P L A C E R E S
D E
L A
C U L T U R A
&
E L
A R T E
A rg e n t i n a , O to ñ o 2 0 11 - Año 5 - Nº 9
VICTORIA VERLICHAK LOS DESTELLOS DE LE PARC
MIGUEL BRASCÓ
UNA EXPLOSIÓN DE AROMAS
DANIEL VARACALLI COSTAS HOMENAJE A PÍA SEBASTIANI
ELISABETH CHECA INDIA SONG
GABRIEL SÁNCHEZ SORONDO DUDU VON THIELMANN
Editorial
V
arúa, nuestra edición de placeres, cumple ya cuatro años, con notas de amigos, Miguel Brascó, Elisabeth Checa, Osvaldo Sánchez Salgado, que he disfrutado a través de las ya casi dos décadas de Finca La Anita. Epiloga este número aniversario un poema iluminado del poeta Konstantinos Kavafis. Así como en el mundo de los vinos hay algunos para una copa a la tarde, otros para acompañar una comida y vinos para momentos memorables (aquellos de los que uno no se quiere olvidar nunca), el mundo de la poesía tambien ofrece sus “varietales”. Poemas musicales, Lorca; poemas épicos, Homero; poemas herméticos, Elliot; y poemas iluminados como este de Kavafis, que señala una dirección, una forma lírica de transitar la vida. Ésta ha sido la impronta de los veinte años que llevo transitando Finca La Anita. Beber buenos vinos, hacer maravillosas amistades, disfrutar momentos excepcionales. Es innumerable la cantidad de amigos que me ha acercado La Anita. A mí y a los colaboradores más próximos de la Finca y de mi corazón. Fernando Telo, Isabel Fernández... Amigos de la gastronomía y los vinos que recorren con Finca La Anita el precioso viaje de la vida hacia Itaca. Brindo por seguir así, en este viaje poético. Dedico este número de Varúa a mi hermano Luis Mas, escritor. Un poema suyo inició la última página, la página de poesía de la primera edición de Varúa. Manuel Mas
Portada: Julio Le Parc Continuel Mobile/ Lumière, 1963-2007 (detalle) Colección Ella Fontanals Cisneros-Foundation CIFO, Miami 18 x 7 m
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Martín Gómez Álzaga
Staff Finca La Anita Manuel Mas Directora editorial Patricia Delmar Consejo editorial Manuel Mas Patricia Delmar Miguel Brascó Colaboran en esta edición Agustina Bazterrica Miguel Brascó Elisabeth Checa Patricia Delmar Walter Duer Osvaldo Sánchez Salgado Gabriel Sánchez Sorondo Daniel Vacaralli Costas Victoria Verlichak Asistente de Redacción Natalia Mansueto Fotografía Luz Díaz Carmona, Fernando Calzada, Martín Gómez Álzaga
La mirada ascendente
Diseño y Arte Sandra Gabriela García
En la inexorable parábola de la vida, las providencias se renuevan y se inclinan hacia un lado o hacia el otro. En paralelo, la visual acompaña el camino con un carácter, tal vez más distendido, que permite apreciar una perspectiva panorámica, la de nuestros propios peldaños con sus reveladores vestigios de atrevimientos, desafíos, desaciertos y logros. Entonces, uno se ve a sí mismo en cada etapa, la del niño, el joven, el maduro y, por último, el sensato, como dice un sabio poeta conocido. Pareciera que se suceden así los distintos pasos hasta alcanzar mayor claridad y síntesis. Nos vamos haciendo menos barrocos y el gusto por lo bueno se va consolidando en la esencia de cada placer, de cada buena página, de cada obra de arte por disfrutar. El buscado equilibrio va llegando y en medio de las indagaciones constantes seguimos con ustedes en esta edición celebratoria. Para compartir.
Correcciones Martín Estévez Retoque Digital Imacrom Comercialización EG MEDIA BROKERS Contacto: Esteban Gallego esteban@egmediabrokers.com Tel.5411. 4861 1721 cel. 5411.5637 5153 Suscripciones VARÚA suscripciones@fincalaanita.com Tel. (5411) 4325 4498 Redacción Patricia Delmar Juncal 1303 - 1º piso 1062 Buenos Aires patricia.delmar@gmail.com varua@fincalaanita.com
Sumario Manuel Mas
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Editorial
Gabriel Sánchez Sorondo
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Historia de vida: Dudu
Victoria Verlichak
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Arte: Julio Le Parc y los alegres destellos
Miguel Brascó
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Perfil de un bodeguero: Una explosión de aromas
Daniel Varacalli Costas
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Homenaje: Pía Sebastiani
Elisabeth Checa
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Experiencia: India Song
Osvaldo Sánchez Salgado
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Cine: Hitchcock, el director y
Patricia Delmar
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Aventuras: Henry von Wartenberg, de camino al Sur
Agustina Bazterrica
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Ficción: La lentitud del placer
Walter Duer
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Viajes: Vericuetos romanos
Konstantinos Kavafis
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Poesía: Ítaca
Revista Varúa
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Suscripciones 2011
von Thielmann
sus estrellas
Patricia Delmar
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historia de vida
Dudu von Thielmann
Pura pasión Editora, coleccionista, grafóloga, música, emprendedora social, Dudu es la versión femenina y nómada del humano renacentista. POR GABRIEL SÁNCHEZ SORONDO | FOTOS: FERNANDO CALZADA
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i, como dice Pessoa, la patria es la lengua, hay quienes tienen su patria en el arte: convención y lenguaje; hogar y dimensión. Como Dudu, la baronesa von Thielmann, que tiene una patria de fronteras extensas y permeables: desde Kazuya Sakai hasta Milo Locket, pasando por mucho de allá pero quizás más de aquí. Marcos López (a quien acaba de editar), por ejemplo.
Precisamente, una de sus obras incorrectas, en tamaño natural, corona la cabecera de la cama de Dudu, cuya patria se estira, cual mano filantrópica, a muchos otros. Al dibujante Ricardo Siri, a quien conocemos como Liniers, ahijado editorial y ahora socio suyo en una experiencia macanudamente titulada Editorial Común. Jean Louis Larivière también integra ese proyecto, y
casualmente toca el timbre para hablar con Dudu. Conversamos los tres durante unos minutos. Ellos hablan en español pero se cruzan palabras en inglés; una oración completa en francés; la resonancia alemana… Definitivamente, la patria-lengua de Dudu es múltiple. Café fuerte y espumoso, unas galletas densas y dulces, cuadros de autores importantes, de Japón al Cono Sur; almohadones, explosión de objetos y colores integran la geografía que nos rodea aquí, en su hogar, piso once de Recoleta. Apenas lindante, pero conectado a través del balcón (que es una misma galería llena de verde), está Hubertus von Thielmann, su compañero desde hace muchas décadas, escritor al que el propio Patrick Süskind estimuló para que publicara sus novelas. Él compartió con ella, desde siempre, el nomadismo…
En Machu Piichu, un destino inefable.
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En Beirut, con su marido Huberto y amigos libaneses, a fines de los años ‘60.
Dudu experimenta sus viajes con intensidad. Una mañana en Petra, Jordania.
“Nací en Baviera, en el campo de mi abuela; su familia ya llevaba varias generaciones dedicándose a la cosecha de lúpulo. Mi padre, piloto de la Luftwaffe durante la Segunda Guerra Mundial, perdió todo y se fue a vivir a los Estados Unidos. Encontró su lugar en California: allí comenzó a trabajar para Porsche… Vivía a una hora de la casa de Ansel Adams, el fotógrafo. Mi madre se volvió a casar y fuimos a vivir con su marido a un castillo…”
por vida: los bazares. Tuve que aprender el idioma turco, especialmente para regatear, que es imprescindible. Compré hasta endeudarme y, cuando tuve que irme del país, pude pagar todas mis deudas con las pulseras de oro que tradicionalmente se regalan allí a las mujeres cuando tienen un hijo. Yo había recibido muchas pulseras cuando nació Florian, así que vendí ese oro y pude pagar las deudas. Me salvaron las pulseras…”
Líbano en minifalda “Me casé bastante joven. A Huberto lo conocí en Munich,
en junio de 1967; yo estaba vestida de Dirndl, que es un traje típico de Baviera, muy gracioso. Todavía conservo el mismo vestido y a veces me lo pongo, me divierte… Por entonces estudiaba órgano, que había sido mi primera vocación; estaba feliz porque tenía al mejor maestro, un prestigioso profesor alemán. Pero seis meses después de aquel primer encuentro con Huberto, me invitó a visitarlo en Beirut, donde trabajaba para la petroquímica Hoechst, que tenía filiales por todo el mundo. Gracias a eso viajamos mucho”. “En ese momento, el viaje era un shock para mis padres. Para
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compensar, él me propuso matrimonio, como garantía de que iba en serio; pero apenas nos conocíamos. Finalmente nos casamos y viajamos a Beirut en un Volkswagen: hubo que manejar varias horas y nos conocimos más”. “Beirut, en esa época, era mucho más moderna que las ciudades alemanas. En Beirut compré y usé mi primera minifalda. Florian, nuestro primer hijo, nació allí. Pero cuando empezaron los problemas políticos, a mediados de los años setenta, nos mudamos a Estambul, que era todo lo contrario: primitiva, detenida en el tiempo. Allí conocí algo que me sedujo de
La guerra que muerde los talones “En 1976, la compañía aérea Lufthansa nos regaló unos pa-
sajes a Buenos Aires. Llegamos y esa misma noche supimos de un ataque terrorista; la noche siguiente fuimos a comer a una casa en las Lomas de San Isidro, cerca de donde entonces estaba la planta de Pepsi Cola, que fue atacada en ese momento. A las cinco de la mañana pudimos salir en un auto que nos llevó al Sheraton, donde al día siguiente explotó una bomba en un cuarto cercano. ‘No vine al fin del mundo para ver la misma violencia que allá’, pensé. Nos fuimos a Uruguay. Cuando llegamos a Montevideo nos dicen: ‘No se pueden quedar, aquí está todo muy peligroso, acaba de produ-
cirse un atentado al presidente de Mercedes Benz’. Volvimos a Estambul. A comienzos de 1978 nos mudamos a Teherán, también por trabajo, y en mayo de ese año empezaron los problemas. De la noche a la mañana se volvió obligatorio el chador: no te lo podías sacar, salvo en tu casa. Khomeini y después, además, la guerra con Irak, fueron demasiado; teníamos que irnos. Mudarnos otra vez…” Uno ayuda “Llegamos en 1981. Veníamos de tres años de clima revolucionario en Irán, necesitábamos
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La casa refleja el espíritu andariego de Dudu: objetos y recuerdos de viajes, artistas y amigos del mundo.
Animada por el vuelo de un halcón, junto a André de Ganay, en una tarde de campo argentino.
