H. Ayuntamiento de
Ocoyoacac 2013 - 2015
Alfonso González García
PRESIDENTE MUNICIPAL CONSTITUCIONAL
MENSAJE Hace ya muchos años —apenas dejando de ser un niño— estaba cerca de la iglesia de San Miguel, en la parte alta de Ocoyoacac. En ese momento, sin saber todavía el significado de la palabra “pertenencia”, me quedé mirando hacia abajo, hacia el resto del pueblo. Y algo sucedió. Una especie de frescura en el pecho (hoy sé que es orgullo) que me hizo tener desde entonces un cariño y un apego muy grande por mi terruño.
El tiempo me dio, después, las razones para sustentar dichas emociones. Supe que no éramos una población más dentro del Estado de México. Supe que tras nosotros había un bagaje histórico importante. Supe que había —y hay— gente ocoyoaquense de mucho valor y talento. Amigos, ciudadanos todos, mujeres y hombres de todas las edades, de todas las comunidades, de todas las delegaciones que conforman al municipio de Ocoyoacac: Hace 203 años, dentro del territorio de nuestro municipio se llevó a cabo un hecho histórico. Sangriento, sí, pero de importancia vital para el devenir social de todo México. En el Monte de las Cruces se enfrentaron el ejército realista y un incipiente ejército revolucionario. Hombres del tamaño de Hidalgo, de Allende, pisaron nuestras tierras para poner una pieza fundamental en lo que sería después la independencia de nuestro país de la monarquía española. Los libros marcan este hecho. Los especialistas lo estudian. Penosamente —debemos reconocerlo— a nosotros, los principales interesados por ser protagonistas, a veces se nos ha olvidado. El esfuerzo invertido en el presente libro es para recordarnos por qué somos importantes. Y no hay mejor manera de hacerlo que a través de las páginas que tienes en las manos. Es símbolo también de la tarea que debemos hacer para llevar la educación a todos los habitantes de Ocoyoacac. De elevar el nivel cultural de todos nosotros. Una población culta, bien preparada, tendrá siempre las posibilidades de un desarrollo abundante y sostenido. La combinación de voluntades logró que pudiéramos tener este resumen de una parte de nuestra historia. Para que lo compartamos gustosos, para presumirlo a nuestros visitantes, para disfrutarlo. Hemos de agradecer, por supuesto, a las instituciones participantes e interesadas en llevar a cabo la presente obra. Al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, CONACULTA; al H. Ayuntamiento Constitucional de Ocoyoacac, el cual me honro en presidir. Y a las manos que pusieron todo su empeño y conocimientos para concretar este trabajo. Sintámonos, una vez más, orgullosos de ser quienes somos. Gente honrada, trabajadora, estudiosa, conocedora de su historia. Orgullosos de ser de Ocoyoacac. Porque entre nosotros, nadie es más que todos juntos.
ATENTAMENTE
Alfonso González García
Presidente Municipal Constitucional La Batalla del Monte de las Cruces
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LA CAMPANA DE DOLORES SE ESCUCHÓ EN OCOYOACAC Desde el Pueblo de Dolores en aquella madrugada de septiembre 16, de 1810, como bien sabido es, al sonar la campanada se esparcieron los rumores de que, “EL GRITO DE DOLORES” proclamaba libertad. Campana con dignidad, con sonido diferente… Era un tañer convocante… que invitaba a la gente, a todo el pueblo oprimido, a romper férreas cadenas que causaron la miseria, el oprobio y muchas penas en tres siglos de opresión. El sonar de la campana tocada con devoción… Corrió por valles y llanos, cruzó ríos, subió montes; buscó nuevos horizontes… y reunió a los hermanos hombres con mucha lealtad, quienes con callosas manos nos dieron la LIBERTAD. El tañer de la campana sonó fuerte en Guanajuato, no respetó fortaleza de la alhóndiga altanera, símbolo de la opulencia y mal habida riqueza. A Valladolid, con diligencia también les llegó el sonido, que prosiguió hasta Toluca, se fue rumbo a Ocoyoacac; pero aquí se escuchó cercana la campana de Dolores tan lejana… En Ocoyoacac, la gente tan laboriosa, tan creativa y muy valiente, también se volvió insurgente al son de la campanada. La campana de Dolores tiene un glorioso prestigio. Y ¡Qué prodigio! Quién diría que el sonido convocante… en un solo instante en el Monte de las Cruces… se transformaría en luces anunciando Un Nuevo Día. ¡Triunfó el pueblo insurgente! El de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez. Y, dijo el toque de clarines: “Triunfaron los insurgentes, perdieron los gachupines!” Felipe Cortés Martínez. (Cormarfel). 8
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CONMEMORACIÓN DE LA BATALLA DEL MONTE DE LAS CRUCES
La Batalla del Monte de las Cruces, en el actual estado de México, a las puertas de la capital, tuvo lugar el 30 de octubre de 1810. Comandada por el Libertador de México, Miguel Hidalgo y Costilla, tuvo lugar a escaso mes y medio del Grito de Dolores, pues a partir del 16 de septiembre la insurrección había seguido un ritmo impetuoso, imparable, produciendo una impresionante estela de triunfos. De tal manera que los jefes insurgentes, Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez y Abasolo estaban al fin frente a la ciudad México después de resonantes victorias sobre el ejército realista. Habían tomado algunas de las principales ciudades del Virreinato: San Miguel El Grande, Guanajuato (en donde triunfaron de manera contundente en la gran batalla de la Alhóndiga de Granaditas), Valladolid (hoy Morelia), Toluca y, ahora, a las puertas de una acción que parecía decisiva para la obtención de un La Batalla del Monte de las Cruces
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triunfo contundente, solo faltaba una batalla para derrotar al ejército realista y entrar a la capital del virreinato de la Nueva España. El ejército realista al mando del General Trujillo, como se sabe, fue derrotado de manera contundente y destrozado. El triunfo fue posible gracias a una inmensa masa combatiente de más de 80 mil hombres, compuesta de manera heterogénea de soldados entrenados que habían defeccionado de las filas realistas, comandados por el General Ignacio Allende y Unzaga, arquitecto de la victoria militar, y un numerosísimo contingente popular, desordenado, que aportó sin embargo el mayor número de víctimas y combatió con arrojo y denuedo y fue clave para obtener el triunfo. Esa masa estaba formada por indígenas, artesanos y gente del pueblo en general, que desde el inicio de la campaña insurgente se había ido incorporando a la insurrección, proporcionándole el carácter distintivo de revolución popular, que no tuvieron otros movimientos independentistas latinoamericanos. En la forma de un levantamiento popular, habían sido decisivos para la victoria insurgente en Guanajuato, y lo fueron también para obtener el triunfo en la batalla del Monte de las Cruces. Sin embargo, lo que pareció un enfrentamiento militar decisivo, se convirtió en un momento de inflexión: fue la última actuación de esa masa popular en la primera fase de la lucha por la independencia, que a partir de allí cambió de carácter. Eliminado el último obstáculo, sin enemigo al frente, la ocupación de la ciudad de México quedaba abierta para las tropas de Hidalgo. Pero éste decidió no tomar la capital y dio la orden a sus hombres de regresar al Bajío, convirtiéndose ésta en una de las decisiones militares más controvertidas y menos explicables de la historia de México. A partir de ese momento y de esa decisión los grandes contingentes populares desertan de las filas insurgentes, se producen desavenencias -que terminarían con la ruptura- entre Allende e Hidalgo y una cadena de derrotas que culminarán con la detención, juicio y muerte de los principales jefes de esta primera fase de la insurrección. De haber tomado Hidalgo la ciudad de México, ¿habría concluido entonces con una victoria y en tan solo un mes y medio la lucha por la independencia? Es imposible responder a esa pregunta. Sin embargo, como lo afirman los historiadores de la Secretaría de la Defensa Nacional, en el libro Grandes batallas de la Independencia y la Revolución Mexicana, “casi dos siglos después se puede concluir que la batalla del Monte de las Cruces fue un momento decisivo en el que la historia de México pudo haberse escrito de otro modo”. Nada empaña el hecho, sin embargo, de que la batalla del Monte de las Cruces debe ser considerada una gran hazaña militar, una epopeya del pueblo de México en lucha por su independencia y libertad. Diputado Federal Javier Salinas Narváez 10
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H. Ayuntamiento Municipal
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P. A. ALFONSO GONZÁLEZ GARCÍA PRESIDENTE MUNICIPAL C. SAMUEL PEÑALOZA PICHARDO SECRETARIO DE GOBIERNO L.C.P. Y A.P. CARLOS QUIÑONES ACOSTA SÍNDICO MUNICIPAL C. MA. DEL CARMEN ARRIAGA IBARRA PRIMER REGIDOR C.P. JOEL ESCOBAR CARRILLO SEGUNDO REGIDOR LIC. JUAN CARLOS VILLASEÑOR MARTÍNEZ TERCER REGIDOR PROFR. JAVIER HINOJOSA VARGAS CUARTO REGIDOR LIC. ANDRÉS REYES SARONÉ QUINTO REGIDOR LIC. JORGE IVÁN CASTILLO GARDUÑO SEXTO REGIDOR C. ROMÁN ORTÍZ ALONSO SÉPTIMO REGIDOR C. ESTHER VILLASEÑOR LÓPEZ OCTAVO REGIDOR ING. EDWVIGES RAFAEL ESQUIVEL DE LA CRUZ NOVENO REGIDOR C. ENRIQUE VENTURA MONTES DÉCIMO REGIDOR 12
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Monte de las Cruces, famoso puerto, no me agradan mujeres por tanto muerto, pero sí quiero hacer sepulcros e ir al entierro. (Boleros alusivos a las batallas del Monte de las Cruces y Aculco. AGN, Ramo Operaciones de guerra, L. 939, fs, 99.)
Sonia Rodríguez Chávez La Batalla del Monte de las Cruces se ha convertido en uno de los pasajes más emblemáticos de la narrativa que acompaña a los primeros años del movimiento insurgente del cura Miguel Hidalgo y Costilla. Dicho enfrentamiento fue la máxima victoria de los caudillos insurgentes, quienes emprendieron una de las empresas más arriesgadas contra uno de los ejércitos mejor preparados de todas las colonias españolas. También fue el parte aguas de lo que sería la continuación del movimiento a su momento cumbre: poder tomar la capital de la Nueva España. Pero el momento histórico y las decisiones del ejército insurgente los llevaron a otra batalla — aún más cruenta y con divisiones entre ellos —, lo que significó el declive del primer movimiento de independencia. La Batalla del Monte de las Cruces
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LA VIDA DE LA NUEVA ESPAÑA EN LOS ÚLTIMOS AÑOS DEL SIGLO XVIII
urante la segunda mitad del siglo XVIII, la Nueva España se caracterizó por haber logrado llegar a una madurez relativamente rápida de sus fuerzas productivas, de las instituciones políticas, de la estructura social y de las formas de pensamiento, influenciados por la política de despotismo ilustrado de los últimos Borbones, y de las revoluciones norteamericana y francesa. Asimismo, la desigualdad social era un hecho latente, pues la sociedad novohispana estaba rígidamente estratificada. Es difícil comenzar con un motivo en específico que haya orillado a la nueva España a su emancipación de su metrópoli. Lo económico y político claramente tiene injerencia, pero la composición de su población, las costumbres y la educación fueron en gran medida factores que determinaron a los hombres y mujeres líderes del movimiento libertador. El surgimiento de México como nación libre fue una dinámica que se realizó como resultado de los acontecimientos suscitados en el exterior; de tal suerte que el estudio de la Independencia, según varios analistas, se ha realizado a partir de las causas que lo originaron, tanto en la situación interna como fuera del territorio nacional predominante en esa época.
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Alexander von Humboldt
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Desde la conquista española, México se vio obligado a tributar a la metrópoli y aceptar todas las condiciones que consideraron necesarias los peninsulares (como se les llamaba a los españoles venidos de la península ibérica), para el control y explotación de la Colonia. La sociedad se dividió en estamentos —niveles sociales—, donde criterios como el color de piel y la fortuna personal regían la pertenencia a la clase alta o baja. Cuando el Barón de Humboldt visitó México, comentó:
“México es el país de la desigualdad. Acaso en ninguna parte la hay más espantosa en la distribución de las fortunas, civilización, cultivo de la tierra y población”. (Humboldt, Alejandro de, Ensayo Político sobre el reino de la Nueva España, 3°Ed., México, Editorial Porrúa, 1978, pp. 68-69).
A veces llamado México y otras América Septentrional, la Nueva España ya no se consideraba colonia, ni brazo ni mucho menos hija de la España de la que hablaban en las ciudades. La cual las clases más bajas de la escala social, e incluso algunos criollos de renombre, nunca habían conocido. La raíz de la independencia comenzó desde lo cultural y étnico: los criollos, hijos de españoles nacidos en la Nueva España, ya tenían un completo arraigo a la tierra en la cual habían nacido. El criollo loaba la naturaleza mexicana, la sabiduría de sus letrados, la virtud de sus religiosos y consideraban que Dios tenía una predicción especial por su tierra, bendiciéndola con la aparición de la Virgen de Guadalupe, una virgen morena, como los habitantes nativos de la tierra, a la que lograron que fuese declarada patrona de México.
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Los peninsulares se encontraban ubicados en lo más alto de la pirámide social, dedicándose al comercio exportador, ocupaban los puestos más importantes de la burocracia, además de monopolizar los altos y medianos puestos en la Iglesia y en el Ejército. A pesar de las epidemias, el siglo XVIII fue un siglo de aumento de población que pasó de unos tres millones a más de seis, concentrados en un 90% en el centro y sur del país. En el sur predominaban los indígenas, mientras en el centro, donde estaban las principales ciudades, se congregaban criollos, castas e indígenas. El norte estaba casi deshabitado. Los españoles se instalaban casi siempre en ciudades y en un porcentaje muy alto de los mismos los dedicaba al comercio. Muchos de ellos se casaban con las hijas de ricos criollos, de manera que los españoles residentes pasaron a formar parte del mismo grupo. El criollo era el grupo más instruido y el 5% de los mismos era dueño de las más altas fortunas en tierras, en minas y algunas de tipo comercial, riqueza que les había permitido comprar títulos nobiliarios. Pero no todos pertenecían a ese grupo destacado, muchos eran rancheros, comerciantes, mineros y empresarios medianos o desempeñaban cargos en el gobierno, la Iglesia o el recién creado ejército. Gran parte de los criollos, a pesar de su instrucción, no podían aspirar a más que a ingresar al sacerdocio o a la práctica de alguna profesión, por lo que sentían resentimiento contra los peninsulares que desempeñaban altos puestos en el gobierno o en la Iglesia y que, en su mayoría, permanecían sólo temporalmente en la Nueva España. Este resentimiento se acentúo cuando el visitador Gálvez limitó el número de criollos que podían tener puestos en el Ayuntamiento, la Audiencia y otros organismos de la administración pública novohispana.
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Sus componentes se convertirían en los primeros receptores y difusores de las ideas ilustradas que consigo trajeron la independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa y como resultado de ello “De este grupo saldrán más tarde los ideólogos y caudillos de la revolución de independencia” (Florescano, Enrique e Isabel Gil Sánchez, La época de las Reformas Borbónicas y el crecimiento económico 1750-1808, en Historia general de México, v. 2, México, El colegio de México, 1980, p.247).
A los nacidos de la mezcla de españoles, criollos, indios, negros, mulatos y mestizos de las clases populares se les llamó castas, consideradas en un rango superior al del indio. Éstas sumaban un 22% de la población y practicaban gran variedad de oficios: mineros, trabajadores, sirvientes, artesanos, capataces, arrieros, mayordomos, mozos, panaderos. A finales del siglo XVIII se habían multiplicado tanto que, junto con los criollos, eran la clase que más había aumentado.
Los indios representaban el 60% de la población y con rasgos sumamente particulares. En el sur habían preservado sus costumbres y tierras comunales.
