s a m r o f s a t n á u ¿C ay? de ser varón h
¿Por qué no relaci on ¿Por qué resolver desde el car arnos iño? con violencia?
reflexiones para crear otras formas de vincularse
Lo personal es político, lo político colectivo Nos proponemos dar vida a esta compilación para compartir textos, reflexiones, síntesis de trabajos grupales y diversas producciones artísticas, para aportar a la visibilización del rol que ocupamos los varones en las relaciones de género propias del sistema patriarcal. Somos un colectivo que viene trabajando desde hace cuatro años, aceptando la propuesta de nuestras compañeras de que trabajar las desigualdades de género como varones implica desarrollar una búsqueda propia y específica. Partimos del reconocimiento y cuestionamiento de los beneficios asignados hacia los varones. Observamos la existencia de un modelo de masculinidad en el que crecimos, y que responde a intereses de dominación que muchas veces reproducimos; pero que también nos genera infinidad de opresiones que nos afectan. En la bella y ardua tarea de construirnos como un grupo encontramos la potencia de juntarse entre varones para sentipensar y reconocer las marcas del patriarcado en nuestros cuerpos, subjetividades y trayectorias. Cuando buscamos referencias, experiencias, miradas críticas, propuestas, nos hallamos en mucha producción femenina, ya que la producción crítica de la masculinidad hegemónica realizada desde los varones es aún escasa e iniciática. Es ahí a donde va nuestro aporte, a apuntalar una problematización situada desde la experiencia de haber nacido con genitalidad masculina, y sólo por eso haber sido educados a fuerza de represiones y mandatos. El camino por recorrer es vasto, tal vez varias generaciones trabajarán para ir soltando esta pesada mochila de más de cinco mil años de dominación del sistema patriarcal. Por nuestra parte, sabemos posible activar intensamente en varios sentidos para ir encontrando un rumbo; por un lado, en la reconstrucción de las relaciones afectivas entre los varones, nuestra intimidad, sexualidad, bio-ritmos y rituales; y por el otro, la exteriorización de nuestro trabajo para multiplicar las experiencias, convocando a todos los varones a reunirnos, acompañarnos y hacernos cargo de las consecuencias que genera en lo cotidiano este orden de cosas. Los textos que seleccionamos nos han servido como disparadores de inquietudes y reflexiones en distintas instancias tanto individuales como colectivas. Abrimos este canal para que te repienses, para que encuentres en la voz compañera algunas claves desde donde empezar a transitar un cambio personal y colectivo.
dibujo de tapa: Lore Rodríguez
La naturalización de la masculinidad dominante “Cada varón es un mundo único e incomparable; aún así, nos han ocurrido muchas cosas parecidas” En los primeros años de la vida (1-2-3 años) nos veremos como personas pequeñas dispuestas a gozar con todo, con una sed insaciable de aprender, queriendo jugar con todo el mundo, -siempre y cuando no hayamos sido demasiado dañados por el contexto y las personas que nos rodean-. A esa edad vivimos tranquilamente compartiendo juegos, realizando sueños y fantasías junto con otros niños y otras niñas, en un constante fluir emocional, disfrutando de todo, sintiendo, riéndonos y llorando sin vergüenza en la calle o en casa, jugando en permanente interacción con el mundo diverso que se despliega, ya sea vestidos en el parque o sin ropa en la playa o en cualquier sitio... No nos importa el género, ni el sexo, nos da igual que la persona con la que jugamos sea chico o chica, no pensamos en eso. Lo único que deseamos es pasarla bien, y si alguien no quiere jugar, buscamos a otra persona que quiera hacerlo, y ya está. Así aparecen ante nuestros ojos unas con otros, juntas y juntos, en cercanía, alegres, amistosas y amistosos, vivaces... así vamos siendo… Al segundo o tercer año de vida comenzaremos a percibir la educación, en la familia, en la escuela, y en la comunidad. De este modo el ambiente que nos rodea empezará poco a poco y sin que seamos muy conscientes de ello, a cambiar… A través de todo nuestro entorno, los dibujos animados diarios que nos muestran, los cuentos que se nos lee, en las personas adultas del entorno y en sus actitudes, en los chistes, películas, anuncios, propaganda, televisión, la ropa, los juguetes, la distribución de las tareas y profesiones que observamos... en un sin fin de elementos culturales leeremos mensajes sobre algo que nosotros mismos ya empezamos a intuir: que las niñas y los niños no somos del todo iguales, no recibimos el mismo trato… Entre los veinte meses y los cinco años, se nos empezará a imponer bas-
tante una carga socio-cultural, para nosotros será: ¡no llores! ¡no seas mariquita! ¡Tenés que ser duro como tu padre! No seas “débil”, “blando”; no te asustes ante nada; aparentá siempre que todo va bien… dá la impresión de que lo sabes todo, que todo lo puedes; no dejes entrever algo parecido a un sentimiento de debilidad, o “femenino”, se diferente de ellas... Mira siempre para adelante, se siempre el primero y pega siempre primero, no te dejes pisar, no te fíes de nadie, no esperes a que te echen una mano… desconfía. A ese pesado equipaje lo llamaremos “la normativa social oculta”. Serán los mandatos, mensajes, y el comienzo de futuros roles que conformarán nuestras identidades colectivas y sociales como varones, por el simple hecho de tener pito. Esas son algunas de las cosas parecidas que hemos vivido. Y la sociedad patriarcal comienza a construir nuestra masculinidad sobre dos pilares que serán fuertemente naturalizados, arraigados en nuestra manera de ser: -por contrariación: se lo contrario de lo que es una chica. No te vistas igual que ellas, no juegues a lo que ellas juegan, no te peines como ellas, no te sientes como, no te parezcas a ellas... - por negación: soy chico porque no soy chica, soy chico porque no soy como tú, eres chica porque no eres como yo, soy chico porque no lloro, porque no juego a muñecas, porque no soy debilucho, porque no me quedo quieto… Estos comienzos de mandatos o presiones son la preparación a los roles que luego tendremos que cumplir más estrictamente y suponen una agresión constante y directa contra la vida emocional del niño que somos; no podemos entender estas cosas ni asimilarlas; no van ni con nosotros, ni con nuestra humanidad. Solo a base de mucha presión y mal trato (Opresión) podemos llegar a interiorizar estas actitudes, aún sin entenderlas aunque nos causen trastornos en la personalidad en construcción. Nos resulta sumamente complicado cumplir con la expectativa de no mostrar nuestros sentimientos,
que es precisamente el mensaje principal que se nos va a ir presentando de múltiples formas y desde múltiples ámbitos. Pronto nos haremos conocedores de cual es la magnitud de la presión que la gente adulta va a ejercer sobre nosotros. Intentaremos satisfacer lo que desean pues de su aceptación y amor depende nuestra vida. Así, en el momento que algún sentimiento intente aflorar de nuestro interior, nos esforzaremos sinceramente en volver a tragárnoslo y esconderlo. Percibimos a esa edad que es difícil que las personas de nuestro entorno nos acepten si no actuamos de formas que ellas consideran adecuadas. Junto a todo esto, ha empezado a desaparecer el trato anterior, las caricias, el contacto físico frecuente, las demostraciones de cariño, la protección física y emocional, los abrazos… bastante antes de lo que deseamos, todos ellos elementos necesarios para que podamos crecer en buena salud y equilibrio emocional. Estos elementos van a ser sustituidos por la “educación” en los roles duros y rígidos para ser un “hombre de verdad” que vamos a tener que jugar en la sociedad en el futuro. En esta situación ya nos toca entrar en la Educación Primaria, donde se va a alzar el otro mandato, la competencia. En esta edad ya somos muchachos y estamos alejándonos de nuestro mundo interior, ya hemos aprendido que no debemos ser lo que somos, sino lo que la gente adulta espera que seamos. Pocas veces nos verán llorar, ó jugar con las niñas tranquilamente. Nos esforzaremos por cumplir el papel que se nos está asignando: debemos ser los mejores, los primeros, los más capaces, los más listos, los más fuertes, los más exitosos. Estas expectativas responderán a la típica frase: “¡Ese es mi chico!” Para ello, obligatoriamente vamos a tener que compe-