Su historia, su obra, su lenguaje, su presente, irradian esa vital universalidad propia de quien ha visto mucho, y quiere ver aun más.
encontrar un lugar de paz. Increíblemente, un día de abril de 1982 vuelven los chicos del colegio y me dicen: ‘Mamá, hay guerra’. Parecía una maldición”. “En el ’87, mi marido fue destinado a Manila y yo viajaba mucho entre allí y acá. Poco antes de eso, en 1986, yo había empezado con EMA (Esclerosis Múltiple Argentina), como filial de la Federación Internacional de Esclerosis Múltiple. En Alemania, después de la guerra, para nuestros padres trabajar en algo que implicara ayudar colectivamente era normal: uno ayuda. Yo creía que la empresa en la que trabajaba Huberto
‘Arroyo Verde’, una casa preciosa en el sur, y a partir de ella hicimos los otros contactos. Javier Verstraeten se sumó al proyecto y así, mientras se iba formando el grupo editorial, viajé a New York a ‘vender’ el libro Estancias Argentinas; queríamos publicarlo en español, francés e inglés para entrar en los tres mercados, y así fue. El libro se vendió muy bien y Jean Louis me dijo: ‘¿Por qué no seguimos?’. Y seguimos. Como suele suceder, el segundo proyecto que hicimos (en este caso, Mesas de Buenos Aires) fue un fracaso, ja ja ja… No sé si llegamos a cien ejemplares, pero seguimos”.
me iba a ayudar (se ríe), pero no fue así. Había que salir a buscar a los patrocinadores. Nadine Vila Moret, mi querida amiga, fue pionera y brillante CEO de EMA. También lo fueron Leonor Gold, Jorge O’Farrell, Carlos Bardeci, Alberto Salem y Gerardo Segura, precursor de La noche de los chefs en línea con las ideas para recaudar fondos; el Leatón (maratón de lectura), los torneos de bridge, el Cow Parade… Hoy, María José Wuille Bille también está haciendo excelentes cosas, con obra de Celedonio Lohidoy, como la Subasta de Fotografía Latinoamericana”. “Muchas de las cosas que
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impulsé para EMA estaban inspiradas en los lugares que habité, como los bazares que me obsesionaban desde Estambul… ¡Hasta esta casa parece un bazar!” “En Estambul fue la primera vez que tuve la idea de hacer un libro de fotos con casas, viendo esos viejos palacios cayendo sobre el Bósforo. Lo mismo me pasó cuando vi las primeras estancias. Pero no conseguía con quién, hasta que conocí a Jean Louis Larivière en un casamiento. Nos presentaron: ‘Dudu, Lulú’ (así lo llaman a él). Por su intermedio hablamos con Meme Larivière, que tenía
Tinto de damajuana “Cuando llegás a Buenos Aires, los taxistas te hablan, te conversan, te agradecen. Eso, apenas como detalle, representa algo que no pasa en las principales ciudades de Francia o Alemania. Y los increíbles paisajes de la Argentina… y la comida, el choripán con mucho chimichurri, y bueno… el vino. Yo no lo conocía cuando llegué, porque en Alemania se toma poco y en Baviera, nada. La primera vez que probé vino fue aquí, en un asado. Era un tinto muy sencillo, creo que de damajuana. Desde entonces lo sumé a mi vida, y siempre tinto… Hoy, para mí, es
imposible una comida sin él; no existe”. Suena paradójico que Dudu, una humanista amante del arte, sensible, intuitiva y solidaria, haya ido por la vida casi huyendo de la muerte, de las guerras, a cada paso que daba con su marido por el mundo. Sin embargo, pensándolo dos veces, en el fondo esto mismo resulta providencial; Dudu, a contrapelo de la enfermedad y de la muerte, va sembrando su alegría arrolladora y contagiosa. Su historia, su obra, su lenguaje, su presente, irradian esa vital universalidad propia de quien ha visto mucho, y quiere ver aun más. t
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ARTE
Julio Le Parc
Alegres destellos El paso del gran artista argentino por nuestro país renueva el impulso de su lenguaje con el alcance de un potente marco que sigue sorprendiendo. POR VICTORIA VERLICHAK | FOTOS: FERNANDO CALZADA Y GENTILEZA MARÍA DE VEDIA & JULIO LE PARC
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econocido internacionalmente como figura central del lenguaje cinético, Julio Le Parc es un consagrado artista, investigador del movimiento y de la luz. La presencia de Le Parc en la inauguración de la espléndida intervención artística realizada en Plaza de las Artes de Galerías Pacífico de Buenos Aires, a fines de octubre, trajo nuevamente a primer plano el nombre del multipremiado artista que desde 1958 vive en París con su mujer, Martha Le Parc, y tres hijos. Trampas para el ojo en estas dos piezas que conversan en el espacio, inducen a “la inestabilidad de la visión y desafían la mirada habitual”, y maravillan a
los visitantes con sus juguetones resplandores, provocando sorpresas y sonrisas. El principio Julio Le Parc nació en Mendoza en 1928. No recuerda bien la historia, porque quizás nunca se la llegaron a contar del todo. Sí sabe que su abuelo Le Parc cruza
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el océano desde Francia, toma un tren en Buenos Aires en dirección oeste y se baja donde termina la vía, en la entonces villa de Rivadavia, centro norte de la provincia de Mendoza. El abuelo llega a la zona a comienzos del siglo pasado; tiene alrededor de 40 años y enseguida se casa con una mujer de 18. A los pocos meses él muere, dejando a la joven sola y con un hijo en camino. “Mi padre nace en 1904 y también fallece relativamente joven; aún tengo parientes en Mendoza, donde estuve por última vez en 2007”, cuenta el artista, elegante y vital como la catarata de movimientos y reflejos que emanan de
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sus bellas obras, que lo rodean mientra habla. Con su madre Angélica, y dos hermanos más, se establecen en Buenos Aires cuando Le Parc tiene 13 años y, mientras trabaja para ganarse la vida, entra en la Escuela Preparatoria situada entonces en la calle Cerrito, donde
veníamos a curiosear con mis compañeros mientras pintaban los murales”. Pero, tras años de meditación y rebeldía, ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes en 1954, dispuesto a intentar modificar algunos parámetros del mundo del arte. Le Parc lucha con sus compañeros
“Móvil Transparente” y “Traslación” son dos nuevas creaciones que ponen en evidencia la inestabilidad de la visión y desafían la mirada habitual. conoce las propuestas de Lucio Fontana, profesor en esa institución y creador del “espacio ilusorio” mediante perforaciones reales en el plano pintado. También se interesa por los artistas concretos, que deseaban cortar con el establecido arte figurativo, con la representación de la realidad y con cualquier huella de subjetividad. Obrero de una marroquinería, vinculado con el anarquismo, deja la enseñanza formal en 1947, no sin antes conocer los trabajos murales de las Galerías Pacífico realizados en 1946. “Los muralistas fueron parte de mi formación como artista;
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por transformar la enseñanza del arte e insiste en desmitificar al artista y a la creación plástica –a la que considera sobrevaluada–, incorporando al espectador como parte fundamental de la obra. ¡Y vaya si lo hizo! Adivina pelirroja “Cuando tenía 17 años, tras leer mi mano, una mujer pelirroja me auguró viajes y éxito, y acertó”, dice el artista. Tras ganar una beca del gobierno francés en 1958 se instala en París, donde encuentra a Latinoamérica y entra en contacto con Victor Vasarely y Georges Vantongerloo, entre otros, al interesarse en
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El ojo del que mira
“La obra cinética se caracteriza principalmente por poseer partes que se mueven a través de mecanismos motores o manuales, por efectos ópticos y lumínicos...” la exploración de la percepción a través del Op Art. El arte óptico crea la ilusión de movimiento por la repetición en serie de un mismo motivo plástico, por las sutiles variaciones en tamaño, forma o series en distintos fondos. Así, Le Parc comienza sus experiencias en pinturas que establecen una ilusión óptica, un diálogo retinal entre la obra de colores y formas vibrantes y la mente del espectador que las reconstruye, condicionada por factores anímicos y culturales. En 1960 funda en París el Groupe de Recherche D’Art Visuel junto a Hugo Demarco, Horacio
García Rossi, Francisco Sobrino, Jöel Stein, Jean-Pierre Yvaral, Sergio Moyano Servanes y Francisco García Miranda, entre otros. Se trata de seguir con las exploraciones ópticas, incorporando luego el movimiento y la decisiva participación del espectador en la obra, convirtiéndolo en “sujeto de observación para otros espectadores”. El arte cinético de los ’60 nace de la curiosidad estética y científica. Los artistas no se conforman con representar el movimiento, quieren presentarlo directamente. La obra cinética se caracteriza principalmente
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por poseer partes que se mueven a través de mecanismos motores o manuales, por efectos ópticos y lumínicos, y por las investigaciones para lograr el movimiento que el viento impulsa en las esculturas al aire libre. Desplazamientos y rotaciones, conceptos físicos y matemáticos, nuevos materiales y efectos para crear obras que, entre una apariencia de inestabilidad y perfección, carecen de un estilo en común y parecen máquinas, partes suspendidas de una escultura o relieves discontinuos. Le Parc sobresale realizando cajas de luz con movimiento,
Los trabajos instalados en Galerías Pacífico confirman que sus obras son capaces de transformar a quienes las admiran. Rinden un homenaje a los integrantes del Taller de Arte Mural -Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino, Manuel Colmeiro, Lino Enea Spilimbergo y Demetrio Urruchúa-, que pintaron en la década del ’40 la cúpula central (450 m2 de superficie) del piso inferior del edificio. Imponente, Móvil Transparente es una obra de grandes dimensiones -una forma cúbica de aproximadamente seis metros de diagonalcompuesta por 1.561 piezas de acrílico transparente (veinte centímetros de lado cada una), que centuplican y hacen bailar a las luces y formas del entorno. Misteriosa, Traslación aparece en forma de caja negra que ampara las proyecciones de las pinturas murales de Galerías Pacífico, vistas de forma realista en dos lados de la caja y con sus imágenes fragmentadas y multiplicadas en el frente y la parte posterior. La “traslación” es doble, no sólo “sube” las imágenes murales de la cúpula sino que invita al espectador a
mirar de otra manera los espacios que transita a diario. Curada por Cristina Rossi y producida por Lía Cristal, la instalación es auspiciada por el Ministerio de Cultura y el Ente de Turismo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, junto con Galerías Pacífico y el Centro Cultural Borges. En esta temporada 2011, en el Museo Nacional de Bellas Artes tendrá lugar la presentación de “Arte cinético”, prevista para octubre, donde se reconstruirá la exposición histórica La inestabilidad (1964), con obras de Le Parc, Victor Vasarely y Jesús Rafael Soto.
