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El futuro empezó ayer
from Veterinariae 29/2021
by Veterinariae
MARIÁN EGIDO
«Creo en el importante papel de esta profesión como garante de la salud pública, del bienestar animal y para mejorar la rentabilidad de muchas economías de familias rurales»
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Por Pepe Monteserín
En el huerto de Fonciello de Meres conocí a Mª Ángeles Egido Herráiz, nos presentó una amiga común, Emma Álvarez, y cada cual en sus madreñas, caminamos en amena charla entre las jóvenes hortalizas y frutales. —Me llaman Marian o Marián, nací en Cuenca, capital, en 1967 —parece tímida pero se expresa con aplomo—. Estudié en la Facultad de Veterinaria de León. —¿Por qué en León? —Fue la primera facultad que respondió a mi solicitud. Más tarde me llegó la confirmación de que me habían admitido en la Complutense de Madrid, pero ya estaba instalada en León, en la residencia de estudiantes, había conocido a algunas compañeras y no me cambié. Mis hermanos y yo estudiamos fuera de Cuenca. Ahora valoro el esfuerzo de mis padres por darnos carrera a todos. —¿Era veterinario tu padre? —Era un médico todoterreno, de los de antes, de los que hacían de todo. Trabajaba mucho. Creo que era muy buen médico, o eso dicen... Mi madre «sus labores», estudió magisterio pero no llegó a ejercer, con sacar adelante a cuatro hijos no le daba tiempo para otras cosas. Les doy gracias a los dos. —Eres veterinaria vocacional, claro. —No —sonríe y a su vez parece lamentar llevarme la contraria—. Fue mi padre quien me animó a hacer la carrera de veterinaria. Yo no tenía claro mi enfoque profesional, no nací con la vocación de veterinaria. —¿Y te hiciste a ello? veterinaria excepcional, Nuria García, que me aguantó y me enseñó a trabajar e hicimos un equipín muy guapo. Seguimos siendo buenas amigas. El trabajo que desarrollé ahí me acercó al mundo ganadero asturiano, al cara a cara con el ganadero, a ayudarlo en el papeleo que tan cuesta arriba se les hacía y hace.
Marián habla pausadamente y se detiene a cada poco y se agacha para descubrir una fresa, acariciar la hoja de una berza... —En los trayectos de las inspecciones escuché sus historias de la guerra, del hambre que pasaron algunos (el que en aquella época tenía un gochu tenía un tesoro), de lo malo que se estaba poniendo para los pueblos y de que nadie iba a tirar por esto... También me enseñaban el paisaje y los nombres de las montañas. —Pareces paciente y de buen compás, pero ¿tuviste algún encontronazo? —Si tuve alguno lo borré. Me quedo con lo bueno, que fue mucho. —¿Después de Laviana adónde fuiste? —Pasé a trabajar a Oviedo, también en la Dirección General de Ganadería donde sigo. En una etapa tramité subvenciones
Marián en la huerta de Fonciello.
—Con el paso del tiempo y con el ejercicio de esta actividad estoy muy satisfecha de mi elección. Creo en el importante papel de esta profesión como garante de la salud pública (aunque todavía no esté reconocido socialmente), garante del bienestar animal y el papel de «economista» de muchas ganaderías. —¿Economista? —De asesoramiento para mejorar la rentabilidad de muchas economías familiares. —¿Cuál fue tu primer trabajo al terminar la carrera? Espera, no me digas: campañas de saneamiento ganadero.