Los escasos descendientes de los nobles eran caciques o gobernadores y algunos se convirtieron en hacendados, comerciantes y ricos mineros que hablaban “castilla”. La mayoría de los indígenas seguían siendo monolingües, pagaban tributo y constituían la principal fuerza de trabajo. Trabajaban a menudo en la agricultura, minas, ranchos, misiones, haciendas y otras. Cuando perdían sus tierras se empleaban como jornaleros o peones. En las ciudades se empleaban como sirvientes u obreros. La población negra representaba a fines de la colonia sólo el 0.5%, pues la esclavitud casi había desaparecido y se reducía a algunas haciendas azucareras. La creciente prosperidad de la nueva España fue indiscutible en todas las vertientes económicas. Una de las más importantes fue la minería, exclusiva de españoles y criollos que se beneficiaron del descubrimiento de ricas vetas. Por ejemplo, el aumento en la producción de plata en el año 1800 fue de tal magnitud, que la Nueva España aportaba el 66% de la producción mundial y contaba con alrededor de tres mil minas en todo el territorio novohispano (Ídem, p. 270).
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Como la gran fortuna se encontraba en la minería, las demás actividades se vieron limitadas. Ejemplo de ello son el refinamiento del azúcar, la preparación de aguardiente, la elaboración de telas de algodón, seda o lana. A pesar de ello, la industria textil se desarrolló en la región del Bajío, Guadalajara, Michoacán y Puebla. El campo estaba dividido en haciendas, ranchos, propiedades comunales y pequeñas propiedades. En las regiones del Bajío, Michoacán, Guadalajara y México, predominaban los grandes latifundios que habían crecido a expensas de las comunidades indígenas. Estas comunidades, en su mayoría, vivían perpetuamente endeudadas con la Iglesia, quien fuera la principal fuente de crédito. La corporación virreinal más rica y poderosa era indudablemente la Iglesia. El barón de Humboldt calculaba su fortuna en 44.5 millones de pesos fuertes, de los capitales piadosos, y 2.5 a 3 millones en bienes raíces. Su fortuna venía de la renta de sus propiedades, de los diezmos y de las utilidades obtenidas por préstamos a largo plazo a los hacendados, pequeñas industrias y comerciantes, convirtiéndolo así en el gran banquero de la época.
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lo largo de tres siglos se presentaron síntomas de inconformidad contra el régimen establecido. Estos se agudizaron con el tiempo y la revolución fue madurando. Las condiciones económicas y sociales determinaron su necesario e impostergable advenimiento. Las fuerzas productivas habían aumentado considerablemente, pero la producción seguía condicionada a las mismas formas primitivas de producción, condiciones que tuvieron que provocar una lucha violenta. El aumento de la población, en proporción superior al desarrollo del país, el sistema económico colonial basado en monopolios, estancos, prohibiciones de establecer industrias, restricciones a la producción en general y al libre comercio interno y externo con otras colonias o naciones, la subordinación de la economía interior a la metrópoli, una agricultura primitiva concentrada en unas cuentas manos, la propiedad de la tierra dependiente directa o indirectamente de la Iglesia Católica, un régimen fiscal que succionaba el territorio novohispano en beneficio de la monarquía y que asfixiaba e impedía la evolución económica, fue la situación que se convirtió en detonante del movimiento de independencia de México. Debido al creciente poderío de Francia e Inglaterra, España tenía que idear la manera de que la riqueza —de la cual se hablaba mucho en la Nueva España— llegara y fuera visible en su decadente sistema económico y político. Para ello se comenzó a implementar un sistema que centralizara la toma de decisiones en la corona, aumentando la burocracia y el aparato administrativo, pero controlado por los peninsulares.
Monarquía Española Siglo XVI 20
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Así nacieron las reformas borbónicas, establecidas por la corona española para modernizar el funcionamiento del imperio y obtener mayores ingresos de sus colonias. Pero, ¿qué sucedió en Europa para que desde allá se gestaran ideas de independencia y revolución? En primer lugar las ideas ilustradas que consistieron en el racionalismo filosófico científico, remedio para los males de la sociedad: el fanatismo, la ignorancia, la tiranía y la injusticia, mismos que eran herencia de un pasado oscuro que obstaculizaba el progreso. La Ilustración española fue racionalista, pero católica y nutrida no sólo de ideas importadas, sino también de principios de la tradición española.
Los reyes borbones y muchos de sus ministros adoptaron las ideas ilustradas que favorecían el desarrollo de la economía y de la educación, pero se opusieron a cualquier intento de limitar el poder absoluto de los reyes. A diferencia de los reyes de Habsburgo, que habían considerado a sus posesiones americanas como reinos, los borbones las consideraban colonias, obligadas a proveer a su metrópoli de fondos y materias primas, y a consumir manufacturas españolas. Las reformas emprendidas por estos reyes procuraron fortalecer el poder del estado, tratando de recuperar la autoridad cedida a las corporaciones, sobre todo a la Iglesia, a la que sometieron con diversas medidas que limitaron al clero regular desde 1717.
Reyes Borbones de España La Batalla del Monte de las Cruces
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Estas medidas culminaron en la drástica expulsión de los jesuitas en 1767 —expulsión que tanto resintieron los criollos, quienes habían sido educados por ellos—, y en el Real Decreto de Convalidación de Vales Reales, de 1804. Se obligó a la Iglesia a remitir “como préstamo a la Corona” todo el capital de capellanías y obras pías que se prestaba a bajo rédito a rancheros, hacendados, mineros y otros empresarios. Esto generó que quien tuviera una deuda pendiente con la Iglesia, la pagara inmediatamente, para que ésta pudiera remitir el dinero a la metrópoli. Durante la visita de don José Gálvez, de 1764 a 1771, se pusieron en práctica las reformas administrativas, en especial las destinadas a mejorar la recaudación de impuestos. La Real Hacienda quedó a cargo del cobro de viejos y nuevos impuestos con gran éxito, ya que en 1765 el ingreso en la nueva España era de 6 millones 130 mil pesos y en 1798 llegaba a 21 millones 451 mil. Buena parte de ellos saldría a la metrópoli o a otras colonias. Gálvez también estableció el estanco o monopolio del tabaco, que se sumó a los existentes del azogue, la sal, los naipes, el papel sellado, la nieve y la lotería. Para 1789, se había consolidado la creación de un sistema restringido de comercio libre para la Nueva España. El visitador planeó también la división de la Nueva España en 12 Intendencias. A los intendentes se les dieron algunos de los poderes que ejercían el Virrey y la Audiencia, lo que creo malestar en la vieja burocracia. Sin embargo, acrecentado por las desviaciones económicas, las luchas de clases constituyeron expresión real y verdadera de la mayoría de los alzamientos e insurrecciones ocurridos ya desde 1521. Estos mostraban a una clase social efervescente de indígenas y castas durante años crearon en grandes masas de población explotada con un espíritu revolucionario vigoroso, como no ocurrió en ninguna otra colonia de España en América. 22
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Según los estudiosos, a diferencia de la independencia de esas colonias, la revolución de independencia en la Nueva España fue desde su inicio una gran guerra de clases de los trabajadores de los campos y de las minas, dirigida por sacerdotes rurales, fieles intérpretes de las ansias de liberación del pueblo oprimido. Y no solamente los criollos y las clases bajas deseaban la emancipación con las circunstancias que acaecían en la metrópoli, la Revolución industrial había dado a Inglaterra nuevo poderío dentro de Europa y en altamar. Para agrandar su economía y lazos comerciales, solamente se le atravesaba España, por lo que según Alfredo L. Palacios, Inglaterra “deseaba la emancipación de las colonias españolas, porque quería la libertad comercial en la América hispana para afianzar su poderío en los mares, cuando declinaba la estrella de la España conquistadora”. Lo anterior para abrir los mercados de las colonias a otras partes que no solamente fueran España, pues ésta revendía con altos precios. Inglaterra, gracias al aumento de su poderío interno, había abandonado la piratería y se concentraba en el comercio lícito, con miras a la emancipación de las colonias para que éste floreciera. También intentó patrocinar la independencia de las colonias, pero la invasión de Napoleón a la península ibérica obligó a que el objetivo principal fuera defender a España y Portugal. A pesar de que España procuró que su colonia fuera su principal sostén económico, las diferentes guerras en las cuales se vio involucrada endeudaron a España —y también a su colonia—, con sus préstamos voluntarios y forzosos. De igual manera, esas contiendas interrumpieron varias veces la comunicación entre la península y sus posesiones de ultramar, lo que obligó a España a autorizar a un limitado comercio con países neutrales como Estados Unidos, lo que generó que, una vez iniciado el intercambio, el contrabando se incrementara y aumentó el deseo de los americanos de conquistar la libertad de comercio.
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Pero nada fue más decisivo para la emancipación de las colonias
americanas que la Revolución francesa. El derrocamiento de la realeza francesa por la revolución de 1789 reafirma las tesis democráticas de la soberanía en el pueblo y lleva a la reflexión a los intelectuales novohispanos, para aspirar a una independencia que se hace necesaria. Cuando Luis XVI fue guillotinado, el rey de España, Carlos IV, declaró la guerra, aunque al principio no quería entrometerse en asuntos franceses. Como la Francia revolucionaria supo resistir, Manuel Godoy, ministro del rey español, concertó una alianza con la República, que después refrendó con Napoleón. Esto convirtió a España en enemigo de Inglaterra, que destruyó su flota en la batalla de Trafalgar. Aunque Godoy trató de librar a España de las exigencias de Napoleón, el poderío que había alcanzado se lo impidió. A la Nueva España llegaron las noticias de los sucesos revolucionarios que ocurrían en Francia. La primera noticia fue enviada al virrey Revillagigedo el 23 de septiembre de 1789 desde Madrid, informándole que algunos de los miembros de la Asamblea Nacional Francesa se habían propuesto introducir un manifiesto sedicioso en América, para invitar a los habitantes de ésta a sacudir el yugo de la dominación española. Desde 1796, Francia dejó de interesarse en la independencia de las posesiones españolas a causa de la alianza ofensiva y defensiva contraída por España. Sin embargo, no impidió que mucho antes de la invasión a tierras españolas por Napoleón se enviaran algunos agentes a la América Española, con el objeto de ganarse la simpatía y buena voluntad de los americanos. Debían llamar la atención en los agravios que sufría por parte de los empleados y funcionarios civiles y eclesiásticos españoles. Para sus planes de independencia en América, Napoleón pensó contar con la alianza tácita de Estados Unidos, por la hostilidad de éstos a España y su interés por la conquista de la Florida. La política de expansión militar de Napoleón en Europa, que lo obligó a invadir la península ibérica, era para Francia una política de guerra económica contra la Gran Bretaña. Además, España y Portugal no querían expulsar a los ingleses y estorbar de hecho su comercio. Sus gobiernos no podían impedir a los terratenientes y campesinos vender a los ingleses sus productos agrícolas. Tampoco podían cerrar la península a la importación de las manufacturas baratas procedentes de la Gran Bretaña, convertida por la Revolución Industrial en el “taller del mundo”. 24
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En 1808, Godoy recomendó que los monarcas se trasladaran a sus posesiones de ultramar. Para impedirlo, el heredero de la corona, Fernando VII, y sus partidarios provocaron el Motín de Aranjuez, que obligaría a Carlos IV a abdicar a favor de su hijo. Napoleón aprovechó la debilidad española para obligar a Fernando VII a trasladarse a Bayona, en la frontera con Francia, donde consiguió que los dos reyes abdicaran a su favor.
El 2 de mayo de 1808 se produce el alzamiento del heroico pueblo español y se inicia la guerra nacional contra el invasor francés. Ocho días después, Bonaparte nombraba rey de España a su hermano José. El rey invasor tenía la encomienda de realizar un bloqueo continental en España y transformar el país para hacerlo económicamente campo de explotación, para ser aprovechado exclusivamente por la burguesía francesa. España debía convertirse en mercado de los artículos de la industria francesa. La ocupación de España por el ejército francés produjo una aguda crisis económica, dentro de la cual el pueblo hizo resistencia a los invasores y formó juntas regionales para organizar la defensa. A pesar de los obstáculos se agruparon en una Junta Suprema, que convocó a Cortés para decidir cómo se gobernaría el Imperio durante la ausencia del rey legítimo. Éstas fueron dominadas por elementos de ideología liberal, partidarios de la soberanía del pueblo, la monarquía constitucional, la división de poderes, la igualdad de derechos entre españoles y americanos, etc. La reunión de las cortes en la isla de León, frente a Cádiz, iba a tener una gran importancia para el pensamiento liberal de las Américas, pues en la convocatoria se incluyó a los habitantes de éstas para que eligieran a sus representantes. Esto permitió que, por primera vez, participaran en la política.
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ara examinar la situación de España, el Cabildo de la ciudad de México se reunió el 16 de julio de 1808. A proposición del síndico, el licenciado Francisco Primo de Verdad, el ayuntamiento resolvió enviar una representación al virrey Iturrigaray. En ésta se expresaba que mientras los monarcas españoles no regresaran al trono y España no fuese abandonada por el ejército invasor, el virrey debía seguir encargado del gobierno de México, sin entregarlo a otra nación aunque fuera la misma España. Esta declaración del representante del cabildo de la capital se fundaba en que, faltando el monarca español, la soberanía radicaba en el reino de la Nueva España. Se perfilaron dos posiciones: el Ayuntamiento sostenía que la soberanía había revertido al pueblo y quería que se formara una junta de todo el reino, igual a las de España; la Audiencia, por el contrario, opinaba que gobernara quien gobernara en la península, la Nueva España debía mantener su dependencia de la metrópoli. Predominó la lealtad, las noticias del levantamiento del pueblo español se recibieron con júbilo y el pueblo hizo colectas para apoyar la lucha contra los franceses. El Ayuntamiento mantuvo su punto de vista, con el que estuvo de acuerdo el virrey, pues le permitía permanecer en el poder.
Fernando VII Rey de España
Iturrigaray decidió convocar la junta, la cual se reunió el 9 de agosto, donde se reconoció a Fernando VII y a los legítimos herederos al trono, además de no obedecer las órdenes de Napoleón ni de sus lugartenientes en España y considerar al virrey como representante legal de Fernando VII en la Nueva España. Convocó a las provincias para que nombraran representantes a fin de formar una junta de todo el reino, pero una conspiración de españoles lo impidió. 26
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El 15 de septiembre un rico hacendado, Don Gabriel de Yermo, con 300 hombres tomó prisioneros al virrey, a su familia y a los principales líderes del Ayuntamiento —Francisco Primo de Verdad y Fray Melchor de Talamantes—. Los españoles consumaron un golpe de estado y nombraron virrey interino a don Pedro de Garibay. Los criollos habían intentado conseguir la autonomía por la vía del derecho y fueron los peninsulares los que recurrieron a la violencia. Este fue el primer golpe de Estado en nuestra historia mexicana. La Audiencia y el partido español habían triunfado aunque provisionalmente, conjurando el peligro de la independencia. El antagonismo entre los criollos de posiciones altas y medias, y los peninsulares residentes en el virreinato se exacerbó después de enfrentarse por primera vez en una disputa en la que ambas partes creían tener la razón y la justicia de su lado. En consecuencia, el resentimiento, la aversión y el deseo de venganza proliferaron en el seno de la sociedad novohispana de manera nunca antes vista en los tres siglos de existencia del virreinato. (Hernández Fuentes, Miguel, “Visiones encontradas sobre el 1808 novohispano” en 20/10, Memoria de las Revoluciones en México, N°1, junio-Agosto 2008 p. 171)
Bando del 16 de septiembre de 1808. La guerra patriótica contra la intervención francesa continuó su curso en España hasta lograr la expulsión de Napoleón y su ejército. Mientras tanto, el ilegítimo monarca español, José Bonaparte, se ocupaba de las colonias americanas, con sangrienta resistencia a cualquier intervención. El mismo Napoleón, pensando que eran las colonias americanas las que con sus subsidios sostenían la resistencia de España y de los ingleses en contra de su ejército de ocupación en la península, declaró el 2 de diciembre de 1809 que nunca se opondría a la emancipación de las colonias, al contrario, ayudaría a proclamarla como tal, con la condición de que cerraran su mercado a los ingleses. Su propósito era ayudarlas a convertirse en estados independientes, con la protección de Francia, para así tenerlas alejadas de Inglaterra y España. El resultado verdadero de la invasión de España y Portugal por Napoleón a partir de 1808 fue acelerar la emancipación de las colonias hispanas en América.