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Continuel Mobile/Lumière, 1963-2007. Colección Ella Fontanals Cisneros-Foundation CIFO, Miami.
“La obra, estable, única, definitiva, irremplazable, va en contra de la evolución de nuestra época...” pero no abandona la pintura y obtiene el Gran Premio Internacional de Pintura en la Bienal de Venecia (1966). A lo largo de su extensa y célebre trayectoria nunca olvida su origen proletario. No sólo participa en manifestaciones y denuncias políticas, sino que confirma que sigue rompiendo categorías y hace suyo el compromiso –firmado con los artistas del Grupo de Investigación de Arte Visual– de cuestionar el papel del arte y del artista en la sociedad. “La noción del artista único e inspirado es anacrónica (…) La obra, estable, única, definitiva, irremplazable, va en contra de la evolución de nuestra época. Debe cesar
la producción en exclusividad para el ojo culto (…) El ojo es nuestro punto de partida”. Por eso también se siente gratificado por los calurosos saludos de las personas que, sin formar parte del mundo del arte, le agradecen
Le Parc y Victoria Verlichak, luego de la entrevista.
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por sentirse enriquecidos ante su magnífica obra. A los 82 años, Julio Le Parc está repleto de proyectos para los años venideros, tanto en Los Angeles, Washington y Nueva York como en Londres. Mientras Continuel Lumière (1963/2007), pieza de 18x7 metros de la Colección Ella Fontanals CisnerosFoundation CIFO, Miami, sigue girando por Alemania, se anuncia para este año un proyecto -junto a Fundación YPF- de escultura monumental en Puerto Madero y se confirma que Le Parc Lumière será la muestra inaugural de Casa Daros (filial latinoamericana de Colección Daros, Zurich) en 2012, en Río de Janeiro. t
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PERFIL DE UN BODEGUERO DIFERENTE RETRATADO POR UN AMIGO
Una explosión de aromas Un fuori serie de las viniculturas argentinas, empezó casi por casualidad con el vino y de pronto se encontró bodeguero para siempre. POR MIGUEL BRASCÓ
“U
na absoluta explosion of aromas” fue la forma entusiasta con la que, en 1995, Dereck Foster describió al Tocai Friulano de Finca La Anita. “¿No te pasaste?”, le pregunté yo, que aún no lo había probado. “No –ratificó–. Es así nomás”. Reconozco en Dereck a un crítico de los que no exageran, ni para aquí ni para allá. Lo confirmé yo mismo más tarde, al degustar ese Tocai en Tomo 1. Él tenía razón. Fue descorchado en un almuerzo de prensa ofrecido por Manuel Mas, dueño de la bodega, para acompañar la Ensalada del Mar y del Huerto, famosa entrada fría de Ada Concaro. En ese plato, todos sus ingredientes se mantienen fieles rigurosos a sus paladares propios pero cada uno a la vez, tocado por aderezos muy particulares
que les sofistican el paladar sin modificárselo. Incluyen, por ejemplo, turgentes colas de langostinos atlánticos sostenidos por una mahonesa de matices abstractos; húmedos ramilletes de berros primer corte en un leve hálito de aceitunas piquales; evanescencias ajiacas de tomates tiernos madurados en la planta; champiñones fileteados y delicias de ave apenas salteaditos, en una osada cautela de estragones. Y así. Es plato de atractivos gourmet desconcertantes. Cuando, en aquella algarabía de sabores, entró a mi boca el nuevo Tocai Friulano de Mas, me entregué por entero a la sensualidad acariciante que le trasmitió al plato. El connaisseur Fabricio Portelli coincidió en que era otra-cosa, en el conjunto
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entonces de los blancos nacionales. “Floral, delicado, untuoso”, describió muy bien. Elisabeth Checa aprovechó para reivindicar su perspicacia pionera. Ella fue primera en alertarnos sobre la nueva bodega, “pequeña, recóndita contraseña de iniciados que aparece a la entrada de Alto Agrelo”. A Checa le encantan esas tempraneadas. “Yo se los dije”, nos dijo. Y en efecto nos lo había dicho. A un lustro apenas de haberse iniciado la bodega, en ese almuerzo de Tomo 1 se probaron varios vinos Finca: un canchero Syrah de zona templada, hecho con uvas del viñedo más antiguo de Luján; un arisco Chenin súper fragante; un Malbec de paladar osado y carnoso en su fruta. Ideal para las cuatro “p” italianas: prima patria, poi polenta.
Manuel Mas, en Agrelo, Finca La Anita.
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Todos lo aprobamos. Tuvimos la grata sensación de quien entra por primera vez a una casa confortable. Una historia La historia bodeguera del ingeniero mendocino Manuel Mas se inicia en los setenta, cuando volvió al país tras tres años de ejercer su profesión en Inglaterra. Manchester primero, Londres después, y finalmente para la Mitchell Metal Propellers (hélices de aviones) en el distrito industrial de Croydon, Surrey. En ese período adquirió un hondo aprecio por las good manners inglesas: la austeridad como de post-guerra, el apego por las old things (autos, casas, ropa), el disfrute de la cosa
dedicarse full time a un proyecto nuevo: planta productora de termoplásticos clave para la señalización vial. Optimizó radicalmente su calidad, suscribió contratos, pintó franjas amarillo-naranja a lo largo de todas las rutas pavimentadas del país: geometrizó las pampas. A la vuelta de poco sus beneficios económicos fueron apreciables. Una finca en Agrelo A todos estos cambios le faltaba todavía agregar Mendoza, el retorno a los orígenes, el maleficio de la mariposa. Al fin y al cabo, la infancia es la patria del hombre; la tierra de uno, su absoluto feudo; y nuestro primer lenguaje, el que de verdad entendemos en sus más sutilezas y significaciones.
una finca seductora y esdrújula: sólida, límpida, rústica, orgánica y rumorosa, contra las nieves eternas del Cordón del Plata. El ingeniero inglés recorrió las zanjas de riego, las antiguas parras de Syrah en el otoño amarronado. La pregunta consiguiente era ¿comprar todo o vender lo suyo? Hacía falta el ojo de un amo para darles coraje a esas hileras. Era el aún oscuro inicio de los vinos finos argentinos, tras un largo origen de comunes profusos, noventa litros per cápita con hielo y soda. La aparición de los varietales con nombre y apellido, la novedad de los asesores extranjeros llegados para husmear, el planteo de la pregunta: ¿insertarse en el proceso o esquivarlo?
Viñedos al pie del Cordón del Plata.
Tomar conciencia de las cuatro estaciones, como los poetas alemanes del Sturm und Drag, después de Hölderlin. El otoño es el otoño y el verano es otra cosa con otra. rural, los conciertos de Sir John Barbirolli, las bellas artes de la Tate y las literaturas del Viejo Mundo. Pero, al impulso de una gran nostalgia por la cultura de su país argentino, regresó a Buenos Aires, donde continuó trabajando con grupos ingleses de la industria alimenticia local: Frigorífico Anglo. Se mantuvo en las rutinas del steak and kidney pie, los fish and chips y los gin tonic after six. De todo eso –menos del Beefeaters– se apartó finalmente en 1973 para
Para Mas, este lenguaje no era el cool intergaláctico de Buenos Aires sino el pausado de Cuyo, vinculado con la barcarola de sus acequias, los susurros entre los parrales, los abejorros lerdos del verano. Así pues, al comenzar los años noventa, viajó a Mendoza para revisar un antiguo condominio de amplia prosapia viñatera, 57 hectáreas en Agrelo, en el cual tenía una participación. Llevaba mucho tiempo de semiabandono y olvido, pero era
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No buscó respuesta consultando a Dios y María santísima, sino a los amigos confiables de la infancia, el sabio en viñas Carlos Cattania, su hermano Antonio Mas –a la sazón agrónomo en Río Negro– , su tío Domingo Martínez, patriarcal administrador de las propiedades y la bodega González Videla, más algunos compañeros de la escuela primaria. Hubo que sí, que no, que hum, pero la opinión mayoritaria fue comprar. Y él compró.
El destino bodeguero Bodeguero no se nace: esa condición se va adquiriendo poco a poco Paco Peco. Por observación y por porfía. Percibiendo en un otoño cualquiera el temperamento de un terruño; por la mañana, en un clarear casual, los desánimos de una bonarda ofuscada por algún turno de aguas retrechero. Hay que estar ahí, hay que caminar, hay que parar la oreja, hay que abrir la puerta cuando todos se hacen los dormidos, hay que probar un vino de un tanque inox cuando él menos se lo espera.
Un día cualquiera, uno se da cuenta de que finalmente se dio cuenta. Así ocurrió con el ex ingeniero inglés, el de las hélices. Estas cosas en verdad ocurren cuando el destino pone de pronto, alrededor de uno, 57 hectáreas propias que en pocas semanas aumentan a 70. Su hermano Antonio se hizo cargo inicialmente de la producción, pero se apartó años más tarde para encarar proyecto propio. Pero Manuel supo, desde el vamos, que debía entenderse mano a mano con la naturaleza. Comprometerse con la poda,
con el clon de los varietales, con los menos quintales por hectárea, con el escatime del sulfuro, con la prolijidad de los injertos, todo eso. Tomar conciencia de las cuatro estaciones, como los poetas alemanes del Sturm und Drag después de Hölderlin. El otoño es el otoño y el verano es otra cosa con otra. La innovación y la rutina Sin embargo, también vió que la cultura Sturm und Drag, para ser eficaz, aparte de cultura debe ser redituable. Y ese equilibrio
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Insistiendo y esperando, logró cincelar a nivel alto una marca super premium de perfiles propios para consumidores exclusivos. de nouances le encantó. En consecuencia, asumió las logísticas del marketing, descubriendo pronto que no era la ardua innovación sino la facilidad de la rutina quien más actuaba como primer príncipe en esa tribu. ¿Capturáis? Según cuál predomine, los resultados derivan hacia lo reasurante o totalmente lo contrario. Aplicando, como en todos sus oficios, primero perspicacia e imaginación; segundo, buen gusto y sensatez; y tercero, el tesón indeclinable, en pocos años instaló Finca La Anita entre las bodegas very few más glamorosas del mercado.
Connotando excelencia en vez de la alta productividad, proponiendo partidas limitadas de vinos seductores de alta gama. Tras lo cual, insistiendo y esperando, logró cincelar a nivel alto una marca super premium de perfiles propios para consumidores exclusivos. El efecto mediato fue atrapante para todos. Y también para sí mismo: se entregó a la Finca. En 1996 cesó en su actividad con los termoplásticos viales, aumentó las hectáreas de sus viñas, el portfolio de sus marcas y la variedad de sus cepajes; montó una vinificación de dimensión boutique, sin show-
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off high tech de equipamientos italianos; restauró a muy simples los perfiles simples de un cottage rural formato mallmann en el corazón pleno del vidueño, galpones nuevos y un depósito para añejamiento, un stud con boxes para sus caballos, otra austera deliciosa construcción para invitados muy especiales. En suma, el ámbito en cuyos atardeceres se lo encuentra con mayor frecuencia. Traduciendo del inglés poemas de John Donne, practicando en el piano un pasaje complicado de Beethoven o disfrutando con amigos su apacible condición de bodeguero respetado. t
El invierno modifica el paisaje de la finca con su encanto singular.