Caben las interrupciones con Marián, es pausada, parece que le gustara más escuchar que hablar y no se precipita con las respuestas. —Sí, empecé haciendo campañas de saneamiento ganadero, pero sólo tres semanas porque me llamaron para trabajar en la Oficina Comarcal de Laviana. Mi trayectoria profesional la he ejercido en la Administración. —¿Y qué tal Laviana? —Fue una etapa preciosa, empecé con mucha ilusión, tuve una compañera
a programas de conservación de razas autóctonas en peligro de extinción, y empecé a conocer un mundo que me apasiona que es la cultura y tradición de los paisanos de los pueblos asturianos a través de sus razas autóctonas. Soy una enamorada de las razas autóctonas asturianas. Actualmente estoy en el Registro de Explotaciones Ganaderas, lo que normalmente conocemos como «haciendo CEAs». —¿CEAs? —Lo de CEAs es el Código de Explotación Agraria, es un número que se les da a las explotaciones ganaderas cuando las registras. Coloquialmente decimos «voy a hacer un CEA» cuando reviso la solicitud de un ganadero para registrarle una explotación. —¿Tienes vocación de servicio? —Sí. Mi función es servir al ciudadano e intentar facilitarle las cosas; el papeleo les sigue costando mucho a nuestros ganaderos y exigimos bastantes papeles en la Administración. —Ya que estamos en esta huerta, como diría Perales, dime, Marián, ¿a qué dedicas el tiempo libre? —Me encanta la referencia a Perales —se toca el corazón—. Él empezó a ser conocido cuando yo nací; somos paisanos y de pueblos muy próximos de la Alcarria. Perales es de Castejón, y yo pasaba el verano en el pueblo de mi abuela materna, Ángeles, San Pedro Palmiches; pasé con ella, a la que tanto estimo, los veranos de mi niñez y adolescencia. Crecí con las canciones de Perales y alguna vez coincidí con él en una tienda en Cuenca de ultramarinos donde vendían «pan de pueblo». ¿Mis aficiones? Me gusta mucho el arte... —En Cuenca hay un gran museo de Arte Contemporáneo. ¿Te gusta Zóbel? —Claro, y tengo en mi casa una buena reproducción de un cuadro suyo. —¿Qué otras aficiones? —La literatura. —¿Qué leíste últimamente? —Trasiego; un año sin trabajo, de la belmontina Rosa Fuentes; la última de Rosa Montero, La buena suerte... También sigo las noticias de actualidad y comparto mucho tiempo con grandes amigas, que me aguantan y me aportan mucho; tertulias y sobremesas de andar por casa, nada profundo, sobre lo que dijo tal político o tal otro. También echamos unas risas (como diría una compañera que tuve de facultad) y unas sidrinas. —¿Y qué me dices de esta huerta? —Me gustan todos los temas relacionados con la naturaleza: tengo un grupín de amigos con los que voy a coger setas (ahora hace mucho que no lo hacemos, la pandemia nos lo ha impedido) y esta huerta es mi última aventura: con un grupo de amigas —señala a Emma Álvarez, una de ellas— hemos alquilado una parcelina y nos dedicamos a plantar lechugas, tomates, patatas, acelgas, remolachas, pepinos —los va señalando a medida que caminamos, yo detrás de ella, despacito y con cuidado de no espantar la primavera—, pimientos y alguna hortaliza más, y limoneros, naranjos, mandarinos, aguacates, arándanos, grosellas, frambuesas, plantas aromáticas... ¡De todo! —Supongo que no utilizáis insecticidas... —¡Ca! —niega sin apenas levantar la voz, se expresa siempre con dulzura—. Con este huertín ecológico pretendemos dar las gracias a la Naturaleza por su generosidad y pedirle perdón por todo lo que la estamos maltratando. —Harás buenas ensaladas. ¿Te gusta la cocina o la repostería? —Me gustan mucho los dulces. De hecho, soy nieta de confitero, pero no sé de repostería. Hace unos días encontré entre mis cosas un anuncio de los años 50 de la confitería de Pedro, mi abuelo paterno, La Flor de Lis, en Cuenca, en la calle Fray Luis de León. —¿A quién tienes actualmente en Cuenca? —En Cuenca capital vive mi madre (mi padre falleció hace unos años) y una hermana. Tengo otra hermana que vive en Torrejón de Ardoz y un hermano en Madrid. —¿Por qué escogiste Asturias? —En León conocí a un asturiano de la Cuenca del Nalón: se llama Joaquín y llevamos casi 30 años casados. —¿Tuvisteis algún fruto? —Dos hijos: Pablo y Javier, que son independientes. —¿Escogieron la rama sanitaria? —Ni Pablo ni Javier son veterinarios. Tampoco Joaquín. —¿Estás contenta en Asturias? —Muy feliz —se le iluminan los ojos, de por sí luminosos—. He vivido unos 10 años en Sama de Langreo y ahora estoy viviendo en Oviedo. Me he sentido muy querida por la familia de mi marido que me adoptó como a una hija; mis suegros han sido mis padres asturianos. Hace menos de un mes falleció mi suegro y todos los días me acuerdo de él y se me llenan los ojos de lágrimas —también le afloraron en el momento de evocarlo—. Y me siento muy querida por mis amigos; no tengo muchos y los pocos que tengo los necesito; la mayoría son asturianos aunque algunos son de León.
Nos dirigimos a una pequeña caseta de aperos y dejamos las madreñas. —¿Plantarás lirios?, te lo pregunto por el nombre de la confitería de tu abuelo Pedro: Flor de Lis, lenguaje heráldico con el que se denomina a los lirios. —Pues no se me ocurrió, y eso que tenemos de todo, incluso girasoles y hasta cereales, sin pretenderlo —sonrió—, puesto que viene la grana con la paja que utilizamos para cubrir el compost.
Algo así fue el encuentro en la modesta (sólo en superficie) parcela de Fonciello; Fonciello que viene de fundus, «finca», «explotación agraria» e -icus + ellum, fundcellum, «fundo pequeño». Y nos fuimos cantando aquella de «...y se marchó y a su mundo le llamó libertad...». ±
Q Marián ante Pelayo en los Jardines del Palacio Real, en Madrid. T Marián en Covadonga con sus suegros y su marido.
Q Anuncio de los años 50 de la confitería de Pedro Egido, abuelo de Marián.