabeza y a una seña del homosexual se levanta y va al encuentro de un anciano de sombrero y camisa vaquera roja que acaba de llegar a la plaza. Al poco tiempo la mujer regresa. “Dice que trae la presión alta”, me explica. “¿Y eso qué?”, suelto. “No puede, ¡imagínate!, en peligro y le dé el infarto...”, comenta y dice que desde hace rato ha estado haciendo la lucha con otros hombres pero que nada. “Ahorita me dice uno ‘no, porque es pecado, hoy no es día de carne’”. Aprovecho para preguntarle a Laura si alguna vez las mujeres de la plaza han tenido problema con los sacerdotes Franciscanos que atienden el templo. “No, ¿por qué?”, contesta con extrañeza. Le pregunto entonces si el hecho de que haya más familias en la plaza por los días Santos les impide trabajar con más soltura. “No, al contrario, ¿no ves que nos sordeamos mejor de la policía?”, revela. Luego le pido me hable de su hija, la muchacha que atiende el puesto de los dulces típicos. “Ahorita no puede, es que ahí está el dueño del puesto”, responde y agrega: “búscate otra”. Después empieza a contarme de una tal Estrella, que también suele llevar a sus clientes a la casa donde ella me llevó, pero que tiene el inconveniente de que cuando anda borracha le da por armar camorra con los clientes de la plaza. “Tú sabes si te la llevas, pero esa vieja es bien mamona cuando anda peda”. “¿Por qué?” “Llega a la plaza y te pone en Este policía llegó también en busca de lo suyo y ni se tomó la molestia de cambiarse el uniforme. Las demás lo alertan de la lente.

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vergüenza con toda la gente” “¿Cómo?”. “Se pone a gritarte ‘¡ándale, vamos al cuarto!, a ver... cómo la otra vez sí me agarraste, ¿ora no quieres?’”, narra Laura y vuelve a preguntarme “¿Te quieres ir con ella?” “No, de plano”. *** Pasado el Domingo de Resurrección y entrada la Pascua, regreso a la plaza San Francisco. Es lunes, como a las 3:00 de la tarde, y las bancas que rodean la fuente están vacías, sólo se ve a un grupo de hombres maduros que a juzgar por su conversación esperan la llegada de las mujeres. El olor a resina envuelve de nuevo el ambiente. “Te digo que esa güera cabrona está muy buena”, se escucha decir a uno de los señores de sombrero y bigote. “Por ái anda otra gordita paséandose”, replica otro de canas y gafas negras. “Sí, pero está bien fea la cabrona ”, dice un tercero. “Pos yo voy a esperar a la güera, no sea que me vayan a hacer el gane”, dice el señor de sombrero y bigote volteando hacia donde me encuentro. “Mírela ahí viene”, avisa el canoso de las gafas negras, cuando ve aparecer por el jardín a una mujer de vestido entallado que les hace señas con las manos. “Andará caliente la cabrona”, dice otro de los ancianos. “Pos ái nos vemos”, el hombre de bigote se levanta de la banca y se aleja tras la mujer, los demás comienzan a burlarse. En eso me quedo pensando cuántos secretos más no esconderá este lugar, cuando de pronto una voz de mujer me trae de nuevo a la plaza “¡Qué pasó, corazón!, ¿vamos al cuarto...?”.


Lunes 19 de abril de 2010 VANGUARDIA 13


Semanario

| Claro que ud. lo sabe

| Los menesteres del ocio

|| Por Miguel Agustín Perales

|| Por Alfredo García

1.- Octavio Paz murió el 19 de abril de … ■ a) 1988; ■ b) 1998; ■ c) 1996; ■ d) 1997.

5.- El sustantivo chachalaca proviene del … ■ a) quechua; ■ b) portugués; ■ c) italiano; ■ d) náhuatl.

2.- “Lo más escandaloso del escándalo es que uno se acostumbra”. Es este un aforismo de … ■ a) Julia Kristeva; ■ b) Gertrude Stein; ■ c) Simone de Beauvoir; ■ d) Rosa Chacel.

6.- Cochabamba es una ciudad … ■ a) peruana; ■ b) argentina; ■ c) boliviana; ■ d) chilena.

4.- Un icosaedro tiene … caras. ■ a) 20; ■ b) 100; ■ c) 10; ■ d) 0.