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Homenaje
Pía Sebastiani El piano, como la vida, es para esta artista impar una equiparación absoluta. Su arte la llevó a surcar el país y el mundo. Dedicada a componer, a enseñar y a dar conciertos, su figura sigue creciendo en fama y reconocimiento. POR DANIEL VARACALLI COSTAS FOTOS: FERNANDO CALZADA
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on la paz de los que llegan a una terraza en la ladera de la montaña después de haber alcanzado la cima, Pía Sebastiani contempla el paisaje que ha ido pintando a lo largo de su vida enteramente dedicada a la música.
Los objetos que la rodean, en su soleado departamento de la Avenida Alvear, son testimonios de ese recorrido. Ninguno tiene desperdicio. Algunos de ellos demuestran cuan lejos comenzó ese camino; podría decirse que antes de su propio nacimiento.
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Una fotografía muestra a sus padres durante el día de su boda. “El sillón de la foto es el mismo que ven aquí”, comenta, y uno se admira de que esté tan impecable. “Es cuestión de cuidar las cosas”, aconseja sin ninguna melancolía. Quien aparece en la foto es Augusto Sebastiani, que vino de Nápoles formado como arpista para enseguida integrarse a la Orquesta Estable del Colón, en la que trabajó toda su vida. Otra foto, esta vez famosa: los miembros de la Estable despiden a Erich Kleiber en la escalinata exterior del Teatro. Van caminando con entusiasmo detrás del maestro; cada uno con su sombrero al viento, todos sonríen. Están vivos. “Aquí está mi padre”, dice Pía y lo señala. “Se nota que había mucha alegría en esa época”, le comento. Y Pía asiente, esta vez con cierta
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Con Darius Milhaud en el Festival de Tanglewood, Estados Unidos. Derecha: el primer recital de Pía, el 7 de octubre de 1945.
“No se puede vivir de la composición, pero sí del piano, si uno se dedica a hacer carrera”. nostalgia. Sin resignarse, de todos modos, a aquello que parece haberse perdido en la Argentina. Historias e imágenes El viaje, sin embargo, comienza más lejos: “En Nápoles, mi tío abuelo era profesor de arpa y mi abuelo paterno –Carlo Sebastiani– era compositor. Con mi hija (Pupi) fuimos a buscar sus partituras con la idea de estrenar una ópera que, según nos enteramos, había escrito, pero no pudimos encontrarla. La casa familiar fue uno de los primeros
palazzos napolitanos, estaba pegada al Museo Arqueológico, pero lamentablemente la familia decidió venderla”. Como si la elocuencia de Pía no bastara, las fotos insisten con la suya: aquí y allá, dedicados, se ven los retratos de Olivier Messiaen e Ivonne Loriod, Eduard Van Beinum, Darius Milhaud, Erich Kleiber, Héctor Panizza, Pau Casals, Goffredo Petrassi, Alicia de Larrocha, esa “pequeña gran amiga” que ofrenda su retrato a una “colega extraordinaria, amiga sin límites
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y excepcional ser humano”. Un poco más atrás asoma la foto que Richard Strauss le dedicó a su padre en 1920, en la primera de sus dos visitas. “Comencé en la música a los 4 años, tocando el piano y también componiendo. Componía con el piano y papá me escribía la música. Después estudié armonía y contrapunto con Gilardo Gilardi, que era muy wagneriano y me enseñó a orquestar de manera muy cargada, algo que Lamberto Baldi me ayudó a suavizar. A los 16 di mi primer recital solista en
el Ateneo y también se estrenó mi primer Concierto para piano. Tres años después, Kleiber estrenó en el Colón mi obra Estampas, que después se ofreció en Estados Unidos, en Tanglewood, en presencia de Koussevitski y Bernstein”. Pía reconoce que la solista fue de a poco tomando el lugar de la compositora: “No se puede vivir de la composición, pero sí del piano, si uno se dedica a hacer carrera. Yo empecé a viajar a los 24; toqué en todo el mundo y en todas las provincias argentinas. Ésa es una diferencia fundamental con esta época: hace cuarenta años uno podía programar giras de conciertos que abarcaban, por ejemplo, diez ciudades en cada provincia. Aunque no pagaban mucho, encontrabas casi siempre un piano en condiciones y podías hacer el recorrido en auto, y a fin de mes habías completado una agenda importante de presentaciones. Me llamaban de Bahía Blanca, de Cuyo o de Comodoro Rivadavia. Ahora eso es imposible, por razones económicas pero también de falta de interés masivo de la gente. No veo mal que se hagan conciertos públicos, por ejemplo en la 9 de Julio, para volver a despertar ese interés. Creo que el único lugar donde hay más espacios que antes es en la Ciudad de Buenos Aires, no para vivir de conciertos pero sí, al menos, para darse a conocer”. Ningún género le ha sido
Con la reina Isabel de Bélgica, en ocasión de un certamen internacional.
ajeno a la artista: “Hice mucha música de cámara –cuenta–. En el exterior, con el cuarteto de Chicago; en la Argentina, con Lysy, con Luis Roggero las tres Sonatas de Brahms, y también con Fernando Hasaj, Pablo Saraví, Rafael Gintoli...”.
Maestra dedicada La docencia es otra de las pasiones de nuestra entrevistada. “También empecé a los 16, cuando una amiga de la familia me pidió que le enseñara a su hija. Vivíamos en el Conservatorio (Beethoven)
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Con el Papa Juan Pablo II en Castelgandolfo.
de la calle Santa Fe desde que yo tenía 8 años. Mi otra etapa intensa con la docencia fue en Indiana, Estados Unidos. Había llegado casi causalmente, en un cambio de aviones, cuando la empresaria Mariel de Anders me comenta que necesitaban un profesor de piano. Yo tenía mi carrera y allá no estaba mal visto que una pudiera dar conciertos y al mismo tiempo enseñar; por el contrario, era considerado un honor si mantenías una carrera importante. Como aquí el Beethoven no tenía clases durante el verano, yo me dedicaba a la docencia en Estados Unidos; y mi hermana Inés y el marido manejaban el Conservatorio en
Buenos Aires. Estuve 23 años en Indiana, fue un gran aprendizaje para mí. Encontré respeto por el que sabe y abundancia de recursos; eso hace la vida más fácil, pero al mismo tiempo la competencia dificulta la promoción del artista”. La enseñanza sigue siendo parte esencial de la vida de Pía. Una crítica del último concierto de Marcelo Balat está desplegada sobre una mesita. Este pianista que hoy cuenta 27 años es uno de sus grandes orgullos, como lo es la ya consagrada Cecilia Fracchia. “Me he manejado siempre con chicos que han pasado la adolescencia, no tanto con niños. Ahora tengo
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muchos varones de más de 18 y una chica de 11. Siempre digo que mis alumnos son como nietos. Espero que mis nietos no se pongan celosos, con todo lo que los quiero. Ahora planeo llevarlos de viaje”. Mentores ilustres Volvemos a las fotos. Desde allí nos miran los grandes maestros que tuvo Pía a lo largo de su vida. De todos ellos, la pianista parece atesorar especialmente a Darius Milhaud. “Era como un buen papá, gordo, en silla de ruedas, con sus manos muy pequeñas. Yo viví su regreso a París, después de la guerra. Se hizo un gran festejo en el teatro
de Champs-Élysées; él entró en medio de ovaciones, lo tuvieron que levantar hasta el estrado, y hacía un esfuerzo enorme para ponerse de pie. Lo tuve como profesor en el viejo Conservatorio Nacional, en la Rue de Madrid. Yo vivía en Montmartre, frente a la Place Blanche, y tenía como compañera a Aurora Natola (violonchelista y luego mujer de Alberto Ginastera). Era una época de miseria, pero Milhaud siempre se las ingeniaba para esconder, en un gran mueble, chocolates para sus alumnos. Más que enseñar, hablaba de sus obras, entre las cuales amaba especialmente Las euménides. Me llevó a usar folklore en mis propias creaciones y a componer mi Sonatina para dos violines”. También hay lugar en su memoria para otros maestros: “Aaron Copland era muy afable, enseñaba muy bien cómo escribir música para cine. Messiaen era un pianista fascinante. Con él tomé clases de estética y análisis musical. Recuerdo que para explicar Debussy traía libros con reproducciones de pinturas, y que nos hizo estudiar El mar. Le gustaba hablar mientras tocábamos, pero lo hacía siempre en voz muy baja, susurraba. Ivonne Loriod ya estudiaba con él, y todos sabían entonces que era su amante. Ginastera, finalmente, me marcó como intérprete. Estrené su primera Sonata en todo el mundo a partir de 1956: la hice en América, Europa
Fotos firmadas por grandes figuras de la música de nuestro siglo están presentes en su casa del barrio de Recoleta.
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ARTISTAS REPRESENTADOS POR LA GALERIA
“...un almohadón tiene bordada en inglés la siguiente frase: El piano es como la vida: lo que saques de ella depende de cómo lo toques”.
y Asia. Para hacer su Concierto lo fui a ver a Ginebra. La digitación era muy difícil, a veces parecían no alcanzar los dedos. Yo había logrado la manera de tocar todo lo que él había escrito, y le sugerí que publicara las digitaciones que yo había encontrado. ‘Si los demás no pueden hacerlo que se embromen’, me dijo, y se negó a publicarlas”. Entrega total Antes de despedirnos, repasamos algunos de sus objetos
favoritos: el elegante y pequeño escritorio desde el que trabaja, y responde correspondencia de sus alumnos y amigos internacionales. Sobre uno de los pianos de su estar, descansa una colección de instrumentos autóctonos de distintas partes del mundo. “Los instrumentos son como las religiones –señala–. Hay infinidad de variedades pero todos suenan de manera similar, dicen más o menos lo mismo: que algún día, quizás, nos volvamos a encontrar
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todos”, señala, y en su mirada percibo una curiosa mezcla de escepticismo y picardía. Mientras el fotógrafo dispara sus últimas tomas, abre el otro piano y toca Chopin con una fuerza y una seguridad pasmosas. El sol baña sus manos, pero éstas parecen más luminosas todavía en su incesante movimiento. Más allá, un almohadón tiene bordada en inglés la siguiente frase: “El piano es como la vida: lo que saques de ella depende de cómo lo toques”. t
Roberto Aizenberg, Ernesto Ballesteros, Luis Camnitzer, Leo Chiachio & Daniel Giannone, Flavia Da Rin, Marina De Caro, Jorge De La Vega, Juan Carlos Distéfano, Martín Di Girolamo, Leandro Erlich, Leopoldo Estol, León Ferrari, Sebastián Gordín, Julio Grinblatt, Nicolás Guagnini, Miguel Harte, Graciela Hasper, Guillermo Iuso, Fabio Kacero, Alejandro Kuropatwa, Luciana Lamothe, Artur Lescher, Valentina Liernur, Jazmín López, Marcos Lopez, Jorge Macchi, Fabián Marcaccio, Mondongo, Marie Orensanz, Liliana Porter, Provisorio Permanente, Alejandro Puente, Pablo Reinoso, RES, Miguel Angel Ríos, Nicolás Robbio, Florencia Rodriguez Giles, Miguel Rothschild, Alessandra Sanguinetti, Martín Sastre, Pablo Siquier, Adrián Villar Rojas, Román Vitali, Judi Werthein.