...en el momento que algún sentimiento intente aflorar de nuestro interior, nos esforzaremos sinceramente en volver a tragárnoslo y esconderlo. tir unos con otros y, así, se van a ir deteriorando nuestras relaciones grupales. Puesto que en tal esquema competitivo sólo hay un sitio para el ganador, sólo puede haber un ganador, no más. Ya bastante alejados de nuestro mundo afectivo, y como los que antes eran amigos ahora son rivales, comenzamos a actuar como las personas mayores esperan que actuemos, por obtener su aprobación. La aceptación es algo necesario para los seres humanos, pero en este caso no estamos hablando de una aprobación natural que merecemos simplemente por existir, sino una aceptación que depende de que seamos acorde a lo que desean las personas mayores, inmersas en sus propios roles. Y desgraciadamente, las agresiones a las niñas, en especial, y a otros niños -sobre todo a los que no van a seguir el modelo de chico estipulado- van a ser un factor de mucho peso en esta conducta de los niños, sobre todo durante estos años (7-8-9-10...) de Educación Básica, donde se va a añadir otro factor en esta normativa oculta: La homofobia y el fantasma de la homosexualidad: “ser homosexual es tan malo, o casi peor, que ser chica”. “Tienes que demostrar que eres un hombre”. La virilidad va a ser una característica que va a estar en juego continuamente. No va a ser algo inherente, sino una propiedad a demostrar y revalorizar a diario, a base de acciones que la verifiquen ante los demás y ante uno mismo. Las alternativas a estas alturas están bastante definidas: si te llevas bien con las chicas, los chicos te van a tratar de marica, raro y afeminado y vas a tener que padecer opresión por parte de los chicos que seguramente te dejará marcado para siempre . Son los comienzos de la homofobia...-; por otra parte, si decides quedarte con los chicos, vas a tener que jugar a un juego en el que las “reglas” son duras: fastidiar a las chicas y tener que también batirte con casi todos los otros chicos, Esta situación suele durar hasta la adolescencia. ¿Qué es todo esto? ¿Qué es lo que nos pasa? Lo que está ocurriendo es que esas niñas
y niños que nacieron albergando respeto, solidaridad, alegría, sinceridad, ganas de jugar, de actuar amistosa y cooperativamente, que no hacían distinciones de género, han tenido que desarrollar comportamientos duros, que les llevan a dañarse mutuamente, oprimiéndose, despreciándose, inmersos e inmersas en un ambiente de hostilidad, con pocas posibilidades de desarrollarse de forma completamente humana, divididas y divididos en grupos enfrentados y separados por un abismo de kilómetros, en base a su género ó cultura. Muchos chicos vamos a aprender que es mejor no sentir que sentir todo ese barullo de sentimientos reprimidos; aprenderemos a aislarnos de nuestro mundo interior, a “congelarlo”. Pero, más tarde, esto nos va a traer una serie de dificultades, e, incluso, imposibilidad para sentir, problemas para saber quiénes somos, cómo somos, qué queremos, qué
tar” a las chicas, que tenemos que conseguir gustarles a ellas y que el camino para amarlas es, por supuesto, el sexo falo-céntrico. Y a las chicas les va a decir que ahora tienen que atraer y seducir a los chicos y que su forma de demostrarles el cariño es haciendo y aceptando lo que ellos quieran. ¿Puedes recordar que confusa situación puede haber sido esta? Niñas y Niños que han vivido durante quince años enfrentadas, ahora, de repente, deben volverse a juntar y gustarse y, además, sin haber resuelto todo lo anterior. La labor de la normativa oculta va a continuar un poco más. Seguirá en su empresa de dañar la humanidad de las personas y continuará apareciendo en distintos aspectos de sus vidas como el servicio militar, el sexismo laboral, el machismo y prejuicios en los ámbitos públicos, diferencias salariales, injusticias de derechos con diferenciación de género, micro Machismos (mM), etc. El sexismo no beneficia a nadie, no tiene sentido y nos perjudica a todas las personas, ya que nos dificulta comportarnos con total humanidad y expresar libremente nuestras diversidades sin necesidad de que eso sea discriminatorio. Cuando oprimimos o dañamos a otra persona estamos dañando nuestra propia humanidad: el hecho de ser seres humanos no permite a nuestra integridad humana nada que no sea total respeto para con el resto de las personas. En este sentido, el sexismo supone, sin duda, una dificultad en nuestro desarrollo como personas y su desaparición va a beneficiarnos a todos y todas. No tenemos por qué esperar más. No tenemos por qué esperar a tener un nuevo modelo acabado de hombre para detener el sexismo ya mismo. P. Xabier Odriozola Ezeiza (fragmentos del libro El sexismo de los hombres, su masculinidad y su liberación: hacia la igualdad. Reflexiones desde la experiencia. País Vasco)
“Tienes que demostrar que eres un hombre”. La virilidad va a ser una característica que va a estar en juego continuamente. pensamos y, junto con ello, depresiones, frustraciones, desengaños, problemas para aprender y concentrarnos, nerviosismo, hiperactividad... Hemos llegado ya a la adolescencia. Esas niñas y niños que comenzaron la vida completamente juntos han llegado hasta aquí recorriendo un camino en muchos aspectos de direcciones casi opuestas. No saben casi nada del otro grupo, excepto como se aborrecen. Los chicos entienden a las chicas “menos que a los marcianos” y a las chicas les sucede algo parecido; tampoco entienden a los chicos, ni sus comportamientos y reacciones, y “más seguras estamos lejos de ellos”. Pero no ha acabado aún la labor la normativa oculta. Ahora, cercanos a la adolescencia, van a empezar a susurrarnos a los oídos que tenemos que “conquis-
¿puedo tan sólo permitir que florezca’ lo que es’? Veo que mientras hay miedo no es posible florecer. De modo que debo afrontar el miedo, no con ideas, sino afrontarlo como un hecho, lo cual significa que debo permitir que florezca. Permitir que el miedo florezca y ver qué sucede. Todo esto requiere una enorme percepción interna. Ya lo ve, para usted florecer es una idea. No ve el hecho, el síntoma, la causa, y entonces no permite a esa causa que florezca en este mismo instante… no dice “dejémoslo florecer y veamos que ocurre”. Entonces si descubriría. Pero en vez de eso, dice “es una buena idea, debo investigar la idea”. Tome un pimpollo, un verdadero pimpollo, de un arbusto. Si lo corta nunca va a florecer, rápidamente morirá. Si lo deja florecer, entonces le muestra su color, su delicadeza, el polen, todo. Muestra lo que realmente es, sin que a usted le digan que es rojo, que es azul, que tiene polen. Está ahí para que usted lo mire. Si escucha, ello ocurrirá. No es una cualidad. La cualidad es una cosa ya establecida. Esta es una cosa viva, una cosa que arde con furia. Uno no puede hacer de ella una cualidad, una práctica. ¿Puede usted practicar ver un color? No puede. Usted puede ver la belleza y la gloria de la flor sólo cuando existe un florecer. Jiddu Krishnamurti
Por no poder amar o decir su amor, un varón hiere a otro varón. ¿Qué es lo que lo mueve a realizar tal gesto? ¿Qué riesgos implica el ser hombres en esta sociedad patriarcal? ¿Por qué el amor entre hombres rápidamente no puede resolver la tensión y cambia la polaridad al resentimiento o al odio? ¿Es una forma de continuar esa energía bajo otro signo? ¿Es producto de una demanda insatisfecha? ¿Es una fuerza equivalente la de la atracción-rechazo? Una caricia puede ser filosa y cortarnos de lado a lado y una cuchillada puede ser tan penetrante como amorosa. En un mundo ambivalente y pasional como el de Lorca el deseo provoca metamorfosis constantes. Un mundo dual, un nudo emocional, a veces casi esquizoide, un manar la herida verbal (la locuela amorosa). Se viene a los labios el estribillo: “Te amo, te odio, dame más”. La herida del varón contra el varón, por un lado, revela la imposibilidad del amor masculino. Se abre la galería de sus máscaras posibles. Por otro, invita a asumir la debilidad de ser hombre y su vulnerabilidad intrínseca. Puesto que o estamos heridos y no podemos dejar de escarbar la herida o somos nosotros los que herimos asegurando la continuidad, el encadenamento del deseo masculino. Texto escrito a partir de la experiencia de “Ruina Romana”, segundo acto de la obra de Lorca “El público”, representado en dos actividades del grupo de varones.
