La obra de Víctor Hugo Irazábal ha sido una búsqueda que, como ocurre con los místicos, se ha ido depurando cada vez más con el paso de los años, lo ha ido conduciendo hacia una confluencia entre elementos estéticos y objetos de nuestra geografía, paisajes y almas, sin que haya habido en ningún momento propósito expreso de apoderarse de un mundo tan particular como el que tenemos el privilegio de tener al sur del país. Cuando decidió hacer el recorrido de Humboldt, fue más bien por una necesidad latente desde tiempo atrás: la de buscar el arraigo y el sentido.