Ruth Benzacar Galería de Arte Florida 1000. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina Teléfono +54 011 4313.8480 galeria@ruthbenzacar.com 33
EXPERIENCIA
India song Recuerdos de un viaje con aromas y sabores. Mercados y vacas en la calle, un gin tonic compartido con Ravi Shankar. Los misterios de algunas ciudades apenas espiadas. Esa memoria impregnada de colores únicos que perduran junto a su música y la sonrisa de la gente. Imborrable. POR ELISABETH CHECA
B
ombay –ahora Mumbai–, el mar marrón frente al hotel Taj Mahal, un fastuoso palacio del siglo XIX, la puerta de India, ése que recientemente sufrió un atentado fundamentalista. Cuando lo leí, se despeñaron los recuerdos. Un capítulo de la novela corta Nocturno Hindú del italiano Antonio Tabucchi, escritor admirado y amado, transcurre en el comedor de ese hotel donde tantas veces tomé un gin tonic en horas crepusculares, cuando el sol se ponía sobre ese mar tan poco atractivo. Nada más literario que el Taj Mahal, sus laberintos y sus resabios coloniales. No fue un viaje reciente, sí iniciático: el itinerario más extraño de un alma viajera. Muy joven aterricé en Bombay desde Suiza, ni más ni menos. Dos mundos. Un shock. Bombay o Mumbai –como gustéis– es una ciudad atiborrada con magnificencias y miserias. No voy a describir los horrores ni los agujeros, sino la magia, contar al vuelo algunas
El colorido Katakhali, es un ballet que cuenta sagas de la religión hindú.
impresiones fugaces que dejaron huellas en el alma: veinte años… Los nervios, en efecto, pronto estallarán, amenaza Rimbaud en ese poema. Veinte años. Veinte años es todo y la mirada nunca es fugaz. Los nervios no estallaron, pero casi, en el camino desde el aeropuerto hasta el lugar donde debíamos alojarnos. Contemplé, fascinada, el infierno. Multitudes en las calles, de blanco los hombres, con sari o kamiz las mujeres, trasladándose. Punto,
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pura gente que va y viene. En las calles y las veredas vi manchas púrpuras. ¿Todos tuberculosos? Lo supe unos días después, era el pan. El pan, por supuesto, no es el pan. Son hojas de un árbol, verdes por fuera, de un rojo violáceo en su interior. Con las hojas hacen paquetitos que mastican y pasean por la boca.
El hotel céntrico, europeo y bastante caro. Desde el primer día las opciones eran Continental Food o Indian Food. A muerte elegí la Indian, por supuesto, tantas veces incendiaria. La otra opción no era Continental: servían lo peor de la cocina inglesa antigua, con cosas hervidas y sosas, no sólo aburridas sino terribles de digerir en un clima violento. Al segundo día de mi llegada fui a tomar el té a un lugar famoso, Gaylord’s, con sus aires coloniales. Una orquesta
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condimentadas es infinito. Desde ya, jamás con carne de vaca, tabú para los hindúes. A la vaca sagrada se la ve merodear con sus cuernos pintados de azul por las calles multitudinarias. Todo el mundo la deja pasar. Las comidas en los restaurantes comunes, ni excesivamente populares ni de lujo, se acompañaban con nimbu pani, jugo de lima y agua o yogur con agua. Los más occidentalizados, entre ellos todos los excelentes chinos de Mumbai, servían cerveza.
Ciudad de Bombay, ahora Mumbai, donde todo es movimiento, magnificencias y miserias.
“No fue un viaje reciente, sí iniciático: el itinerario más extraño de un alma viajera”. tocaba, ¿sabe qué? Un tango, Mi lindo Julián… por qué me dejaste mi lindo Julián… En ese lugar, la sensación de extrañeza a punto de estallar, como los nervios de Rimbaud. Quien me dejó no se llamaba Julián. Por eso estaba allí, en India.
(dhal) y la cocina mogul, del norte de la India, donde brilla como una estrella el arroz Biryani, que puede ser muy sencillo saltado y especiado con algunos vegetales y frutas secas, o de un lujo asiático, valga la redundancia, con arvejas envueltas en finas láminas de oro, en los palacios de los ricos. Con este arroz –sin oros– se acompañaban otros platos moglai como el pollo adobado en yogurt y especias, o el cordero. Aunque en Occidente se llama curry a un guiso con especias, el espectro de estas preparaciones
Platos ardientes En India, con una enorme población vegetariana, descubrí las infinitas posibilidades de los vegetales, curries o guisos de berenjenas, zucchini, tomates, saltados con profusión de especies, lentejas cremosas y picantes
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Sedas y sitar En Bombay, esa ciudad donde viví varios meses, tuve la suerte de conocer a Ravi Shankar, ese genio del sitar que fuera maestro de Los Beatles. Venía al hotel a visitarnos y hablar de la vida, vestido con kamiz blanco, atuendo muslim; se sacaba las sandalias y pedía un gin tonic, no era un fanático. Un brahmán hindú, aunque suene reiterativo, casado con una musulmana (me entero ahora de que Norah Jones es su hija). Vuelvo al Taj Mahal y sus horas azules. Hasta me acuerdo de la textura y los resplandores del vestido para esos atardeceres: seda cruda, sin mangas, en color entre turquesa y petróleo oscuro y muy profundo. La seda cruda tejida a mano, comprada en el mercado, la utilizó, para el vestido que hizo, un sastre cama adentro que llegué a tener en un mínimo departamento. El sastre dormía en el umbral del edificio,
como tantos otros domésticos, y trabajaba en casa. La perfección. Había alguien que me ayudaba, que podía sacar la basura y barrer, pero no cocinar. No le estaba permitido pelar una papa.
El que cocina no toca la basura, un problema de castas y tabú. Se suponía que en esos tiempos ya no regía el sistema de castas, pero en realidad en la práctica seguía vigente. Hubo que aprender los códigos, no sólo sociales, sino gestuales: saber por ejemplo que cuando se invita y el invitado niega con la cabeza varias veces, quiere decir que sí, que está encantado de venir a nuestra casa. La negación es reconocimiento y emoción. También vi el mismo gesto en esos conciertos infinitos de música clásica de la India, que tan poco tienen que
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La figura de Shiva está presente en cada rincón.
ver con esas solemnes ceremonias occidentales. En los conciertos se come, se duerme, el público sale y entra, canta y habla. Y a veces muere. El concierto, como la muerte y el sueño, forman parte de la vida, la riquísima vida. Cada concierto es
largo, muy largo para los tempos occidentales, en realidad empieza cuando uno llega y termina al decidir irse. También sucede en otros espectáculos, como el del Katakhali, un ballet que cuenta sagas de la religión hindú. Otra experiencia deslumbrante.
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Viaje interior Mi primera escapada de la ciudad de Mumbai con sus veinte millones de habitantes fue una visita a la isla de Elefanta, a una hora de barco desde el puerto. La atracción de la isla son los templos excavados en la roca del siglo VIII, que abarcan unos cinco mil metros cuadrados. Hay una escultura monumental de Trimurthi, las tres caras de la trinidad hindú: Brahma, Vishnu y Shiva. Luego de un par de meses viajé hacia otros puntos en la India, siempre en eternos itinerarios en tren. Delhi, Benares o Varanasi, la ciudad sagrada, Aurangabad, Hyderabad, Mysore, Cochin. En general, estas largas distancias las cubrí en tren. Casi siempre en compartimientos de primera clase, no por eso menos atiborrados. En las estaciones, la gente se trasladaba con colchones, chicos, animales, cocinas y sirvientes. Sobre el techo de los vagones se enracimaban multitudes.
Nocturno hindú En el verano porteño, el gin tonic en horas crepusculares o nocturnas, con los ragas de Ravi Shankar acompañado por David Oistrach como fondo, resucito esas noches tórridas, los jazmines, los sonidos húmedos del sitar. El pasaje a la India. El infinito viajar. El miedo y la dicha. Adhiero a Magris, otra vez: Viajar no para llegar sino por viajar, para llegar lo más tarde posible, para no llegar posiblemente nunca.
Varias veces debí compartir esos habitáculos, camarotes que habían perdido el sello british, con familias que llevaban cocina y cocinero. Por las castas, los tabúes, etcétera. Siempre mis vecinos fueron amables y curiosos, muy curiosos. Hubo algún viaje hacia el norte, cuando debí viajar en el vagón de las mujeres. Toda una noche. No me gustó. Mi acompañante transitaba en el vagón destinado a los hombres; separados según los códigos musulmanes. Las mujeres me contaron que a veces el tren se paraba y entraban violadores. No parecían tener miedo. No pasó nada. Recuerdo a Claudio
Magris. Escribe en el prefacio de su libro El infinito viajar: “A veces los lugares hablan, otros callan, tienen sus epifanías y sus hermetismos. Como cualquier otro, el encuentro con los lugares –y con quien vive en ellos– es aventurado, rico en promesas y riesgos…”. La India habla Otro raro destino: Aurangabad, entre Delhi y Mumbai, antiguo centro de la producción y elaboración de textiles de algodón y de seda. A cien kilómetros de distancia se encuentran los templos de Ajanta, que datan del año 200 a.C. Están esculpidos en la roca y, en su interior,
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Benares o Vanarasi, la ciudad sagrada junto al Ganges.
