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Carta Encíclica Pacem in Terris: Verdad, justicia, amor y libertad

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POR_ Claudio Rolle, profesor de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política UC | crolle@uc.cl

Obedientia et pax.

Es el lema episcopal que Angelo Giuseppe Roncalli adoptó en 1925. Lo recuerdo a propósito de la última encíclica de Juan XXIII, el hombre que honró esa divisa episcopal sirviendo a la Iglesia por 38 años que finalizan cuando fue obispo de Roma. Al redactar Pacem in Terris no solo se hacía cargo de una sólida y rica reflexión sobre los desafíos que la búsqueda de la paz plantea a la Iglesia y la humanidad, sino también obedecía a su conciencia y respondía a las inquietudes de un mundo que pocos meses antes había bordeado la guerra nuclear. Ya en 1959 había obedecido también a la inspiración que lo llevó a convocar el Concilio Vaticano II y a invitar a la Iglesia a discernir los signos de los tiempos, hablando sin temores y con responsabilidad de la urgencia de un aggiornamento de la Iglesia, llamada a cumplir su misión en un mundo caracterizado por la creciente conciencia de la importancia de los derechos humanos. En ella aborda los deberes y los derechos que plantea la vida en sociedad y la búsqueda del bien común, proponiendo temas y enfoques innovadores en la evangelización del mundo moderno.

Alejado de todo temor al acercarse a las categorías de la modernidad y pensando en el anhelo de paz, consustancial a la existencia humana e imperativo desde la perspectiva cristiana, Juan XXIII esboza la idea de que la justicia es el nuevo nombre de la paz. Atento a comunicarse con el mundo contemporáneo dirige su encíclica no solo a la Iglesia entera sino también a todos los hombres de buena voluntad.

El léxico empleado es el de la caridad activa y atenta a responder con claridad a los escenarios de un presente exigente y desafiante: libertad, amor, justicia y verdad son las palabras claves con que busca proyectar un anhelo pastoral y misional a toda la humanidad, asumiendo términos y vocablos que hasta entonces habían recibido una atención marginal y cauta en la vida de la Iglesia. Confirmando la experiencia de 1962, Juan XXIII obedeció al imperativo de su conciencia de pastor universal y habló a toda la humanidad con claridad y en el momento oportuno.

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