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os años de 1808 y 1809 fueron de malas cosechas y, en su mayoría, sufrieron esas crisis alimentarias las castas y los indígenas. Por su parte, los criollos habían visto frustrada su ambición de autonomía. Así, se dieron circunstancias favorables a la violencia. Además, la incomunicación provocada por las guerras europeas había demostrado que el reino era capaz de sobrevivir por sí solo y muchos eran los que estaban convencidos de que la unión con España constituiría un lastre para una tierra que tenía todo para ser feliz. El grupo vencedor de este primer intento emancipador, según Silvio Zavala, “desgastó sus fuerzas en pequeñas rencillas” que los hicieron incapaces de dirigir al virreinato que se encontraba en un punto efervescente. Los criollos, desengañados de los procedimientos administrativos, comenzaron a conspirar desde las provincias. Hacia esas fechas, la Junta de Sevilla nombró virrey al arzobispo Francisco Xavier de Lizana, quien tuvo que recaudar fondos para enviar a España y debió enfrentarse a la primera conspiración criolla. En septiembre de 1809 se aliaron militares, eclesiásticos y abogados, en la ciudad de Valladolid de Michoacán, con el propósito de rebelarse. Defendían que la colonia había de resistir a los franceses y conservarse a favor de Fernando VII. Si España sucumbía, el proyecto tendía a la independencia, pero se descubrió en septiembre y no pasó a ser severamente castigada, lo que dio pie a que las pláticas continuaran trasladándose a varios lugares de la provincia virreinal. (Zavala, Silvio. Apuntes de historia nacional 1808-1974, Fondo de Cultura Económica, México, p. 22.).
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La ciudad de Querétaro era el centro del Bajío, próspero cruce de caminos. Su corregidor, don Miguel Domínguez, y su esposa, doña Josefa Ortiz, simpatizaban con las ideas autonomistas. En sus tertulias literarias se reunían con el sacerdote José María Sánchez y los Ignacio Allende y Juan Aldama. Allende invitó a Don Miguel Hidalgo, el cura de Dolores, a participar en las juntas en que se hacían planes para iniciar una insurrección en el mes de diciembre, justo en la feria de San Juan de los Lagos. Es aquí donde convergieron dos hombres que fueron líderes del movimiento emancipador de la nueva España, diferentes en formación y pensamiento.
Hidalgo, hombre ilustrado y ex Rector del Colegio de San Nicolás, de Valladolid, era un hombre de avanzada edad pero con grandes conocimientos de la escolástica. Dominaba el latín, otomí, náhuatl, tarasco e italiano, además del francés. Desde 1803 se encontraba instalado en el curato de Dolores, donde se esforzó por la creación de un sistema de pequeñas industrias que mejoraran la condición económica y social de sus feligreses, formado por talleres de alfarería, herrería, carpintería, curtiduría, talabartería y un telar. Construye una noria, hace que se planten moreras para fomentar la industria del gusano de seda, manda traer de La Habana, Cuba, abejas para promover colonias apícolas y dispone sembrar millares de vides en las huertas de todo el pueblo. Por la noche lee y explica libros a los artesanos. Con la ayuda de su pariente José Santos Villa, organiza una orquesta para que sus parroquianos aprendan música. A decir de José María Luis Mora, Hidalgo carecía de estrategia militar:
“Este hombre ni era de talentos profundos para combinar un plan de operaciones…ni tenía un juicio sólido y recto para pesar los hombres y las cosas…ligero hasta lo sumo, se abandonó enteramente a lo que diesen de sí las circunstancias más allá de lo que tenía que hacer el día siguiente; jamás se tomó el trabajo, y acaso ni aun lo reputó necesario, de calcular el resultado de sus operaciones”. (Mora José María Luis, México y sus revoluciones, tomo III, Editorial Porrúa, México, 1977, p. 21).
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Cura Miguel Hidalgo y Costilla
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Sin embargo, era el arquetipo del intelectual revolucionario de la independencia de la Nueva España. En cambio, Allende era la contraparte de Hidalgo. Oficial que mandaba una compañía del Regimiento Provincial de la Reina, era perseverante, calculador y valiente. En las reuniones que se realizaban en la casa de José Domingo, asistían los hermanos Ignacio y Juan Aldama, Juan Humarán, Santiago Cabrera y otros más que con el tiempo aumentaron. El plan era que los jefes principales se congregaran en la capital para determinar la forma de gobierno; los españoles serían aprehendidos y, posteriormente, se les otorgaría la libertad de permanecer o salir del país, en cuyo caso sus bienes se confiscarían y, en caso de que fracasaran, se buscaría la ayuda de Estados Unidos. La junta de Querétaro, foco esencial de la insurrección, establecida en una población estratégica, contó con la simpatía del corregidor Miguel Domínguez. La formaban Ignacio Allende, Mariano Abasolo, Juan Aldama, José Lorenzo Parra, José María Sánchez, la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez, Epigmenio y Emeterio González y algunos implicados en la conjura de Valladolid. Sesionaban en los domicilios del abogado Parra y del presbítero José María Sánchez, así como en la botica de Estrada o con los licenciados Altamirano y Lazo de la Vega. Para no despertar sospechas también usaban la tienda de los hermanos González, donde ocultaban armas y parque. Las juntas de San Miguel y Querétaro difundieron activamente las ideas libertarias y tenían corresponsales en Dolores, San Felipe, Celaya, Guanajuato y San Luis Potosí, urgiéndolos a reunir o fabricar armas para la sublevación. El inicio del movimiento se fijó para el 1° de octubre de 1810; pero las denuncias se multiplicaron y la conspiración quedó descubierta. El corregidor de Querétaro comunicó el 13 de septiembre a su esposa, doña Josefa, que habían decidido aprehender a los conjurados. Ante tal contingencia, ella llamó al alcaide Ignacio Pérez, a quien le encomendó avisar a Allende, pero éste ya había salido hacia Dolores, encontró a Aldama y fue él quien avisó a Hidalgo.
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Aviso a Hidalgo de que la conspiraci贸n ha sido descubierta.
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Después de discutirlo, se decidió que era preciso adelantar la insurrección. Don
Miguel aprovechó que era domingo y durante la misa, en lugar de sermón, incitó a sus feligreses a seguirlo en su lucha contra el mal gobierno. La respuesta fue inmediata: campesinos, peones, artesanos con todo y mujeres y niños aprestaron hondas, palos, instrumentos de labranza o armas, si las tenían. Hidalgo, Allende, Aldama y otros liberaron a los presos de la cárcel, quienes se unieron al movimiento, armados de lo que tenían a su alcance. Acto seguido se apoderaron de las espadas del regimiento de la reina, capturaron al subdelegado Nicolás Fernández del Rincón, al colector de diezmos y a los españoles del poblado. En la madrugada del 16 de septiembre, Hidalgo frente a la multitud reunida les explicó que el movimiento tenía como fin quitar del mando a los europeos, porque se habían entregado a los franceses y que ellos no debían de correr la misma suerte. Además, les habló de los peligros que acechaban a la religión católica y que era necesario salvarla. Les expuso la posición privilegiada de los hispanos y la deplorable vida de los naturales del país, quienes en adelante no pagarían ningún tributo. También los conminó a la rebelión, señalando que los que se unieran a sus huestes con arma y caballo, recibirían de paga un peso diario y cuatro reales a los de a pie. Concluyó su llamado con un grito de libertad: “¡Viva la independencia! ¡Viva la América! ¡Muera el mal gobierno!”. (Benítez, Fernando, La ruta de la libertad, México, Editorial Offset, 1982, p. 41).
Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Abasolo, Mariano Balleza, Mariano Hidalgo y José Santos Villa, acompañaron a Hidalgo al dar el grito de Independencia y militaron a sus órdenes desde esa mañana hasta la Batalla de Aculco. Según Agustín Rivera, la aclamación a Fernando VII fue una estratagema muy política de Hidalgo para a traerse a la raza india, porque ellos estaban muy ignorantes de la política española, pero tenían el conocimiento necesario de que muchas de las leyes de los reyes españoles les eran favorables, por ello su grito de “¡Viva Fernando VII!”; y que los Virreyes, Alcaldes Mayores, Gobernadores e Intendentes no obedecían las reales cédulas. De ahí el “¡Muera el mal gobierno!” (Rivera Agustín, Anales de la vida del padre de la Patria Miguel Hidalgo y Costilla, AGGEG, 2003, p. 44).
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Ignacio Allende
Al retirarse del santuario de Atotonilco, se dirigieron a San Miguel el Grande, donde se les sumó el capitán Mariano Abasolo y otra sección del regimiento de la reina. El 20 de septiembre de 1810, el ejército libertador entró a la ciudad de Celaya, donde inmediatamente designó nuevos funcionarios, pues los españoles que se encontraban ahí habían huido a Querétaro ante la noticia de su llegada. Fue al pasar revista a sus tropas que se les designaron grados militares a los dirigentes: a Hidalgo lo nombraron capitán general, Allende fue nombrado teniente general y Aldama mariscal.
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os caudillos salieron de Celaya el 23 de septiembre, cruzaron Salamanca y llegaron a Irapuato el día 25. Mientras el obispo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, amigo íntimo de Hidalgo, publicaba un edicto donde declaraba al cura Hidalgo, a Allende, Aldama y Abasolo:
“…perturbadores del orden público, seductores del pueblo, sacrílegos, perjuros, y que han incurrido en la excomunión mayor del Canon…los declaro excomulgados, vitandos, prohibiendo, como prohíbo, el que ninguno les dé socorro, auxilio y favor, bajo la pena de excomunión mayor”. (Hidalgo, Reformador intelectual y libertador de los esclavos, 1982, p- 108).
En su edicto, Abad y Quipo reconoce su amistad con Hidalgo, pero también su decepción del proceder de aquél
“…Un ministro de Dios de la paz, un sacerdote de Jesucristo, un pastor de almas, [no quisiera decirlo] el cura de Dolores D. Miguel Hidalgo, [que había merecido hasta aquí mi confianza y mi amistad] asociado de los capitanes del regimiento de la Reina, D. Ignacio Allende, D. Juan Aldama y D. Mariano Abasolo, levantó el estandarte de la rebelión y encendió la tarea de la discordia y la anarquía, y seduciendo una porción de labradores inocentes, les hizo tomar las armas…” (Gil Abarca, Gerardo y otros, La participación social en la Independencia, los inicios: textos y testimonios, Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, México, 2009, p. 52).
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Mientras gran parte de los funcionarios religiosos y políticos españoles mostraban temor, los indios y el grupo de las castas continuaban adhiriéndose a la lucha armada. Para varios estudiosos, la independencia significó la lucha por la tierra. Según los discursos de Hidalgo a sus seguidores, los temas que abarcaba en ellos eran la abolición general de tributos de indios y castas, la división gratuita de todas las tierras realengas —ociosas— entre indios y castas, la división gratuita de las tierras de comunidades de indios entre indios de cada pueblo en propiedad y dominio pleno, una ley agraria que confiriera al pueblo una equivalencia de propiedad en las tierras incultas de los grandes propietarios por medio de locaciones de veinte y treinta años, en los cuales no se endeudaran con la alcabala ni con ningún otro tipo de pensión. También ofreció la “permisión” de avecindarse en los pueblos de indios a todos los de las demás clases, pagando la renta correspondiente, entre otras (Cuecanovas, Agustín, Historia Social y económica de México, 1521-1854, Editorial Trillas, México, 2004, p. 212).
Ofertas que los grupos más ignorados de las contiendas políticas no pudieron rechazar, pues con las reformas borbónicas también habían perdido capital y límites, puesto que habían desaparecido las Repúblicas de Indios con todo y sus usufructos económicos. Los ataques no se hicieron esperar. Seguido de Abad y Queipo, Javier Lizana y Beaumont, arzobispo de México, ratificó la excomunión dada por aquél. El obispo de Puebla, la Congregación de Eclesiásticos de San Pedro, el Colegio Apostólico de Pachuca, el Ayuntamiento de la Ciudad de México, el Colegio de Abogados y otras más asociaciones atacaron duramente a Hidalgo y su revolución. El mismo tribunal de la Santa Inquisición le abrió un proceso acusándolo de libertino, sedicioso, cismático, hereje formal, judaizante, luterano, calvinista y sospechoso de ateísta y materialista. A 12 días de iniciada la marcha, los insurgentes se encontraron frente a las puertas de la rica ciudad de Guanajuato, perteneciente a la intendencia del mismo nombre. Era un rico real de minas, como la de La Valenciana, que daba la cuarta parte de la producción total de plata que México exportaba. Hidalgo ya había mandado una avanzada al intendente Riaño, para que rindiera la plaza, a lo cual éste se negó y se atrincheró en la Alhóndiga de Granaditas con sus caudales. La Batalla del Monte de las Cruces
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La alhóndiga se había terminado en 1809, por órdenes del propio Riaño. En aquella ciudad, las clases altas españolas vivían con derroche y con el dinero suficiente como para comprar títulos nobiliarios. Abasolo e Ignacio Camargo fueron donde “el castillo” para dialogar con Riaño, pero el intendente estaba resuelto a defender su fuerte, cosa que no le parecía imposible. Aunque las fuerzas de Hidalgo eran muy numerosas, carecían de disciplina y artillería, por lo que sus ataques no podían ser del todo peligrosos.
El capitán general de las fuerzas insurgentes y el intendente de Guanajuato habían intercambiado varias ideas en una de tantas tertulias literarias, por lo que Hidalgo quería ser lo más sutil con él e invitarlo a deponer las armas y adherirse al movimiento. Ante la negativa, Hidalgo y sus huestes emprendieron la toma de la capital de la intendencia y muchas fueron las pérdidas humanas, incluyendo el intendente y sus hombres más allegados. Si en Celaya se cometieron excesos por la muchedumbre, aún con la actitud de los españoles que no opusieron resistencia, la toma de la Alhóndiga de Granaditas fue una catástrofe total. En muy pocas horas la ciudad minera, rica y prospera, fue testigo de su ruina total; saqueos, asesinatos, violaciones, etc. Ante tal desconcierto, Hidalgo amenazó de muerte a quien continuara con actos vandálicos. Los mismos Allende y Aldama, hostigados de tanto exceso, castigaron de propia mano a los que no cumplieran con las normas de la guerra. Aunque un puñado de hombres del pueblo, que no habían visto en su vida nunca joyas, dinero, ni ropas, ni muebles tan finos, fue difícil de controlar. Algunas personas principales rehusaron los cargos ofrecidos por los insurgentes, pues comprendieron que el movimiento era eminentemente popular y no les convenía a sus intereses. Sólo un hecho benefició al movimiento: la adhesión de José Mariano Jiménez, nacido en San Luis Potosí, quien era un ex alumno destacado del colegio de Minería de México, junto con 3000 hombres. Mientras tanto, el gobierno español se preparaba para la defensa y buscaba los medios para desacreditar el incipiente movimiento y poder disipar a las masas que por momentos acrecentaban y en otras disminuían. 38
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Mariano Jiménez
Ignacio Aldama
Mariano Abasolo
El nuevo Virrey de la Nueva España era don Francisco Javier Venegas, recién llegado de la península. Al principio no tomó importancia al movimiento, pero con la caída de Celaya comenzó a tratar el asunto con más cuidado en la Real Audiencia. Con la desastrosa derrota de los españoles en Guanajuato, ordenó que el ejército se congregara en Querétaro, para convertirlo en cuartel general de las tropas virreinales. Preparándose para el avance de los insurgentes, el Virrey formó en México su reserva con los regimientos de infantería de Puebla, Tres Villas, Toluca, el batallón de Marina y algunas otras compañías sueltas. La guarnición de la ciudad fue confiada al regimiento urbano del comercio y a un cuerpo de milicias urbanas de las tres armas, compuesta de vecinos, a los que se les llamó “patriotas”. Juntos formaron tres batallones de infantería, cuatro escuadrones de caballería y una brigada de artillería. En San Luis Potosí se formó otra división, que después pasaría a ser uno de los principales apoyos del gobierno español. El brigadier, Don Félix Calleja, era el comandante de la décima brigada de milicias en San Luis. Al sospechar de los conjurados y de su insurgencia, aún sin tener órdenes directas de la capital, comenzó a reunir todos los cuerpos de su brigada, llenar las bajas que tenía, armarlos, disciplinarlos y equiparlos. También estableció un campamento militar para entrenar a su tropa, y estableció una fábrica de cañones, pues no eran muy abundantes en la época. Mientras Venegas ponía precio a sus cabezas, Hidalgo y sus allegados discutían sobre el camino que debían de tomar: Querétaro, donde las fuerzas de Venegas ya los estaban esperando o Valladolid, creyendo que los regimientos de Pátzcuaro y la infantería de esa ciudad se aliarían a la causa independentista. La Batalla del Monte de las Cruces
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iménez y Aldama se reunieron en Celaya y de ahí siguieron para Acámbaro, Zinapécuaro e Indaparapeo, donde esperaron la llegada del caudillo y enviaron una intimidación a los representantes del gobierno de Michoacán. Hidalgo y Allende pasaron por Irapuato y Salamanca, después por el valle de Santiago y Salvatierra, para salir a Acámbaro y marchar sobre Valladolid. El 17 de octubre, Hidalgo llega a Valladolid y no encontró resistencia alguna. Funcionarios españoles ya habían huido ante la inmensa turba de los insurgentes. Con lo que se había vivido en Guanajuato era suficiente para que muchos de ellos se alejaran de la ciudad, como el obispo Abad y Quipo. La fuerza popular se hizo latente al recibir a Hidalgo con gran pompa, en una ciudad en la cual había pasado 27 años de su vida y que conocía muy bien. Varios militares, oficiales y soldados se sumaron también a las filas insurgentes, como el Regimiento de Infantería Provincial y el de los Dragones de Pátzcuaro. Mientras tanto, Hidalgo se concentró en la administración de la ciudad, nombrando a autoridades que se encargasen de ella. Fue entonces cuando invitó a un joven hijo de españoles, Agustín de Iturbide, a formar parte de su ejército, con el grado de teniente general, pero él no accedió y salió de Valladolid dirigiéndose a la ciudad de México, donde se puso a las órdenes del virrey. El nuevo intendente nombrado por Hidalgo, José María de Ansorena, el 19 de octubre decretó la libertad de los esclavos y la exención de tributos a favor de las castas, además rebajó los derechos del aguardiente y magueyes.