“De día nos trasladábamos al continente en lanchas con boisserie y bronces. Mozos descalzos, con turbante, preparaban gin tonic”. decorados con pinturas todavía visibles. Para pintarlas, se sabe que fue usado un complicado sistema de espejos para reflejar la luz del Sol. Un extraño, impresionante impresionismo. A veinticinco kilómetros de la ciudad, el templo de Ellora, completamente esculpido en una montaña hasta quedar como una estructura libre. Ambos conjuntos datan de la misma época, pero Ajanta es budista y Ellora, hindú. Dos mundos. Una visita al sur, en Cochin, un delta tropical, también un hotel ex palacio. Éramos los únicos huéspedes, nos preguntaban qué queríamos comer a la noche y elegíamos entre fuegos
diversos (la cocina del sur es fuego). De día nos trasladábamos al continente en lanchas con boisserie y bronces. Mozos descalzos, con turbante, preparaban gin tonic. Más mercados, más templos anónimos y deslumbrantes. Y Benares o Vanarasi, la ciudad sagrada junto al Ganges. Recuerdo el mercado, los saris bordados en oro, las pulseras de vidrio, los aromas intensos, indescriptibles las escalinatas, los funerales junto al río, una fiesta colorida con música, globos y flores junto a la pira. Claro: nadie estaba triste, el que parte lo hace hacia otra vida, seguramente mejor. Así lo creen. t
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CINE
Alfred Hitchcock
El director y sus estrellas Un talento irrepetible que sigue vigente en la memoria de los amantes del séptimo arte es ahora analizado desde un ángulo singular: las actrices que formaron parte de su filmografía, que son también imborrables. El maestro del suspenso, en estas páginas. POR OSVALDO SÁNCHEZ SALGADO fotos: Gentileza Block Museum of Art, USA
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l cine, por definición, es imagen en movimiento. Sin embargo, ese mundo invadido de luz y fantasía conserva en sus pliegues algunas sombras. Así, los mitos pueden crearse y subsistir en plenitud gracias a las bambalinas de la escena. Los espectadores sólo están en condiciones de apreciar el montaje final, la continuidad de incontables acciones que dan forma y contenido a una película. Conocer los entretelones que rodean al cine clásico permitiría completar el cuadro, aquello que se ve en la pantalla y lo que necesariamente haya ocurrido detrás mientras se producía el film. Existen pocos cineastas que igualen la atracción que Alfred Hitchcock logra crear sobre sí, incluso a treinta años de su muerte. Y esto, naturalmente,
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va mucho más allá de la calidad de una trayectoria situada a la altura de la perfección. Dentro de ese grupo privilegiado de técnicos y profesionales que lo rodearon en los sets de Europa y de los Estados Unidos durante cinco décadas se ubican en lugar preferente las actrices que –en varios casos y no por casualidad– alcanzaron de su mano la categoría de estrellas. Mientras rodaba sus films, el estilo de relación que mantuvo con cada una de ellas puede considerarse un guión real nunca filmado. Moldeando a una heroína Varios biógrafos de Hitchcock coinciden en revelar un perfil introvertido, callado, hasta tímido, que no lo abandonaría nunca; entre ellos, Donald Spoto, quien llega a relacionar a la rígida edu-
En un descanso del rodaje de “Los Pájaros”, Hitchcock junto a Tippi Hedren.
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cación católica en la Inglaterra eduardiana en la que se crió, con una personalidad fuertemente reprimida en lo afectivo y en el más explícito plano de la sexualidad. Imposible confirmarlo. Lo que sí surge nítidamente –con sólo dar un vistazo al corpus de su producción– es el peso específico que para él tuvo el universo femenino en los más de cincuenta títulos que dirigió para el cine. ¿Por qué lo haría? En la nutrida reseña biográfica Sólo es una película, Charlotte Chandler –amiga personal de
Karin Dor, a quien Hitchcock utilizaría para crear una escena de violencia magistral en “Topaz”.
una compañera madura, creativa y audaz del protagonista masculino. Algo nunca visto hasta ese momento.
dades expresivas del cine hasta convertirlo en la forma de espectáculo más popular y exitosa. En esa época corría el rumor sobre cierto aspecto misógino de Hitch (“Llámenme así, sin el ‘cock’”, solía decir con picardía a sus allegados). Madeleine Carroll fue una actriz exquisita que intervino
Corría el rumor sobre cierto aspecto misógino de Hitch: “Llámenme así, sin el ‘cock’”, solía decir con picardía a sus allegados. los Hitchcock– afirma que esa tendencia a incluir actrices en medio de dramas de espionaje, crimen y suspense se fundamentaba en que el director creía que eran las mujeres quienes elegían las películas para llevar al hombre al cine: una pizca de romanticismo impulsaba a franquear la boletería. Sin embargo, aun reconociendo la obsesión que demostró por el dinero, cuesta creer que el talento del maestro del suspense redujera los límites de su arte a una cuestión de taquilla. Parece más coherente convenir que Hitchcock impuso desde sus primeros trabajos un modelo nuevo de heroína (eso sí, muy atractiva) que dejaba de lado el mero rol decorativo del objeto sexual para convertirse en
Belleza y misoginia La activa etapa británica de Hitchcock comenzó con films mudos, en 1925, mientras que, cuatro años más tarde, la llegada del sonoro amplió las posibili-
Grace Kelly fue otra de sus grandes actrices.
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en dos de los grandes sucesos de ese tiempo (39 escalones y Agente secreto); ella y Margaret Lockwood –quien encarnaba al personaje protagónico en La dama desaparece– confirmaron a coro con Sylvia Sidney (Sabotaje) que el genio y capacidad del director eran indudables y cuantiosos, aunque las good manners brillasen por su ausencia. Cuando la Segunda Guerra Mundial estaba a punto de estallar, Hitchcock, Alma Reville –su mujer y primera colaboradora– y Patricia, la hija de ambos, se instalaron en los Estados Unidos. Allí los esperaba un contrato de seis años con la MetroGoldwyn-Mayer que permitió al director inglés un crecimiento formidable. Su primer trabajo fue
llevar exitosamente a la pantalla una novela de Daphne du Maurier (Rebeca) que la frágil y jovencísima Joan Fontaine interpretó con terror auténtico, muy similar al que revoloteaba sobre la acción del libro y la película. Dos versiones de Venus A mediados de los años ’40, el prestigio de Hitchcock era indiscutible y Hollywood comenzó a promoverlo como un gran director de género (thriller de suspenso) y a vincular su estilo con el de las luminarias de primera magnitud que alimentaban el star system. Una de ellas fue Ingrid Bergman. La deslumbrante sueca protagonizó bajo su dirección Cuéntame tu vida (Spellbound) junto a Gregory Peck; Tuyo es mi corazón (Notorious), en compañía de Cary Grant; y Bajo el signo de Capricornio, donde su partenaire fue Joseph Cotten. A finales de la década, el escándalo del divorcio y nueva unión (con Roberto Rossellini) alejó por mucho tiempo a Ingrid Bergman de los estudios norteamericanos. Por consiguiente, Hitchcock debió buscar otra intérprete que reuniera las cualidades que él apetecía para sus heroínas: belleza y sensualidad, refinamiento, distinción
Cary Grant y Joan Fontaine en una escena de “Suspicion” (1941).
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Hitchcock logró atrapar el interés de artistas, escritores, productores y público de todo el mundo con su creatividad y genio impares. y frescura. En 1953 encontró al más perfecto de los paradigmas con que había soñado, aunque poco tiempo después le fuera arrebatado por el príncipe Rainiero Grimaldi. La estética incomparable y luminosa de Grace Kelly brilló sucesivamente en las versiones de La llamada fatal (con Ray Milland y Robert Cummings); La ventana indiscreta, al lado de James Stewart; y en el que sería el canto del cisne de su carrera cinematográfica: Para atrapar al ladrón, acompañando a Cary Grant.
Relaciones peligrosas En dualidad inversa al intenso y platónico enamoramiento que abrigó por Ingrid Bergman y Grace Kelly, a quienes brindó atención y cuidados, Alfred Hitchcock desarrolló un vínculo de frialdad casi absoluta –cuando no de maltrato– con otras intérpretes de rango estelar. Dirigiendo a Marlene Dietrich y Jane Wyman (Pánico en la escena), Anne Baxter (Mi pasado me condena), Shirley MacLaine (¿Quién mató a Harry?), Doris Day (El hombre que sabía demasiado), Kim Novak (Vértigo),
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Eva–Marie Saint (Con la muerte en los talones) o a Julie Andrews (Cortina rasgada) demostró el desinterés que guiaba su trabajo cuando la protagonista femenina, por el motivo que fuera, no encajaba en su modelo predilecto. El retiro de escena de Grace Kelly llevó a Hitchcock a ilusionarse, un tiempo más tarde, con la incorporación de Vera Miles a sus futuras producciones, pues si bien la actriz no alcanzaba las cotas de sex appeal y finura de la reinante princesa de Mónaco, tenía mayores posibilidades que otras candidatas. Finalmente,
Los protagonistas de “La sombra de una duda”, Teresa Wright y Joseph Cotten.
Miles sólo pudo aparecer en El hombre equivocado (con Henry Fonda) y en el rol secundario de Psicosis, debido a que sus embarazos coincidían con los rodajes, lo que obligaba al realizador a suplantarla. Vínculo perverso A principios de los ’60, Hitchcock quedó flechado por una ignota cover girl de revistas de moda que nunca había imaginado dedicarse a la actuación. Por ese entonces, Tippi Hedren estaba demasiado ocupada criando en solitario a su pequeña hija (Melanie Griffith). “La necesidad tiene cara de hereje”, advierte el refrán; de
Psicosis: 45’’ de eternidad En junio se cumplieron 50 años desde el rodaje de Psicosis, una de las obras maestras de Alfred Hitchcock, dueña de una vigencia notable. Si esto sorprende por el tiempo transcurrido, más asombra todavía el permanente escalofrío que continúa provocando contemplar esas imágenes. Su potencia, el impecable trabajo de iluminación y fotografía, la espasmódica banda sonora compuesta por Bernard Hermann y la labor de los actores, sometidos a la hábil batuta del director británico, siguen poniendo los pelos de punta. La escena de la ducha –entre las más recordadas de la cinematografía mundial– está protagonizada por una muy sensual Janet Leigh, horrorizada al infinito. Los 78 planos perfectos de su filmación no superan los 45 segundos, lapso suficiente para inmortalizar el arte y la pericia de un realizador que se autodefinía como “un buen observador”.
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Agenda Otoño Salón Nacional de Pintura. Fundación Banco de la Nación Argentina en La Normandina - Mar del Plata El sorprendente artista Juan Andrés Videla resultó ganador en este concurso, con su obra “Jardín con árbol”: un grafito con óleo, barniz y trementina sobre placa de gran formato se reveló en el primer lugar de los elegidos en esta última edición. Sus características plásticas trasladan a una atmósfera de brumas y climas poco definidos donde, de repente, surge la imagen de la verdad.
La curadora fue Ana María Batistozzi. Hernán Salmanco, con “Natural vista”, y Marina Laura De Caro, con “Comunidad original”, fueron los otros galardonados. La Normandina de Mar del Plata expone ahora esta selección de 44 obras, con bombos y platillos. Hasta fin de mayo.