¿Qué es el Patriarcado? la estructura “invisible”
La gente suele utilizar la expresión “sociedad machista” para referirse a los condicionantes que sufren las mujeres. Sin embargo, lo que vulgarmente se llama “machismo” no es más que la punta del iceberg de toda una organización social profundamente discriminatoria para con las mujeres, que se ha dado en llamar “patriarcado”. Es decir, que el sistema patriarcal implica mucho más de lo que vulgarmente se entiende por machismo. La utilización de la palabra “patriarcado” (en el sentido de estructura social machista) está poco generalizada porque, desgraciadamente, vivimos todavía en una sociedad que se niega a mirar de frente y a reconocer todas las manifestaciones e implicaciones de la desigualdad. Un síntoma de que no se quiere reconocer la situación de desigualdad real de las mujeres es, precisamente, la falta de divulgación y comprensión del término “patriarcado”, así como el desprestigio que han sufrido las palabras “feminista” o “feminismo”. En nuestra sociedad occidental, ser machista ha empezado a estar mal visto, por lo que los mecanismos del patriarcado se han vuelto más sutiles o solapados y se esconden bajo nuevas justificaciones (aunque en el fondo son siempre las mismas). Una gran mayoría de varones y demasiadas mujeres siguen contribuyendo de manera consciente o inconsciente al mantenimiento del sistema patriarcal. Y el primer mecanismo que utilizan unos y otras es el de negación u ocultación de la realidad, el mecanismo del silencio, de la invisibilidad, de no llamar a las cosas por su nombre, “lo que no se nombra no existe”. ¿Quién ha oído alguna vez la palabra patriarcado en la televisión? Otros minimizan el fenómeno y sus efectos: “no es para tanto”, “ya sabemos que hay machismo, pero ‘inventarse’ una nueva palabra y darle tanta trascendencia es una exageración”. Pero no lo es: con esta palabra, el Patriarcado, designamos una estructura social jerárquica, basada en un conjunto de ideas, prejuicios, símbolos, costumbres e incluso leyes respecto de las mujeres, por la que el género masculino domina y oprime al femenino. Quizás éstos términos, “dominar”, “oprimir”, pueden parecer excesivos, porque suenan a una especie de “conspiración universal” contra las mujeres. Y si hay una conspiración debería haber unos conspiradores culpables y, en este caso, no parece que haya ningún grupo concreto de varones en alguna parte organizando y dirigiendo el complot contra las mujeres. Pero es que el Patriarcado es una estructura que está por encima de las personas, aunque cada persona (varón o mujer) pone su granito de arena, mayor o menor, para que dicha estructura se mantenga. Al hablar del patriarcado no se buscan culpables, sino que se trata de comprender por qué pasan muchas de las cosas que les pasan a las mujeres. Y a los varones. Aunque podemos decir, por un lado, que la sociedad es la suma de las actuaciones de cada uno de los individuos que la componen, por otro lado también es verdad que las estructuras sociales influyen en el comportamiento
individual, a veces condicionándolo muy fuertemente. Aquí no se sabe bien qué es antes, si el huevo o la gallina, la estructura social o el comportamiento individual. Pero esta es la diferencia entre machismo y patriarcado: mientras que el machismo es una actitud y una conducta (individual o colectiva), el patriarcado es toda la estructura social en la que muy diversos factores se entrelazan y refuerzan mutuamente para hacer posibles las actitudes y conductas machistas: categorías conceptuales, esquemas de percepción, universo simbólico, leyes, costumbres, instituciones, organización económica, educación, publicidad, etc. En la estructura o sistema patriarcal, se asigna a la mujer un determinado estereotipo, papel social o “rol” subordinado al varón, que condiciona la vida entera de las mujeres, del que les es muy difícil escapar y que es profundamente discriminatorio. Y para reforzar el sistema, la gente suele decir que una mujer es tanto más “femenina” cuanto más se ciñe a las características prefijadas de ese rol definido por el sistema patriarcal. Es difícil resumir los múltiples aspectos bajo los que se manifiesta el patriarcado. No se sabe por qué, en algún momento de la prehistoria se comenzó a construir este sistema de dominación de los varones sobre las mujeres que ha llegado a ser tan universal (a lo largo del tiempo y en todas las partes del mundo) que mucha gente piensa que es “natural”. Pero igualmente mucha gente pensaba hasta hace relativamente pocos años (en comparación con la historia de la humanidad) que la esclavitud o la división jerárquica de la sociedad en clases sociales estancas eran también cosas “naturales”. De ahí la falta de conciencia generalizada, la falta de conceptualización y divulgación del término “patriarcado”. María Luisa Montero García-Celay Mariano Nieto Navarro (fragmento)
El cambi o e s c ul t u r al Con los pies en la tierra, nos hacemos las preguntas, nos sumergimos en nuestra infancia, observamos nuestras paternidades y el peso de las palabras en lo cotidiano. Vivenciamos las violencias, las que están en el aire, en la calle, y las que viven adentro nuestro. Con el arte como canal de expresión, de comunicación, de contención. Haciendo foco en nuestra cultura y en las preguntas que quedan olvidadas en el trajín de las luchas, los roles, el poder patriarcal. Compartimos fragmentos de una entrevista a Susy Shock realizada por María Daniela Yaccar para Página 12, las que al leerlas nos encuentran y nos desafían.
–¿Qué debemos desconquistar en torno de lo masculino y de lo femenino?
lo que ponemos en discusión. Hay muchas violencias que no tienen que ver con lo sexual. Hay modelos a los que el 90 por ciento de la humanidad no responde, por –El mundo tiene que poner en duda lo naturalizado, qui- eso la bulimia y la anorexia. Hay un consumo que anunzá para que vuelvas adonde tenés que volver, pero para cia un único modo de ser varón y de ser mujer, el resto que yo vaya adonde quiero ir. Un sector comanda cómo queda afuera, pidiendo permiso para entrar. tiene que transitar el resto. Y hay cierta ceguera que le planteamos a la infancia: se le oculta la posibilidad –¿Lo trans implica correrse de un modelo binade los hallazgos. Cuando el hallazgo está cerca, apa- rio? rece la violencia. Me preocupan las paternidades y las maternidades. Siempre pensamos nuestro colectivo –Sí, es esa sensación de desandar. No espero que como constituido por adultos. Nadie nos piensa como todo el mundo sea trans. A veces le tenemos miedo niños y niñas que fuimos, la mayoría expulsados de ca- al heterosexual, porque es el que nos abandonó e insas heterosexuales, con violencias en nuestros cuer- jurió. Tengo una hija de 22 años, aparentemente hepos y en nuestras vidas. La familia canon te expulsa a terosexual. Cumplí bien las reglas para este mundo la calle porque sos algo que no espera. Y la escuela es conservador. Pueden escribir: ¡las trans hasta son y ha sido reproductora de esa violencia. Todo esto es capaces de crear heterosexuales! (Risas.)