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La toma pacífica de Valladolid acrecentó la fama de Hidalgo y fomentó el ingreso de más gente a la causa libertaria. A su llegada le acompañaban 50 mil hombres, a su salida contaba con 80 mil. Por lo que con más entusiasmo preparó su marcha hacia la capital de la Nueva España, ya que tenía conocimiento de que Venegas había concentrado la mayoría de sus fuerzas en Querétaro. Cuando las tropas insurgentes pasaron por Charo, fueron alcanzadas por José María Morelos y Pavón, cura de Carácuaro, quien se puso a las órdenes de la causa, por lo que Hidalgo le encomendó la insurrección del sur de Michoacán — hoy estado de Guerrero—, tomar el puerto de Acapulco y el establecimiento de un Congreso Nacional Republicano. Sin armas ni hombres suficientes, levantó más tarde una fuerza tan poderosa que hizo temblar a los españoles hasta 1815.
José María Morelos y Pavón
Mientras Morelos llegaría a ser el más insigne discípulo de Hidalgo, las tropas insurgentes cruzaban Zinapécuaro y llegaban a Acámbaro, donde una junta de oficiales acordó diversas promociones en el ejército. Hidalgo fue nombrado Generalísimo; Allende, Capitán General; Jiménez, Juan José Díaz, Aldama, Mariano Balleza y Joaquín Arias, ascendidos a tenientes generales. Mariano Abasolo, Joaquín de Ocón, José María Arancivia y los hermanos Ignacio y José Antonio Martínez, mariscales de campo. El consejero militar seguiría siendo Ignacio López Rayón, abogado talentoso que continuaría con la lucha por la independencia, aún después de la muerte de los primeros caudillos.
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También se dispuso se organizara la columna en regimientos de mil hombres, dando a los jefes de cada uno el grado de coronel. A ellos se les asignaría el salario de tres pesos al día, al igual que los capitanes, un peso para los dragones y de cuatro reales para los de a pie. El 24 de octubre, Hidalgo pasa por Puerto de Medina y descansa en la Hacienda de La Jordana, pasando al arzobispo de México, llegando a San Felipe del Obraje al día siguiente. En este lugar, Hidalgo recibió unos cañones provenientes de Guanajuato, fortaleciendo así su artillería. Bordeando el río Lerma por el margen izquierdo, llegan a Ixtlahuaca el 27 de octubre. Fue ahí donde recibió los edictos de ex comunión de manos del cura de Xocotitlán. Al día siguiente, salen rumbo a Toluca. En esos días, varios insurgentes se sublevaron en Huichapan, San Juan del Río y Querétaro, por lo que Calleja se tuvo que quedar en el Bajío, retrasando así la protección a la capital y el auxilio a Torcuato Trujillo en Toluca. El virrey estaba al tanto de los avances, lo que lo tenía alarmado. Ordenó entonces al regimiento provincial de las Tres Villas, parte del veterano de caballería de dragones de España y otras partidas de tropa que se hallaban en México, se dirigieran a Toluca. Se pudo conformar una tropa de 2 mil quinientos hombres, a las órdenes del teniente coronel don Torcuato Trujillo, llegado de España con el virrey Venegas, al que se le unió Agustín de Iturbide, deseoso de méritos militares. Trujillo llegó a Toluca y de ahí se encaminó a Ixtlahuaca, para detener al contingente insurgente, pero regresó a Toluca para tomar posición sobre el Río Lerma, en el puente llamado “San Bernabé”, lugar donde esperaría a las tropas de Hidalgo. Pero la punta de la columna logró que se retiraran, así que, pensando que Toluca no era un lugar seguro, se replegó a Lerma, que por hallarse en medio de una laguna, con sólo dos calzadas para su comunicación con la ciudad de México, lo creyó conveniente.
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Monte de las Cruces
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as tropas insurgentes, al saber que la ciudad de Toluca no tenía regimiento realista que impidiera su llegada, apresuraron el paso para entrar a la ciudad:
“las nueve leguas que separan a esta ciudad de Ixtlahuaca fueron recorridas por los insurgentes en una sola jornada, llegando al atardecer del día 28 de octubre” (Alanís Boyso, José Luis. Batalla del Monte de las Cruces, Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, México, 2008, p. 39).
José Mariano Jiménez encabezó la columna para cuando entraron a la hoy capital mexiquense, donde fueron recibidos con repiques de campanas y estruendosas manifestaciones de júbilo. Luego de merendar y de reunirse con gente importante que se adhirió a la gesta revolucionaria y teniendo conocimiento de la posición de Trujillo, se resolvió encaminarse por Santiago Tianguistenco, para salir al Monte de las cruces y de ahí a la Ciudad de México. La tropa insurgente apresuró el paso y llegó a Tianguistenco por el puente de la Hacienda de Atenco. Ahí pasaron la noche, con noticias de que Trujillo continuaba retrocediendo. El ejército de Hidalgo, que había llegado hasta el centro económico y moral de la Nueva España, ya estaba compuesto por ochenta mil hombres. De estos, el ejército como tal venían la mayoría a pie, pocos a caballo, con uniformes rotos y sucios, sumamente indisciplinados, sin las suficientes bayonetas, cartuchos, ni fusiles.
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El resto era una “…chusma de indios y de gente de campo, con piedras, palos, con malas lanzas, sin organización de alguna clase…mezcladas con mujeres cubiertas en harapos y con muchachos: familias enteras en busca de algo de qué aprovecharse…” (Íbid. p. 40). Se había decidido separar el contingente en dos partes: el que pasaría por Atenco y uno que lo hiciera por el puente de Lerma, donde se encontraba Bringas con estrictas órdenes de contener el avance. Trujillo se posicionó en el Monte de las Cruces, justo donde “el camino real hace una curva”. A sus órdenes quedó el centro de la línea de fuego, al frente, en el ala izquierda, se posicionaron don Antonio Bringas y don José Mendívil, mientras que Agustín de Iturbide cubriría el flanco derecho. Donde ahora es el kilómetro 33 de la Carretera Toluca-México, los dos ejércitos quedaron frente a frente en espera de las órdenes que dieran por iniciada la lucha por la ciudad de México.
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Esa noche del 29 de octubre sería de gran tensión para los dos dirigentes y de mucha responsabilidad para los dos bandos, pues tomar la capital sería la culminación de un movimiento que llevaba mes y medio de iniciado. Parecía muy fácil. Ya lo decía Venegas a Trujillo, antes de la Batalla del Monte de las Cruces, en una misiva:
“…trescientos años de triunfos y conquistas de las armas españolas en estas regiones nos contemplan; la Europa tiene sus ojos fijos sobre nosotros; el mundo entero va a juzgarnos; la España, esa cara patria, por la que tanto suspiramos, tiene pendiente su destino de nuestros esfuerzos, y lo espera todo de nuestro celo y decisión. Vencer o morir es nuestra divisa. Si a Ud., le toca pagar este tributo en este punto, tendrá la gloria de haberse anticipado a mí de pocas horas en consumar tan grato holocausto: yo no podré sobrevivir a la mengua de ser vencido por gente vil y fementida…” (Orozco Farías, Rogelio. Fuentes Históricas de la Independencia [1800-1821], México, Jus, 1967. p. 120).
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Más presión no podía haber por parte de los españoles hacia su defensor. La capital de México representaba el centro del poder de la península en casi la mayoría de las colonias de España en América. El control político, económico y social se encontraba reunido en lo que había sido la gran Tenochtitlan. El virrey, junto con la Real Audiencia, se encontraba ahí. Cayendo la capital, caía el sistema español que regía a la Nueva España. El 30 de octubre Hidalgo salió de Tianguistenco para reunirse con los suyos, que ya estaban frente a Trujillo. Éste ya había recibido dos cañones, armas y algunos voluntarios que le envió el virrey. Los cañones los escondió esperando poder dispararlos por sorpresa contra la columna enemiga. Con la gente que llegó de refuerzo, el número de la tropa realista llegó a ser de mil 330 infantes, 400 dragones y dos piezas de artillería, mientras la de Hidalgo llegaba a 83 mil hombres de los cuales, bien equipados, sólo eran mil 500 infantes y mil 500 de caballería, además de 14 mil jinetes provistos de lanzas. El resto eran indígenas que sólo contaban, para atacar y defenderse, con hondas, arcos y flechas. Hidalgo dispuso en aquel día, para su fortuna, de algunos cañones. Pero la posición de Trujillo era ventajosa.
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Trujillo había pensado que Hidalgo llegaría por el camino real, “pero el ejército no tomó éste sino el del pueblo de Atlapulco, situado sobre los montes de Ocoyoacac, por un pasaje que llaman Las Carboneras, que va a salir a la falda del Monte de las Cruces” (Victoria Moreno, Dionisio, La guerra de Independencia en el Estado de México, Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, México, 2007, p. 24). Un hombre de oficio herrero, apodado el “Lermeño”, narró que a las 10 de la mañana, después de la misa que ofreció Hidalgo, se rompió fuego en los dos frentes. La primera acción de Allende fue rodear la parte del bosque que ocupaba Trujillo, para poder asaltarlo por detrás cuando el frente estuviera dominado. Al frente quedó Abasolo con cuatro cañones de campaña, cinco compañías del provincial de infantería de Celaya, todo el regimiento provincial de Valladolid y el batallón de Guanajuato con artillería. La retaguardia y los flancos los cubrían los dragones provinciales de Pátzcuaro, “Reina” y “Príncipe”, algunas compañías de lanceros y un número considerable de “paisanos” de infantería y caballería armados con mucha desigualdad, distribuidos en pelotones muy poco ordenados y sin ninguna disciplina, que era la mayor preocupación de Allende.
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Aunque la posición de Trujillo parecía ser muy ventajosa, las tropas insur-
gentes sacarían mucho provecho del terreno boscoso e irregular, pues haría que ambas partes se enfrentaran cuerpo a cuerpo. Los proyectiles de los infantes españoles causaban estragos en las filas insurrectas. Don Ignacio Allende, que destacó más que nunca sus “perfiles heroicos”, perdió su caballo y estuvo muy cerca de morir, dándose cuenta que le sería muy difícil, de frente, dominar la posición de Trujillo. Entonces ordenó a Don Mariano Jiménez dirigirse a las alturas próximas, desde las que abrió fuego contra las fuerzas enemigas tomándolas de flanco. El jefe español, quien no esperaba aquél ataque imprevisto, se vio precisado entonces a modificar su defensa. En tanto, las bajas de uno y otro ejército iban multiplicándose al correr de las horas. Jiménez continuó avanzando con bravura sobre los enemigos que se destacaron para detenerlo, por lo que la lucha entre los árboles del monte era tan terrible como la que se libraba en el frente del camino contra el compacto grupo de las tropas de Hidalgo.
Poco a poco los insurgentes avanzaban, reduciendo de manera impecable el círculo realista, por lo que los oficiales del jefe español le pidieron a éste que parlamentara con los caudillos de la independencia para dar término a la lucha y llegar a un convenio (Sánchez Jiménez, Melchor. Hidalgo, Antorcha de eternidad, México, 1956, Revista Mexicana de Cultura, p.238). Mientras se llevaba a cabo la lucha por el poniente, Allende ya había dispuesto que una fuerza de tres mil paisanos armados y montados se situara entre Cuajimalpa y el enemigo. El capitán Bringas ya había muerto. Mendivil se encontraba herido, así que Trujillo accedió a que un grupo insurgente se acercara para dialogar. El mismo Trujillo se jactó de lo que sucedió después: al acercarse, en forma imprevista, les arrebató el estandarte de la Virgen de Guadalupe que llevaban como señal de paz y ordenó que se les disparara. 48
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Ante tal afrenta, las tropas insurgentes se abalanzaron contra la tercera parte del batallón de Trujillo que aún quedaba de pie. Pasadas las cinco de la tarde, temeroso de que el regimiento apostado a sus espaldas —camino a México— lo envolviera totalmente, Trujillo ordenó la retirada, no sin antes desarmar los cañones. Con alrededor de 40 hombres, se dirigió a Cuajimalpa para llegar a Santa Fe ya casi sin compañía, pues muchos de sus agregados habían desertado en el camino. Ahí durmió hasta el otro día, cuando llegó a Chapultepec a dar parte sobre la derrota de la cual había sido sujeto.
La victoria del monte de las Cruces se debió a la estrategia militar de Allende y a la obediencia y templanza de Jiménez. Hidalgo animaba a las fuerzas desde la sombra de un árbol, en calidad de líder moral, pues dejó todo en las manos de Allende. Abasolo y Balleza contenían a los fugitivos, pero fue Allende quien llevó a feliz término el enfrentamiento. La ciudad de México se encontraba totalmente en pánico, pues las noticias de la llegada de las huestes insurgentes a la ciudad de Toluca el 29 de octubre no los alentaba demasiado. Toda la protección de ella residía en Trujillo, por lo que Venegas se mantenía despreocupado, puesto que no se imaginaba que una horda de indios mugrosos con piedras y palos derrotara a una de las mejores defensas que habían llegado del Viejo Continente.
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Ricos y acomodados españoles temían que se repitieran las atrocidades de la Alhóndiga de Granaditas, por lo que presionaron al Virrey para que se protegiera lo más posible la ciudad. Venegas mandó a que acamparan, en el hoy Paseo de Bucareli, alrededor de 3 mil hombres que no estaban provistos de mucha artillería. Calleja no daba ninguna señal y, para el 31 de octubre, era la única esperanza que los capitalinos tenían contra la tropa insurgente. En esa misma fecha, Abasolo y Jiménez llevaron una misiva del Generalísimo insurgente dirigida a don Francisco Javier Venegas, pero ni siquiera los dejaron llegar más allá de Chapultepec. Sin respuesta y profundamente ofendido, Allende no miró con buenos ojos la decisión del virrey, de tomarlos en cuenta como parte vencedora de una cruenta batalla. A ese punto era ya demasiada la discrepancia entre los líderes del movimiento: Allende, con el apoyo de Aldama, Jiménez, Balleza, Arias y otros, insistieron en que Hidalgo no era apto para continuar con el liderazgo de los combates, ni de las cuestiones de carácter político. Allende y demás jefes instaban para que no se perdiese la oportunidad de dar el último golpe al gobierno español, antes de que Calleja llegara. Además de que la ciudad estaba totalmente desprotegida y se encontraba en un punto totalmente frágil para su invasión. Hidalgo se encontraba totalmente en desconcierto, el número de bajas en el Monte de las Cruces, además del temor de que sucedieran saqueos y matanzas injustificadas como en Guanajuato, hicieron que el dirigente de la insurrección decidiera no atacar la Ciudad de México. Ya lo dice en un fragmento de una carta de Hidalgo sobre las batallas del Monte de las Cruces y la de Aculco:
“…El vivo fuego que por largo tiempo mantuvimos en el choque de las Cruces debilitó nuestros municipios en términos que convidándonos la entrada a México las circunstancias en que se hallaba, por este motivo no resolvimos su ataque, y sí el retroceder para habilitar nuestra artillería…” (Gil Abarca, Gerardo y otros. La Participación social en la Independencia, p. 62).