Borges y un nuevo espacio
modo que la modelo aceptó el llamado insistente de uno de los más afamados realizadores del momento y la jugosa oferta consecuente. Casi le cuesta la vida. El backstage de Los pájaros se convirtió para ella en una pesadilla paralela a la del inquietante guión del film, al declinar la propuesta matrimonial que Hitch le formuló con desesperación pero también con autoritarismo. La filmación de la conocida secuencia con decenas de aves precipitándose riesgosamente sobre la intérprete fue repetida durante una semana y devastó su sistema nervioso. Según
testigos y biógrafos, la actitud despiadada de Hitchcock fue su primera respuesta al rechazo sufrido, que luego matizó negándose a dirigirle la palabra a la actriz durante esa filmación y la subsiguiente (Marnie, la ladrona), que ambos estaban obligados a cumplir por exigencias contractuales. Inspiración Un año antes de abandonar este mundo, Alfred Hitchcock recibió el Lifetime Achievement Award Tribute, atribuido por el American Film Institute. En su discurso de aceptación, él
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agradeció a cuatro personas que habían cumplido un papel relevante a lo largo de su vida. Allí mencionó “a una encargada de montaje cinematográfico, a una guionista, a la madre de mi hija Patricia y a una excelente cocinera que ha obrado milagros en la cocina doméstica. Su nombre es uno y el mismo: Alma Reville”. Con este formato de sencillo intimismo, el genial creador cerró la película de su propia existencia, homenajeando a la única mujer cuya fidelidad se mantuvo inalterable hasta que aparecieron, como en toda vida humana, las dos palabras habituales: The End. t
Robert Doisneau Robert Doisneau (1912-1994), uno de los grandes maestros de la fotografía del siglo XX, nos deleita en estos días con una exposición en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta. Ciento treinta y siete obras originales se reúnen en Une vie toute simple (Una vida sencilla), siendo una retrospectiva inédita en Buenos Aires. Se podrá visitar hasta fines de junio.
El genial escritor argentino tiene casa en el Centro Cultural Borges. Un espacio dedicado a su vida y obra es la flamante iniciativa, llevada adelante conjuntamente con la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que dirige María Kodama, y que apunta a establecer un lugar de reflexión, divulgación y análisis de la obra del autor de “El Aleph”. Exposiciones, charlas, presentaciones, seminarios y múltiples propuestas para no perderse en este otoño porteño.
Papeles modernos. De Toulouse-Lautrec a Picasso Desde dibujos y grabados realizados en la segunda mitad del siglo XIX por artistas como Honoré Daumier y Henri Toulouse-Lautrec, hasta trabajos de mediados del siglo XX de Carlo Carrà, José Gutiérrez Solana, Federico García Lorca y Giorgio de Chirico. Obras de Amedeo Modigliani, Marc Chagall y André Lhote, y de pintores independientes como James Ensor, Georges Rouault, Henri Matisse, Pablo Picasso, Käthe Kollwitz, Georges Braque y/o Paul Klee, integran los festejos por los diez años de Malba. Hasta el 23 de mayo en Malba Fundación Costantini.
Dibujo de Honoré Daumier
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aventuraS
Henry von Wartenberg
Camino al Sur Detrás de las huellas del célebre naturalista inglés Charles Darwin, este fotógrafo argentino ha experimentado una de las travesías más apasionantes jamás realizadas en territorio argentino, chileno y uruguayo. Aquí, una selección de las páginas de su libro memorable. POR patricia delmar FOTOS: HENRY VON WARTENBERG
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uando Henry von Wartenberg ideó emprender este viaje, BMW Group se adhirió de inmediato y pensó en su motocicleta F 800 GS, dadas las condiciones especiales y los requerimientos para el periplo. A bordo de este modelo impar se delineó uno de los trayectos más inverosímiles de nuestro tiempo. Siguiendo los parajes que hace 200 años visitara Darwin para ahondar en sus investigaciones Henry, con 16.000 kilómetros de recorrido, no se detuvo hasta cumplir su meta. Todo comenzó con la lectura del diario de viajes del autor de El origen de las especies; las narrativas de Fitz Roy, The voyage of H.M.S. Beagle y su recopilación de las principales cartas y bitácoras de los protagonistas; la novela de Harry Thompson, Confines del Mundo, y otros tesoros que abrieron aun más sus ojos y entusiasmaron su espíritu. “En un primer momento intenté respetar el orden cronológico original, pero de esta forma el proyecto hubiera durado años. El H.M.S. Beagle navegó y reveló las mismas zonas en constantes idas y vueltas. La moto me permitió acceder a lugares remotos, pero también dependí de varios barcos (para llegar al Cabo de Hornos, por ejemplo) o de mis propias piernas (escalé el Monte Tarn y otros cerros)”. Así expresa el protagonista de esta aventura su disparador en lo que luego pudo plasmar en su voluminoso libro Charles Darwin, Al Sur del Sur, ilustrado con sus atractivas tomas fotográficas, mapas e ilustraciones históricas. Durante la travesía que realizó para este libro, Henry ofreció charlas sobre Darwin y su relación con la Argentina y editó una serie limitada de fotografías conmemorativas del viaje destinadas a coleccionistas de arte. t
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La travesía de Henry von Wartenberg supuso un gran desafío en el seguimiento de los pasos de Darwin por Argentina, Chile y Uruguay.
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Apacible playa en Tierra del Fuego. Mapa antiguo que integra parte de la ruta de Darwin. Abajo: Henry continuando su travesía en 2010.
“No creo haber visto nunca un lugar más apartado del mundo que esta grieta rocosa en la extensa llanura” (Darwin, Río Deseado).
Según Darwin, en 1537 los caballos desembarcaron por primera vez en Buenos Aires. En 1580, ya se los veía en el Estrecho de Magallanes.
Eugenio Calderón, hijo de Cristina, la última yagana pura que queda en el planeta. Ambos viven en Puerto Williams. Izquierda, ilustración de época con nativos fueguinos.
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FICCIÓN
La lentitud del placer POR AGUSTINA BAZTERRICA
“... el alma de la otra mujer se cubre de plumas blancas que la abanican suavemente” Pez soluble, André Breton
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S
entada. Pies juntos, manos sobre el banco de madera. Sola. Espalda contra el respaldo, pollera liviana hasta las rodillas, camisa traslúcida, ojos en silencio. Quieta. Boca entreabierta, respiración lenta, pelo que toca la punta de los senos, labios que se mueven apenas, acariciando el aire con vibraciones pequeñas como las de dos alas rojas cayendo juntas, una sobre la otra. La gente pasa, pero no está. Están los cuerpos, la ropa, los olores que se mezclan con las palabras hechas de nada, de vidrios rotos, de instantes muertos, despedazados, las respiraciones entrecortadas, el murmullo oscuro, ridículo, plano. Ella, inmóvil. Mira un cuadro. Hay una mujer sentada sobre un bote de madera negra, sosteniendo una cadena de la que es prisionera. Hay juncos en el agua que pueden lastimarle la piel, penetrarla como agujas de hielo. Hay una lámpara que cuelga de la punta del bote oscuro y hay velas que se consumen, se apagan. Hay un río, agua suspendida que pareciera querer congelar el mundo, detenerlo por siempre en ese momento, en ese instante perfecto. Hay pájaros diminutos, apenas visibles, parados sobre los juncos, sobre las espinas afiladas que lastiman el extremo del paisaje, donde no hay sangre. La mujer va a morir y lo sabe. No llora. Lleva un vestido blanco que aparentemente la protege del frío, pero no lo hace. Está sentada sobre una manta que roza el agua, que ya está mojada, que no la tapa. Los árboles duermen, pero oyen que los
“Lady of Shalott”, óleo de John William Waterhouse (1888).
ojos de la mujer se cierran, huelen el color rojo del pelo que cae hasta la cintura, sienten los labios, la suavidad del miedo, de la boca apenas abierta. El frío detiene los aromas, los sonidos, los reduce a una quietud semejante a la de un alarido deforme, mudo. Quiere matarlos despacio, dándoles placer. Quiere que la mujer desaparezca entre las caricias punzantes, despedazarla con la lentitud que sólo permite la muerte. Y ella, sentada, sola, quieta, es la mujer, quiere serlo. Necesita estar en el bote, sentir el acero helado de la cadena, el peso del vestido blanco que no la abriga. Estar dentro de la piel transparente, pura. Ser la mujer. Estar cubierta del silencio, de los susurros blandos del frío que la van envolviendo, del
ritmo inmóvil del agua cortándole la respiración. Aprieta los bordes del banco de madera y tiembla, apenas. Es la mujer, sentada sobre la manta bordada, quiere serlo. Siente la muerte, puede tocarle los párpados. Sabe que la quietud es capaz de matarla porque ahora es ella la que respira la suavidad de los árboles. Dejarse llevar, caer en el pulso interminable del silencio. El bote negro pareciera no moverse, pareciera estar atrapado entre los juncos y ella, en el banco de madera clara, entiende que la quietud no es la muerte, ni el silencio, ni el frío, ni la mujer. Es parte de la respiración del paisaje, está dentro de ella de la misma manera que está dentro del cuadro, de
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viajes
Vericuetos romanos La distancia entre la Fontana di Trevi y la Piazza Navona es muy corta. El visitante curioso puede descubrir una infinidad de desconciertos repartidos en las pequeñas calles que unen esos dos tesoros de la cautivante Roma y, claro, mucho más.
los pájaros helados, de los juncos inmóviles, del agua negra en forma perpetua. Entonces quieta, sola y liviana se deja caer y la sangre, las venas se diluyen en pequeños fragmentos; la boca abierta, apenas; las uñas clavadas en el banco de madera; los ojos sin dejar de mirar a la mujer, al cuadro; el pelo cubre los labios mojados, brillantes que se mueven con un ritmo
ahora, es transparente como la de la mujer que desaparece, que se derrama en los latidos llenos de silencio que nacen del agua helada, de la quietud de los pájaros, de los juncos negros, de la mirada de la que está sola. La pollera liviana se arruga con el temblor de las piernas y pareciera no cubrirla como el vestido blanco que está mojado. Siente la vibración pequeña de los pájaros rozándole la
”Es parte de la respiración del paisaje, está dentro de ella de la misma manera que está dentro del cuadro, de los pájaros helados, de los juncos inmóviles, del agua negra en forma perpetua”. lánguido, preciso, suave, como el del bote negro; la piel entera vibrando en forma imperceptible, casi inadvertida; la respiración pareciera detenerse, por momentos, como la de la mujer que nunca termina de morir; las piernas abiertas, las manos aferradas al banco, marcándolo, despedazando, apenas, la madera clara y no hay sonidos, como en el cuadro, sólo está ella dentro de una dimensión muy cercana a los bordes del aire, donde la respiración es una, muy próxima a la caída. La piel,
mano que sostiene la cadena, la mano aferrada al banco donde las uñas lastiman la madera clara. Siente el límite del paisaje, del mundo, lo percibe suspendido en el aire, en los juncos apenas visibles, en el agua con espinas, en el banco donde está sentada, quieta. No habla, aunque pareciera hacerlo con el cuerpo, estremeciéndose con la lentitud que sólo permite el placer, sin detenerse jamás, como en un río, dentro de un bote.