–¿Y cómo es ser trans hoy, cotidianamente? –Hay de todo. No es lo mismo el día que la noche o la gran urbe que el pueblo chico. El arte es, para mí, un espacio contenedor. Mis viejos han sido muy comprensivos y después pasé a este mundo. La violencia la sentí y la siento en la calle. El cambio es cultural. Soy brava, soy la peor de todas, tengo herramientas para defenderme. A la noche sale en lo bueno y lo malo, la gente se desinhibe para bien y para mal. Lo peligroso es lo que le pasó a Diana Sacayán (una trans que recientemente fue agredida en Laferrère y luego golpea-
da por las fuerzas de seguridad): el que te tiene que cuidar no sólo te abandona sino que también te caga a palos. Esto tiene que plantear un alerta. Cuidarse es sumarnos en los diálogos. Soy una “insistidora” de abrirnos de los guetos. Los construimos para protegernos, porque el afuera es muy violento, pero ahora hay que salir. Lo mejor que puede pasar en Página/12 es que el Soy vaya perdiendo sentido. Capaz que, si nos ponemos a pensar en el mundo que queremos, tengo más que ver con usted que con otro u otra trans.
tipo serio, cascarrabias tipo serio, que nunca supo decir te quiero. tipo práctico y hábil para lo concreto, lo simétrico, lo esperable. “qué ves cuando me ves” tomo esa pregunta y digo: ¿qué ves cuando me ves papá? ves alguien flaco ves alguien joven ves alguien histriónico alguien que por la calle podría llamarte la atención ¿ves a tu hijo papá? un día pensé y te juzgué me dije: no voy a condenarlo más con mis palabras ofensivas
y reclamos yo quiero poder amarte utópicamente sanar esta relación sin vínculos de padre e hijo, papá yo deseo que el niño no espere más un abrazo la palabra que no fue. vos sos inteligente discutís de política leés libros de cultura general comprás el diario los domingos te va bien en tu negocio salís de viaje con mamá sacás a tu nietos a pasear pero, ¿no me podes decir te quiero? ¿qué pasa papá, por qué no respondes?
BASURA Y GÉNERO
MEAR/CAGAR, MASCULINO/FEMENINO
Más acá de las fronteras nacionales, miles de fronteras de género, difusas y tentaculares, segmentan cada metro cuadrado del espacio que nos rodea. Allí donde la arquitectura parece simplemente ponerse al servicio de las necesidades naturales más básicas (dormir, comer, cagar, mear…) sus puertas y ventanas, sus muros y aberturas, regulando el acceso y la mirada, operan silenciosamente como la más discreta y efectiva de las “tecnologías de género.”(1) Así, por ejemplo, los retretes públicos, instituciones burguesas generalizadas en las ciudades europeas a partir del siglo XIX, pensados primero como espacios de gestión de la basura corporal en los espacios urbanos (2), van a convertirse progresivamente en cabinas de vigilancia del género. No es casual que la nueva disciplina fecal impuesta por la naciente burguesía a finales del siglo XIX sea contemporánea del establecimiento de nuevos códigos conyugales y domésticos que exigen la redefinición espacial de los géneros y que serán cómplices de la normalización de la heterosexualidad y la patologización de la homosexualidad. En el siglo XX, los retretes se vuelven auténticas células públicas de inspección en las que se evalúa la adecuación de cada cuerpo con los códigos vigentes de la masculinidad y la feminidad. En la puerta de cada retrete, como único signo, una interpelación de género: masculino o femenino, damas o caballeros, sombrero o pamela, bigote o florecilla, como si hubiera que entrar al baño a rehacerse el género más que ha deshacerse de la orina y de la mierda. No se nos pregunta si vamos a cagar o a mear, si tenemos o no diarrea, nadie se interesa ni por el color ni por la talla de la mierda. Lo único que importa es el GÉNERO. Tomemos, por ejemplo, los baños del aeropuerto George Pompidou de Paris, sumidero de desechos orgánicos internacionales en medio de un circuito de flujos de globalización del capital. Entremos en los baños de señoras. Una ley no escrita autoriza a las visitantes casuales del retrete a inspeccionar el género de cada nuevo cuerpo que decide cruzar el umbral. Una pequeña multitud de mujeres femeninas, que a menudo comparten uno o varios espejos y lavamanos, actúan como inspectoras anónimas del género femenino controlando el acceso de los nuevos visitantes a varios compartimentos priva-
dos en cada uno de los cuales se esconde, entre decoro e inmundicia, un inodoro. Aquí, el control público de la feminidad heterosexual se ejerce primero mediante la mirada, y sólo en caso de duda mediante la palabra. Cualquier ambigüedad de género (pelo excesivamente corto, falta maquillaje, una pelusilla que sombrea en forma de bigote, paso demasiado afirmativo…) exigirá un interrogatorio del usuario potencial que se verá obligado a justificar la coherencia de su elección de retrete: “Eh, usted. Se ha equivocado de baño, los de caballeros están a la derecha.” Un cúmulo de signos del género del otro baño exigirá irremediablemente el abandono del espacio mono-género so pena de sanción verbal o física. En último término, siempre es posible alertar a la autoridad pública (a menudo una representación masculina del gobierno estatal) para desalojar el cuerpo tránsfugo (poco importa que se trate de un hombre o de una mujer masculina). Si, superando este examen del género, logramos acceder a una de las cabinas, nos encontraremos entonces en una habitación de 1×1,50 m2 que intenta reproducir en miniatura la privacidad de un váter doméstico. La feminidad se produce precisamente por la sustracción de toda función fisiológica de la mirada pública. Sin embargo, la cabina proporciona una privacidad únicamente visual. Es así como la domesticidad extiende sus tentáculos y penetra el espacio público. Como hace notar Judith Halberstam “el baño es una representación, o una parodia, del orden doméstico fuera de la casa, en el mundo exterior” (3). Cada cuerpo encerrado en una cápsula evacuatoria de p a r e - des opacas que lo protegen de mostrar su cuerpo en desnudez, de exponer a la vista pública la forma y el color de sus deyecciones, comparte sin embargo el sonido de los chorros de lluvia dorada y el olor de las mierdas que se deslizan en los sanitarios contiguos. Libre. Ocupado. Una vez cerrada la puerta, un inodoro blanco de entre 40 y 50 centímetros de alto, como si se tratara de un taburete de cerámica perforado que conecta nuestro cuerpo defecante a una invisible cloaca universal (en la que se mezclan los desechos de señoras y caballeros), nos invita a sentarnos tanto para cagar
como para mear. El váter femenino reúne así dos fun- nían el espacio público como espacio de masculinidad. ciones diferenciadas tanto por su consistencia (sólido/ Mientras el baño de señoras opera como un mini-palíquido), como por su punto anatómico de evacuación nópticon en el que las mujeres vigilan colectivamen(conducto urinario/ano), bajo una misma postura y un te su grado de feminidad heterosexual en el que todo mismo gesto: femenino=sentado. Al salir de la cabina avance sexual resulta una agresión masculina, el baño reservada a la excreción, el espejo, reverberación del de caballeros aparece como un terreno propicio para ojo público, invita al retoque de la imagen femenina la experimentación sexual. En nuestro paisaje urbano, bajo la mirada reguladora de otras mujeres. el baño de caballeros, resto cuasi-arqueológico de una Crucemos el pasillo y vayamos ahora al baño de ca- época de masculinismo mítico en el que el espacio púballeros. Clavados a la pared, a una altura de entre 80 blico era privilegio de los hombres, resulta ser, junto y 90 centímetros del suelo, uno o varios urinarios se con los clubes automovilísticos, deportivos o de caza, agrupan en un espacio, a menudo destinado igualmente y ciertos burdeles, uno de los reductos públicos en el a los lavabos, accesible a la mirada pública. Dentro de que los hombres pueden librarse a juegos de complieste espacio, una pieza cerrada, separada categórica- cidad sexual bajo la apariencia de rituales de mascumente de la mirada pública por una puerta con cerrojo, linidad. da acceso a un inodoro semejante al que amuebla los Pero precisamente porque los baños son escenarios baños de señoras. A partir de principios del siglo XX, normativos de producción de la masculinidad, pueden la única ley arquitectónica común a toda construcción funcionar también