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Hidalgo en el Monte de las Cruces
Ante la cercanía de Calleja y Flon, Hidalgo decidió la retirada a Lerma, para regresar por Toluca e Ixtlahuaca, para llegar finalmente a la Hacienda de Nixiní. Quedando divididos ya desde Cuajimalpa los insurgentes, pues Allende se había dirigido a Guanajuato.
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ras la división del ejército insurgente y la estruendosa derrota en Aculco, Hidalgo marchó a Guadalajara, donde fue recibido con entusiasmo y donde dictó medidas para la toma de Tepic y San Blas, en Nayarit, y otras provincias Internas de Occidente. Los recursos económicos de la región hicieron que el Generalísimo se sintiera seguro. Recibió tratamiento de Alteza Serenísima, se concentró en la organización de su gobierno y dispuso la publicación de un periódico al que se le llamó El Despertador Americano, auxiliado por López Rayón, a quien nombró ministro. El 29 de noviembre decretó la abolición de la esclavitud, del tributo indígena y de los estancos. El 5 de diciembre declaró de uso exclusivo de los indígenas las tierras de la comunidad. Por desgracia, también ordenó la ejecución de los españoles prisioneros. No tardó en llegar Allende, derrotado. Mientras tanto, las tropas de Calleja y de De la Cruz se preparaban para sitiar Guadalajara. Allende se apresuró a organizar el ejército, aunque estaba convencido que era imposible enfrentar a los realistas. La mejor hora de Hidalgo había pasado y cuando los cinco mil soldados disciplinados de Calleja se enfrentaron a los 90 mil insurgentes, el 17 de enero en Puente de Calderón, lograron la dispersión total del ejército improvisado.
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Los jefes insurgentes se vieron obligados a retroceder y marchar hacia el noreste, y
durante la marcha le arrebataron el mando a don Miguel. En Saltillo se decidió que Ignacio López Rayón quedara al frente de la lucha, mientras el resto partía hacia Estados Unidos. Una traición permitió que fueran aprehendidos en Acatita de Baján. Conducidos a Chihuahua, a seis meses del inicio de la lucha, fueron fusilados. Hidalgo fue el último en caer, el 30 de julio de 1811. Las cuatro cabezas de los jefes insurgentes, Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez fueron colocadas en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, como una advertencia a todo aquel insurrecto que estuviera contra las disposiciones españolas. Sin embargo, la chispa de la revolución por la Independencia ya se había encendido.
Alhóndiga de Granaditas La Batalla del Monte de las Cruces
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a batalla llevada a cabo en el Monte de las Cruces fue, a decir de muchos estudiosos, el primer y único enfrentamiento en el cual las fuerzas insurgentes, desprovistas de armas, disciplina militar y orden, demostraron que era un movimiento popular lo suficientemente fuerte como para derrotar al ejército del Virrey. Lo montañoso del terreno, el clima, la cantidad de hombres por ambas partes, los motivos y alegorías, fueron elemento principal para que una “horda de indios” le ganara a un teniente coronel español. El Monte de las Cruces formaba parte del territorio que conformaba las repúblicas de indios de Atlapulco y Ocoyoacac, miembros de la comunidad de Santa María Atarasquillo, muy cerca de la ciudad de Lerma. Aun el día de hoy se le continúa confundiendo a los parajes del Monte de las Cruces con territorio perteneciente a Lerma o a Huixquilucan, pero ya desde 1976 el hoy Parque Nacional Miguel Hidalgo y Costilla —La Marquesa— forma parte definitivamente del Municipio de Ocoyoacac. Ubicado entre las capitales del Estado de México y la de la República Mexicana, Ocoyoacac se encuentra beneficiado por el clima, orografía, hidrografía, flora y fauna que ofrece la antigua Cuenca de México. Para comenzar, está flanqueado por parte del eje volcánico transversal o cordillera neo volcánica, también conocida como cinturón volcánico trans-mexicano. Una joven e irregular meseta volcánica de más de 2 mil metros de altitud, conectada con las cadenas de la sierra madre occidental y sierra madre oriental al sur de la ciudad de México. También forma parte del Valle del Anáhuac o “lugar junto a las aguas”.
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Debido a las condiciones geográficas, el clima es templado sub húmedo, con temperaturas de entre 18° y 22°C, con disminuciones de hasta -10°C, con un promedio anual de precipitaciones de 600 a 1000 mm (smn.conagua.gob.mx). Las combinaciones de temperatura y accidentes del terreno hacen que en Ocoyoacac podamos ver los bosques de pino, encino, oyamel en su parte más alta, así como conejos, víboras de cascabel, mapaches, zorrillos, zorras y, escasamente ya, coyotes, como parte de la fauna local.
Cerro del Molcajete
Hace poco se nombró como área protegida de flora y fauna a las Ciénagas de Lerma, a la que también Ocoyoacac pertenece (cuentame.inegi.gob.mx). Gracias a la cercanía de zonas elevadas —en particular del Nevado de Toluca—, la precipitación pluvial formó manantiales, arroyos y ríos que, al igual que la sierra de las Cruces, nutrían al río Lerma.
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El también llamado Río Grande Chicnahuatenco y Río Chignahuapan, que significa “nueve aguas”, era el río más caudaloso del altiplano central, mismo que nace en Almoloya del Río. Incluía tres lagunas, dos con el nombre de Chignahuapan y la tercera con el nombre de Chimaliapan y Lerma. Por su proximidad a la zona lacustre del río Lerma, Ocoyoacac, como muchos otros primeros asentamientos prehispánicos, “aprovecharon la proximidad del río como zona privilegiada construyendo canales, chinampas y embarcaderos, de los más importantes de la zona pluvial” (Gutiérrez Arzaluz, Pedro, Ocoyoacac-Ocoyoacac, p. 31).
Magueyal de Atlapulco
No hace más de cincuenta años aún se contaba que los pueblos más cercanos a la laguna, como Tultepec y Cholula, pertenecientes a Ocoyoacac, continuaban “cultivando la tradicional chinampa que produce, por la acumulación de humus, una variedad de plantas alimenticias, destacando el maíz, la flor ornamental y un tubérculo muy apreciado: la papa de agua” (Ídem.). Mientras el oficio de jornalero había sido la ocupación más importante de la municipalidad en el siglo XIX (Estadísticas del Departamento de México, p. 229),
Laguna de Chignahuapan
en su parte rivereña las actividades más importantes fueron la pesca y la caza, puesto que se mantuvo un modo de vida lacustre homogénea para todo el Valle de Toluca, mantenido por sus ciénagas hasta la desecación de la laguna a mediados del siglo XX. La zona lacustre del alto Lerma ha sido ampliamente estudiada por su importancia desde épocas prehispánicas hasta la actualidad, encontrándose en sus generalidades que “la zona cenagosa o pantanosa, se caracteriza por ser naturalmente fértil y por habitar en él una gran variedad de vegetación acuática y semi acuática” (Sugiera Yamamoto, Yoko, La
Cerro de Almaya 56
caza, la pesca y la recolección etnoarqueológica del modo de subsistencia lacustre en las Ciénagas del alto Lerma, UAEM, México, p. 61).
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Por ende, el paisaje bien pudo haber sido colorido y se podían encontrar:
“…Terrenos donde estaba el área de cultivo [maíz, trigo, frijol, haba, cebada, chícharo, calabaza, papa, col, maguey, nopal; árboles frutales: tejocote, capulín, peral, manzano, ciruelo, higo, membrillo, chabacano, nogal y la crianza de ganado [porcino, vacuno, bovino]; y en donde crecen los sauces, los eucaliptos, saucos, tepozanes y ahuejotes…” (León García, María del Carmen, La distinción alimentaria de Toluca, Centro de Investigaciones y estudios superiores en antropología social, México, 2002 p. 102).
En las zonas más altas se cultivaba maíz y trigo, y se extraían madera y carbón de los bosques. Además, el municipio entero se beneficiaba de la cercanía al río Lerma, “la alimentación de los vecinos de los pueblos se componía de maíz combinado con productos de la laguna como el pescado blanco y negro, rana, juil, chichicuilote, acocil, papa de agua y berros” (Camacho Pichardo, Gloria, Desamortización y Reforma agraria. Los pueblos del sur del Valle de Toluca 1856-1930, El colegio de México, México, 2006 p. 48), que se obtenían en los tianguis del propio municipio o de Santiago Tianguistenco, San Mateo Atenco o Lerma. Ocoyoacac forma parte del modo de vida lacustre del alto Lerma, conceptualizado por Beatriz A. Albores Zárate, como el “conjunto de actividades económicas y los aspectos sociales cuya base la constituye la laguna” (Albores, Tules y sirenas, p. 417).
La misma autora no sólo determina a las actividades económicas que se llevaban a cabo en las lagunas por pertenecer a la zona y subsistir de ellas, sino también como la “continuidad del mismo modo de vida junto con la trama social en la que los hombres, de manera organizada, interac-
túan con la naturaleza y que comprende a las representaciones especiales colectivas”. A partir de 1941 “a causa del agotamiento de los pozos de agua que surtían a la ciudad de México, se aprobó el proyecto de Guillermo Terrés para el aprovechamiento del río Lerma” (Camacho, Proyectos hidráulicos en las lagunas del Alto Lerma [1800-1942], p. 276).
Fue cuando se comenzó a transformar el medio físico de la zona poniente de Ocoyoacac, mismo que había prevalecido a lo largo de cientos de años. Con una parte eminentemente lacustre, Ocoyoacac se encuentra a 2 mil 500 msnm. En su punto más alto llega a los 3 mil metros, justo en el Monte de las Cruces. El territorio ocoyoaquense abarca alrededor de 134.71 kilómetros cuadrados, que representa el 0.60% del territorio mexiquense, donde hasta el último censo de 2010 se contaban 15 millones 175 mil 862 habitantes. Colinda al norte con los municipios de Lerma y Huixquilucan, al sur con Capulhuac, Xalatlaco y Santiago Tianguistenco, al este con el Distrito Federal y al oeste con Lerma, San Mateo Atenco y Capulhuac.
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Está conformado por: la Cabecera Municipal —formada por los Barrios de San Miguel,
Santa María y Santiaguito—, los pueblos de San Juan Coapanoaya, Santa María de la Asunción Tepexoyuca, San Jerónimo Acazulco, San Pedro Atlapulco y San Pedro Cholula. También las colonias de Guadalupe Victoria, Benito Juárez, Pascual Ortiz Rubio, Guadalupe Hidalgo, La Era, Loma Bonita, Loma de los Esquiveles, Río Hondito, San Antonio el Llanito, La Marquesa, El Llano del compromiso, el Pirame, La Piedra, El Bellotal, Flores del Rincón, Santa Teresa y Lázaro Cárdenas. La subdelegación de Joquicingo y los fraccionamientos de Hacienda Jajalpa, Hacienda San Martín y Chimaliapan. Gracias a todo este conjunto de características físicas y climatológicas, el lugar atrajo a varios de los grupos más importantes de la Cuenca de México. Los primeros de ellos, el grupo otomí —de otho, no poseer nada y mi, establecerse. Así que otomí significa “pueblo errante”—, nombraron a lo que hoy es Ocoyoacac como N’doti o “lugar donde hay un pozo”, estableciéndose en lo que hoy es la zona arqueológica localizada sobre la carretera Toluca-México.
La zona arqueológica corresponde a un asentamiento del Horizonte Clásico en el altiplano Central, en sus fases Tlalmimilolpan y Xolalpan, posiblemente habitado por inmigrantes teotihuacanos. Cuando el Valle fue gobernado por el grupo matlatzinca, en los centros ceremoniales de Temazcaltepec, Atlatlauca y Ocoyoacac se le rindió culto a Quequex, dios del fuego y de los árboles monteses. Y fue cuando se le conoció ya como Tlazcopan, “sobre la tierra amarilla”.
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En el año de 1476, el joven rey tenochca Axayácatl emprendió la conquista del valle matlatzinca, los “señores de las redes”, cercanos al Nevado de Toluca, que era parte del plan de expansión del pueblo del sol y parte esencial para la captura de cautivos con los cuales realizar ofrendas a Huitzilopochtli. Además, las tierras estaban muy bien ubicadas para el paso de los comerciantes del valle de México a la Costa del Pacifico y para tener contacto con los purépechas. Axayácatl dio nombre al caserío que se encontraba cercano a Tlazcopan, al cual por las características le llamó Ocoyácac, —oco u ócotl, ocote o astilla para alumbrar la noche, yaca o yácatl, principio, punta o nariz, c, en: “donde principia el Ocotal”—. Está representado por un ocoquáhuitl u ocote en la lámina N° 1 del Códice de Mendoza (Gutiérrez Arzaluz, Pedro. Topónimos de los municipios y pueblos del Estado de México, región VI Toluca, Instituto de Estudios Legislativos, México, 2004, p.143).
San Martín Obispo Para completar la misión evangelizadora, Cortés bautizó a Chimaltécatl con un nombre castellano en honor a San Martin Obispo, por lo que su nombre quedó como Martín Chimaltécatl. Al mismo tiempo lo nombró fundador y primer gobernador de su pueblo, que en honor al mismo santo y a su advocación de San Martín Caballero, sería San Martín Ocoyoacac. Junto con la fundación de Ocoyoacac por reconocimiento español, en 1521, llegaron los primeros evangelizadores. Al pueblo llega Fray Pedro de Jesús, quien trazó las principales calles de la Cabecera. Hasta 1535 se comenzó a construir el templo parroquial de la localidad. Al tiempo, comenzaron a escasear el material y la mano de obra, así que el Arzobispo Fray Juan de Zumárraga eximió a los indios de Ocoyoacac del pago de tributo —al que estaban sujetos para entregar a la Ciudad de México por cerca de dos años—, en lo que terminaban su parroquia.
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En 1564, el Virrey Don Luis de Velasco otorgó los títulos primordiales al pueblo de Ocoyoacac,
donde se limitaban definitivamente los barrios de Santa María, San Miguel, Santiaguito y Cholula. Ya varios años antes, en 1532, La Marquesa o Hacienda de las Cruces fue fundada como sitio de descanso por Juana de Zúñiga, Marquesa del Valle de Oaxaca y esposa de Hernán Cortés, cerca del pueblo de indios de San Martin Ocoyoacac. En 1566, la hacienda más importante del municipio fue fundada por Diego Marina de Chávez. Al ser reconocidos como antiguos altepétl o asentamientos humanos organizados antes de la conquista, fueron congregados a Ocoyoacac, San Francisco Coapanoaya y Tepexoyuca, entre 1550 y 1603. De entre los primeros caciques que gobernaron el lugar se encuentran: de Ocoyoacac, Don Martín Chimaltécatl, Don Bernabé y Don Nicolás de la Sierra. En Tepexoyuca, Don Pedro Andrés y Don Gerónimo de Santiago. Y en Coapanoaya, Don Juan Buenaventura y Don Pedro de Santiago. A mediados del siglo XVI Ocoyoacac, Tepexoyuca y Coapanoaya estaban incluidos en la jurisdicción de la parroquia secular con sede en Atlapulco, que más tarde formaría parte también de Ocoyoacac. En 1569, Ocoyoacac tenía un vicario adjunto a Xalatlaco, donde el cura local actuaba como representante del encomendero. Junto con Tepexoyuca, Coapanoaya y Coatepec, fueron encomendados a Pedro Gallego en recompensa a la empresa de la conquista y por casarse con Isabel Moctezuma, mismos que heredaron a Pedro Cano Moctezuma. Pedro Cano Moctezuma tenía en su encomienda 360 tributarios, por tasación de la Real Audiencia: 80 muchachos de 14 años y las mujeres de 12 —sin contar a los impedidos ni a los niños—, lo que nos da una idea, más o menos clara, de la cantidad de personas que tenía Ocoyoacac en sus primeros años de vida novohispana. Ocoyoacac estaba completa y plenamente conformado como una “República de indios”, que era la forma en la que la monarquía española reconocía a los pueblos de indios como entidades corporativas existentes en la Nueva España, mismas que formaban parte de un sistema administrativo legal y económico del virreinato. Los españoles no se quedaron atrás. Durante la época colonial, debido a la riqueza de las tierras fértiles de la zona del alto Lerma, adquirieron tierras para las haciendas de Jajalpa, Texcaltenco y Texcalpa. Desde la falda de la Sierra de las cruces hasta el límite natural que les imponía la Ciénaga de Lerma. 60
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La hacienda de Jajalpa se originó en 1566 con una merced de un sitio de estancia de ganado menor, otorgado a Diego Marina de Chávez, ubicada en términos del pueblo de Talasco, hoy Atarasquillo. La hacienda de Texcaltenco colindaba con el pueblo de Capulhuac, y tuvo su origen en la concentración de tierras hecha por la familia Moctezuma, encomenderos de la zona. La primera referencia que se tiene de ella es de 1613, cuando se suscitó un conflicto entre los naturales de Ocoyoacac y el dueño de la hacienda, Diego Cano Moctezuma.