Agustina María Bazterrica ha publicado cuentos y poesías en antologías, revistas y diarios. Fue galardonada en más de treinta concursos literarios y participó como jurado en varios certámenes. Las obras premiadas se pueden leer en: www.agustinabazterrica.com
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POR WALTER DUER FOTOS: LUZ DÍAZ CARMONA / Fotobank
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o se trata de ser supersticioso ni crédulo. Es una ecuación sencilla, racional: la Fontana di Trevi ofrece nada más ni nada menos que la posibilidad de volver a Roma y, a cambio, sólo pide que el visitante le dé la espalda durante unos segundos –luego de haber empujado a unos cientos de turistas que se encontraban realizando el mismo menester– y eche en sus aguas una moneda de cualquier valor. El deseo no es de cumplimiento efectivo, claro está. Pero si se recorren las pocas cuadras que separan este clásico romano, inmortalizado por el baño de Anita Ekberg en La dolce vita, con otro imperdible de la capital italiana como es la Piazza Navona, atravesando nada menos que el Panteón, la experiencia se hace impetuosa.
Justo delante de la fuente se ubica Forno (Via delle Muratte 8), un sitio de delicatessen donde pueden comprarse algunas cosas ricas, con sabores caseros, para degustar durante el camino.
Los sándwiches de mortadela y la pizza bianca alcanzan niveles superlativos. A pocos metros, en dirección al Panteón, se abrirá la Piazza di Pietra, donde se conservan en muy buen estado
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El célebre Café Tazza D’Oro, próximo al Panteón, invita a disfrutar de sus preparaciones únicas.
Durante este año 2011, Roma y el mundo se unen a las celebraciones por los 150 años de la unidad de Italia. Fiestas, conciertos y exposiciones acompañan a la ciudad eterna. columnas que pertenecieron a un templo construido en honor al emperador Adriano en el año 144, hoy anexo a un ámbito en el que se celebran eventos empresariales. Enfrente, la primera parada: De Sanctis 1890 (Piazza di Pietra 24, esquina Via dei Pastini), una casa de diseño que ofrece artesanías y cerámica de Sicilia y la Toscana, y trabajos realizados con cristal de Murano. Desde allí, hay que seguir la Via dei Pastini. Lo primero que se verá es Bartolucci (en el número 99): un gigantesco local que vende todo tipo de objetos de madera, desde muñecos y juguetes varios hasta una motocicleta a escala real. Además, ni bien se entra en el lugar, a la izquierda, hay montado un taller antiguo de trabajo, que transporta a los cuentos
infantiles tradicionales. Y para no perder el momento mágico, ahí nomás, en el número 134, está Thun, una casa de regalos y sorpresas, repleta de pequeñas figurillas en cerámica.
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El mejor café del mundo Muy cerca, en la esquina con la Via delle Orfani, está el sitio exacto para hacer una pausa: el mejor café del mundo. Esto no es una crítica de autor, sino lo que anuncia el cartel en la puerta del Caffe Tazza D’Oro, un ámbito con una barra que domina la sala principal y que remite a los viejos bares de la década del ’70. Unos cuantos sillones de cuero negro y hasta la forma en que los mozos están vestidos, caminan y atienden a los que llegan prolongan la ilusión de haber hecho un viaje a través del tiempo. Las tulipas, rellenas con las luces de bajo consumo que impone esta nueva era de cuidado del medio ambiente, son el único elemento disruptivo. Una cita imperdible en esta caminata.
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El pulso del mercado de flores Campo dei Fiori, “el campo de las flores”, queda a apenas unos pasos de Piazza Navona. Tan cerca, que es un pecado no hacer el esfuerzo adicional de llegar hasta allí. Si se lo visita en los horarios exactos (por la mañana), se podrá disfrutar del mercado que funciona desde 1869. Pero son pocos los puestos que hacen honor al nombre del lugar vendiendo rosas, orquídeas y otras variedades; lo que prevalece es la oferta gastronómica: especias, verduras, licores, frutas... Lamentablemente, en los últimos años se han instalado unos cuantos stands de baratijas, electrónicos y artículos para turistas que nivelan para abajo el glamour del lugar. En una de las esquinas, una visita imperdible: Ruggeri, un almacén con aroma combinado a fiambre recién cortado, a queso en la horma y a dulce casero.
A la Via dei Pastini le quedan todavía algunas sorpresas antes de ceder a la Piazza della Rotonda. Como el Restaurante Il Barroccio (en el número 13), reconocido por su antipasto y por un menú caracterizado por los sabores de la Toscana; o Brocante (en el 15A), un lugar de coleccionismo en el que se pueden encontrar infinidad de fetiches alrededor de las motocicletas Vespa (miniaturas, bolsos, remeras, lapiceras y un etcétera inabarcable) tanto como reproducciones pequeñas de automóviles clásicos, de tanques de nafta de otras épocas, de barcos, de formaciones militares... También hay un buen sector con revistas italianas antiguas. Pasar de largo por el Panteón
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puede ser considerado como una verdadera herejía viajera. Ese templo que llega desde los tiempos anteriores a Cristo (su construcción data del año 27 de la era anterior), nació como un centro para la adoración de los dioses de la antigua Roma y, dominio católico mediante, se convirtió en Santa María Rotonda, una iglesia dedicada a María y los mártires. Su domo de concreto, con ese ojo abierto en el centro de la cúpula que
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La gastronomía local es una tentación continua. Los tomates son protagonistas en la mayoría de sus platos, como en otras ciudades mediterráneas. mira directamente hasta el cielo, la gran cantidad de personajes célebres de la historia cuyos restos descansan ahí y el silencio solemne que envuelve al lugar (aun cuando hay dentro cientos de turistas hablando al mismo tiempo) son un imán para que el visitante no pueda irse, incluso después de haber recorrido dos o tres veces todo el perímetro. Vamos a la plaza A la salida, la calle Salita di Crescenzi sostiene por unos pocos metros la magia que veníamos transportando desde
Via dei Pastini. Lo hace, por ejemplo, en Il Papiro (en el número 27), una papelería con productos que enamoran: libretas, sobres sepiados, hojas para escribir cartas, sellos, lacres... Luego, la actividad comercial se hace más espaciada. El caminante chocará con la Via della Dogana Vecchia, girará hacia la izquierda y volverá a doblar, esta vez a la derecha, en la primera arteria que se abra. Así llegará sin escalas a la Piazza Navona. Música en vivo, pintores trabajando al aire libre y unos cuantos barcitos y restaurantes, muchos de ellos
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con mesitas a la calle, completan el panorama. Tre Scalini se destaca por sus carnes y pescados. En cambio, 4 Fiumi, llamado así porque está ubicado exactamente frente a la fuente homónima (de los cuatro ríos, traducido al español), se inclina más hacia la pizza y tiene el aire inconfundible de los establecimientos que nacieron pensando en los turistas. Si la idea es pasear por un lugar histórico, ahí nomás, en Via Santa Maria dell’Anima 62, está el Ponte e Parione. Los metros que separan a la Fontana di Trevi de la Piazza
Junto al Tíber, los romanos pueden disfrutar de un panino al volo, en cafés y restaurantes con sombrillas, frente a piscinas y, siempre, con los insuperables gelatti.
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PoesÍa
Konstantinos Kavafis Ítaca
Las cúpulas romanas dibujan un perfil encantador, que desde el Monte Pincio, por ejemplo, brindan un panorama único.
Navona no llegan a ser mil. En épocas de eficiencia aplicada a todos los órdenes de la vida, la demora en caminarlos no debería ser superior a los quince minutos. Pero si el objetivo es el disfrute, sin relojes que presionen, ni citas urgentes aguardando en la agenda, lo mejor es entregarse a estas pequeñas calles superpobladas de desconciertos y tomarse el tiempo para que resulte una experiencia impar. t
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca, ruega que el viaje sea largo. Lleno de peripecias, experiencias, aventuras. No temas a los Lestrigones ni a los Cíclopes ni a la cólera del tremendo Poseidón. No hallarás esos monstruos en tu ruta si tu pensamiento es elevado, si en tu alma y en ti anida una emoción exquisita. Los Lestrigones, los Cíclopes y el terrible Poseidón no podrán encontrarte si no los llevas dentro de tu alma, si tu alma no los enfrenta contigo. Sólo ruega que el viaje sea largo, que sean muchos los días de verano que te vean llegar gozozo, alegremente a puertos que tú desconocías. Que puedas demorarte en los mercados de Fenicia y comprar bellos objetos, madreperlas, coral, ébano, ámbar y mil clases de perfumes placenteros. Visita muchas ciudades de Egipto para aprender y aprender de los que saben. Mantén siempre en tu alma la idea de Ítaca, llegar a ella, ése es tu destino. Pero no te apures en tu camino, será mejor que dure muchos años y que llegues ya anciano a la pequeña isla, enriquecido con lo que hayas ganado en el camino. No esperes que Ítaca te enriquezca: ella te ha concedido ya un hermoso viaje. Sin Ítaca jamás habrías partido. Pero ella no tiene otra cosa que ofrecerte. Si la encuentras pobre, ella no te ha engañado. Siendo ya anciano, con tanta experiencia sabrás sin duda qué significan las Ítacas.
Konstantinos Kavafis (1863 - 1933), poeta griego aunque nacido en Egipto, fue una de las figuras literarias más relevantes del siglo XX; uno de los mayores exponentes del renacimiento de la lengua griega moderna. Su trabajo como periodista y también como funcionario no le permitió publicar un desarrollo amplio de su obra personal. Sin embargo, ha dejado grandes poemarios, en los que destaca un estilo urbano e introspectivo singular. Sus mejores poemas concentran la experiencia humana de una forma intemporal, lo que ha influido marcadamente entre autores de la llamada “poesía de la experiencia”, como Luis Cernuda o Jaime Gil de Biedma. Fue E. M. Forster quien divulgó en Europa la poesía de Kavafis. Su personal figura influenció al novelista británico Lawrence Durrell, en cuyo Cuarteto de Alejandría es una presencia permanente. El poema Esperando a los bárbaros es otra de sus memorables obras.
Traducción de la versión en inglés: Manuel Mas.
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