8.- La Renana es una sinfonía de … ■ a) Schumann; ■ b) Mozart; ■ c) Bruckner; ■ d) Schubert.

Respuestas: 1) b; 2) c; 3) d; 4) a; 5) d; 6) c; 7) b; 8) a.

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3.- En …, aventura de la serie de Astérix, este y Obélix se ven obligados por la necesidad a intentar un robo en un banco. ■ a) Astérix y los godos; ■ b) La odisea de Astérix; ■ c) Obélix y compañía; ■ d) El caldero.

7.- El … es el río más caudaloso del mundo. ■ a) Congo; ■ b) Amazonas; ■ c) Yangtsé; ■ d) Nilo.

superméndez

La amistad del diccionario. En 1862, en la segunda carta que la gran poetisa Emily Dickinson le escribió a Thomas Wentworth Higginson, el tercero de sus maestros y póstumo editor suyo, ella narra textualmente: “Cuando era pequeña, tuve un amigo que me enseñó lo que era la inmortalidad, pero se aproximó demasiado a ella y nunca regresó. Poco después murió mi maestro, y durante largos años mi única compañía fue el diccionario. Luego encontré a otro, pero no quería que yo fuese su alumna y se fue de la región”. Humour Noir. El humor de Emily Dickinson alcanza a veces los límites de la crueldad: “¿Quién será el periodista que escriba los artículos acerca de esos divertidos accidentes en los cuales los trenes chocan inesperadamente, o aquellos en los cuales los caballeros son limpiamente decapitados en accidentes industriales? Mi hermana Vinnie estaba desilusionada porque hoy hubo sólo unos pocos”. Cuando una mendiga golpeó a su puerta, escribió: “Hoy no ha llamado nadie, sino una pobre señora que buscaba un hogar. Le dije que sabía de un sitio, y le di la dirección del cementerio, para ahorrarle una mudanza”. Ruleta rusa. Emily Dickinson definió su poesía con estas palabras: “Si tengo la sensación física de que me

El único superhéroe de Saltillo y la región (incluyendo Ramos)

levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía”. La abeja ebria. Degusto un licor nunca destilado, en cálices tallados en perlas. ¡Ni todas la cubas del Rin rinden un alcohol semejante! Borracha de aire y corrupta de rocío me tambaleo por interminables días de verano desde posadas de líquido azul. Cuando los posaderos echen a la abeja ebria de la puerta de la digital, cuando las mariposas renuncien a sus néctares, ¡yo beberé aún más! hasta que los serafines agiten sus sombreros nevados y los santos corran a las ventanas para ver a la pequeña bebedora apoyada contra el sol. (Emily Dicksinson, cerca de 1860) Poema para Emily Dickinson Del otro lado de la noche la espera su nombre, su subrepticio anhelo de vivir, ¡del otro lado de la noche! Algo llora en el aire, los sonidos diseñan el alba. Ella piensa en la eternidad. (Alejandra Pizarnik).

Por J. Latapí


VIDEÓDROMO

Siempre a tu Lado parece una melosa tarjeta de hallmark convertida en 90 minutos que garantizan, pese a sus fallas, conmover a quienes la vean

Así como la película de Walt Disney puso de moda a los dálmatas y aquellos comerciales odiosos de Taco Bell duplicaron las ventas de chihuahueños en Estados Unidos en los noventas, les aseguro que la melosa y dispareja Siempre a tu Lado, aunque quizá no vaya a ser tan famosa, elevará un poco la demanda por los akita, la raza de perros japonesa que protagoniza la última película del realizador sueco Lasse Halström. Siempre a tu Lado está basada en la historia verídica de un fiel perro japonés llamado Hachiko, que durante nueve años esperó a su amo a las afueras de la estación de tren de Shibuya después de que éste muriera. Halström traduce a la época actual esa popular historia japonesa de 1932, que en aquel país es prácticamente una leyenda, y nos cuenta la historia de Parker Wilson (Richard Gere), un académico que encuentra un día un cachorro en la estación de tren del pintoresco pueblecito

