Caramelos de bilis

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CARAMELOS DE BILIS


Aquí yacen los escombros de otra gran ciudad, se pueden adivinar calles antaño llenas de gente, columnas de un titánico pabellón parecen echar una siesta indefinida. Ya sólo quedan en pie los cimientos dibujando las inexistentes paredes del hogar.

Hay montañas de cristales por doquier reclamando el brillo esplendoroso de cuando fueron ventanas. Viejos marcos de madera, parecen suplicar a la lluvia y al viento una muerte digna y prematura para no seguir sufriendo como astillas del pasado.

Es posible imaginar que los hierros del viejo parque infantil, fueron naves espaciales, barcos piratas, castillos embrujados y planetas de vibrantes colores antes de ser engullidos por el óxido.

Junto a los restos de la plaza, yacen otros escombros ajusticiados por el cemento y el alquitrán, atestiguando prematura tumba.

Y allí, junto a la plaza he dejado, solitarios, mis escombros.


Llamadme fugitivo, delincuente del lenguaje y la palabra. Hablad de mí juzgándome, y cuando encontréis el cadáver de la lengua podréis llamarme asesino.

Imputadme por crímenes y delitos, inventaos culpabilidad, escribid mi nombre en el patíbulo cuando penséis en homicidio y recordéis la rutina metida en un ataúd.

Dadme una cifra, un expediente delictivo, una reja, un libro de visitas... Dadme un bolígrafo.


Para ensayar mi muerte me puse a llorar, me vestí de negro y saqué mi duelo a pasear por la ciudad. Algunos lo miraban con exagerada indiferencia, otros ,mostraron mínima curiosidad como quien mira al inquilino nuevo del bloque de al lado. Un niño preguntó si estaba de paso, y con un tono grave de voz quebrada casi gritando, le contestó que no, que vino a quedarse para siempre. El niño comenzó a llorar asustado.

Para ensayar mi muerte, el día comenzó a caer tras la línea del horizonte. Me fui con mi duelo al parque y allí hablamos de cosas triviales.

Por ensayar mi muerte, son las tres de la madrugada y duerme plácidamente en el piso de arriba. Yo no concilio el sueño, no me atrevo a echarle y temo que se quede para siempre.


Mirad esa hogaza de pan, amasada en la ignorancia del hambriento. Tocadla, acariciadla, y al olerla distinguid el olor de niños muertos que no tuvieron hogaza. Comedla poco a poco, sin reparo, sin pensar siquiera que una marabunta de pequeños locos bajitos ruegan por las migajas. Tirad la mitad, pero tiradla donde nadie pueda aprovechar un solo trozo, porque es vuestra, era vuestra y será vuestra. Y mañana, cuando sirváis otra vez pan en vuestra mesa, alimentaos otra vez de niños muertos.


Estoy en contra del llanto porque no puedo ser partidario de banderas del dolor, y ya no es emocionante llorar por llorar. Porque nunca he conseguido, ni con lágrimas, vender todos tus recuerdos al olvido.

Estoy en contra del llanto y con el llanto me encierro en un ataúd hermético para robarle el oxígeno. No soporto el gimoteo que educa al hombre recién nacido en el lamento, quién sabe si de amor, cuando decida algún día sentarse a escribir poemas.

Estoy en contra del llanto, ese villano que ha conquistado el verso para convertirlo en su reino. ¡Hasta en el fondo de los mares lloran los poetas!

Estoy en contra del llanto. Ese llanto insoportable y recesivo de los primitivos ojos, porque viene sin aviso, como la muerte llega.

Estoy en contra del llanto, sobre todo, del llanto ajeno.


La poesía es un camino sin salida. Mirad este poema lleno de vallas, ardiendo tras la alambrada junto a un cartel que dice: "prohibido el paso a toda persona ajena a la obra" Militarmente restringido, pide auxilio desesperadamente mientras respira pólvora, tose pólvora, escupe pólvora.

Miradlo tras las rejas porque al otro lado, pronto será invisible cuando apaguen la luz.

Duerme, cuando no necesita estar despierto, duerme. Se le pasan los días conquistando ilusiones y haciéndolas suyas para tener algo que poder desperdiciar cuando no le quede nada.

Ruinoso y olvidado, nace en los campos que no fueron sembrados, porque no es fruto de simiente agradecida, ni de cuidados campos. Porque nació salvaje, y salvaje... ...salvaje debe morir.

Mirad este poema


sellado y aparcado en el dep贸sito de pruebas. Ans铆a libertad y, en los tejados, los gatos lloran su ausencia al mismo tiempo que mi descanso disfruta su falta, porque ya no me hace falta.


A estas horas, los centinelas duermen, los carceleros se olvidan de los presos y la vida, se olvida de seguir su curso. Los bosques dejan de murmurar y convierten su silencio en un réquiem por los que harán del sueño un infinito.

Las casas viejas dejan de crujir, las abuelas de tejer y los pájaros, simplemente, caen fulminados. Ya no bailan las hogueras al ritmo sensual de la lumbre porque todo ha quedado encerrado en un reloj detenido. Todo es quietud y silencio cuando el último latido se ha quedado a medias.

Parece que se pueda evitar la colisión de la mismísima muerte moviendo los peones, y hacer trampa al destino, como si éste llevase los ojos vendados durante un instante.