como un teatro de ansiedad heterode baños de caballeros es esta separación de funciones: sexual. En este contexto, la división espacial de funmear-de-pie-urinario/cagar-sentado-inodoro. Dicho de ciones genitales y anales protege contra una posible otro modo, la producción eficaz de la masculinidad tentación homosexual, o más bien la condena al ámheterosexual depende de la separación imperativa de bito de la privacidad. A diferencia del urinario, en los genitalidad y analidad. Podríamos pensar que la arqui- baños de caballeros, el inodoro, símbolo de feminidad tectura construye barreras cuasi naturales respondien- abjecta/sentada, preserva los momentos de defecación do a una diferencia esencial de funciones entre hom- de sólidos (momentos de apertura anal) de la mirada bres y mujeres. En realidad, la arquitectura funciona pública. Como sugiere Lee Edelman (4), el ano mascucomo una verdadera prótesis de género que produce lino, orificio potencialmente abierto a la penetración, y fija las diferencias entre debe abrirse solamente en estales funciones biológicas. “...escapar al régimen de género pacios cerrados y protegidos El urinario, como una prode la mirada de otros homde los baños públicos es desafiar la tuberancia arquitectónica bres, porque de otro modo que crece desde la pared y segregación sexual que la moderna podría suscitar una invitación se ajusta al cuerpo, actúa arquitectura urinaria nos impone homosexual. como una prótesis de la No vamos a los baños a evadesde hace al menos dos siglos,” masculinidad facilitando la cuar sino a hacer nuestras nepostura vertical para mear cesidades de género. sin recibir salpicaduras. Mear de pie públicamente es No vamos a mear sino a reafirmar los códigos de la una de las performances constitutivas de la masculini- masculinidad y la feminidad en el espacio público. Por dad heterosexual moderna. De este modo, el discreto eso, escapar al régimen de género de los baños públiurinario no es tanto un instrumento de higiene como cos es desafiar la segregación sexual que la moderna una tecnología de género que participa a la producción arquitectura urinaria nos impone desde hace al menos de la masculinidad en el espacio público. Por ello, los dos siglos,: público/privado, visible/invisible, decente/ urinarios no obsceno, hombre/mujer, pene/vagina, de-pie/sentado, están enclaustrados en cabinas opacas, sino en espacios ocupado/libre… Una arquitectura que fabrica los géabiertos a la mirada colectiva, puesto que mear-de-pie- neros mientras, bajo pretexto de higiene pública, dice entre-tíos es una actividad cultural que genera vínculos ocuparse simplemente de la gestión de nuestras basude sociabilidad compartidos por todos aquellos, que al ras orgánicas. BASURA>GÉNERO. Infalible econohacerlo públicamente, son reconocidos como hombres. mía productiva que transforma la basura en género. No Dos lógicas opuestas dominan los baños de señoras nos engañemos: en la máquina capital-heterosexual no y caballeros. Mientras el baño de señoras es la repro- se desperdicia nada. Al contrario, cada momento de ducción de un espacio doméstico en medio del espa- expulsión de un desecho orgánico sirve como ocasión cio público, los baños de caballeros son un pliegue del para reproducir el género. Las inofensivas máquinas espacio público en el que se intensifican las leyes de que comen nuestra mierda son en realidad normativas visibilidad y posición erecta que tradicionalmente defi- prótesis de género. Beatriz Preciado
¿PRIVILEGIOS MASCULINOS? ¿QUÉ PRIVILEGIOS? Hay un momento iniciático, cuando las preguntas sobre nuestra masculinidad y nuestra historia personal comienzan a sonar, en que los varones encontramos cientos de lugares comunes recorridos, nos reconocemos en tránsitos similares, y lo personal se va volviendo político por su propio peso. Así funciona y es tan recurrente como asombroso. En los grupos, los talleres, los encuentros, el que empieza a tirar del hilo para ver que hay mas allá, encuentra rápidamente las pistas para develar un secreto muy mal guardado. Acá las palabras de un varón recorriendo su historia que, como ya centro corriendo de acá para notamos, es la de muchos. Sospechoso!!! allá mientras las chicas permaDesde la cuna se estimuló mi movilidad, mi iniciativa, mi ocupación de todo el espacio y se rieron mis travesuras (“es muy inquieto, ya se sabe, ¡es un chico!”). Mientras tanto, a mi hermana le decían que se estuviera quietecita, que no gritara, que jugara a las casitas. En mi infancia y adolescencia gocé de más libertad y más tiempo para el estudio y para el ocio que mis hermanas, a quienes se obligó tempranamente a colaborar en las tareas domésticas y tuvieron sus salidas mucho más limitadas que las mías. No tuve contacto con ningún otro modelo masculino que no fuera el tradicional o hegemónico y de él (de ellos) aprendí todos los rasgos de ese patrón: fortaleza, templanza, racionalidad, disciplina, firmeza, autosuficiencia, independencia, iniciativa, competitividad y un profundo recelo a exteriorizar las emociones. El problema fundamental de toda esta educación es que, más allá de que algunos de esos valores puedan ser positivos en sí y otros no serlo en absoluto, las mujeres son socializadas en valores prácticamente opuestos y resulta que -¡sorpresa!- para la vida “pública” en la sociedad y en el mundo del trabajo, tal y como funcionan las cosas hoy en día, aquellos rasgos masculinos proporcionan muchas ventajas en perjuicio de las mujeres. Por mi condición masculina, he ido adquiriendo también una amplia variedad de otras habilidades y pericias que me proporcionan ventajas comparativas en la vida pública respecto de las mujeres, incluyendo cosas tan aparentemente irrelevantes como, por ejemplo, completar exitosamente tests de inteligencia concebidos por y para hombres, o poder orientarme y controlar mejor el espacio físico (un aprendizaje ya consumado hacia los 12-13 años en el patio escolar, en el que los chicos ocupábamos el
necían paradas en los bordes hablando de “sentimientos”). El 99% de los personajes históricos, literatos, artistas, filósofos y científicos que estudié en el colegio y en la universidad eran varones. Entre los grandes movimientos sociales que me enseñaron, nunca apareció el feminismo ni las luchas de las mujeres que han influido de forma tan intensa en la transformación de las sociedades modernas. Así interioricé el androcentrismo en lo más profundo de mi personalidad: los varones no es que seamos superiores, simplemente somos los protagonistas de la historia y de las historias. Soy hombre, luego soy protagonista. Ser humano es sinónimo de ser hombre. Todo lo anterior cristaliza en lo que considero el privilegio más importante que he disfrutado toda mi vida y que sigo disfrutando, a saber: que cuando ando por la calle, me siento en un aula, hago una entrevista para un empleo, busco una casa de alquiler, visito la consulta del médico, hablo en una reunión,
manejo un coche o entro solo en un bar, en general no me siento minusvalorado ni amenazado. Todos ven en mí un reflejo del estereotipo masculino y eso es una gran ventaja en un mundo sexista. Siempre se presupone que lo que yo digo o hago, mi trabajo o mis aficiones, o incluso las tareas domésticas que comparto (¡qué bueno es!) tienen más valor, más enjundia, son algo más “serio” que lo que digan o hagan las mujeres que me rodean. Aunque sea lo mismo que digan o hagan ellas. Incluso si expreso opiniones críticas hacia la masculinidad hegemónica, seguramente se me hará más caso que a cientos de mujeres que hayan dicho lo mismo antes. Tengo crédito. Al fin y al cabo, soy un hombre. Para todos los empleos que he tenido, me han entrevistado hombres. Prácticamente todos mis jefes han sido hombres. Cuando me han ofrecido un nuevo puesto de trabajo o una promoción, lo han hecho jefes varones asumiendo y valorando mi disponibilidad de tiempo y alma para con la empresa, disponibilidad que no se presupone para las mujeres (más bien al contrario) y que en los hombres sólo es posible si hay mujeres detrás que se ocupan de la infraestructura vital (cuidado de relaciones, gestión y trabajo doméstico, cuidado de dependientes...). Dicho lo anterior, la consecuencia no es sentirse culpable por ser hombre. Uno no es culpable de lo que recibe por naturaleza o por herencia. Queramos o no queramos todos los hombres seguiremos contando con los privilegios masculinos, los efectos persistentes del sexismo interiorizado y del sexismo social e institucional que nos rodea. Pero aunque no
