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Cazuela a la francesa
Victoria Horn Hamilton
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vhorn@uc.cl Estudiante de Agronomía de la UC
Hace nueve meses que estoy de intercambio académico en Francia. Pasé los primeros seis en Rennes, una ciudad pequeña, pero orgullosa, capital de Bretagne, más cerca de
Inglaterra que de París. Hoy me encuentro confinada en Cognac, un pueblo sacado directamente de La Bella y la Bestia en la región sudoeste de Nouvelle-Aquitaine.
Toda mi vida había soñado con Inglaterra,
Escocia e Irlanda. Jamás pensé que terminaría en Francia. ¡Ni siquiera hablaba francés! Me fui “con las patas y el buche” y un montón de estereotipos a seguir el rastro de lo que prometía ser una aventura —¡vaya que necesitaba una aventura! — sin tener idea de lo que hallaría.
Lo que encontré fue más solidaridad de la que pensé posible. Más calor, amabilidad y transparencia de la que jamás pensé fuera a recibir. Me recuerda a Chile, al sur, a esa forma latina de ser, cariñosa y hospitalaria, que te recibe en casa con los brazos abiertos y una olla de cazuela de esas que, si hay que servir un plato más, se le echa más agua.
Francia es un país que tiene la solidaridad en el centro de todo su operar, desde las personas, las empresas y el Gobierno a la forma de entender el trabajo, los estudios y los beneficios sociales. Su idiosincrasia social protege a los niños, la vida familiar y la población de edad ¿La mejor parte? Todas las personas que viven aquí pueden acogerse y beneficiarse de esta solidaridad, porque todas tienen también la responsabilidad de contribuir a ella. Incluso yo.
Mi ejemplo favorito es la “jornada laboral solidaria”. Todas las empresas y personas que trabajan en Francia ceden un día feriado de su elección y trabajan la jornada laboral completa. El sueldo de ese día va directamente a los fondos de los pensionados. Nótese: el dinero no es para tu propia jubilación, sino que va directamente a la pensión que alguien más recibe en ese momento. Lo hacen con gusto, pues viene de la seguridad de que, así como hoy yo trabajo por ti, mañana habrá alguien que cuidará de mí.
La solidaridad francesa es la que ha permitido que este país enfrente de la mejor manera posible esta crisis. Nunca, en esta generación, había sido tan importante cuidar del otro, dejar de lado el individualismo y ponerse al servicio de los que lo necesitan más. Me gusta creer que Francia es similar a lo que será Chile en el futuro. Me gusta creer que esa solidaridad intrínseca corre también por nosotros, que se puede emular el calor de las personas en el funcionamiento del país. Me gusta pensar que habrá un respeto por la edad, un cuidado de la infancia y un goce del ahora, y que, verdaderamente, la cazuela alcanzará para todos.