Mis versos se alimentan de alegría, pero invocan al hambre cada noche. Se nutren cuando están acompañados y sin embargo, argumentan soledad porque vivo en una atmósfera mísera de sonrisas.

Han perdido su forma de ser, olvidaron sus raíces y no saben quienes son. Sáficos enfermos, desnutridos de rima, agónicos heptasílabos y hexámetros automedicados que presumen de horfandad. Sin embargo, yo los miro con ternura cuando escribo esperando, tal vez, la confesión de sentirse orgullosos por parecerse a mí.

Es posible pensar que sea demasiado tarde para recuperarlos.

Mis versos se han encontrado consigo mismos.


Tengo un dolor de molde, ése que se sirve en porciones para racionarlo según la necesidad.

Consumo dos porciones cada mañana, con un café de recuerdos y sombras y a mediodía necesito un poco más. Mezclo mermelada con agrio sabor a soledad todas las tardes.

Por las noches, antes de dormir, vuelve esa dependencia y me alimento de varias porciones más. Tengo dolor de molde.


Nació poeta, rememoró el amor y la desdicha una y otra vez, protestó, soñó, pensó en la inmortalidad y murió mil veces porque lo llevaba en los genes. Se convirtió al versismo, esa extraña religión de los sin nombre que no conoce dioses, ni necesita dogmas.

Pintó el otoño de flores, llovió en primavera, y mientras llovía, decía nombres de mujer, invocaba demonios, diseñaba soledades sin huésped propietario.

Con los años, se hizo hombre y olvidó que las olas son sopranos incitando al barítono temblor de las montañas. Decidió llamar espíritu a su condición innata y abrió la ventana para dejarla libre, buscando dueño. Se posó en el hombro de un muchacho que fue poeta durante unas horas y al no hallarse satisfecha, voló hacia el parque, y lejos de alimentarse con las migajas que una mujer anciana lanzaba a las palomas,


la hizo poeta por un dĂ­a. Se pasĂł aĂąos de hombro en hombro haciendo y deshaciendo poetas.

En la gran ciudad, un bloque de apartamentos con ventanas de aluminio sigue luciendo en un piso ventanas de madera.


Especialmente ahora todos nacemos con los pies redondos. Algunos desarrollan aristas y planos y se dice que murió una bailarina por no haberse, sus pies, estilizado. A veces no presentan deformación alguna, perfectos pies neonatos que llegan a la madurez inestables e inseguros.

Ahí están, entre el suelo y mi equilibrio, se preguntan dónde iremos hoy para quejarse, si es necesario, por la imposición de ese ser superior que es la cabeza. Se mueven y parecen comunicarse en un lenguaje arcaico, a escondidas de universos superiores.

Se esfuerzan por aprisionar la sombra y que no se escape, se quedan erguidos como vigías cuando me tumbo.

Pero lo mejor que me han dado mis pies es esa sensación que me recorre el cuerpo cuando los tuyos, en la cama, los buscan a escondidas.


Tenemos una cita, ella y yo. Le sugerí venir de negro y recogerme a las ocho, seguramente yo vaya de traje. Daremos un largo paseo, hablaremos de cosas irrelevantes, y es posible que olvidemos contemplar la puesta de Sol, la última puesta de Sol.

Me pondré nervioso y echaré la vista a las manecillas una y otra vez, como si así, las ocho no diesen nunca. Espero que no se olvide que tenemos una cita.

No saldremos a bailar ni a cenar a un restaurante caro, sólo pasearemos en la imponente oscuridad que nos ofrezca la noche.

En algún momento, justo antes de besarnos o hacer el amor en algún rincón oscuro, me dejará solo y se irá a buscar a otro, porque la muerte siempre tiene trabajo.


Me levanté con las primeras luces, esas rotativas naranjas llenas de sonidos huecos que son preludio del bullicio matutino. El frío, parece haber llegado para instalarse definitivamente en los rincones habitados por miles de nombres.

Pronto comenzarán a desfilar cientos de bufandas abrigando desconocidas voces, y alguien sin identidad habrá decidido dejar de pasar frío, porque los muertos, no se quejan de frío.

Los poetas de guardia se irán a dormir después de haber coqueteado con la muerte como si eso les hiciese más poetas o les diese motivos suficientes para seguir viviendo. Alguien abrirá los ruidosos párpados de los bares y se despertarán los helados visitantes de los parques, a los que la gente corriente, pondrá nombres por la tarde.

Pronto comenzará la marcha


de caóticos relojes que nunca marcan las horas al ritmo de los minutos ni a gusto de los zapatos, pues nada tienen que ver con el transcurso del tiempo, porque la explosión de vida es una cuenta atrás para volver a calzarnos ataúdes con las últimas luces, esas rotativas naranjas que atrás dejaron los sonidos huecos para alejarse pidiendo a gritos un minuto más de vida.


Dicen que soy joven, pero tengo ya más edad que los niños soldado que han caído en combate. El doble que los niños que trabajan en las minas de azufre, el triple de algunos carboneros. Soy joven, lo suficientemente joven como para sobrepasar la media exacta calculada por una estadística sin importancia que enumera a los muertos por inanición, pero soy joven.

Soy joven porque no he alcanzado todavía la edad de Franco al morir, ni la de Pinochet, ni la de Hittler... ni la del mismo Cristo.

Soy joven, porque a la edad adulta quizás sólo lleguen algunos hijos de puta.


Joan Bado


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