seamos culpables de ser hombres ni de tener privilegios, sí somos responsables de lo que hacemos con lo que hemos recibido. Y esa responsabilidad empieza por reconocer la propia posición de privilegio odioso. Y continúa por tratar de cambiar la situación. Así pues, el primer paso imprescindible en la asunción de las responsabilidades que nos corresponden a los hombres es, me parece, que abandonemos nuestras resistencias y admitamos a las claras que nos beneficiamos de privilegios masculinos que perjudican a las mujeres. Un segundo paso fundamental es tratar de cambiar la situación renunciando a y/o denunciando esos privilegios. A muchos privilegios puedo renunciar haciendo esa opción cada vez que tengo oportunidad de aprovecharme de ellos. A otros es posible que no pueda renunciar: me beneficiaré de ellos de todas maneras aunque no quiera. Pero incluso estos últimos los puedo denunciar públicamente. Mariano Nieto Navarro (fragmento)
Huye dentro de mi panza Son muchos los varones que “debutan” sexualmente consumiendo prostitución, promovidos y festejados por entornos masculinos. De este modo se naturaliza desde la adolescencia, la violencia ejercida en esta práctica aberrante como una mera transacción económica y la consumación de una supuesta necesidad fisiológica. El consumo de prostitución continúa a lo largo de la vida. Juntarse en grupo para ir a un cabaret, manteniendo el silencio de la cofradía de varones, o hacerlo solo, en secreto, son parte de un sistema que en su interés de perpetuación del mantenimiento del poder masculino mercantiliza y viola el cuerpo de muchísimas mujeres y niñxs. Sonia, nos rompe el cráneo con baldazos de realidad, visibilizando el dolor provocado en su subjetividad y compartiéndonos un relato de su propia experiencia. Me manosea la panza de cinco meses de embarazo mientras me coge, yo le pido que lo haga suave, me duele, con este voy por el quinto cliente, trabajamos bien las prostitutas embarazadas, ellos nos buscan, son de clase media, me doy cuenta por su ropa, su lenguaje, sus manos, también son obreros, curas y pastores. Recuerdo a este ultimo que es pastor en la plaza once, primero me lleva comer, me pregunta como estoy, mis hijos y luego vamos al hotel que queda media cuadra de la plaza, allí nos dan por cada cliente que llevamos dos pesos, que lo cobramos al terminar el día. Mis tetas están llenas de leche, grandes, pesadas, siento a mi hijo que se mueve, patea, se esconde debajo de mis costillas, me falta aliento, sube, baja, me apreta el estomago, lo siento encajado, me estalla la vejiga, me orino, jadeo de cansada, y el sigue allí cogiéndome, ponte en cuatro patas me dice, ponete boca arriba y las patas en alto, no acaba, no acaba… Pienso en mis otros hijos, ¿ya habrán llegado de la escuela?, ¿estarán bien?, tengo que pasar por el supermercado, comprar leche, fideos, azúcar, carne, pan, me espera una parva de ropa para lavar, estoy muy transpirada, cansada, ¡Y mi hijo sigue huyendo dentro mío, huye de este cliente que lo esta violando!!! … Ah mañana es miércoles viene el cliente que me trae paquetes de pañales, ropa para recién nacido, el es un hombre mayor, solo sale con mujeres embarazadas, lo primero que pregunta, ¿es varón o nena?, y mientras me coge le habla, lo manosea a través de mi panza, me paga muy bien cuando estoy con la bolsa rota, por eso me llama dos veces al día el último mes. Me duele mucho el cuerpo, mi hija sigue tratando de huir de ese
pene que la penetra, la golpea, la humilla, la tortura, ¿quedará algún recuerdo de eso? él entra y sale de mi vagina, de mi cuerpo… habla… balbucea… no lo escucho, no puedo, es mas fuerte el grito de mi vientre, yo vuelvo huir con otro recuerdo… Cruzo la calle, camino rápido a mi parada de Bolivia y Rivadavia, estoy embarazada de 6 meses de mi quinto hijo, y dos abortos. Las veo a ellas, mis compañeras de parada, somos unas 15 en esa esquina, y en toda la cuadra mas de 35, todas trabajamos bien, hay plata y muchos clientes… recuerdo que un día estaba saliendo de la habitación del hotel, arreglándome el vestido, mis cabellos, un cliente estaba esperándome en el pasillo, me agarro del brazo y me entro a la habitación, era en los años que los militares estaban en el gobierno. Todas teníamos cadenas de oro y anillos en todos los dedos, todo iba bien mientras la policía no nos agarraba, ir presa al departamento de policía era un calvario, nos manguereaban con agua fría, nos hacían pasear con la cabeza en alto por el patio de las palmeras para que todos nos conocieran, y si nos teñíamos o cor-
tábamos el cabello nos volvían sacar fotos para actualizarlas.las que no teníamos visitas la pasábamos mal, ¿Quién te
acercaba comida, ropa limpia? Entonces comenzamos hacer como las tortugas andar con un bolso sobre nuestra espalda llevando una muda de ropa, tallón, algodón, toallas femeninas, jabón, una frazada, una sabana y las infaltables cartas para jugar. No sabíamos cuando era de día o de noche, no había ventanales. En el calabozo de la 50 siempre éramos alrededor de 50 entre mujeres y travestis, recuerdo que aprovechábamos a abortar, las chicas que tenían marido, la gran mayoría de ellas, lo podían hacer mas tranquilas, ya que luego podían descansar, estar cuidadas por las otras mujeres y si estaban en libertad a los dos días de abortar de nuevo estaban paradas en la zona. Siempre había unas mujeres que estaban prácticas en colocar las pastillas oxaprost, nos poníamos bien adentro del útero, luego tomábamos alguna en forma oral, y al día siguiente comenzábamos hacer abdominales, recuerdo con cariño como algunas chicas travestis que nos ayudaban a sostenernos los pies, baldeábamos los baños de esa comisaria roñosa de la 50 con baldes de 20 litros de agua,
cuando llegaba la hora , no estaba sola, nos uníamos, un grupo seguía jugando las cartas para no llamar la atención, otras ayudándome, en ese baño en desuso dentro del calabozo, otras llamando al sargento de guardia para que abriera el calabozo para comenzar a limpiar, y ahí aprovechábamos a sacar los restos del aborto a los tachos de basura, siempre lo dejaban cerca del calabozo, era todo una puesta en escena. Allí solo nuestro cuerpo estaba preso. Hace media hora que me esta cogiendo, su transpiración me moja el rostro, sus gestos muestra placer, el mío dolor. Mi hijo se acurruca, se esconde, patea… patea… patea… Hoy esta dura la calle, no logro hacer ningún pase, necesito dinero, hay! que no me vea la policía, no tengo para pagar la coima, son 400 al patrullero, otros 400 a moralidad, otros 400 a la brigada, él se me acerca, solo dice vamos, entro sola al hotel, mas atrás él, todas lo conocemos, no nos penetra, paga bien, comienzo a tomar agua, mas agua, el quiere la lluvia dorada, me cuesta contarlo… yo debo ir arriba de él, en cuclillas, sobre su cara y comenzar a orinarle, no puedo, me obliga a tomar mas agua de la canilla, inténtalo de nuevo dice acostado desde la cama, tengo vergüenza… vergüenza… mucha vergüenza, mi vejiga no responde, yo sigo en cuclillas sobre su rostro, me digo “dale, no tenés un mango”, “hace de cuenta que estas en un inodoro” “Dale mealo a este desgraciado, hijo de puta”, comienzo a orinar, el grita, se masturba, se ríe, la vergüenza se apropia toda de mí, no hay un pedacito que haya quedado sin humillarse, deseo correr… huir… pero lloro en silencio, él lo sabe y lo disfruta, pero no le vasta eso, me pide más, sentate sobre mi pecho dice y hacé la lluvia negra, dale que te pagué bien puta de mierda, no puedo, la lluvia negra es hacer caca, debo hacer caca sobre su pecho mientras el se masturba y me mira, lloro, no ha quedado nada de mi sin ser violada… humillada, no ha quedado nada íntimo solo mío, él me lo robó todo. Dale terminá!!! le grito, me quiero ir a casa, me espera otros roles, el de mamá, ama de casa, cuñada, tía, hermana, escuela, marido. El goza… su esperma me moja toda la panza, se viste y se va, yo me quedo quieta… exhausta… mi panza esta dura, como una piedra… me lavo… me visto…. cruzo la calle…. paro al colectivo… me siento al lado de una mujer… me pregunto. ¿Cómo habrá sido su día? Sonia Sánchez
Experiencias
Llorar
¿Normal?
