La suerte de ser pobre Cuántas comodidades nos apartan del único Bienestar. Esta sociedad en la que vivimos siento que nos invita a no pensar en los que necesitan ayuda, solo persigue centrarnos en nosotros mismos, siempre conseguir más y más de lo que ya tenemos, para lograr destacar, ser superiores, ser dioses y finalmente estar solos. Cuando lo único que sacia es Dios. Tan simple, tan sencillo. Este verano para mi ha sido especial, mis ojos y mi corazón han sido llenados como nunca. Me dejé seducir por Él y me llevó hasta su desierto donde he conocido el significado más puro y bello de ser cristiano. La poca civilización, la sequía, las enfermedades mortales y la escasa sanidad crean realidades muy duras e historias con finales tristes. Pero, ¿cómo actuaría Jesús ante todo esto? esa pregunta me hizo reaccionar y ver en cada enfermo, en cada niño, en cada anciano al mismo leproso, paralítico, ciego, prostituta con los que Jesús se relacionaba. Y ahí, en ellos he encontrado al más verdadero Dios. En sus sonrisas y gestos de agradecimiento, en su escozor al curar sus heridas, y en el compartir de hasta su escasa comida conmigo mismo. He descubierto a Dios en esas poquitas cosas, sin más. Uno de los días en que atravesaba una zona desértica para llegar a uno de los poblados a los que la misión sirve agua. El todoterreno que conducíamos Sergio, otro misionero, y yo, pinchó. Cambiamos la rueda y esa rueda de repuesto volvió a pinchar. Parecía una broma. En medio de la nada, sin nadie a más de veinte kilómetros a la redonda. Sin comida y sin saber quién y cómo nos iban a encontrar. Nos sentamos en la arena, hicimos una oración y era feliz. ¡ FELIZ ! en medio de la nada, perdido, sin comida, sin nada más que un Dios que me creó para salvarme. Qué rico es el pobre, solo Dios basta. Me estaba devolviendo lo mínimo que podía hacer por Él, vestir al que estaba desnudo, visitar al que estaba enfermo.
PÁG. 7