gringo en el que vive con su esposa. Wilson decide llevarlo a casa, pero su esposa Cate (Joan Allen) no está tan contenta con la idea de tener un perro. Ella finalmente acepta, y su esposo desarrolla una profunda amistad con Hachi, su fiel mascota que diariamente lo acompaña a la estación del tren por la mañana y lo espera pacientemente a que regrese en la tarde. Al igual que la mayoría de los posters de las películas del sueco Lasse Halström, quien emigró a los Estados Unidos tras el éxito que tuvo con la excelente My Life As a Dog (1985), y que ha dirigido algunas películas bastante decentes desde entonces en Hollywood, el afiche de Siempre a tu Lado parece una tarjeta Hallmark. Una vez dentro de la sala, esto es precisamente lo que vemos: una melosa tarjeta Hallmark convertida en 90 minutos de cine que garantizan, a pesar de sus fallas y múltiples lugares comunes, conmover a quienes la vean. ¿A quién no le gusta ver de vez en cuando, como lee el poster de la cinta, “una historia real de lealtad y amor incondicional”? Todo el público va a sentir el proverbial nudo

Semanario

en la garganta en algún punto de la película (me incluyo, lo acepto), y los amantes de perros van a sollozar como bebés durante sus noventa minutos de duración, pero el hecho es que Siempre a tu Lado funciona bien como anécdota mona, más no necesariamente como una narrativa cinematográfica envolvente y novedosa. El problema es que la película, a pesar de que sus pautas lagrimeras funcionan relativamente bien (con una historia así, habría que ser un director completamente incompetente para fracasar en esta tarea, la verdad), Siempre a tu Lado no tiene suficiente tela de donde cortar para convertirse en una cinta de noventa minutos cohesiva y Halström se ve obligado a rellenarla de algodón de

Radar

azúcar sentimental que termina por hartarnos un poco. El director tiene resuelta la historia (a fin de cuentas está basada en hechos reales), pero prefiere no tomar riesgos y contárnosla tal cual, con resultados emotivos pero sumamente predecibles. Sí, un perrito triste siempre nos va a llegar, pero la verdad es que al salir de la sala, después de que se han secado las lágrimas, uno puede ver esto con objetividad, y darse cuenta de que Siempre a tu Lado en realidad es una película mediocre que logra salvarse gracias a un perrito bastante mono y a una historia real irresistible, que la verdad basta que te la platiquen para decir “¡awwwww!”. Se hubiera agradecido más cine, más inventiva, y mucho menos chantaje.

Suena a…

Por Esteban Cárdenas

escardenas@vanguardia.com. mx

El canta-autor de culto Will Oldham regresa bajo el seudónimo Bonnie “Prince” Billy, y acompañado por The Cairo Gang (el proyecto del guitarrista y vocalista Emmett Kelly), esta vez nos entrega un disco austeBonnie muy al estilo improvisado de “Prince” Billy &ro su trabajo en los noventas, que The Cairo Gangse aleja un poco del country de • The Wondershow sus dos últimos discos y se comof the World plementa bien con el folk rock • 2010 tradicionalista de Kelly. The Wondershow of the World es un disco calladito muy fácil de escuchar, en donde la voz temblorosa de Oldham se entrelaza y se complementa bien con el falsetto de Kelly y su impecable trabajo en la guitarra. Esta colaboración alcanza sus notas

altas en canciones como la abridora “Troublesome Houses”, “Teach Me to Bear You” con su increíble solo bluesero de guitarra, “With Cornstarlks or Among Them”, en donde este dueto homenajea el disco Harvest de Neil Young, y la encantadora “Thats What Our Love Is”, una lindísima pieza de siete minutos que comienza como una balada romántica y termina en una improvisación de guitarras deliciosa. Si bien no es el disco perfecto de Bonnie “Prince” Billy, como lo fue el desgarrador “I See a Darkness” de 1999 (que hasta la fecha continúa siendo uno de mis discos favoritos de todos los tiempos, por cierto), The Wondershow of the World es un sólido álbum de folk rock al estilo de Crosby, Stills, Nash and Young, repleto de armonías vocales frágiles, guitarras atmosféricas y una carga emocional durísima, que seguro va a deleitar a los fanáticos de este músico norteamericano, una de las voces más reconocidas de su generación.

Bonnie “Prince” Billy • Live in London • 1999 Iron & Wine • Our Endless Numbered Days • 2004

Crosby, Stills, Nash and Young • Déjà Vu • 1970

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Lasse Halström • 2009

Por Esteban Cárdenas

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