Hacienda de Jajalpa
La hacienda de Texcalpa —ubicada al suroeste de Ocoyoacac— tuvo su principio, según Juan de Ontiveros, en 1560, por mandamiento de don Luis de Velasco, obteniendo su confirmación en 1645.
Ex Hacienda de Texcalpa Estas haciendas estaban dedicadas a la crianza de ganado menor, como borregos, chivos y vacas, y a la siembra de maíz y trigo en las zonas altas. Las haciendas se mantuvieron en relativa paz, de no ser por las invasiones que de vez en cuando ejecutaban los hacendados a las tierras indígenas.
Las haciendas en Ocoyoacac eran ganaderas, por lo tanto las tierras del ejido correspondían más a sus necesidades. Debido a su carácter ganadero no requerían de una gran utilización de mano de obra, fijaban su necesidad de mano de obra a través del peonaje —o sea por medio de la expulsión del indígena de sus tierras—.
En cambio, durante el siglo XIX, las haciendas de Jajalpa y Texcalpa eran lugares obligados para los arrieros que se encontraban de paso y que provenían de la zona norte de Toluca en su camino a la Ciudad de México. Siendo éstas haciendas parte del sistema de la producción que tenía la familia Pliego en el Estado de México. Las haciendas conservaron, en términos generales, la misma extensión territorial que poseían desde el período colonial. En aquella época, de entre los numerosos litigios que tuvieron lugar entre los asentamientos españoles y los pueblos de indios, el pueblo de Ocoyoacac perdió sólo dos pleitos. El primero en 1657, cuando el sitio de Chimaliapan pasó, por medio de una composición, a manos de la familia Cano Moctezuma. El segundo afectó al sitio nombrado El Pedregal, que se integró a la misma hacienda a través de una invasión que fue legalizada en 1750. La Batalla del Monte de las Cruces
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Las haciendas de Texcalpa y Jajalpa ocupaban un total de 51 caballerías. El rancho de Amomolulco poseía 11 caballerías y el Rancho de las Ánimas tenía media caballería. Los pueblos, con sus caseríos y sus tierras, detentaban 577 caballerías y media. La republica de indios de Ocoyoacac, en la estructura, procedimientos y funciones, incluía las prácticas propias de cada cultura indígena: elegían a sus gobernadores, organizaban el trabajo colectivo, impartían justicia, recolectaban el tributo y canalizaban las quejas a las autoridades superiores. La época de emancipaciones políticas y económicas en todo el mundo, ya no daba cabida a este tipo de gobierno, sobre todo con las reformas borbónicas que se habían implantado para tener mayor control sobre la colonia de la Nueva España. Durante la vigencia en la provincia de México de las disposiciones liberales sobre el ayuntamiento, decretadas por la Constitución de Cádiz de 1820 a 1825, los pueblos de indios sufrieron grandes transformaciones. Se eligieron ayuntamientos en lugares con mil habitantes, se suprimieron las repúblicas de indios, se abolió el tributo para ser sustituido por una administración fiscal y se mandó a repartir tierras de comunidad para reducirlas a dominio particular. A consecuencia de las disposiciones generales de la constitución española de Cádiz, a los 56 ayuntamientos existentes en 1803 en la Intendencia de México se agregaron 28 más, entre ellos nuestro municipio. Fue el 26 de junio de 1820 cuando se verificó la erección de la municipalidad, siendo delegado de nombramiento real don José Ignacio de la Vega. Los primeros miembros del ayuntamiento de la municipalidad de Ocoyoacac fueron, como alcalde, don Cristóbal Nabor, ocho regidores, el síndico don José Ignacio de la Vega y su respectivo secretario. 62
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A la par que nacía el Estado de México, las autoridades de los poderes estatales buscaron crear un municipio que respondiera a la necesidad de unidad política requerida para integrar la entidad federativa con personalidad propia, capaz de relacionarse con la federación y otros estados. Con los ayuntamientos inspirados en la constitución de Cádiz, el estado de México inició su vida en el sistema federal, uniéndose el mundo indígena con el criollo-mestizo, que dieron forma a la institución municipal como base del sistema federal. El 9 de febrero de 1825 se aprobó la ley que organizaba los ayuntamientos del estado, bajo la dirección de José María Luis Mora, quedando de alguna manera ratificada la municipalidad para el 1° de enero de 1826. Los ayuntamientos recién creados debían cumplir cinco reglas importantes: tener 4 mil habitantes, se integrarían por alcaldes, síndicos y regidores, los cuales debían tener el capital sufi-
cientemente holgado para soportar su importancia dentro de la comunidad. Además de no ser jornaleros ni militares, ni del clero o de algún puesto público. Las funciones de los nuevos ayuntamientos serían el de cuidar de la salubridad, la paz pública, la instalación de la policía, la realización de obras públicas como los cementerios, encargarse de la beneficencia, los fondos municipales, las escuelas, diversiones, convocar a los ciudadanos a las elecciones y fomentar la economía. Desde su creación, a inicios del siglo XIX, Ocoyoacac, como muchos otros municipios del Valle de Toluca, procuró acatar las órdenes que llegaban del gobernador, para acrecentar la importancia del estado más poblado de México. En 1855, el Síndico Municipal organizó a la población para la defensa de los terrenos de Coapanoaya, debido a las invasiones que realizaba San Miguel Ameyalco, perteneciente al municipio de Lerma.
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Por esos mismos años hubo una epidemia de viruela que mermó considerablemente a la población, por lo que se creó la Comisión de Salud, misma que aplicaría las normas y lineamientos necesarios —de los primeros en México— para evitar más infecciones.
La segunda mitad del siglo XIX se vio caracterizada por la continua organización de cuadrillas de trabajo para el desazolve del río que atraviesa la cabecera y parte de los pueblos para desembocar al rio Lerma. Dicho ramal pluvial comienza en los llanos de Salazar para bajar con fuerza a la población, por lo que en épocas de lluvias era muy común que la cabecera se inundara. San Pedro Tultepec formaba parte de Ocoyoacac, desde que Vasco de Quiroga lo había vendido a la población en el siglo XVIII. Pero siempre mantuvo una dura lucha por límites con el entonces barrio de San Pedro Cholula. En 1874, Tultepec se separó de Ocoyoacac e intentó obtener el reconocimiento de la legislatura del estado como municipio autónomo a tierras ocoyoaquenses. Se logró, pero sólo duró unos pocos meses pues se agregó a Lerma ese mismo año. La organización de las veintenas, la instalación de los guardamontes, cooperaciones para las fiestas de Corpus o para el Santo Jubileo, cuidar y vigilar la instrucción de primeras letras en sus comunidades, fueron de los primeros trabajos que se realizaron en la Municipalidad y que se cuidaba que se cumplieran al pie de la letra. La segunda mitad del siglo XIX sería el parte aguas en la obra pública, pues se construyeron: el palacio municipal en 1859, la escuela principal de niños en 1846, la amiga de las niñas en 1870 y los cementerios de los pueblos principales, incluyendo el de la cabecera. Durante fines de la primera mitad de ese mismo siglo, la dueña de la hacienda de Texcaltenco, Ana López Tello, decidió vender su propiedad a los pueblos vecinos. Fue así como los pueblos de los municipios de Ocoyoacac y Capulhuac acordaron recuperar lo que hacía más de 50 años la hacienda se había adueñado, aunque fuera por medio de compra. A pesar de que no se realizó una compra-venta total de las tierras de la hacienda, Ocoyoacac obtuvo la reincorporación de El Pedregal. De esta forma se constata que no sólo las haciendas se expandieron entre 1845 y 1895, sino que también los pueblos recuperaron algunas tierras que antiguamente les pertenecían. De acuerdo con un censo llevado a cabo en 1890, las haciendas y los ranchos empleaban arados para la labranza y utilizaban además coas, talachas, azadones y palos de fierros y de cerradera.
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Por lo que respecta al ganado de labor, la hacienda de Jajalpa contaba con 50 bueyes de tiro, 20 mulas de carga y 10 caballos de silla. La de Texcalpa con 50 bueyes de tiro, 25 animales para carga y silla y 150 de vaciada. El rancho de Amomolulco tenía 20 bueyes de tiro, 10 mulas de carga y dos caballos. Y el rancho de Las Ánimas un buey de tiro (Menegus, Margarita, “Ocoyoacac. Una comunidad Agraria en el siglo XIX” en Historia Mexicana, v.XXX, 117, julio-septiembre, El colegio de México, 1980, p. 57).
Vida cotidiana en las Haciendas siglos XVIII y XIX
Las haciendas proveían de producto y de trabajo —aunque reducido— a la población. Por ejemplo, en 1845 Jajalpa requería de un administrador, un mayordomo, un ayudante y 19 jornaleros. Un informe de 1875 de la municipalidad a la Jefatura, se detalla que la hacienda de Jajalpa contaba con terrenos de labor y de monte, además de que cultivaban trigo y maíz con un “éxito regular”.
Del monte se informaba que venía en su mayoría el ocote y encino, pero se subrayaba que no se explotaba comercialmente. La hacienda de Texcalpa, propiedad de Luis G. Pliego, era de labor, monte y cría de ganado. Se cultivaba trigo y maíz también. En relación con la explotación forestal, se indicaba que el monte tenía árboles de ocote y encino. El monte producía al año de 400 a 500 zontles de leña (Camacho Pichardo, Gloria. Desamortización y
reforma agraria, los pueblos del sur del Valle de Toluca, 1856-1930, México, El colegio de México, pp.50-51).
Entre lo rural y lo cotidiano, la vida de Ocoyoacac prevalecía en una total calma, de no ser por la intervención de la más grande tecnología de la época que vendría a transformar tanto el paisaje como la vida misma de las poblaciones del centro de México: el ferrocarril. La Batalla del Monte de las Cruces
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Las necesidades económicas que imperaban a finales del siglo XIX constituyeron la base para que fuera necesario invertir en este medio de transporte, poniendo en primer lugar el traslado de las materias primas que las haciendas agrícolas y ganaderas de todo el Valle de Toluca producían.
El tramo de Toluca a México constaba de 66 kilómetros y los únicos medios de transporte que existían eran tres: la diligencia, la montura y a pie. La diligencia era usada por quien tenía los dos pesos que costaba el viaje. La montura — a caballo o en burro— alcanzaba a penas el 13% o 18%, pero la mayoría realizaba el viaje a pie. En el año de 1880, en sesión de cabildo, se discutieron los informes de la jefatura que anunciaba que la compañía de Camino Nacional de Fierro comenzaría con los trabajos de expropiación de terrenos para la construcción de la línea férrea. El presidente en turno del país, Manuel González, celebró un contrato con la compañía ferroviaria de origen inglés Palmes & Sullivan, para la construcción de dos líneas de ferrocarril: una de México a Costa del Pacífico y la otra a la frontera norte. Los trabajos terminaron para el año de 1882. Las personas que cedieron terreno de su propiedad para la construcción de la línea de México a Toluca, negociaron la indemnización de los terrenos ocupados. Alrededor de 57 MIL 138.36 metros, a 3 centavos el metro, dieron un total de un millón 714 mil pesos con 15 centavos para el pago a las personas de Tepexoyuca y Santa María. 66
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En el año de 1888, a través de la Secretaría de Fomento, y dados los constantes problemas de inundaciones, el Ayuntamiento logró que se donara el puente de fierro que se encontraba en el paraje de Rio Hondito para que resolvieran los problemas de agua en las sementeras —sembradíos— de la Cabecera. Con la llegada del nuevo siglo, las Juntas Cívicas encargadas de las ceremonias —y sobre todo de los festejos del Centenario de la Independencia— se instalaron en Ocoyoacac, por órdenes de la Jefatura de Distrito de Lerma, a la que se pertenecía desde 1868. En 1909, aún existía en la plazuela una pirámide cuyo remate tenía un meridiano de piedra —que era un reloj solar— construido para conmemorar la congregación de los pueblos de Ocoyoacac, Coapanoaya y Tepexoyuca, mismo que era adornado con lirios y flores cada fiesta patronal o fiestas patrias. En 1912, la entonces ranchería de Tlazala solicita anexarse a Ocoyoacac, pero su jefatura en Tenango se lo impidió, iniciando así uno de los conflictos territoriales más grandes de nuestro municipio hasta nuestros días. Ya entrados en los años de la revolución, Ocoyoacac todavía vivía en un mundo totalmente rural y alejado de los conflictos de la ciudad. Sin embargo, fue en Atlapulco donde más se resintió el conflicto social, llegando incluso a ser incendiando todo el pueblo. Hasta el 25 de noviembre de 1914, el destacamento armado liderado por el C. Coronel Miguel C. Martínez, de la Brigada Pacheco perteneciente al Ejército Libertador del Sur y Centro, tomó la cabecera municipal junto con la de Lerma y Metepec. Como consecuencia de la lucha armada revolucionaria, se realizó el reparto agrario de la hacienda de Jajalpa, propiedad de Ignacio L. Pliego. Esta fue afectada para la formación de tres ejidos: Ameyalco en 1926, Ocoyoacac en 1930 y Coapanoaya en 1929. El primero recibió 379 hectáreas —153 de temporal y 226 de monte—. Al segundo se le dotó con una superficie de 97 hectáreas —25 de riego, 10 de temporal, 10 de monte y 52 de pastal—. Al último se le asignó una extensión de 189 hectáreas —31 de riego, 38 de temporal y 120 de monte—, quedándole 111 hectáreas de propiedad privada en 1930 (Fabila Montes de Oca, Gilberto [coord.] Los ejidos del Estado de México, Catalogo, Toluca, Gobierno del Estado de México, 1958, pp. 441-442).
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La historia de Ocoyoacac va más allá del Monte de las Cruces o de algún otro episodio que trascendiera a lo nacional. Las historias de los pueblos siempre son importantes desde el hecho de que contienen particularidades que los hacen únicos y especiales. Ocoyoacac es la muestra de que la lucha por la tierra y la forma de vida forman a los pueblos y a su gente. Las hace partícipes en la vida política y pública de su sociedad, como lo demuestra el enfrentamiento que se tuvo con el decreto federal cuando se expropió el ejido de Ocoyoacac en 1982. A la postre, Ocoyoacac continúa demostrando a la región del Valle de Toluca que puede ser más que la Batalla del Monte de las Cruces, algo más que la Laguna de Chignahuapan y algo más que las haciendas y ferrocarriles. Conocer la historia del escenario de uno de los pasajes más importantes en la historia de México nos dará una visión más completa y mucho más específica de ese pequeño pueblo que “solo, se encuentra enclavado en la Sierra del Monte de las Cruces, entre la Ciudad de México y Toluca”.
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Hortencia Vilchis González coyoacac es un municipio que desde su origen ha marcado características de lucha, manifestadas en cada uno de sus habitantes. En su quehacer diario muestran el cariño por su lugar de origen, empeñándose en ser creativos para mantener viva su gran herencia en tradiciones; en usos y costumbres. Lucen su esplendor en todas y cada una de las actividades, logradas gracias a un entusiasmo que convoca a la reconciliación de sus lugareños. El orgullo de ser de Ocoyoacac mueve a muchos de sus pobladores a encontrar la forma de compartirlo y difundirlo con manifestaciones culturales y artísticas. A través de la danza, la música, la pintura, la escultura —que de estas disciplinas estamos llenos—. Por eso, entre otras muchas cosas, estoy segura que muchas personas experimentamos con frecuencia el deseo de reconocer y agradecer el ser parte de una fracción de tierra en este municipio que envuelve historia, anécdotas y vivencias. Ser parte de Ocoyoacac es un verdadero privilegio.