Pero claro,
Juego al fútbol con un grupo de chicas
¡las muñecas son para niñas
todos los domingos ¡la recontramueven!
y las pelotas para los niños!
Corro como loca, libero endorfinas y,
¡Imaginen qué sucede con las lágrimas!
en general, la noche termina con pizza,
El llanto es algo extremadamente comunicativo.
cerveza, helado, etc. Fueron de un canal de cable. El periodista nos entrevistó como si fuéramos una gran rareza y nos preguntó una cantidad de pelotudeces tendenciosas: “¿Cómo hacen con los pechos (no creo
No es extraño que se tienda a ocultarlo en un ambiente donde hay inseguridad sobre cómo pueda ser usada la información. Las lágrimas tanto en hombres
que haya dicho “tetas”) para jugar?” Yo
como en mujeres “comunican” y acompañan
supongo que para otros deportes se dejan
a los sentimientos.
las tetas puestas, optamos por hacer lo mismo...”¿Qué opina tu novio? ¿No le molesta?”, “¿De qué hablan en el tercer tiempo?” ¡Increíble!
No pretendamos que las cosas cambien si seguimos haciendo lo mismo
los Micro Machismos son
microabusos y microviolencias que procuran que el varón mantenga su propia posición de género creando una red que sutilmente atrapa a la mujer, atentando contra su autonomía personal si ella no las descubre (a veces pueden pasar años sin que lo haga), y sabe contramaniobrar eficazmente. Están en la base y son el caldo de cultivo de las demás formas de la violencia de género (maltrato psicológico, emocional, físico, sexual y económico) y son las “armas” masculinas más utilizadas con las que se intenta imponer sin consensuar el propio punto de vista o razón. Comienzan a utilizarse desde el principio de la relación y van moldeando lentamente la libertad femenina posible. Su objetivo es anular a la mujer como sujeto, forzándola a una mayor disponibilidad e imponiéndole una identidad “al servicio del varón”, con modos que se alejan mucho de la violencia tradicional, pero que tienen a la larga sus mismos objetivos y efectos: perpetuar la distribución injusta para las mujeres de los derechos y oportunidades. Luis Bonino
“En muchos ámbitos, aún hoy, la dominación masculina esta bien asegurada para transitar sin justificación alguna: ella se contenta con ser, en el modo de la evidencia”
Los europeos llegaron a América diciendo: “venimos de una cultura superior”, esa soberbia en épocas de la Inquisición provocó un genocidio de culturas que borró casi todo lo que las etnias autóctonas habían estado construyendo, dentro de ello con gran parte de su cultura gastronómica y algunos de sus alimentos que aún y a pesar de los conquistadores siguieron sobreviviendo para volver a ser revalorizados en la actualidad. Hace más de 500 años, una semilla conocida como Huautli ó Kiwicha, actualmente Amaranto o Alegría, era uno de los alimentos básicos en América, casi tan importante como el maíz y el fríjol (poroto). Su cultivo se remonta a más de siete mil años. Se afirma que los Mayas serían los primeros en cultivarlo y que luego poco a poco lo fueron haciendo Aztecas e Incas. El Amaranto, la Quínoa y el maíz eran consideradas plantas sagradas y los españoles prohibieron el cultivo de las dos primeras (salvo el maíz al que dieron mucha utilidad y fue llevado a Europa), ya que veían con malos ojos que las utilizaran en rituales (de hecho, cualquier alimento del que no hablase la Biblia era puesto en duda sobre su idoneidad como alimento). El Huautli se entrelazaba con los rituales: en varias fechas del calendario religioso las mujeres aztecas molían la semilla, la mezclaban con miel y formaban figuras de víboras, aves, montañas, venados y dioses, para ser comidas en las ceremonias, en los grandes templos o en pequeñas reuniones familiares El maíz y el fríjol (nativos de nuestro continente) se convirtieron en dos de los cultivos principales que alimentan al mundo, mientras que el amaranto y la quinoa pasaron a la clandestinidad. La conquista española terminó con su uso como un artículo de primera necesidad en América, porque aparentemente su utilización en los rituales espantó a los conquistadores españoles. Su cultivo cayó en desuso y solamente sobrevivió en América en pequeñas áreas de cultivo esparcidas en zonas montañosas de México y los Andes. La diseminación de este alimento altamente nutritivo en la agricultura mundial tuvo que esperar a su “descubrimiento” por la ciencia del siglo XX. Hoy en día el cultivo de amaranto está tomando un gran auge, ya que se están redescubriendo sus grandes propiedades. Aparte de producirse en países tradicionales como México, Perú o Bolivia ya hay otros que se han puesto manos a la obra como China, Estados Unidos o la India y es en el Lejano Oriente en donde más ha sido utilizado.
¿por qué cuando una mujer cocina es una ama de casa y cuando cocina un hombre es un chef? Asistimos a una época en la que la cocina parece haber vuelto a revalorizarse, hoy hay más restaurantes vegetarianos, veganos, de diferentes partes del mundo, y mucho más acceso a elementos sofisticados que hacen que esta tarea se haya vuelto más “cool” ó canchera que en otras épocas. Pero cuánto se ha modificado de fondo esa situación cotidiana y cuánto de superficialidad de mercado hay en las prácticas modernas que nos ligan al hecho de comer. Siempre que intento vincular la alimentación con el patriarcado se me mira raro, ¿será porque esta práctica adquirió una mecánica frecuente donde la importancia de la comida sólo está dada cuando cocina un hombre en algún encuentro social, no por la alimentación en sí? Un claro ejemplo de esto es el famoso: “un aplauso para el asador!”... pero ¿cuántas veces oímos el reconocimiento de quien cocina en lo cotidiano? en cada comida de cada día, noche ó momento en el que tenemos la suerte de llevarnos algo a la boca. Pero claro, es porque ahí han estado durante los últimos miles de años ellas, las mujeres. En ese lugar donde el patriarcado las ha intentado confinar, invisibilizando la limpieza, la alimentación, el cuidado de lxs otrxs. Si reflexionamos sobre el hecho de comer, alimentarse, nutrir nuestro cuerpo, podemos remontarnos al primer día en que probamos bocado en este mundo. Hubo un tiempo en que todxs fuimos bebés, y uno de los primeros registros que tuvimos -después de ver la luz del día con los ojos abiertos- fue la sensación de hambre, esa desagradable cercanía de la muerte que nos provocó un llanto ensordecedor desde el centro mismo del instinto de supervivencia. Y si no tuvimos una infancia demasiado triste o negada, a muchxs nos pasó que ante aquella situación acudió ella, nuestra tierna salvadora, -o en muchos casos no fue siquiera la madre biológica, sino otra mujer que disponía del alimento-, y que sin más protocolo que una hermosa caricia nos brindó su pecho caliente y en él se produjo tal vez la primera conexión con el mundo, a través de esa primera socialización de amor que nos nutrió. Nos miramos con ella, nos sentimos contenidos, y entendimos que desde ese momento el alimento estaría ligado a una necesidad vital. Se dice mucho desde la psicología occidental, desde los conocimientos del oriente antiguo hasta en nuestra América profunda de este primer hecho fundante de las relaciones humanas.