Laguna del Valle del Matlatzinco
Tenemos presente el deseo de quienes nos antecedieron, para heredar a futuras generaciones mejores condiciones de vida. Recordar a diario que disfrutar de un municipio con su calles empedradas, con tubería de agua potable, con alumbrado público, escuelas y medios de transporte, es parte de una historia que nos compromete aún más a seguir en la lucha, valorando y agradeciendo todo aquello que es parte del desarrollo de nuestra identidad. Cada pensamiento, cada deseo, cada intención que contribuya a despertar interés por los acontecimientos escritos no sólo con sangre, también con lágrimas, con sudor, con esfuerzo o con buenas acciones, merece ser considerada parte de un antecedente de vida.
Danza de Arrieros
Alumnos de la Escuela Primaria Leona Vicario (1925)
Danza de Moros y Cristianos 72
Colocaci贸n de drenaje frente a la antigua Escuela Primaria Leona Vicario
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Peregrinaci贸n a la festividad
Colocaci贸n de drenaje en la calle Miguel Hidalgo
Modernizaci贸n de la Plaza de los Insurgentes
Trabajos de jardiner铆a en la Plaza de los Insurgentes La Batalla del Monte de las Cruces
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DANZAS Y MÚSICA TRADICIONALES En alguna de las muchas tradiciones con que cuenta, muestran la lucha que se libró en un momento histórico de importancia para el país entero. Tiempo en que era necesario —entre otras cosas— el suministro de productos indispensables para la supervivencia de la gente de Ocoyoacac. Esta tradición es la danza de arrieros, con la que nos identificamos y por la que nos sentimos verdaderamente orgullosos de mantener viva —en su contenido— la fuerza del campesino y del hombre de lucha. Virtudes que sin duda alguna se han transmitido de generación en generación. El contenido de la danza de arrieros nos sigue sorprendiendo como la primera vez que la vivimos. Porque es necesario vivirla, sentirla, para experimentar en carne propia su significado. Escuchar con detenimiento las notas musicales y estrofas de la letra de su narración para, nuevamente, transportarnos al momento mismo de su origen: el traslado de mercancías de las haciendas a las ciudades, pasando por nuestro pueblo como punto de confluencia comercial y cultural.
Danza de Arrieros de La Asunción Tepexoyuca 74
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Arriero de San Jer贸nimo Acazulco
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La danza de arrieros ha dado
significado a la vida rural que teníamos hasta no hace muchos años. Las cuadrillas existentes se fortalecen cada día y la costumbre de sus descendientes por mantenerlas vivas se demuestra en cada representación que hacen de ella. La calidad de sus movimientos los hace, incluso, ser invitados a compartir con otros pueblos en sus fiestas y mayordomías. Otra forma de expresar a través de los movimientos corporales, y más antigua aún que los arrieros, es sin duda la danza de concheros. Ser danzante implica una conexión constante con la cosmogonía para adquirir el conocimiento del origen del ser humano que logra la sensibilidad y el respeto al universo.
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Ejemplo claro de ello es el Sr. Victorino Rubio M茅ndez, quien se mantuvo firme en su convicci贸n y conocimiento, orgulloso de preservarse en la tradici贸n y trasmitir a varias generaciones su conocimiento y amor por ser danzante La Batalla del Monte de las Cruces
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Escuchándole y reconociendo su
sabiduría e identificación con la madre tierra, me anima a identificarle como un guerrero defensor de su ancestral tradición. Anhelamos que su conocimiento florezca en futuras generaciones, que su dedicación y amor a la danza no haya sido un esfuerzo inútil para que la música que también ejecuta, su concha de armadillo y el sonar de sus pulseras de ayoyotes, sigan escuchándose en nuestras festividades.
Ceremonia de Renovación de Fuego Festividades como la conmemoración del quinto sol o quizá colocando la nueva cruz de Santiago el viejo, cuando va impregnando el aroma del copal por las calles camino al Barrio de Santiaguito un 25 de julio —para su fiesta patronal— y reencontrarse con la danza de moros y cristianos. 78
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En ella su representante principal, identificado como el “moro mayor” —reconocimiento a su dedicación por mantener viva esta danza—, es la persona encargada de programar recorridos con los vecinos de la visita del Sr. Santiago en su caballo blanco. Los preparativos para recibir a tan distinguido visitante en la casa del elegido, representa preparar el altar con flores, ceras, tamales y café para ofrecer a los asistentes al novenario y proponer el siguiente vecino, esperando nuevamente con gran expectación la atención obligada para los asistentes a su llegada.
Como estas danzas se reconocen muchas más, que no han se han librado de la lucha por su permanencia en una sociedad cada vez más ajena a sus bases. Danzas como la de las “inditas”, que se diluyó como la vida del músico de violín que les acompañaba para danzar, con una melodía melancólica e ingenua como sus protagonistas. Niñas que con su atuendo de otomíes mostraban suficiencia de su origen. Sus trenzas de cordones de lana de colores, sus canastas llenas de pétalos de flores y un huacalito adornado con juguetes. Portan un enorme bastón del cual penden muchos listones de variado color. Ejecutan pasos y coreografías que ponen de manifiesto su rutinaria existencia. Danzan y danzan, coordinado formas de tejido policromo. La Batalla del Monte de las Cruces
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Y ¿qué son las danzas sin la música que las viste y guía? La música —como
registro de nuestra historia— narra en cada una de sus estrofas y notas la forma en que el poeta, el compositor, el historiador, trasmiten de generación en generación el conocimiento de la lucha que nos otorgó libertad e identidad. El compositor de nuestro municipio, Luis Hernández, “El Guayalejo” —en ocasiones llamado acertadamente el “cronista musical de Ocoyoacac”—, compositor e intérprete, plasma en la letra del corrido de Ocoyoacac la descripción acertada de nuestro terruño querido. Deja además, como patrimonio municipal, cerca de 200 composiciones que narran diferentes aspectos del transcurrir cotidiano de la vida de Ocoyoacac. Quienes tengan oportunidad de conocer sus composiciones, espero puedan coincidir conmigo en que existen mil formas de registrar la historia con antecedentes que nos obliga a sentirnos vivos a través de esta memoria.
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través del tiempo en Ocoyoacac han existido grandes glorias del deporte, mismas que han puesto en lo más alto el nombre no solo de nuestro municipio, sino también de nuestro país, es por ello que no podían quedar fuera sus hazañas, sus triunfos y sobre todo esa gran pasión que depositaron al salir a competir ya sea en el cuadrilátero, en la pista o en un campo. Hablar de ellos es hablar de entrega y amor por la camiseta, es hablar de disciplina y de enseñanza para los que aman el deporte. Comencemos por mencionar a uno de los más grandes atletas que ha dado nuestro país, su nombre Rafael Tadeo Palomares, nacido el 28 de septiembre de 1949 en Ocoyoacac, con una trayectoria de 20 años en la cual fue seleccionado nacional interno del Comité Olímpico Mexicano durante 8 años representando a México en competencias nacionales e internacionales destacando los juegos olímpicos de Múnich Alemania en 1972, juegos Panamericanos en México D.F. en 1975, juegos Centro Americanos y del Caribe en Ponce, Puerto Rico; Maracaibo, Venezuela; Santo Domingo, República Dominicana entre otras, teniendo participaciones en maratones como el de Boston y Guatemala así como participando en 9 ocasiones consecutivas en la mundialmente famosa carrera de Sao Silvestre en Sao Paulo Brasil en donde en el año 1971 vivió su más grande gloria al cruzar la meta en primer lugar y establecer un nuevo récord mundial. En su vida como deportista recibió importantes reconocimientos y a la fecha sigue recibiendo homenajes en todo el país.
José Pérez Reyes nació el 17 de septiembre de 1932 en el barrio de Santiaguito en Ocoyoacac, vivió gran parte de su vida en la calle Luis Camarena González de dicho barrio. Desde niño su pasión por el futbol fue notable, sus cualidades lo llevaron a jugar en equipos de la liga local amateur como el Zaragoza y Deportivo Ocoyoacac. Gracias a su talento juega profesionalmente en el Club Deportivo Toluca en las temporadas de 1955 a 1958. Es por ello que el estadio municipal de Ocoyoacac lleva su nombre “José Lerma Pérez” como un homenaje a su carrera 84
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deportiva. Dicho estadio fue inaugurado en el año 1984, con un trepidante encuentro entre la Selección de Ocoyoacac y el segundo equipo de Coyotes Neza teniendo como marcador final un empate a 2 goles que fueron marcados por parte del cuadro local por Samuel Peñaloza y Andrés Flores, cabe mencionar la destacada participación del hoy Presidente Municipal de Ocoyoacac Alfonso González García como lateral derecho y José Luis “Picho” Martínez de los Tecos de la Autónoma de Guadalajara. El boxeo también tiene historia en Ocoyoacac, escrita por muchos púgiles entre los que destaca Juan Díaz Acosta mejor conocido como el “Monito Díaz”, hijo de Agustín Díaz Méndez y Teresa Acosta Castillo, oriundo del barrio de Santiaguito y nacido el 19 de Agosto de 1952. Estudió hasta el 6º de primaria en la escuela ”Leona Vicario” donde decide que el box podría ser el camino a seguir ya que a esa edad era muy peleonero y tenía que buscar alguna forma de poder sacar ese instinto que le había causado problemas, solo contando con el apoyo de su padre, decide emprender este camino, que a la larga le traería grandes satisfacciones como ganar los guantes de oro, 7 campeonatos estatales, un campeonato nacional y ser primer clasificado del mundo en el peso mosca de la CMB. Después de 25 años de carrera y muchos reconocimientos se retira en el año de 1983. Otro gran atleta de Ocoyoacac y de México fue José Socorro Neri Valenzuela, quien ha sido uno de los pocos mexicanos que ha corrido en 4 continentes, en países europeos como: Alemania, Inglaterra, Francia, Polonia, Suecia, República Checa; en Asia: Japón; en América: Brasil, México, Estados Unidos, Uruguay; y África: Marruecos. Sus primeras medallas internacionales las gana sin entrenador, sin saber si entrenaba bien o mal. Su trayectoria: Juegos Centroamericanos, 1966 en San Juan de Puerto Rico donde gana medalla de plata: 1500 mts y medalla de bronce: 5000 mts, en los Juegos Olímpicos de 1968 en México obtiene 5to lugar en la primera eliminatoria de 1500 mts, logrando su mejor tiempo (3:41.6), siendo este crono el mejor a nivel nacional durante 10 años. La Batalla del Monte de las Cruces
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aber vivido toda esta riqueza en el tiempo que se va quedando en el recuerdo, es motivo de sentir y nunca olvidar que somos de Ocoyoacac. Ser Ocoyoaquense es llevarlo tatuado en el alma, es tener presente en cada momento sus colores y sabores, su variada y exquisita gastronomĂa.
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Es también hablar de las bondades de nuestro entorno refiriéndonos a los regalos de nuestra naturaleza y que, como muchos aspectos más, siguen en la lucha de ser considerados base principal de nuestra alimentación.
Autor: José Carlos Ibarra Onofre La Batalla del Monte de las Cruces
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Mucha gente vivi贸 del producto de las lagunas del entorno. Se consu-
m铆an charales, acociles, pescado blanco, carpa, ajolotes. Productos que poco a poco se han reemplazado. Las lagunas han dejado de ser importantes para muchas personas, se construyen presas para criaderos de truchas. Se transforma el entorno, pero la memoria sigue latente.
Pescador en la Laguna del Chignahuapan
Carpa
Charales 88
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En temporada de lluvia, nuevamente la naturaleza se torna bondadosa y nos regala una gran variedad de hongos. Saborear un exquisito plato de sopa de habas con hongos —identificados con el nombre de “hongos chicle” y que se conservan por todo un año ensartados en un hilo en forma de collar, para tenerlos a disposición cuando se requieran— y agregar a esta un puño de chivatitos — un vegetal típico de la región con el cual se prepara una nutritiva ensalada con queso y aguacate—. O quizá una tortilla recién salida del comal de barro con una porción de hongos conocidos como “orejas”, asados en el mismo comal y una salsa martajada de molcajete.
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Existe una gran variedad de hongos y platillos que han resultado verdaderos manjares para lugareños y visitantes. Es necesario mencionar que por el atropello a nuestros bosques muchas son las especies que hemos dejado de disfrutar. Sin embargo la naturaleza, con su sabiduría, se resiste y cada año en fecha cercana al día de San Juan nos regala estas primorosas especies.
Quesadilla de hongos, especialidad de La Marquesa
Otra vertiente a degustar son los dulces. El amaranto y el maíz, que procesados artesanal-
mente dan como resultado deliciosos postres, —típicos del pueblo de Atlapulco—. La alegría, las palomas, los “ladillitos” de pinole, las palanquetas. La gran variedad que las artesanas ofrecen incluyen dulces exóticos: como nopal cristalizado, conserva de tejocote, el famoso capultamal de capulín, por mencionar algunos, haciéndose obligado darnos la oportunidad de probarlos.
Dulces de amaranto y semillas 90
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Ponte Duro: Dulce de maíz azul tostado con piloncillo
Ha transcurrido el tiempo y me parece percibir el olor a pan del amasijo del abuelo. Pero no sólo la casa olía a pan: ¡todo el pueblo lo hacía! Unas veces a pan, otras a toronjil del campo, otras a aguamiel de los tlachiqueros; aroma a café de olla con piloncillo, a elotes hervidos, tamales de quintoniles o frijoles negros.
Tlachiqueros de Tepexoyuca y Acazulco La Batalla del Monte de las Cruces
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De igual forma
que dejó de correr el agua cristalina del rio que era libre en el centro del municipio —al que como uno de nuestros juegos favoritos, al concluir el horario de escuela primaria, con bolsas, improvisando redes, intentábamos atrapar los peces que hacían cosquillas en nuestros pies—, el fluir de los años nos dejan sólo los recuerdos de los fines de semana convertidos en un día de fiesta; o acompañar nuestra madre a lavar la ropa en rio y posteriormente bañarnos con el agua transparente y fresca; regresar a casa con hambre para saborear en torno del tlecuil una tostadita con sal; o una tortilla del maíz del xincolote de los abuelos —quienes narraban durante la comida la hazañas de un abuelo más grande en la revolución—.
No es necesario haber vivido mucho para ser testigos de la transformación del entorno. Quizá muchos estemos añorando el pasado, considerando la frase conocida por muchos, “todo tiempo pasado fue mejor”. ¿Qué de cierta encierra esta frase? ¿Por qué? ¿Será necesario transformar o eliminar parte de nuestro pasado o quizá reemplazarlo por lo que consideramos mejor? ¿Por qué no defenderlo como lo hicieron nuestros abuelos y las abuelas, quienes en su momento para proteger a sus hombres en la revolución los escondían bajo sus enaguas o corrían al monte para proteger de esta forma a su familia? 92
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ntre la memoria y el presente, entre la modernidad y la tradición, emergen de nuestras familias manos dedicadas —y delicadas— que convierten la materia original en belleza armónica: en arte, en artesanías.
Arrieros elaborados con hoja de maíz Autor: Ernestina Padilla
Desde utilitarios para los hogares, pasando por adornos de especial vibra en sitios privilegiados de oficinas, casas suntuosas y coleccionistas, hasta las vitrinas y pedestales de galerías especializadas.
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Ocoyoacac tuvo, hace muchos años, una importante vena alfarera. Las aguas lagunares que bañaban nuestras tierras durante centenares de años dieron características únicas a su composición —mismas aguas que llegaban a Metepec, donde el trabajo en barro es hoy por hoy su principal carta de presentación—.
Esta herencia se mantiene viva en el trabajo de las nuevas —y no tan nuevas— generaciones. La memoria y añoranza de quienes son descendientes de artesanos, que dejaron su vida en la fabricación de objetos utilitarios de barro, ollas, cazuelas, comales en los que la tortilla adquiere un sabor diferente. La creación de piezas suntuarias o de uso no se quedó sólo en la cerámica. Nuestro pueblo ha evolucionado a otras manifestaciones derivadas y cercanas a la plástica: pintura, escultura, fotografía. Grupos se han conformado para agremiar a las distintas disciplinas en un noble afán por enriquecerlas.