Es difícil hoy imaginarse los momentos sagrados en los que le rendimos culto a los alimentos. En definitiva se reducen a momentos de festividades que ni siquieras elegimos del todo, ni tenemos claro lo qué estamos festejando. Aunque nadie dudaría en posar el recuerdo en muchos de los momentos en los que nos encontramos a comer con la gente querida muy poca relación tenemos con la alquimia de la cocina. Allí donde los elementos se unen para fortalecer nuestra energía. Pareciera algo esotérico pero es bien concreta la dimensión de la energía, desde el momento en que entendemos que hay enzimas, que son la verdadera ´fuerza de trabajo´ en las cosas vivientes. Están siempre ocupadas uniendo y separando cosas. Pueden iniciar, acelerar, disminuir o detener todos los procesos bioquímicos en los seres vivientes. Es decir, son las moléculas encargadas de producir la digestión y se encuentran dentro de nuestro cuerpo, aunque también en los alimentos vivos (crudos) que ingerimos. De allí que se dice que la digestión comienza en el masticar, pues allí se liberan enzimas que van transformando el alimento para que nuestra sangre lo asimile, distribuya y deseche lo que no necesitamos. El alimento es lo que da vida a nuestra flora intestinal, que sería lo que a la vida de un océano los arrecifes de coral, ese hermoso sitio donde abunda la diversidad y desde donde se mantiene el equilibrio de nuestro organismo. Es en ese sitio donde reside nuestro bienestar y un poder
tan grande como el de la autocuración y autorregulación. Este pantallazo general busca abrir preguntas, despertar inquietudes y deseos de conocer lo desconocido, descubrir lo que muchos se encargaron de ocultar. Se han escrito cientos de libros sobre la alimentación, sobre la búsqueda del equilibrio del cuerpo humano. Lo más importante es no dejar de buscar, sorprenderse y experimentar. El propio cuerpo nos marcará el camino de lo que nos hace bien, lo que nos nutre integralmente. El alimento es un símbolo de la organización social de la humanidad en cuanto a sus necesidades vitales primarias. La buena nutrición es parte del proceso en
el que ganamos autonomía, el proceso por el cual podemos controlar nuestras vidas. Las decisiones diarias sobre lo que comemos están entre las más difíciles y esenciales que tenemos que tomar cotidianamente. La comprensión de la importancia política de los alimentos puede resultar una nueva dimensión para las personas. Pensar por un momento en cómo se cultiva, se prepara y distribuye nuestra comida, desde la tierra hasta la mesa...
¿Cuánto sabemos acerca de este proceso?
¿Cuánto control tenemos sobre él?
¿Cuánto contacto personal?
Existe dominación hasta para comer. Se supone que hay comer determinadas cantidades, “equis” veces al día, y consumir un porcentaje determinado de proteínas/carbohidratos, etc. Pero, ¿Por qué no aprendemos a escuchar nuestros cuerpos, y nos liberamos de esta tiranía? Si el patriarcado no matara la sensibilidad natural de las personas, estas sabrían cuando tienen hambre, qué necesitan, y qué les pide su cuerpo. Regularizar la alimentación, es otra intromisión del patriarcado en la naturaleza. ¡Hay que comer cuando se tenga hambre!
poemas para nutrirse “comer solo es como comerse a si mismo”
EL Hombre Nuevo, El poder de la evocación, ya no en la mirada, en el olor… es el que se siente libre de sus condicionamientos culturales. hay un olor de infancia que nunca más sentimos… Libertad que procede de la presencia femenina que lo habita, como a tortilla de maíz con albahaca y esas cosas, y que nadie puede arrebatársela. que despiertan la memoria más profunda, Ha descubierto una llama sagrada en su interior, y entonces salimos a buscarnos en los mercados, la misma que mora en los espíritus de sus hermanas, en los comedores populares, y por fin las mira con ojos nuevos, donde por lo general hay mujeres haciendo su magia que nutre, ojos de admiración y respeto. nos nutre… en el cuerpo y en el espíritu. fragmento de Pedro Lemebel
maíz, ancestro de los alimentos
Espacio vital el suelo donde habito espacio ritual donde en alimento me transformo Nos conectamos con los elementos creamos y recreamos transformamos incorporamos luz irradiada
Habitarnos somos la energía que nos contiene en danzas como en una conversación sin palabras. La nutrición nos permite hacer acariciar texturas, sustancias invitándolas a fundirse
otra nueva combinación con porciones y proporciones sutiles toques que profundizan en la esencia de las cosas invitan a degustar de la creación, honrando el presente nutriendo de energía a los seres que habitan las cosas.
AhĂ andamos, por las calles pensando, diciendo, haciendo para transformarnos.
Mujeres PĂşblicas
buscanos en facebook como Colectivo de Varones Floreciendo ó por correo a meandofueradeltarro@yahoo.com.ar
espacio géneros / El Transformador
Desnaturalizando la Matemática de Género
Alimentar cada vez más este fuego que nos invita a quemarnos, a prendernos, a (con)fundirnos en el común andar, en el común amor que estamos aprendiendo a construir. Tomar la posta, entender que ya no puedo acercarme a ese fuego sin sentir el calor, que ya no le puedo ser ajeno ni ignorarlo. Macho, hombre, fuerte, violento, mentiroso, asesino, musculoso, ingenioso. La mierda que se funde en el fuego, pero termina abonándolo. Tomar la posta, cambiar los fueguitos diarios, estar presente, no negar la propia existencia para otros… y para sí mismos. Descongelar el hielo. Abrazarte y sentir tu amor, tu calor, que viene del mismo fuego. Te siento cerca y te veo quemarte, y te estirás para que te salve, pero nos fundimos juntos. Los nenes con los nenes, las nenas con las nenas. Dejá esas muñecas. No llores. No seas maricón. ¡Pateá bien! Vamos a las manos. ¡Mirá ese culo!… y nos quemamos. Como iniciando un ritual que nos inicia como hombres desde el amor y no desde el sometimiento sexual. Caminar sobre las brazas del mundo que se quema: se quema el patriarcado, la opresión, el sinsentido, la violencia, las categorías. Mi responsabilidad es quemarme: veo las llamas arder que me invitan, veo a otros varones que me invitan, que me aman, miro para atrás y no veo nada que me quiera llevar, pero me los quiero llevar a todos conmigo. La madera alimenta el fuego. Me acerco. Meto un pie, siento el calor que me funde. Meto el cuerpo y cierro los ojos. Me dejo abrazar por las llamas, por los hombres. Siento el amor. Y me quemo.
Se va enredando, enredando, como en el muro la hiedra y va brotando, brotando como el musguito en la piedra como el musguito en la piedra