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Ocoyoacac florece en todas estas ma-
nifestaciones. Reconocer y honrar el camino que en tiempo pasado fuera solo una brecha posteriormente una vereda, en la actualidad un camino un poco mรกs transitable, con grandes retos que enfrentar y mucha voluntad para vencer.
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Maternidad Autor: Juan José Neri Rodríguez
Torso Autor: Juan Silvestre Domínguez
La naturaleza bondadosa de nuestros campos es valorada por propios y extraños. Al detenernos a admirar la transformación de los valles en cada una de las estaciones el año, encontraremos una explicación a su contribución en las expresiones sociales y religiosas.
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Es el caso de las diferentes especies de flores que son características de Ocoyoacac. Como el toronjil, que acompañaba a la Virgen del Tránsito en procesión, siendo transportada únicamente por señoritas en cuyas manos llevaban, cada una de ellas, un ramo de toronjil días antes recolectado en el campo.
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O el “pericón”, con el que se hacen cruces que en el mes de septiembre y son colocadas en cada puerta de las casas para que ahuyente al demonio, perseguido por San Miguel Arcángel.
Flores silvestres
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Autor: Josué Eliezer Hernández Limón
Autor: Marco Antonio Juárez Medina
Es también agradable a la vista el
colorido de mirasoles y cempasúchil, exclusivos de los meses de octubre y noviembre, que tal parecieran surgir para sumarse a las festividades de día de muertos y dar la bienvenida a nuestros fieles difuntos.
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a participación del pueblo en torno a su fe es importante. El agradecimiento a las imágenes religiosas se manifiesta de diferentes formas, una de ellas las peregrinaciones. Las mayordomías ocupan un lugar primordial en la organización de las peregrinaciones que en el transcurso del año se registran en el municipio. Resulta impresionante el número de personas que se reúnen cuando visitan a la Virgen de Guadalupe en la Basílica —al iniciar la cuaresma—, caminando de la ciudad de Toluca a la ciudad de México.
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El primer descanso lo realizan en Ocoyoacac, lugar estratégico para la congregación de los contingentes de los municipios cercanos a la ciudad de Toluca y del municipio de Ocoyoacac.
Cada grupo de feligreses porta estandartes que identifican su lugar de origen. Desde la entrada principal de la iglesia parroquial, la llegada de la caravana se observa impresionante. Entonan alabanzas que contagia a los espectadores de la devoción con la que soportan el cansancio en esta primera etapa de su recorrido. Permanecen por el resto del día instalados en las calles centrales de Ocoyoacac, para reiniciar su camino al siguiente día desde las primeras horas. Su salida del pueblo es tan sigilosa que pareciera ser producto de la imaginación; que esa enorme multitud surge de la nada y que desaparece de igual forma. En el ambiente queda solamente el recuerdo de los vendedores de sombreros, de huaraches y de petates, quienes ofrecen a los peregrinos su mercancía para protegerse del sol, para aligerar la caminata y para dormir a la intemperie en cada uno de los recesos programados a lo largo de su recorrido —rumbo a su visita anual al templo de mayor importancia en México, la Basílica de Guadalupe—. Esta devoción no es una coincidencia, tomando en cuenta que fue la insignia adoptada por héroes mexicanos para emprender batallas que dieron al pueblo libertad.
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La cercanía de Ocoyoacac con el santuario del Señor de
Chalma —de suma importancia en la fe católica mexicana—, permite que seamos testigos constantemente de peregrinaciones con el propósito de llegar al santuario, ya sea para dar gracias o a pedir la realización de un milagro. Muchos de los devotos llevan a cuestas ermitas con la imagen del Señor de Chalma, lo que hace más difícil su recorrido. Las peregrinaciones que se organizan de Ocoyoacac al Santuario del Señor Chalma son varias: el 6 enero, el miércoles de ceniza y el 24 de diciembre —esta última con el acompañamiento de pastoras—. Siempre con la recomendación de observar un buen comportamiento durante el trayecto, de lo contrario se corre el riesgo de ser castigado —con la creencia de ser convertidos en rocas—. Es costumbre que cuando se visita por primera vez Chalma, en el paraje conocido como el Ahuahuete se busca un padrino para que corone al ahijado con una corona de flores, misma que se deposita a la entrada del templo.
Otra —y no menos importante— manifestación de fe, son las fiestas. Me detendré un poco para hablar de una de ellas: la festividad de San Pedro Cholula, en honor a “San Pedrito”. En torno a esta imagen se cuentan maravillosas e increíbles historias, como la de que “llegó a Cholula durante un recorrido y decidió quedarse” porque fue imposible trasladarlo a su lugar de origen. Año con año se espera con verdadera expectativa la fecha para la cual se ha trabajado durante 12 meses en los preparativos. 104
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Para esta celebración, la comunidad de San Pedro Cholula cuenta con una parcela que siembran, cultivan y cosechan con la ayuda de todos. El día de la cosecha se realiza una verdadera fiesta, donde ofrecen comida a todo aquel que apoye a la recolección de mazorcas y su traslado al xincolote —mismo que ha sido construido en el atrio de la iglesia, para el consumo necesario de las fiestas patronales—.
A Ocoyoacac se le reconoce también por su templo dedicado a San Martín Obispo —reconocido y resguardado por el INAH— y el piso numismático que tiene— se consideraba único en el mundo—. El contenido de su decoración era de monedas del siglo XIX, aunque para impedir el saqueo y el desgaste de este patrimonio, se colocó un segundo piso con monedas actuales. La antigüedad de ésta y las demás iglesias de Ocoyoacac datan de los siglos XVI, XVII y XVIII. Es asombrosa la devoción con la que se realizan cada una de sus festividades. La de San Antonio Abad, en la bendición de animales. La de San Pedro Cholula, con su tradicional mole y la calidez de su gente. La Batalla del Monte de las Cruces
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La de la Asunción Tepexoyuca, con su acostumbrado desfile de Carros alegóricos —encabezando por uno en el que acompañan a la imagen de la Virgen de la Asunción un sinfín de niñas vestidas de angelitos—. La de Coapanoaya, que venera a San Juan Bautista. La del barrio de Santiaguito, venerando a Santiago Apóstol. La de San Miguel, cuya iglesia se observa desde la cabecera municipal por su ubicación en lo alto del cerro —por donde algún día paso el ferrocarril y que resulta un excelente mirador para disfrutar la panorámica increíble del municipio de Ocoyoacac—. En este lugar se organiza la representación de la pasión y muerte de Jesucristo. Este acontecimiento es preparado por un grupo de personas que se preparan año con año para la ambientación de los días de reflexión en la fe católica, concluyendo con la solemne procesión del silencio.
La gastronomía nuevamente está presente, formando parte im-
portante de la tradición del sábado de gloria. Después del medio día, las personas que visitan el municipio de Ocoyoacac realizan un recorrido, acompañados de vecinos originarios del pueblo, quienes identifican perfectamente las casas de los mayordomos de semana santa. En cada oratorio se obsequia a todo aquel que guste de los tamales de ollita o “chuchulucos”, típicos de Ocoyoacac. La gente se forma y, por una limosna para el santo del oratorio, le son entregados varios tamales. Si recorren varios oratorios reúnen una buena cantidad de tamales. 106
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Esta
tradición convierte la noche del sábado de gloria y madrugada del domingo de resurrección en una verdadera fiesta. Durante esas horas recorren las calles del pueblo como si fuera de día. Las mayordomías del Municipio, responsables de la organización de muchas de las actividades religiosas, son también responsables de mantener viva la memoria de quienes nos antecedieron y mostrar que todo ritual tiene un significado arraigado profundamente en nuestras vidas.
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Diversas opciones de recreaci贸n 108
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coyoacac guarda un encanto. Quizá por su ubicación entre grandes montañas. Quizá por ser paso obligado para muchos. Quizá por las historias que se cuentan. Se dice, por ejemplo, que la llave de la imagen de San Pedro —en la comunidad de San Pedro Cholula— es mágica, porque permite a los niños que presentan dificultad para hablar resuelvan su problema acercándola a su boca.
En el lugar donde se encuentra el templo de San Miguel Arcángel se localiza una cueva. En esta, a decir de los pobladores, quien entra difícilmente sale. Y si logra salir lo hace afectado de sus facultades mentales, como sucedió con un personaje que vagaba con expresión extraviada. La mayoría de las personas que lo vieron dicen que lo escucharon hablar de un ser extraño que invitaba a pasar al interior de la cueva, para ser recompensado con grandes tesoros.
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Otra historia es la de Pedro, “El Negro”. Existen en Ocoyoacac vestigios de los pasadizos secretos por los que, dicen, lograba Pedro “El Negro” burlar a sus perseguidores, quienes intentaban impedir que asaltara las caravanas para distribuir lo robado con la gente de los poblados cercanos. Cierto es que como esa leyenda existen muchas más, como la leyenda del nahual, que a la fecha sigue haciéndose presente a las personas que acostumbran caminar muy noche por las calles de Ocoyoacac. Se habla también de la existencia de las “brujas”. Historias sobre ellas con las que experimentamos verdadero terror cuando es abordado el tema por personas mayores. Cuentan que se hacen presentes cuando hay un recién nacido en casa y, para impedir que sea agredido por estos personajes extraños, se aconseja colocar un espejo o unas tijeras abiertas cerca de la cuna del bebé. Es difícil explicar también lo que muchos de nosotros experimentamos cuando mirábamos al cerro y aparecían bolas de fuego que se movían de un lado a otro entre los árboles —jugueteando como para hacerse notar, adivinando que eran observadas con temor por los habitantes de Ocoyoacac—. La manera que cuenta la tradición para acabar con las “brujas”, era la de espiar su residencia para entrar a ella en cuanto las indeseables salieran volando. Esto es porque se despojaban de pies y manos y los dejaban junto al tlecuil. Escondían sus extremidades y eso impedía que pudieran escapar. Al atraparlas eran quemadas con leña para eliminarlas —y quizá lo consiguieron, porque no he visto aparecer una más—.
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os habitantes de San Pedro Atlapulco, de San Jerónimo Acazulco, de la Asunción Tepexoyuca, conservan la memoria viva en sus rostros. Memorias que se resisten a ser olvidadas, que buscan con gran afán la permanecía en la tierra de la que son parte.
Como los alfareros que durante décadas fueron necesarios para la vida cotidiana en la elaboración de sus ollas para los tamales de ollita, el mole de guajolote. Necesarios para las fiestas patronales y para la convivencia de despedida de nuestros difuntos a quienes recordaremos con esplendidas ofrendas y elaboración de exquisito pan de muerto. 112
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Autor: Josué Vega Flores
Autor: Rachel Berenice Barrios Ángeles Autor: Dulce Paola Hernández Suárez Es nuestra raza Otomí responsable de la riqueza que como humanos conservamos. Guerreros incansables por la justicia y dignidad, lucha constante que ponemos de manifiesto en todas y cada una de las acciones que inconsciente nos acerca al origen orgullosamente heredado. La Batalla del Monte de las Cruces
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Ocoyoacac, lugar de ocotes y pinos, de montes y valles de ojos de agua, de lagunas, ríos y una cascada… de tejocote y capulines.
De igual forma que se ha escrito la historia, la historia se seguirá escribiendo. A diario surgen propuestas de talento, de nuevas formas de vida que ya son parte y reclaman el derecho que les otorga ser de Ocoyoacac. Intérpretes de nuevos géneros musicales, artistas con nuevas formas de expresión, la complicidad de los jóvenes para compartir las tendencias en moda, deporte, música y todo aquello que los haga diferentes.
Autor: Josabeth Corona González
Todo tiene un inicio y un por qué, y Ocoyoacac sigue evolucionando con las propuestas de crecimiento. Siempre estamos en una etapa de transformación, pero con un gran arraigo que circula por las venas de quienes han nacido en esta pequeña fracción de tierra. Habitantes de grandes convicciones, defensores de derechos territoriales, enamorados de su terruño.
Autor: José Carlos Hernández C.
Ocoyoacac de memoria histórica, de compositores, de cantantes y danzantes, de fieles en torno a su venerada imagen, de miradas nostálgicas por el ayer que sólo quedó en el recuerdo, de sonrisas tímidas por la añoranza de un pasado que para muchos ha sido mejor. Ayer, hoy, quizá mañana habrá quien recuerde de forma diferente lo vivido. Lo cierto es que somos historia, historia llena de esperanza.
Lic. Carmen Raya Pérez Antecedentes Históricos: En el año de 1976 se crea la Casa de Cultura de Ocoyoacac hoy Centro Regional, ubicada en Plaza de los Insurgentes No. 1, llevando el nombre de Dr. José Ma. Luis Mora, la constituían: Museo, Biblioteca, Archivo Municipal, Oficinas Administrativas y Talleres Artísticos bajo la coordinación de Patrimonio Cultural. En el mes de enero de 1989, el Club Amigos de Ocoyoacac, A.C. dona al Gobierno del Estado de México el inmueble ubicado en Av. Luís Camarena González No. 1.
Objetivo General Fomentar, promover y difundir los valores artísticos y culturales del municipio, mediante la implementación de talleres de iniciación artística. Así como identificar las características y posibilidades culturales propias de los municipios que coordina este Centro Regional de Cultura en la región, con lo que podrá contar con la información necesaria para instrumentar los planes y programas de desarrollo cultural que fortalezcan la identidad de la zona que se atiende. 116
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Objetivos Específicos Organizar actividades de interés cultural y artístico, difundirlas en forma y tiempos con lo que se contribuirá a la capacitación en el Centro Regional de Cultura, así como de las Casas de Cultura municipales, previo acuerdo y compromiso con las autoridades correspondientes. - Apoyar las acciones de enseñanza artística, cultural y recreativa conjuntamente con las coordinaciones correspondientes y las áreas especializadas en las artes plásticas, música, teatro y danza en sus diversas vertientes. - Rescatar y difundir los elementos de la cultura, así como fomentar y coordinar las acciones de la comunidad a favor de la preservación de sus costumbres y tradiciones. - Fomentar la sensibilidad artística en la población por medio de su participación y asistencia, tanto en el Centro Regional como en las Casas de Cultura de la Región. - Impulsar y difundir la expresiones artísticas entre las comunidades con la finalidad de ofrecer alternativas en el universo creativo, así como ser una opción para descubrir vocación artística que permitan fomentar la creatividad, divulgar las manifestaciones y valores artísticos. - Gestionar capacitación y actualización del Centro Regional y Casas de Cultura municipales —en el área de su competencia— con otras instituciones de arte y cultura. El centro regional de Cultura de Ocoyoacac, tiene una oferta cultural en la que se incluye: Galería de exposiciones temporales, recitales de danza, música, presentaciones de obras de teatro, etc.
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Ocoyoacac dentro de sus zona boscosa que es superficie mayoritaria en su extensión territorial, alberga al Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares, dependencia federal que es motivo de orgullo ocoyoaquense y de todos los mexicanos. El Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ) es una institución del estado mexicano, dependiente de la Secretaría de Energía (México).
Fue fundado el 1 de enero de 1956 bajo el nombre de Comisión Nacional de Energía Nuclear (CNEN). En 1972, la CNEN cambió su nombre a Instituto Nacional de Energía Nuclear y en 1979 con la emisión de la Ley Nuclear (reglamentaria del artículo 27 constitucional sobre la materia), la institución se transformó para crear la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias y el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares. El ININ realiza investigación y desarrollo en el área de la ciencia y tecnología nucleares y proporciona servicios especializados y productos a la industria en general y a la rama médica en particular.
PRODUCCIÓN Y DIRECCIÓN GENERAL :
Marco Antonio Lugo
RECOPILACIÓN, INVESTIGACIÓN Y REDACCIÓN :
Sonia Rodríguez Chávez, Hortencia Vilchis González, Carmen Raya Pérez y Arturo Munguía Campuzano CORRECIÓN DE ESTILO Y ORTOGRAFÍA :
Mtro. David Coronado y Profr. Felipe Cortés Martínez ADMINISTRACIÓN :
Mario Agustín González Hernández
DISEÑO GRÁFICO Y FOTOGRAFÍA :
Michelle Fonseca Góngora FOTOGRAFÍA Y DISEÑO :
Pepe Neri González y Gabriel González Romero FOTOGRAFÍA :
Priscila Domínguez Torres COORDINACIÓN :
Genoveva Rentería Guardiola